Poesía Mística del Interiorismo

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semánticamente entre sí. El conocimiento secreto, vinculado a la divinidad, subyace en el trasfondo conceptual del término mística cuyo contenido espiritual, interno y sublime, conlleva una experiencia esencialmente inenarrable. Para aproximarnos a la significación profunda de esa vivencia singular de la sensibilidad, los contemplativos han tenido que acudir a voces figurativas, comparativas y simbólicas para comunicar la fruición de ese singular don divino ya que se trata de “una experiencia que transfigura y enajena a quien la padece” (1). La experiencia mística, en tanto fenómeno de conciencia, permite al contemplativo trascender la experiencia común y compenetrarse con la fuerza que lo apela a lo divino, y la reflexión de ese acontecimiento prohijó el Misticismo, la corriente espiritual más alta de la sabiduría humana. De hecho todos los pueblos del mundo, en sus diferentes razas y culturas, tienen una dimensión contemplativa y mística. Y desde luego, también tienen sus sabios y sus místicos. Prevalido de empatía espiritual y de ternura cósmica, el místico desarrolla una amorosa comprensión del mundo y en virtud del sentimiento que lo embriaga hace de su vida un testimonio de la presencia transformante de la divinidad. La mística tiene esencialmente una connotación espiritual por el vínculo divino que comporta. Por esa razón se puede hablar de mística teológica, como la concebía el Pseudo Dionisio Areopagita; mística naturalista, como la entendían William Wordsworth o Ralph Waldo Emerson; mística contemplativa, como la han practicado San Juan de la Cruz y los contemplativos con vocación teocéntrica. A pesar de la condición inefable del fenómeno místico, desde San Pablo los iluminados del espíritu han dicho que no hay lenguaje capaz de verbalizar la experiencia arrobadora, pero casi todos han hallado la manera de


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