Revista Humanitas 61

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LA SANTIDAD ANTES QUE LA PAZ “Newman fue a lo largo de toda su existencia uno que se convirtió, uno que se transformó, y de esta forma permaneció siempre el mismo, y se convirtió cada vez más en sí mismo”, señaló Benedicto XVI en el mensaje que ha hecho llegar al simposio El primado de Dios en la vida y en los escritos del beato John Henry Newman, organizado en Roma, por el Centro Internacional Amigos de Newman.

E

s bien conocido que el joven Newman, a pesar de que había podido conocer, gracias a su madre la «religión de la Biblia», atravesó un período de dificultades y de dudas. A los catorce años sufrió, de hecho, la influencia de filósofos como Hume y Voltaire y, reconociéndose en sus objeciones a la religión, se encaminó, según la moda humanista y liberal de su época, hacia una especie de deísmo. El año siguiente, con todo, Newman recibió la gracia de la conversión, encontrando descanso “en el pensamiento de dos seres absolutos y luminosamente evidentes en sí mismos, yo y mi Creador» (J.H. Newman, Apologia pro vita sua, Milán 2001, pp. 137-138). Descubrió por tanto la verdad objetiva de un Dios personal y viviente, que habla a la conciencia y revela al hombre su condición de criatura. Comprendió su propia dependencia en el ser de Aquel que es el principio de todas las cosas, encontrando así en Él el origen y el sentido de su identidad y singularidad personal. Es esta experiencia particular la que constituye la base para la primacía de Dios en la vida de Newman. Tras la conversión, se dejó guiar por dos criterios fundamentales —tomados del libro La fuerza de la verdad, del calvinista Thomas Scott— que manifiestan plenamente la primacía de Dios en su vida. El primero: “la santidad antes que la paz» (ibid., p. 139),

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documenta su firme voluntad de adherirse al Maestro interior con su propia conciencia, de abandonarse confiadamente al Padre y de vivir en la fidelidad a la verdad reconocida. Estos ideales habrían comportado en seguida “un gran precio que pagar”. Newman, de hecho, sea como anglicano o como católico, tuvo que sufrir muchas pruebas, desilusiones e incomprensiones. Con todo, nunca descendió a falsos compromisos o se contentó con consensos fáciles. Permaneció siempre honrado en la búsqueda de la verdad, fiel a las llamadas de su propia conciencia y dirigido hacia el ideal de la santidad. El segundo lema elegido por Newman: «el crecimiento es la única expresión de vida» (ibid.), expresa de forma clara su disposición a una continua conversión, transformación y crecimiento interior, siempre apoyado confiadamente en Dios. Descubrió así su vocación al servicio de la Palabra de Dios y, dirigiéndose a los Padres de la Iglesia para encontrar mayor luz, propuso una verdadera reforma del anglicanismo, adhiriéndose finalmente a la Iglesia católica. Resumió su propia experiencia de crecimiento, en la fidelidad a sí mismo y a la voluntad del Señor, con sus conocidas palabras: “Aquí en la tierra vivir es cambiar, y la perfección es el resultado de muchas transformaciones” (J.H. Newman, Lo sviluppo della dottrina


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