Documento teológico del L Congreso Eucarístico Internacional

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La Eucaristía: Comuni ón con Cristo y entre nosotros

Dublín, octubre de 2010

IV. La Liturgia de la Palabra: Comunión con Cristo en la Palabra Y, comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras. (...) Y se dijeron el uno al otro: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?». (Lc 24,27.32)

IV.a. La doble mesa de la Palabra y del Pan de la Vida Eterna 65. En el relato de Emaús escuchamos a Jesús Resucitado reprochar a los dos discípulos por no permitir que las Escrituras alimentaran suficientemente su fe, “¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas!” (Lc 24,25). Antes de abrir los ojos a los discípulos para que lo reconocieran al partir el pan, Jesús les abre e interpreta las Escrituras. En otras palabras, el encuentro con Cristo en las Escrituras está íntimamente conectado con el encuentro personal en fe en la fracción del pan. El sexto capítulo del Evangelio según san Juan también indica que recibir el Pan de Vida no se puede separar de escuchar, vivir y creer en la Palabra de Jesucristo. 66. La historia del Pueblo de Israel es la historia de un pueblo guiado vivamente por la Palabra de Dios. El mundo fue creado a través de la Palabra. Los profetas proclamaron la Palabra del Señor. La Palabra era vista casi como teniendo presencia personal. Para el Pueblo de Israel era claro que, como la lluvia y la nieve, la Palabra de Dios no vuelve a Él sin haber realizado aquello para lo que fue enviado (Is 55,10ss). En los escritos paulinos, la Palabra está también presente como algo vivo y activo. San Pablo encomienda a los presbíteros de Éfeso la Palabra que construye (Cf. Hech 20,32). En el prólogo del Cuarto Evangelio leemos cómo Jesús realizó todo lo que se dice que hizo la Palabra de Dios en el Antiguo Testamento. Jesús es la “Palabra hecha carne”; que habitó entre nosotros (Jn 1,14). Hay una íntim vinculación entre Jesús, la Palabra que vino del Cielo, las palabras de vida que nos comunica en las Escrituras y en el Pan de Vida que él nos da como nuestro alimento espiritual. La Primera Carta de san Juan comienza con una descripción de cómo los apóstoles escucharon, vieron, contemplaron y transmitieron la “Palabra de vida”. 67. Las Escrituras son proclamadas en cada Misa siguiendo una tradición antigua. San Justino, escribiendo alrededor del año 150 d.C, describe la Misa en términos fácilmente reconocibles hoy y ofrece las líneas básicas del orden de la celebración Eucarística, que ha permanecido igual hasta nuestros días. Menciona cómo las “memorias de los apóstoles o los escritos de los profetas son leídos, mientras el tiempo lo permite y que, cuando el lector ha terminado, el presidente instruye verbalmente y exhorta a imitar estas cosas buenas.30 68. Muchos textos conciliares y patrísticos, que reconocen la presencia de Cristo en las Escrituras, trazan un paralelismo entre la Eucaristía y la Palabra. San Ignacio de Antioquía afirma: “Mi refugio es el Evangelio que es para mí como la carne de Cristo”. 31 Cesáreo de Arles escribe: ‘Díganme, hermanos y hermanas, ¿qué creen que es más importante: la Palabra de Dios o el Cuerpo de Cristo? Si quieren responder bien, deben decir sin duda que la Palabra de Dios no es menos que el Cuerpo de Cristo. Por lo tanto, si somos cuidadosos cuando nos es dado el Cuerpo de Cristo para que nada se caiga de nuestras manos al suelo, ¿no debemos también tener igual cuidado para que la Palabra de Cristo, que se nos ofrece y da, no se escape de nuestros corazones, algo que sucedería si estuviéramos pensando en otra cosa? No se es menos culpable escuchando negligentemente la Palabra de Dios que dejando caer al suelo el Cuerpo de Cristo”. 32 San Jerónimo también compara el Cuerpo y la Sangre de Cristo con la ciencia de las Escrituras: “Ciertamente, dado que el Cuerpo del Señor es verdadera comida y su Sangre verdadera bebida (…) tenemos la ventaja en nuestra vida actual en el mundo de ser capaces de comer su Cuerpo y beber su Sangre, no sólo en el misterio, sino también al leer las Escrituras. La verdadera comida y la verdadera bebida que uno saca de la Palabra de Dios es la ciencia de las Escrituras. Quien no come mi Cuerpo y no bebe mi Sangre (...)”33 Y, por supuesto, podemos recordar la famosa frase

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