El conocimiento indígena

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uso concreto, por ejemplo una ceremonia matrimonial, funeraria o ligada a un nacimiento (Ravuvu, 1983). La autoridad tradicional velaba por el respeto de los acuerdos tradicionales de gestión de los recursos, lo que significa que existían protocolos de obligado cumplimiento. La estructura de la sociedad fijiana y el carácter compacto de las unidades sociales exigían de la gente respeto mutuo y una estricta observancia de la tradición. Las decisiones adoptadas por el grupo solían divulgarse por los canales sociales de comunicación, con lo que inevitablemente llegaban a conocimiento de todos los interesados. De ahí la eficaz función disuasoria que desempeñaba ante los otros miembros de la comunidad el sistema tradicional de castigo por las faltas cometidas (Siwatibau, 1984). El concepto de zona sagrada ocupa un lugar destacado en las sociedades de Fiji. Las aguas de pesca sagradas eran zonas especiales donde regían normas también especiales. En esos lugares se pescaba únicamente con permiso del sacerdote tradicional (bete) o cuando se daban las condiciones y requisitos especiales que lo autorizaban. En Qoma, la gente que iba a Cakau Davui tenía que cumplir los rituales propios de una fiesta de llegada y pescar de acuerdo con una serie de reglas que toda la aldea conocía muy bien (Veitayaki, 1990). En Kaba, las aguas que el jefe supremo de Kubuna utilizaba tradicionalmente para bañarse sólo se abrían a la pesca cuando él mismo así lo requería. De lo contrario pesaba sobre esas aguas una prohibición absoluta de pesca (Veitayaki et al., 1996). La vinculación de las zonas de pesca con elementos sobrenaturales garantizaba el respeto y la protección de esas aguas en todo momento, y no sólo cuando estaban vigiladas por las personas encargadas de ello. En tales casos “se percibía una estrecha asociación entre los vivos y los muertos, cuyo espíritu habitaba lugares sagrados y se mostraba ofendido ante cualquier transgresión de los tabúes y rituales tradicionales” (Siwatibau, 1984). Los pescadores de tortugas de Qoma creían que para obtener una buena pesca habían de complacer a sus dioses observando una conducta irreprochable. Según los habitantes de la aldea, sus espíritus ancestrales les proporcionaban las capturas necesarias para satisfacer los fines con que se había requerido y realizado la pesca. Los pescadores sabían pues que cuando una tortuga atravesaba su red, algo imposible en condiciones normales, sus capturas eran suficientes, y se abstenían de seguir pescando durante esa salida (Veitayaki, 1990). En Vanua Balavu sólo se pescaba en la laguna interior de Masomo cuando el sacerdote tradicional lo autorizaba. En tales ocasiones los pescadores de la comunidad observaban un estricto protocolo, exponiéndose en caso contrario a amonestaciones o incluso castigos. El sólido arraigo de esas creencias llevaba a la gente a pescar de acuerdo con las tradiciones y costumbres, haciendo innecesaria la presencia continua de vigilantes. La idea de castigo por parte de dioses omniscientes ejercía para la gente de continuo recordatorio de la necesidad de tratar adecuadamente sus recursos. En Fiji, la tierra y las zonas de pesca adyacentes estaban asociadas a los espíritus que las protegían. La naturaleza no era algo desligado de la persona sino un elemento “integrante del propio yo, la manifestación física del vínculo fundamental que une a los vivos con los muertos” (Siwatibau, 1984: 366). Los forasteros, por consiguiente, debían observar el código de conducta allí donde estuvieren. Entre otras cosas, el visitante estaba obligado a hacer donaciones (sevusevu) para dar a conocer su llegada a un lugar. Esta costumbre servía a los miembros de la comunidad para estar al corriente de la presencia de forasteros, y protegía a éstos de la ira de los espíritus en caso de que infringieran algún protocolo tradicional (Siwatibau, 1984). Este mecanismo garantizaba también que los propietarios tradicionales de las aguas de pesca eran consultados cada vez que un forastero quería pescar en ellas.


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