Iscreb Llicó Inaugural Curs 13-14

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El ecumenismo como movimiento de paz en los siglos xix y xx Cardenal Walter Kasper


I.  Los inicios del ecumenismo

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l pasado año celebrábamos el quincuagésimo aniversario de la inauguración del Concilio Vaticano II. El papa Juan XXIII iniciaba su discurso del 11 de octubre de 1972 con las palabras: “Gaudet Mater Ecclesia”. Con ellas expresaba exactamente el sentimiento de aquellos entre nosotros que ya somos suficientemente mayores para haber podido vivir este acontecimiento de forma consciente. Yo mismo recuerdo vivamente el entusiasmo que se fue difundiendo desde el momento del anuncio del Concilio por parte de Juan XXIII, un entusiasmo que nuestros jóvenes actuales difícilmente pueden experimentar. Cuando entre los años 1952 y 1956 estudiaba teología en Tubinga nos estaba prohibido asistir a las clases de teología de la facultad de teología protestante, pero no por estar prohibido dejaba de ser interesante acudir a ellas de vez en cuando. Los primeros encuentros entre estudiantes, asistentes y profesores, que hoy son naturales, se nos aparecían entonces como los acontecimientos del siglo. Ya la primera constitución conciliar, la constitución sobre la Liturgia Sacrosanctum concilium, incorporaba en el prólogo la promoción de la unidad de los cristianos en el programa del Concilio. El decreto Unitatis redintegratio sobre el ecumenismo fue la respuesta a lo prometido. Afirmaba que el ecumenismo no era ninguna clase de hallazgo humano, sino un impulso del Espíritu Santo (UR 1; 4). ¡Vaya diferencia con la encíclica de Pío XI Mortalium animos (1928) y con las prohibiciones anteriores del Santo Oficio! Cuando más adelante, el 6 de enero de 1964, el papa Pablo VI, después de siglos, se encontró en Jerusalén con el patriarca Atenágoras, habló de una hora histórica “après des siècles de silence et d’attente”. El patriarca ecuménico se expresó de forma parecida: “Depuis des siècles le monde chrétien 11


vit dans la nuit de la séparation”. En el penúltimo día del Concilio, el 7 de diciembre de 1965, la bula de condena entre Roma y Constantinopla del año 1054 fue borrada de la memoria de las dos iglesias con un largo aplauso de los padres conciliares.1 Se había iniciado una nueva época ecuménica. El papa Juan Pablo II, en la encíclica Ut unum sint (1995), habló de una época de gracia ecuménica (UUS 4; 100) y señaló el camino ecuménico como irreversible (UUS 3). En la carta apostólica Tertio millenio ineunte (1994) en la cual anunciaba el gran Jubileo del año 2000, se mostraba convencido de alcanzar la plena comunión con las iglesias ortodoxas en el año 2000 o, por lo menos, de estar muy cerca de lograrlo (34).

II.  Los antecedentes históricos Hoy muchos pueden preguntarse: ¿no fue todo una ilusión?, ¿un sueño demasiado bonito para que fuera realidad? ¡No, no fue ningún sueño! Tenemos que confiarnos a la realidad más fuerte que existe para nosotros los cristianos. Nosotros nos hemos tomado en serio la oración que Jesús en la noche de su muerte nos dejó como testamento: «Que todos sean uno» (Jn 17,21). Jesús quiso una sola Iglesia. Todas las separaciones contradicen de forma manifiesta el deseo de Jesús. En todos los siglos se han dado exhortaciones a la unidad e intentos de rehacer la unidad perdida.2 Piénsese en los larguísimos esfuerzos de san Agustín en relación con las comunidades cismáticas de los donatistas; piénsese en el intercambio epistolar entre Bossuet y Leibniz en el siglo xviii. Pero a un movimiento ecuménico tal como lo conocemos hay día no se llegó hasta el siglo xx. Es a partir de esta fecha que para designar los esfuerzos cristianos en vistas a la unidad se emplea la palabra «ecumenismo». La elección de esta denominación es significativa. Porque con la palabra «ecumene» se ha elegido un concepto antiguo que originariamente no significaba la unidad de 1.  Tomos Agapis, Roma-Estambul 1971, con el intercambio epistolar entre Roma y el patriarcado ecuménico y los discursos del papa Pablo VI y del patriarca ecuménico Atenágoras durante su histórico encuentro del 5 y 6 de enero de 1964 en el Monte de los Olivos en Jerusalén. 2.  En lo que sigue me atengo a muchas de las ideas que he expuesto en el prólogo a la obra Wege zur Einheit Schriften zur Ökumene I [WKGS 14] (= Caminos hacia la unidad. Escritos sobre ecumenismo), Friburgo, 2012, con el título «Unidad, para que el mundo crea».

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los cristianos sino de toda la tierra habitada; es decir, la unidad de toda la humanidad en aquellos tiempos conocida.3 Las dos cosas, la unidad y la paz entre los cristianos y la unidad y la paz en el mundo, están, tal como quisiera mostrar en lo que sigue, en íntima relación. Y no es ninguna casualidad que el papa que incorporó el movimiento ecuménico, Juan XXIII, justamente hace sesenta años, el 11 de abril de 1953, en un momento en que el mundo se hallaba ante el abismo de una guerra atómica, publicara la encíclica Pacem in terris. Así pues en el siglo xx había causa suficiente para subrayar la íntima relación entre la unidad de la Iglesia y la unidad y la paz en el mundo. Porque el siglo xx fue como casi ningún otro siglo anteriormente un siglo oscuro. Dos sistemas totalitarios esclavizadores del hombre, dos guerras mundiales con muchos millones de muertos, millones de desplazados y hombres huyendo de sus países, asesinatos de pueblos enteros, de forma particular la Schoa, el asesinato de millones de judíos y otros declarados de raza inferior planeado por el estado, muchas guerras regionales mantenidas por las grandes potencias, muchas dictaduras violentas, violaciones de los derechos humanos fundamentales, injusticia, hambre y miseria en muchas zonas de la Tierra para millones de seres humanos. El movimiento ecuménico en el Concilio Vaticano II no ha caído inesperadamente del cielo.4 Llegó justo en el momento en el que empezaba la secularización moderna. La secularización no tiene sus raíces únicamente en la Ilustración; una de sus raíces se halla en la división dentro de la cristiandad. Durante las horribles guerras de religión que siguieron a la división de la fe del siglo xvi, de manera particular durante la Guerra de los Treinta Años, se puso de manifiesto que la fe cristiana ya no podía ser por más tiempo el lazo de unión de los pueblos de Europa y que llevó a Europa al borde de la ruina. En vistas a la supervivencia se impuso la necesidad de buscar una nueva fundamentación de la unidad y de la paz. Se halló en la razón común a todos los hombres. Y la fe pasó a ser asunto privado y se construyó un

3. Sobre el significado y el uso diverso del concepto de ecumene y ecuménico, cf. Handbuch der Ökumenik, vol. I, 20-28; N. Lossky et alii (ed.), Dictionary of the Ecumenical Movement, Ginebra 2002; W. Tönisssen (ed.), Lexikon der Ökumene und Konfessionskunde, Friburgo, 2007. 4. R. Rouse – Ch. Neill (ed.), Geschichte der ökumenischen Bewegung 1517-1948, 2 vols., Göttingen 1957, 1958, editada posteriormente en 3 vols. por H. E. Fey, Göttingen 1974; G. Tavard, Geschichte der ökumenischen Bewegung, Maguncia, 1964; H. J. Urban – H. Wagner (ed.), Hanadbuch der Ökumene, vol. 1 y vol. 2, Paderborn 1985-86; A. Klein, «Ökumedne II» en LThK VII (1998) 1017-1022; J. Ernesti, Kleine Geschichte der Ökumene, Friburgo, 2007.

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orden social basado en la razón común. No se quería suplantar a la religión pero sí apartarla de la vida pública, lo que condujo a su marginación. Los cristianos son también culpables de la secularización moderna (GS 19). En los movimientos de repristinación del siglo xviii que siguieron a la Ilustración, en el Sturm und Drang, en el Romanticismo, en el pietismo, surgió una tendencia contraria. De forma independiente de las otras, en distintas iglesias y en distintos continentes nacieron distintos movimientos de plegaria para la unidad de los cristianos. Por iniciativa de Lewis Wattson y Spencer Jones, este movimiento desembocó en 1908 en la Semana de plegarias para la unidad de los cristianos. El papa León III y sus sucesores la impulsaron también.5 La Iglesia católica participó ya desde el principio en este movimiento de plegaria. Se puede citar el ejemplo de san Vicente Palotti en Roma, en Alemania el de Johann Michael Sailer, el del obispo Wilhelm Emmanuel von Ketteler y el de Adolf Kolping.6 Por tanto no es verdad, como se está afirmando ininterrumpidamente, que la Iglesia católica siempre fue rezagada y retardada en el movimiento ecuménico. De buen principio participó en el ecumenismo espiritual, del cual surgió después el ecumenismo institucional. El Concilio Vaticano II, recogiendo este impulso, designó la oración por la unidad como el alma de todo el movimiento ecuménico (UR 8). También detrás de la Conferencia Mundial de las Misiones de Edimburgo del año 1910, que se considera el punto de partida del movimiento ecuménico moderno, hay que situar a estos grupos de plegaria. El moderador de la conferencia indicó, una vez terminada, que lo más importante no había sucedido en el seno de la conferencia, sino fuera, en los grupos de oración que acompañaban a la conferencia. Los participantes –en aquellos momentos sin católicos–, se preguntaban por qué los esfuerzos en la misión universal tuvieron tan exiguos resultados. La respuesta fue unánime: la causa determinante del poco resultado se hallaba en la división de los cristianos. De este mismo parecer surgieron los dos movimientos que siguieron a Edimburgo: Faith and Order y Life and Work que en el año 1948 en Ámsterdam se unieron para formar el Consejo Mundial de las Iglesias. Desde un principio fue claro, pues, que la unidad de los cristianos y la unidad del mundo van siempre juntas. Entre las dos Guerras Mundiales, durante la Segunda Guerra Mundial 5.  Handbuch der Ökumene, vol. 2, 117-119. 6.  Ibíd., vol. I, 316-324.

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y en los tiempos de miseria que la siguieron, surgieron muchos grupos y círculos ecuménicos en el seno de la Iglesia católica. En el fondo se trataba de un deseo espiritual común, aunque también las historias y los destinos personales fueran la causa de su nacimiento. Cristianos católicos y protestantes yacían juntos en las mismas trincheras, también en los bombardeos, en las evacuaciones, en los campos de prisioneros así como también en los campos de concentración y en situaciones de persecución. Todo esto acercó a cristianos de distintas confesiones, que hasta aquel momento ni se conocían, y los unió en una comunidad de destino. Cuando muchos edificios eclesiales fueron destruidos por los efectos de la guerra, era evidente que se abrieran las iglesias intactas dando así muestras de hospitalidad mutua. De esta manera se pusieron las bases para una vida y un trabajo comunes de los cristianos en muchos ámbitos, tanto de la vida personal como de la pública, tal como fue natural entre nosotros después de la Segunda Guerra Mundial. El ecumenismo no es, por tanto, un producto originado en la cabeza de algunos teólogos e iluminados; no nació de unas ideologías ilustradas ni de una postura puramente filantrópica. Tiene su Sitz im Leben en la experiencia dolorosa de los hombres que en medio de la necesidad y la persecución, a pesar de sus diversidades, descubrieron una unidad superior en el único Señor Jesucristo. Y fue en aumento en medio de las situaciones de necesidad y de destino del siglo xx. En la actual sociedad plural, cada día más secularizada, la vida y el trabajo en común se hacen del todo indispensables; es más, son una necesidad del momento. En muchas naciones europeas, en Francia, Inglaterra, Bélgica, Holanda, en los países escandinavos, también en Alemania, sobre todo en la antigua República Democrática de Alemania y en Chequia los cristianos confesantes y practicantes son una gran minoría. La diferencia real ya no se sitúa entre cristianos católicos y protestantes, sino entre cristianos y no-cristianos, con frecuencia entre los que son religiosos y los que son religiosamente indiferentes. Por eso los cristianos confesantes y practicantes deben buscar más la unidad, permanecer más unidos y dar juntamente testimonio de su fe y de los valores fundamentales de esta fe. Hasta ahora he hablado de los trasfondos históricos del ecumenismo con la cristiandad protestante. Bajo los mismos puntos de vista voy a pasar ahora a hablar del ecumenismo con la cristiandad oriental. Con ello nos resultará todavía más comprensible su dimensión política. A la cristiandad oriental no pertenecen únicamente las iglesias ortodoxas de tradición bizantina, sino también las iglesias ortodoxas orientales (cop15


tos, sirios, asirios, armenios, etíopes, malankares). Son iglesias que ya en el siglo v se separaron de Bizancio y con ello también indirectamente de Roma. Desde hace más de un milenio y medio viven, frecuentemente bajo persecuciones, aisladas de la gran cristiandad a pesar de haberse mantenido fieles a la verdades fundamentales de la fe apostólica. Actualmente se encuentran en una situación difícil, acosadas y amenazadas, y necesitan urgentemente nuestra solidaridad y apoyo. La división entre las iglesias orientales y las occidentales, que en general se sitúa al principio del segundo milenio, en el año 1054, fue una división entre la Europa oriental y la occidental. Es bien conocido que el año 1054 es más una fecha simbólica que real. Yves Congar ha podido demostrar que aquella separación había sido precedida de un largo proceso de desconocimiento mutuo, causado por diversos motivos culturales y políticos.7 La causa determinante la señaló el Concilio Vaticano II: el enfriamiento del amor. Al enfriarse el amor, las barreras culturales que existían ya desde un principio aunque sin impedir la unidad se convirtieron en barreras insuperables El entendimiento se hizo imposible, cada uno vivía por su cuenta y así se fueron separando mutuamente. Ello hizo que en la cuarta cruzada del año 1204 se cometieran crímenes horrorosos durante la conquista y el saqueo de Constantinopla. De esta manera Oriente se debilitó y con la llegada de los musulmanes fue abandonada por completo a su suerte. En 1453 Constantinopla, Iglesia hermana de Roma, cayó definitivamente en manos de los turcos. Y las iglesias de Oriente han vivido casi quinientos años bajo el reinado otomano, totalmente cerradas a Occidente. Con la caída del muro de Berlín y del telón de acero se ha creado una nueva situación. No tan solo la Unión Europea, sino también el movimiento ecuménico han entrado en una nueva fase de su historia. Europa ya no es Occidente, Europa es occidens et oriens. Se trata de un hecho que difícilmente puede sobrevalorarse en su aspecto ecuménico. Todos los concilios de la Iglesia antigua se celebraron en Oriente: Nicea, Constantinopla, Éfeso, Calcedonia. También el monacato tiene su origen en Oriente. Con el acercamiento de la Iglesia oriental y occidental Europa vuelve a sus inicios. La Iglesia puede volver a respirar con los dos pulmones. Todo ello tiene también unas repercusiones políticas. Si la unión de la Europa oriental y occidental debe ser algo más que una zona comercial co-

7. Y. Congar, Zerrissene Christenheit. Wo trennten sich Ost und West?, Viena-Múnich, 1959.

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mún, resulta que la integración cultural es imposible sin el ecumenismo con las iglesias orientales, iglesias que han acuñado la cultura de los pueblos de la Europa oriental durante siglos. El ecumenismo puede convertirse en el fermento de una progresiva integración política. Finalmente debo referirme también a las raíces martiriales del ecumenismo. El siglo xx ha sido, como ningún otro siglo, un siglo de mártires en todas las iglesias.8 Existen emocionantes informes sobre cristianos de distintas iglesias y confesiones que en los campos de concentración y en los gulags supieron unirse y ayudarse mutuamente, como, por ejemplo un ortodoxo y un obispo que, como es de sobras conocido, no siempre son muy amigos. En el gulag, en unas condiciones de vida horribles, se conocieron y conocieron como cristianos y se hicieron amigos. El papa Juan Pablo II ya al comienzo de su encíclica Ut unum sint (1995) menciona esta dimensión martirial. El 7 de mayo del año del Jubileo 2000, en un espacio memorable, el Coliseo romano, y acompañado de los mayores representantes de casi todas las iglesias, en el curso de una conmemoración ecuménica, hizo mención de los mártires del siglo xx. Yo mismo guardo un recuerdo especial de la beatificación de los cuatro mártires de Lübeck, el 25 de junio de 2011: tres sacerdotes católicos y un pastor protestante. El 10 de noviembre de 1943 fueron decapitados por los esbirros nazis en el espacio de media hora, de tal manera que sus sangres llegaron a mezclarse. También aquí tenemos una señal importante. Hasta aquel momento vivían en Lübeck católicos y protestantes –para limitarme lo menos posible– juntos pero sin ningún tipo de relación. Pero a través de la reconstrucción laboriosa y difícil de los hechos pasados crecieron juntos. Yo mismo prediqué en la Iglesia protestante la noche antes de predicar el domingo por la mañana en la celebración de la beatificación; y en la celebración católica del día siguiente participaron muchos pastores protestantes y, al final, tomó la palabra también el obispo protestante. Esta historia me recuerda las palabras de Tertuliano: «La sangre de los cristianos es la semilla de nuevos cristianos».9 En un siglo donde las dictaduras totalitarias y fascistas, desde México hasta España, la Alemania nazi, Rusia, China y otros muchos países del Tercer Mundo quieren hacer desaparecer el cristianismo, la sangre de muchos mártires en las distintas igle8. A. Ricardi, Salz der Erde. Licht der Welt. Glaubenszeugen und Christenverfolgungen im 20. Jahrhundert, Friburgo, 2012. 9.  Tertuliano, Apologeticum 50, 14.

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sias se ha convertido en la semilla de un movimiento de unidad de todos los cristianos. Este ecumenismo de los mártires, en la situación actual en la que los cristianos son en todo el mundo el grupo más perseguido, ha de infundirnos nuevo valor en vistas a la nueva y difícil fase ante la cual se halla el ecumenismo. El ecumenismo no nació de una teoría abstracta y nunca fue una mera teoría o una ideología de unos pocos utopistas optimistas en demasía. Tiene sus raíces en el terreno de la vida y en el dolor de la guerra y la persecución. Por eso no se ha quedado sin resultados. Seguidamente quisiera referirme a estos frutos del ecumenismo con la brevedad necesaria.

III.  ¿Dónde estamos? Tanto por lo que respecta a las iglesias ortodoxas como a las iglesias y comunidades eclesiales nacidas de la Reforma es mucho lo que ha entrado en movimiento. Los diálogos internacionales ya llenan cuatro gruesos volúmenes bajo el título «Documentos de acuerdo creciente»10. Diálogos del mismo estilo se dan también en el campo de las conferencias episcopales, de las diócesis y de las parroquias.11 En relación con las iglesias orientales ortodoxas (coptos, sirios, armenios, malankares, asirios) y con las iglesias ortodoxas pudimos constatar una concordancia casi total en cuanto a las confesiones de fe antiguas, los sacramentos, el ministerio episcopal y sacerdotal, así como en el culto a los santos, de manera particular con respecto a la Madre de Dios, María. Poco antes que dejara el «Consejo Pontificio para la Unidad de los Cristianos» pude resumir los resultados del diálogo con las iglesias protestantes tradicionales, las llamadas mainline churches (anglicanos, luteranos, reformados, metodistas) bajo el título Harvesting the fruits (2009).12 Yo creía conocer la 10.  Dokumente wachsender Übereinstimmung. Sämtliche Berichte und Konsenstexte interkonfessioneller Gespräche auf Weltebene, vols.1-4, Paderborn-Frankfurt, 1983-2010. 11.  Del espacio lingüístico alemán: Kirchengemeinschaft in Wort und Sakrament (1984), Communio Sanctorum (2000), así como las publicaciones del Círculo Ecuménico de Trabajo: Dialog der Kirchen, de manera particular: Lehrverurteilungen – kirchentrennend?, Friburgo, 1986 así como la Declaración de Magdeburgo sobre el reconocimiento mutuo del bautismo de abril de 2007. 12.  W. Kasper, Harvesting the fruits. Basic Aspects of Christian Faith in Ecumenical Dialogue, Nueva York-Londres 2009 (alemán = Paderborn-Leipzig 2011); J. A. Rodano, (ed.), Celebrating a Century of Ecumenism. Exploring Achievements of international Dialogue, Grand Rapids (Mich.-Cambridge, 2012. Muy instructiva es también la Declaración de la Alianza Luterana Mundial y del Consejo pontificio en ocasión

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situación pero quedé sorprendido de todo lo que se pudo reunir. Estábamos mucho lejos de lo que yo creía. Todo esto no era, como algunos creen, paciente papel manchado con una considerable cantidad de tinta negra. Los diálogos funcionan únicamente cuando están animados por relaciones humanas y cristianas, respeto mutuo, confianza y amistad. Por eso, detrás de los diálogos hay una red de relaciones personales y consolidadas amistades. Extraños, a veces desgraciadamente incluso enemigos, se convierten en amigos. Nos hemos redescubierto como cristianos y, debido a un mismo bautismo, nos vemos como hermanos y hermanas en Cristo. En este sentido en Ut unum sint el papa Juan Pablo II habló de una fraternidad redescubierta (UUS 42). Pero, ¿dónde estamos hoy? Mentiría si no quisiera aceptar que entretanto el entusiasmo ecuménico se ha enfriado de manera considerable; el motor ecuménico se ha ido frenando y el impulso inicial amenaza con paralizarse. Por lo que se refiere a las relaciones con las iglesias ortodoxas, todavía hoy me acuerdo con horror de la Conferencia General de la Comisión para el Diálogo de Baltimore del año 2000. Fue el peor encuentro ecuménico de todos los que he vivido. Fueron necesarios cinco años completos de duro trabajo para reencontrar los caminos del diálogo hasta que, en el año 2007, pudimos publicar el decisivo documento de Ravenna sobre Communio, Conciliaridad y Autoridad. En él fue posible desarrollar los primeros pasos para una comprensión común de la Iglesia universal y del primado. Hubiera podido ser un buen salto hacia delante. Pero la Iglesia ortodoxa rusa no aceptó este documento. Desde aquel momento no se ha publicado ningún otro documento y en el encuentro del pasado año en París no fue posible ponerse de acuerdo ni siquiera para determinar un tema y un programa para la próxima conferencia general. El punto de inflexión en las relaciones con las iglesias reformadas se sitúa, según su propia perspectiva, también en el año 2000. Para muchos cristianos protestantes el cambio se produjo a raíz de la declaración de la Congregación de la Fe Dominus Jesus. Esta declaración provocó unas heridas y lesiones que todavía no se han cerrado del todo. Se decía allí que las iglesias protestantes no eran iglesias en el sentido auténtico. De hecho esta afirmación no se puede atacar, porque los cristianos protestantes no quieren ser iglesias tal como los católicos entendemos nuestro “ser Iglesia”. Pero tal del Jubileo de la Reforma, del año 2017; From Conflict to Communion. Lutheran Common Commemoration of the Reformation in 2017.

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vez hubiera sido mejor haber dicho que querían ser Iglesia de otro modo, un modo que según nuestra manera de entender no corresponde de forma completa a la voluntad fundadora de Jesucristo. Después la situación ha ido empeorando en cuanto que muchas iglesias protestantes han tomado posiciones en el campo de la ética (aborto, matrimonio y familia, homosexualidad, bioética, entre otras muchas) y respecto a la ordenación de las mujeres, en las que durante quinientos años casi no había existido ninguna diferencia. Por eso estas iglesias hoy día difícilmente pueden hablar sobre estos temas con un mismo lenguaje. En cuanto al funcionamiento de las comunidades, en general las cosas marchan bien, pero en las conversaciones oficiales se ha impuesto una fuerte lentitud. ¿Hay que hablar pues de decepción? En cierto sentido, sí. Pero toda decepción tiene también su lado positivo; decepción significa “de–cepción” (Ent-täuschung), es decir, supresión de una falsa percepción. Hemos descubierto que el foso era más profundo o más difícil de superar de lo que pensábamos y que no las diferencias dogmáticas, pero también las culturales y emocionales que se han ido acumulando durante siglos, no se pueden ventilar de hoy para mañana. No podemos allanar los fosos, pero hemos construido puentes que pueden transitarse en los dos sentidos y hacen posibles el encuentro y el diálogo. Ya de estudiante aprendí que haber comprendido bien un problema era media solución. Es cuando se puede captar bien y uno se ahorra el trabajo de andar hurgando con el palo en la niebla. El problema fundamental con el que nos encontramos es la cuestión: ¿qué es la Iglesia y dónde está la Iglesia? Dicho con una fórmula teológica: ¿dónde subsiste la Iglesia? Según la creencia católica la Iglesia subsiste plenamente en la comunidad con el obispo de Roma y con los obispos en comunidad con él (LG 8). Ello no significa que al margen del conjunto institucional de la Iglesia católica, todo se reduzca a un espacio no eclesial; también aquí existen de forma bien variada muchos elementos del ser eclesial, sobretodo la predicación de la Palabra y el bautismo (UUS 11).13 La labor del ecumenismo es pasar de esta forma de comunión imperfecta a una comunión plena (UUS 14). Y es en esta cuestión que las opiniones difieren unas de otras. De una comprensión diferente de la Iglesia se sigue una comprensión diferente de la unidad de la Iglesia y, con ello, también una comprensión diferen-

13.  W. Kasper, Katholische Kirche. Wesen - Wirklichkeit – Sendung, Friburgo, 2011, 233ss.

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te de la meta del movimiento ecuménico. Y así nació una peligrosa situación de indefinición. Y es peligrosa porque no existe un acuerdo sobre la meta. El peligro consiste en que cada uno avanza en una dirección determinada y al final se halla más distanciado de lo que estaba al principio. Con las iglesias ortodoxas y orientales ortodoxas compartimos la misma comprensión sacramental, los siete sacramentos y la constitución episcopal de la Iglesia. Por eso el papa Benedicto XVI habló de una communio casi completa. El problema se plantea en torno a la comprensión de la dimensión universal de la Iglesia y del papel del obispo de Roma en esta Iglesia universal. En el Documento de Rávena llegamos a estar de acuerdo en que la Iglesia se realiza en el ámbito local, regional y universal. En cada ámbito requiere un Protos, es decir, un primado. De aquí nace la cuestión: ¿qué significa primado en el ámbito universal? Según nuestra convicción, no solo se trata de un primado de honor. Pero, ¿qué quiere decir un primado jurisdiccional? ¿Cómo debe ser ejercido de tal manera que también haga justicia a la tradición oriental? Sobre este punto no existe entre nosotros y las iglesias ortodoxas, pero tampoco entre las mismas iglesias ortodoxas, sobre todo entre Constantinopla y Moscú, hay ningún acuerdo. Posiblemente podremos avanzar en este punto únicamente después de que en una futura Conferencia Panortodoxa se hayan aclarado internamente estos aspectos. No obstante, últimamente la convocación de un sínodo panortodoxo se ha convertido en algo totalmente incierto. El problema con las iglesias de la Reforma y las comunidades eclesiales es mucho más profundo. De acuerdo con la Confesión de Augsburgo (1530), existe la Iglesia siempre y cuando se predica rectamente la Palabra de Dios y los sacramentos (bautismo y eucaristía) se celebran de acuerdo con el evangelio (CA 7). El punto de partida es aquí la Iglesia local. A la comunión eclesial se llega por el reconocimiento mutuo de las iglesias locales y en el aspecto ecuménico por medio del reconocimiento mutuo de las iglesias, tal como se acostumbra decir hoy: de igual a igual (“con los ojos a la misma altura”). Bajo esta condición fue posible a través de la Leuenberger Konkordie (1973) la aceptación de una comunión eclesial entre las iglesias luteranas y reformadas de Europa. También aquí podemos hablar de un progreso ecuménico, a pesar de que no lo sea entre nosotros y las iglesias protestantes. La solución no es fácil; por lo menos yo no dispongo de ninguna solución fácil. Con todo, la situación ecuménica no es tan estéril y desesperada como podría parecer. Les podría hablar de muchos y maravillosos encuentros y hospitalidades, pero sobre todo de encuentros espirituales. Estos 21


encuentros espirituales son aquello que Juan Pablo II ha descrito como la esencia del diálogo ecuménico. No consiste únicamente en un intercambio de ideas, sino en un intercambio de dones (UUS 28, 57). Este ecumenismo espiritual es el alma y, para mí, el futuro del ecumenismo.14 Sin él las conversaciones oficiales son infructuosas y no van a ninguna parte. “Muchos de los que están fuera, están dentro y muchos de los que están dentro, están fuera”.15 No solamente existen muchos de los llamados cristianos anónimos (la palabra no me gusta) en el patio de los gentiles; hay muchos cristianos ortodoxos y protestantes que viven en el exilio y que en el sentido original de la palabra son cristianos católicos o, por lo menos, están muy cerca de nosotros. Con frecuencia hay más en común con ellos que con muchos de los llamados católicos. El Abbé Paul Couturier de Lyon, el padre del ecumenismo espiritual, hablaba de un monasterio invisible. En el monasterio visible los monjes y las monjas se reúnen para rezar juntos; en el monasterio invisible rezan exteriormente separados y sin conocerse mutuamente, pero con la misma intención. Estos monasterios invisibles van aumentando, a la par que van creciendo los lazos de la fraternidad y la comunión. A través de estos lazos de amistad, igual como sucedió antes y después del Concilio Vaticano II, se pueden preparar los avances futuros para que, cuando llegue el kairós, puedan ser acogidos por las iglesias. Citando una preciosa expresión de la Carta a Diogneto, escrita poco antes del año 200, los cristianos son el alma de la humanidad; son ellos los que con su oración sustentan al mundo.16 Los cristianos que oran son los que sustentan a la Iglesia y el ecumenismo. Con ello vuelvo al tema de la íntima unión que se da entre la unidad de la Iglesia y la unidad de la humanidad y a la tesis sobre el movimiento ecuménico como movimiento en pro de la paz.

IV.  Unidad de la Iglesia y unidad del mundo Hasta ahora ha resultado evidente que el discurso sobre el ecumenismo como movimiento en pro de la paz ni es un substituto ni puede ser una

14.  P. W. Scheele, Ein Leib – ein Geist. Einführung in den geistlichen Ökumenismus, Paderborn 2006; W. Kasper, Wegweiser Ökumene und Spiritualität, Friburgo, 2007. 15.  Augustí, De Baptismo, V, 28,39; citado en LG 14, 16.  Carta a Diogneto 6.

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alternativa a la meta del movimiento ecuménico, que consiste en lograr la plena communio en la fe y en el amor. No queremos repetir el fallo que cometió el Consejo Mundial de las Iglesias después de la Conferencia General de Uppsala (1968) cuando, de acuerdo con la máxima «la doctrina separa, la acción une», quiso cambiar el ecumenismo teológico por un ecumenismo práctico, cayendo con ello en una profunda crisis. No queremos ni podemos evitar la cuestión de la verdad. El papa Benedicto XVI en su Mensaje en pro de la paz de 2006 dijo: «En la verdad está la paz». Con ello asumía la definición clásica de paz que nos dio san Agustín: la paz consiste en la tranquillitas ordinis, en la tranquilidad, la única que nos puede asegurar el mantenimiento de un orden justo y equitativo.17 Opus iustitiae pax. La paz es fruto de la justicia (Is 32,17). Donde no se da este orden justo y equitativo, reina el caos. El relativismo, al que poco le importan las causas de la falta de paz, no puede aportar nada a la paz, sino que se convierte él mismo en causa de nuevos conflictos. Los diálogos teológicos deben continuar prodigándose y de hecho se están prodigando. La paz no substituye al diálogo. Más bien son los diálogos los que permiten conocer mejor las distintas posiciones y tenerlas en cuenta es la única posibilidad de continuar viviendo en paz duradera. Los diálogos han puesto las bases para un trabajo en común. Han mostrado que, sobre la base de lo común, es posible trabajar conjuntamente y de forma amistosa para la paz en Europa y en el mundo entero, a pesar de las contradicciones existentes en el pasado y de las contradicciones que continúan en el presente. Y así llego al punto decisivo. La Iglesia no es una meta en sí misma como tampoco el ecumenismo es un fin en sí mismo. La unidad de la Iglesia está al servicio de la unidad del mundo y de la humanidad. Jesús ha orado para que todos sean uno, para que el mundo crea (Jn 17,21). La unidad de los cristianos y su misión en el mundo van, según las palabras de Jesús en el cenáculo, inseparablemente unidas.18 Esta comprensión unitaria se puede ver sobre todo en las cartas de la cautividad de san Pablo, la Carta a los Efesios y la Carta a los Colosenses. La Carta a los Efesios contiene una concepción extraordinaria de la unidad: Dios, el Padre de Nuestro Señor Jesucristo, desde toda la eternidad nos ha llamado y destinado al amor, para ser en Cristo hijos (e hijas) de Dios. Al final de los tiempos, quiere reunir y unir todas las cosas en Jesucristo 17.  Agustín, De civitate Dei, XIX, 13. 18. W.- Kasper, Katholische Kiriche, 126ss; 229s.

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(Ef 1,10). Por medio de la Iglesia, el Cuerpo de Cristo debe crecer por toda la Tierra, todo debe llenarse de Cristo (Ef 1,23). Cristo es nuestra paz que une todas las partes separadas de la humanidad, judíos y no-judíos (Ef 2,14).19 Ireneo de Lyon ha desarrollado de manera extraordinaria esta concepción por medio de su doctrina de la Anakephalaiosis (recapitulación).20 También Tomás de Aquino enseñaba que Jesucristo no era solamente la cabeza de la Iglesia sino de toda la humanidad.21 El Concilio Vaticano II ha incorporado esta comprensión universalista y ha proclamado a la Iglesia como sacramento universal de salvación (LG 5; 26; GS 42; 45 y otros). Esta afirmación se puede profundizar en el sentido de la teología tomista: la unidad externa institucional de la Iglesia es un signo quasi-sacramental (Signum) de la unidad interior en el cuerpo de Cristo, la Iglesia de muchos miembros en un único Espíritu Santo. Esta unidad interior, como realidad espiritual, es a la vez también signo quasi-sacramental, es res et sacramentum de la realidad de salvación querida por Dios (res), la unidad y la paz de la humanidad. La Iglesia no impone al mundo no cristiano ningún tipo de paz que le sea extraña. Jesús, en el Sermón de la montaña, ha resumido la ley y los profetas en la regla de oro: “Haz a los demás lo que quieras que ellos te hagan a ti” (Mt 7,12; Lc 6,31). Es una regla que se encuentra presente, de una u otra forma, en todas las religiones de la humanidad.22 En su Mensaje a favor de la paz, que es el mismo de Jesucristo (Ef 2,14), la Iglesia recuerda la ley fundamental del ser humano, escrita en los corazones de todos los hombres (Rm 2,15): la ley de respetar al otro como otro, como hermano y hermana. Permítanme que haga un breve resumen. No hemos llegado todavía a la plena unidad de los cristianos y es posible que el camino hasta esta plena unidad sea largo y difícil. Pero ha crecido la conciencia de la unidad de los cristianos. Es un avance a medio camino, pero es un avance a medio camino importante. Podría ser una fuerza nada despreciable en nuestro mundo.

Los casi 1.200 millones de católicos, juntamente con unos 800 millones de protestantes, unos 200 millones de ortodoxos, unos 80 millones de anglicanos y los muchos millones de las iglesias libres, somos casi el 33 % de la población mundial. A pesar de sus diferencias podrían ser una fuerza nada despreciable en nuestro mundo. Les une la obligación de seguir el mensaje de paz del Sermón de la montaña. Podrían convertirse, en todos los continentes y entre todas las culturas, en un movimiento en contra de los sangrientos conflictos del siglo xx y principios del xxi. El obispo de Roma, incluso para quienes no aceptan los dogmas del primado de jurisdicción y la infalibilidad del papa, podría ser un portavoz de la paz, un pontifex, un constructor de puentes, cosa que en muchos casos hoy ya lo es. Dios, por medio de su Iglesia, no cesa de ofrecer resistencia al caos siempre recurrente originado por el odio y la violencia. Se podría decir que la Iglesia es la fuerza contraria al caos. Pero no lo es por la fuerza de las armas, ya que quien empuña la espada, por la espada morirá (Mt 26,52). La Iglesia no obra con violencia; actúa por la fuerza de la Palabra y la omnipotencia de la oración. En la fe participa de la omnipotencia de Dios (Mt 11,23s.). El movimiento ecuménico se expresa, pues, con categorías mundanas, es el mayor movimiento a favor de la paz del último siglo y puede continuar siéndolo en el nuevo siglo, todavía joven y ya desgarrado por fuertes conflictos. En palabras del Concilio Vaticano II se puede decir que bajo el impulso del Espíritu Santo es una respuesta de Dios a los «signos de los tiempos». Démosle gracias por ello.

19.  Con frecuencia se ha señalado que esta visión de las Cartas de la cautividad de Pablo dependen de especulaciones gnósticas. Pero hoy en día se sabe que también en la teología contemporánea judía, es decir, en la base del Antiguo Testamento, se hallan puntos de vista semejantes. Cf. F. Manns, Le judéo-christianisme. Mémoire ou prophetie?, París, 2000. 20.  Ireneo de Lyon, Adv. Haer. XVIII, 1,7, y otros. De manera semejante Agustín, Enchiridion, XV, 62. 21.  Tomás de Aquino, S.Th. III, q. 8, a. 3. 22. W. Kasper, Barmherzigkeit. Grundgesetz des Evangeliums – Schlüssel christlichen Lebens, Friburgo, 2012, 44-47.

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