El ABC del comunismo libertario - Alexander Berkman

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“El ABC del comunismo libertario” de Alexander Berkman

No hace falta mucha aritmética para ver que las huelgas, tal como están dirigidas actualmente, no compensan, que los sindicatos no son los vencedores en las disputas laborales. Esto no significa, sin embargo, que las huelgas no sirvan para ningún objetivo. Por el contrario, son de gran valor: enseñan al trabajador la necesidad vital de la cooperación, de mantenerse hombro con hombro con sus compañeros y luchar unidos en la causa común. Las huelgas lo entrenan en la lucha de clase y desarrollan su espíritu de esfuerzo conjunto, de resistencia a los amos, de solidaridad y responsabilidad. En este sentido, una huelga sin éxito no es una pérdida completa. Mediante ella los trabajadores aprenden que «una ofensa a uno es algo que les concierne a todos», sabiduría práctica que encarna en el sentido más profundo de la lucha proletaria. Esto no se refiere únicamente a la batalla diaria por la mejora material, sino igualmente se refiere a todo lo que tenga que ver con el trabajador y con su existencia, y de modo particular se refiere a las cuestiones en las que están implicadas la justicia y la libertad. Una de las cosas más estimulantes es ver que las masas se levantan a favor de la justicia social, sea cual fuere el caso que esté en juego. Pues, ciertamente, nos concierne a todos nosotros en el sentido más verdadero y más profundo. Cuanto más ilustrada consciente de sus intereses más generales llegue a ser la clase trabajadora, tanto más amplias y más universales serán sus simpatías, tanto más universal será su defensa de la justicia y de la libertad. Fue una manifestación de esta comprensión cuando los trabajadores en todos los países protestaron contra el asesinato judicial de Sacco y Vanzetti en Massachussets. Instintiva y conscientemente las masas en todo el mundo sintieron, como lo hicieron todos los hombres y las mujeres decentes, que les concernía a ellos cuando se comete un crimen así. Desgraciadamente, esa protesta, como muchas otras semejantes, se contentaban con meras resoluciones. Si el trabajo organizado hubiera recurrido a la acción, como una huelga general, no se habría ignorado sus demandas y no se habría sacrificado a las fuerzas de la reacción dos de los mejores amigos de los trabajadores y dos de los hombres más nobles. Y lo que es igualmente importante: habría servido como una valiosa demostración del tremendo poder del proletariado, el poder que siempre vence cuando está unificado y decidido. Esto de ha probado en numerosas ocasiones en el pasado, cuando una postura resuelta de los trabajadores impidió ofensas legales planeadas, como en el caso de Haywood, Moyer y Pettibones, funcionarios de la Federación Occidental de Mineros, contra los cuales los barones del carbón del Estado de Idaho habían conspirado para enviarlos a la horca durante la huelga de los mineros en 1905. Igualmente, en 1917, fue la solidaridad de los trabajadores la que impidió la ejecución de Tom Mooney en California. La actitud de simpatía de los trabajadores organizados de América hacia México ha sido también hasta ahora un obstáculo a la ocupación militar del país por parte del gobierno de los Estados Unidos en favor de los intereses petrolíferos americanos. De modo semejante, en Europa, la acción unida de los trabajadores ha tenido éxito al obligar repetidamente a las autoridades a una gran amnistía de presos políticos. El gobierno de Inglaterra temía tanto la declarada simpatía de los trabajadores británicos por la Revolución rusa que se vio obligado a su pretendida neutralidad. Cuando los cargadores del puerto rehusaron cargar vivieres y municiones dirigidos a los ejércitos blancos, el gobierno inglés recurrió al engaño. Aseguró solemnemente a los trabajadores que los cargamentos estaban dirigidos a Francia. En el curso de mi trabajo recogiendo material histórico en Rusia, en los años 1920 y 1921, entré en posesión de documentos oficiales británicos que probaban que los cargamentos habían sido dirigidos inmediatamente desde Francia, por órdenes directas del gobierno británico, a los generales contrarrevolucionarios en el norte de Rusia, que habían establecido allí el denominado gobierno Tchaikovsky-Miller. Este incidente -uno de muchosdemuestra el saludable temor que tienen los poderes establecidos ante el despertar de la conciencia de clase y de la solidaridad del proletariado internacional. Cuanto más firme lleguen a ser los trabajadores en este espíritu, tanto más efectiva será su lucha por la emancipación. La conciencia de clase y la solidaridad tienen que asumir 146


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