Libro U&J:Maquetación 1
29/4/08
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contradicciones, la evolución del contexto económico y social, las manifestaciones ciudadanas y las críticas vertidas desde distintos medios científico-técnicos (la sociología urbana, la propia urbanística) pusieron en evidencia los inconvenientes y peligros de una concepción que descuida ba, entre otras muchas cosas, al usuario y al ciudadano -con su complejidad y su diversidad- como receptor de esa ordenación. Conjurando de antemano los peligros de la ingeniería social, esta interpretación pone de manifiesto los efectos sociales de la ordenación, motivo suficiente para que la planificación urbana fuera más sensible a la sociedad que dice servir o encauzar. La infor mación previa (siguiendo la secuencia clásica establecida por Geddes “información, análisis, plan”) y la participación ciudadana efectivas se erigen como fundamentos indispensables para cubrir los objetivos, de modo que su inclusión en el Plan de ordenación urbana como requisito legal no debiera sorprender a nadie. Una y otra constituyen además un sano ejercicio de control público para filtrar algunos juicios de valor contenidos y enmascarados entre la jerga al uso como juicios de hecho. Desde la perspectiva de la planificación social, la ciudad es concebida como un ámbito de responsabilidad compartida que debería proporcionar a todos los ciudadanos seguri dad, habitabilidad, salud, educación y progreso. Es decir, los beneficios materiales y simbólicos de la ciudad. Una vez asumida esta premisa, el planteamiento “social” de una planificación debería llevar a superar los modelos abstractos con que se ha venido diseñando la ciudad: la de ése usua rio anónimo y universal cuyas necesidades y aspiraciones son casi siempre deducidas de modelos con pretensiones globales -un sujeto racional, móvil e informado que coincide en general con un sujeto varón, adulto y trabajador-. No todas las vidas se vacían en ese molde y para los que que dan fuera de ese perfil la ciudad puede resultar un ámbito ajeno.
3. NUEVOS CRITERIOS PARA UNA PLANIFICACIÓN SOCIAL DE LA CIUDAD Es sabido que en los últimos tiempos algunos discursos de la diferencia, como son denominados, han conocido cierta atención en el campo de la investigación urbana y eventualmente en el dise ño o configuración de espacios concretos. Los discursos de la diferencia no desplazan a los de la desigualdad, que lo atraviesa, pero introducen un matiz más rico para analizar y luchar contra situaciones de exclusión social acumulada. ■ Género Entre estos discursos podemos señalar, por ejemplo, las perspectivas de género sobre la ciudad, al hilo de las aportaciones de la teoría feminista. Esta línea de trabajo cuenta ya con una intere sante sucesión de iniciativas al respecto: La Carta Europea de la Mujer en la Ciudad, el capítulo correspondiente de la Conferencia Mundial Hábitat II sobre Asentamientos Urbanos, la constitu ción de líneas específicas de investigación, algunas actividades de la Federación Española de Municipios y Provincias (FEMP), publicaciones numerosas y la conformación, en nuestro país, de la Asociación de Mujeres Urbanistas. Este discurso diferencial ha aportado una crítica notable a las modalidades habituales de configuración del espacio urbano que seguían explícita o implíci tamente una diferenciación hombre/mujer: espacios masculinos propios (el espacio público como espacio de dominación y de representación, el espacio de trabajo) y espacios femeninos (la casa, el hogar, el espacio doméstico). La toponimia de las calles –lo que nombran y omitenda todavía una idea clara de esa dominación masculina del espacio público de la ciudad que queda marcado como espacio falocéntrico (Durán, 1998). Y se advierte cómo existen netas dife rencias en la percepción y uso del espacio según el sujeto sea hombre o mujer: callejones, zonas apartadas, pasadizos, etc. no son percibidas con igual sentimiento de seguridad por parte de unos y otras “especialmente si la visibilidad o la iluminación es escasa, [pues] constituyen una fuente de inquietud habitual, mayor para las mujeres que para los hombres por el temor añadido a la agresión sexual (…) el temor interiorizado actúa como un poderoso inhibidor de la presencia de las mujeres en los espacios públicos” (Tobío, 1996: 65).
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