Arthur y los mínimos parte 2

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A no ser que haya sido que Easylow ha cortado la corriente. La cuestión es que todo está a oscuras y se ha desatado el pánico. Se oye el ruido del acero, de botas, de hojas, de dientes que se cierran o que muerden. «¡Ya está! ¡Están ahí! ¡Tengo a uno! ¡Suéltame, imbécil! ¡Perdone, jefe! ¡Ay! ¿Quién me ha mordido?» Éste es un extracto de los diálogos que se oyen en ese alegre guirigay, sumido en la oscuridad. Max enciende una cerilla, que ilumina su rostro risueño. Prende una buena raíz, como para saborear mejor el espectáculo. Darkos se sitúa bajo la luz incandescente. Está colérico, y el


resplandor rojizo no hace más que acentuarlo. - ¿Qué pasa? -escupe con rabia. - Son las diez. Es la hora de cierre. - ¿Qué? ¿Ahora cierras a las diez? se asombra Darkos, cada vez más indignado. - Me limito a aplicar sus consignas, mi señor -le responde Max, servicial como un secuaz. Darkos busca las palabras, pero está a punto de explotar de rabia. - ¡Reapertura excepcional! -vocifera con una intensidad que bastaría para reventar los tímpanos más fuertes. Max suelta lentamente una bocanada de humo.


- Vale -dice con calma. Easylow quita la plaquita de plástico que había deslizado ente las dos pilas y vuelve a haber luz. Se ve entonces al montón de secuaces en el centro de la pista de baile. Parece una melé de rugby que ha girado mal. Darkos avanza y la melé se deshace como puede. Los últimos secuaces son un poco inútiles, pero están orgullosos de mostrar a sus tres prisioneros, atados de pies a cabeza. Darkos mira a los tres prisioneros y se gira, como si buscara la cámara oculta. Han atado a tres secuaces.


Nuestros héroes han desaparecido. No es la cámara oculta; es un vídeo humorístico. Max se ríe con aire burlón. - ¡Dichosa princesita! La rabia hace temblar a Darkos de tal modo que parece un cohete a punto de despegar. - ¡Encontradlos! -brama con un rugido sin fin. 18 La voz de Darkos retumba hasta el subsuelo, hacia donde han huido nuestros tres héroes. - ¿Oís ese grito? ¡Es realmente inhumano! -comenta Betameche.


- Espero que Max y sus amigos no sean castigados por nuestra culpa -se inquieta la princesa. - No te preocupes por él -dice Arturo-. Max es un charlatán de primera. Estoy seguro de que saldrá bien de ésta. Selenia suspira. No le gusta huir, pero seguramente Arturo tiene razón. - ¡Vamos! No olvides que tenemos una misión y el tiempo se nos echa encima -le recuerda Arturo mientras le tira con fuerza del brazo. Selenia se deja arrastrar, y nuestros tres héroes se alejan. Siguen un buen rato un margen grisáceo y húmedo a lo largo de una


pared de hormigón sin fin. Llegan a un límite, una especie de placa gigantesca de hierro. Seguramente una antigua tapa de alcantarilla. Selenia se pone delante de un agujero situado en el centro del suelo. No es muy grande, de hecho apenas hay sitio para colarse. Las paredes son fangosas y descienden hasta el infinito. Es tan apetecible meterse por ahí como por un oleoducto. - Bueno, ya estamos -anuncia Selenia tras tragar saliva con fuerza. - ¿Qué es? -pregunta Arturo, que espera no haberlo entendido. - La ruta directa para ir a Necrópolis -explica Selenia sin apartar la vista del


agujero sin fondo-. A partir de aquí empieza lo desconocido. Ningún minimoy ha vuelto nunca de esta ciudad de pesadilla. Así que reflexionad bien antes de seguirme -precisa la princesa. Los tres compañeros se miran en silencio. Cada uno de ellos piensa en la formidable aventura que acaban de vivir. Arturo contempla los ojos de Selenia como si los viera por última vez. La princesa contiene las lágrimas y fuerza una sonrisa. Le gustaría mucho decir palabras bonitas, pero eso no haría más que hacer más dolorosa la separación.


Arturo alarga despacio la mano por encima del agujero. - Mi futuro está vinculado al tuyo, Selenia. Por lo tanto, mi futuro está a tu lado. La princesa se estremece. Se lanzaría encantada a sus brazos si el protocolo se lo autorizara, así que finalmente apoya la mano sobre la de Arturo, y Betameche pone la suya sobre las otras dos. Nuestros tres héroes sellan así el pacto. Irán juntos hasta el final, para lo bueno o para lo malo. Aunque al parecer les toca empezar por lo malo. - ¡En marcha! -exclama la princesa, solemne.


- ÂĄEn marcha! -repiten a coro los dos muchachos. Selenia respira hondo y se mete por el agujero viscoso. Betameche se tapa la nariz y sigue a su hermana sin pensĂĄrselo dos veces. Arturo permanece un instante paralizado, impresionado por este pozo que se traga los cuerpos como unas arenas movedizas. DespuĂŠs, suspira y salta con los pies juntos. - ÂĄVamos a arreglar cuentas, Maltazard! -grita antes de desaparecer, engullido por la noche y el barro. Ha pronunciado de nuevo el nombre maldito. Esperemos que esta vez le


traiga buena suerte. This file was created with BookDesigner program bookdesigner@the-ebook.org 19/10/2009


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