FRANZ KAFKA - El Proceso

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El proceso

Franz Kafka

––¿Los grandes abogados? ––preguntó K––. ¿Quiénes son? ¿Cómo se puede establecer contacto con ellos? ––Así que usted aún no ha oído hablar de ellos ––dijo el comerciante––. Apenas hay un acusado que después de haber conocido su existencia no sueñe largo tiempo con ellos. Pero no se deje seducir por la idea. Yo no sé quiénes son los grandes abogados y no tengo ningún acceso a ellos. No conozco ningún caso en el que se pueda decir con seguridad que han intervenido. Defienden a algunos, pero no se puede lograr su defensa por propia voluntad, sólo defienden a los que quieren defender. Sin embargo, los asuntos que aceptan ya tienen que haber pasado de las instancias inferiores. Por lo demás, es mejor no pensar en ellos, pues de otro modo todas las entrevistas con los otros abogados, todos sus consejos y ayudas, aparecerán como algo completamente inútil, yo o lo he experimentado, a uno le entran ganas de arrojarlo todo r la borda, irse a casa, meterse en la cama y no querer saber nada más asunto. Pero eso sería, una vez más, una gran necedad, tampoco en cama se podría gozar por mucho tiempo de tranquilidad. ––¿Usted no pensó entonces en los grandes abogados? ––preguntó K. ––No por mucho tiempo ––dijo el comerciante, y sonrió otra vez––, por supuesto no se les puede olvidar por completo, la noche es especialmente favorable para que surjan esos pensamientos. Pero en aquellos tiempos sólo pretendía éxitos inmediatos, así que fui a ver a los abogados intrusos. ––Qué bien estáis sentados los dos juntos ––exclamó Leni, que había regresado con el plato de sopa. Realmente estaban sentados muy cerca el uno del otro, al hacer el mínimo movimiento podrían golpearse mutuamente con la cabeza. El comerciante, que además de su pequeña estatura se mantenía encorvado obligó a que K se inclinara para poder oír lo que decía. ––Un momento todavía ––gritó K, rechazando a Leni y agitando impaciente la mano que aún tenía sobre la del comerciante. ––Quería que le contase mi proceso ––dijo el comerciante a Leni. ––Sigue, sigue contando ––dijo ella. Hablaba al comerciante con cariño, pero también algo despectivamente. A K no le gustó. Como acababa de reconocer, ese hombre poseía un valor, al menos tenía experiencias que sabía comunicar. Era posible que Leni le juzgara injustamente. Miró a Leni enojado cuando ella le quitó la vela al comerciante, que había sostenido en alto todo ese tiempo, le limpió la mano con el delantal y se arrodilló a su lado para raspar algo de cera que le había caído en el pantalón. ––Quería hablarme de los abogados intrusos ––dijo K y, sin más comentarios, dio una palmada en la mano de Leni. ––¿Qué quieres? ––preguntó Leni, le devolvió la palmada y continuó su trabajo. ––Sí, de los abogados intrusos ––dijo el comerciante y se pasó la mano sobre la frente, como si reflexionara.

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