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2011
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ÍNDICE PROLOGO
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PREMIO El Máscara de ISABEL LOGROÑO CARRASCOSA
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ACCÉSIT Matthew de JOVI LOZANO-SESER
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FINALISTAS Adán Y Eva de MARÍA DEL MAR GARCÍA GARRIDO Sueños impares de SAM CORCOBADO MORENO El monstruo del armario de CÉSAR BAKKEN Amigo mío de SOFÍA FERNÁNDEZ OLGUÍN Camino a la libertad de JUAN BELMONTE LUQUE Amor sem magia, não adianta de PAULA ROMERO Ganímedes MARIO SÁNCHEZ I CANDELA Y apague el despertador de EILA E. BERBEGALL SANJUÁN
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AGRADECIMIENTOS
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PROLOGO
Estimados lectores, Ha pasado ya cierto tiempo desde aquella tarde en que, en Independence Gay Asociación, surgió la idea de organizar un certamen de relatos cortos. Una idea novedosa, especial, algo que no habíamos hecho nunca y que apetecía a la vez que asustaba... y un reto al que nos lanzamos de lleno, con el entusiasmo que nos caracteriza. De esa idea y de esa tarde surgió el Primer Certamen de Relatos Cortos Harvey Milk, con el tema “Contra la LGTBfobia”, y cuya acogida por parte del público ha sido más que extraordinaria. Estamos muy satisfechos de comunicaros que han llegado a nuestra redacción más de setenta relatos de todas partes del globo y que nos hemos visto obligados a ampliar las fronteras de un certamen que en un principio se pensó como nacional. Los miembros del jurado lo han tenido difícil, pero finalmente se han puesto de acuerdo para elegir un ganador, un accésit y ocho finalistas. Hoy os presentamos el resultado de aquella tarde de arduas deliberaciones. Esperamos que disfrutéis leyendo, tanto como lo hemos hecho nosotros organizando este certamen, y os emplazamos ya desde ahora a participar en el Segundo Certamen Internacional de Relatos Cortos Harvey Milk. Recibid un afectuoso saludo
Carlos Miranda Albaladejo Delegado del Primer Certamen de Relatos Cortos Harvey Milk
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EL MÁSCARA
ISABEL LOGROÑO
-“¡Pelea, pelea!”- comenzó a escucharse por todos los rincones del patio de recreo, de boca en boca de los que se columpiaban, de los que jugaban a fútbol, de los que fumaban a escondidas… Todos sin excepción se habían arremolinado para contemplar un espectáculo violento y desigual, “El Máscara” era machacado sin piedad por una cuadrilla de jóvenes. Uno de ellos, que se había adelantado, lo agarraba del cuello a la vez que le gritaba con furia: “¡¿Y ahora qué?! ¡¿Ya no me engañas eh?! ¡Los tipos como tú sois mierda!”. “El Máscara” no le respondía, se limitaba a mantener la mirada baja y a apretar los labios con rabia. Cuando comenzaron otra vez los golpes y las patadas, cerró los ojos. Eran ya las doce y media. Su padre había llegado a casa borracho como siempre y se había quedado dormido en el sofá. Esperó un poco y cuando notó que los ronquidos sonaban acompasados, se acercó sigiloso y sacó de su bolsillo la llave del arcón en el que guardaba todos los recuerdos de su madre. Al abrirlo notó una oleada de calor que golpeó su cara y casi le pareció sentir una caricia. Sacó todas las ropas, joyas y pinturas que encontró y comenzó su ritual. Desnudo ante el espejo, deslizó una suave media de lycra por su pierna izquierda, después por la derecha; se acomodó un sostén negro sobre su pecho mientras buscaba unas braguitas a juego; se enfundó en un vestido de tonos azulados y decidió dejar los tacones para el final. No quería despertar a su padre. Una vez en el baño, aplicó una base de maquillaje por toda su cara, perfiló sus ojos con raya negra a la vez que difuminaba unas sombras oscuras sobre sus párpados, y pintó sus labios de un rojo apagado. Antes de salir, se miró de nuevo al espejo. Se quedó pensativo unos instantes y acarició sus bonitas facciones femeninas con las yemas de sus dedos. “El Máscara”… ¿Quién había sido el primero que lo había llamado así? Realmente no lo sabía, quizá llevaba ya ese nombre desde el momento en que respiró por primera vez. Salió del baño y se dio de bruces con una fotografía suya que su madre había enmarcado en la pared. Tenía ocho años, jugaba con una pelota de fútbol y sonreía a su padre. Eso sí que era una máscara, pensó, y salió de allí. El bar estaba cerca, a unos doce minutos caminando, veinte en tacones. Se sentó en la barra y pidió una tónica. A su alrededor parejas, solterones y un grupo de chicos charlaban, bebían y bailaban animadamente. Él no les prestaba demasiada atención, hasta que uno de los chicos se acercó y le ofreció una copa. “¿Qué hace una chica tan guapa, sola a estas horas?”. “El Máscara” sonrió. La conversación no se extendió demasiado, a la media hora, ambos salían del bar agarrados de la cintura, ante la mirada cómplice y envidiosa a la vez del grupo de chicos. 9
Después sucedió lo que acostumbraba… la máscara se caía… y regresaba corriendo a su casa, todavía con los oídos inundados de insultos, gritos y amenazas. Las bocanadas de sangre eran cada vez más sustanciosas mientras su cuerpo delgaducho se retorcía de dolor en el suelo, ante la mirada atónita de los niños y los intentos vanos de un par de profesoras que intentaban reanimarlo. Llamaron a su padre al poco de llegar la ambulancia. No hubo lágrimas en sus ojos cuando los médicos destaparon la sábana que cubría su rostro, tan sólo un semblante serio de indiferencia. Miró la cara de su hijo unos instantes, aún podía percibirse algún que otro resto de maquillaje sobre su piel, y sólo supo decir “Era como su madre”.
“Las palabras han estado siempre alrededor de mis veintidós años de vida. Palabras como alivio, como grito, como esperanza, como denuncia, como reflexión. Desde un buen día en que me decidí a estudiar Filología Hispánica hasta hoy, que publico con toda mi ilusión este relato.” 10
MATTHEW
JOVI LOZANO-SESER En homenatge a Matthew Shepard (1976-1998) “Faggot, faggot, do you hate him ‘cause he is pieces of you” JEWEL, Pieces of you
Fort Collins, Wyoming. 6 d’octubre de 1998. 21:46 hores. El bar, abans de la mitjanit, sembla un cau d’ànimes esmaperdudes. Junt a l’escurabutxaques, un camioner esmerça els últims cèntims en aconseguir un jackpot que no arriba mai. Hi ha quatre o cinc borratxos a l’extrem esquerre de la barra que es guarden el malaurat jugador mentre el cambrer maleeix el tirador de la cervesa, que torna a avariar-se precisament ara que encara no ha començat la nit. A Matthew li agrada la decadència del club, per això s’hi acosta cada nit cap a aquesta hora, sense saber exactament què l’atreu d’un local on cap dels seus amics gosaria mai a acostar-s’hi. És un indret llòbrec, sinistre, tot i que l’entendreixen els rostres dels qui l’envolten. Desconeguts o no, hi ha predominança d’homes madurs. Ha tingut sort alguna vegada, de fet, en els seus intents per fer de la vetllada l’oportunitat perfecta. Hi ha hagut sexe, és clar, però sempre amagadís i urgent, com als reduïts i idonis lavabos dels centres comercials. L’aparcament del bar és obscur i ampli, ideal per a tals trobades. Els seus partenaires, d’altra banda, prefereixen sempre la rapidesa i la poca complicitat. Al cap i a la fi, solament són aus de pas. D’un fort espetec, el cambrer reanima el dispensador de cervesa. Els clients beguts aplaudeixen l’escomesa mentre els espessos grumolls d’escuma retinguda ragen de l’aixeta. La porta del bar s’obri aleshores. Hi accedeixen dos xicots rossos i ben plantats. L’un du una gorra ben esgarrinxada i l’altre mordica un escuradents ben esquerdat. Matthew dubta sobre la familiaritat dels seus rostres. És la primera vegada que els veu? No sabria si assegurar-ho o no. Del que sí que no desconfia és de l’atractiu dels nouvinguts, potser vorejant la trentena. Texans estrets, roba tacada. Potser vénen de la fàbrica. El cambrer els serveix una caramullada pinta de Budweiser. Sembla que la cosa s’anima. I no solament per a la caixa enregistradora del local. Des de l’altre costat de la barra, Matthew els reülla. Li agraden, per suposat. No sap per què se sent sempre atret pel mateix tipus d’homenot de la perifèria, però no pot evitar entreveure’ls a través del baf que entela la retafila de gots buits que fan de la barra del club un autèntic cementeri de vidre: hi ha copes badades, n’hi ha de mig buides i n’hi ha, fins i tot, de calentes. La cervesa s’escalfa de pressa, com el neguit de l’universitari, cada vegada 11
més pendent del que ocorre a l’altre extrem del local. Com que ja s’ha fotut la seua consumició, no es penedeix de demanar-ne una de més. I ja en són quatre, les cerveses que s’ha empassat. Definitivament, li recorda a un company de l’institut. El ros de la gorra, en efecte, li sembla a Arthur. Com l’enyora ara. Eren altres èpoques, és clar: molta més ingenuïtat, molt poca experiència i, a més a més, massa por. Arthur l’esperava al pati. Passejaven entre les tanques. Esmorzaven junts aquells sandvitxos de crema de cacau i, cap al capvespre, quan tot semblava perdut, el telefonava per dir-li totes aquelles coses intranscendents que emmascaraven un sentiment real, anestesiat pel seguit de temors i recels que dos adolescents com ells podien acumular en la solitud de la seua pertinença a Fort Collins, un petit poble ubicat enlloc, on fins i tot els somnis s’evaporaven amb facilitat. El dia que Arthur es mudà a Ohio tampoc no fou tan tràgic. No arribà mai a abraçar-lo mentre compartien allò que bé s’assemblava a una relació, per la qual cosa el fet de prescindir-hi tampoc no s’esdevingué complicat. A sovint, Matthew creu que es folla a tots els casats que freqüenten el local per tal de sufocar l’anhel que no va satisfer als setze anys, quan realment pertocava. Hi ha un poc d’Arthur, doncs, en cadascun dels homes amb qui ha estat aquests anys. El xicot de la gorra n’és un exemple. Ara, com a sedàs preventiu, l’ha mirat fixament als ulls. El xicot ha esbossat un lleu somriure i s’ha adreçat al company mitjançant una curiosa carassa. L’altre també n’ha fet esment.Sí. Segurament són treballadors de la fàbrica. Llueixen barba de tres dies, arrissada. De tan rossa, sembla daurada sota la llum macilenta del local. El propietari sol abaixar la intensitat dels focus passada la mitjanit, sobretot quan hi van putes per repescar algun client rerassegat d’aquells que s’enjogassen massa amb l’alcohol. Hui, per contra, el bar sembla més fosc que de costum. Matthew, seduït per l’embriaguesa que li pertorba el seu cos de tan sols vint-i-dos anys, ja no distingeix massa bé el rostre dels xicots. Ara són ells els qui no li lleven l’ull de damunt. Té una faç massa càndida i mai no se n’adona. Li ho diuen moltes vegades a la universitat. Matthew Shepard, l’escridassen els professors, abans d’admirar el seu rostre infantil i innocent. Se’n fan creus. Potser, tal com els ocorre als operaris rossos d’aquesta nit, precisament en l’instant en què Matthew els pica l’ullet en un intent accelerat per evidenciar les seues intencions. Hi ha un silenci aclaparador per part dels xicots. Semblen sorpresos i engrescats alhora. Durant un breu parèntesi, Matthew es penedeix del gest. Per què s’hi ha atrevit? Tot seguit, un d’ells segueix el perímetre de la barra i se li presenta. Sembla begut i sarcàstic, com la ganyota que executa a l’hora d’arrunçar les celles: -Perdona, xaval, vols que t’acompanyem a algun lloc? L’oferiment és concís i clarificador. Tal vegada, encara ha tingut sort. No ha estat mai amb més d’un home al mateix temps, però cal aprofitar l’avinentesa. En altres 12
circumstàncies, s’ho repensaria, però no aquesta nit en què la dolcesa de les cerveses ja traguejades li facilita de bon grat la desimboltura. En eixir del bar, els dos xicots li obrin la porta del pick-up. És un cotxe brut, potser com les postures que hi tindran lloc, fantasieja Matthew. El xicot de la gorra engega el motor i enfila el vehicle cap als caminals que voregen la carretera cap al nord del poble. Els homes continuen xarrupant cervesa directament de la botella. No sembla que li facen massa cas a Matthew fins que aturen el pas en una fosca clariana, al bell mig del bosc. Tot seguit, ambdós operaris engrapen el jove pels braços en una violenta embranzida que el tomba a terra. El ressò de l’esclafit del crani contra el pedregós sòl retruny aleshores en la quietud de la nit, mentre els operaris li fan dues sonores potades a les costelles i a l’estómac. El cruixir dels ossos esmicolats incentiva l’acarnissament dels agressors, a cada segon més entusiasmats sobre el cos atordit de l’estudiant: -Fill de la gran puta –bramen a l’uníson-. Tros de maricon! Què et pensaves? Que anàvem a seguir-te el joc? Matthew no té temps de detectar els danys que li sotmeten el cos a un indefugible compte enrere. Si més no, el primer impacte contra el terra ja l’ha sotmés a un estrany ensopiment a partir del qual no percep la realitat tal com és. Hi ha una batzegada, de fet, que li rebenta l’ull dret mentre la sang calenta comença a vessar-li gola amunt. L’oïda, atenuada, li permet escoltar un últim mormoleig malgrat el degotim que li supura: -Això és el que es mereixen els fills de mala mare com tu... I aleshores l’enteniment se li fon en el silenci del bosc. De sobte, enyora els records fugissers d’una vida encara no encetada, enyora fins i tot la imatge recent dels xicots rossos, quan els ha cregut receptius i agradívols alhora, en la gresca del bar. Enyora els cabells rossos d’Arthur, a qui no va arribar a besar mai. On dimonis van a parar, cavil.la el moribund, tots els abraços que mai no arribem a culminar? Potser, abans que caiga la mitjanit com un tel de mort, abans que els assassins abandonen l’indret amb especial covardia, Matthew ja en sabrà la resposta.
Nascut en 1979 en Ondara, periodista i escriptor i està especialitzat en l'ús de la llengua als mitjans de comunicació. En la seua trajectòria literària, ja ha rebut més de 30 premis literaris, molts d'ells reunits en els seus volums de contes. Com a escriptor, ha publicat els llibres "Sis contes i una novel.la incerta" (Edicions 96, 2010) -una recopilació- i "Efectes Secundaris" (Edicions del Bullent, 2011) -Premi Soler i Estruch de Narrativa 2010-. Actualment, exerceix el periodisme cultural com a cap de comunicació de la MACMA (Mancomunitat Cultural de la Marina Alta). 13
ADÁN Y EVA
MARÍA DEL MAR GARCÍA GARRIDO Mírala. Obsérvala. Es Eva. Todos los días hace el mismo camino: Va al colegio y regresa. Al llegar a casa, su madre le da dinero para que vaya a comprar el pan a la panadería que está justo debajo de casa y regresa. Hay días en que también tiene que recoger el pedido de la carnicería porque su madre, que padece unos horribles dolores de espalda, no puede cagar con él. Después de ayudar a mamá a terminar las tareas de la casa, Eva, se acerca a la doctora para que le haga la cura, cuando termina en la consulta vuelve corriendo a casa para comer y, por la tarde, de nuevo el Viacrucis. Hasta ahora todo parece normal, como cualquier chica de su edad, Eva va al colegio ayuda en casa y recoge la compra y algunas tareas más que ahora no son importantes. Pero vamos a observarla más detenidamente. Esta es en realidad Eva: Despertador suena a 7:00 h, se ducha y se viste no sin antes discutir con su hermano, como todos los días, por un pantalón o una camisa, hoy en concreto ha discutido por la camiseta de Metálica, los dos quieren calzársela. Su madre ya la está llamando a gritos para que baje a desayunar, llegará tarde. Eva se sienta con la misma cara de enfado de todos los días y su madre ya no le pregunta que lo ocurre, lo sabe, ha vuelto a llamarle Eva, pero antes de irse la abraza y le dice lo que ella quiere oír. Vuelve a sonreír. Se dirige a la parada de autobús pero antes pasa por casa de Olga, la recoge todos los días, aunque tiene que dar un rodeo, pero así no hace sola todo el camino y sobre todo, con ella, se siente segura, Olga es la chica más guapa de todo el colegio, quiere ser modelo y lo será, seguro. Su compañía la protege, sobre todo, de los demás. Ella la defiende solamente con su belleza, todos los chicos la envidian porque Olga es su mejor amiga, Olga es su primer gran amor, pero eso Olga no lo sabe, ni los chicos, ni las chicas, ni su madre, ni su hermano, nadie lo sabe, ese amor permanecerá oculto para siempre. 14
Al llegar al colegio Olga se va a su clase y Eva debe enfrentarse, por primera vez en el día, al resto de su pequeño mundo, y menos mal que es pequeño…, llega a su clase y va a su mesa, al final de la fila de la izquierda, y se sienta, sola… como siempre. Y aquí es donde empieza la lección diaria. Carlos, Charley para los amigos, es el guapo y más macho de la clase, y es verdad Que es guapo es guapísimo pero a Eva no le gusta, ella lo envidia, le gusta su Cuerpo, le observa el paquete, se fija en cómo le sienta el pantalón pero lo mira Con cuidado, sin ser vista, porque le teme. Este se acerca a su mesa y como Todos los días la saluda: “Hola Evo, me gusta tu camiseta, ¿hoy nos vamos a Medir te apuntas? Seguro que tú la tienes más larga que ninguno. Antes de que Termine la frase, la clase al completo ha estallado en risas y por lo bajini Empieza la retahíla de desprecios. Eva baja la cabeza y cierra los ojos, piensa en Olga, su recuerdo le hace olvidar, le ayuda a no escuchar. Cuando llega el profesor todo se calma, ahora reza en silencio para que no le toque salir a la pizarra, porque allí comenzaran de nuevo las risas y los puyazos. Llega la hora del recreo, se va a buscar a Olga que la sabe con sus compañeras de clase y, como todos los días, ella llega y se coloca a su lado, dice hola, y allí se queda, un paso más atrás, se oculta, no quiere ser vista por ese grupo de chicas que no entienden que hace ahí callada y apartada, mejor sería que se fuera a jugar con los chicos de su clase. Pero Eva quiere estar al lado de Olga y no le hace falta que los demás entiendan nada. Algunas veces, si no está Olga, porque no ha ido al colegio o porque se ha quedado con las chicas charlando en clase y no les ha apetecido salir al patio, Eva se queda sola, sentada en el escalón de la puerta de clase o en algún rincón donde pueda intentar pasar desapercibida. Ha habido recreos que se los ha pasado encerrada en un wáter, allí sentada, esperando que pase el tiempo, mejor allí encerrada que aguantar que caigan sobre ella todos los culos de bocata, como si ella fuera la diana, todos quieren hacer blanco y ni siquiera son capaces de ver que dieron en el centro, clavaron en el corazón, 1000 puntos para cada culo de bocata. Al terminar las clases Olga se va con sus amigas al parque, van a esconderse para fumar, Eva vuelve a casa pero si va sola no coge el autobús, no quiere que Belén se siente a su lado para divertir al resto, se va andando, bueno más bien corriendo. Llega a casa y su madre le da el dinero del pan y baja a comprarlo. 15
Lo normal sería que se llevara el dinero y antes de subir lo comprara, pero hace ya tiempo que no lleva dinero encima, ya se cansó de que Charley y sus amigos fumaran a su costa, se libró de que la toquitearan los pechos y le metieran las manos en los bolsillos del culo con la primera intención de tocárselo y la segunda intención de quedarse con la pasta, recobró su ritmo cardiaco, se libró de sus asquerosas manos. Después ayuda a su madre, eso lo hace porque quiere, su madre está enferma y su hermano como es varón no tiene obligación ninguna en casa, así lo dijo su padre antes de morir y así se encarga él de cumplir. A Eva le fastidia que no lo haga por su madre, porque por lo demás Eva piensa que debería tener también ese derecho. Ahora que ya está todo preparado para la comida pero falta una hora para que su hermano salga de clase y en esa hora aprovecha Eva para ir a la doctora a curar sus heridas. La lleva visitando un año, siete meses, y dos días y cree que todavía tendrá que seguir yendo a la cura durante un tiempo más. Es una herida muy profunda y dolorosa, muy dolorosa pero la doctora es muy buena y comprensiva con ella, y cada día le parece mejor idea visitar a su psicóloga tres veces por semana. Sabe que a su madre le cuesta un dineral pero después de aquello… a su madre no le importa el dinero, le importa su hijo. Ahora llega a casa y su mamá la llama por su nombre, Adán, lo besa y lo abraza de nuevo. Su madre lo quiere como es, y sobre todo lo quiere, sin más, aunque a veces se le olvide que ya no es su niña, su pequeña Eva.
“Un día antes de terminar el 66, abrí los ojos y fotografíe mi tierra y la tuya. Después la mezclé con mis huellas y la llevé al collage; ahora me pide que la describa y la escribo. La miro y sigo expresando. Aún sigue enfriando mi mente la nieve que me recibió.”
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SUEÑOS IMPARES
SAM CORCOBADO MORENO El domingo es un día imaginario que se termina demasiado pronto. El resto de la semana tiene su orden. Están los días pares: martes, jueves y sábado. Y, por supuesto, los días impares: lunes, miércoles y viernes. Cuando llega el domingo la vida se transforma para mí. El cielo parece pintado de ese azul intenso que sólo sale en películas de dibujos animados. La tarde se disfraza de rosa en el espejo de mi cuarto de baño, me siento la primera dama de la canción española y por la noche, los aplausos de los clientes me vuelven a llevar al cielo. Pero es la hora de volver a casa y el cielo ya ha dejado su color azul, y de repente es invisible. Negro. El negro es el color que define lo invisible. Por eso los domingos pasan tan rápido, porque en tres colores paso de la claridad a lo invisible. Los días pares me llamo Juan y soy profesor de español en la escuela de idiomas Safe de Adelaide, Australia. Mi mundo se había quedado ahogado desde que el sueño me abandonó. El sueño se descuadró de mi cuerpo. Era el tiempo en que necesitaba terminar los estudios que quiso mi padre y por las noches me vestía como lo había hecho mi madre en la época que nací. Dejé Barcelona un doce de septiembre y me convertí en lo que soy ahora el quince de octubre. Rellené los papeles de tres a seis de la madrugada. Creo que en días impares. Siempre quedaba con amigos la noche después de no haber podido dormir: borrachera los martes, primeros disfraces en aquella sala sin nombre los jueves y dormir junto algún pirado los sábados de madrugada. Los días impares en Australia me los pasaba ensayando. O bien la clase del día siguiente. O bien las canciones que cantaría el domingo por la noche en la Sala Tapas, Hindley Street, 53, Adelaide. Un rincón del travestismo australiano abierto al centro de mi mundo. Mis problemas con el sueño empezaron el último curso de Derecho. Terminé como pude el último examen y me quedé dormido sobre la hoja de examen. Un compañero que estaba a mi lado me dijo qué me podía pasar. “No has pensado que puedes ser narcoléptico”, me soltó en la puerta del aula. “Narco…qué; eso suena a drogas y yo nunca tomé ninguna”, le contesté. “No. Me refiero a la enfermedad esa que te quedas dormido en cualquier sitio y luego no puedes dormir por las noches. Lo vi el otro día en un reportaje de la tele. La Narcolepsia, creo que se llama”. Cerré los ojos y descubrí que mi cabeza se había comportado de esa manera desde hacía varios meses. Dejé los ansiolíticos y busqué un especialista del sueño. Por las 17
mañanas de los días pares, todavía en Barcelona, me dediqué a buscar especialistas del sueño. “Tu caso está perfectamente claro. Sufres un estado de narcolepsia en grado uno”, me dijo el primer especialista que encontré en Google. “Tendrás que medicarte el resto de tu vida”. Le hice caso los dos primeros días, que fueron el resto de mi vida que fui capaz de seguir imposturas de ningún médico. La confirmación de mi visado por un año en Australia, llegó dos días antes de la salida de mi vuelo a Adelaide. Un nuevo mundo. Mi cabeza dormida cada vez con más frecuencia. Llené mi maleta de ropa de verano y un pequeño neceser con pastillas que en España valían una fortuna y que serían de difícil adquisición en Australia. “Seguro que eran los nervios de los exámenes finales. Esa narcolepsia no me va a parar”, me decía en cada espejo al que me miraba. Entré a trabajar en la escuela de idiomas Safe dos semanas después de mi llegada a Adelaide. Necesitaban un profesor de español con nociones mínimas de inglés. Mi inglés era perfecto. El español lo dejé para mis queridos alumnos. La segunda semana de clase empezó con un juego extraño que no me podía imaginar que me estuviera pasando a mí. Noté los guiños e insinuaciones del alumno más guapo del centro. No podía dejar de mirarlo. Y cada vez que mis ojos se posaban sobre los suyos, una leve sonrisa y un ligero guiño de su ojo izquierdo me atravesaba el corazón. “No puedes convertirte en un profesor seducido por su alumno guapo”, pensaba. Por aquel entonces ya conocía a Mario, que me introdujo en la sala Tapas. Buscaban algo nuevo, algo de lo que se hablase por todo el mundo gay de la ciudad. “Les encanta lo español, les pierde nuestro acento”, me dijo Mario. “Pero mis canciones no están del todo ensayadas”, le decía yo. “En un par de semanas te conviertes en la revelación de la movida gay de Australia”. Carlo me seguía guiñando el ojo izquierdo en cada clase. Pero notaba que no estaba enamorado de mí. Un día par llegué temprano al aula y me lo encontré sólo, sentado en la primera fila, como siempre. No había nadie. Mis ojos se habían quedado toda la noche abiertos. Así que la narcolepsia podía volver a desperdiciar un sueño fuera de horas. “Tengo que decirte algo Juan”, me dijo Carlo con acento italiano. Ojos verdes, pelo ensortijado, caracoles en la frente, un sinfín de injustas descripciones ya escritas que se habían creado para él. “Dime Carlo”, suspiro infantil. “Estoy enamorado de ti”, lo dijo con una extraña sonrisa que no venía a cuento. Mi pose no era amanerada los días de trabajo. Los domingos desprendía toda la pluma sobre el escenario, pero en mi vida real las dejaba guardadas en el armario. “Cómo, pero…”, no quise desmoronarme, abrazarlo y besarlo como si estuviéramos en una película en donde yo era el protagonista. “Bésame, por favor”, me lo pidió y en ese mismo momento noté que alguien estaba en la puerta del aula, 18
grabando el instante con uno de esos teléfonos móviles que hacen de todo. “Mierda”, exclamó Carlo. “Así no, tío”, la mano que llevaba el teléfono móvil empezó a enseñar el resto del cuerpo. “Qué demonios significa esto”, les dije yo. “No queremos maricones en nuestra clase”, me soltó Carlo entonces. “Quién te dice que soy marica”, le dije yo. “Cuando te quedas dormido sobre la mesa. Lo dices entonces. Empiezas a cantar canciones, te levantas, con esa voz de…marica”, el resto de la clase estaba detrás del tipo del móvil que parecía una cámara de video o del video que era un teléfono móvil. Risas histéricas, nervios. “Además te hemos visto los domingos por la noche con ese disfraz de cantante, con las tetas postizas, qué asco…”, Carlo no dejaba de insultarme. Nunca imaginé que la narcolepsia me desnudaba de esa manera. “Eres una escoria. No queremos profesores gay, lo entiendes”. La última canción del domingo de esa semana la canté con lágrimas en los ojos. Me habían echado de Safe por mi doble vida. “No nos importa tu vida sexual, pero no podemos permitir que uno de nuestros profesores se disfrace de esa forma”, la responsable del centro también me hizo llorar dos días antes. Era un día impar, no trabajaba, pero me llamó para que firmase la renuncia a mi contrato como profesor de español en su centro. “Lo siento Juan, la próxima vez esconde mejor tus manías”. “Mis manías, esa es mi vida, sabes. Yo soy así y nada me va a hacer cambiar”, le solté antes de que la maldita narcolepsia me hiciese quedarme dormido sobre los papeles de la renuncia que acababa de firmar.
Sam Corcobado (Mataró, 1974). “Subido en una noria tuve conciencia de existir. Aprendí a escribir para viajar, me casé dos meses antes de aterrizar en Australia y ahora toca ordenar todo lo que he inventado para seguir soñando con los ojos abiertos.” 19
EL MONSTRUO DEL ARMARIO CÉSAR BAKKEN
En la vida hay cosas que nos marcan para siempre. Lo que más me ha influido en la vida, hasta el momento, es mi padre y los armarios. El motivo es el siguiente: El primer recuerdo vital que tengo es a los 4 años, 6 meses y tres días. Yo estaba en la cama, metido debajo de la sábana y muerto de miedo. Recuerdo también que mi madre se sentó en la cama y me cogió entre sus brazos. Cuando pasaron unos años mi madre me contó que ese día habíamos pasado la primera noche en la que actualmente sigue siendo su casa, por eso sé la edad exacta que tenía. Mientras ella ponía mi ropita en el armario de la habitación mi padre me dijo que ahora que estábamos en una casa nueva y con el suelo de parquet tenía que portarme bien y no ser malo. Según él, yo era un niño muy inquieto y por eso siempre estaba haciendo barrabasadas en la casa. Mi padre, que era un hombre muy severo, no estaba dispuesto a que un niño le rallase el parquet o estropeara los muebles nuevos que tanto le habían costado, por lo que ese día inventó una historia para amedrentarme y controlar mi agitación habitual. Me dijo que en el armario de mi habitación había un monstruo horrible que se comía a los niños malos, pero que si yo era bueno el monstruo no me haría nada. Esa misma tarde, antes de la cena, no se me ocurrió otra cosa que sacar mis coches de juguete y hacer una carrera por el pasillo. Cuando mi padre volvió de la calle, de hacer unas compras de última hora, y me vio tirado en el suelo y arañando el parquet, se enfadó muchísimo y me dio un bofetón, cogiendo todos mis coches y metiéndolos en una bolsa. Me llevó a mi habitación y, dejando la bolsa encima del armario, me dijo: “Ahí se van a quedar para siempre. Como vuelvas a portarte mal esta noche saldrá el monstruo del armario y te comerá”. Yo estaba llorando señalando los coches y diciendo que me los bajara. Mi padre se fue malhumorado y mi madre me dijo que le hiciera caso y fuera un niño bueno. Ella salió también de la habitación. Yo hice caso omiso y arrastré una silla hasta la puerta del armario, dejando los consiguientes surcos en el parquet. Me subí a ella dispuesto a coger los coches cuando fui sorprendido por mi madre. Dice que al verla me asusté y me caí de la silla, haciendo un gran ruido, pues la silla también se cayó (y dejó un piquete en el suelo). Mi padre vino corriendo y, al ver el estropicio y las marcas del parquet, empezó a pegarme hasta que ella le dijo que ya estaba bien, que yo era sólo un niño y tenía que ser travieso. Pero mi padre no lo veía de esa manera y decidió darme un escarmiento definitivo. 20
Esa noche mi madre me acostó, como siempre, y me contó un cuento. Lo que pasó después se lo contó mi padre, pues ella no estaba ya en la habitación. Cuando me quedé solo me levanté, encendí la luz de la mesita de noche y fui hacia el armario a intentar recuperar mis coches una vez más. En es momento mi padre, que se había escondido dentro, salió de golpe dando un gran grito como de animal furioso. Yo salí espantado de la habitación, chillando y llorando. Por supuesto esa noche no dormí y la pasé debajo de las sábanas, como he explicado al principio. Durante todo el año siguiente mi madre me dijo que todas las noches, antes de apagarme la luz, tenía que abrir el armario y enseñarme que no había ningún monstruo en él. Conforme fui creciendo comprobé que mi padre era un hombre severo, arisco, amargado y malhumorado. Y lo era especialmente conmigo, aunque se metía con todo el mundo, sobre todo con los que él llamaba: “maricones”. Según él casi todos los hombres que salían por la televisión lo eran. Ver con él cualquier cosa era un suplicio. Crecí temiéndole, pues a la mínima ya me estaba pegando, riñendo o castigando. Un día ocurrió un hecho que marcó mi vida para siempre. Iba a salir a la calle y al pasar por la puerta del cuarto de mis padres vi que él estaba subido a una silla, dejando unas revistas encima del armario. Enseguida me aparté de la puerta y bajé a la calle. Yo tendría unos once años. Al día siguiente, estando sólo en casa, me atreví a curiosear encima del armario de mis padres, a ver que era lo que había allí. Cogí la escalera, pues con la silla no llegaba, y al asomarme comprobé que había multitud de revistas. Cogí una, al azar, y vi que era una revista pornográfica (aunque yo no lo supiera entonces). Empecé a ojearla y fue el primer día en el que se despertaron en mí los instintos sexuales. Todas las tardes me quedaba sólo desde la hora de la comida a la de la cena, por lo que a partir de aquel día siempre iba al armario y cogía una revista. Luego iba al cuarto de baño y me masturbaba con ella, para dejarla posteriormente en el mismo lugar, temiendo que mi padre la echara en falta. Así estuve unas semanas, siempre viendo escenas pornográficas de mujeres con hombres y de mujeres solas, hasta que un día cogí una revista en la que sólo salían hombres. Para mi sorpresa, comprobé que me excitaba más que las otras. Descubrí que mi padre tenía muchas revistas de esas y empecé a declinarme por ellas. Así fue como supe que me gustaban los hombres. En esa época desconocía lo que era ser heterosexual u homosexual, sólo sabía que disfrutaba mucho viendo esas revistas de hombres con hombres. Pensaba que tanto una cosa como la otra serían malas, porque mi padre escondía esas revistas. Un sábado, cenando en el comedor, mi padre estaba viendo el fútbol y en el descanso del partido mi madre cambió de canal a un programa en el que estaban hablando varias personas. De repente, una de esas personas enseñó una revista, la misma que una de gays que tenía mi padre y dijo: “¿por qué yo no puedo comprar esto en un quiosco sin que la gente me mire mal?” Mi padre se levantó y gritó: “¡Porque eres un maricón!” y cambió de canal, diciendo: “Hay que joderse con este país, ahora las mariconas pueden salir por la 21
televisión y decir sus mariconadas” “menuda patada en los huevos les daba yo, ¡maricones de mierda!”. Miré a mi padre con asombro, pues estaba criticando a una persona por enseñar una de las revistas que él tenía. Conforme fui creciendo aprendí la diferencia entre heterosexuales y homosexuales. En mi colegio los chicos hablaban cada vez más de las chicas y las chicas parecían hacer lo mismo sobre los chicos. Descubrí que antes de ser gay hay que ser mariquita, pues a un compañero mío le decían mariquita porque nunca hacía deporte con nosotros y solía jugar con las chicas. A mí no me gustaban los juegos de chicas, me gustaban los de chicos y por eso jugaba siempre con ellos, sobre todo al fútbol. Empezamos a ver revistas porno que nos encontrábamos en la calle. Todos hablaban de lo buenas que estaban las tías que salían, pero yo me fijaba sólo en los hombres. Ahora tengo 30 años y hace 10 que mi padre no me habla, desde que le dije que era gay y me echó de casa. Nunca le he dicho que si soy gay es, en buena parte, gracias a sus revistas. Supongo que con los años hubiera descubierto que mi sexualidad era ésta, pero lo cierto es que gracias a él lo descubrí muy pronto. No le he comentado nada de las revistas porque yo, al contrario que él, sé respetar a las personas y no me gusta humillarlas, mucho menos si es mi padre, por muy cabrón que sea. Cuento esta historia para demostrar que muchos homóbofos lo son por miedo a que se sepa que a ellos les atraen sexualmente las personas de su mismo sexo. Y también la cuento porque me hace una gracia enorme mi relación con los armarios: primero miedo atroz, luego placer, luego años de estar “dentro de él” y por último un momento de “salida de él”. Sobretodo me hace gracia saber que mi padre nunca “saldrá del armario”. Se limitará a coger y dejar revistas encima de él. Y lo que más me divierte de todo esto es comprobar cómo en los armarios no hay monstruos, sólo cobardes.
Madrileño de nacimiento, eivissenco de vocación. Politólogo, cocinero, creador audiovisual, escritor y poeta versolíptico. Ácrata, agnóstico y admirador de Kafka y los goles de Messi. Amigo de sus amigos y enemigo de sus enemigos. 22
AMIGO MÍO
SOFÍA FERNÁNDEZ OLGUÍN
Amigo mío, me caso. ¿Cómo es eso de que no vas a venir a mi casamiento? Me lo dijo Julia. ¿Qué me dijo? Que adelantaste tu viaje a Estados Unidos, que ibas a viajar en marzo, pero que por algún motivo que no le dijiste, ahora viajarás en febrero. Me caso, Juan. ¿No me vas a acompañar en este día tan importante para mí? ¿Por qué no nos olvidamos de todo lo que pasó? Tengo cuarenta y tres años… Ya era tiempo de que sentara cabeza, ¿no te parece? Y no, no me digas que eso es cosa de heterosexuales, porque todos los seres humanos, sea cual sea nuestra orientación sexual, aspiramos a encontrar a alguien especial, esa persona que le dé sentido a nuestra vida, ese cuerpo que queremos ver y sentir todas las mañanas cuando abrimos los ojos. Sí, Juan, quiero que vengas. Y no es para refregarte mi felicidad en la cara, como seguramente pensás. ¿No te cansaste ya de burlarte de Nahuel? La verdad, amigo, estoy acostumbrado a las burlas. Que es un afeminado, que cómo puede gustarme un tipo así, que para eso me busque una mujer. ¿Por qué ese afán de dividirnos en hombres y mujeres? ¿Por qué no pensar que todos somos seres humanos capaces de amar y que nuestro amor no tiene género? Amo a Nahuel, y lo amo afeminado como es. Lo amo cuando baila tango, cuando baila hip-hop, salsa, merengue… y cuando baila danzas árabes siento que me enamoro más, porque con cada sacudida de sus caderas me recuerda que yo nací hombre y que desde chico me enseñaron que debía amar a las mujeres y yo no entendía por qué… Y cuando lo veo bailar, con sus velos y la purpurina brillando en su pecho, siento que por fin asumí que todo eso es mentira, un cuento de viejas. ¿Por qué me gusta Nahuel? No sé, Juan, ¿qué querés que te diga? Ya dejé de buscarle explicaciones al asunto. Tus disertaciones freudianas y lacanianas me aburrieron. Ahora solo quiero amarlo, amarlo y ser feliz, porque si sigo dándomelas de Sherlock Holmes se me va a acabar la vida. Y ya tengo cuarenta y tres años… Vos tenés veintinueve. Y los vas a tener para siempre, ¿no? ¿Eso es lo que te proponés? Ya cumpliste treinta y dos años, y nunca tuviste una pareja. Nunca un novio, nunca alguien que te llevara el desayuno a la cama, nunca nadie con quien forcejear por la frazada. ¿Jamás quisiste despertar al lado de alguno de esos hombres que te llevás a la cama? A camas desconocidas, o a veces ni siquiera a camas. Yo sé que a ninguno lo llevaste 23
a tu departamento. Nunca dejás que entren en tu casa, sin importar las veces que entren en tu cuerpo. Juan, quiero que seas feliz. Y te perdono todas las veces que llamaste “puto” a mi Nahuel. Si perdoné a todos esos desconocidos, ¿cómo no te voy a perdonar a vos, que sos mi amigo? “Puto” es una palabra grosera, que discrimina, tiene connotaciones feminoides y alude a la prostitución. Y Nahuel no es nada de eso. Nahuel es bailarín, de la misma manera en que vos sos diseñador gráfico y yo soy neurólogo. Amigo mío, ¿qué buscás en un hombre? ¿Músculos, pelo en el pecho, dinero? Yo no sabía lo que buscaba hasta que lo conocí a Nahuel, hasta que lo vi bailar y me dije: “me gusta”. Pero lo vi tan joven y el rostro que me devolvía el espejo era el de un anciano… Se dio cuenta de que lo miraba y se vino a sentar a mi mesa. Hablamos, nos caímos bien. Nos gustamos. Yo no lo podía creer, me sentía como un chico. Y así empezó, frente a frente, sin ninguna pantalla de por medio… como empiezan todos tus asuntos. Juan, creo que no encontrás a nadie porque buscás en los lugares incorrectos. En las páginas de Internet donde los hombres solo buscan sexo, hombres casados y con hijos, hombres que no están interesados en tener una pareja. Mirá, te digo algo: yo, hasta esa noche, también estaba desilusionado del amor. ¡Con decirte que muchas veces pensé en adoptar solo un chico! Pero algo me lo impedía, ¿sabés? Mis ansias de sentirme amado, porque nunca, y te repito: nunca, nunca me sentí tan amado como me siento ahora. Juan, ¿por qué jamás me diste un abrazo? Sos mi amigo, sí, pero a veces creo que somos dos desconocidos. Sos una persona fría, sos un hombre que siempre está a la defensiva. Tu sentido del humor es el sarcasmo y siempre es a costas de alguien, siempre hay alguien de quien te estás burlando. Nahuel, por ejemplo. Nunca me diste un beso en la mejilla. Siempre juntás tu cara a la mía, fruncís la boca hacia un costado y decís muacs. Ese es tu saludo. La primera vez que salí con Nahuel –una tarde de domingo en que fuimos a caminar por el centro de Buenos Aires- lo primero que me fascinó de él fue su saludo. Yo estaba sentado en un cantero de la Plaza de la República, enfrente del Obelisco, esperando. Lo vi salir de una boca de subte y cuando me vio me sonrió y me saludó con la mano. Cruzó la calle sin mirar y un auto le tocó bocina. Cuando llegó hasta donde estaba yo, se me acercó, me apoyó la mano en el hombro izquierdo, y me estampó un beso en la mejilla: un beso de verdad, con sus labios tibios perfumados a chicle de frutilla. Este es mi chico, me dije. Pero enseguida saqué esas ideas peligrosas de mi cabeza, porque cuando a uno le agarran esos ataques adolescentes –de esa adolescencia que no pude disfrutar- hace tonterías. Y yo quería algo serio, algo de verdad. Quería ser yo mismo y que Nahuel me conociera y me quisiera así, tal como soy. Y yo de él quería que me 24
mostrara su verdadero yo, no que quisiera impresionarme o que fingiera algo que no era para intentar gustarme. Yo sé lo que vos buscás, Juan. Lo mismo que muchas mujeres: querés el hombre perfecto, el príncipe azul. Y ese hombre, amigo mío, no existe. Vos pensás que no se nace homosexual. Y decís que sos gay porque no tuviste padre y por eso te fijás en hombres heterosexuales que nunca se van a fijar en vos. Ay, amigo ¿qué importan los motivos? Juan, quiero que seas feliz. Ya me cansé de verte seguir con mirada ávida a los hombres que pasan por la calle. Parecés un chico de secundario. No estoy intentando juzgarte, soy la persona menos indicada para hacerlo. Te hablo como amigo, porque sé que si no te lo digo yo, esto no te lo va a decir nadie. No tenés quien te lo diga. ¿Qué pensás cuando hacés el amor con esos hombres de los que ni siquiera sabés los nombres? ¿Te imaginás que sos mujer y él es tu marido y están de luna de miel en el Caribe…? ¿Por qué, Juan? ¿Seguís encontrando placer en los hombres después de tanto tiempo de repetir el mismo acto una y otra vez, acostados, sentados, de pie, en camas, en sillones, en alfombras, en saunas, en suelos plastificados…? Me voy a casar en el registro civil de Villa Urquiza. Y la fiesta va a ser en un camping de Tigre. Al aire libre. ¿Sabés por qué elegimos un camping y no un salón de fiestas? Porque queremos besarnos a la luz del sol. Porque toda nuestra vida, hoy, ayer y antes de conocernos, nos besamos a escondidas. En bares, clubes, discotecas, baños malolientes. Sumergidos en la oscuridad. Avergonzados. Con miedo de que nos descubrieran. Y ahora, cuando por fin la ley nos ampara, nos respeta y nos dice que sí, que es verdad que todos somos iguales, queremos dejar de besarnos a escondidas. Juan, amigo mío, quiero que seas feliz. Y mi casamiento sin vos, sin tu risa escandalosa, no sería lo mismo. Te espero.
Sofía Fernández (Nimphie Knox en la red) es argentina y está cursando la carrera de Letras en la Universidad de Buenos Aires. Ama la lingüística, escribe poemas, cuentos y novelas de temática LGBT, y actualmente se está dedicando a un libro de cuentos LGBT para niños. Tiene una novelita de terror publicada en España y muchos relatos desperdigados por la red. 25
CAMINO A LA LIBERTAD
JUAN BELMONTE LUQUE
Era un autentico suplicio levantarse por la mañana, Nada mas oír la voz de su madre sentía como si en vez de despertar de un sueño, comenzara una pesadilla. Y eso es lo que era, una pesadilla el tener que afrontar cada día todo tipo de vejaciones. Había veces que Juan José, con solo 13 años, pensaba que había que terminar con aquella situación, pero todo quedaba en la intención. Silencioso, introvertido y en su mundo se tomaba el desayuno y por mucho que su madre se esforzara en alegrarle la mañana, era francamente imposible. En pocos minutos estaría de nuevo en el colegio. Nada mas aparecer por las puertas del centro el grupito de siempre empezaría su tortura diaria. El saludo estaba compuesto por, hola mariquita, buenos días señorita y frases mucho más ofensivas. No alcanzaba a entender porqué se cebaban con él, era un chico igual que todos, solo por su natural amaneramiento y aspecto femenino se convertía en el blanco de la crueldad de sus compañeros. Llegado el recreo no podía compartir juegos con los demás. No lo aceptaban, era un apestado y así, aislado, transcurría su rato de ocio. Claro que eso era mejor que cuando les apetecía gastarle sus habituales bromas. Meterlo en la fuente que había en el centro del patio, quitarle los pantalones para llenarlo de barro y yerbas mientras todos orinaban sobre él... era demasiado. Tenía una edad clave para ir despertando a la sexualidad y sentía miedo a expresar sus inclinaciones. Sus maltratadores habían conseguido que le diera autentico pánico siquiera pensar en tener algún tipo de relación. Pero ni heterosexual ni de la que realmente en el fondo de su alma deseaba. Algunas veces había osado denunciar los hechos a su profesor pero notaba como, sin demostrarlo abiertamente, tomaba partido por los demás, quizás también estuviera de acuerdo en que me merecía ese trato. Todo era como caminar de noche en un callejón sin salida, el único aliento llegaba de su madre, siempre comprensiva, siempre atenta y siempre sospechando que él le ocultaba algo, pero nunca salió de sus labios una sola frase para quejarse de lo que ocurría en el colegio. Claro que después de clase venía la continuidad del sufrimiento. Los chicos del barrio, más crueles aun. Sin embargo este acoso tuvo solución. Nunca más salió a la calle por más que su madre le insistiera. Era muy triste no tener ningún amigo con trece años de edad. No sabía por qué aquella mañana estaba dispuesto a terminar con todo. Es cierto que lo había pensado otras veces pero ese día era distinto. En su interior se mezclaba el 26
miedo y la tristeza con la alegría de saber que saldría definitivamente y para siempre de aquel calvario. No sabía por qué, pero presentía que no volvería a ocurrir. Llegó al colegio, soportó estoicamente los primeros saludos ofensivos, aguantó el recreo de los maltratos y chanzas y salió a la calle. Caminó envuelto en sus pensamientos e ilusionado a la vez. Llegó a casa, besó a su madre, como siempre, pero con más dulzura. Enseguida entró en su habitación y como el que enseña un tesoro, sacó del bolsillo un pequeño frasco de pastillas. No le había sido difícil conseguirlo. Su madre, siempre sufriendo de nervios tras la separación de su padre, las tenía por todos los rincones de la casa. Con su pequeña botella de agua en la mano se recostó sobre la cama. Sin prisas, complaciente y feliz las tomó sin ninguna prisa. Tras un trago de agua comenzó a relajarse y a pensar. No valía la pena vivir así, era el momento de alcanzar salir de la situación, de huir de algo insostenible, de huir para siempre y eso le hacia inmensamente feliz, un sentimiento que no había experimentado nunca. Su fue durmiendo poco a poco, lentamente y tras el túnel......la libertad.
Periodista de Canal Sur TV y escritor. Autor de números artículos periodísticos y de distintas obras: "Ojeda, el último Crack” (Editorial Osborne) "Al toro por los cuernos" (Editorial Osborne) y "Vacaciones inmorales" (Sevilla Editorial). 27
AMOR SEM MAGIA, NÃO ADIANTA.
PAULA ROMERO A las nueve de la mañana el sol hervía el polvo de Lagoa do Sol como si ahí fuera no hubiera otra tierra más que calentar. Habían construido esa habitación con unas chapas de zinc y unos tablones desahuciados, arriba del bar; dos metros más cerca del calor. Las lagartijas entraban por las grietas de la pared buscando sombra, se quemaban las patitas en las chapas del techo y caían descascaradas sobre la cama, sin alterar el ronquido del cura. Blanco, flaco y sudoroso, roncaba como una chicharra acalorada. Flora intentaba, sin ganas, despertarlo para mandarlo a la iglesia. Si el cura de Niteroi, respetado juerguista de renombre, dormía junto a una puta de dieciséis años, negra y hermosa como una pantera, el pueblo entero estaba condenado. Borracho no estaba. Sería pena. Y la pena, mata. Ningún otro negociaría en favores tan humanos las absoluciones. Ese domingo la mulata arqueó la espalda como un gato y le empujó la cabeza contra el colchón. Poco cuestionadora de la vida, los gustos de los clientes con su cuerpo le daban igual; pero la intimidad de la almohada no se comparte. Por contrato verbal y dos golpizas vinculantes por descuido, en su cama más de dos horas no debía quedarse nadie. Al tercer descuido, la dueña del bar se empezó a tomar el trabajo de tirar por la escalera todo mulato o negro remolón que no cumpliera. El clero gozaba de ciertos privilegios. Los mineros, no. Lo dejó dormir y corrió la sábana floreada que colgaba del techo, separando el otro catre donde su madre dormía, trabajaba y muy de vez en cuando soñaba un poco, también. Se lavó el sudor de siete borrachos, sin contar al cura, mojando una esponja amarilla en una jofaina anaranjada. Sacudiéndose el humo del tabaco del pelo y el resto de borrachera profesional, corrió al patio de atrás. Domingo sin misa, la Danielinha ya la estaría esperando para jugar. Sentada sobre un cartón en el suelo, la nena recibió a Flora con la sonrisa más franca desde los últimos enamoramientos de los mineros. Jugaban a escondidas entre las matas. De nueve a once todos los días y cuando no había iglesia los domingos. La vieja Mamá Grande de Danielinha, católica perdida, no aprobaba la compañía de prostitutas. La hermosa mamá de Flora no aprobaba los prejuicios que alteraran su rutina de pecadora. — Te traje un presente, Flora. A Danielinha, sentada en los talones, descorrió el cartón del suelo y un escuerzo enorme, verde y gordo comía hormigas en un agujero. — Es el mismo verde de tus ojos, Florinha, lo ví e pensé em você. — O que e isso! Un sapo gordo y feo, se parece a tu abuela, Danielinha. La Danielinha quedó perpleja, sentada sujetando el sapo con la mano húmeda y los dedos embarrados. Un tirante desgastado de su vestidito azul a rayas blancas se le descolgó 28
del hombro. Flora se acercó a recogerlo con el índice extendido, cambió de idea y le lamió el hombro. La Danielinha levantó la carita de nena y cuando tuvo a Flora a la altura de los ojos, le maduraron los rasgos hasta que se hizo mujer. La punta de los pezones se le marcaron en las dos rayitas blancas del vestido y Flora los tocó con la punta del índice. La selva no emitió ni un solo ruido durante una eternidad y media. Por primera vez en su vida Flora tuvo alma, y era de la Danielinha. Y como la Danielinha tenía el cuerpo menudo, se le incrustaron las dos almas juntas en el agujerito de entre las piernas. A Flora le hirvió la sangre. La de Danielinha se le evaporó. Quedó pálida y mareada. Flora quería sorberle hasta el último poro de la piel. Agarró el sapo de un manotazo y se fue a su casa a llorar. Flora lloró dos meses y medio. Todo le parecía mal. Le retumbaba en la cabeza la marcha de las hormigas sobre el techo de zinc. Dejó de levantarse. Dejó de bañarse. Dejó de comer. Dejó de trabajar y allí empezaron a preocuparse. Como último recurso llamaron al cura para un exorcismo de emergencia. Algo oscuro se le habría metido a la chiquilla en el cuerpo. El cura, que de día las condenaba y de noche las bendecía, se apareció de paisano con cara de conocimiento. La encontró más fea que nunca, abrazada a un sapo horrible. — ¿Qué faiz ese sapo na cama, Flora? Es igualito a la Mamá Grande… A Danielinha fala que a culpa es dela ¿qué pasó, Flora? ¿A gente brigo? — Le dí un beijo na frente. — Ahh! Minina, isso é amor! Si alguien sabía de amores prohibidos, era el cura. Buscó en la habitación el costurero. El cura se sentó en la cama y enhebró una aguja con maña de hombre sin mujer para quehaceres domésticos y le sacó el bicho de las manos. — Amar y ser amado en esta vida es tan raro que no se puede andar discriminando. Não llore mais, minina, y não se preocupe de la Mamá Grande. O amor sempre precisa un poquinho de ayuda, mais no le cuete a ninguein. Nunca. Con doce puntadas precisas, le cosió la boca al escuerzo gordo, feo y verde, igualito a la Mamá Grande.
“Mi nombre es Paula Romero, nací en 1976 en Argentina, me crié en la Patagonia y busqué en cinco países lo que por fin encontré en España, hace más de diez años: una familia, un buen par de hijos y una mesita chiquitita en la cocina para escribir mis cuentos.” 29
GANÍMEDES
MARIO SÁNCHEZ I CANDELA
El mar se iba encrespando y haciendo bambolear la barca y a todos los presos que habíamos en ella. Uno de ellos me vomitó encima del hombro y me entraron tantas arcadas que acabé también por hacer lo mismo pero cuidándome muy mucho de no manchar ni salpicar a nadie dado el temor a que me tomaran ojeriza no bien hubiésemos llegado a la punitiva isla, hasta que me vio el que parecía el capitán de la embarcación, quien me echó una mirada tan asesina que me quitó de golpe el vómito. Los guardas, acostumbrados a aquella rutina de transporte, se rieron de mí, aumentando mi zozobra. Los presos se dividían en distintos grupos, unos con castigos severos, otros con más livianos, y finalmente otros más (entre los que me encontraba yo) con tareas por asignar aunque otorgadas más para combatir el tedio que por auténtica necesidad. Mi delito era menor y creo que tuvieron cierta consideración con mi persona. También cierto enchufe, todo hay que decirlo, aunque yo esperaba un lugar más civilizado si civilizado puede llegar a ser el lugar donde purgar las faltas, delitos y malas fortunas como era mi caso. Por lo menos, y aunque la cárcel era especial y sólo para casos particularmente señalados (y al parecer había muchos), mi castigo era menor porque mi crimen, si así se puede llamar, era menor. Y era una suerte. Yo me movía por todas partes y nadie me hacía mucho caso, solo alguno me advertía que si iba curioseando y preguntando tantas cosas de unos y otros, alguno podría cansarse y entonces podría aparecer con una soga al cuello o la lengua como corbata. Los guardas apenas si me miraban, como si no existiese y así transcurrían los días, monótonos y agónicos, tediosos y lánguidos, al menos para mí que era una especie de ‘preso intocable’ bajo severas penas, es decir, un enchufado. Yo soy G-8, y mi nombre, o mejor dicho, mi número, no os dirá nada. Pero yo también soy de buena familia. El problema en mi casa es que éramos muchos. Envidias, celos y alianzas extrañas entre alguno de mis hermanos me obligaron a abandonar mi casa y a establecerme por mi cuenta en lugares apartados, incluso a costa de perder mi vida. ¿Por qué yo? Pues porque era el más pequeño, el más hermoso, el más simpático, y también homosexual, no sé si el más homosexual, pero yo era así, o gay que es lo mismo pero más refinado que la palabra maricón. Y conste que ni me molesta ni la considero ofensiva, allá cada cual con sus prejuicios. Pero sigo, tanto se decía, y tenían razón, que era hermoso que la fama me precedió y entre otras gentes, también llegó a oídos de cierto ‘político’, y no quiero ni voy a decir nombres. Una porque nadie me creería; dos porque quizá aparecería un día con una soga al cuello; tres porque saltaría un gravísimo escándalo 30
de proporciones descomunales en todo el país y cuatro porque no quiero volver al maldito ‘Infierno’. Bien es cierto que todo ello habla de la falsedad, la hipocresía y la apariencia que guarda toda la gente ‘respetable’ que deja de serlo cuando se produce un hecho como el mío, la homosexualidad que yo llevo tan ricamente y sin complejos, y no como otros que tienen que satirizarla, esconderla, negarla, criminalizarla y rechazarla como algo contra natura o considerarla ¡qué barbaridad¡ como una enfermedad por los considerados ‘normales’, concepto que nunca acabé de asumir ni aceptar en toda su vastedad semántica. Pues continúo. Una tarde llegaron dos hombres a donde vivía. Me golpearon, me dejaron inconsciente y me llevaron a una avioneta. Sí, fui secuestrado. Al poco me hallaba en una casita de campo. Pertenecía a un hombre (el político) que no puedo citar, pero que tenía (y tiene) mucho, pero que mucho mucho peso. Se había enamorado de mí, pero él estaba casado, su mujer era tremendamente celosa y no dudaría en desollarme si me encontraba o se enteraba que estaba con su hombre, y sobre todo por dos razones: una porque se enterarían que aquel era ‘maricón’ y dos porque se arruinaría la carrera social y política si saltaba el escándalo. ¿Qué queréis que os diga? A mi me pareció bien, ¿qué digo bien? Me pareció estupendo. Y todo fue bien durante un tiempo. Pero he dicho antes que yo soy muy hermoso y la fama de un chico guapo comenzó a circular entre la pequeña población donde estaba morando. Tanto es así que hasta la misma esposa de mi secuestrador vino a verme. Como ya era tarde acordamos decirle a la señora que yo era un nuevo criado que cuidaba aquella pequeña mansión rural. La mujer al principio se lo creyó, pero empezó a echarme miradas lánguidas y lascivas. Y a ella se le ocurrió sacarme de aquel palacete en el pueblecito donde estaba ubicado y llevarme como criado o como un perro a donde vivían ellos, a la capital. Y yo era allí un criado más, mas como no sabía hacer nada, me pusieron de escanciador de copas de vino. Y sucedió lo que me había temido una tarde en que ella estaba tomando un baño y se me avisó para que le subiera una copa de vino tinto. Humildemente entré al cuarto de baño con la bandeja y la copa de vino que casi se me cae cuando aquella se levantó para que viera su magnífica desnudez. Un cuerpo blanco y cuidado, unos senos con pezones rosados y apetitosos incluso para mí, en fin, no seguiré porque un respeto sí le debo a mi señor. El caso es que quiso que me metiera en su bañera, cosa que hice; que le frotara la espalda, cosa que también hice, que le acariciara los senos y los muslos, cosas que acaté con mansedumbre hasta que se dio cuenta que yo estaba ‘inerte’ por decirlo de alguna manera. Por tanto, antes de seguir por aquel camino tan equivocado y erróneo decidí contarle la verdad de mis apetencias sexuales. Y creí que hice bien, pero aquella no se lo tomó así. Se levantó con una tremenda rabia echándome de la habitación tras llenarme de insultos de toda clase, lo cual me sorprendió porque no esperaba yo que de esa boca suave y de modales refinados pudiesen salir exabruptos tan bajos y soeces. Aquella humillación, según lo consideraba ella, la puso en guardia contra mí. A partir de ahora mi señor y yo 31
teníamos que tener mucho cuidado. Y lo inevitable con el tiempo ocurrió. En una ocasión en que tras una celebración todos bebieron más de la cuenta, mi favorecedor, pensando que ya estábamos solos y que su esposa se había ido con sus invitados, me arrastró hacia un aparte con la seguridad de que estábamos completamente a salvo de humanidades indeseadas. Yo no quería porque todavía creí oír voces, y lo peor que podía ocurrir pasó. La señora y unos hombres de la confianza de mi señor nos pillaron en pleno acto lúdico tras las cortinas y se armó un revuelo enorme. Tanto es así que la señora no se andó con sutilezas para salvar la incómoda situación. De repente yo era un pervertido acosador que había violentado a su ‘marido’ cuando éste estaba indispuesto. Y como tenía un hermano que regentaba un penal de lo más duro que había en el país, pues allí quiso enviarme. Y lo consiguió, así llegué al ‘Infierno’. Yo estaba aterrorizado con todo lo que me había caído encima, aunque he de reconocer que mi señor me tranquilizó de todas las maneras posibles dándome seguridades si aceptaba ‘por un tiempo’ aquella acusación. Me aseguró que había hablado con el alcaide en persona y que le había hecho responsable de mi vida. Sé que fui acusado de embriaguez e intento de sodomización, algo absurdo, pero tratándose de quien se trataba, cualquier acusación falaz o cierta habría servido igual a sus propósitos. Yo la firmé sin pestañear y confiando con la palabra de mi señor o favorecedor. Es cierto que él no me falló aunque los intereses a su alrededor jugaban en mi contra por lo que algo tenía que hacer para protegerme. Ahora por si acaso y pensando en el futuro, he decidido depositar en una notaría este relato sin nombres pero con la clave para descubrirlos. Es muy sencilla, y la solución me la dio el mismo alcaide sin darse cuenta, sin pretenderlo. Lo descubrí pocos días antes de abandonar el penal. La oficina del alcaide estaba abierta, había un señor de aspecto lascivo pero muy guapo que me esperaba y el alcaide no estaba. Me violó un poco, y digo un poco porque también tenía yo muchas ganas de sexo después de tanto tiempo sin roce con nadie, allí, sobre la misma mesa del despacho del sarnoso alcaide. En el fondo fue un arreglo tácito entre ambos. Pero en el fragor de la sexual lite se abrió uno de los cajones de la mesa y apareció un libro al que no le di ninguna importancia. Aquel libro contenía una serie de siglas y números y nombres al lado con las identidades de todos los presos, sobornos a jueces y políticos, favores, en fin, un poco de todo, y la firma del señor alcaide omnipresente y casi omnisciente, así que me relajé, disfruté y cuando aquel imbécil se estaba atusando después de su poco más que penoso orgasmo, aproveché para cogerlo y guardármelo. Luego me eché a reír. Era absolutamente estúpido tener todos aquellos datos allí y que yo pudiese podido apoderarme de una forma tan sencilla y casi ridícula. Pero he optado por no decir nada a nadie. Creo que soy un cobarde o quizá solo un mariconcete que solo aspira a no ser vapuleado por el poder y a vivir lo más honrosamente que pueda, aunque a veces me entran arrebatos. 32
Ya no lo sé, pero, por si acaso, mi escrito sigue en manos del notario. Por cierto, ¿no lo he dicho antes? Yo me llamo Ganímedes, no quiero ofender a mi protector, ni a su esposa, esa maldita hipocondríaca enferma de celos justificados pero con mucha mala uva. Así que ya sabéis de mí. Que los dioses me perdonen el Hades que les tengo prometido…
“De Crevillent, 49 años de edad, profesor de griego clásico en el IES Macià Abela de Crevillent y profesor de Sintaxis griega en la Universitat d'Alacant. Anteriormente he participado en varios concursos siendo ganador en la última edición del Concurso Peñón d'Ifach de Calp con la novela corta “la verdad lo que no tiene es remedio” y un accésit en el mismo concurso de años anteriores con la novela corta “El collar de malaquita”. Creo en la libertad personal y en el respeto y tolerancia a la diferencia.” 33
… Y APAGUÉ EL DESPERTADOR
EILA E. BERBEGALL SANJUÁN
Eran las siete de una mañana de entre semana. Apagué el despertador, me levanté, y después de prepararme para dirigirme al trabajo, me despedí de mi pareja, que todavía dormía, dándole un beso en el hombro: “Que tengas un buen día Juan… nos vemos por la tarde”. Él se arropó mientras continuaba en su sueño, como queriéndome decir de manera inconsciente lo mismo. De camino al trabajo compré la prensa, en las páginas locales pude leer el artículo de una inauguración que tuvo lugar el día de antes: “El Alcalde de la localidad acudió con su marido al acto que…”. Ya en el trabajo, la rutina de siempre, ¡buenos días Alex! me dijo María mi compañera de despacho, yo le pregunté por su marido, sabía que tenía algunos problemas de salud. Ese mediodía teníamos todos más ganas que de costumbre de salir a comer, había sido una mañana más dura de lo habitual. María, dos compañeros más de la empresa y yo, fuimos a comer al restaurante que había dos calles más arriba del trabajo. Era un restaurante pequeño, acogedor, y que regentaban un matrimonio de mujeres. Todos los días estaba a rebosar de clientes, entre otras cosas porque era lo más parecido a la comida casera que suelen hacer las madres. De regreso al trabajo, y tal vez por que ya empezaban los primeros días de primavera, pude ver a una pareja de hombres de mediana edad que se estaban besando en un banco del parque que había enfrente. Me llamó la atención, no por el hecho en sí, si no por que hace tiempo me pareció escuchar que la demostración pública de afecto entre dos personas era cosa de juventud. Tal vez era eso lo que tenían esos dos hombres, juventud en el amor que sentían el uno por el otro, y esa era la forma que tenían de demostrárselo… me alegré. María y los otros dos compañeros, al igual que el resto de personas que estaban en el parque, no le dieron la más mínima importancia y siguieron hablando, como no, de los asuntos de trabajo. Esa tarde pasó, afortunadamente, con más tranquilidad que la mañana. Me despedí de María hasta el día siguiente, y me dirigí a casa donde supongo que ya habría llegado Juan. Todavía era de día y hacía una temperatura agradable. Al llegar al portal vi a una vecina de la finca, estaba hojeando una revista del corazón, ambos nos conocíamos, nos saludamos y ella me mostró las páginas centrales donde en letras grandes decía: “el famoso futbolista… y su marido acaban de regresar de su viaje de novios por México”, y justo debajo del texto una foto de la pareja que ocupaba toda la hoja. ¿Son guapos, verdad? me preguntó la vecina, y yo no pude más que darle la razón; hacían una buena pareja. 34
Al entrar esa tarde en casa vi que Juan se dirigía hacia la puerta. En esta ocasión fui yo quien recibí el beso, pero esta vez no fue en el hombro. De repente me acordé de la pareja que vi en el parque. Juan, le dije, me apetecería dar un paseo contigo. Él asintió y ambos salimos hacia la calle. Íbamos los dos cogidos de la mano como lo que éramos, dos enamorados, disfrutando de los olores y los colores de aquellos primeros días de primavera, saludando y conversando con la gente que conocíamos y que se cruzaba a nuestro paso. No nos besamos, solo paseamos cogidos de la mano, y en uno de los momentos en los que giré la cabeza pude ver que Juan me miraba, pudiendo leer en sus ojos: “Te quiero Alex… por estar aquí”. Eran las siete de una mañana de entre semana. Apagué el despertador, me levanté, y me miré al espejo… pero solo vi a Alex.
“Nacida en agosto del 75, estudie en valencia hasta los 18, donde acabe Animación Sociocultural. He viajado varias veces a Inglaterra para seguir formándome durante mi periodo de estudios, que acabo en el 2000, como Técnica de Integración Social. Desde entonces trabajo como Educadora Social en Servicios Sociales de Oliva.” 35
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AGRADECIMIENTOS Desde Independence Gay Asociación, queremos agradecer a las siguientes personas, entidades y empresas, su colaboración en este certamen: -Excelentísimo Ayuntamiento de Gandía Concejalía de Cultura Concejalía de Educación Concejalía de Turismo -Adriana Serlik y su pagina "La Lectora Impaciente" -Centro de belleza Nova Imatge Juanvi (Albaida) -Copistería " Don Decopian" (Gandía) -Agencia de Viajes y Hoteles Resty Tours (Picassent) -Complejo Hotelero y de ocio Gandia Palace (Playa de Gandía) -Librería Sanahuja (Gandía) -Artista Daniel García Moragues (Gandía) -Grupo de Baile "Units pel Ball" (Bellreguart) -Disco-Pub The Planet (Pedreguer) -Red de Bibliotecas de la Comunidad Valenciana
- Y para finalizar, queremos agradecer muy especialmente su labor al jurado, que ha estado compuesto por: Antonia Mateu Navarro Frederic Barber Castellà Adriana Serlik Sico Fons Juan Alfredo Miralles López
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