La Gran Esperanza

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La gran esperanza

El Salvador consoló a sus discípulos con la seguridad de que él vendría otra vez: “En la casa de mi Padre muchas moradas hay... voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere... vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo”. “Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria, y serán reunidas delante de él todas las naciones” (S. Juan 14:2, 3; S. Mateo 25:31, 32). Los ángeles repitieron a los discípulos la promesa de su regreso: “Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como lo habéis visto ir al cielo” (Hechos 1:11). Y San Pablo testificó: “El Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo” (1 Tesalonicenses 4:16). El profeta de Patmos escribió: “He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá” (Apocalipsis 1:7). Entonces será quebrantado el poder del mal que ha durado por tanto tiempo: “Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 11:15). “Jehová el Señor hará brotar justicia y alabanza delante de todas las naciones” (Isaías 61:11). Entonces el reino de paz del Mesías será establecido: “Consolará Jehová a Sion; consolará todas sus soledades, y cambiará su desierto en paraíso, y su soledad en huerto de Jehová” (Isaías 51:3). La venida del Señor ha sido, en todos los siglos, la esperanza de sus verdaderos seguidores. En medio de los sufrimientos y la persecución, “la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo” era la “esperanza bienaventurada” (Tito 2:13). Pablo señaló que la resurrección ocurriría en ocasión de la venida del Salvador, cuando los muertos en Cristo se levantarían, y junto con los vivos serían arrebatados para encontrar al Señor en el aire. “Y así estaremos siempre con el Señor. Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras” (1 Tesalonicenses 4:17, 18). En Patmos, el amado discípulo oyó la promesa: “Ciertamente vengo en breve”, y su respuesta es un eco de la oración de la iglesia: “¡Ven, Señor Jesús!” (Apocalipsis 22:20). Desde la cárcel, la hoguera y el patíbulo, donde los santos y los mártires dieron testimonio de la verdad, resuena a través de los siglos la expresión de su fe y esperanza. Estando “seguros de la resurrección personal de Cristo y, por consiguiente, de la suya propia a la venida del Señor –como dice


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