Vecindad

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CONTENIDO

Vecindad es un término que denota familiaridad. Por esta razón, tenemos el placer de presentar la primera edición de la primera revista del barrio de San Roque enfocada al público externo, a los que no conocen San Roque. Este número invita a conocer el San Roque medular, esas historias y rostros ocultos que por el pasar de los años, la capa ingrata del olvido se ha encargado de enterrar. En palabras de Manuel Espinoza Apolo “San Roque es la historia secreta de la ciudad”, por eso la información y acceso al barrio siempre ha sido un tema de restricción y “Vecindad” quiere develar esta cortina con historias vivas, que denotan pasión por el terruño barrial, ese ñeque que ha caracterizado a este barrio desde sus inicios. Historias cotidianas con voces que se encargan de refrescar la bravura de la gente del barrio de las ventanas curiosas. Un paseo por la delirante calzada que invita al lector la recorrer de manera vívida las calles de este lugar de historia. Este número va dedicado a toda la colectividad de San Roque por permanecer siempre en pie de lucha y no claudicar jamás.

Un día en San Roque......................3

Mercado de San Roque.................6

Un barrio de artesanos.................9

Diego Salazar San Roque un barriode ñeque...12

Que lo disfruten...

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CRÉDITOS: DIRECCIÓN EDITORIAL Y CREATIVA: MARÍA PAULA MORENO E IVETTE AREA REDACCIÓN: IVETTE AREA Y MARÍA PAULA MORENO FOTOGRAFÍA: MARÍA PAULA MORENO


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on las nueve de la mañana y el recorrido comienza a los pies de la empinada calle Rocafuerte. La escalada da inicio bajo un cielo gris que pinta de anhelos las caras de los transeúntes. El empezar es la parte más difícil, porque existen puestos de ventas informales en ambos lados de la calle con un espacio mínimo entre cada uno de ellos. Hay que caminar lento para no perder ningún detalle.

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y adornando las aceras varias mujeres vendiendo maíz, el cual limpian minuciosamente sin perder de vista su alrededor.

En menos de una cuadra hay un puesto de hierbas y esencias, uno de sacos, otro de delantales, una relojería, una carnicería

A medida que se llega a la primera esquina es aconsejable cruzarse al lado derecho de la calle. En el costado de la calle antes del mercado San Francisco hay una pequeña iglesia, la cual a los pies de su cruz de cemento que se eleva en los exteriores, presenta un surtido de desperdicios, que entre la lluvia de ayer y la humedad de hoy despide un olor que ahuyentaría hasta al perro más hambriento.

Al caminar por San Roque se puede observar el comercio informal en distintos puntos del barrio

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Regresando al lado izquierdo se ingresa al submundo del mercado San Francisco. La organización de sus pasillos permite un recorrido sin pérdidas. El recibimiento, colores de juegos mezclados con olor a carne cruda. La parte central es monocromática, entre el blanco de la losa y los tonos rojizos de a carne, cuadro que solo se ve adornado por la vestimenta de sus vendedores, casi todas mujeres. Al lado

derecho los colores toman vida entre frutas y vegetales que se abren como una cortina para revelar el empapelado de hierberías que cubre la pared del fondo. Desde el inicio hasta el final de la pared todo lo que se ven son puestos de hierberas, divididos por una fina barra adosada al puesto conjunto. Desde afuera parece papel tapiz.

elevadas pareciera no estar ahí y ser un imaginario al que todos están acostumbrados. Uno solo se detiene a ver cuando por la mente cruza la idea de cómo se vive en su interior. Este pensamiento se desvanece cuando el ruido de las voces y los pitos señalan al gigantesco mercado San Roque. Un poco más abajo, a la izquierda hay una pequeña peluquería que mantiene el decorado antiguo con dos desgastadas sillas que invitan a recordar otras épocas. Se sigue bajando y unas manos alzadas al cielo sostienen un cartel azul que dice “Se retoca”. Aquí se salvan las imágenes religiosas que han vivido el cambio del tiempo y los golpes de la vida. El camino concluye en la Plaza San Francisco donde una ola de palomas se eleva por encima de los admirados espectadores. La plaza se abre en todo su esplendor, la mirada se alza hacia atrás y uno se despide de San Roque con algo nuevo que contar.

Se sigue cuesta arriba, ya son las 9:30 y la subida comienza a notarse en el des aceleramiento al caminar. En la punta del penal, donde la Bolívar intercepta a la Rocafuerte está el conocido “señor de los trompos”. A veces, como hoy, está afuera conversando con un vecino, lleva su clásico mandil gris de trabajo y una boina. En su mano un trompo gira y se vuelve el protagonista ocular de la esquina, todos quieren saber cómo realiza los trucos. La cuesta llega a su fin y nos recibe al lado derecho el penal, que con rejas tan 5


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l Mercado de San Roque es el corazón de un barrio forjado por el coraje de su insumisa vecindad. Este abasto es el lugar de convergencia de muchas voces naturales y extrañas, que juntas conviven por un ente en común: el comercio de todo tipo de artículos.

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Sobre este lugar, a lo largo de los años, se ha tejido una gran tela araña de rumores sobre delincuencia que, aunada a la percepción de inseguridad dentro del mismo, generan una bruma espesa de supuestos que afectan el desarrollo del comercio del mismo. Rodrigo Alvarado parecería un ciudadano corriente, pero es policía encubierto de la Policía Nacional. “por esto ahora han optado por vivir en los puestos del mercado las fruteras, las pescaderas,

porque si no les roban todo”. Alvarado asegura que dentro del porcentaje de redadas en el Centro, la mayoría se realizan en los alrededores del mercado. Sin embargo, los comerciantes cuentan otra realidad. El hedor a pescado golpea de un bofetón hasta el más sensible olfato. Y es que la calle Loja y la Cumandá los olores se confunden con las voces que gritan a voz en cuello “venga, venga caserita ¿qué le doy?”. En la calle Loja el desorden impera. Los puestos de los vendedores informales se encuentran casi encima unos de otros lo que dificulta el paso de los peatones por el improvisado pasillo alfombrado de restos de brócolis, cebollas, hierbas e infinidad de vegetales que ya son parte de la calzada. Doña Vilma, comerciante del mercado desde hace cuarenta y cinco años, asegura

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San Roque es un mercado con una magia visual particular, los informales de la calle Loja en días de feria, pescaderías de la Calle Cumandá

lugar de fealdad de pandemonio, propia de los sectores de la periferia. Sin embrago, San Roque posee un halo de misterio para quienes lo visitan por primera vez.

que el mercado es un lugar seguro, “si aquí dentro le roban todos nos unimos y buscamos a los guardias y nos movemos por el bien nuestro y del cliente, pero si le roban allá afuera no podemos hacer nada”, agrega. Los comerciantes del mercado, cuenta Vilma, son regulados por la ley, tienen RUC y uniforme, pero no logran cubrir el porcentaje de las ventas diarias. Son criterios diversificados los que definen al mercado de San Roque como un 8

Desmitificar San Roque es duro, incluso ara el más avezado investigador, porque hay que mimetizarse con la dinámica popular, la esencia particular que tiene este abasto. Es un lugar de muchas sensaciones donde la diversidad de muchos mundos se condensa para enfrascarlos en una selva de olores que muchas veces aturden la mente y agudizan los sentidos.


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Las colaciones de la Cruz Verde son una tradición de 96 años. Luis Banda Ing. Bursátil de profesión, posee verdadera pasión por este trabajo.

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an Roque es un semillero de tradiciones, pero sólo algunas de ellas han logrado prevalecer a través de los años. “Mi oficio es bastante intenso, porque Dios da la habilidad a cada persona, entonces para mí no es nada difícil todo lo que sé en madera”, dice Jorge Rivadeneira El sol resplandece sobre la calzada de la calle Bolívar mientras ajetreados transeúntes apresuran los pasos para llegar los más pronto posible a realizar las primeras compras de la mañana. Es un día radiante y la Plaza de San Francisco brilla en todo su esplendor. Así comienza una jornada de sábado por la mañana en la mentada vía que lleva el nombre del libertador de cinco naciones. Gente proveniente de todos los rincones de la ciudad acude a San Roque en busca de la artesanía tradicional del Quito de antaño.

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“Este es un barrio de artesanos en los que se hace muchas cosas diferentes”, define Edwin Muñoz a su barrio. Es sanroqueño de nacimiento y hace 35 años se dedica a restaurar con infinita paciencia las figuras religiosas que muchos de sus clientes le traen día a día. El local huele a pintura y yeso, materiales imprescindibles al momento de proceder a arreglar el pañal roto del Divino Niño Jesús o el rostro despintado de San Agustín. “La tradición de restaurar figuras religiosas viene desde tiempos de la colonia”, señala este artesano. Con las manos manchadas de pintura blanca, se dispone a pintar la túnica rosada que lleva una imagen. Lo realiza con precisión de artista. Muchas de las figuras que los clientes llevan a Edwin y María se tratan de verdaderas piezas de museo.“Este Niño Jesús tiene 200 años y sólo lo vamos a refaccionar las piezas que en realidad necesitan un cambio”, agrega María. Así lo realizan cada día, bajo la labor inconmensurable de la pasión por los detalles. Cada ojo de cristal, cada mano, cada pieza constituye para esta pareja, el sentido del diario vivir. Los oficios tradicionales del barrio de San Roque, son negocios que han prevalecido por décadas. Las colaciones de La Cruz Verde son fiel ejemplo de esta tradición. Sus ojos miran desde el zaguán el pasar de los días en el barrio de San Roque. Su rostro surcado de arrugas se refleja sobre la paila de bronce en donde mece sin fin los azucarados confites. Las colaciones son un dulce creado a base de maní y azúcar. La química entre ambos se funde hasta crear unas bolas blancuzcas que se bambolean sin parar dentro de una paila de bronce. “Desde mi abuela es este 10


negocio”. Allá, por 1915 la abuela de Banda inició con este negocio que tiene 96 años de existencia y se ha convertido en una parada obligatoria para aquellos que visitan el barrio. Luis es un auténtico sanroqueño, “tengo 52 años y nací aquí, en este barrio. Mi padre inclusive nació en este barrio”, afirma. Jorge Rivadeneira es conocido como “el macizo” o “el señor de los trompos”. Su tienda es un abarrotado taller de juguetes de madera. Ubicado al final de la calle Rocafuerte, la señal de entrada al taller es un enorme trompo girando sin cesar. “Heredé el negocio de mi padre: hacía puertas, ventanas, clósets. De ahí me reduje a trabajos especiales no más, tanto lo que sea en torno. Por ejemplo, para las gradas les hago

las columnas, barandas, pasamanos. Para escritorios hago soporta libros, papeleras, también les hago los pedestales de bandera…” Los ojos acuosos de Rivadeneira no se atreven a delatar ocho décadas de vida, más de la mitad de ellas dedicada al oficio de la ebanistería. “Mi oficio es bastante intenso, porque Dios da la habilidad a cada persona, entonces para mí no es nada difícil todo lo que sé en madera”. San Roque es amado por estos personajes que, a pesar del paso inexorable de los años, aún mantienen esa chispa de encanto por estos oficios de antaño que aún prevalecen en la tradición colectiva y alimentan la historia de la ciudad.


Diego Salazar:

Nosotros de c h i c o s jugábamos las bolas, el fútbol en las canchas de San Roque, ahí frente al penal, ahí era mi vida, de guambra. También jugábamos a los trompos al frente de el señor que le decíamos “Macizo”, el de los trompos. A veces nos fugábamos en recreo y nos íbamos a jugar a las canchas del Central Técnico o a las canchas del Colegio Juan Montalvo que era aquí en el Tejar y así, esa era mi vida de gumabra.

“San Roque un barrio de gente de ñeque o nací hace 48 años donde ahora es el Hotel Sucre, al frente del hotel Casa Gangotena. Antes era una clínica, mis papás vivían en San Roque porque antes todo se desenvolvía alrededor del Centro Histórico. Antes, todos vivían en el centro: mis padres, mis hermanos, todos.Ahora cada uno vive por su lado.

“Y

Yo por San Roque siento un amor grande, porque aquí crecí, me eduqué, crecieron mis padres, por eso. Estudié en la Escuela República de Chile. Desde que nací, me crié en San Roque y me fui a vivir en la Imbabura, frente a San Carlos. De ahí me pasé a la Rocafuerte y Benalcázar y de ahí me fui para el sur, porque ahí me compré mi departamento hace unos 25 años.

Cuando salí de la escuela entré a trabajar en la farmacia Sucre y de ahí entré a trabajar en el Colegio Mejía de noche. De ahí me pasé al Colegio Amazonas donde estudié contabilidad. De ahí me salí de la farmacia y entré al colegio Santa Marianita de Jesús y de ahí volví a mi puesto de periódicos que me dejaron mis padres.

Cuando era chico y vivía en la Bolívar, un día normal de escuela era estudiar desde las siete de la mañana hasta la una de la tarde.

Este negocio es hereditario, lo hicieron mis abuelos, mis padres, mis hermanos mayores y yo. La venta de periódico no es para conseguir una mayor ganacia

económica, pero la mayor satisfacción es conocer a mucha gente en el día a día. A mí todo el mundo me conoce en el centro, a veces me voy por la 24, por el mercado y me dicen “¿Que fue don diego?” y digo a veces “¿y esta persona quién es? Un cliente”… Yo extraño bastante vivir en mi barrio, pero aquí tengo mi negocio. No compré aquí mi departamento porque salía caro. Por eso, con las facilidades que me dio el banco para pagar allá. Me casé hace tres años con una sanroqueña de pura cepa. Es que ellas son las más bonitas de quito Mi mujer trabaja en el Mercado de San Francisco vendiendo aguas medicinales. La gente que hemos migrado no nos hemos olvidado de San Roque, sólo nos alejamos. En mi caso, cada cuatro años, cuando hay elecciones, voto en mi escuelita la República de Chile. Eso nunca puedo yo olvidar. Mis hermanos de han dicho “cámbiate de domicilio electoral, estás viviendo en el sur. Les he dicho que no, porque es así la manera en que recuerdo el barrio en que nací”.

La venta de periódicos es un negocio familiar desde hace más de cuarenta años.

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