La divina comedia

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LA DIVINA COMEDIA que sin fuerzas busqué un asiento en cuanto que llegamos. «Ahora es preciso que te despereces -dijo el maestro-, pues que andando en plumas no se consigue fama, ni entre colchas; el que la vida sin ella malgasta tal vestigio en la tierra de sí deja, cual humo en aire o en agua la espuma. Así que arriba: vence la pereza con ánimo que vence cualquier lucha, si con el cuerpo grave no lo impide. Hay que subir una escala aún más larga; haber huido de éstos no es bastante: si me entiendes, procura que te sirva. » Alcé entonces, mostrándome provisto de un ánimo mayor del que tenía, « Vamos -dije-. Estoy fuerte y animoso. » Por el derrumbe empezamos a andar, que era escarpado y rocoso y estrecho, y mucho más pendiente que el de antes. Hablando andaba para hacerme el fuerte;. cuando una voz salió del otro foso, que incomprensibles voces profería. No le entendí, por más que sobre el lomo ya estuviese del arco que cruzaba: mas el que hablaba parecía airado. Miraba al fondo, mas mis ojos vivos, por lo oscuro, hasta el fondo no llegaban, por lo que yo: «Maestro alcanza el otro recinto, y descendamos por el muro; pues, como escucho a alguno que no entiendo, miro así al fondo y nada reconozco. «Otra respuesta -dijo- no he de darte más que hacerlo; pues que demanda justa se ha de cumplir con obras, y callando. » Desde lo alto del puente descendimos donde se cruza con la octava orilla, luego me fue la bolsa manifiesta; y yo vi dentro terrible maleza de serpientes, de especies tan distintas, que la sangre aún me hiela el recordarlo. Más no se ufane Libia con su arena; que si quelidras, yáculos y faras produce, y cancros con anfisibena s, ni tantas pestilencias, ni tan malas, mostró jamás con la Etiopía entera, ni con aquel que está sobre el mar Rojo.

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