Oren y vigilen

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CAPITULO I: “VIGILEN Y OREN PARA NO CAER EN TENTACIÓN” (MT.26, 41) I.1 I.2 I.3 I.4 I.5 I.6

¿Qué es orar? ¿Cómo orar? ¿Para que orar? ¿Qué significa vigilar en la vida cristiana? ¿Qué es una tentación? ¿Qué significa caer en tentación?

CAPITULO II: NUESTRA VIDA VIGILANTE Y ORANTE III.1 III.2 III.3 III.4 III.5 III.6 III.7 III.8 III.9 III.10 III.11

La tentación de no orar La tentación de callar La tentación del desaliento La tentación de las propuestas del mundo La tentación de pensamientos negativos La tentación de ordenarle a Dios La tentación del trueque La tentación de huir La tentación de la mentira La tentación de la soledad y/o aislamiento La tentación de la desobediencia


PRÓLOGO Mi hermano en Cristo En primer lugar gracias a Dios porque estas líneas han llegado a tus manos, es decir, por el medio que sea, en este momento lo estás leyendo y le estarás dedicando tu tiempo. Te pido que abras tu corazón para recibir cada palabra que acá se encuentra escrita, porque nacen del corazón de un Dios misericordioso que me ayuda a escribirte para que tanto vos, como yo, crezcamos para su gloria. Otra cosa que deseo pedirte es que no te quedes en la forma de escribir, encontrarás que a veces hablo en singular, otras en plural, otras en sentido figurado, tal vez gramaticalmente no es lo correcto, pero el amor que brota de mi corazón escribe como me gustaría hablarte. Cuando leas disponte más bien a escuchar a Dios a través mío y verás que se te hace más comprensible todo lo expresado en este libro. Busquemos la gloria de Dios y ¡Adelante! Que ya te he robado bastante tiempo. ¡Aleluya! Ivana Garramone



¿QUÉ ES ORAR? Es una muy buena pregunta para hacernos a diario, y cada día iremos encontrando nuevas respuestas, porque al cuestionarnos iremos viendo que la mejor forma de saber, de aprender sobre la oración es simplemente experimentándola. Hay muchas definiciones, o mejor dicho, muchas formas distintas de definir la oración pero comprometidas con la misma esencia y enseñanza, distintas palabras pero la misma verdad, por lo tanto, la definición muchas veces también dependerá de la experiencia que cada uno tenga de la oración. Según el diccionario, la palabra oración proviene del latín: oratio. El concepto de oración tiene diversos usos. En la gramática, este término se refiere a la palabra o al conjunto de palabras con autonomía sintáctica. Esto quiere decir que se trata de una unidad de sentido que expresa una coherencia gramatical completa. La oración es el constituyente sintáctico más pequeño posible que puede expresar una proposición lógica. ¿Complicado? Para nada. Simplemente oración según esta definición nos dice que son palabras que se usan para expresar algo y que no determina a la oración las pocas o muchas palabras utilizadas. Nos dice la definición que una sola palabra puede ser una oración, así como un conjunto de palabras también pueden serlo. Nos dice también: En otro sentido, una oración es una súplica, un ruego o una alabanza que se hace a Dios o a los santos. La oración puede formar parte de un rito de la religión, como en el caso de la Misa. Podemos comenzar a vislumbrar que la oración es algo


que se dice, es una expresión, es una o muchas palabras que salen de nuestro ser para comunicar algo, y que puede ser que alguien lo exprese solo o puede ser también que lo haga entre muchos, como parte de un rito o de un compartir. El Catecismo de la Iglesia Católica, en el número 2564, nos dice: “La oración cristiana es una relación de Alianza entre Dios y el hombre en Cristo. Es acción de Dios y del hombre; brota del Espíritu Santo y de nosotros, dirigida por completo al Padre, en unión con la voluntad humana del Hijo de Dios hecho hombre”. Cuando empezamos a ahondar en el concepto que a nosotros nos interesa nos vamos dando cuenta de que la oración no es un simple concepto gramatical, sino que va más allá de una simple definición, nos compromete la vida. Y el compromiso es tal que no solo es expresar palabras, decir palabras, sino que marca una Alianza, un pacto, un deber, una responsabilidad, una tarea necesaria entre nosotros y Dios. Por lo que podemos, entonces, ir dejando en claro que la oración verdaderamente importante es la que está dirigida a Dios, la que se usa para comunicarse con Dios, la que responde a Dios, la que le da participación a Dios. La oración es la palabra o el cúmulo de palabras que está orientada a Dios, buscando intensamente entablar un diálogo con Él, y de corazón a corazón. Y los santos, nuestros hermanos que nos han dejado mucha enseñanza con sus vidas, también pueden ayudarnos a ver con claridad lo que ellos experimentaron de la oración y que los llevó a poder definirla: “Para mí, la oración es un impulso del corazón, una


sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como en la alegría (Santa Teresa del Niño Jesús) “La oración es la elevación del alma a Dios o la petición a Dios de bienes convenientes”(San Juan Damasceno ) “La oración es tratar a solas con quien sabemos que nos ama” (Santa Teresa de Ávila) “La oración es una escucha en profundo silencio de lo que habla Dios, el Señor” (San Juan de la cruz) “Mi secreto es de lo más simple. Rezo y a través de mi oración me convierto en alguien que ama a Cristo, y veo que rezarle es amarlo y eso significa cumplir con su palabra” (Madre Teresa de Calcuta) Y así, muchas definiciones, salidas de las más preciosas experiencias, que ahora nos ayudan a nosotros a identificarnos con esta realidad, que por nada del mundo deberían estar ausente o relegada en nuestra vida. Orar es, por lo tanto, el uso de palabras para comunicarnos con Dios. Entrar en contacto con Él. Dialogar. Expresarnos en su presencia. Tratar de amistad, es decir, hablar con Dios como con un amigo. Hablar con Dios como con una persona que está cerca, que me escucha, que me presta toda su atención, que me entiende y comprende muy bien lo que le estoy diciendo. Orar es entablar una buena relación con Dios, es cumplir con el compromiso de que Dios sea alguien en mi vida, de hacerlo cercano, de dejarlo que me conozca y eso se da en una charla cotidiana y tendida, en un buen rato de compartir. La oración, bien podemos decir y sin temor al error, es el oxígeno de nuestra alma. Nuestro interior está habitado


por Dios y ese estar del Señor en nosotros exige atención, entonces la oración viene en nuestro auxilio para que ese don tan precioso que tenemos dentro nuestro empiece a tener sentido, para que empecemos a tomar conciencia, para que disfrutemos de esa vida celestial que llevamos dentro, para que no andemos buscando perdidamente afuera lo que tan pronto podemos encontrar adentro. Orar no es perder tiempo, orar es ganarlo. Detenerse a charlar con Dios es lo mejor que podemos hacer, es la manera más propia de cuidar nuestra alma, es la forma más precisa de crecer para la gloria de Dios, es la manera más rápida para sanar heridas espirituales, es la forma más acertada de conocer la voluntad de Dios. La oración es el Templo del encuentro, y todos, necesariamente todos, debemos ir a ese lugar a abrazar a Dios y a dejarnos abrazar con Él. Jesús, en Mateo 6, 6 nos dice: “Tú, en cambio, cuando ores, retírate a tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. Nos habla de retirarnos a nuestra habitación, y tal vez muchos podemos decir “pero yo no tengo una habitación propia” “yo no tengo mi espacio personal”; pero acá podemos ver que la invitación de Dios no es solamente a un espacio apartado, sino que habla de orar en “tu habitación” y ese lugar sí es tu espacio, es de tu propiedad, es tuyo y solo tuyo. Ese lugar es especialmente personal, porque ese lugar es allí, precisamente allí donde habita Él, el templo de su Espíritu, tu ser, tu corazón. Allí es donde Dios nos invita a orar, en nuestro interior, ir al encuentro de Él. Allí donde


personalmente cada uno puede tener esa charla con Dios sin que nadie interrumpa, sin que nadie se meta, sin que nadie diga cómo o cuando. Esa intimidad con Dios la podemos y la debemos tener todos y cada día de nuestra vida, porque es allí donde Dios nos espera para hablar. La oración no es un montón de palabras que salen de nosotros dirigidas al viento o a la lluvia, no es un poema de enamorados que andan llorando por su amado que no saben dónde está, lo bueno de la oración es que va dirigida específicamente a Dios y es EL quien nos escucha y es EL quien nos responde. Ojalá pudiéramos tomar conciencia de que, pobres criaturas como nosotros, podemos entablar un diálogo con una persona tan Grande, Infinita, Eterna, Poderosa y todos los demás atributos de Dios. Y ojalá también, pudiéramos darnos cuenta que muchas veces nos desvivimos por poder tener una comunicación con alguien que de repente, como humano, puede hacer algo por nosotros, y descuidamos a Aquel que en realidad no solo puede hacer algo por nosotros sino que puede HACERLO TODO. En resumen, orar es hablar con Dios, dialogar con El, entablar una comunicación que nos hace bien, que nos impulsa, nos libera, nos sana y nos hace crecer. Orar es ir al encuentro de Dios, conocerlo, saber de sus pensamientos y descubrir los planes que tiene para nuestra vida. Es disfrutar de saber que el que nos escucha no es uno como nosotros sino que es el Señor.


¿CÓMO ORAR? En un principio podemos decir que el ¿Cómo? En la oración no es cuestión de posturas o rituales que acompañen el espacio de oración, sino más bien, la actitud interior para presentarnos delante de Dios, para disfrutar del encuentro con EL. ¿Cómo presentarme al Señor? ¿Cómo iniciar un diálogo con EL? ¿Cómo decirle lo que hay en mi corazón? ¿Cómo hacerme entender? Son preguntas que pueden surgir de nuestra expectativa, de nuestra disposición a la oración. Podemos hacernos muchas otras, o tal vez, ni siquiera se nos ocurra hacernos preguntas. De todos modos, está bien que tengamos este tipo de cuestionamientos, ya que nos ayuda a crecer y a tomar una verdadera actitud orante día a día. Cada uno de nosotros tenemos el precioso privilegio de poder entablar una relación de amistad con nuestro Señor, cada uno de nosotros podemos llegar a EL porque hay un motivo muy especial que nos acerca y ese motivo es la Filiación divina, es decir y en palabras más simples, el ser Hijos de Dios. Entonces nuestro acercamiento a ÉL ya cobra un nuevo sentido, ya tiene un grado más que una amistad, ya es una experiencia de padre a Hijo y de Hijo a Padre. Al descubrir tal magnitud, al descubrir semejante dignidad, obviamente, el corazón humano se ensancha en la presencia de Dios y cada día va tomando una nueva forma, la oración ya no es un comunicado o dialogo, sino que es una conversación familiar. Somos


familia con Dios, somos sus hijos. Y como hijos nos acercamos a recibir sus consejos, a preguntarle qué es lo que espera de nosotros, y a pedirle, como cualquier hijo, una ayudita especial en tal o cual cosa. Entonces, la característica principal o la actitud principal de la oración, digamos el “gran cómo” es presentarnos delante del Señor como sus hijos. ¿Cómo orar? Orar como hijos. Al entablar una conversación con nuestro Padre Dios iremos viendo en qué nos parecemos a ÉL y en que estamos muy lejos de parecernos. Iremos conociendo las virtudes de nuestro Padre e iremos obteniendo, mediante ese diálogo, el deseo y la capacidad de imitarlo. La oración irá tomando el verdadero sentido, el que debería ser el único, el que realmente podríamos decir es la definición completa: conversación con Papá Dios. Y ¡qué gozo produce esta gran verdad! Esta realidad debe invitarnos día a día para propiciar este encuentro con Dios, debe animarnos a orar cada día más, y debe colmar nuestro interior de nuevas luces y de deseos de acrecentar la comunión con nuestro Padre celestial, que usa esta forma para demostrarnos su amor y solicitud con sus hijos. Nos escucha, nos habla, pero lo más importante, nos espera. Ahora bien, ya hemos descubierto la principal actitud con la cual debemos presentarnos delante de Dios. Propiamente como hijos, porque eso es lo que somos desde el día de nuestro bautismo, donde nacemos para Dios y somos capacitados por la Fe, la Esperanza y la Caridad, para creer, esperar y amar a Dios. Somos llenos


del Espíritu Santo, que nos instruye en los pasos, nos recuerda las enseñanzas de Cristo, y viene en nuestro auxilio para que sepamos orar como nos conviene. Somos participados de los dones más preciados de Nuestro Señor y Hermano Jesucristo, como Profetas, Sacerdotes y Reyes. Y nuestro corazón queda totalmente limpio del pecado original que nos heredaron nuestros padres primeros y que Dios, por su gran amor y bondad, cumple con su plan de salvación haciéndonos nuevas criaturas. Todo esto sucede el día de nuestro bautismo, y lo expreso en este apartado para que tomemos conciencia de que sí, verdaderamente ¡Sí! Podemos acercarnos a Dios con la actitud de hijos porque es nuestra mayor dignidad: ser de su familia. Cuando un hijo se acerca a su Padre no lo hace con miedo, no lo hace con irrespetuosidad, no lo hace para enseñarle sino más bien para aprender, no lo hace para ordenarle sino para consultarle, no lo hace porque si no más, sino que cuando un hijo se acerca a su padre lo hace con la confianza de que encontrará una respuesta positiva de parte de parte de Él a las cuestiones que le presentará, sean del índole que sean. Por esto, la segunda actitud y fecunda actitud para presentarnos delante de Dios es la Confianza. ¿Cómo orar? Orar confiados, orar con confianza. Debemos dejar de lado nuestras tonteras humanas al acercarnos a Dios, no es necesario armarnos un personaje para ir a la oración, ni siquiera es necesario un trato de lo más elevado para el uso de las palabras. Esto no significa ser irrespetuosos o no darle el lugar que Dios ocupa, al contrario, el trato de hijos a Padre debe ser respetuoso y cariñoso, respetuoso y amistoso,


respetuoso y sencillo. Nadie que se acerque confiado a alguien será irrespetuoso. Al contrario, siempre encontrará las mejores palabras para expresarse, esas palabras que surgen precisamente de la confianza que se deposita en el otro. Cuando uno se acerca a alguien con confianza le abre su corazón, le cuenta sus cosas con la tranquilidad de que el otro va a entender, que el otro va a saber ponerse en su lugar, que el otro al escucharlo lo va a conocer mejor y en consecuencia le podrá dar luz, le podrá aconsejar. Cuando se usa la confianza en la comunicación el mensaje llega directo, correcto, simple y deja lugar a que la otra persona pueda expresarse también. Por ejemplo, no es lo mismo entablar una conversación con un desconocido que detenerse a conversar con un amigo. Cuando vamos a un supermercado nosotros mismos nos servimos lo que vamos a buscar, llegamos a la caja, hacemos la fila, saludamos al cajero pero ni siquiera sabemos su nombre, abonamos y nos vamos. Cuando vamos al kiosco cerca de casa, saludamos al vecino, charlamos un ratito, le pedimos lo que necesitamos, abonamos y mientras tanto vamos hablando de una y de otra cosa, el trato es más familiar, más fluido, incluso hasta nos animamos a pedir que nos den crédito si no contamos con dinero en ese momento. Así mismo, salvando las distancias, es el trato de confianza que debemos tener con el Señor. Ir a su encuentro, expresar nuestra necesidad, dejar que Él nos atienda y nos brinde lo que tiene para darnos. La confianza hace que la expresión sea completa, que no andemos con medios mensajes, sino que nos ayuda a darnos por completo y a decir lo que realmente siente


nuestro corazón. La confianza nos abre la puerta para recibir. Y nos dispone para lo mismo. Cuando confiamos se nos hace fácil expresarnos. Cuando confiamos no tememos. Cuando confiamos no nos detenemos a pensar si el otro me va a entender o no, sino que tenemos la certeza de que seremos escuchados, comprendidos, atendidos e incluso aconsejado. La oración, entonces, tiene que ser confiada. Debemos usar la confianza con nuestro Papá, que ciertamente, quiere lo mejor para sus hijos y así actúa en consecuencia. Y mucho más, si vamos al encuentro con el Señor y nos presentamos tal cual somos, porque confiamos, creceremos con facilidad. Porque no estaremos a la defensiva ni tratando de ocultar cosas, sino que estaremos con un sentimiento profundo de libertad, que hará que veamos lo que somos delante de Dios, y Dios premiará nuestra confianza y nuestra sinceridad, dándonos la gracia de la conversión día a día. También una oración confiada hará fecunda la respuesta. Mejor dicho, siempre encontrará respuesta, ya que depositando la confianza en Dios estaremos expectantes de lo que EL hará y eso nos mantendrá activos para ver las maravillas, no solo las grandezas, sino hasta lo más pequeño que suceda a nuestro alrededor. Se nos hará más fácil reconocer que todo viene de Dios, por el simple hecho de que hemos puesto la confianza en ÉL.


La confianza nos hace sencillos, nos hace simples. Cuando confiamos no andamos enloquecidos en la búsqueda de palabras o expresiones para que nos entiendan, sino que nos expresamos así como sale, con nuestra forma de hablar, con nuestro leguaje. Otra de las actitudes, que se van encadenando, es la sencillez, la simplicidad. ¿Cómo orar? Orar con sencillez. Siendo muy simples. No es por las muchas palabras que se digan en la oración que seremos comprendidos, sino que es por la simplicidad del mensaje, lo preciso del mensaje, lo objetivo del mensaje. La expresión clara es lo que hace simple la oración. No debemos dar muchas vueltas para decirle a Dios lo que queremos, o para pedirle lo que necesitamos, o para contarle nuestras cosas. El Señor sabe todo, por eso, no es necesario ocupar mucho tiempo o estar esperando a ver como le digo esto o aquello. Cuanto más simple sea nuestra oración más fecunda será la respuesta. Si nos presentamos delante del Señor, para encontrarnos con Él, entonces que no se desvirtúe el propósito: encontrarnos con EL. El encuentro comienza cuando vos y yo coincidimos en algún lugar, cuando las dos personas llegan al lugar citado, cuando acudo al llamado de alguien que me está esperando. En el momento en el cual coincidimos unos con otros, eso se denomina encuentro. Por lo tanto, en la oración, el momento del encuentro con Dios es cuando coincidimos con EL, cuando nos tomamos el tiempo y vamos, nos retiramos a nuestra habitación, y estamos


con Dios, al mismo tiempo y en el mismo lugar. Planteando esto, la oración se hace sencilla, porque las palabras sobran. Es por esto que digo que la sencillez es actitud de la oración, es la actitud de los hijos que van al encuentro de su Padre, es la actitud de los confiados. Porque no hacen falta protocolos con el Señor, lo que hace falta es un corazón sencillo que tome conciencia de que Dios es su padre y que lo mejor que puede hacer es confiar en EL. Así como somos, así nos conoce el Señor. Dios conoce hasta lo más íntimo de nosotros, nos conoce mejor que a nosotros mismos, entonces no tenemos que presentarle un currículo de vida sino que tenemos que presentarnos nosotros mismos, como somos, lo que queremos, lo que esperamos, lo que necesitamos, lo que anhelamos, lo que nos hace felices y lo que nos entristece, todo. Absolutamente todo. Deberíamos ahondar en esta actitud frente a Dios, ya que no solo es una actitud para la oración, sino que la oración nos irá haciendo cada día más sencillos, más simples. De este trato de amistad con Dios, de esta pequeñez, iremos aprendiendo que en la vida, en cada cosa, en cada circunstancia o situación, con la sencillez iremos solucionando todo y todo será más fácil. Sin andar retorcidos buscando soluciones veremos que la sencillez todo lo alcanza más rápido y sin tantos esfuerzos. Una oración sencilla es a la medida de Dios. EL nos muestra que siendo tan Grande se hace pequeño, siendo el Dueño del tiempo se hace presente en un momento determinado por nosotros para encontrarse, simplemente


para encontrarse con sus hijos. Otra cualidad importante, que va unida a la sencillez, es la humildad. ¿Cómo orar? Orar con humildad. La humildad va de la mano de la sencillez. Solo puede ser sencillo quien es humilde. Y solo puede ser humilde quien es sencillo. Aquel que puede ver la grandeza de Dios y su propia pequeñez, es una persona humilde. Humildad, precisamente es eso, reconocer la grandeza de Dios. Ubicarnos en nuestra condición de criatura, criaturas con una dignísima condición que es ser hijos de Dios. Una oración humilde mueve el corazón de Dios.

Desde el punto de vista virtuoso, la humildad, consiste en aceptarnos con nuestras habilidades y nuestros defectos, sin vanagloriarnos por ellos. Del mismo modo, la humildad es opuesta a la soberbia. Una persona humilde no es pretenciosa, interesada, ni egoísta como lo es una persona soberbia, quien se siente auto-suficiente y generalmente hace las cosas por conveniencia. Imaginemos una persona que se acerca a la oración y trata con Dios como de igual a igual, como que Dios tiene que hacer lo que ella quiere o como ella dice, o porque a ella le parece. En cambio, la humildad expone en la oración y espera confiadamente en el Señor. No le impone sino que le propone, no desafía sino que confía, no hace trueques sino que ofrece, no espera más de lo que considera oportuno y reconoce que lo oportuno es lo que Dios decida, en su tiempo. Una oración humilde reconoce que todo viene de Dios y


que todo le pertenece a Dios. Sabe fehacientemente que Dios es Dios y que frente a EL solo quedan palabras de gratitud, de amor, de enamoramiento. El humilde no pretende que Dios haga cosas, más bien deja todo en las manos de Dios para que sea EL quien decida lo mejor. La humildad es la virtud de los hijos que se acercan a su Padre, confiados y sencillos, a mantener por un tiempo determinado una charla profunda, abierta, espontánea y desde el corazón. Y obtienen en respuesta los consejos, los cuales aceptan para la vida y día a día intentan cumplir con la voluntad del Padre. Esto es simplemente orar, esta es la manera más simple de hacerlo y esta es la gran necesidad de todo ser humano. Recordemos a San Agustín en su frase tan conocida: “Nuestro corazón fue hecho para Dios y no descansa hasta que no lo hace en EL”. Y la oración es el descanso, es el reposo de nuestra alma en el amor del Padre.


¿PARA QUÉ ORAR? Imperativamente necesaria para la vida es la oración. Es un ejercicio urgente a ser practicado para mantener vivo el espíritu, atenta el alma y fuerte el cuerpo. Quien ora bien vive, más quien dedica tiempo a la oración cuenta con un tiempo extra de vida plena, ya que el encuentro con Dios nos suministra una experiencia de su Ser, de su amor y de sus Gracias derramadas en ese momento y a lo largo de nuestra vida. La oración es una necesidad del alma tanto como el oxígeno lo es para vivir humanamente. Podemos decir que la oxigenación de nuestro interior se llama oración y que el proceso que conlleva esa oxigenación es el tiempo que le dedicamos a estar con Dios. Es imperioso que tomemos conciencia de que la oración debe ser parte importante en nuestra vida, no podemos vivir si no oramos, mejor dicho, no podemos vivir la voluntad de Dios si no oramos. En la oración encontramos las respuestas a los interrogantes de nuestra cotidianeidad, y encontramos la razón de nuestros cambios y crecimientos para la vida de Dios. Quien no ora difícilmente podrá tener una verdadera conversión. Motivo esencial del porque debemos orar es la conversión. El cambio de actitudes, de formas, el cambio de ser y de ver las cosas, el cambio radical de vida se genera a partir del encuentro con Dios. Todos tenemos un momento de la vida que ha marcado un antes y un después, y ese alto fue el momento preciso donde Dios


comienza a revelarse, a darse a conocer y tenemos nuestro encuentro personal. Este encuentro pudo haber sido un retiro espiritual, una catequesis, una enfermedad, una situación difícil de sobrellevar, una persona que nos habló. Son muchas las formas en las que Dios propicia un encuentro con nosotros y hace que nuestra vida cambie para su gloria. La oración hace, entonces, que cada día nosotros propiciemos ese nuevo encuentro con EL, para que nos siga cambiando, alimentando y haciéndonos ver lo lindo de su vida incorporada en nosotros. El primer encuentro lo propicia el Señor, los demás dependen de nuestra necesidad de estar con EL y buscar las formas de mantenernos en una oración continua y en un espacio de oración diario. Es necesario orar para que la voluntad de Dios se revele en nosotros, para saber discernir lo que Dios quiere, para poder tomar buenas decisiones, para que nuestra vida encuentre el rumbo, para que los planes y promesas de Dios se cumplan. Pero si no nos detenemos, si no vamos a la fuente, si no oramos será muy complicado saber discernir y actuar en consecuencia. Muchas veces hemos dicho y también hemos escuchado “no sé lo que Dios quiere de mí”. Esa pregunta seguirá sin respuesta hasta que nosotros tomemos el hábito de orar, de hablar con Dios, de ir preguntándole lo que espera, lo que quiere y pidiéndole las capacidades para responder. No podemos amar lo que no conocemos, no podemos vivir lo que no sabemos, no podemos responder si no nos sentimos llamados, es decir, nadie puede hacer


nada si no sabe. Ir al encuentro con Dios en la oración es una forma de disipar la ignorancia y recibir luz. Orar es necesario para poder confrontar nuestra vida con la vida de Dios, es la única forma donde podemos estar cara a cara con el Señor, con nuestro yo al descubierto, y dejarnos moldear por EL, dejarlo que restaure su imagen y semejanza en nosotros. Cada momento de oración es como entrar a un spa espiritual, donde el Señor te renueva, saca las impurezas y te deja preparado para una nueva jornada en su presencia. La oración nos deja al descubierto delante del Señor, pero no de una manera acusativa, sino de la mejor forma, de la manera constructiva, de la manera que nos hace crecer, de la manera que nos da la oportunidad de ser cada día mejor y de una manera especial de vigilancia. La oración nos ayuda a estar vigilantes con nuestro interior, nos ayuda a ejercer esa delicadeza de conciencia porque nos vamos dando cuenta que al estar delante del Señor, junto al Señor, encontrándonos con nuestro Papá, no podemos negar lo que somos, lo que nos falta y lo que deseamos, por lo que nuestra conciencia se va formando día a día, momento a momento en su presencia. Y es la mejor formación, porque la enseña Dios mismo. La vigilancia cristiana es eso, precisamente, delante de Dios ir viendo lo que somos y desde ese encuentro personal y diario ir cambiando todo aquello que puede obstaculizar el crecimiento, ya que debemos crecer a la medida de Dios.


La vigilancia en la vida del cristiano Cada uno de nosotros debemos tener una atención especial en nuestro interior, un cuidado delicado del crecimiento espiritual. Ser un buen hijo de Dios no es un juego, sino que es un compromiso real y que no todos estamos dispuestos a asumirlo. Este compromiso de cuidar nuestro interior lo capacitamos día a día en la oración, y desde allí obtenemos armas eficaces para poder defender la vida espiritual que debemos llevar. La vigilancia se trata de eso, estar atentos para que nada ni nadie perturbe el crecimiento de nuestro espíritu, de tal manera y como si fuéramos soldados, de batallar con lo que sea para defender lo que hay dentro nuestro. Y lo que hay dentro de nosotros no es cualquier cosa, no estamos hablando de los órganos y todo lo que compone nuestro cuerpo, sino que hablamos del espíritu, del alma, del lugar donde habita Dios. El lugar donde habita Dios, donde nos colma de su Gracia, de su presencia. Y eso es lo importante, eso vale mucho más que el cuerpo. Es mucho más valiosa la Gracia de Dios que el cuerpo mismo, y el cuerpo toma un precio altísimo por el mismo hecho de ser depositario del lugar donde habita Dios. Así como nos dice San Pablo: “¿Acaso no saben que son Templos vivos? (1Cor.3, 16) Esto es lo que hay que cuidar, por esto debemos estar vigilantes, atentos, expectantes, para que nada interrumpa esa Vida que vive dentro de nosotros.


Una buena forma de vigilar es, en primer lugar, tomar conciencia de que somos habitados por Dios. Pensar, razonar, convencernos a nosotros mismos que llevamos un tesoro en una vasija de barro (2Cor. 4, 7) Obviamente, nosotros somos el barro frágil, barro que en cualquier tropezón puede romperse, barro que se puede ir debilitando y hasta desapareciendo, barro, solo eso; pero dentro nuestro está el precioso tesoro, está la Vida de Dios, más bien dicho, está DIOS mismo viviendo y dejándose contener por el simple barro. ¿Por qué Dios se deja contener por el simple barro? Dios hace semejante cosa porque EL nos dio la vida, porque EL sabe que el ser humano es lo mejor de la creación, es la flor de la creación, es su obra culmen. Dios precisamente ha dotado al ser humano de alma, de voluntad e inteligencia, lo ha creado a su imagen y semejanza, por eso Dios se anima a dejarse contener, más aún, quiere vivir en el interior del ser humano, quiere estar, quiere permanecer y por eso nos invita a estar vigilantes, a cuidar esa presencia, a no dejarnos llevar por las cosas del mundo, a que no permitamos las grietas en la vasija de barro. Dios quiere vivir en nosotros por eso lo hace, porque es una decisión divina. ¿Por qué Dios nos carga con semejante responsabilidad? Dios no nos carga con nada, Dios comparte su amor con nosotros y nos cuida, no solo desde afuera, sino que desde adentro también lo hace. Y querer estar en el interior de sus hijos no es una carga, más bien es una tremenda demostración de amor de nuestro Papá, que bien podría dejarnos solitos por el mundo y echarnos un vistazo de vez en cuando, pero más bien quiere estar cerca, demasiado cerca, lo más


cerca posible para acompañarnos y que nos demos cuenta de qué grande es su amor. La responsabilidad de cuidar la Vida de Dios en nosotros es una responsabilidad de amor, se supone que alguien que recibe un regalo tremendo, un regalo que realmente marca una diferencia entre muchos regalos, siente la responsabilidad de cuidarlo, siente la necesidad de mostrarle de alguna manera a quien se lo regaló que está más que agradecido, que ese regalo es importante en su vida, que ese regalo todos los días y a cada momento le habla de él. Así mismo debe suceder con el regalo de la Vida de Dios en nosotros, al tomar conciencia de semejante regalo no podemos más que estar agradecidos y hacer lo posible y hasta lo imposible por mantenerlo intacto. Entonces vigilar es simplemente estar agradecidos por ser habitados por Dios, tan agradecidos que estamos atentos a no tropezar para que el barro no se rompa y el tesoro no se desparrame, es decir, vigilamos para que esa presencia de Dios siga estando siempre en nuestro interior. Vigilar es cuidar. Al decir vigilar, cuidar, estar atentos, decimos nos proponemos a cambiar, a no seguir igual en nuestra forma de ser, en proporcionarle al Señor un lugar digno donde pueda estar feliz habitando. Dejamos atrás el pecado y rechazamos todo lo que pueda afectar esa presencia, todo lo que a Dios no le agrada. Por eso la oración nos ayuda a la vigilancia, porque es el mismo Dios quien nos va diciendo lo que es mejor para el crecimiento espiritual de cada uno y lo que debemos ir dejando de lado.


Vigilar nos ayuda a no caer en tentación Estar atentos al cuidado de nuestra alma, con la presencia en nuestra mente de que somos habitados por Dios, nos ayuda a no dejarnos vencer por la tentación. ¿Qué es la tentación? La tentación es la idea o la forma de algo que no está bien pero que no llega a formalizarse, es decir, cuando somos tentados si no accedemos a eso que se nos tienta no hemos pecado, sino que hemos vencido al tentador. La tentación es la provocación o incitación por parte de Satanás (el Diablo) a acceder, obedecer o no obedecer, aceptar o no aceptar; hacer o dejar de hacer y decir o dejar de decir. Entonces, nos debe quedar muy claro que pasar por una tentación no significa haber pecado, siempre y cuando no se haya cedido espacio a la tentación y haber hecho lo que se nos proponía. El pecado es precisamente, caer en la tentación, ceder a la tentación, dejar que la tentación nos lleve de narices a hacer lo que ella quiere. Mantenernos firmes en la tentación es santidad. Rechazar las tentaciones, sean del índole que sean, eso es santidad, es amor, es amar a Dios por sobre todas las cosas y temer su santo Nombre. La tentación no es más que eso, una propuesta, una proposición a hacer algo contrario al amor de Dios, a la Ley de Dios, a sus enseñanzas. Pero no tiene mayor


importancia si no se la lleva a cabo, si no se le da lugar. En pocas palabras podemos decir que la tentación es solo eso, que si lo rechazamos se transforma en nada. Así como su inventor, el demonio, es solo un personaje instigador, pero nada puede hacernos si no le damos lugar, solo queda en una instigación de su parte y cae por su propio peso cuando los hijos de Dios nos plantamos en nuestra fidelidad al Padre y a lo que EL quiere de nosotros. Por eso, Jesús, en el Evangelio, nos dice “oren para no caer en tentación” y por eso todo el aprendizaje sobre la oración, para que nos quede claro que orando no hay tentación que pueda avanzar. La oración nos amuralla de tal manera que ni siquiera el demonio puede plantearnos una tentación, el que ora vive en paz, el que ora sabe el camino correcto, el que ora sabe decir no, el que ora es fuerte, el que ora no se deja engañar. El que ora adquiere un profundo discernimiento entre el bien y el mal, hace posible que la Ley de Dios escrita en nuestro corazón resalte continuamente en cada situación, el que ora se prepara para poder resistir a cualquier tempestad tentativa que pueda armar el enemigo y no solo resistir, sino que salir en victoria como ningún otro. La oración es el arma letal contra las tentaciones, el viento que sopla el susurro del enemigo, es la voz cantante en la vida del orante, es el grito más fuerte de la palabra ¡NO! Ante cualquier propuesto. Orar es cuidar el terreno de nuestra alma donde habita Dios para que nadie venga a sembrar otra semilla.


Oren para no caer en tentación (Mt.26, 41) dice el Señor y esta frase es dicha por EL en su agonía, cuando se preparaba para la cruz, para el gran Sacrificio por la salvación de todos nosotros. Esta invitación nos debe llevar a la reflexión de que la oración es necesaria en todo tiempo, pero mucho más cuando estamos pasando por tiempos de cruz, cuando todo parece doloroso, cuando todo es difícil, porque es ahí donde el enemigo intenta ganar terreno, es ahí donde se comienzan a escuchar sus voces que dicen: “Dios te dejó solo” “para que seguir” “¿Dónde está tu Dios?” y todas esas frases bien conocidas por todos nosotros. Pero la oración nos ayuda a mantenernos confiados en que Dios siempre está y que con EL todo lo podemos. Solo quien ora puede hacer de su cruz un verdadero servicio de bendición para el mundo, a la medida de Cristo, que nos invita a ser imitadores fecundos suyos. ¿Podemos seguir diciendo que la oración no es importante? Si todavía es esta nuestra actitud es que no estamos orando y el enemigo nos ha ganado el terreno. Nos ha vencido en la tentación, le estamos creyendo a él. Orar para no caer en tentación es lo que nos dice cada día nuestro Señor, nuestro Papá, nuestro Cuidador. Es a EL a quien debemos escuchar y obedecer, por eso, vigilemos con amor para poder responder con amor.


CAPÍTULO II NUESTRA VIDA VIGILANTE Y ORANTE


La Tentación de NO ORAR Sabiendo nuestro enemigo cuál es el arma más poderosa contra sus insinuaciones, por supuesto que va a atentar contra ella. La primera sugerencia que nos hará será ¿Para qué orar? ¡Qué pérdida de tiempo! Es una de las mayores tentaciones, pero tal vez la que menos cuenta nos damos, por el mismo hecho de que nos va insinuando sutilmente para que dejemos de orar, al disminuir el tiempo de oración, luego se van metiendo en nuestra vida las ocupaciones, la familia, el trabajo, la casa, los amigos, los compromisos sociales, un montón de cosas que antes no teníamos en cuenta ahora aparecen como a borbotones y ¿la oración? La oración va perdiendo espacio, la oración va quedando para el momento en que nos vamos a dormir, donde estamos tan cansados de tanto trajín en el día que lo que menos hacemos es orar, más bien respiramos profundo, tal vez decimos ¡Dios! Y hasta mañana, nos dormimos. Y a eso se reduce nuestra oración. Otra tentación de no orar puede ser, precisamente, orar en demasía. Es decir, el enemigo nos hace pensar que tenemos que orar todo el tiempo, todo el tiempo, entonces nuestra cabeza se llena de oraciones y terminamos cansados, agobiados y sin entender que es lo que nos sucede. Sucede que esas oraciones no están motivadas por el amor, sino por una tentación, donde el enemigo se aprovecha de nuestras ansias de orar para hacernos decir o pedir cualquier cosa a Dios y si Dios no responde nos ponemos mal, nos enojamos y vamos perdiendo la fe ¿Puede suceder esto? Claro que si.


El cansancio espiritual nunca puede ser producido por la oración, lo que si puede ser producido por la tentación de orar en demasía. Y ¿Cómo podemos darnos cuenta de que es una tentación y no un pedido de Dios? Simple. Porque si renegamos o dejamos de lado los compromisos principales de nuestra vida eso no es de Dios, Dios no se contrapone a la vida del ser humano, al contrario, Dios pide que seamos responsables. Porque dejamos de hacer cosas importantes, incluso en los apostolados, nos borramos de las responsabilidades, pretendemos que los demás hagan las cosas por mí porque yo estoy orando. Ese no es un sentimiento cristiano, por lo tanto no puede ser un pedido de Dios. La oración siempre me mueve a querer servir a Dios y a los hermanos, nunca me va a estimular a que sea irresponsable o egoísta o cómodo. Por lo tanto esa oración que ocupa mi tiempo no es de Dios. Porque lo que pido son cosas materiales, progresos, que se aleje tal o cual persona, que los enemigos muerdan el polvo, etc. cosas que no son conformes a la voluntad de Dios y cosas que no estimulan mi espíritu a la santidad. Pido cosas, cosas y más cosas, pero en ese tiempo de oración que proviene de la tentación no se me ocurre pedir conversión por ejemplo, o ver mis errores delante de Dios, solo se me ocurre que mi hermano cambie porque yo soy perfecta o perfecto. Y eso no puede ser un pedido de parte del Señor. Y al final del día, y al pasar de los días, cuando veo que dios supuestamente no responde, que Dios no hace nada, que Dios no me hace justicia, que Dios no me ama, y todos esos sentimientos que empiezan a surgir contra Dios podemos ver con claridad que esa oración, precisamente esa oración, no viene de Dios ni está


orientada a Dios por lo tanto es una de las mayores tentaciones. Y nuestra mente se cansa, nuestro cuerpo se fatiga y cuando verdaderamente tengo que orar no puedo, me distraigo, no puedo llegar a la intimidad con el Señor. Hay que tener mucho cuidado, las invitaciones de parte de Dios generan paz, alegran el corazón, dan frutos en nosotros mismos primero, y le agradan al Señor. La verdadera oración produce fecundidad espiritual, amor y más amor, porque el encuentro es con quien sabemos que nos ama. Cuando Dios invita a un tiempo más de oración todo es organizado, nada afecta a la vida de nadie ni a la vida propia, y se cumple con las responsabilidades con alegría y contagiando a los demás. La verdadera oración hace que nuestro espíritu crezca y se vean los frutos. Es animada por la simplicidad, las pocas palabras, el amor con el cual nos dirigimos a Dios y si pretensiones. Se pone a la voluntad de Dios con docilidad y obediencia y recibe de parte de Dios todo lo que necesita. Por eso, es la primera de las tentaciones. Porque sin oración no podemos crecer, no podemos conocer a Dios, no podremos saber su voluntad sobre nosotros, y seremos así carne de cañón para el enemigo, y eso el demonio lo sabe por eso tienta. Y cansarnos, precisamente, con la oración, es una forma de hacer que nos alejemos, que luego no tengamos deseos de orar y que nuestra vida espiritual se debilite.


El espíritu de Dios viene en nuestro auxilio porque no sabemos orar como nos conviene, nos dice San pablo (Rom.8, 26-30) “Somos débiles, pero el Espíritu viene en nuestra ayuda. No sabemos cómo pedir ni qué pedir, pero el Espíritu lo pide por nosotros, con gemidos inefables. Y Aquel que penetra los secretos más íntimos entiende esas aspiraciones del Espíritu, pues el Espíritu quiere conseguir para los santos lo que es de Dios” ¿Qué podemos esperar del espíritu que está en contra de nuestro crecimiento? ¿Qué podemos esperar que haga el enemigo para no permitir que nuestros pasos en la oración crezcan? Es obvio. El espíritu del mal no va a dejar por ningún motivo que entremos en comunión con el verdadero Espíritu de Dios, que viene en nuestro auxilio, ayudándonos a orar con inteligencia, y a conocer la voluntad de Dios. Por eso, el enemigo nos tienta para que no oremos, para que no dediquemos tiempo, para que no invirtamos espacio de amor y de encuentro con nuestro amado Padre, que en la oración nos da todo lo que necesitamos para que nuestra vida sea conforme a su voluntad. Hay que estar atentos, como nos dice Jesús: “Vigilen y oren para no caer en tentación”. Otra forma de tentarnos para que dejemos de orar es la modalidad de sobrecargar nuestra mente con las ocupaciones diarias de la vida, haciendo de esas ocupaciones unas verdaderas perturbaciones. Lo que es bueno y grato a los ojos de Dios, incluso los apostolados, pasan a ser parte esencial de nuestro pensamiento, de


tal forma que solo pensamos en eso, y en el momento de estar con nuestro amado Padre, lo único de lo que hablamos con Él es de esas cosas, del trabajo, del auto, de la casa, de los niños, y es a borbotones que nos salen palabras, incluso a veces, de exigencias para Dios que nos tiene que responder por tal o cual cosa. Pero no nos detenemos a escucharlo, cuando ya dejamos de decir lo nuestro nos vamos a seguir en lo que nos toca, y Dios ahí queda a la espera de nuestro regreso. No escuchamos a dios, solo pretendemos que Dios nos escuche y responda según nuestras peticiones. ¡Qué más quiere el enemigo de nuestra alma que dejemos de escuchar a Dios! Si nuestra oración se ha transformado en un petitorio diario de cosas y perturbaciones que ahogan la voz de Dios, entonces el enemigo ha ganado terreno sin más. Lo que debemos hacer es insistir en pedir el auxilio del Espíritu Santo, para que nos ayude a orar como nos conviene, y volver a la oración de diálogo amoroso con nuestro papá, que nos sigue esperando y nos ayuda con su amor y con su poder. Apenas nos damos cuenta de esto tenemos la posibilidad de hacer el cambio, cuando se detecta la enfermedad es fácil hacer un tratamiento. Y en esta tentación tenemos varios medios para poder erradicarla. Por ejemplo: Hacer una oración vocal para escucharme yo mismo lo que le expreso a Dios y así huirá de mi lado el enemigo porque sabe que ya no puede incitarme a otra cosa o distraerme. O también se puede hacer una oración escrita, el tema es centrarnos en hablar con Dios y escucharlo, por lo que hay que hacer lo posible para estar en comunión con EL, no con nuestras cosas.


Otra tentación muy clara para que no oremos es la culpabilidad, pero no la propia, sino andar buscando culpables de porque no oramos, siendo que en realidad, entre búsqueda y búsqueda se nos va el tiempo que deberíamos dedicarle al señor para nuestro encuentro diario. Mientras más buscamos culpables más encontramos, y eso nos llena de sensaciones y sentimientos que atentan contra la paz y la mansedumbre de la oración y sin darnos cuenta, nos vamos deteniendo en lo que supuestamente causa o es el efecto de nuestra dejadez en la oración, no hacemos nada por revertir la situación, y lo que logramos es alejarnos más y más. Y el tiempo que disfrutábamos de estar en la presencia de Dios pasa a ser el tiempo de los grandes culpables de mi lejanía. Lo que tenemos que tener bien en cuenta que los únicos responsables de nuestro tiempo con el Señor somos nosotros mismos, nadie puede hacer lo que nos toca a nosotros así como nosotros no podemos hacer lo que a otros les toca. Mi tiempo con dios lo tengo que defender a capa y espada, y antes de andar buscando culpables, más bien, dedicar ese tiempo para estar con quien me espera, Mi Padre. Quien tiene el hábito de orar, y que dedica su tiempo para disfrutar del encuentro con el Señor, difícilmente caerá en esta artimaña, no se dejará llevar por esos pensamientos capciosos y maliciosos, sino que de inmediato se dará cuenta de que eso no viene de Dios, por el simple y sencillo hecho de que está acostumbrado a recibir otro tipo de consejos de parte de su Padre, con quien se encuentra a solas y todos los días.


La alegría o el gusto por la oración es lo que el enemigo pone a prueba en un alma que es asidua a la oración ¿En qué sentido? Haciéndole creer que Dios no lo ama y no lo escucha. Sucede que cuando uno recién comienza un camino espiritual el Señor es mimoso, nos da regalos espirituales que usan nuestros sentimientos, es decir, usa la parte sensible de nuestro cuerpo para darse a conocer. Pero debemos tener claro que Dios es una persona, no es un sentimiento. Cuando vamos creciendo en oración eso ya no es necesario, ya que la fe se mantiene firme en la oración y con la oración se alimenta, por lo tanto, lo sentimental queda de lado. Pero, nuestro mayor enemigo, que pretende alejarnos de la oración, empieza a incitar pensamientos de abandono, de desolación, de tristeza en la oración. Y es cuando nos sucede que no le encontramos gusto a la oración, ya no nos hace feliz ir al encuentro con Dios, y como no sentimos nada cuando oramos entonces vamos decayendo hasta que abandonamos nuestro tiempo de encuentro con Dios. Nada más falso que esta realidad que pretende mostrarnos el enemigo y que tantas veces le hacemos caso alejándonos de Dios. Al contrario, cuando nuestra oración está más costosa, por decirlo así, es cuando más debemos perseverar, ya que es allí donde se pone a prueba nuestra fe y nuestra confianza en Dios, en Dios que siempre está, siempre nos escucha y siempre nos habla.


En esos tiempos le reclamamos a Dios que nos hable, que nos diga algo, que se manifieste, pero no es ese el sentido de la oración. No es necesario que Dios se manifieste para que le creamos, nosotros le creemos porque EL es Dios. Así de simple. No tiene por qué hacer cosas extraordinarias en la oración el Señor para mantenernos junto a EL, Dios no es un payaso o un monito que anda divirtiéndonos para que nos quedemos un rato más a su lado. Dios es Dios y estar en su presencia es lo más maravilloso que nos pueda suceder, aunque nos parezca que estamos solos, abandonados y sin que nadie nos escuche. Dios está. El tema es que la tentación es, a veces, tan grande y efectiva, que nos mantiene ocupados en pensar ¿Dónde está Dios? En vez de disfrutar de estar donde está Dios. El encuentro diario con Dios, es, como lo explico anteriormente, el encuentro con un Padre amoroso, que está atento. Por lo tanto, no depende de mi estado de ánimo la oración, lo que si dependerá de mi fervor y de mi fe puesta en práctica para hacer que ese encuentro sea preciosamente efectivo. Rechazar estos pensamientos es la mejor arma para combatir esta tontera del enemigo, convencernos a nosotros mismos de las verdades y atributos de Dios es lo mejor que podemos hacer. Si sabemos que Dios es omnipresente, es más que obvio que en la oración está presente, ya que está en todos lados. No le demos lugar al diablo que con sus diabluras nos quiere alejar de Dios y aletargar en nuestro camino de santidad que propiamente crece en la medida en la que oremos.


Entonces, es necesario que estemos muy vigilantes y atentos para que nada perturbe la oración. Es un aspecto de nuestra vida que debemos defender con ímpetu, porque sin oración nadie puede crecer en la vida espiritual, por lo tanto, la conversión y la santidad no se logrará. La oración nos comunica directamente con el autor de la vida y de la santidad, es la vía directa donde encontramos la voluntad del día a día, y es muy obvio que aquel que no quiere nuestro crecimiento y mucho menos nuestra felicidad, nos ponga trabas de todas formas para que nos desanimemos en la oración. Hacerle caso al demonio es atrasar el camino que Dios tiene preparado, es dejar de caminar para sentarnos al borde del camino como aquella persona que no sabe dónde ir y que de repente se detiene a pensar si no sería mejor volver al principio, y eso no nos conviene. Al costado del camino nadie avanza, más bien es sobre el camino que se dirige uno con seguridad y rapidez. No le demos lugar al demonio, no le dejemos espacios, estemos en comunión con Dios sea como sea, estemos como estemos, sintamos o no sintamos, cansados, sedientos, abrumados, como sea, todo eso lo conoce Dios y es en la oración que suple todas nuestras necesidades. El demonio no puede hacer nada más que tentarnos, caer en la tentación ya es una decisión propiamente nuestra, en el ejercicio de nuestra voluntad y libertad, así que si sucumbimos ante sus apreciaciones es porque no estamos orando como corresponde.


La tentación de callar Preciso es orar para no caer en tentación. Preciso lo es también para saber discernir lo que viene de Dios, lo que nace de nuestra imaginación y lo que es una propuesta del enemigo. La oración nos da pautas concretas de que la voz de Dios siempre nos encaminará a la verdad y a jugarnos por la verdad. Dios no nos miente y nunca nos incitará a mentir. Dios siempre nos habla, nunca nos incitará o aconsejará callarnos ante el pecado o el error. Dios nunca tapará nuestra boca para que una verdad no salga a la luz, Dios nunca propiciará las tinieblas, el enredo, la oscuridad, esa cosa que no nos deja avanzar y que hablando se solucionaría. Por eso, en la oración diaria descubrimos que la voluntad de Dios es total y abismalmente distinta de la voluntad del demonio. No tiene comparación alguna. Un alma orante sabe discernir y actuar en consecuencia, porque en la oración escucha la voz de Dios y aprende de EL. Nunca debemos hacer alocuciones solitarias o pensamientos en voz alta de algunas razones que no sabemos cómo resolver, porque nuestro enemigo el diablo, como león rugiente, anda buscando a quien devorar y si se le da la oportunidad hará lo posible para darnos ideas erróneas. En una situación específica, por ejemplo, donde sabemos fehacientemente, y eso lo subrayo, fehacientemente, que tenemos la posibilidad de poner luz hablando, el enemigo buscará la forma de taparnos la


boca para que esa luz que viene de Dios no disipe las tinieblas que él está poniendo en la vida de los hermanos. Cuando no nos jugamos por la verdad, cuando no aclaramos las cosas con los hermanos, cuando no optamos por el diálogo cuando sabemos que eso sería la solución, cuando no ponemos a la luz una situación de error, cuando no decimos lo que debemos y tenemos que decir en el momento preciso, eso es una de las mayores tentaciones y que afecta enormemente a nuestro espíritu. Afecta a nuestro espíritu porque al no hablar nos hace daño, nos llenamos de bronca y rencor, nos ponemos mal porque pretendemos que nos entiendan y nadie lo hace, nos sumergimos en un eterno círculo de juicios, enredos, peleas, y todas esas cosas que no edifican por no decir de una vez lo que es correspondiente, pensando que no hablando se hace lo mejor, se guarda al otro, o se pone al resguardo la dignidad de la persona. En nombre de todas esas cosas que parecen buenas, incluso hablando de la dignidad, el enemigo usa nuestro silencio para sembrar y sembrar cizaña y así ganar el terreno de nuestra alma y no solo eso, el terreno de los demás y hasta destruir una buena obra de Dios. Hay que ser inteligentes y darnos cuenta de que si de una vez hablamos y decimos lo que sabemos, ponemos luz en la situación, no estamos haciendo otra cosa que la voluntad de dios y Dios es luz y donde hay luz nunca habrá tinieblas. Hay que animarse a decir las cosas, a dar la cara, a no pretender que los demás se ocupen cuando me corresponde ocuparme a mí del tema. Mi


silencio puede dañar mucho, y el daño es a mí mismo y a los demás. El que calla otorga dice el dicho y andan dando vueltas algunos escritos que lo han cambiado un poco, diciendo que no siempre otorga sino que a veces el silencio es porque se está cansado de hablar con idiotas. Pregunto ¿De quién puede ser esta idea? En primer lugar considerar a los demás idiotas denota una falta de amor, y un orgullo egocentrista que no viene de Dios, nunca vendrá un consejo así de Dios. Pero, muchos, caemos en el error de pensar así. Claro, para que voy a hablar si nadie me escucha, si lo que yo digo nunca tengo razón, nadie me tiene en cuenta... frases del enemigo sembradas en la mente humana ¿Para qué? Para que las tinieblas sigan, para que los hermanos estén separados, para que reine la discordia y la falta de dialogo, para que no se puedan solucionar las cosas que simplemente hablando tendrían un corte definitivo y mucha luz. Principalmente debemos hablar, pero la cuestión de hablar, de aclarar, de expresarnos debe ser en el momento justo, con las palabras concretas y con la persona exacta. El momento justo es el tiempo en el cual sabemos que está sucediendo tal o cual cosa, o en el momento en el cual necesito decirlo, sin sacar ni agregar nada, poniendo amor y corazón en lo que digo. Eso sería las palabras concretas, no tengo que inventar nada, simplemente decir lo que se, lo que vi, o si me dijeron así como lo recibí, o lo que siento así como lo estoy sintiendo, con la plena confianza de que mi expresión será tomada con amor y agrado, recibiendo de la otra


parte la luz de Dios. Y esto sería la persona exacta. Yo tengo que hablar con quién corresponde hablar, ya sea con la persona implicada, con un superior, con mi director espiritual, pero que sea la persona correcta la depositaria de mi expresión, eso es poner luz. Si yo ando hablando una y otra cosa con una y otra persona, entonces eso tampoco es de Dios, es se llama chismerío, chisme, murmuración, y eso pone tinieblas, nunca habrá luz si yo me ocupo de andar diciendo varias versiones de una misma cosa con distintas personas. Y eso es claramente del demonio. El demonio nos hace callar lo que es justo y con la persona exacta pero nos incita a hablar lo que es oscuro e incorrecto con las personas equivocadas, con el único fin de crear discordias, quitar la paz y detener el crecimiento personal y comunitario. Nunca callemos una verdad o nuestras propias razones, pero tampoco nunca andemos hablando descolocadamente. Esta tentación se la vence con la virtud de la prudencia, que hace que sepamos discernir el momento justo, las palabras concretas y la persona exacta para expresarnos. Cuando nos demoramos en hablar porque supuestamente “lo estamos orando”, les puedo asegurar que esa oración no está precisamente dirigida por el auxilio que viene de lo alto, es probable que esté dirigida por nuestro ego herido por tanto callar, o por nuestro orgullo que no me deja hablar y quedar expuesto, o por mis temores a decir la verdad porque pueden caerme juicios o incomprensiones, o por mi mala disponibilidad para expresarme ya que me considero una víctima en el


suceso; muchas probabilidades de motivación de “orarlo” pero que en realidad no se ora, sino que se carcome los sentimientos buenos hasta que explota sacando todo lo malo que produjo en todo ese tiempo supuesto de oración. Y ¿Por qué digo que no se lo está orando? El discernimiento es muy fácil, porque mientras yo me tomo todo el tiempo del mundo en el silencio, en otra parte mis hermanos sufren, mis hermanos no entienden lo que pasa, está todo en tinieblas, y yo me sigo tragando esa cosa que en realidad tengo ganas de gritar. Y eso no es fruto de la oración, el fruto de la oración es la paz y la luz. Si oramos el tema, se lo presentamos a Dios, pueden existir dos posibilidades: que Dios me envíe imperiosamente a hablar, o que Dios me dé la capacidad de asumir de tal manera la situación que me sana el corazón y la mente y todo queda en paz. Pero, de todos modos, cuando es hacia afuera, cuando es algo que necesita reparación y luz, el Señor, en oración siempre me enviará a hablar, a decir la verdad, a exponer, a expresarme, a sanar a todos los demás con mis palabras. Dios es un Dios que habla, Dios nunca se queda callado, no se quedó callado ni se quedará callado nunca; siempre comunicó lo que necesitaba decirle a los hombre, siempre suscitó formas de comunicación y personas que hicieron de portavoz, así lo mismo ahora, es nuestro tiempo y a nosotros nos usa como instrumentos para que pongamos luz con sus palabras y con el amor. El silencio es muy grato, ayuda a la oración, hace bien al


alma, propicia el encuentro con Dios, es necesario; pero el silencio de un corazón y una mente que están en paz es el que sirve, el silencio del que se calla porque se deja ganar por la tentación es un silencio destructivo y en nada se compara al silencio del amor de Dios. Es dañino para nuestro espíritu y para los demás. Muchas veces este silencio cómplice del demonio es el que abre grietas en las vidas y en las comunidades y luego nos preguntamos ¿Por dónde se metió el mal espíritu? Respuesta: por tu boca cerrada en el momento en el cual tenías que hablar. No nos carguemos con cosas que nos hacen mal simplemente porque nos dejamos engañar por el enemigo de nuestra alma. Por eso Jesús nos dice: “oren y vigilen para no caer en tentación” La humanidad está muy pendiente de caer, es muy frágil, pero el espíritu que tiene comunión con Dios en la oración diaria crece en virtudes y sabe bien discernir entre el bien y el mal, y todo lo hace para agradar a Dios y cumplir con su santa voluntad. Quien ora jamás se dejará llevar por la complicidad silenciosa del demonio que corroe las construcciones, más bien pondrá luz de inmediato desbaratando las obras del maligno y volviendo al único y verdadero eje de toda nuestra existencia: DIOS Y SOLO DIOS.


La tentación del desaliento El desaliento es un vicio propio del enemigo. Como cristianos podemos estar un poco apagados, sin ánimos, pero nunca desalentados. El desaliento hace que el alma pierda el gusto de las cosas de Dios, que no le encuentre sentido, que ya no tenga más deseos de seguir en los caminos del Señor, porque no le encuentra motivación y mucho menos, no logra ver ningún fruto de su esfuerzo o trabajo. El desaliento tiene su raíz en la tentación que pone el enemigo en nuestras almas y en nuestro pensamiento de querer ver frutos del trabajo que estamos haciendo. En la oración nos pondrá una exigencia mayor de querer ver una respuesta de Dios instantánea a lo que pedimos y al no ver nada o al sentir que Dios se demora nos irá diciendo al oído “viste que Dios no te escucha” “¿Dónde está tu Dios poderoso?” “Viste que los dones no sirven para nada” y así, una y otra cosa que empieza a invadir nuestro pensamiento dejando a Dios como un mentiroso, pero lo que no nos damos cuenta es que en realidad quien nos está poniendo estas ideas es justamente el padre de las mentiras. Si nos dejamos vencer por esta tentación puede producirnos hasta la muerte espiritual, porque al perder la comunión con Dios nos deja muy propensos al pecado, a dejar todo y alejarnos de la vida que nos plantea nuestro Dios. Nos abre la puerta al rechazo de las cosas divinas como si fueran un gran peso y encima un peso que no sirve de nada llevarlo en nuestras espaldas. Y esa es otra de las grandes mentiras, la vida de Dios no se carga en las espaldas de nadie, la vida de


Dios radica en el interior del ser humano, en el lugar íntimo donde vive la Santísima Trinidad, en el alma. Por lo tanto, nunca veremos la vida de Dios sobre nadie, más bien nos daremos que alguien vive la vida de Dios por su testimonio, por su forma de ser, por su amor y alegría, pero no porque lleve algo sobre sí o que le ocupe la espalda. El desaliento produce en nosotros que todo sea pesado, que todo sea incómodo, y ahí podemos ver que es del enemigo, porque él mismo es pesado e incómodo, su vida, su ser, su sufrimiento hace que tenga la necesidad de sacarnos a nosotros la felicidad. El demonio es un ser incómodo por esencia, porque no tiene paz. Y con el desaliento intenta quitarnos la paz. El desaliento nos quita la paz porque el espíritu está atento y el espíritu en ningún momento rechazará a Dios, el espíritu está feliz solo cuando está en comunión con Dios, por lo tanto, la lucha entre el cuerpo desanimado y el espíritu animado hace que no haya paz, pero es una insidia del enemigo y muy propensa a aquellos que no oran. En la oración siempre encontraremos el sosiego y descanso en nuestro padre, y mucho más, encontraremos la razón de nuestro existir, que no es ver frutos, sino simplemente vivir y sembrar. En la oración damos cuenta de que la voluntad de Dios es simplemente que vivamos en comunión con EL, no es tanto lo que hagamos o lo que logremos, porque al vivir unidos a EL nos damos cuenta que todo lo bueno que hay en nosotros le pertenece, es porque EL está con nosotros y nosotros con EL. Y ninguna tarea apostólica,


don, ejercicio de autoridad o lo que sea que hagamos es para acumular méritos propios sino que es para darle gloria a Dios. Y eso lo vemos en la oración, eso lo comprendemos en la oración y eso lo logramos en la oración. Reconocer que Dios merece toda alabanza y gloria, reconocer que nuestra vida debe darle gloria a Dios y reconocer que es eso lo único que debemos hacer, es una buena lucha contra el desaliento. Si nada es nuestro ¿Para qué desalentarnos? Debemos ocuparnos de hacer lo que tenemos que hacer y lo demás es de Dios y para Dios. El enemigo sabe que un alma que glorifica a Dios crece demasiado, a tal punto de saber descubrir sus artimañas apenas aparecen, por lo que tratará de desanimar la oración para que el crecimiento vaya en descanso y llegar a desalentar de tal manera que nos encontremos desubicados y sin saber qué hacer. No le conviene, para sus planes, que un alma crezca. Es por eso que va poniendo estas cosas en el camino. Pero un alma orante nunca se desanimará, porque vivirá en su realidad y sabrá que Dios es Dios y ese es el mayor motivo y motivación para una oración diaria, fecunda y prolongada. Darle lugar en este sentido es simplemente dejarnos morir. Así como cuando físicamente nos descuidamos, no cuidamos el cuerpo a pesar de que sabemos que tenemos una enfermedad, y luego tenemos las consecuencias de los dolores y que la enfermedad se vuelva crónica, así lo mismo con el espíritu, con nuestra alma. Una vez que se instala el desaliento es difícil salir de él, nos dejamos vencer y nos dejamos arrebatar el ánimo de estar con Dios, y eso no debe pasar.


La gloria de Dios es lo que sana esta tentación, buscar su gloria, saber de su gloria, disfrutar de su gloria. Saber que DIOS ES DIOS, vivir que Dios es Dios, disfrutar que EL está y nos ama, debe levantar día a día nuestro espíritu y ponernos animosos en el trabajo diario. Porque Dios se merece mucho más de lo que nosotros podamos hacer o decirle, se merece tanto que ni siquiera la vida nos alcanza para darle todo, sin embargo EL se conforma con nuestra pobreza y acepta nuestro amor. Por lo tanto ¿Para qué desanimarnos? Si de todos modos, si Dios no nos amara y no aceptara nuestras pequeñas alabanzas, no serviría de nada lo que hacemos. Pero la gran victoria es que a los ojos de Dios somos muy valiosos y todo lo que hacemos para agradarle EL lo ve con ojos de amor, con ojos de Padre que ama a sus hijos y todo le es ofrenda agradable, por pequeña que sea. No dejemos lugar al diablo, que no nos arrebate lo que Dios nos da, la paz interior es un don precioso que solo lo obtienen quienes están en comunión con Dios y ese estar en comunión lo da la oración. Es en la oración que nos encontramos con toda la gloria de Dios que inunda nuestra alma llenándola de paz y armonía para poder vivir nuestros días en su presencia y tranquilos de que DIOS ES DIOS. El desaliento no tiene lugar en un alma que ora, porque DIOS habla en la intimidad y siempre nos dice: YO TE AMO. Y esas palabras iluminan todo el caminar cristiano.


La tentación de las propuestas del mundo Cuando hablo o hablamos de mundo no nos estamos simplemente refiriendo al globo terráqueo, sino a la mentalidad egoísta y sin Dios que reina cada día más. Como seres humanos nos vamos “adaptando” a las épocas aceptando todo como una evolución, como cambios necesarios, como cosas que son buenas y que nos hacen bien, olvidándonos del gran discernimiento: “No todo lo bueno es lícito ni todo lo lícito me es bueno” La mentalidad y las filosofías de vida, la falta de respeto a las libertades y a la propia libertad para dar lugar al libertinaje, la ausencia de conciencia de pecado y asumir que todo está bien siempre y cuando nos haga felices, son unas de las tentaciones más arraigadas en los cristianos. Hasta tenemos tan arraigado el tema que nos resulta escabroso pensar en santidad, ya que la vemos como algo aburrido y fuera de contexto en estos tiempos. Pensar en el sufrimiento como una ofrenda agradable a Dios y de gran ayuda para la humanidad es como una comezón que nos agobia, mejor pensar en acabar con el sufrimiento aunque esto incluya matar a otro, con la excusa de que deje de sufrir. Nos vamos adaptando mal a lo que nos parece bien y lo que es bueno para nuestra alma queda aletargado como algo sin sentido y pasado de moda. Eso era antes, ahora es así. Pues entonces, Dios y sus enseñanzas ¿Era


antes? Dios ¿Pasó de moda? Dios ¡No trasciende! La oración nos ayuda a encontrar el equilibrio, a saber discernir entre el bien y el mal, ese discernimiento que siempre necesitamos desde que empezamos a existir. El ser humano sin Dios y sin un encuentro personal con Dios en la oración no sabe qué hacer para su vida, no tiene la brújula que le indique el norte, y eso lo lleva a cualquier lugar menos a donde debería llegar como hijo de Dios. Por eso es tan importante orar, discernir en oración, la palabra de Dios es viva y es eficaz, es real y es actual. No es un cuento. Como tampoco es un cuento hablar con Dios y recibir respuestas. Si quieres tener una mente verdaderamente abierta, no con la apertura que la sociedad te impone, sino con la apertura de la libertad de los hijos de Dios, es necesario orar. Orar es la forma de caminar, orar es la forma de cambiar, orar es la forma de actualizarse todo el tiempo, de vivir en una realidad feliz y sana, orar marca la diferencia entre un cristiano estupidizado socialmente y un cristiano audaz ante la sociedad. Un cristiano que sabe lo que quiere, como lo quiere y qué hará para conseguirlo. Ser cristiano no significa ser extraterrestre, al contrario, significa situarse en la tierra como debe ser, como Dios quiere, como Dios lo ha pensado y como Dios lo desea. No porque Dios se beneficie, sino porque Dios te beneficia con una vida en paz, una vida útil, una vida


dichosa, una vida que vale la pena porque tiene sentido. Es necesario y urgente encontrarle el sentido a la vida, pero no lo vamos a lograr con facilidad si no oramos. Si nos dejamos llevar por la corriente hasta allá iremos, hasta donde desemboque, pero ¿Realmente quieres desembocar ahí? Sea donde sea, no siempre es lo que queremos, en un momento o en el otro nos vamos a sentir como pez fuera del agua. Entonces ¿Qué sentido tiene? No midamos el tiempo de oración, midamos la calidad del encuentro con Dios, para que obtengamos luz y sabiduría, para que obtengamos discernimiento, para que sepamos el verdadero rumbo de nuestra vida y hacia allá nos dirijamos felizmente. La oración es lo que nos dará la capacidad de ir contra esa corriente que nos arrastra, y tomar las riendas de nuestro propósito en la vida. Dios es Dios y nosotros sus hijos y como tales debemos comportarnos en la vida. Esto no significa ser mojigatos, esto significa ser distintos en una sociedad contagiada y clonada de nada que intenta suplirlo todo. Dios suple los vacíos de tu alma con su amor en la oración y eso te da la felicidad. No lo desaproveches ¡¡Anímate a pensar con mentalidad abierta!!


La tentación de pensamientos negativos “Yo no puedo” “Yo no sé” “Yo no soy nada” etc. Etc. Infinitas oraciones negativas sobre nosotros mismos nos invaden a diario y es con lo que luchamos todo el tiempo. Hay una voz que nos va diciendo los parámetros de lo que valemos y de lo que tenemos que hacer o donde debemos llegar o lo que es necesario alcanzar para “ser alguien” en esta vida. Pero ¿De dónde salen esos parámetros o valores? ¿Quién los propone? ¿Quién los ha instituido? ¿Quién empezó con esta locura del valor del ser humano? Desde la tentación que sufrieron Adán y Eva y que los llevó a perder todo aquello tan santo y divino que Dios había preparado para ellos y tener que comenzar una vida diferente al plan de Dios, el mismo tentador que les dijo que serían como dioses, es el que hoy a cada uno de nosotros nos va etiquetando y haciéndonos creer que valemos por lo que tenemos, que somos lo que sabemos, que si el color de nuestra piel es negro es un problema, que si nacimos en Latinoamérica es otro problema mayor, y una y otra cosa. Y ¿Cómo lo hace? Muy simple, a través de nosotros mismos. Si, así como lo lees, a través de nosotros mismos. Hemos aprendido a manejar un lenguaje demasiado negativo, hasta casi sin darnos cuenta. Hablamos más ¡No! Que ¡Sí! Un ejemplo simple y de todos los días, vamos a una tienda y le decimos al vendedor “¡No tiene pan! Antes de


preguntarle ¿Tiene pan? Y no nos damos cuenta que la frase negativa siempre nos va anticipando. Y esto ¿Tiene que ver en nuestra forma de vida? ¿No es simplemente una forma de hablar? Si bien es una forma de hablar, es una mala expresión, es una expresión incorrecta. El pan no tiene caso acá, el caso es que anteponemos lo negativo. Sucede que en nuestra vida nos cuesta ver las cosas positivas, o tener esperanzas de que todo saldrá bien, siempre hay en nosotros ese miedo que reina, ese temor que paraliza, que nos hace pensar una y otra vez que aquello no se dará, o si se da no será tan fácil, o si se da fácil es porque lo perderé pronto. Solemos decir que lo bueno dura poco y ¿Eso por qué? Nuestro enemigo nos tiene enviciados en un círculo de negatividad que nos nubla la visión de Dios, no nos deja ver con claridad las bendiciones. Si, Dios nos bendice, pero seguro que algo pasa… y ese seguro que algo pasa nos programa para ponerle negatividad y de una u otro forma nos disponemos a que pase lo que se espera. La oración nos da el aliento necesario y la convicción fuerte de que Dios es un Dios positivo, es un Dios de bondad, es un Dios de bien. Y ese Dios es parte de nuestra vida. No vamos a poder dejar de escuchar las voces que nos dicen tantos no si no nos encontramos con el ¡SI! De Dios en la oración. Con Dios sí se puede, con Dios todo es posible, con Dios lo negativo no tiene lugar. El mismo demonio sabe que si nos convencemos de esta


realidad se le acaba su juego, porque ya no podrá hacernos creer que Dios todo lo niega, que Dios todo lo prohíbe, que dios nos quiere amargados, que Dios no es fácil para pronunciar un sí a nuestro favor. Pero orando nos daremos cuenta de cuánto de positivo nos rodea. Nos daremos cuenta que nosotros tenemos un único valor y que es igual y grande para todos, es la dignidad de hijos de Dios. Seamos como seamos, sepamos lo que sepamos, con títulos, sin títulos, de Europa o de américa, hablemos el idioma que sea, tengamos dinero o no, gordos o flacos, enfermos o sanos, la dignidad de hijos de Dios es de todos y eso es lo más positivo que pueda existir en esta vida. Orando podremos descubrir que ya no es necesario escuchar esas voces tontas que nos hacer creer menos, solo porque se les ocurre, sino que tomaremos impulso para poder mostrar cuán iguales somos todos en dignidad. Orando aprenderemos a disfrutar de lo que sucede cada día en nuestra vida, con una mente abierta y despierta, expectante a la obra de Dios, dejando de lado todo aquello negativo sobre nuestra persona y sobre las demás. No es fácil darse cuenta que tan metido está el demonio en las estructuras sociales, en las formas de expresión, en los comportamientos, pero es importante la oración para no dejarnos engañar más. No dejemos lugar a que el demonio siga jugando con nosotros, poniéndonos unos contra otros como si fuera verdad absoluto, todo lo que viene de él es relativo y hasta sin cuidado, somos


nosotros los que le damos demasiada importancia entonces el va creando y tejiendo su sociedad negativa y discriminadora, sociedad malvada y al mismo tiempo sin sentido. En la luz de la oración encontramos la fuerza positiva que puede cambiarnos, que puede hacernos crecer, que puede llevarnos a la verdadera etiqueta que nos merecemos: hijos de Dios. Dedicar tiempo a la oración es una buena inversión para que luego todo sea mejor en nuestra vida, mejor en el sentido de visión, de dejar de andar amargados por todo, de poder encontrar las cosas que nos hacen bien, que nos ayudan a crecer y compartir con los demás lo que somos, como somos y disfrutar de poder aportar mi personalidad positiva. En la oración está el cambio que anhelamos, porque los que vamos a cambiar somos nosotros mismos, y desde nosotros todo lo que nos rodea. Basta de ¡NO! Con Dios todo se puede, aunque el enemigo nos haga ver otra cosa, es pura fantasía. Los problemas existen, todos tenemos problemas, pero ponerle negatividad a los problemas es un verdadero infierno. Un infierno que nos come la cabeza y nos anula para pensar en soluciones. La solución está en Dios, en confiar en Él y en aprender de cada problema la lección para crecer. Eso es todo. Orar nos hace positivos y felices.


La tentación de ordenarle a Dios Otro gran tema es cuando el enemigo de nuestra alma se mete en nuestra conversación con Dios haciéndonos creer que nosotros podemos imponerle cosas a Dios. Orar no significa que Dios tenga la obligación de responder. Orar es mucho más que pedir. Por eso existe la oración de petición o intercesión para pedir gracias, es buena y loable y Dios la escucha con agrado y responde en su tiempo y según nuestra conveniencia. Pero la verdadera oración para el crecimiento espiritual es la del encuentro con Dios, la oración donde lo contemplamos, donde vamos deseosos a conocerlo y a aprender de Él. Esa oración es la que nos da luz, la que nos fortalece, la que hace de nosotros nuevas criaturas. No es ir al encuentro con Dios como con una lista de supermercado a ver qué consigo y si no consigo me amargo, me enojo, pienso que Dios no me quiere porque no me escucha. Esa es la tentación que más lo divierte al diablo, porque logra su cometido. Logra que nos enojemos con Dios porque no nos da lo que queremos. Dios espera adoradores en Espíritu y en verdad, a Dios no le hacen falta niños caprichosos como hijos. Nos ama como somos, pero los caprichos nada tienen que ver con la oración. Nosotros no podemos darle órdenes a Dios ni imponerle nada, Dios sabe lo que nos hace falta. Dios en su palabra dice que insistamos con confianza, que pidamos una y otra vez, que nuestra oración nunca es


defraudada. Pero eso no significa que Dios tiene que hacer lo que yo le digo, cuando yo le digo y porque yo lo digo. Una oración soberbia no agrada a Dios y no le hace bien a nuestra alma. Una oración confiada nos alivia y hace de nuestro interior un buen espacio de amor y presencia de Dios. Por eso, hay que entender muy bien, que el momento de oración en nuestra vida es un tiempo de encuentro, de disfrutar de estar con Dios, de dejarnos amar y corregir por El, de escucharlo y dejarnos mimar. Es tiempo para que Dios nos exprese su amor, para que nos deje ver su corazón, para disfrutar!! La oración no es una lista de imposiciones donde lo único que hacemos es pedirle cosas y ponerle tiempo de respuesta, eso no es orar, eso es querer que Dios haga lo que nosotros queremos. Respetar el tiempo de Dios es el mejor arma para que el enemigo huya aplastado, para que se quede sin argumentos. Una oración confiada y llena de amor paciente es lo que hace quedar en ridículo a nuestro enemigo y es lo que Dios ve en nuestro corazón. Confiar y esperar, Dios sabe lo que necesitamos y a su debido tiempo lo hará. Si el enemigo quiere hacernos creer que Dios quiere que suframos y nosotros nos desesperamos, entonces ha logrado no solo la tentación sino que nos ha puesto la zancadilla y nosotros nos hemos dado contra el piso. Así es, nos hizo caer. En cambio, si nosotros demostramos


paciencia y perseverancia, confianza y esperanza, pero sobre todo perseverancia en el encuentro con Dios, donde disfrutamos de estar con el, donde si nos da o no nos da no es lo que importa, entonces nuestro enemigo el diablo ha sido vencido. Orar es disfrutar de la presencia de dios, no hay momento mรกs placentero y animador que ese, no dejemos que el diablo lo arrebate poniendo soberbia en nuestras peticiones.


La tentación del trueque Me das y te doy o te doy pero si me das. De eso se trata el trueque ¿Verdad? Y que feo pensar que andemos en esas con el Señor, pero muchas veces es así. Hacemos novenas, sacrificios, caminatas, peregrinaciones, ayunos (no es que esto esté mal, al contrario, como ofrenda es precioso a los ojos de Dios) para que Dios nos de algo. Y si no lo conseguimos ¡Chau Dios! ¡A otra cosa mariposa! O tenemos oraciones y rezos donde prometemos que si nos da tal o cual cosa haremos tal o cual otra. Eso no es orar, eso es jugar al trueque con Dios, ponerle condiciones a un ser Superior que todo lo puede y que nos ama. ¡Iré a Misa si me sano de esta enfermedad! Mejor sería ir a Misa a fortalecerse para sobrellevar la enfermedad o para recibir la gracia de la salud. Y ¿Qué sucede si no se sana? O ¿Qué sucede si se muere? Sucede que se perdió uno de los mayores encuentros con Dios, el más sublime regalo de Dios de su presencia y que podemos disfrutarlo gratuitamente cada vez que queramos. Así de simple y así de tontos somos muchas veces. ¡Daré mi diezmo si consigo que me mejoren el sueldo! Más bien porque no ofrenda al Señor parte de lo que gana para que Dios le multiplique al ver su generosidad. Dios no se deja ganar en generosidad y si nos animamos a dar, no es que El dará por ese motivo, sino que premiará la generosidad de un corazón desprendido que aun teniendo poco es capaz de compartir con los demás.


Pero de nada sirve tampoco dar dinero en ofrenda para que Dios me dé más a mí. Algo así como ¡Señor te doy 10 pero me lo multiplicas por mil como dice tu Palabra! ¡No! ¡No! ¡No! Eso es necedad, no es generosidad. Dios no es un banco que paga intereses si depositamos en plazo fijo, Dios es un Dios que ve los corazones, conoce las intenciones y sabe responder con amor. Y así, cuántas cosas más que le ponemos a Dios, como mira Señor tengo esto para darte si me das aquello. Es una locura pensar así, sin embargo, como el diablo no tiene cordura, nos contagia de sus ocurrencias que en vez de acercarnos a la oración nos alejan y nos dan ganas de terminar toda relación con Dios. Seamos astutos, acerquémonos a Dios con amor y respeto, disfrutemos de su presencia, ofrezcamos nuestra nada, nuestra simplicidad, lo que somos y lo que tenemos. Dios sabrá qué hacer con todo eso y sabrá darnos a cada uno según nos corresponda en su sabiduría. No menospreciemos a Dios poniéndolo a la altura de las cosas humanas. A Dios no se lo compra con un diezmo, a Dios se le toca el corazón con la humildad y yendo a su presencia a buscarlo. Buscar a Dios porque es Dios, buscar a Dios para recibir su amor, buscar a Dios para disfrutar de un crecimiento espiritual que solo Él puede darnos, eso es lo que debemos hacer, y terminar nuestra etapa inmadura de comerciantes, que ni siquiera tienen una buena mercancía para ofrecerle a cambio.


Inmaduro el diablo que tuvo la osadía de acercarse a Jesús y querer tentarlo con reinos, con dinero, con fama y todas esas cosas que él sabe ofrecer, que no posee, pero que las ofrece. Y eso mismo quiere que hagamos nosotros, como si contáramos con algo valioso para canjear con el Señor. A los ojos de Dios somos valiosos porque somos sus hijos, pero como seres humanos tenemos el corazón bastante deteriorado como para presentarnos a hacer un canje. Lo que mejor nos viene es pedirle a nuestro Padre amado que nos cambie, que nos renueve, que nos haga de nuevo pero por su gran amor y misericordia, que mire nuestra nada y que desde esa nada nos haga un todo con El.


La tentación de huir Nada más cobarde que pretender huir de la presencia de Dios, como si Dios no pudiera vernos o saber qué es lo que pensamos o sentimos. Cuántos hermanos nuestros dispersos por el mundo proclamando a viva voz el ateísmo, diciendo que Dios no existe, queriendo explicar científicamente que Dios es un cuento. Si Dios fuera un cuento, personalmente, sería el mejor y el único que quisiera volver a leer, del cual me nutriría cada día aun sabiendo que no es realidad. Gracias a Dios no es fábula, gracias a Dios es una perfecta realidad la existencia de Dios. ¿Por qué sucede esto? La explicación exacta debería darla Dios mismo si es que ha asustado a alguien o no sé, le ha pedido cosas feas que no se pueden cumplir, pero no soy quien para pedirle explicaciones a Dios, por lo tanto daré mi simple opinión, que confío el mismo Dios me asiste con su Espíritu para que lo escriba. Sucede porque el ser humano, inteligente y todo como es, a veces no sabe utilizar su inteligencia sino para llamar la atención de los demás. Esa búsqueda de atención y de querer ser el centro del universo, lleva al ser humano a contrariarse con la existencia de Dios, y por eso huye inventando cosas y haciendo creer a la muchedumbre, esa que no tiene fe, pero que todo se lo cree. Así mismo hizo el diablo, por querer ser más que Dios


con su forma de actuar no solo fue expulsado del Reino, sino que el mismo terminó huyendo como una rata. Y eso quiere que los hijos de Dios hagamos, que huyamos de nuestro padre. Desde el comienzo, Adán y Eva huyeron de la presencia de Dios porque se descubrieron desnudos, pero ¡Oh! Sorpresa, Dios los buscó, les dio la oportunidad de expresarse, de que contaran la versión de su historia. Caín cuando mató a su hermano Abel huyó de la presencia de Dios pero ¡Oh! Sorpresa, Dios le salió al encuentro para hacerle caer en cuenta de su error. Desde que el ser humano es huye, pero no solo huye de Dios, huye de sí mismo, huye de los problemas, huye de las responsabilidades, huye de la libertad. Y lo hace porque no encuentra en sus propias fuerzas el motivo para seguir adelante, pero lo que no se da cuenta es que huyendo no soluciona nada, más bien empeora todo. El ser humano huye de la oración refugiándose en otras teorías, huye de la contemplación con el ruido del mundo, huye de la familia con la infidelidad, huye del amor con el odio y la guerra, huye de su ser humano con su egoísmo. Es la tentación que el demonio implanta en la debilidad humana, huir, no hacer frente, ser cobarde como lo es el. El demonio no soporta la valentía de los hijos de Dios, el demonio huye precisamente de aquel que es fuerte, del que se mantiene en Dios, del que expresa su fe, porque sabe que nada puede hacer desde su cobardía ante un corajudo.


Huir no soluciona nuestra vida, orar ¡Si! Para Dios no es ninguna sorpresa que pequemos, El sabe que somos pecadores, pero prefiere un alma humillada y contrita, un alma que se anima a presentarse delante de El a pedir perdón, antes que un hijo que se esconde detrás de sus maldades. Dios siempre está dispuesto a perdonarnos, es más, nos ofrece su perdón incondicional, perdona y borra la cuenta. Somos nosotros que desconfiamos de la misericordia de Dios por eso huimos, y al huir nos alejamos, más huimos y más lejos quedamos. Esa apatía que nos colma al estar lejos de Dios es muy difícil de vencer, y cómo vencerla si no es orando. Por eso no debemos alejarnos de Dios, no importa lo que somos ni lo que hacemos, los defectos está, los errores también, los pecados mucho más, pero la perfección solo es de Dios, por eso podemos acercarnos confiados a El, que nos recibirá siempre con los brazos abiertos. Dios no desprecia a nadie, Dios no se fija en las personas ni en sus apariencias, Dios conoce el corazón. Dios ama al pecador aunque aborrece el pecado. No nos es lícito huir, eso lastima nuestra alma, más bien es totalmente lícito y bueno humillarnos delante del Señor y buscar su abrazo sanador. El diablo en su cobardía busca que nos apartemos, el suscita cada día más, nuevas formas disfrazadas de Dios para que nos confundamos, y en esa confusión no nos damos cuentas que cada vez estamos más lejos de


la Verdad y más cegados por la mentira. No le demos lugar, no nos creamos todo lo que nos dicen, seamos objetivos, defendamos nuestra fe, no tengamos miedo, porque Dios está con nosotros. Como dice el Salmo “Aunque me escondiera en las profundidades allí me encontrarías” por lo tanto, dejemos que Dios nos encuentre y detengamos nuestra huida absurda. Dios es un Dios real y verdadero, por más que las voces mundanas quieran opacarlo, el que siempre permanece es El. Todo pasa y todo pasará en este mundo, y al final lo único que encontraremos será a El… y ya no podremos huir. Aprovechemos para conocerlo cada día más, acerquémonos en oración, disfrutemos su amor y que el demonio se retuerza de envidia porque nosotros ¡Si! Sabemos muy bien en quien tenemos puesta toda nuestra confianza.


La tentación de la mentira Hoy en día no se sabe si las cirugías estéticas que arreglan la nariz son para disimular el síndrome pinocho o para dejar más bello el rostro. Es tan común y moneda corriente la mentira que vivimos en un mundo que no sabe ya lo que es verdad y lo que es invento. Una mentira acarrea otras mil y esas otras mil, otras mil más. Y ¿Cuándo acabará? ¿Por qué es tan difícil hablar con la verdad? La verdad compromete demasiado, a veces dicen. Pero me pregunto ¿No compromete mucho más una mentira? Vivir en la mentira nos hace vivir como en una convalecencia de la cual no sanamos nunca, y nos estresa pensando que a tal persona le dijimos esto, a la otra aquello, que no se nos vaya a olvidar, y ¿Cómo era? ¡Por Dios! ¿Quién puede vivir así? La mentira genera desconfianza, traiciona la confianza, desangra el alma, defrauda. La mentira es el veneno más poderoso que hoy en la sociedad nos tiene a todos contra todos. Nadie sabe quién dice la verdad y quién miente y ¿Eso por qué? Porque nos hemos acostumbrado a salir del paso con mentiras, a no enfrentar la realidad con mentiras, a disimular, a decir medias verdades, a dar por válidas las denominadas mentiras “piadosas”. La palabra piadosa viene de piedad y piedad es un don de Dios que nos capacita para estar en comunión con él.


Por lo que se me ocurre decir que nunca he visto y no creo que me toque ver una mentira orando, es decir, una mentira ejerciendo la piedad, o mejor dicho una mentira piadosa. Cuando los chicos mienten no se los corrige, ya aprenderán solitos. Cuando un joven miente se lo comprende es demasiado joven, es adolescente y está adoleciendo, luego de grande no sabe dónde está parado entonces miente para ser alguien, y cuando se da cuenta que ese alguien que inventó no existe en su vida ya es mayor y se deprime, tiene crisis de identidad y todo por qué, porque nadie le dijo que hablar con la verdad, aunque cueste es lo mejor, siempre lo mejor. Y ¿Quién es el padre de la mentira? ¡¡Ahh!! Y nosotros nos decimos hijos de Dios, pero en realidad cuando mentimos ¿hijos de quién somos? ¿Quién es nuestro padre? ¡¡Ojo con esto!! Por qué pasan tantas cosas nos preguntamos, y ¿Por Qué? Porque nos dejamos convencer por el padre de la mentira, que con decir una media verdad o con hacernos un pequeño invento no hacemos mal a nadie ¿No? ¿A Nadie? Claro que si, a nosotros en primer lugar y luego a todos los que nos rodean. El diablo nos convence de que no pasa nada, que todo el mundo lo hace, que no es la muerte de nadie. Y así crece la mentira, de una “piadosita” pasamos a una injuria, de una injuria a una calumnia, de una calumnia a un falso testimonio, y es una seguidilla de mentiras que atormentan el alma y degenera la sociedad ¿Tanto? ¡¡Si!!


Y mucho más ¿A quién le gusta vivir engañado? En teoría a nadie, pero en la realidad que se vive parece que a todos, porque pequeños y grandes usamos el camino corto de la mentira en vez de esforzarnos por la verdad. El arma contra esta artimaña que provoca desastres en nosotros y en la sociedad es la verdad, solo la verdad y nada más que la verdad. Y la VERDAD es Dios. Orar nos hace fuertes para no caer en esta tentación, esta tentación es una de las peores y la más sutil, la más utilizada, la más usada y en la que más caemos. La oración vence a la mentira. Porque delante de Dios aprendemos a decir la verdad, a Dios no podemos mentirle, entonces más hablamos con Dios más aprendemos a decir la verdad. El nos enseña que “la Verdad los hará libres” y esa es la razón. La mentira encadena, quien miente vive encadenado a tener que seguir mintiendo, y llegará el momento que hasta puede enfermarse al creerse todos sus inventos. La mentira no solo enferma el alma, enferma la mente. Acerquémonos a Dios fuente de toda verdad para que nos instruya y nos fortalezca para hablar lo que corresponde, con valentía y audacia, para su mayor gloria. Seamos libres


La tentación de la soledad y/o aislamiento Mejor solo que mal acompañado dice el dicho. Pero ¿Quién inventó esa frase? ¿A quién se le ocurrió? Dios no nos creó para que estemos solo, Dios nos creó para vivir en familia, para compartir en comunidad, para disfrutar de los demás. Hasta lo podemos comprobar porque vivimos en sociedad, no vivimos cada uno en una isla solitaria y sin nadie que nos rodee. Al demonio no le queda otra, para debilitarnos, que hacernos creer que estando solos, sin compartir, sin involucrarnos, estaremos mejor. Que nadie necesita de nadie e incluso, que nadie nos necesita a nosotros. Y lo peor de todo esto es que ¡Le creemos! No se trata de vivir todos amontonados metidos en la vida de los demás, se trata de tomar conciencia de que no vivimos solos y que no fuimos creados para vivir solos. Se trata de respetar y saber que cada uno tiene su libertad y que mi libertad tiene el límite de la libertad de los demás. La tentación de la soledad es la transmisión más profunda del demonio, que es un ser que prefirió estar solo y hacer su vida sin Dios, y que le molesta que los seres humanos vivamos como hermanos, le molesta que podamos compartir y comunicarnos con los demás. Esta tentación empieza con un sentimiento de vacío, como que nada nos contenta, nada nos llena, estamos rodeados pero nos sentimos solos, nos sabemos amados pero no sentimos ese amor. Sentimos que nadie


nos quiere, nadie nos valora, y nos vamos apagando, nos invade la apatía y nos encerramos en nosotros mismos. La soledad como contemplación y espacio para crecer interiormente es buena, es necesaria, pero cuando se transforma en un estado permanente, donde no me relaciono con nadie ni soy capaz de estar contento o contenta en sociedad o en comunidad ya es una tentación. Y cuando la tentación ya se instala en la vida es ahí cuando comienza el aislamiento, es decir, vivir como si estuviéramos solos en una isla. Debemos detenernos con urgencia a discernir si nos estamos dejando llevar por esta tentación, ya que ni como sociedad ni como comunidad eclesial es bueno, y nuestro egoísmo ha de ir creciendo de tal manera que no lograremos convivir. Hoy en día vemos cómo se ha instalado esta tentación en la sociedad, cada uno vive como si el otro no existiera, nadie se solidariza con nadie, es como una lucha de todos contra todos. Una sociedad violenta, no solo por las guerras, sino por los sentimientos de odios, rencores, avaricia, y competencia. Estamos acostumbrados a este tipo de sociedad y nos parece común que así sea ¡Qué cada cual haga lo suyo! ¡Que no se metan conmigo! Pero en realidad ¿Quién verdaderamente puede vivir así? Y pasando al plano espiritual y eclesial, comunitario, para


lo que hemos sido creados, para convivir en Dios, para vivir la comunión de hermanos, la soledad es la peor tentación de desunión, de incomunicación, de falta de compromiso. Y lo peor es cuando esta tentación nos hace dudar de la existencia de Dios, de su amor y de su misericordia. El demonio se encarga de convencernos, por todos los medios posibles, que Dios no existe. Y si no logra que creamos eso insiste, y nos intenta convencer que ¡Sí! ¡Es verdad que Dios existe! ¡Pero Dios no te ama! Eso es lo que busca, eso es lo que intenta, hacernos creer que Dios nada tiene que ver con nosotros, que Dios no ama al ser humano, que todo lo que sucede es castigo de Dios. Esto desemboca en que el cristiano se aísle, no se comprometa, viva criticando, todo lo vea mal, se vuelva incrédulo y desconfiado de todos, y a toda enseñanza le encuentra un pero, excusando su tentación de soledad y aislamiento y culpando a los demás de sus defectos y de sus escándalos, se vuelve el juez de todos para encontrar paz en su aislamiento. No hemos sido creados para vivir solos, Dios nos quiere en comunidad, disfrutando de la verdadera vida de cielo que es compartir la vida en Dios. No nos dejemos convencer por el demonio, no le demos lugar. Recurramos a la oración y dejemos que el amor de Dios nos inunde cada día para poder compartir y para poder dar testimonio de que Dios nos ama y nos cuida, nos toma de la mano y nos conduce, y quiere que vivamos como hermanos. Nuestro testimonio fundamentado en la


oración y el encuentro con Dios ayudará a los demás a lucha también contra la soledad y el aislamiento, espina tan clavada en la sociedad actual. Seamos transmisores de comunión, de amor, de buena y feliz convivencia. Dios es comunidad y desde su propio seno nos invita a vivir de la misma forma.


La tentación de la desobediencia El ser más desagradablemente desobediente es el demonio ¿Qué otra cosa pretenderá de nosotros sino la desobediencia? Claro está que al demonio le molesta un cristiano obediente, no solo le molesta, es que un cristiano obediente es para el demonio como una muralla infranqueable. La obediencia es la virtud de los santos, pero no hablo de los santos canonizados, hablo de todos y cada uno de nosotros. Es la virtud que nos hace fuertes contra las tentaciones, es la virtud que hace huir al enemigo, es la virtud que nos mantiene en perfecta comunión con Dios. Por eso, la tentación de desobedecer es la que desequilibra la vida cristiana totalmente ¿Cómo entender una vida cristiana sin Cristo? Eso es algo que no existe, por eso entonces la tentación. El demonio insiste en que nos digamos cristianos pero que no nos preocupemos tanto en serlo, es decir, que para el mundo digamos que somos cristianos pero que no hagamos todo lo que Dios dice, que eso es aburrido, que necesitamos ser libres en nuestro pensamiento y actuar, que no todo lo que Dios enseña o pide es posible y que no es necesario siquiera intentar vivirlo. Gravísimo error y en el cual se cae repetidas veces, puras excusas demoníacas van rodeando nuestra vida y llevando nuestras acciones a una triste desobediencia que nos arruina el caminar y nos hace perder el rumbo. Dios quiere lo mejor para nosotros, siempre desea el


bien para sus hijos, por eso nos enseña, nos corrige, nos ayuda a crecer. Dios no quiere pruebas ni obstáculos en nuestro camino, pero cuando aparecen muchas veces tienen raíz en nuestra desobediencia. Cuando decidimos sin pensar en las consecuencias, cuando decidimos sin tener en cuenta el plan de Dios, cuando decidimos en contra de su voluntad, cuando no nos interesa la felicidad sino el simple placer mundano, ahí aparecen los dolores y luego ¡La culpa la tiene Dios! Él tiene la culpa, supuestamente, por ponernos tantas reglas en nuestra vida y no darnos libertad de hacer lo que se nos antoje. Dios respeta nuestra libertad, nunca se interpone en nuestras decisiones y nunca nos reclama cuando no le obedecemos, pero nosotros sí le reclamamos cuando las cosas nos salen mal. No nos detenemos a contemplar lo desobediente que somos sino lo malo que es Dios con nosotros: eso es parte de la tentación de desobediencia. Dios no nos pone un yugo que nos inhabilita para cruzar los límites, si fuera así viviríamos felices porque estaríamos dentro de los parámetros de su plan perfectamente, sin embargo Dios nos deja libres para obedecer o no. Y nosotros ¿Qué hacemos? Nosotros nos ponemos a escuchar al demonio que con actos, circunstancias, motivaciones, y todos los medios que se le ocurre no dice que no es necesario obedecer a Dios, que vivamos según lo que a nosotros nos parece y que así seremos felices. La obediencia es la mejor decisión en nuestra vida, ponernos en comunión con Dios, asumir su plan de amor en nuestra vida, vivirlo con radicalidad, sin temor al


ridículo, el que obedece nunca se equivoca, el que obedece es libre, el que obedece disfruta de las mejores consecuencias de sus actos. La obediencia no anula la personalidad, la obediencia resalta la personalidad, la hace fuerte, firme, y decidida. Cualquiera desobedece, solo una persona firme y fuerte es capaz de obedecer, es capaz de dar testimonio de que se puede vivir conforme a la ley de Dios, en su santa voluntad y ser feliz. Por eso el demonio quiere sacarnos de ese camino, para que los demás no puedan ver con claridad que se puede, porque si uno lo vive es un signo de interrogación para los demás, y se convierte en testimonio y ese testimonio arrastra a muchos. El demonio es desobediente, no sabe lo que significa obedecer, por eso es un personaje triste, infeliz, y sin siquiera un poquito de libertad, es presa de su propia inmundicia, de su propia desobediencia. Y eso es lo que pretende que vivamos, que seamos infelices, que seamos presos de nuestras pasiones y nos alejemos cada vez más de Dios. Obediencia es sinónimo de crecimiento, de poder espiritual, de respaldo de Dios. Dios respalda al obediente. Orando se aprende a obedecer, orando se descubre el plan que debemos aceptar, orando se acrecienta la comunión con Dios que nos invita a vivir junto a El y a ser felices.


ツ。ツ。ツ。GRACIAS SEテ前R!!!

Autorizo a que este material pueda ser impreso y propagado entre aquellos que lo necesiten. Y gracias por ayudarme a evangelizar.

Ivana Garramone


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