Calidad de vida, más allá de los hechos

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¿Es la gente la que elige?

Además de estos rasgos en gran medida conductuales o de carácter, existen factores culturales que cobran importancia para conformar los sesgos; esos factores influyen en la manera en que la gente evalúa los resultados, y dan lugar a varias paradojas. Contrariamente a lo que se esperaría, si bien la satisfacción media en la vida tiende a ser mayor en los países de ingresos más altos, un aumento del ingreso conduce en realidad a niveles más bajos de felicidad en países cuyos ingresos exceden de un cierto umbral. ¿Cómo se explica esta “paradoja del crecimiento infeliz”? En primer lugar, a medida que aumenta el ingreso de una persona, también aumentan sus aspiraciones, y como su nivel de vida se eleva, suele desear cosas que no puede alcanzar. En segundo lugar, las personas comparan su nivel de vida con el de un grupo que toman como referencia; si a los demás les va mejor, se sienten insatisfechas. Se trata del antiquísimo fenómeno de “no querer ser menos que el vecino”.10 La envidia es poderosa, sobre todo entre quienes están trepando en la escala social. Es evidente que muchas personas evalúan su felicidad basándose no sólo en su propia situación sino también en la situación de quienes tienen a su alrededor y en sus creencias sobre la justicia de los resultados. Todo esto tiene implicaciones muy directas para las opiniones de la gente sobre las medidas de política, como las de redistribución y otras relacionadas con el bienestar social. En algunos estudios se demuestra que la gente tiende a oponerse a la redistribución si cree que en su sociedad existen pocos impedimentos para la movilidad ascendente. Así, tiende a interpretar esta evidencia como una indicación de que quienes están en situación económica menos aventajada no se han esforzado por mejorar su nivel de vida y, por lo tanto, no merecen el apoyo del gobierno (Fong, 2006). En América Latina la mayoría de la población es pesimista en cuanto a sus propias perspectivas de movilidad, y las personas que están en peor situación económica o que piensan que los resultados que prevalecen en el mercado son injustos tienden a apoyar una mayor redistribución.11 Por otra parte, quienes ven cómo aumentan los ingresos de sus pares pueden exigir una mayor redistribución que quienes se encuentren en el mismo nivel de ingresos pero no sean conscientes de esos aumentos. Como ya se mencionó, si bien un aumento del ingreso propio incrementa la satisfacción, los aumentos de los ingresos de quienes pertenecen al grupo de referencia producen el efecto contrario. En palabras de Layard (2003:5), si una persona “gana un 10% adicional, como todos los demás, siente sólo dos tercios de la felicidad adicional que sentiría si únicamente ella hubiese recibido el aumento”. En definitiva, “no es el nivel absoluto de ingreso lo que más importa sino la propia posición en relación con otras personas” (Frey y Stutzer, 2002:411) y “lo que la gente cree que es tan importante como las circunstancias económicas objetivas para explicar las actitudes de las personas frente a cuestiones políticas como la redistribución” 10

Es importante señalar que aquí lo más pertinente no es la distribución de preferencias dentro de la sociedad, sino la manera en que la gente utiliza ciertos referentes para evaluar resultados que difieren de los que la bibliografía estándar sugeriría. Aunque en los modelos más tradicionales una mayor información tendería a resolver ciertos sesgos, en este caso los podría exacerbar. Por ejemplo, una persona que recibe un aumento de sueldo puede sentirse más feliz si no se entera de que los demás recibieron un aumento más alto. En este ejemplo, menos información genera más felicidad.

11

Gaviria (2007) presenta pruebas para América Latina. Resulta interesante observar que la demanda de redistribución depende del grado de fraccionalización de la sociedad. Cuando la fraccionalización es más alta, la demanda de redistribución es más baja, lo que demuestra que el altruismo no es necesariamente el motor principal, sobre todo cuando está en juego la redistribución de recursos de un grupo a otro (Wantchekon, 2003; Finseraas, 2006).

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