Palabras 01

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¡África! en ti, nada es, se dice que será pero, todo sigue cambiando para desgracia mía. La demencia resultante de aquella imposición sólo encuentra paliativo con el hechicero de la tribu, quien la cura de dicho mal y, además, la libera de desposar al Dios de los blancos: “Abang [no ya María del Carmen] fue llevada a un curandero, que borró de su memoria los pies secos y arrugados de los pordioseros, las tetas arrugadas de las mendigas, los penes retraídos de los viejos que yacen en un banco y tardan los viandantes en darse cuenta de que ya no volverán a molestar a nadie alargando la mano para una peseta, pues seguirán dormidos. La dejó como nueva y más tarde hicieron migas: ella se casó con él y tuvieron robustos hijos. (Ávila Laurel 100). Tanto África como Nanga y Abang sufren el mismo desajuste ante el cambio; sus identidades fang se desdibujan ante la hegemonía ideológica imperialista y se convierten en sujetos que viven en el borde de la frontera cultural y, ni el aferrarse con desesperación a los antiguos rituales ni a la oración, puede evitar su gran confusión. Por eso, las voces literarias muestran su desconcierto y reclaman una revisión de las convenciones culturales en cada una de las obras estudiadas. El mismo conflicto lo vemos en otras dos mujeres que han dejado sus respectivas tribus, Bea en el cuento del mismo nombre de Francisco Zamora Loboch y Anne Mengue en El Metro, de Donato Ndongo. Ellas también sufren por el estancamiento de su gente y las severas reglas que pesan contra ellas. En el caso de la primera, abandona su pueblo en busca del futuro que no encuentra en Senegal, pero lo hace sin las armas necesarias. No tiene diploma ni dinero y, probable-

Abandona su pueblo en busca del futuro que no encuentra en Senegal

mente, tampoco papeles inmigratorios; su vida en España es tan dura como la de Nanga fuera de su tribu. El frío, el hambre y la profunda desesperación de no poder salvar a su hijito enfermo marcan su exilio voluntario, que va a desembocar en la prostitución y el brutal maltrato por parte de un estadounidense que le cercenó “el labio inferior con una

navaja, le cortó las cejas, las orejas y las aletas de la nariz y luego la dejó tirada en la cuneta” (16). A esa ya desfigurada Bea, le espera “ser lapidada por prostituta, según la costumbre de su tribu”, preferible a seguir padeciendo “el frío entrando por su rostro imposible” en esa esperpéntica Madrid “que no es una ciudad para pájaros” ni para africanos (Zamora 16).

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Palabras 01 by Javier Lerin - Issuu