PREVIEW AMENAZAS 1. LA LLEGADA

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LA LLEGADA Raúl Montesdeoca

ISLA DE NABUMBU Serie AMENAZAS / 1



Capítulo I El todoterreno Mercedes Benz clase G de color negro se detuvo en el estrecho arcén de la carretera comarcal a la orden del copiloto. —¡Para el coche, está por aquí cerca! El que había hablado era un tipo robusto, si bien se notaban algunos excesos de la buena vida en su abdomen. El cabello y la barba eran de un negro intenso, aunque aquí y allá se veían algunas canas que agrisaban el conjunto. Vestía con un aspecto casi monacal, también de negro riguroso, algo que contrastaba con su expresión irreverente. —¿Has detectado algo? —preguntó una pasajera que ocupaba el asiento trasero del vehículo junto a un cuarto hombre. Era una mujer hermosa a su manera, su cabellera color miel se mecía sobre sus hombros al hablar, enmarcando un rostro anguloso y bien formado de ascendencia centroeuropea. Su extrema palidez era bastante llamativa, así como el hecho de que usara unas gafas de sol a pesar de que era un día gris y brumoso en Baleira, algo nada extraño en Galicia. Al hablar asomaron entre sus labios unos incisivos extrañamente largos y afilados. 5


—Sí, el amuleto de San Cristóbal se ha movido. Apunta al interior del bosque —señaló el hombre de negro hacia la foresta que se extendía a su derecha mientras sostenía la medalla con la otra mano. El conductor apagó el motor. Debía estar sobre la treintena de años, con un aspecto físico envidiable. La ropa de estilo militar dejaba entrever que debajo habían músculos bien trabajados. El pelo cortado a cepillo y su ademán delataban su pasado en el ejército. Cuando habló se notó que estaba habituado a mandar. —Bien, se acabó el paseo en coche. Toca caminar. A partir de aquí hay que extremar las precauciones. Ya sabemos lo peligroso que puede llegar a ser. Abrió la puerta y comprobó que el cargador de su pistola estaba lleno de balas de plata, por si llegaban a ser necesarias. De su lado se abrió la puerta trasera y descendió el cuarto de los ocupantes, un hombre joven de aspecto urbanita que contrastaba con el entorno rural en el que se encontraban. Parecía un extra fugado del musical Grease. Nada más poner un pie en el suelo sacó un cigarrillo de su cazadora, se lo llevó a la boca y lo encendió con una llama que surgió de su dedo índice. —¡Apaga esa mierda! Puede olerla a kilómetros —dijo el de aspecto militar, apuntando con el mentón al camino real que se adentraba en el bosque. —¡A sus órdenes, mi general! —respondió el interpelado con un burlón saludo marcial. —¡Sergi, deja de tocar los huevos! Ahora estamos trabajando —le reprochó desde el otro lado del coche el hombre de negro. A regañadientes tiró la colilla al suelo y la aplastó con sus botas de piel de serpiente. —Eso no ha sido muy ecologista. 6


Sergi se dio la vuelta y le enseñó el dedo corazón en todo su esplendor a Millarca. La pálida mujer no dejaba escapar la ocasión de pincharle siempre que se presentaba. El sendero era estrecho, a la izquierda la ladera del monte y a la derecha un pequeño murete de piedra cubierto en gran parte de musgo. De fondo un manto de hayas, que se extendía en todas direcciones. La omnipresente bruma apenas dejaba un campo de visión de una decena de metros. —Jorge, no pretendo quejarme pero localizar algo en medio del follaje va a ser imposible. En cuanto abandonemos el sendero apenas habrá visibilidad —dijo el de las ropas negras al que parecía llevar la voz cantante. Aquel meditó su respuesta y se dirigió a todo el grupo: —Joan tiene razón. Son seiscientas hectáreas de bosque, sería como buscar una aguja en un pajar. A menos que tengamos un imán, claro —dijo Jorge Caballero. —Vale, reconozco que me he perdido. ¿De qué imán hablas? —interrumpió Sergi. —Se llama metáfora, quizás no te suene porque sale en los libros —le respondió Millarca. —Lo que trataba de decir —continuó Jorge— es que esconderte en un bosque es fácil, sobre todo para alguien como él. Pero ocultar tu aura de alguien que ignora los obstáculos es mucho más complicado. Sergi abrió los ojos como platos. —No me gusta por donde está yendo esta conversación. ¿No estarás pensando en invocar a… ella? —preguntó Sergi. —Ese era justo mi plan. Ninette sigue siendo un miembro valioso del equipo y la necesitamos. —Sí, sí, lo que tú digas. Pero me siguen dando escalofríos cada vez que aparece. 7


Ignorando el último comentario, Jorge miró a Joan Alcázar y asintió. El mago no necesitó más explicación. Con el extremo de su bastón de pomo de plata despejó la hojarasca que cubría el suelo y trazó un círculo de invocación. —¡Aduccere animam! —recitó una vez terminado el ritual. Una espesa nube de humo comenzó a formarse en el centro de la circunferencia y a girar en torno a sí misma, aumentando de tamaño a un ritmo vertiginoso hasta alcanzar la altura de una persona. Poco a poco los zarcillos de niebla fueron disolviéndose y bajo ellos apareció una silueta traslúcida. Una joven envuelta en vaporosas gasas transparentes, que por momentos se hacían indistinguibles de la bruma que envolvía el lugar. Se intuía belleza en su faz a pesar de que no resultaba fácil distinguirla bajo la mortaja que la cubría. —¿Por qué me habéis llamado? —preguntó la silueta con una voz mezcla entre infantil y de ultratumba. —Tenemos que encontrar a Román. Y ha de ser pronto, debemos ocuparnos de otro asunto importante —respondió Jorge sin inmutarse ante la sobrenatural presencia de Ninette. La espectral joven inclinó la cabeza en señal de aceptación y se giró para internarse entre la densa arboleda, sin aparente esfuerzo ya que su forma intangible atravesaba los obstáculos que suponían las ramas y los zarzales. Al poco desapareció de la vista de sus compañeros. —¡Joder, qué mal rollo! —dijo Sergi. —Al menos hay alguien que sigue las instrucciones sin protestar — atajó Jorge la queja. No hubieron de esperar demasiado. Cinco minutos después, la fantasmal forma de Ninette regresó. 8


—No está muy lejos, a un kilómetro sendero arriba llegaréis hasta un claro en el bosque. Ahí le encontraréis —dijo Ninette con su singular voz. —¿Encontraréis? ¿Acaso no te incluyes? —se interesó Joan. —No creo que pueda ser de más utilidad en esta misión —se excusó la joven. —Podría ser necesario que lo poseas si la cosa se sale fuera de control —insistió el mago. —Yo… lo siento. No creo que pudiera soportar estar dentro de su mente y compartir sus recuerdos —dijo Ninette algo asustada. —De acuerdo, puedes volver a descansar —concedió Jorge. Tal y como llegó, Ninette desapareció. —Millarca, tú serás la vanguardia. Acércate por arriba y sé extremadamente sigilosa. Cuando tengas localizada su posición, nos darás un aviso silencioso a nuestros GPS. Sergi, tú darás un rodeo y lo traerás hacia donde estaremos Joan y yo. Su temor ancestral por el fuego es nuestra única baza buena en esta partida, así que aprovéchala. Una vez entraban en el campo de batalla se acababan las quejas y reproches. Hasta el efervescente Sergi acató las instrucciones sin decir palabra. Aunque probablemente maldecía para sí mismo por tener que meter sus caras botas de piel en medio del lodazal. El aviso del GPS zumbó en un sordo sonido y todos tomaron sus posiciones. Sergi avanzaba nervioso entre la maleza, no estaba en su entorno. Una rama partida crujió bajo su peso y se rompió. Se quedó quieto como una estatua, en el silencio del bosque aquello había sonado como un trueno. Había delatado su posición. Fue entonces cuando lo vio. 9


Estaba allí con sus largos y velludos brazos sobre los troncos de sendas hayas. Apoyado sobre sus cuartos traseros debía rondar los dos metros de altura a pesar de que se hallaba algo encorvado. En su rostro no quedaba ni un atisbo de humanidad, borrada por completo por la bestialidad de unas facciones lupinas. Sus ojos eran dos ascuas de furia, que brillaban con luz propia entre la niebla y de sus mandíbulas babeantes surgió un amenazante rugido infrahumano. —¡Joder, joder, joder! —gritó Sergi cogido de imprevisto. Como reacción, extendió los brazos al frente. Una potente explosión de fuego y sonido atronó frente al hombre lobo, que aulló rabioso. El ataque no consiguió causarle ningún daño, aunque sí sobresaturó los aguzados sentidos de la criatura, que salió huyendo en dirección opuesta. —No he quedado muy digno, pero al menos lo he mandado a la posición de Jorge. Ahora es su problema —dijo mientras resoplaba aliviado el piroquinético. Jorge y Joan vieron cómo se sacudía el follaje. Algo de gran tamaño se acercaba a toda velocidad, arrasando cuanto se interponía a su paso. El jefe del equipo sacó una de las pistolas que llevaba al cinto y apuntó al frente, ayudándose de ambas manos para dar estabilidad al tiro. Junto a él, Joan murmuraba con evidente tensión los versos de un ritual de protección. Una lluvia de ramas, hojas y tierra precedió a la aparición de la bestia en el claro. Jorge no dudó un instante. En un parpadeo ya había tirado dos veces del gatillo y los dardos tranquilizantes se clavaron en la carne del monstruoso ser. Con un rugido de rabia se deshizo de los molestos dardos con un simple manotazo. Sus ojos se fijaron en los dos humanos y les advirtió con un grave gruñido en tono amenazador. 10


—¡Podemos hacer esto fácil o difícil, tú eliges Román! —gritó Jorge adelantándose varios pasos y sin dejar de apuntarle. El hombre lobo comenzó a arañar el suelo con sus patas traseras mientras se agazapaba y ponía en tensión sus músculos, preparado para saltar.

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Capítulo II Joan Alcázar pasaba las cuentas de un rosario que sostenía en la mano derecha. El rutinario proceso le ayudaba a focalizar el conjuro. No era una tarea fácil mantener el círculo protector. Era como chocar contra un muro de rabia primigenia. El impresionante hombre lobo no le quitaba ojo de encima. Lo más escalofriante era que, a pesar de su aspecto bestial, en sus ojos se reflejaba un brillo malicioso que nada tenía de animal. La bestia se movía inquieta alrededor de Jorge y Joan, sin terminar de atreverse a recorrer los pocos metros que les separaban. En un instante desvió su atención hacia una rama baja. Hubiesen podido jurar que en sus fauces se había dibujado una sonrisa. De un rápido tirón la arrancó de cuajo, dejando el tronco astillado, y la lanzó con su brutal fuerza contra Joan. El mago intentó esquivar el impacto y lo consiguió tan solo a medias, lo suficiente para que no le partiera el cuello, pero sin poder evitar caer derribado y llevándose en el proceso un considerable golpe. Perdida la concentración del invocador, el hechizo protector había dejado de surtir efecto. 12


Jorge Caballero volvió a disparar. Su dedo no dejó de moverse hasta que hubo vaciado todo el cargador de dardos tranquilizantes. Si le causaron algún efecto, el hombre lobo no dio muestras de ello. Ni se molestó en retirar los proyectiles que colgaban entre su hirsuto pecho. Jorge supo que no iba a ser suficiente y desenfundó el arma de la cartuchera de su cintura. La que iba cargada de balas de plata. La velocidad de la criatura era increíble. Jorge era uno de los mejores y más rápidos tiradores del mundo con arma corta. No se llegaba a líder de un equipo como aquel por mera casualidad. Ya lo tenía prácticamente encima cuando su brazo apenas había alcanzado la altura de la cadera mientras trataba de apuntarle. Otro borrón apenas apreciable por el ojo humano descendió desde unas ramas altas a su derecha y cayó sobre el hombre lobo, deteniendo la mortífera carga de la bestia. Era Millarca, aunque habría sido difícil reconocerla al ver su rostro ahora. Su mandíbula parecía mucho más grande y una hilera de afilados dientes arriba y abajo recorrían sus otrora sensuales labios. Los dos rodaron con el impulso de la inercia en una nube de zarpas y dientes. La vampira había mordido al lobo humano en un hombro y una mancha granate comenzó a manchar el pelaje que le cubría el cuerpo. El lupino ser trató de deshacerse de Millarca arañando con sus garras a la desesperada, tratando de quitársela de encima, pero ella parecía anclada a su espalda. Comenzó a retorcerse como una anguila y en uno de sus espasmos golpeó contra el tronco de un haya. Jorge pudo oír desde su posición el ruido que hacían los huesos de Millarca al quebrarse, un sonido nada agradable. La vampira se vio obligada a soltar su presa por el dolor, quedando tumbada de espaldas y a merced de su enemigo. Dos aullidos brotaron de la inhumana garganta del hombre lobo 13


cuando sendas balas de plata atravesaron su espalda. Perdió todo el interés en la vampira que yacía derrotada y se giró para centrarse en Jorge, que le encañonaba con su pistola automática. —¡Ya es suficiente! —ordenó Jorge Caballero. Un gruñido bajo y quedo fue la respuesta que obtuvo. Otra detonación rompió el silencio del bosque y una nueva bala de plata impactó en la pierna derecha del hombre lobo, que cayó de bruces al perder apoyo. —Déjalo ahora mismo. O te juro que sacaré la espada — advirtió Jorge. El hombre lobo parecía dudar entre levantarse o hacer caso de la orden. Finalmente comenzó a transformarse. El pelo pareció ser absorbido por su cuerpo, que se retorció hasta quedar en posición fetal. Uno a uno, los músculos se fueron recolocando hasta volver a una anatomía humana. Un hombre de pelo y barba canos, ambos largos y desarreglados, casi con aspecto de mendigo. —Vale, está bien. ¿A dónde hay que ir? —concedió Román. —Sube al maldito coche, te lo contaré por el camino. Ya hemos perdido demasiado tiempo con tu escapada —finalizó Jorge la conversación. El inspector Ramírez respondió airado cuando tocaron a la puerta de su despacho. No le gustaba que le interrumpieran cuando estaba concentrado en un caso, y el que tenía entre manos ahora mismo le traía de cabeza. El alcalde, la prensa y los medios no dejaban de presionar. Con razón, era la quinta chica desaparecida en Bilbao y alrededores en menos de un mes. Nunca se habían enfrentado a un caso igual. —¿Llego quizás en mal momento? —preguntó el hombre que abrió la puerta. 14


—¡Hombre, Jorge! Me alegro de verte. Pasa, por favor. Y disculpa mis modales, necesito un café y tres días seguidos de sueño —se disculpó el policía. —Te veo bien, para hacer trabajo de despacho, claro — bromeó Jorge. —Dios, hacía una eternidad que no nos veíamos. Desde los tiempos de la Legión. —Sí, ha llovido un poco desde entonces. He de reconocer que me sorprendió recibir tu llamada. —No sabía a quién acudir. Nos estamos enfrentando a algo nunca visto. Recordé que tú estabas con los del Departamento de Amenazas Sobrenaturales y estoy tan desesperado como para intentar cualquier opción —dijo Antonio Ramírez mientras jugaba nervioso con un bolígrafo. —Lo estuve, pero ya no. Ahora voy por libre —explicó Jorge Caballero. —Como ya te dije estoy dispuesto a agarrarme a un clavo ardiendo con tal de resolver esta situación —dijo el policía. Jorge Caballero tomó asiento. —Explícame entonces qué es lo que ocurre. El inspector Ramírez se atusó la perilla antes de iniciar su relato: —Hemos tratado de esconder a los medios que las desapariciones de los últimos meses están relacionadas, pero sospechamos que se trata de la misma persona… o la misma organización. —Si es un caso de secuestro no creo que sea el más adecuado para el asunto. Si me llamaste es porque sospechas que puede haber algo sobrenatural en el asunto, ¿no es así? —No se te escapa una. Nunca he sido ni creyente ni supersticioso pero no quiero dejar ninguna opción sin investigar. 15


Justo ayer intentaron raptar a una sexta chica en Barakaldo. Todas cumplen el mismo patrón de edad, apenas unas adolescentes. Esta es la única que ha logrado escapar del secuestrador. No pudo reconocerlo y el único dato que nos ha dado es que se trata de una persona de baja estatura. Aunque sí logró quitarle el cuchillo con el que la amenazaba al atraparle el brazo con una puerta blindada. El arma es de lo más extraña, tiene unos grabados ininteligibles para mí. Sospeché que pudiera tratarse de alguna secta satánica o algo por el estilo, pero no se parece ni remotamente a nada de lo que tengamos en nuestros archivos. Y ahí es cuando pensé en ti —reconoció el inspector. —¿Podría ver el cuchillo? —preguntó Jorge Caballero. Antonio Ramírez se levantó y abrió la cajonera de un gran archivo a su espalda. Se quedó inmóvil y dudoso por un momento. —Esta es la única prueba que tenemos. Si se extraviara me estaría jugando no solo mi puesto, sino el prestigio de la policía en esta ciudad —advirtió antes de entregar el cuchillo. —Necesito estudiarlo detenidamente y también una copia de todo lo que tengas sobre el caso. Pero tienes mi palabra de que te lo devolveré, si es que eso te sirve de algo. —Son malos tiempos para la confianza. Aunque en tu caso haré una excepción —dijo el inspector Ramírez entregándole el sensible material. Jorge Caballero selló el tácito pacto con un apretón de manos y dejó la comisaría. En la calle, recorrió dos decenas de metros para subir a un todoterreno negro con los cristales tintados por la puerta del conductor. Una vez instalado, entregó la bolsa a Joan Alcázar, que ocupaba el asiento del copiloto y se terminaba un pringoso kebab en aquel momento. —Creo recordar que había dicho que nada de comida en el coche —dijo Jorge. 16


—Sí, me suena que algo dijiste al respecto —respondió Alcázar mientras se limpiaba las manos con una servilleta que arrojó al suelo del vehículo. Jorge suspiró. Joan Alcázar podía ser enervante, pero era uno de los mayores expertos en magia de todo el planeta. Estaba dispuesto a pagar el precio de su falta de disciplina y sus extravagancias, que compensaba con creces gracias a su eficacia. Joan tomó el cuchillo en sus manos. Era una típica navaja vasco oriental, de las llamadas yatagan por su similitud en el diseño de la hoja que usaban los antiguos ejércitos turcos. Tenía una extraña inscripción grabada en ella. No pudo reconocer la aleación que la formaba, no se parecía a ninguna de las que él conocía. La sensación al tocar el metal era inquietante, como si el material emitiera calor, pero en ninguna parte se veían mecanismos o conexiones. —¿Entiendes lo que dicen las inscripciones? —preguntó Jorge Caballero a su socio. —No. Pero reconozco los símbolos —dijo Joan preocupado—. Pertenecen a un lenguaje mucho más antiguo que la propia humanidad.

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