Observadores del pasado la redención de cristobal colón

Page 80

de por qué el viaje era deseable, necesario. Por qué Dios quería que tuviera éxito. Actué a lo loco. Me preparé de modo insuficiente. Fui indigno.» Todas las explicaciones que se le ocurrían le hundían en una espiral dé desesperación. Al ver sufrir a Colón, Felipa comprendió que en la única ocasión en que le había proporcionado a su marido lo que él deseaba le había fallado. Necesitaba un contacto en la corte y la influencia del nombre de su familia no era suficiente. ¿Para qué, entonces, estaba casado con ella? Era una intolerable carga para él. No tenía nada que pudiera desear, necesitar o amar. Cuando le llevó a Diego para intentar animarlo, él rechazó al niño de cinco años tan bruscamente que el chiquillo lloró durante una hora y se negó a acercarse de nuevo a su padre. Fue el final. Felipa supo entonces que Colón la odiaba y que merecía su odio, pues no le había dado nada de lo que quería. Se metió en la cama, volvió el rostro hacia la pared y pronto estuvo efectivamente tan enferma como decía. En sus últimos días, Colón se volvió más solícito hacia ella de lo que Felipa jamás hubiera deseado. Pero ella sabía en el fondo de su corazón que esto no significaba que la amara. Más bien estaba cumpliendo con su deber, y cuando le habló de cuánto lamentaba su largo descuido, ella supo que lo decía no porque deseara que viviera para poder hacerlo mejor en el futuro, sino porque quería su perdón para que su conciencia pudiera ser libre cuando por fin su muerte lo liberara también en todos los otros sentidos. —Conseguirás la grandeza Cristovao, de un modo u otro —dijo ella. —Y tú estarás a mi lado para verlo, mi Felipa. Ella quiso creerlo, o más bien quiso creer que él en efecto lo deseaba, pero no se engañó a sí misma. —Sólo te pido esta promesa: Diego lo heredará todo de ti. —Todo —dijo Colón. —Ningún otro hijo. Ningún otro heredero. —Lo prometo. Poco después, murió. Colón sostuvo la mano de Diego durante el cortejo fúnebre hasta la tumba familiar, y mientras caminaban, uno al lado del otro, cogió de pronto a su hijo en brazos y dijo: —Eres todo lo que me queda de ella. Traté a tu madre injustamente, Diego, y también a ti, y no puedo prometer hacerlo mejor en el futuro. Pero le hice una promesa y te la hago a ti. Todo lo que posea jamás, todo lo que consiga, cada título, cada propiedad, cada honor, cada fragmento de fama, serán tuyos. Diego escuchó esto y recordó. Su padre le amaba después de todo. Y su padre había amado a su madre también. Y algún día, si su padre se convertía en un gran hombre, Diego sería grande como él. Se preguntó si eso significaba que algún día poseerían una isla, como la abuela. Se preguntó si eso significaba que algún día navegaría en un barco. Se preguntó si eso significaba que algún día se presentaría ante reyes. Se preguntó si eso significaba que su padre le dejaría entonces y nunca volvería a verlo. La primavera siguiente, Colón abandonó Portugal y cruzó la frontera española. Llevó a Diego al monasterio franciscano de La Rábida, cerca de Palos. —Unos padres franciscanos me enseñaron en Genova —le dijo a su hijo—. Aprende bien, hazte sabio, cristiano y caballero. Y yo entre tanto me encargaré de servir a Dios y labrar una fortuna. Colón lo dejó allí, pero lo visitaba de vez en cuando, y en sus cartas al prior, el padre Juan Pérez, nunca dejaba de mencionar a Diego y preguntar por él. Diego sabía que era más de lo que muchos hijos tenían de sus padres. Y una pequeña parte de su gran padre era muchísimo más que el amor y la atención de muchos hombres menores. O eso se decía a sí mismo para ahorrarse la humillación de las lágrimas durante la soledad de aquellos primeros meses.


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.