Cinder

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Cinder levantó las manos enguantadas, con los dedos cerrados con fuerza sobre la llave inglesa. —No, no, no pasa nada. Ya la encontraré yo sola. —¿Seguro? No es ninguna molestia. —Sí, seguro. Supongo que tendréis asuntos importantes de… gobierno… e investigación… imperiales… que discutir. Aunque, gracias, Alteza. Se arriesgó a hacer una reverencia, algo desmañada, y agradeció que, al menos esta vez, tuviera los dos pies en su sitio. —Está bien. Bueno, ha sido un placer volver a verte. Una agradable sorpresa. Cinder rió con sorna, aunque se sorprendió al ver que el príncipe parecía haberlo dicho en serio y al notar aquellos ojos de mirada cálida y un tanto curiosa clavados en ella. —Lo… Lo mismo digo. —Retrocedió hasta la puerta. Sonriendo. Temblando. Rezando por que esta vez no llevara manchas de grasa en la cara—. Bueno, entonces, ya os enviaré una com. Cuando vuestra androide esté lista. —Gracias, Linh-mèi. —Podéis llamarme Cin… —la puerta se cerró entre ellos— der. Cinder. A secas. Alteza. —Apoyó la espalda contra la pared con un gesto derrotado y se golpeó la frente con los nudillos—. Os enviaré una com. Podéis llamarme Cinder —repitió, con tono burlón. Se mordió el labio—. No hagáis caso de la chica que no sabe cuándo dejar de hablar. No había joven en el país que no soñara con el príncipe Kai. Estaba tan fuera de su alcance, de su mundo, que tendría que haber dejado de pensar en él en cuanto la puerta se hubo cerrado. Tendría que dejar de pensar en él de inmediato. No debería volver a pensar en él, salvo, tal vez, como cliente o príncipe. Sin embargo, el recuerdo de aquellos dedos sobre su piel se negó a desvanecerse.

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