Culturas Juveniles en España (1960-2004)
zar en términos de clase las relaciones de producción (materiales y sobre todo intelectuales) que los jóvenes mantenían con los adultos. En este camino se recuperaban viejos autores olvidados (como Wilheim Reich) y surgían nuevos profetas como Herbert Marcuse y Theodore Roszak, quien bautizó la oposición juvenil como un intento coherente de alternativa cultural global a la sociedad industrial, como una verdadera contra-cultura (Roszak, 1973). Paradójicamente, la mayor parte de estos autores, como los sociólogos parsonianos, tendían a abstraer del análisis la noción de clase, generalizando sobre la juventud sin darse cuenta que se estaban fijando fundamentalmente en sectores de clase media y alta. En realidad, la mayor parte de estos textos, algunos francamente visionarios, respondían a necesidades político-ideológicas coyunturales (Gillis, 1981). No todas las valoraciones del movimiento juvenil fueron elogiosas. Entre los críticos destacó el escritor y cineasta italiano Pier Paolo Pasolini. En 1968, mientras los intelectuales de izquierda rivalizaban en cortejar a los estudiantes revolucionarios, Pasolini se descolgó, en una serie de artículos, con un sarcástico alegato contra “los hijos de papá” escondidos tras las barricadas. La revuelta universitaria para él era una cuestión interna de la burguesía, una “lucha intestina” que nada tenía que ver con los intereses reales de los verdaderos explotados. La rebeldía vácua se desvanece en oratoria, demagogia y caricatura, en conformismo presentado con cara de indignación, en dogmatismo cerrado a entablar una “relación dialéctica” con las generaciones precedentes que les permitiera adquirir una conciencia histórica: tras un tiempo de “irresponsabilidad”, los hijos de papá volverán al redil (con otro tono, reencontramos aquí las observaciones de Gramsci sobre las “interferencias de clase” y la necesaria “dialéctica intergeneracional”): “Las máscaras repulsivas que los jóvenes se han puesto sobre la cara, afeándolos como a viejas putas de una injusta iconografía, reproducen objetivamente en sus fisonomías lo que ellos, sólo con palabras, han condenado para siempre... El aislamiento en que se han encerrado –como en un mundo aparte, en un ghetto reservado a la juventud–, los ha paralizado ante la insoslayable realidad histórica; y esto ha supuesto, fatalmente, una regresión (Pasolini, 1968; citado en Fantuzzi, 1978: 132). Pasolini tendía a menospreciar la capacidad transformadora del movimiento (por ejemplo, en la reivindicación de una mayor paridad entre hombres y mujeres); tampoco explicaba porqué fue tan reprimido (del quartier latin a Tlatelolco), ni porqué se dieron en su seno las primeras convergencias entre jóvenes estudiantes y sus coetáneos de las clases populares, los cuales a menudo hicieron suyos el estilo y los objetivos del mismo. En realidad, la emergencia de las contraculturas reflejaba una ruptura en la hegemonía cultural, una crisis en la “ética puritana” que había caracterizado la cultura burguesa desde sus orígenes: ya no se requería trabajo, ahorro, sobriedad, gratificaciones pospuestas, represión sexual, etc., sino ocio, consumo, estilo, satisfacciones inmediatas, y permisividad sexual. En la medida en que la ruptura era interna a los grupos dominantes, y sus potenciales eran por tanto mayores, los jóvenes fueron tomados como “cabeza de turco” de esa crisis cultural; aunque sus actitudes reflejaban tendencias profundas de cambio, y además sirvieron para ensa-
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