alto); pero sobre todo está la recapitulación de toda una vida, con las citas a su ópera favorita de Rimski-Kórsakov (El gallo de oro) o a su malhadada Sinfonía n.º 1 (al final del primer movimiento). La lucha encarnizada con la muerte da un extraordinario vigor dramático a la última danza, donde el canto llano del Dies Irae es finalmente derrotado por el Aleluya de la liturgia ortodoxa de sus propias Vísperas op. 37. “No sé cómo ocurrió, ha debido de ser mi último destello”, dijo el compositor. Y así fue, de hecho. © Adolfo Muñoz Rodríguez