Niños perdidos

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6 INSPIRACIÓN Así fue como DeAnne inició su carrera: en la escuela secundaria comprendió que una mujer decente sin estudios sólo podía ganarse la vida sirviendo hamburguesas, así que decidió estudiar. Al ingresar en la universidad, mecanografiaba cien palabras por minuto. Ganó dinero suficiente como secretaria en el Departamento de Desarrollo Infantil y Relaciones Familiares como para pagar la tela para confeccionar su propia ropa y comprar la gasolina que usaba para ir y volver de la universidad en el viejo Volkswagen rojo. Aprendió a manejar una máquina eléctrica, obtuvo un aumento y ahorró lo suficiente para pagarse un semestre en París. Su elección de los estudios fue menos práctica. Le gustaba el arte, la música y la literatura, así que se diplomó en humanidades, aunque sabía que no había ninguna carrera profesional para la cual un diploma en humanidades se considerase una calificación seria. Pero eso no le importaba. En el fondo sabía que su carrera sería la maternidad, como había sido para su madre. Estudió humanidades para crear un hogar lleno de arte y sabiduría para sus hijos. Si alguna vez necesitaba un empleo, podía entrar en una oficina, mecanografiar una impecable página de trescientas palabras en tres minutos o menos, y conseguir trabajo en el acto. Sin embargo, la maternidad no respondió a sus expectativas profesionales. Por lo pronto, siempre iba precedida por meses de sufrimiento. De no haber sido por el Bendectin, que apenas controlaba sus náuseas continuas durante los primeros cuatro meses de cada embarazo, habría llegado al hospital vomitando con cada niño, y la náusea nunca pasaba del todo hasta que nacía el bebé. Pero lo más importante era que cada recién nacido era un salvaje. Ella y Step colgaban reproducciones de arte en las paredes y ponían discos de la mejor música, pero eso era el trasfondo. Su principal actividad consistía en perseguir, alimentar, fregar, lavar, cambiar, reñir, consolar y contener su impaciencia con esos pequeños vándalos. Había momentos maravillosos, pero eran pocos y esporádicos, y aunque DeAnne quería a sus hijos y se enorgullecía del afecto que les profesaba, no creía haber llegado a nada en la vida. Cuando Step terminaba de trabajar, deseaba paz y soledad; ella se moría por conversar con un adulto. La ayuda que le prestaba Step con los quehaceres domésticos o el cuidado de los niños sólo le indicaba que ella no tenía ninguna habilidad exclusiva, excepto la de amamantar a los bebés, cosa que hasta un mandril hembra podía hacer. La maternidad no era una carrera. Era la vida. Una buena vida que DeAnne no se proponía abandonar, pero que no le bastaba. Necesitaba hacer algo que le recordase que era humana. Le contaba esto a su buena amiga Lorry Tisch, quien administraba la emisora de televisión educativa de Salt Lake City, cuando Lorry se echó a reír. —¡Tienes una carrera, boba! ¡Y tan satisfactoria como la mía! —Si dices que debería conformarme con la maternidad... —Escucha, DeAnne, mucho antes que tú y Step os casarais, cuando Step iba y venía entre México y Washington, trabajando en ese proyecto para el Departamento de Historia, y sólo estaba en casa un miércoles por la noche, ¿por qué no tenías tiempo para verle? Recuérdalo, él ya era el amor de tu vida, y no podías dedicarle


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