Antología 01 1

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El guardián de los sueños – Orson Scott Card

los prisioneros que seguían trabajando con él cortaron cuidadosamente los troncos en planchas, las embrearon por ambas caras y, tras construir paredes y techo añadieron otra capa de madera en la cara interna, recubriendo ésta, y rellenaron de brea el espacio que quedó entre ambas capas de madera. La gente se divertía mucho viendo a los cautivos de Naog izar cestas que chorreaban hasta el techo de su bote-semilla gigante y derramar su contenido sobre la construcción. —¿Se cree que mojando los árboles crecerán como si fueran hierba? — preguntaban entre risas. Naog los oía, pero no le importaba, porque él estaba dentro de su bote, comprobando que no entrara ni una sola gota de agua. Lo más difícil fue hacer la puerta, porque también tenía que poder sellarla contra la riada. Naog pasó muchas noches despierto pensando cómo construirla. La respuesta le llegó en un sueño. Fue un recuerdo de los pequeños cangrejos que vivían entre la arena de las orillas del Mar de las Olas. Aquellos animales excavaban agujeros en la arena y, cuando el agua pasaba por encima, arrastraba arena que cubría los agujeros e impedía la entrada de agua. Naog despertó sabiendo que podía poner la puerta en el techo del bote-semilla y sellarla desde el interior. —¿Y cómo piensas hacerlo? —le preguntó Zawada—. Dentro no tendrás luz. Así que Naog y sus tres prisioneros aprendieron a sellar la puerta a oscuras. Cuando terminaron, el agua seguía entrando. La solución fue poner más brea en los bordes y colocar la puerta cuando la brea empezara a endurecerse. Después les costó mucho abrirla, porque tenían que hacerlo desde el interior... Pero cuando lo consiguieron, descubrieron que no se había colado ni una sola gota dentro. —Bien, ya basta de pruebas —dijo Naog. Su trabajo a partir de entonces fue reunir grano. Y esta vez también agua. Guardaron el grano en cestas a las que añadieron tapa, y el agua en muchas, muchas bolsas. Naog, sus cautivos y sus esposas trabajaron duramente siempre que había luz para fabricar las cestas para el grano y las bolsas para el agua. A los engu no les importaba almacenar cada vez más grano en el bote de Naog; al fin y al cabo, era ridículamente hermético, así se aseguraban de que resistiría la estación de las crecidas. No necesitaban creer en aquella tontería de un dios del Mar de las Olas furioso con el pueblo derku para reconocer un buen bote-semilla cuando lo veían. El bote estaba casi lleno cuando corrió el rumor de que un grupo de nuevos

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