Noticia de un Secuestro

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9 Sola en el cuarto, Maruja tomó conciencia de que estaba en manos de los hombres que quizás habían matado a Marina y a Beatriz, y se negaban a devolverle el radio y el televisor para que no se enterara. Pasó de la solicitud encarecida a la exigencia colérica, se enfrentó a gritos con los guardianes para que la oyeran hasta los vecinos, no volvió a caminar y amenazó con no volver a comer. El mayordomo y los guardianes, sorprendidos por una situación impensable, no supieron qué hacer. Susurraban en conciliábulos inútiles, salían a llamar por teléfono y regresaban aún más indecisos. Trataban de tranquilizar a Maruja con promesas ilusorias o intimidarla con amenazas, pero no consiguieron quebrantar su voluntad de no comer. Nunca se había sentido más dueña de sí. Era claro que sus guardianes tenían instrucciones de no maltratarla, y se jugó la carta de que la necesitaban viva a toda costa. Fue un cálculo certero: tres días después de la liberación de Beatriz, muy temprano, la puerta se abrió sin ningún anuncio, y entró el mayordomo con el radio y el televisor. «Usted se va a enterar ahora de una cosa», le dijo a Maruja. Y enseguida, sin dramatismo, le soltó la noticia: -Doña Marina Montoya está muerta. Al contrario de lo que ella misma hubiera esperado, Maruja lo oyó como si lo hubiera sabido desde siempre. Lo asombroso para ella habría sido que Marina estuviera viva. Sin embargo, cuando la verdad le llegó al corazón se dio cuenta de cuánto la quería y cuánto habría dado porque no fuera cierta. -¡Asesinos! -le dijo al mayordomo-. Eso es lo que son todos ustedes: ¡asesinos! En ese instante apareció el Doctor en la puerta, y quiso calmar a Maruja con la noticia de que Beatriz estaba feliz en su casa, pero ella no lo creería mientras no la viera con sus ojos en la televisión o la oyera por la radio. En cambio el recién llegado le pareció como mandado a hacer para un desahogo. -Usted no había vuelto por aquí -le dijo-. Y lo comprendo: debe estar muy avergonzado de lo que hizo con Marina. Él necesitó un instante para reponerse de la sorpresa. -¿Qué pasó? -lo instigó Maruja-. ¿Estaba condenada a muerte? Él explicó entonces que se trataba de vengar una traición doble. «Lo de usted es distinto», dijo. Y repitió lo que ya había dicho antes: «Es político». Maruja lo escuchó con la rara fascinación que infunde la idea de la muerte a los que sienten que van a morir. -Al menos dígame cómo fue -dijo-. ¿Marina se dio cuenta? -Le juro que no -dijo él. -¡Pero cómo no! -persistió Maruja-. ¡Cómo no iba a darse cuenta!


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