Ender 01

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Orson Scott Card

El juego de Ender

general. A ciertos militares que mantenían correspondencia con ella se les escapaban cosas sin pretenderlo, y ella y Peter las combinaban para construir una imagen aterradora y fascinante de la actividad del Pacto de Varsovia. Efectivamente, se estaban preparando para la guerra, una guerra por tierra cruel y sangrienta. Demóstenes no estaba equivocado al sospechar que el Pacto de Varsovia no acataba los términos de la Liga. Y el carácter de Demóstenes comenzó a tomar vida propia. A veces, al final de una sesión de escritura, se sorprendía a sí misma pensando como Demóstenes, estando de acuerdo con ideas que se suponía que eran poses calculadas. Y algunas veces leía los ensayos del Locke de Peter y se sorprendía a sí misma enfadada por su obvia ceguera ante la realidad. Puede que sea imposible disfrazarse con una identidad sin convertirse en lo que se finge ser. Pensó en eso, le preocupó durante algunos días, y entonces escribió una columna utilizándolo como premisa para demostrar que los políticos que lisonjeaban a los rusos para mantener la paz acabarían inevitablemente supeditados a ellos. Fue una encantadora dentellada al partido en el poder, y recibió una gran cantidad de cartas de apoyo. Además, dejó de asustarle la idea de convertirse, en cierto grado, en Demóstenes. «Es más listo que Peter, y siempre lo creí así», pensó. Graff la esperaba a la salida de la escuela. Estaba de pie, apoyado en su coche. Vestía de paisano y había aumentado de peso, por lo que no le reconoció al principio. Pero Graff le hizo señas y, sin darle tiempo a presentarse, Valentine recordó su nombre. —No escribiré ninguna otra carta —dijo—. No debí haber escrito aquélla. —Entonces, presumo que no te gustan las medallas. —No demasiado. —Vamos a dar un paseo, Valentine. —No doy paseos con desconocidos. Le entregó un papel. Era una autorización, y firmada por sus padres. —Digamos que no es un desconocido. ¿Adonde vamos? —A ver a un joven soldado que está de permiso en Greensboro. Entró en el coche. —Ender sólo tiene diez años —dijo—. Creí que nos había dicho que Ender no reuniría los requisitos necesarios para tener un permiso hasta que tuviera doce años. —Se ha saltado algunos cursos. —¿Así que lo está haciendo bien? —Pregúntaselo cuando le veas. —¿Por qué yo? ¿Por qué no toda la familia? Graff suspiró. —Ender ve el mundo a su manera. Tuvimos que convencerle de que te viera. En cuanto a Peter y a tus padres, no tenían ningún interés. La vida en la Escuela de Batalla fue... intensa. —¿Qué quiere decir, que se ha vuelto loco? —Al contrario, es la persona más cuerda que conozco. Es lo suficiente cuerdo para saber que sus padres no suspiran por volver a abrir un libro de afectividad que fue cerrado casi herméticamente hace cuatro años. En cuanto a Peter... ni siquiera le sugerimos un encuentro, y así no tuvo la oportunidad de mandarnos a la mierda. Cogieron la carretera del lago Brandt y se desviaron justo pasado el lago, siguiendo una carretera que serpenteaba hacia arriba y hacia abajo, hasta que llegaron a una mansión de tablillas blancas que se desparramaba por la cumbre de la colina. Por un lado se divisaba el lago Brandt y por el otro un lago privado de dos hectáreas. —Esta casa perteneció al señor Delirios de Grandeza —dijo Graff—. La F.I. la adquirió en una subasta de embargos hace unos veinte años. Ender insistió en que sus conversaciones contigo no debían ser intervenidas. Le prometí que no lo serían, y para ayudar a inspirar confianza, los dos vais a salir en una balsa que ha construido él mismo. De todas formas, tengo que hacerte una advertencia. Tengo la intención de hacer algunas preguntas sobre vuestra conversación, una vez acabada. No tienes obligación de responder, pero espero que lo hagas. —No he traído traje de baño. —Te podemos prestar uno. 128


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