El diablo de invierno

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LISA KLEYPAS

tildase de héroe. Eso, y la percepción de que había renovado su amistad con el poderoso Westcliff, había bastado para que Sebastian gozara de una inmediata popularidad. Diariamente llegaban al club montones de invitaciones que solicitaban la asistencia de lord y lady St. Vincent a algún baile, velada u otro evento social, y que ellos declinaban debido al luto. También recibían cartas perfumadas y escritas por manos femeninas. Evie no se había atrevido a abrir ninguna, ni había preguntado por las remitentes. Las cartas se habían acumulado en la oficina, cerradas e intactas, hasta que esa misma mañana Evie se había decidido a comentarlo mientras desayunaban en la habitación de Sebastian. —Tienes un montón de correspondencia sin abrir que ocupa la mitad de la oficina. ¿Qué quieres que hagamos con todas esas cartas? —Una sonrisa picara le asomó a los labios al añadir—: ¿Quieres que te las lea mientras descansas? —Deshazte de ellas —soltó Sebastian con brusquedad—. O mejor aún, devuélvelas sin abrir. Su respuesta le provocó una profunda satisfacción, aunque procuró ocultarlo. —No me opondría a que mantuvieras correspondencia con otras mujeres —comentó —. Muchos hombres lo hacen sin que eso implique ninguna falta de decoro. —Yo no. —Sebastian la miró a los ojos como para asegurarse de que lo entendía—. Ahora no. Ahora, de pie junto a Westcliff, Evie observó a su marido con un placer posesivo. Sebastian seguía demasiado delgado, aunque había recuperado el apetito, y su elegante traje le quedaba un poco grande. Pero tenía los hombros anchos y un color saludable, y la pérdida de peso le realzaba la bella estructura ósea de su cara. A pesar de que se movía con dificultad, seguía poseyendo la gracia depredadora que las mujeres admiraban y que los hombres trataban, en vano, de emular. —Gracias por salvarlo —dijo a Westcliff sin apartar los ojos de su marido. —Tú lo salvaste, Evie, la noche que le propusiste casarte con él —respondió el conde, y la miró de reojo—. Lo que demuestra que los momentos de locura pueden tener a veces resultados positivos. Si no te importa, bajaré para informar a St. Vincent de las novedades sobre Bullard. —¿Lo han encontrado? —Todavía no. Pero pronto lo harán. Llevé la pistola de Bullard a Manson e Hijo y les pedí información sobre el encargo original, visto que no logré descifrar el nombre grabado en el escudete. Resulta que la pistola tiene diez años, lo que conllevó una larga búsqueda en muchas cajas de documentos antiguos. Hoy me confirmaron que la habían hecho para lord Belworth, que vuelve a Londres esta noche para atender asuntos

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