Yuriria Iturriaga

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XXXIII SYMPOSIUM INTERNACIONAL DE CONSERVACIÓN DEL PATRIMONIO CULTURAL, ICOMOS MEXICO, Coatepec, Veracruz, 3/10/13. EL PATRIMONIO INMATERIAL Y MATERIAL SON INDISOLUBLES: un problema conceptual aplicado. Yuriria Iturriaga En veinte minutos es imposible expresar el fruto de muchos años de reflexiones y trabajos de investigación. Tendré que escoger un método discursivo de provocación haciendo afirmaciones que en este espacio no tendré la oportunidad de demostrar exhaustivamente, pero espero suscitar reacciones, debates, otras reflexiones, conclusiones afines…, en dos palabras: desarrollo del conocimiento. Todos sabemos que hasta ahora no existe un consenso sobre la palabra cultura, que se la define en los diccionarios de todas las lenguas como un atributo individual y voluntario, por ejemplo: ““Conjunto de conocimientos no especializado, adquirido por una persona mediante el estudio, las lecturas, los viajes, etc.” (María Moliner) Y que sólo en segundo lugar se la define como un producto de la inercia colectiva: “Conjunto de los conocimientos, grados de desarrollo científico e industrial, estado social, ideas, arte, etc. de un país o una época. Conjunto de valores compartido por un grupo social.” (Ibidem) O bien por sus aspectos manifiestos, los rasgos que encubre o las características que se le atribuyen, como la definición de 2001 de la UNESCO, en la Declaración Universal sobre la Diversidad Cultural: “La cultura debe ser considerada como el conjunto de los rasgos distintivos espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan a una sociedad o a un grupo social y que abarca, además de las artes y las letras, los modos de vida, las maneras de vivir juntos, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias”, donde se mezclan lo subjetivo y lo objetivo para describir únicamente el efecto cultural de la cultura; sin que en ésta ni en ninguna otra definición se plantee el origen y la dinámica interna, y en muy pocas el funcionamiento de la cultura. La falta de definición ha prostituido esta palabra que se usa en lenguaje mediático para toda forma de comportamiento grupal: “cultura juvenil”,


“narcocultura”… Y si bien la antropología se acerca más a una definición, suele aplicarse únicamente a los grupos étnicos ajenos al observador: “cultura es el conjunto de conocimientos transmitido por sistemas de creencias, razón y experimentación que se desarrollan dentro del comportamiento humano, en relación con la naturaleza y el mundo en que se inserta”. Definición que no tenemos tiempo de desmenuzar para mostrar la confusión de categorías y de verbos pero que adolece de lo mismo: no explica cuándo, cómo y por qué surge o es creada la cultura que es transmitida por una generación y adquirida por la que le sigue. Por su parte, los expertos en cultura que prepararon el documento sobre diversidad creativa, permiten escribir a Javier Pérez de Cuéllar en su introducción al texto sobre Diversidad Creativa: “el concepto de "cultura" es tan amplio y polisémico, y las interacciones entre cultura y desarrollo tan difíciles de describir, y mucho más aun de medir, que la preparación de un Informe Mundial sobre la materia no podía dejar de ser una tarea de complejidad abrumadora”, renunciando más adelante a definir este término, dada el “aura de ambigüedad conceptual (qu e )

rodea todavía las

definiciones de los dos pilares de la agenda: cultura y desarrollo (y debido a) la amplia gama de definiciones existentes y de las complejidades que entrañan (sólo pueden superarse creando) la Batería de Indicadores en Cultura para el Desarrollo de la UNESCO (que) se centra en las características sobresalientes de ambos términos con el fin de reforzar los vínculos entre cultura y desarrollo”. O sea que, a falta de concepto que pueda discernir el fenómeno, se crea una “batería” para precisar sus contornos, crear inventarios exhaustivos de sus expresiones, efectuar mediciones de su cantidad y pronunciar apreciaciones sobre su calidad. Tomando desde luego la perspectiva del “punto fijo” que explica Manfred Max-Neef. Por su parte, el psicólogo culturalista holandés, Geert Hofstede1 : “Cultura es la programación colectiva de la mente que distingue a un grupo o categoría de personas de otros grupos”, usa un lenguaje tecnológico chocante que parece reducir los seres humanos a condición de máquinas, sin explicar quién y cómo 1

Geert Hofstede, psicólogo holandés de la escuela culturalista, nacido en 1928. Sitio oficial www.geerthofstede.com


programa los contenidos. Mientras que la del antropólogo estadunidense Clyde Klukhon: “la cultura es la manera de pensar, sentir, reaccionar de un grupo humano, sobre todo adquirida y transmitida por símbolos, y que representa su identidad específica en la que se incluyen objetos concretos producidos por el grupo. El corazón de la cultura está constituido por ideas tradicionales y los valores que le corresponden”2, deja en el aire la idea de la inamovilidad de la tradición.

En fin, no me puedo extender sobre otros ejemplos de definiciones, todas terminológicas, que demuestran cómo los estudiosos de la cultura han caído en un inexplicable abandono del proceso de reflexión que trataría de encontrar la esencia del fenómeno cultural para construir una herramienta del pensamiento capaz de dar cuenta de la realidad de las manifestaciones sensibles y conceptuales de toda cultura. Pero sí me queda tiempo para explicarles cómo, siendo imposible que yo sea particularmente ingeniosa para haber logrado construir una definición conceptual válida de cultura, tal vez se deba a que pude salvar el obstáculo epistemológico que constituye la cultura, dado que todos estamos inmersos en una de ellas. Pero como tampoco pude salvar este obstáculo por ser una persona excepcional, debo explicar que tal vez se deba a que mi historia personal me permitió a la vez ubicarme al interior de otras culturas distintas de la mía y llevar en mí la inquietud de averiguar qué era la cultura. En otras palabras, pude salir de la mía y entrar en otras culturas contemporáneas, regresar a mi cultura y compararla con aquéllas, ingresar por medio de estudios históricos en culturas ajenas y contrastarlas con la historia de la mía, comprendiendo cada vez con mayor certeza qué es lo que todas tienen en común. Pero antes de revelarles mis conclusiones debo preguntar ¿qué quiere decir “ubicarse” al interior de otra cultura? Los antropólogos aprendimos, al principio de nuestra formación, la importancia de no ser simples observadores de los 2

Alfred Kroeber & Clyde Kluckhohn, Culture: a critical review of concepts and definitions, citado in Cary Nelson et Dilip Parameshwar Gaonkar, Disciplinarity and dissent in cultural studies, éd. Routledge, 1996.


“otros” adoptando como divisa la “observación participante”, lo que significa comer la comida del otro, respetar sus ritos, anotar lo observado con discreción… etc. Sin embargo, es evidente que esta práctica no le ha bastado a la antropología para comprender qué es lo esencial de la cultura y poder definirla inequívocamente. Con mayor razón, la postura “exterior” a su objeto de estudio de la sociología, que pretende medir lo inmensurable y cree comprender todos los fenómenos a través de indicadores y comparaciones estadísticas, ha fracasado respecto a definir la cultura. Ya no se diga, la burocracia internacional, de toda extracción disciplinaria, cuya ubicación cultural pertenece al privilegiado mundo que ha prescindido de las culturas propias para ubicarse sobre de ellas. En la otra acera, en cambio, hay muchísimos seres humanos de todos los tiempos, escritores, poetas, viajeros, migrantes, luchadores sociales, que sí se han ubicado al interior de otra cultura que la propia, dejando testimonios importantísimos, aunque no definiciones conceptuales, porque este oficio del pensamiento no era o no es el suyo. Así, era necesario asemejarse a quienes han comprendido qué es la cultura por identificación con otras distintas a la propia, y que no expresaron sus conocimientos en un discurso aprovechable por la semántica, y a la vez estar en los rangos de quienes se esfuerzan por comprender la cultura, sin o con apellido como material o inmaterial, o ligada a su preservación o rescate, al desarrollo y a su uso como medio para obtener la solidaridad social o la paz, local o mundial, pero no han logrado precisar qué es eso de lo que hablan para explicarlo a sus destinatarios y tenerlo claro en su propio espíritu. Se dice que todo descubrimiento es producto de una casualidad, seguramente es cierto, en mi caso puedo decir solamente que para encontrar una definición válida era necesario despojarme de mis puntos de vista sobre lo que es desarrollo, preservación, rescate, solidaridad, paz…, así como de los conceptos progreso, equidad, material e inmaterial, entre otros que sólo pueden ser concebidos “a la occidental” porque corresponden a una evolución histórica determinada. Pero también era necesario, al despojarme de mi perspectiva cultural, adoptar profunda, íntima y sinceramente, la identidad


humana, pura y simplemente del ser humano que soy con mis necesidades primarias y de trascendencia, con mis cinco sentidos y mi legítima aspiración, no sólo a no sufrir, sino a la felicidad. Había que renunciar a ser de la casta de los dioses de occidente, porque no hay dioses que renuncien a su superioridad, para comprender que no estoy hecha de diferente materia que los demás mortales y al fin poder desentrañar lo que nos es común a todas las culturas pasadas y presentes. Si ustedes aceptan, al menos por los minutos que nos quedan, mi definición de cultura, que es la siguiente: el conjunto de conocimientos y prácticas, con sus manifestaciones materiales e inmateriales, que crea un grupo humano, cualquiera sea su nivel de agregación, como sistema coherente y armónico de respuestas a los retos del medio en el que vive y se reproduce como grupo. Es la infinita capacidad de los seres humanos para crear respuestas originales a los retos de su medio natural y social lo que explica la diversidad cultural. Podrán ver que es un concepto que recoge, que contiene las siguientes nociones: la cultura es histórica y patrimonial, es dinámica e identitaria, es un conjunto coherente, armónico y sistemático y sólo existe en la realidad como una multitud de fenómenos singulares. Analicemos: Es histórica porque tiene su origen en las respuestas -desde los homínidos al homo sapiens- que las comunidades dieron a su medio natural y que, al probar su eficacia para la supervivencia del grupo, se fueron enriqueciendo con nuevas respuestas e infinitas variantes suscitadas en el curso del nomadismo que llevó a los grupos humanos por diferentes medios naturales a través del Planeta. Es patrimonial porque, al ser las relaciones sociales lo que crea lo humano del ser biológico, es en las relaciones sociales donde surge la creatividad original de las respuestas al medio, de tal modo que la cultura de un pueblo es a la vez su creación y su condición de vida, es el producto acumulado de todas las generaciones anteriores y su identidad colectiva.


Es dinámica, porque la acción del hombre sobre la naturaleza no sólo transforma a ésta, sino que su acción lo transforma a sí mismo en una cadena ininterrumpida de respuestas nuevas, a las que se suman aportes exógenos debidos al contacto entre pueblos diversos, de tal modo que cada cultura se enriquece constantemente con nuevos elementos. Es un sistema coherente y armónico que sólo puede ser leído y comprendido dentro de su propia lógica, porque las adaptaciones al medio y la adquisición o pérdida de elementos no distorsiona el conjunto, ya que éste sólo acepta elementos que no sean contradictorios con otros, los que no se neutralicen mutuamente, los que no carezcan de sentido o sean totalmente inútiles para el sistema, de tal modo que cada novedad adquirida o pérdida sufrida son perfectamente adaptadas y asimiladas a una tradición que nunca es inmóvil y a la vez mantiene la identidad colectiva. Y, en fin, la cultura sólo existe en la realidad como pluralidad de culturas concretas, presentes y pasadas, porque si todo grupo humano produce y reproduce su cultura espacialmente, en un territorio determinado cuyas características dieron origen a las respuestas particulares de cada grupo, la espacialidad es condición de toda cultura surgida a través del Planeta.

Si hubiere tiempo para debatir, más adelante o en otra ocasión, mi definición, estoy segura de que terminarán por aceptar que es un concepto válido porque toma lo esencial de todas las culturas, es decir, su origen o causa, su funcionamiento o dinámica y la explicación de su diversidad, sin necesidad de enumerar sus atributos3 permitiendo considerar a todas las culturas reales como equivalentes entre sí. También es válido porque permite la comparación entre distintas culturas, no mediante “indicadores”, sino por analogía de sus relaciones internas, con lo que se elimina la tentación de poner calificativos a sus manifestaciones y concluir que existieron o existen culturas superiores e inferiores, primitivas y

3

La enumeración de atributos obliga a buscar “arte” en cada una con criterios etnocéntricos que terminan por concluir que un pueblo carece de arte y por ende está en un grado inferior de desarrollo.


civilizadas, atrasadas y desarrolladas, simples y complejas, adecuadas e ineficaces…, pues desde el momento que existen o existieron es porque aportan o aportaron las respuestas correctas a su medio. Sin embargo, soy consciente de que al hacer pública mi definición en publicaciones y conferencias (ésta es la cuarta), el concepto que propongo encontrará muchas resistencias, pues ¿cómo podría aceptarse una definición que no justifica de ninguna manera las políticas llamadas de desarrollo, que en realidad son de imposición y asimilación cultural, con el objeto manifiesto o implícito y hasta inconsciente, de introducirlas con todo y sus recursos, a la dinámica de la cultura hegemónica mundial? Pero afortunadamente y debido a las características intrínsecas de la cultura, muchas de ellas se han salvado de la depredación de su integridad, que puede resistir los peores embates tomando y adaptando dentro de su propio sistema algunos elementos que le son impuestos o bien, mediante la simulación de aceptar rasgos ajenos para resguardar los propios no exponiéndolos abiertamente ante el depredador cultural.

En cuanto a la separación entre cultura material e inmaterial, la UNESCO define la “inmaterial” en términos que se parecen a la nuestra, a saber: es el “patrimonio transmitido de generación en generación y recreado permanentemente por las comunidades y grupos en función de su medio, de su interacción con la naturaleza y su historia, que les procura un sentimiento de identidad y de continuidad, contribuyendo así a promover el respeto de la diversidad cultural y la creatividad humana”. Sin embargo, deja una vaguedad al decir “procura un sentimiento de identidad y continuidad” como si esto fuera algo subjetivo, cuando son absolutamente reales y concretas la identidad y la continuidad cultural. Además, cuando remata su definición con la frase “contribuyendo así a promover el respeto de la diversidad cultural y creatividad humana”, deja en la oscuridad quién es el sujeto ¿las comunidades y grupos o el patrimonio? ¿O la UNESCO misma desde su punto de vista fijo, el que adoptan los funcionarios de todos los países elevados a internacionales?


El problema no es menor porque si ésta es la definición que sirve para identificar los rasgos de cultura inmaterial de un pueblo, que pueden ser integrados en la lista de protección contra su eventual desaparición y la que dicta cuáles deben ser las medidas concretas para su resguardo, es una definición que deja a los jueces en turno todas las interpretaciones posibles para decidir qué es digno o no de ser reconocido como “patrimonio cultural inmaterial” y de qué manera puede ser “salvaguardado”. De este modo, los jueces internacionales se sitúan por fuera y por encima del rasgo cultural propuesto, léase de la cultura que lo posee, cuando la cultura propia de cada uno es absolutamente equivalente a la que juzgan, dando como resultado que esa mirada occidento-céntrica y pretendidamente universal, cuando decide preservar una expresión cultural, lo hace, tal vez incluso con un afán amable o piadoso, del mismo modo que un turista preserva en fotografías sus recuerdos de lugares exóticos. O dicho con otras palabras, mientras por un lado la ONU decide convertir a todas las culturas en copias de Occidente, alegando que es para integrarlas al desarrollo y bienestar, por el otro, la UNESCO cada vez más se inclina por convertir las medidas de salvaguarda (que no salvaguardia, pues en buen castellano guardia es persona que vigila o custodia, mientras que guarda es cosa que protege) en registros visuales o sonoros, destinados a nutrir museos de lo que el hombre produjo cuando no era “desarrollado”, mientras destina otros recursos a “educar” a los productores de las culturas del mundo, que aún no han sido asimiladas al modelo único, para que en breve lo hagan.

Pero si la UNESCO adoptara con convicción nuestra definición, estaría obligada a declarar patrimonio de la humanidad, no sólo algunas de las manifestaciones culturales del mundo, sino a los pueblos vivos que las producen. Y tendría que velar por la restitución de las condiciones en que esos pueblos producen su cultura, deteniendo con firmeza los avances del modelo único de desarrollo y devolviendo o protegiendo los territorios o espacios donde las relaciones sociales recrean las respuestas a su medio, es decir, donde reproducen y enriquecen sus culturas. Porque la viabilidad de la conservación


de la historia humana con su diversidad cultural, no radica únicamente en facilitar a los pueblos algunos medios para que construyan y, o preserven sus museos históricos, locales, regionales y nacionales, dado que la historia de la humanidad siempre está escribiéndose en presente.

En este sentido, la distinción entre cultura material y cultura inmaterial parece casi una burla al constatar que la salvaguarda inmaterial no concierne a los productores mismos de ética y estética, conocimiento y pensamiento mágico, religioso o político, en quienes sí están las manifestaciones inmateriales del espíritu, sino que es salvaguarda de productos efímeros mediante registros donde queden plasmadas o congeladas algunas expresiones -exóticas para Occidente- pero que no alteren el funcionamiento de su idea del progreso global de una humanidad que va perdiendo lo humano. De manera similar a la iniciativa de los años sesenta, cuando algunos vieron, en caso de guerra nuclear, su posible salvación instalándose en la Luna pero, para no parecer unos salvajes, decidieron construir búnkeres en la Tierra donde guardar cosas como la novena sinfonía de Beethoven, en un legado para sus propios y privilegiados descendientes.

Creemos firmemente que las palabras son actos que modifican la realidad, por cuanto el conocimiento no falsificado de ésta permiten actuar sobre ella. Es en este sentido que hemos tratado de sacar la palabra cultura del limbo en que el pensamiento occidental la había dejado, tal vez inconscientemente pero cuyas consecuencias han sido no poder establecer una identidad positiva entre su propio conjunto de instituciones, creencias, etc. con los de otros pueblos del mundo, y mediante esta identidad poder comprender que, por ejemplo, la equidad de género no es necesariamente lo que occidente entiende por ello, sino que existe su equivalente en otras culturas pero con manifestaciones distintas. Del mismo modo, comprenderíamos que el desarrollo no es, para todos los pueblos del mundo, la tecnología que sustituye al ser humano sino, por el contrario, la que lo ayuda en nuevas tareas sin prescindir de él.


Por último, quisiera darles un ejemplo de cómo utilizar el concepto de cultura para analizar tres fenómenos concretos. Cuando en el año 2000, en la Sala II de la UNESCO, expliqué por qué las cocinas eran patrimonio de la humanidad, el concepto de patrimonio intangible era reciente y, aunque me molestaba clasificar en éste la materialidad de las cocinas, tampoco podía convencer de su materialidad e inmaterialidad. Desde entonces, pensábamos que las cocinas son el rasgo fundacional de la cultura, en la medida que los seres humanos, contrariamente a los animales, inventaron para alimentarse maneras gratas de hacerlo mediante una serie de técnicas que fueron de las primeras respuestas organizadas que dieron a los retos de su medio natural (junto con el lenguaje y los códigos de supervivencia) Entonces no habíamos aún desarrollado el concepto de cultura. Fue a través de la investigación para la redacción de la historia de las cocinas del mundo, encargo de Ediciones UNESCO en 20044, a lo que se añadía mi experiencia práctica en el cocinar profesional durante veinte años, y mis desplazamientos físicos entre pueblos diversos, lo que me dio elementos para comprender el fenómeno cultural y, dentro de éste, la distinción entre tres de sus manifestaciones, percibiendo que dos de ellas son universales y la tercera sólo aparece en ciertas condiciones históricas. Fue así como construimos los conceptos de “cocinas”, “culinaria” y “gastronomía”, mismos que sufren desgraciadamente del mismo mal que la palabra cultura: se usan como términos, empantanando el pensamiento y la reflexión sobre una parte de vital, vital de vida y no exagero, importancia para las culturas del mundo. El proceso de definición empezó con la constatación, ampliamente aceptada, de que la cocina es un concepto que contiene una pluralidad de cocinas concretas,

pero

cuando

logramos avanzar fue

porque

saltamos del

determinismo geográfico, para explicar su origen, a la infinita capacidad humana para crear distintas respuestas a los retos de su medio; gracias a la observación directa de cómo dos zonas desérticas, con clima, flora y fauna 4

El libro se llama “Los alimentos que escribieron la historia de la humanidad” y fue aceptado para su publicación en español por el Fondo de Cultura Económica.


parecidas (hasta casi idénticas) no dieron lugar a cocinas idénticas y ni siquiera parecidas, en dos puntos del Planeta. De ahí a constatar que lo mismo sucede entre dos puntos del cinturón ecuatorial que pasa por islas del Pacífico, África y Sudamérica donde se alimentan de tubérculos; o varios puntos en el norte de África, Europa o Mongolia donde la base de la alimentación es el trigo, fue un camino de descubrimientos felices cuyo relato les ahorro para sólo entregarles los siguientes conceptos: Cocina es: 1) La manipulación de alimentos por y para el ser humano, con el fin de hacerlos atractivos para los sentidos y digeribles por el cuerpo. 2) El sitio donde se manipulan los alimentos para llevarlos a su consumo final. 3) Sinónimo de estufa. Todos los pueblos pasados y presentes tienen cocinas cotidianas. Culinaria es: el “arte de la cocina” o acto excepcional del cocinar llevándolo a su mejor expresión, por oposición al cocinar cotidiano, empleando los insumos más raros, caros o difíciles de obtener y dedicando un tiempo y trabajo inmoderados para producir magnas cantidades de comida. Todos los pueblos sin excepción practican al menos una vez por año la culinaria, dado que es la marca necesaria, obligatoria, de una fecha, ya sea del ciclo de la vida de una comunidad o de una persona, o conmemorativa de un hecho histórico excepcional. Sin embargo, también pueden existir actos culinarios cotidianos, o casi, entre la nobleza, la diplomacia o la alta burguesía, que son capas excepcionales de la sociedad. Gastronomía es: el conjunto de conocimientos y prácticas alrededor del hecho alimentario, cuya finalidad es dar el máximo placer a los cinco sentidos y al intelecto. No todos los pueblos crearon el hecho gastronómico, ni todos los grupos sociales lo conocen. Es resultado de una búsqueda sensorial e intelectual cuyas condiciones de aparición son históricas, económicas y políticas.

Para terminar, quiero convencerlos de la utilidad de los conceptos, herramientas para pensar la realidad, con un ejemplo de su pertinencia al


tomar decisiones que conciernen a personas de carne y hueso, a territorios de países y a toda la estructura cultural de un pueblo. Si la UNESCO hubiera partido del concepto cultura que yo he propuesto, no habría incurrido en el error de haber dado su acuerdo y los fondos financieros que actualmente destina a las medidas de salvaguarda presentadas en el expediente

de

“Las

cocinas

tradicionales

mexicanas.

Paradigma

de

Michoacán”, por medio del cual fueron incluidas en la Lista de Patrimonio Mundial Inmaterial del 2010, estas manifestaciones tan caras al pueblo mexicano.

Porque en este reconocimiento, las medidas de salvaguarda

propuestas y financiadas son, textualmente: enseñar a las cocineras tradicionales mexicanas “higiene”, “técnicas culinarias”, “administración de empresas” y “mercadotecnia”. Sin más comentarios sobre ello, puedo afirmarles que nuestra propuesta, pionera en el año 2000, de considerar a las cocinas patrimonio de la humanidad, fue prostituida. Pues los discursos sobre la “evolución” de la cocina mexicana, que no sólo no rechazo sino considero la dinámica interna de todo fenómeno parte constitutiva de la cultura, para los beneficiarios del expediente reconocido y financiado por la UNESCO, significa incluirse como chefs de alta cocina mexicana en eventos nacionales e internacionales de lujo. Crítica que no obsta para declarar respetable la alta cocina de los chefs mexicanos, pero que no puede ser aún, al día de hoy, patrimonio de la humanidad con medidas de salvaguarda, arrebatándole este derecho, con sus fondos y recursos, a quienes emigran perdiendo los saberes de los cultivos y las cocinas tradicionales locales. Es decir, la UNESCO perdió la oportunidad, en colaboración con el Gobierno mexicano, para recuperar lo inmaterial de las cocinas: los saberes en las personas vivas, las de carne y hueso; así como lo material de nuestras cocinas al permitir que sean transformadas para la industria turística mundial.


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