Cinder

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Hundió las uñas en las palmas de las manos con todas sus fuerzas, a punto de gritar de dolor, pero funcionó. Venció el control que la reina pretendía ejercer sobre él y solo quedó la mujer hermosa, no la adoración desesperada que de pronto había sentido por ella. Kai sabía que la reina era muy consciente del efecto que había tenido en él al ver cómo intentaba controlar su agitada respiración, y aunque esperaba toparse con una mirada fría y altanera, en sus ojos negros no se leía nada. Nada de nada. —Si tenéis la bondad de seguirme —dijo el príncipe con voz ligeramente ronca—, os acompañaré a vuestros aposentos. —No será necesario —aseguró Sybil—. Conozco bastante bien el ala de invitados y yo misma puedo conducir hasta allí a Su Majestad. Desearíamos disponer de un momento para hablar en privado. —Por descontado —contestó Kai, esperando que su expresión no revelara la satisfacción que aquella decisión le producía. Sybil abrió la marcha, seguida del segundo taumaturgo y de los dos guardias. No se molestaron en dirigir ni una sola mirada al príncipe o a su consejero cuando pasaron junto a ellos, pero Kai no dudaba de que le hubieran partido el cuello ante el más mínimo movimiento sospechoso. Respiró con gran alivio en cuanto se hubieron ido, sin poder evitar un escalofrío. —¿Has sentido eso? —preguntó, con un hilo de voz. —Por supuesto —contestó Torin. Estaba vuelto hacia la nave, pero a juzgar por la verdadera atención que le prestaba, podría haber estado contemplando Marte—. Habéis opuesto resistencia con gran valentía, Alteza. Sé que no ha sido sencillo. Kai se retiró el pelo de la frente para que le diera un poco el aire, por poco que fuera, pero no corría la menor brisa. —No ha sido tan difícil. Solo ha sido un instante. Sus miradas se encontraron. Una de las pocas ocasiones en que Kai vería verdadera lástima en aquellos ojos.

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