Memoria encuentro nacional izquierda unida

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ENCUENTRO NACIONAL IZQUIERDA UNIDA funciones tanto en la “guerra de maniobra” (asedio directo al poder) como en la “guerra de posición” (lucha ideológica). Ahora, si se ha solicitado a un grupo de compañeros reflexionar acerca de la pertinencia o conveniencia de un partido político o un movimiento político ha de ser porque no hay pleno convencimiento del carácter que debe tener nuestro instrumento (o quizá, no hay pleno acuerdo en lo que respecta a nuestros objetivos). Cuesta comprender el sentimiento de duda en circunstancias que, conociéndolos como los conozco, ninguno acá duda de la importancia de contar con un partido político y disputar el poder. En su lugar, tiendo a pensar que el debate que ha ido generándose en nuestra naciente organización no dice relación con la vigencia de los partidos como instrumento, sino más bien con un diagnóstico coyuntural según el cual el nivel de rechazo hacia los partidos vuelve inconveniente desplegar desde allí la lucha socio-política. La pertinencia o conveniencia de un partido es una pregunta legítima a la hora de observar los datos. Coherente con casi todas las encuestas, la última medición de la Universidad Diego Portales (2013) señala que los partidos políticos exhiben una confianza no superior al 7,1%. A la luz de la evidencia disponible, la conformación de un partido puede asumirse como una tarea ardua en medio de un panorama hostil. La situación descrita no es exclusiva de nuestro país y ha sido objeto de variados análisis. Uno de ellos dice relación con que los procesos de mo¬dernización neoliberal han autonomizado las distintas esferas de la sociedad hasta restar capacidad al sistema político para influir sobre otros sistemas (como, por ejemplo, el económico). De modo que se produce una frontera entre “lo político” y “lo no político”, donde las competencias de las instituciones políticas son reducidas hasta sustraer del control público gran parte de las decisiones. Lo anterior resulta aún más extremo en el caso de Chile, donde la modernización neoliberal se desarrolló en el contexto de una dictadura y se (re)produjo en el marco de un proceso de democratización tutelada (Portales, 2000) y resguardada hasta hoy por numerosos enclaves autoritarios (Garretón, 1995). La conducción pactada de la transición, sumado al consenso ideológico entre al régimen autoritario y la élite transicional, son responsables en parte importante de la crisis actual de los partidos políticos y del progresivo malestar social ampliamente descrito por la literatura especializada[3]. Esas condiciones nos situaron en el escenario de 2011, donde el malestar silenciado y contenido se manifestara en protestas estudiantiles de una magnitud nunca antes vista durante la postdictadura. Pero la expectativa de cambio social, generada entonces, ha visto sus propios límites en un sistema político que, pese a estar deslegitimado socialmente, puede seguir operando en su legitimidad formal y ejercer la soberanía política con prescindencia del pueblo de Chile. Los partidos están en crisis pero siguen gobernando, ya no precisan a las masas pues el divorcio entre lo político y lo social es garantía suficiente para administrar el poder bajo formas elitistas y prescindiendo de una adecuada representación. 33 SANTIAGO, ENERO 2014


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