Impetu 16 de abril de 2016

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Pucallpa, sábado 16 de abril de 2016

CENTRAL

RETRATO A MANO DEL VALLEJO PERIODISTA

Vamos cuervo a fe JAVIER MEDINA

“Vamos cuervo a fecundar tu cuerva”, el último verso de su poema “Intensidad y altura” de su libro “Poemas Humanos” es particularmente atractivo traerlo en este mes de las letras, cuando ayer, 15 de abril, se recordó el Día del Poeta, instituido en homenaje a la fecha del fallecimiento de César Vallejo, hace 78 años. “Quiero escribir, pero me sale espuma,/quiero decir muchísimo y me atollo”. Desde el principio ese poema tiene la intensidad de las frustraciones y apasionamientos del escritor, la ansiedad y destino inexorables del ser humano, que inspiraron sus creaciones y sus tormentos, incluyendo su producción periodística, a la que daremos unas pinceladas en su día, pese que hay quienes sostienen que ese no fue su mejor lado. Lo que ocurre es que los críticos esperan más que un reporte periodístico, una poesía de portada, pues fueron sus versos los que desbordaron su arte, ubicando al vate en el pináculo de las letras como poeta universal, reconocido por la Unesco. Se le ha comparado con distintos poetas de su tiempo, quizá más influyentes en su época, como Darío, quien quedó en su moda, mientras el santiaguino sigue siendo un referente, sigue fecundando su cuerva.

HERALDOS DE PORTADA Aunque el poeta jamás escribió un verso con afán mediático, su obra más renombrada, la que atravesó todos los tiempos, “Los heraldos negros”, tiene precisamente el título de innumerables medios periodísticos, el heraldo de aquí o de allá, pero la palabra complementada con la expresión “negros”, lo convierte en un título bellamente periodístico, poéticamente periodístico. Desde antaño, no hubo nada más noticioso que un heraldo, provocando curiosidad por el mensaje que llevara: fatalidades, mensajes con las morbosidades eternas que tenemos la gente, como los que se siente en carne viva a cada golpe fuerte, tan fuerte, sangriento, crepitante; golpes como el odio de Dios, no sé, pero golpes que nos mandan mensajes de muerte con los heraldos, que vienen a ser el periodista y sus periódicos, heraldos al fin con la “resaca de todo lo sufrido” en el día a día en que empozamos nuestros charcos de culpa. Al fin y al cabo, es el poema que mejor retrata al vate liberteño, con un perfil de pobre; artista, pero pobre; periodista, pero pobre. Uno de sus mejores amigos, el periodista Antenor Orrego, lo retrató así: “No tenía puras facciones de indio, ni tampoco

Intensidad y altura Quiero escribir, pero me sale espuma, quiero decir muchísimo y me atollo; no hay cifra hablada que no sea suma, no hay pirámide escrita, sin cogollo. Quiero escribir, pero me siento puma; quiero laurearme, pero me encebollo. No hay toz hablada, que no llegue a bruma, no hay dios ni hijo de dios, sin desarrollo. Vámonos, pues, por eso, a comer yerba, carne de llanto, fruta de gemido, nuestra alma melancólica en conserva. Vámonos! Vámonos! Estoy herido; Vámonos a beber lo ya bebido, vámonos, cuervo, a fecundar tu cuerva. (César Vallejo, del libro “Poemas Humanos”)

de blanco. Menos aun esa hibridación fisonómica del mestizo tan frecuente en nuestro pueblo. Repito que era una efigie muy original, de vigorosa, armoniosa y enérgica unidad de expresión (…). Tenía, más bien, por sus facciones, por sus gestos y por su color amarcigado, el aire de un hindú. Hablaba poco y poseía una noble seriedad en la actitud. Jamás le vi colérico, aunque se le adivinaba transido por angustiosas inquietudes internas. Era incapaz de herir a nadie. Magnánimo y tolerante siempre. Cuando se producía una situación tensa o violenta entre amigos, le afloraba el humor a los labios. Una graciosa y amable agudeza deshacía la tempestad inminente, como por ensalmo (…) Era un niño que en ciertos momentos sufría las agonías de un hombre”. Ese fue el dibujo a pulso que hizo Orrego sobre Vallejo, con quien construyó una amistad y elevaron buenos humores y temperamento a prueba de versos y de todo azar, como en ”Los dados eternos” que Vallejo dedicó a otro entrañable, también periodista, Manuel Gonzales Prada, a quien consideraba su maestro de bravía selecta: “Dios mío, estoy llorando el ser que vivo;/ (…) ¡tú no tienes Marías que se van!/ Dios mío, si tú hubieras sido hombre,/ hoy supieras ser Dios;/ pero tú, que estuviste siempre bien,/ no sientes nada de tu creación./ ¡Y el hombre sí te sufre: el Dios es él!”. Poematizó Vallejo con el Creador sobre una mesa, retándole al juego en una noche “sorda, oscura”, creyendo ganarle porque la Tierra ya está roída y redonda, poniendo siempre sus dudas sobre lo divino en designios tan humanos como marxistas, pese a que nunca dejó de presentir que en esa lucha interna, de creador a Creador, “surgirán las ojeras de la Muerte como dos ases fúnebres de lodo”, con los que per-

manentemente supo que perdió esos lances.

CON TODO AL PERIODISMO Para intentar sobrevivir, entró con todo al periodismo, sobre todo cuando se alejó del país para llegar a su propio Parnaso, París, su tormento, y escribió casi de todo lo que tuvo frente a sus ojos en el Viejo Mundo, desde muchachas bonitas, desfiles de modas, policiales, pleitos callejeros, encuentros con gente a quien nunca más vería, el temperamento social entre las guerras, el sufrimiento güérnico de los españoles en su pleito civil con el que se comprometió como si tuviera sangre castiza, la enigmática Rusia a la que visitó hasta en siete oportunidades, algunas de ellas de la mano con Georgette Phillipart. Vio a París en todos sus ángulos, ubicándose como en una atalaya desde donde no dejó de mirar al Perú y comentar periodísticamente desde allá lo que ocurría acá. INTERESADO EN LA AMAZONÍA Desde allí, por ejemplo, se interesó por la montaña amazónica, cuando leyó en Francia crónicas desarrolladas en El Comercio por su director, Aurelio Miró Quesada Sosa, con quien coincidía “en la necesidad de una literatura nueva, enraizada en la tierra y el espíritu vernaculares”, para lo que, según comentaba con Miró Quesada, había que tener paciencia “a que venga alguna vez”, aunque no le alcanzó el tiempo. Pero si bien no llegó a ver estas tierras de colores, consagrándose como poeta vanguardista exprimió las palabras hasta sacarle sangre telúrica a cada una de ellas, forjando un modernismo que inicialmente no se entendió y hasta la actualidad genera incertidumbres, incluso bostezos, pero que todos coinciden en que moldeó una poesía de raza, una narrativa clara y común a sus influencias

“No hay dios ni hijo de dios, sin desarrollo”.

y un periodismo serio y ético, hermoso, cuidadoso en los términos, pulcros para que su verdad reluzca, para que se tenga ideas e intenciones de una mejor sociedad. Más allá de la noticia efímera, sus escritos perduran en la belleza de un periodismo también arte, también literatura. Su experiencia le dio instrumentos para contextualizar su postura sobre la situación en Perú, con su artículo “¿Qué pasa en el Perú”, que se tradujo también en su manera de exponer su novela “El tungsteno”, sobre las lu-

chas mineras, así como su pieza teatral “Colacho Hermanos”. Como corresponsal, llegó incluso a reportar problemas de libertad de prensa, en el marco de un debate nacional en Francia, contra una normatividad que intentaba evitar los reportes considerados difamatorios contra la clase política francesa. Un asunto que, como sabemos, parece casero en la actualidad. UN CASO QUE PARECE OCURRIDO EN PUCALLPA Pero, poeta él, le fue im-


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