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«En semejante contexto, MacIntyre ve en el retorno a los clásicos, especialmente a Aristóteles, la única alternativa posible frente a la lucidez de las conclusiones de Nietzsche, quien basándose en las incoherencias de las morales modernas, pasa a predecir el fin de toda moral». (Aristóteles y Nietzsche)

«EN GUILLERMO DE OCKHAM LA ORDEN TODAVÍA PROVIENE DE DIOS, PERO LA ÉTICA YA NO SE BASA EN TODO CASO EN EL BIEN QUE SE IMPONE; ES UNA MORAL DE LA OBEDIENCIA DESLIGADA DE JUICIOS DE VALOR, SUBSTANCIALMENTE UN DECISIONISMO ANTE LITTERAM».

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En los modernos, la tensión finalista es sustituida por la búsqueda de parámetros operativos ciertos y verificables, a partir del modelo de las ciencias positivas. Permanece la palabra «fin», pero no tiene la función arquitectónica que tenía en los clásicos. Se encuentra en primer plano la preocupación por definir los derechos, lo debido a cada uno según su esencia, y las reglas que deben imponerse para garantizar el respeto de esos derechos. Por encima de la libertad entendida como «libertad para algo», tensión hacia un fin que trasciende a la persona, prevalece la «libertad de algo», autonomía radical e indiferente a los valores. A esta libertad de elección teñida de utilitarismo debe contraponerse necesariamente una indicación precisa de límites, de reglas impuestas desde el exterior. Esta evolución se inició ya en el siglo XIV, cuando, con la caída de la confianza en la capacidad del hombre de reconocer los valores y formular juicios normativos, el iussum quia bonum se invierte transformándose en bonum quia iussum: una cosa únicamente puede llamarse buena por haber sido ordenada. En Guillermo de Ockham la orden todavía proviene de Dios, pero la ética ya no


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