En segundo lugar, los partidos respondieron a los incentivos de la cerrada competencia electoral y la pluralidad política. Por ello, para tratar de maximizar el triunfo y ante la innegable realidad de que ningún partido por sí mismo es actualmente capaz de saberse ganador de la contienda presidencial, los nueve partidos nacionales que tienen registro y conforman el sistema de partidos, decidieron agruparse en tres coaliciones que postulan a tres candidatos. Eso, además por el hecho –correcto a mi juicio– de no contar con segunda vuelta electoral. Los partidos se ajustaron ante lo cerrado de la contienda y ante el hecho de que desde Ernesto Zedillo en 1994 y hasta nuestros días, ningún presidente ha ganado por mayoría absoluta de votos; y Felipe Calderón y Enrique Peña ganaron con menos del 40%. Así las cosas, los partidos ofertaron al electorado tres coaliciones para la elección presidencial: “Todos por México”, que integra a partidos (PRI, PVEM y Nueva Alianza) que de tiempo atrás sostienen una alianza electoral y legislativa estable y que postula al itamita José Antonio Meade Kuribreña; “Por México al Frente”, que concretó a nivel nacional las alianzas que el PAN y el PRD habían experimentado desde 2015 para las elecciones locales –en realidad, con antecedentes desde el sexenio pasado– sumando también a Movimiento Ciudadano y que postulan a Ricardo Anaya Cortés. Por último, Andrés Manuel López Obrador, que es postulado por los partidos Morena, PT y Encuentro Social, conformando la coalición "Juntos Haremos Historia". En tercer lugar, los escenarios electorales. Algo que distingue las últimas elecciones presidenciales mexicanas de las que se celebraron el siglo pasado por setenta años, es que ahora hay certidumbre en el procedimiento (que organiza el INE) e incertidumbre en los resultados, por lo cerrado de la contienda. Ello no quita que al día de hoy, se observen algunos paralelismos y discontinuidades con anteriores elecciones presidenciales, como las de 2006 y 2012. Al igual que en 2006, Andrés Manuel López Obrador –eso parecen indicar las encuestas serias y las no tanto- arrancó con una cómoda ventaja la carrera presidencial. Pero justo
Ojalá las elecciones, sirvan para revertir dos de esas lecciones duramente experimentadas en el país: que se debe incentivar la participación libre y comprometida de los jóvenes en política y en la vida pública, y que las elecciones siguen siendo, pésele a quien le pese, el mejor instrumento que hemos encontrado para canalizar la competencia política… la lección de 2006 enseña que la campaña es relevante hasta el último día, y que la decisión mayoritaria de los ciudadanos puede revertir en la jornada electoral la tendencia inicial de intención de voto de las campañas. En ese sentido –y siendo finales de marzo, principios de abril, en pleno periodo de una rareza definida por la legislación electoral como “intercampañas”, un limbo entre las precampañas y la campaña propiamente dicha que apenas arrancará el 30 de marzo- una lectura sobre la percepción en la evolución de proceso electoral, pareciera ser que la coalición de López Obrador mantiene el liderato, aunque estancado, y que Ricardo Anaya comienza a dejar rezagado a Meade. En un contexto de fuerte desafección hacia la democracia, de desprestigio de los partidos, y de bajas identidades ciudadanas con los partidos, el voto estratégico que realicen los electores será, como suele serlo, crucial para las elecciones mexicanas. Un porcentaje muy bajo del electorado se siente adecuadamente representado por alguna de las opciones que encontrará en la boleta presidencial, por lo que una porción significativa de la ciudadanía, terminará votando
2 Sobre este tema que me parece crucial escribí en La Razón de México el 7 de febrero de 2018. Aquí la liga: https://www.razon.com.mx/de-que-hablamos-cuando-hablamos-hoy-de-elecciones/
CONEXIÓN
Abril 2018
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