20151224 ernesto santana muertos pdf

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sil, me acuerdo, sí, después de una ráfaga. Una vez toqué una ametralladora igual que la de esa foto de Camilo. Me quemó el pulgar. ¿Tú te acuerdas de cuál era el ojo verde de mi hijo? ¿El derecho o el izquierdo? El tiempo es espantoso. Además, sueño mucho con sus ojos, siempre distintos. ¡Y que Lucianito me prohíba que pronuncie siquiera el nombre de José Manuel! Como si yo tuviera alguna culpa. Nadie puede elegir ni el lugar ni el tiempo en que nace. Mucho menos el viejo Moca. Se va, cabizbajo, y Ariel se queda parado, inmóvil, incapaz de mover un solo músculo, sin un solo pensamiento en su mente, dejando que esta sensación helada suba por todo su cuerpo, que le parece interminable. Pero Ojorrojo viene y lo saca de ese estado poniéndole una mano en el hombro; lo lleva hasta la mesa de la cocina y se empeña en que se coma el plato de comida que le pone delante: –No tengo estómago para comer ahora. Deja la pena. Pero Ariel tapa el plato. La visión de la comida y la palabra estómago han llenado de náusea el suyo. Por fin Ojorrojo desiste. Están parados los dos junto a la mesa. –Agua sí. Sólo bebe tres sorbos, que no le saben a agua helada sino a aceite hirviendo. Su amigo hunde las manos en los bolsillos y alza mucho la cabeza arqueando las cejas antes de preguntarle, como si no le importara: –¿Moca hablaba contigo? –Un poco. De Marita, que trajo cervezas. Y el viejo me habló también de tu hermano –Le señala la bolsa con las botellas. –Es su manía –Ojorrojo bebe el agua que ha quedado en el vaso–. No sabe ni qué pasa en las pelícu164


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