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Juan José
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—Muy
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Soiza
de;
Re:ii.i.y
bien-
Haydée
se ponía contenta al ver mi triunfo. Yo le sonreía agradecido y por debajo del banco le apretaba la mano. ¡Qué linda mano! Qué lindos dedos! Qué lindas uñas! La confraternidad del banco nos hizo tan íntimos, que un día sufrí las consecuencias de aquella amistad inocente. Comenzaban las clases y Haydée no había liegado. Transcurrieron las horas y Haydée no venía. Señorita, Haydée no ha venido. i
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—Ya
lo sé. La mamá me ha escrito, diciéndome que hoy no vendrá a clase, pues la pobrecita está enfermaNo pude soportar la noticia. Me eché a llorar. Lloré tanto que la maestra me consolaba con palabras dulces. No llores. Pronto Haydée estará buena y volverá. Uno de los chicos, un tal Pedrito, se burló de mi llanto. Arrojóme una pelotilla de papel. Míe resigné ante la injuria- Pero, más tarde^ en el recreo, el mismo Pedrito me asustó, diciéndome: Haydée se murió anoche. La aplastó Zonzo un trenvía."
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— —''¡Mentira, !
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—
mentira!
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grité yo.
—
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No
es cierto.
La señorita dice qué mañana vendrá"... y yo lloraba como un loco. De un golpe de puño, le cerré a Pedrito un ojo. ¡Canalla! Al día siguiente llegó Haydée a la escuela. Estaba tan bella como siempre- Al verla, senti una sensación muy j^xtraña. El lápiz se me cayó de las manos y temblé de
frío.
—¿Cómo te va, Juan? —Bien, Haydée. ¿Y tú? —Yo también. •
'
¡Te extrañé mucho!
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5fí
Hí
Durante la lección miraba a Haydée, encantado de verla allí' a mi lado. Me embriagaba con su fragancia de rubia deliciosa. Tenía siempre ese rico olor que despiden