Palabras que cuentan

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géneros colindantes hasta el impecable esquema de tipología textual del género en el siglo XIX español; sin embargo, no podemos resistirnos a recuperar algunas de sus aportaciones que dan luz sobre un género que con dilatada presencia en el tiempo llega a nuestros días pleno de vitalidad. Las distinciones formales que propone del género cuento, atendiendo a su devenir histórico, resultan altamente esclarecedoras y pedagógicas. Partiendo de la tradición más antigua representada por Calila e Dimna (en su mayoría ejemplos de cinco o seis líneas, ya que solo se busca el esqueleto argumental, despojado de todo aderezo descriptivo o psicológico), y los relatos breves medievales y renacentistas (Conocemos a los personajes no sólo en el momento del trance que motiva el cuento, sino antes y después, ya que el narrador se encarga de suministrar las noticias posible. La acción siempre aparece narrada en pasado, y su final es tan perfecto que parece excluir la posibilidad de una nueva peripecia.), hasta llegar al concepto moderno de relato breve, que supone en muchos aspectos una reformulación del género. Al reflexionar sobre las características del moderno cuento decimonónico advierte acerca de la especial forma de manifestarse la historia como consecuencia del objetivo efectista que pretende su autor (los cuentistas del siglo XIX presentan solamente un momento interesante, decisivo, de la vida humana […] aparecen hombres que viven ante nosotros ese momento suyo, para desaparecer luego con la vida rota o lograda). Los movimientos renovadores y hasta revolucionarios que impactaron en el siglo XX sobre las formas de entender y manifestarse el arte en general y la literatura en particular, afectaron, como no podía ser de otra forma, al género cuento. Sin embargo, éste, que no estaba fuertemente codificado por una tradición poética normativa, pudo desde su relativa autonomía, adaptarse fácilmente a nuevas propuestas de creatividad (El límite del cuento no lo impone ninguna autoridad crítica, sino que es creado por el propio cuentista. Éste concibe un asunto capaz de ser transformado en cuento, y lo narra en el número de páginas que requiere). Los relatos breves, en manos de determinados autores, abandonaron ciertas formas que podrían ser tachadas de clásicas, pese a lo nuevo del

géneros colindantes hasta el impecable esquema de tipología textual del género en el siglo XIX español; sin embargo, no podemos resistirnos a recuperar algunas de sus aportaciones que dan luz sobre un género que con dilatada presencia en el tiempo llega a nuestros días pleno de vitalidad. Las distinciones formales que propone del género cuento, atendiendo a su devenir histórico, resultan altamente esclarecedoras y pedagógicas. Partiendo de la tradición más antigua representada por Calila e Dimna (en su mayoría ejemplos de cinco o seis líneas, ya que solo se busca el esqueleto argumental, despojado de todo aderezo descriptivo o psicológico), y los relatos breves medievales y renacentistas (Conocemos a los personajes no sólo en el momento del trance que motiva el cuento, sino antes y después, ya que el narrador se encarga de suministrar las noticias posible. La acción siempre aparece narrada en pasado, y su final es tan perfecto que parece excluir la posibilidad de una nueva peripecia.), hasta llegar al concepto moderno de relato breve, que supone en muchos aspectos una reformulación del género. Al reflexionar sobre las características del moderno cuento decimonónico advierte acerca de la especial forma de manifestarse la historia como consecuencia del objetivo efectista que pretende su autor (los cuentistas del siglo XIX presentan solamente un momento interesante, decisivo, de la vida humana […] aparecen hombres que viven ante nosotros ese momento suyo, para desaparecer luego con la vida rota o lograda). Los movimientos renovadores y hasta revolucionarios que impactaron en el siglo XX sobre las formas de entender y manifestarse el arte en general y la literatura en particular, afectaron, como no podía ser de otra forma, al género cuento. Sin embargo, éste, que no estaba fuertemente codificado por una tradición poética normativa, pudo desde su relativa autonomía, adaptarse fácilmente a nuevas propuestas de creatividad (El límite del cuento no lo impone ninguna autoridad crítica, sino que es creado por el propio cuentista. Éste concibe un asunto capaz de ser transformado en cuento, y lo narra en el número de páginas que requiere). Los relatos breves, en manos de determinados autores, abandonaron ciertas formas que podrían ser tachadas de clásicas, pese a lo nuevo del

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