HUMANITAS 45

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H U M A N I T A S

Humanitas Nº 45 Ver a no 20 07 - A ÑO XII

Actualidad de un gran pensador ROMANO GUARDINI Y EL TEMA DE LA TÉCNICA Gianfranco Morra

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EN CAMINO A APARECIDA Luis Fernando Figari / Pedro Morandé / Guzmán Carriquirry

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LA MUERTE PASCUAL DE SAN JOSÉ José Brioschi

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Reflexiones sobre la encíclica Deus caritas est IGLESIA Y POLÍTICA CON VISTAS A UN ORDEN SOCIAL JUSTO Cardenal Angelo Scola

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Consideraciones a propósito de la nueva ley de matrimonio civil ¿QUÉ QUEDA DEL MATRIMONIO EN CHILE? Gonzalo Ibáñez Santa-María

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LA VERDAD Cardenal Jorge Medina Estévez

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¿SE OPONE LA OMNISCENCIA DE DIOS A LA LIBERTAD DEL HOMBRE? Giandomenico Mucci

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Una tarea para universidades católicas RECUPERAR LA UNIDAD ESPIRITUAL DE LA CULTURA Jaime Antúnez Aldunate

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Escenario internacional EL DESPERTAR DE LA INDIA Michael Amaladoos S.J.

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Destacamos en NOTAS

CUANDO LA MUERTE SE VUELVE INHUMANA

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por Robert Spaemann

Destacamos en LIBROS

«CIEN AÑOS DE TEOLOGÍA EN AMÉRICA LATINA (1899-2001)» DE JOSEP-IGNASI SARANYANA por Fernando Moreno Valencia

En portada: Detalle de San José en «La Virgen de la Rosa», por Rafael. En contraportada: «La Muerte de San José» por Giuseppi Crespi (Museo del Hermitage).

Sumario Editorial Notas La Palabra del Papa Panorama Libros Música Sobre los Autores

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En orden a facilitar el contacto con nuestros lectores y eventuales suscriptores, se pueden consultar los contenidos de este y de los anteriores números de HUMANITAS en la «World Wide Web» de Internet. Dicha información se entrega por medio de resúmenes de cada uno de los trabajos publicados. Se informa asimismo, por su título, cuáles han sido los libros, películas y videos comentados.

La dirección es:

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HUMANITAS (ISSN 07172168) recoge los trabajos de sus colaboradores regulares, nacionales y extranjeros. Asimismo, de otros autores cuya temática resulta afín con los objetivos de esta publicación. Toda reproducción total o parcial de los artículos publicados por HUMANITAS requiere de la correspondiente autorización, a excepción de comentarios o citas que se hagan de los mismos. Diseño y Producción: Departamento de Diseño de la Vicerrectoría de Comunicaciones y Asuntos Públicos de la Pontificia Universidad Católica de Chile Impresión: Alvimpress Suscripciones y correspondencia: HUMANITAS, Centro de Extensión de la Pontificia Universidad Católica de Chile, Av. Libertador Bernardo OʼHiggins 390, 3er piso, Santiago, Chile. Teléfono (562) 354 6519, Fax (562) 354 3755, E-mail: humanitas@uc.cl Suscripción anual, $ 24.000; estudiantes, $ 16.000. Valor por ejemplar, $ 7.000.


HUMANITAS Sumario N° 45 (enero-marzo 2007)

ROMANO GUARDINI Y EL TEMA DE LA TÉCNICA por Gianfranco Morra. El autor revisa la posición del pensador ítalo-alemán en relación con la cuestión de la técnica: el poder que, habiendo apartado históricamente todo vínculo con la metafísica y la ética, domina hoy el mundo abriendo inquietantes escenarios, intuidos, por ejemplo, en el ensayo específico sobre el aborto que escribiera Guardini el año 1949 (publicado en italiano Studi Cattolici) y que aquí se comenta. Hay que decir que Guardini no cae en el pesimismo, como tantos filósofos e historiadores de la civilización, por cuanto el teólogo sabe que no hay determinismo en los procesos históricos y es posible configurar una nueva relación jerárquica entre las manifestaciones del saber. Humanitas 2007, XLV, págs. 8-21

EN CAMINO A APARECIDA (5a Conferencia General del Episcopado Latinoamericano). Tres autores, cada uno de ellos vinculado desde su perspectiva al quehacer de la Iglesia latinoamericana —Luis Fernando Figari, Pedro Morandé y Guzmán Carriquiry— comentan el escenario en que se habrá de desarrollar, durante mayo próximo, el encuentro de la Iglesia latinoamericana con S.S.Benedicto XVI en el Santuario de Aparecida, en Brasil. Los planteamientos confluyen en un horizonte de «renovación y continuidad» con las cuatro anteriores Conferencias Generales (Río de Janeiro, Medellín, Puebla y Santo Domingo), característico del sentir de la Iglesia, que se contrapone a la «hermenéutica de la discontinuidad y de la ruptura» como advirtiera el Papa a propósito de ciertas interpretaciones del último Concilio. Llama la atención, en este sentido, el esfuerzo de algunos sectores por rescatar y resistir desde un así llamado «Medellín kerigmático». Humanitas 2007, XLV, págs. 22-37

LA MUERTE PASCUAL DE SAN JOSÉ por José Brioschi. El momento de la muerte de Jesús fue el de la ratificación de esa oblación con la cual Él vivió y sacrificó toda su vida por la causa del Padre. Jesús fue el oblato por excelencia, desde el comienzo de su concepción hasta el último aliento. La forma distintiva de la existencia del cristiano es una forma oferente y la muerte es el momento de la ratificación de ese pacto de oblación iniciado con el Bautismo. En la oración que dirigimos a San José no debemos pedir al santo Patriarca puramente una muerte «en estado de gracia», sino una muerte «en tensión pascual», es decir, de abandono en Dios, con la certeza de merecer al final de los siglos una gloriosa resurrección y glorificación en el cielo, análoga a las de Jesús y María. Humanitas 2007, XLV, págs. 38-43


IGLESIA Y POLÍTICA CON VISTAS A UN ORDEN SOCIAL JUSTO (Reflexiones sobre la encíclica Deus caritas est) por el Cardenal Angelo Scola. En el horizonte realista de la más sana tradición de la doctrina católica, la encíclica de Benedicto XVI devuelve a la política toda su dignidad: «El orden justo de la sociedad y del Estado es una tarea central de la política» (no 28). Es conocido el radicalismo que implica en la historia del pensamiento cristiano la expresión «orden justo». A este respecto, el Papa recuerda la durísima frase de san Agustín: «Si no se respeta la justicia, los Estados no son sino grandes bandas de ladrones». También con realismo cristiano, el Santo Padre no duda en subrayar que la política, al ser una actividad del hombre, necesita purificación. Continuamente debe liberarse de la «ideología». Humanitas 2007, XLV, págs. 44-49

¿QUÉ QUEDA DEL MATRIMONIO EN CHILE? (Consideraciones a propósito de la nueva ley de matrimonio civil) por Gonzalo Ibáñez Santa María. Hasta 1884 la celebración de los matrimonios se hacía según las leyes canónicas, aun respecto de los no creyentes. Para éstos, el cura párroco oficiaba de simple oficial de registro civil. Lo mismo sucedía con las causas de nulidad matrimonial: eran conocidas y resueltas por los tribunales canónicos. Pero desde entonces, el Estado chileno, junto con asumir esas tareas, se echó sobre sus hombros toda la responsabilidad anexa. Tal vez no se dio cuenta de la envergadura de esa tarea y los hechos posteriores lo sobrepasaron. Ahora, en vez de reconocer este fracaso, optó por la peor salida: la de eliminar en la legislación chilena el matrimonio real y dejar en ella sólo una pantomima de tal. En la legislación civil, afirma el autor, del matrimonio no queda nada. Lo cual no quiere decir que en Chile haya desaparecido realmente el matrimonio. Desapareció de la ley, pero no de la realidad. Queda así el desafío de reencantar a la juventud con un camino para el amor de verdad; un amor de servicio donde la persona, dándose, se encuentre con lo mejor de ella misma. Humanitas 2007, XLV, págs. 50-65

LA VERDAD por el Cardenal Jorge Medina Estévez . No es el hombre quien crea la verdad de las cosas: su tarea es adentrarse en la naturaleza de lo que lo rodea, extasiarse ante la bondad y la belleza del ser, e incorporar la relación con lo existente a su propio acervo conceptual y valórico. Reconocer que todo lo existente tiene una naturaleza y una «verdad» es aceptar que el arbitrio humano no es ilimitado, que nuestro propio ser no se explica por sí mismo, como tampoco se explican por sí mismos los demás seres, y que, en consecuencia, nuestra verdadera libertad no puede ejercitarse en forma tal que haga caso omiso de la verdad de nuestro ser y del de los demás. Humanitas 2007, XLV, págs. 66-81

¿SE OPONE LA OMNISCIENCIA DE DIOS A LA LIBERTAD DEL HOMBRE? Por Giandomenico Mucci s.j. Lo que preocupa en esta pregunta no es tanto el hecho de que Dios sepa desde siempre lo que haremos, como el hecho de que si lo sabe, entonces lo que hagamos está determinado desde siempre. Y si es así, ¿dónde podrá estar nuestro libre albedrío? Un camino de solución ya conocido en la época patrística compara la presciencia de Dios, su intuición actual y eterna de la realidad, con el conocimiento intuitivo del hombre, y le atribuye un carácter de concomitancia y no de causalidad. Eso significa que Dios conoce previamente las acciones libres humanas que ocurrirán en el futuro, pero éstas no tienen lugar porque Él las haya conocido con anterioridad. Humanitas 2007, XLV, págs. 82-88

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RECUPERAR LA UNIDAD ESPIRITUAL DE LA CULTURA (Una tarea para universidades católicas) por Jaime Antúnez Aldunate. El contexto histórico en el que confluyen a través del siglo XX el avance tecnológico y el desarrollo de los procesos ideológicos y sociales contribuye, poderosamente, a que el orden moral y el tecnológico se desconecten el uno del otro, y que a medida que el orden tecnológico se refuerce, el orden moral se debilite. En términos de «revolución cultural», puede llegar a afirmarse que la tecnológica es más radical que cualquier otra de carácter político que haya existido. «Y esto —afirma Augusto del Noce— porque tan sólo ella habrá conseguido realizar verdaderamente lo que ha sido uno de los fines de las revoluciones políticas que pretendían ‘cambiar al hombre’: la supresión de la dimensión trascendente». Humanitas 2007, XLV, págs. 89-99 EL DESPERTAR DE LA INDIA (Escenario Internacional). El Informe 2005 de Naciones Unidas sobre desarrollo humano ubicó a la India en el 127o lugar entre 177 países. De los mil millones de habitantes de su población, 30 por ciento vive bajo el umbral de la pobreza; el analfabetismo de los adultos abarca todavía al 40 por ciento de la población. Con todo, el país no carece de vigor: hay un notable crecimiento en sectores como las tecnologías de la información, y la inversión extranjera aumenta paulatinamente. El país tiene además fama de proporcionar un número de ingenieros mayor que Europa. Dispone de armas nucleares, está en condiciones de poner satélites en órbita, y su programa espacial tiene previsto el envío de un cohete a la Luna. Por otra parte, sus hospitales atraen ahora a pacientes del exterior. Los mismos indios tienen más confianza en relación con el porvenir del país, como lo demuestra un sondeo reciente. Humanitas 2007, XLV, págs. 100-107 Sección NOTAS «Cuando la muerte se vuelve inhumana» por Robert Spaemann: Está desapareciendo la sepultura ritual de los muertos, que es la característica distintiva más antigua del homo sapiens. Vemos por otra parte que Holanda ha legalizado la eutanasia y sin embargo de ninguna manera es expulsada de la comunidad internacional. «El pluralismo» por Fernando Moreno Valencia: Señala Juan Pablo II que «existe, debe existir, una unidad fundamental, que está antes que todo pluralismo, y que es la única que permite al pluralismo no sólo ser legítimo, sino deseable y fructuoso. Esta unidad consiste en la fidelidad a esa verdad total sobre el hombre... y en las exigencias y normas morales que brotan de ella». «Y Chesterton se quitó el sombrero» por David Amado: Para el escritor inglés el mundo se ha vuelto loco precisamente por un mal uso de la razón. Mientras «el poeta» sólo pretende llegar con su cabeza hasta el cielo, «el lógico» pretende meter el cielo en su cabeza. Lo que ocurre es que ésta estalla... «A 50 años del levantamiento de Hungría» por Gisela Silva Encina: Si en esos momentos Occidente hubiera apoyado la lucha de Hungría por su libertad, el derrumbe del muro de Berlín en 1989, se hubiera producido 33 años antes. Humanitas 2007, XLV, págs. 108-123 Libros. «El Derecho de la Vida. El Derecho a la Vida. Bioética y Derecho», por José Joaquín Ugarte Godoy (Editorial Jurídica de Chile); «Cien años de Teología en América Latina», por Josep-Ignasi Saranyana (Ediciones Promesa, San José de Costa Rica); «¿Quién dicen los hombres que soy yo?», por P. Felipe Pardo Fariña (Ediciones San Pablo); «El hombre en el huracán», por Raúl Williams Benavente (Fundación de Ciencias Humanas, Santiago); «La Canción de Dom Mauro» por Jacinto Peraire (Editorial BAC, Madrid); «Dejadme ir a la casa del Padre» por Stanislaw Dziwisz, Czeslaw Drazek, Renato Buzzonetti, Angelo Comastri (Editorial San Pablo); «Don Pelayo, rey de las montañas» por José Ignacio Gracia Noriega (Ed. La Esfera de los Libros S.L. Madrid); «Imaginarios sociales modernos» por Charles Taylor (Paidós, Barcelona); «Cartas del destierro 1891-1894», por Julio Bañados Espinosa (Ediciones Centro de Estudios Bicentenario, Santiago); «Los creadores de Europa: Benito, Gregorio, Isidoro y Bonifacio» por Luis Suárez Fernández (Edicones Eunsa, Navarra); «Raíces cristianas de Europa» por Eugenio Romero Pose (San Pablo, Madrid); «Le terrorisme à visage humain» por Michel Schooyans (Editor Francois-Xavier de Guibert); «La misa para los niños», por verónica Griffin Barros (Tadeo Editores, Santiago); «Catecismo de la Iglesia Católica. Compendio» (Ediciones Obispado de San Bernardo, Santiago); «Trilogía de Ransom» por C. S. Lewis (Minotauro, Barcelona); «150 años de la Catedral de Puerto Montt 1856-2006» (Arzobispado de Puerto Montt); «Dante y la Filosofía» por Etienne Wilson (EUNSA, Navarra); «Ayudar a crecer» por Leonardo Polo (EUNSA, Pamplona); «Ronald Knox» por Evelyn Waugh (Ediciones Palabra, Madrid); «El Islam» por José Morales (Rialp, Madrid). Humanitas 2007, XLV, págs. 182-205

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Sobre razón, diálogo, «yihad» y talibanes N

o ha dejado de llamar la atención que con posterioridad al 12 de septiembre de 2006 –fecha en que el Santo Padre pronunció su célebre clase magistral en la Universidad de Ratisbona– varios medios católicos, en diversas partes del mundo, hayan gastado más espacio en responder a los instigadores de la artificial polémica en torno a la cita del emperador Manuel II Paleólogo, que en tratar del fondo de la cuestión abordada por el Papa y que implica un claro llamado a la cultura y a la universidad en Occidente. En un contexto en el que a diario escuchamos a dirigentes y a medios de comunicación de nuestro hemisferio rasgar vestiduras frente al «fundamentalismo islámico» –al punto que este socorrido denuesto se ha transformado incluso en una larvada defensa del relativismo liberal (¡quién no ha sido calificado entre nosotros de «talibán» por demostrar ser hombre de principios y convicciones!)– hay que saludar la sabiduría y valentía con que el Papa supo poner las cosas en su verdadero lugar. Es claro que en este escenario, donde también velada y artificialmente se asimila la violencia que proviene de la esfera islámica con categorías ideológicas occidentales, alguien con gran autoridad debía recordarnos el verdadero concepto de la «yihad» mahometana para, a continuación, poner el dedo en la llaga de esa otra, quién sabe si mucho más grave y profunda, que vivimos en Occidente. ¿No somos acaso diariamente testigos de una sanguinaria «yihad» que sacrifica entre nosotros, por ejemplo a través del crimen del aborto, a miles de vidas humanas, en ofrenda a la «Diosa Libertad»? El presente número de HUMANITAS busca precisamente acercarnos a este orden de consideraciones. Desde la reflexión sobre el Guardini de los años cuarenta, que veía en la ruptura de la técnica con la metafísica y la ética la constitución de un poder que abría inquietantes escenarios de muerte, pasando por la reflexión sobre Del Noce y la revolución tecnológica que rompió los vínculos con la trascendencia, para concluir en el análisis de la clase magistral de Ratisbona que tuvo lugar en la Pontificia Universidad Católica de Chile el 20 de noviembre pasado –y cuyas exposiciones aquí se reproducen– el eje de esta edición se conforma a dicha realidad. Sin pesimismos deterministas, desde luego, y apelando a la recuperación de la unidad espiritual de la cultura, según el llamado que hiciera Benedicto XVI. Hay que decir que la atención del Pontífice hacia la iluminadora dimensión que a partir de aquí se observa, se ha transformado en un leit motiv de su enseñanza desde aquel pasado mes de septiembre en que viajó a la tierra natal. En efecto, como se puede verificar in extenso en nuestra sección «La Palabra del Papa», ya en octubre, dirigiéndose a la Iglesia italiana en Verona, volvió a profundizar en este tema. «La matemática como tal es una creación de nuestra inteligencia: la correspondencia entre sus estructuras y las estructuras reales del universo (...) suscita nuestra admiración y plantea un gran interrogante», expresó. Agregando luego que ello «implica que el universo mismo está estructurado de manera inteligente, de modo que existe una correspondencia profunda entre nuestra razón subjetiva y la razón objetiva de la naturaleza», siendo en consecuencia «inevitable preguntarse si no debe existir una única inteligencia originaria, que sea la fuente común de una y de otra». Una vez más subrayó así el Papa que «la reflexión sobre el desarrollo de las ciencias nos remite al Logos creador», cambiando la tendencia

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EDITORIAL a dar primacía a lo irracional, a la casualidad y a la necesidad, llevando nuestra inteligencia y nuestra libertad a lo irracional. Esta posibilidad y apelación a ensanchar los espacios de nuestra racionalidad, a volver a abrirla a las grandes cuestiones de la verdad y del bien, conjugando entre sí la teología, la filosofía y las ciencias respetando sus métodos propios y su recíproca autonomía, pero siendo también conscientes de su unidad intrínseca- es según Benedicto XVI, la gran tarea que tenemos por delante «para dar nuevo impulso a la cultura de nuestro tiempo y para hacer que en ella la fe cristiana tenga de nuevo plena ciudadanía». Ya al cierre de esta edición –motivo por el cual no se incluye en la sección que le es propia- la palabra del Papa retomó de nuevo el tema para despedir el año junto a los miembros de la Curia romana. «El conocimiento aumenta –advirtió Benedicto XVI– pero al mismo tiempo se registra un progresivo reduccionismo de la razón respecto de sus propios fundamentos, acerca de los criterios que le dan orientación y sentido». La fe en aquel Dios que es en persona la Razón creadora del universo debe ser escuchada por la ciencia, requirió. «La razón tiene necesidad del Logos que se encuentra al inicio y es nuestra luz; la fe, por su parte, tiene necesidad del coloquio con la razón moderna para darse cuenta de la propia grandeza y corresponder a la propia responsabilidad». Si en Ratisbona, puntualizó el Papa, el tema del diálogo entre las religiones fue tocado sólo marginalmente, llega ahora el momento de avanzar en este sentido por la misma senda ya apuntada. «La razón secularizada no está en condiciones de entrar en verdadero diálogo con la religión», precisó. La grave cuestión que desvela Benedicto XVI toca aquí el núcleo de las más gravitantes controversias al interior de Occidente (véanse los ejemplos que ofrece la España de Zapatero y la Europa de una constitución que desconoce sus raíces cristianas) y de las confrontaciones entre un Occidente supuestamente cristiano, aunque en la realidad secularizado, y un Oriente mediáticamente islámico, pero religiosamente no renovado. Si permanecen cerradas las puertas ante la cuestión de Dios, agrega luminosamente el Papa, «se terminará por caminar al enfrentamiento de las culturas». En un esfuerzo sin par por desbrozar el camino, con gran audacia de cara a este escenario, Benedicto XVI invita al Islam a una tarea común con aquella que ocupa a la Iglesia a cuya cabeza lo puso la Providencia. Si por una parte se debe enfrentar juntos la actual dictadura de la razón positivista que –con una dureza que no vacilaríamos en calificar de genuinamente «talibánica»– excluye a Dios de la vida de la comunidad y del ordenamiento público, por otra, es un grandísimo desafío actual del Islam, dice el Papa, realizar la reflexión que tuvo que abordar la Iglesia con el Concilio Vaticano II, y descubrir en la libertad del ejercicio de la fe un elemento esencial en orden a la autenticidad de la religión. Como se observa, trátase de un empeño solidario y en ningún caso confrontacional. Un esfuerzo común contra la violencia y por la sinergia entre fe y razón, entre religión y libertad. Dos diálogos, subraya Benedicto XVI, que se compenetran y refuerzan, y de los cuales, podemos agregar, depende el destino de la civilización.

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«Indudablemente, la técnica produce un aumento del poder; pero al mismo tiempo se verifica también una pérdida de lo humano y lo vital, un incremento de lo artificial y lo mecánico» (Obra de Louis Fernandez, 1944-45)

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ACTUALIDAD DE UN GRAN PENSADOR

Romano Guardini y el tema de la técnica POR GIANFRANCO MORRA

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uien procure referirse al problema de la técnica en Romano Guardini enfrentará desde el comienzo ciertas dificultades. Ante todo, no existe un estudio de este autor dedicado explícitamente al tema de la técnica. Sin embargo, el discurso en torno al ambivalente significado de la técnica como poder liberador y amenaza inminente está presente en muchos de sus escritos. Al respecto ocurre lo mismo que se observa en todas las temáticas de Guardini. Es ciertamente un pensador unitario, pero no es sistemático, no procede mediante tratamientos específicos y monografías. Sus ensayos juveniles, entre los cuales se encuentra L’opposizione polare (La oposición polar) (1925), son pensados y escritos con carácter unitario, como correspondía con obras académicas, pero no se cuentan entre sus producciones más importantes. El Guardini que hasta hoy habla a nuestra sensibilidad es en cambio el ensayista que cada tanto enfrenta un problema antropológico de segura actualidad, lo analiza con el método fenomenológico y lo inscribe en la katholische Weltanschaung, donde puede encontrar soluciones adecuadas. Estas intervenciones suyas (conferencias, exposiciones en congresos, prédicas, etc.) se agruparán posteriormente en recopilaciones temáticas a las cuales un Leitmotiv atribuye carácter unitario y coherencia. Por consiguiente, es preciso fijar sumariamente las líneas de la antropología filosófica de Guardini dentro de la cual el discurso sobre la técnica es ubicado y resuelto. Esta antropología puede resumirse en el título de una de sus obras más conmovedoras: L’esistenza e la fede (La existencia y la fe) (1951). Las dos palabras del título indican el carácter agustiniano de su búsqueda, desarrollada entre los dos polos, del alma y de Dios: «Deum at animam scire cupio. Nihilne plus? Nihil omnino», como se expresa Agustín al comienzo de los Soliloquia (2,7). Así, Guardini se une a la tradición del agustinianismo o –mejor dicho– del «socratismo cristiano». Los autores más estudiados por Guardini constituyen diversas etapas de esta línea que une la filosofía griega neumática con la Revelación cristiana: Sócrates, Agustín, Buenaventura, Pascal, Kierkegaard. Con todo, Guardini además dedicó

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GUARDINI SE UNE A LA TRADICIÓN DEL AGUSTINIANISMO O –MEJOR DICHO- DEL «SOCRATISMO CRISTIANO». LOS AUTORES MÁS ESTUDIADOS POR GUARDINI CONSTITUYEN DIVERSAS ETAPAS DE ESTA LÍNEA QUE UNE LA FILOSOFÍA GRIEGA NEUMÁTICA CON LA REVELACIÓN CRISTIANA: SÓCRATES, AGUSTÍN, BUENAVENTURA, PASCAL, KIERKEGAARD.

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GUARDINI ADEMÁS DEDICÓ ALGUNOS DE SUS ESTUDIOS MÁS ESTIMULANTES A ALGUNOS POETAS EN LOS CUALES ENCONTRABA EXPRESADA UNA VISIÓN DEL MUNDO. GUARDINI ESTÁ LEJOS DE LA CRÍTICA ROMÁNTICA Y SE ACERCA A ESTOS POETAS CON UNA MENTALIDAD ANTROPOLÓGICA MEDIEVAL PARA LA CUAL LA POESÍA ES REVELACIÓN DE LA VERDAD MEDIANTE LA SUBLIMACIÓN DE LO BELLO.

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algunos de sus estudios más estimulantes a algunos poetas en los cuales encontraba expresada una visión del Mundo. Guardini está lejos de la crítica romántica y se acerca a estos poetas con una mentalidad antropológica medieval para la cual la poesía es revelación de la verdad mediante la sublimación de lo bello. Así, tenemos los estudios sobre algunos poetas considerados videntes e intérpretes de la existencia: Dante, Dostoievsky, Hölderlin, Rilke, cuatro actos de la misma tragedia: la tragedia de la explosión e implosión de la época moderna. Guardini define su antropología precisamente en relación con esta crisis de la modernidad, especialmente en el ensayo titulado Welt und Person (1939). Es una vez más un estudio plenamente agustiniano, que puede leerse como un comentario a una de las afirmaciones más conocidas del Obispo de Hipona: «Noli foras ire, in te ipsum redi, in interiore homine habitat veritas, et si tuam naturam mutabilem inveneris, transcende et te ipsum» (De vera religione, 39, 72). Así como Agustín define para el pensamiento occidental los tres objetos de la búsqueda filosófica –el mundo en el exterior, el Yo en el interior y el Dios arriba–, Guardini, por su parte, refiere el mundo y la persona al Principio fundamental, que la filosofía llama Ser y la religión Dios. Guardini continúa con el discurso de Mundo y persona en otro ensayo antropológico, que extiende el discurso, pasando de la naturaleza del hombre a su destino: Freiheit, Gnade, Schicksal (1948). En calidad de ente espiritual finito, el hombre está condicionado por un destino, que no obstante puede llevar hacia la libertad acogiendo la gracia. El destino se convierte así en la gracia vivida como suprema libertad. Se convierte, como el título de un agudo ensayo del año 1960, en la capacidad de Accettare sé stessi (Aceptarnos a nosotros mismos). «Comprendo –escribe Guardini– lo que soy únicamente en lo que está por encima mío, de hecho en Aquel que me ha dado a mí mismo. El ser humano no puede comprenderse sólo mirándose a sí mismo. El saber sólo se encuentra donde está el amor. No existe para el hombre un saber frío, un saber en la violencia, sino únicamente en esa grandeza y libertad de ánimo que se llama amor. Ahora, el amor comienza en Dios: en el hecho de que Él me ama y yo llego a ser capaz de amarlo». Guardini puede así concluir (es el título de un ensayo suyo del año 1952): «Nur wer Gott kennt, kennt den Menschen», sólo quien conoce a Dios, conoce al hombre, lo cual es una vez más un motivo agustiniano: «Inveni me, inveni Te». Pero eso es posible en cuanto el Dios del cristianismo no es simplemente el Ganz Andere, el «completamente distinto» de Rudolph Otto, sino una Persona encarnada en la historia: Jesucristo. Se sabe que Guardini dedicó a las figuras y prácticas de la religión gran parte de su producción, menos en clave teológica que en la fenomenología.


«Ese poder, que sólo era válido con una actitud de humildad, obediencia y servicio, se ha convertido en presunción, hybris y manipulación. En la civilización moderna, la técnica, que otorga al hombre un dominio casi total, lo vuelve también incapaz de tener dominio de sí mismo». (Romano Guardini en su biblioteca)

Es una serie demasiado larga de escritos como para hacer aquí una lista, que va desde la fenomenología de la experiencia religiosa hasta el significado de los Evangelios, desde la Iglesia hasta la liturgia, con la razón y la fe implícitas de manera permanente, una vez más en la estela agustiniana, de un crede ut intelligas que se convierte en intellige ut credas, o más bien es así desde el comienzo, por cuanto la filosofía cristiana no es una ratio después de la fides y tampoco una fides más allá de los límites de la ratio, sino una «fides et ratio», como deseaba el Papa Wojtyla.

LA FILOSOFÍA CRISTIANA NO ES UNA RATIO DESPUÉS DE LA FIDES Y TAMPOCO UNA FIDES MÁS ALLÁ DE LOS LÍMITES DE LA RATIO, SINO UNA «FIDES ET RATIO», COMO DESEABA EL PAPA WOJTYLA.

La técnica «nieta» de Dios El discurso desplegado por Guardini sobre la técnica es un momento de esta definición de la situación y el destino del hombre sobre la base de la antropología cristiana. La técnica es ciertamente una característica humana general. El hombre de todas las épocas siempre ha sido, como decía Bergson, faber. De hecho, la técnica es un instrumento de la lucha por la supervivencia. La encontramos en los animales aun antes que en el hombre, si bien en el homo sapiens adquiere características distintas, en correspondencia con su distinta naturaleza. La palabra tèchne indica entre los griegos, al igual que la palabra latina ars, toda actividad manual dirigida a modificar el mundo. Dicha modificación, que aumenta

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LA TÉCNICA ES UN INSTRUMENTO DE LA LUCHA POR LA SUPERVIVENCIA. LA ENCONTRAMOS EN LOS ANIMALES AUN ANTES QUE EN EL HOMBRE, SI BIEN EN EL HOMO SAPIENS ADQUIERE CARACTERÍSTICAS DISTINTAS, EN CORRESPONDENCIA CON SU DISTINTA NATURALEZA.

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la eficacia del trabajo humano, debe producirse en todo caso con total respeto de la naturaleza y sus leyes, como concluirá Cicerón en De natura deorum: «Nulla ars imitari soleriam naturae potest» (1,33). Toda técnica está por tanto subordinada al conocimiento, del cual es un instrumento. La síntesis escolástica del pensamiento griego y la revelación cristiana expresará este concepto al afirmar que el arte, que imita la naturaleza creada por Dios, es «nieto» de Dios. Es notable al respecto el verso de Dante: «Vostr’arte a Dio quasi è nepote» (Vuestro arte es prácticamente nieto de Dios) (Inf. XI, 105). En todo caso, es posible clasificar las técnicas en dos categorías diferentes y jerarquizadas. Tenemos las siete artes liberales, definidas por Marziano Capella, que constituirán el «trivio» y el «cuadrivio», y las artes mechanicae. Esa distinción expresaba un dato constante de la civilización europea: el predominio de la contemplación sobre la acción, como expresa con su acostumbrada lucidez Santo Tomás de Aquino en la Summa: «Todos los hábitos especulativos ordenados en esas obras del raciocinio, por tener cierta similitud se llaman artes, pero liberales, para distinguirlas de esas artes destinadas a obras que deben llevarse a cabo mediante el cuerpo y son de algún modo serviles» (I II, q. 57, a. 3, ad III). Así, la técnica es una posibilidad humana que debe desplegarse con respeto por la naturaleza y su Creador. La revelación bíblica, a diferencia de la filosofía griega, no desprecia el trabajo, por cuanto Dios mismo es un Artífice que con la creación realiza el opus maximum. Es un Dios, por lo demás, que en el Edén, o sea, antes del pecado, impone al hombre como deber moral trabajar para someter a la naturaleza («subicite cum et dominamini piscibus maris et volatilibus caeli et universis animantibus, quae movuntur super terram», en Gén 1, 28). Como han destacado muchos historiadores de la civilización, sólo en el Occidente cristiano la técnica, además de alcanzar el máximo desarrollo, adquirió una validez cualitativamente distinta en relación con las demás áreas culturales. Y esto ha ocurrido por cuanto la absoluta trascendencia de Dios desacraliza la naturaleza y la convierte así en terreno neutro de operaciones del hombre, y en ese sentido se ha hablado de «biblicidad de la técnica». También es cierto, en todo caso, que con la edad moderna la técnica cambia de naturaleza, convirtiéndose en el instrumento empleado por la ciencia, convertida ya en un «saber de dominio», para realizar el regnum hominis, o sea, para hacer del hombre, como afirma Descartes en el Discours sur la méthode, el «maître et possesseur de la nature». Así, el objetivo de la tecnología, como dice Bacon, es realizar el regnum hominis, y dentro de éste sustituir los magnalia Dei con los magnalia hominis (ver Ex 14, 13; He 2, 11). Desde la revolución científica hasta ahora la técnica no sólo acentúa su poder, sino también su autonomía respecto a los valores de la Verdad y el Bien. Y en perfecta


«Tecnología significa máquinas. Y el mundo actual es precisamente un mundo de las máquinas que rompe el equilibrio orgánico y destruye los vínculos con la naturaleza». (Obra de Yves Tanguy, 1947)

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coherencia con el mecanicismo moderno, en su salto respecto a las ciencias todavía antropomórficas del Renacimiento, se convierte en instrumento de una manipulación cada vez mayor de la naturaleza y el hombre mismo.

Heterogénesis de los fines

LA TÉCNICA ES UNA POSIBILIDAD HUMANA QUE DEBE DESPLEGARSE CON RESPETO POR LA NATURALEZA Y SU CREADOR. LA REVELACIÓN BÍBLICA, A DIFERENCIA DE LA FILOSOFÍA GRIEGA, NO DESPRECIA EL TRABAJO, POR CUANTO DIOS MISMO ES UN ARTÍFICE QUE CON LA CREACIÓN REALIZA EL OPUS MAXIMUM.

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La plena conciencia de Guardini de este deslizamiento de la técnica hacia lo inhumano fue expresada en la obra Lettere dal Lago di Como. Pensieri sulla tecnica (Cartas desde el Lago de Como. Pensamientos sobre la técnica), de 1927. Es una amarga confesión del malestar provocado por una técnica sin alma, que despoja al hombre de su ambiente natural y en definitiva también de sí mismo: «Nuestros alimentos son manipulados y con frecuencia artificiales. Nos hemos liberado del orden vivo y natural del tiempo, con mañana y tarde, día y noche, días de trabajo y festivos, lunas y estaciones, y vivimos en un orden temporal regido por relojes, negocios y placeres. La esfera en la cual vivimos es cada vez más artificial, cada vez menos humana, cada vez más bárbara». ¿Nostalgias románticas de un laudator temporis acti? Guardini ofrece las pruebas más evidentes de esa situación de amplia deshumanización provocada por la técnica. La ciencia y la técnica modernas producen alejamiento y separación entre el hombre y la naturaleza. El mundo se vuelve artificial, virtual. La naturaleza es desprovista de su carácter y se reduce a un terreno de fuerzas utilizables. A pesar de que apunta hacia finalidades concretas, tal vez nada es tan abstracto como la técnica moderna. Bastaría pensar (observa Guardini en el surco abierto por la séptima Elegía de Duino de Rilke) en la casa: en una época las casas unían la dimensión personal y la comunitaria, una puerta separaba el patio interior del pórtico en contacto con la calle. Ahora ha caído este equilibrio de lo privado y lo público: «Vemos erguirse un edificio moderno de cemento armado, inorgánico, esquematizado, abstracto, y a pesar de toda su funcionalidad, bárbaro». Tecnología significa máquinas. Y el mundo actual es precisamente un mundo de las máquinas que rompe el equilibrio orgánico y destruye los vínculos con la naturaleza. Es el mundo del artificio insuperable, que ya llegó también al terreno de las artes. Guardini pone el ejemplo del cine, nueva forma de arte creada expresamente para destruir la realidad y sustituirla por un kitsch para las masas. La época de la técnica ve prevalecer lo kolossal y el mal gusto en el paso de la creación de los artistas artesanales a la producción industrial. Indudablemente, la técnica produce un aumento del poder; pero al mismo tiempo se verifica también una pérdida de lo humano y lo vital, un incremento de lo artificial y lo mecánico: «Siento claramente


que está surgiendo un mundo donde el hombre ya no podrá vivir, un mundo en cierto sentido deshumanizado. El hombre ya no tiene la relación primitiva y viva con el objeto en carne y hueso, con el hombre en carne y hueso. La relación se ha debilitado. Vive en un mundo derivado, artificial, en un mundo de sucedáneos, impropiedad y señales convenidas, que ya no se adaptan a una cosa en particular, sino a todas las cosas de la misma especie, por lo cual son señales colectivas, abstracciones. El hombre ahora vive en lo abstracto. ¡Y lo abstracto, lo conceptual, no es espíritu! El espíritu es vida». El mundo moderno ha producido una heterogénesis no casual de los fines: la ciencia y la técnica, inventadas para liberar al hombre del cansancio, lo han sometido, en cambio, a lo artificial y lo mecánico. La relación armónica y con conciencia del yo, la naturaleza y Dios se ha traducido en una lógica del mero dominio y de la vasta deshumanización. En otro escrito importante, titulado Die Macht (1951), Guardini analiza la paradojal dialéctica de la modernidad: el poder de que dispone el hombre ha aumentado extraordinariamente, pero los valores reales de la existencia han sido olvidados en gran medida. Ese poder, que sólo era válido con una actitud de humildad, obediencia y servicio, se ha convertido en presunción, hybris y manipulación. En la civilización moderna, la técnica, que otorga al hombre un dominio casi total, lo vuelve también incapaz de tener dominio de sí mismo. Así ocurre porque el poder se separó de la responsabilidad, adquiriendo carácter neutro en relación con los valores. Ha acentuado su función de «medio» sin referirse a la categoría de «fin». La técnica se ha desarrollado sin límites, pero ninguna ética correspondiente la acompaña. El fundador del cristianismo mostró que el poder debe traducirse en humildad. El concepto cristiano de «encarnación» expresa precisamente la renuncia de Dios a su poder absoluto, hasta la aceptación de todos los límites de la humanidad: «siendo rico, se hizo pobre por ustedes» (2 Cor 8, 9). No ocurre lo mismo con el poder tecnológico de la modernidad, que no reconoce límites ni responsabilidades. Esto resulta evidente en la organización del Estado moderno, burocratizado mediante la tecnología, como lo mostró ejemplarmente Max Weber. «El Estado moderno –escribe Guardini– pierde los vínculos orgánicos y se convierte cada vez más en un sistema de funciones dominantes. El hombre vivo se aparta y el aparato avanza. Una técnica cada vez más refinada en el uso de inventarios y en la administración burocrática y un enfoque cada vez más economicista del hombre tienden a que éste sea tratado del mismo modo como la máquina trata la materia de la cual obtiene sus productos. La defensa de la persona sometida a semejante violencia es advertida por el aparato burocrático como una perturbación, que debe superarse con métodos más precisos y una constricción más dura». Y ante esta expansión casi totalitaria de

COMO HAN DESTACADO MUCHOS HISTORIADORES DE LA CIVILIZACIÓN, SÓLO EN EL OCCIDENTE CRISTIANO LA TÉCNICA, ADEMÁS DE ALCANZAR EL MÁXIMO DESARROLLO, ADQUIRIÓ UNA VALIDEZ CUALITATIVAMENTE DISTINTA EN RELACIÓN CON LAS DEMÁS ÁREAS CULTURALES. CON LA EDAD MODERNA LA TÉCNICA CAMBIA DE NATURALEZA, CONVIRTIÉNDOSE EN EL INSTRUMENTO EMPLEADO POR LA CIENCIA, CONVERTIDA YA EN UN «SABER DE DOMINIO», PARA REALIZAR EL REGNUM HOMINIS, O SEA, PARA HACER DEL HOMBRE, COMO AFIRMA DESCARTES, EL «MAÎTRE ET POSSESSEUR DE LA NATURE».

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Kant

LA PLENA CONCIENCIA DE GUARDINI DE ESTE DESLIZAMIENTO DE LA TÉCNICA HACIA LO INHUMANO FUE EXPRESADA EN LA OBRA CARTAS DESDE EL LAGO DE COMO. PENSAMIENTOS SOBRE LA TÉCNICA, DE 1927. ES UNA AMARGA CONFESIÓN DEL MALESTAR PROVOCADO POR UNA TÉCNICA SIN ALMA, QUE DESPOJA AL HOMBRE DE SU AMBIENTE NATURAL Y EN DEFINITIVA TAMBIÉN DE SÍ MISMO.

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Hobbes

Maquiavelo

la ciencia mecanicista y la tecnología de dominio, la moral o la religión se retiran. Entre la ciencia factual y la tecnología neutra por un lado, y la moral por otro, no hay relaciones, por cuanto ningún juicio de hecho puede elevarse a la categoría de juicio de valor. La moral, por tanto, adquiere carácter subjetivo y la religión carácter privado, de modo que no sólo es imposible obtener una respuesta para la interrogante sobre el hombre, sino también para la interrogante acerca del uso lícito y progresivo de la técnica. Los dos escritos de Guardini sobre el poder y la técnica encuentran un complemento y una clarificación en el ensayo titulado La fine dell’epoca moderna (El final de la época moderna), del año 1950. Esta obra subraya el hecho de que la época moderna ha llegado a su propio final. En los siglos que van desde el fin de la Edad Media hasta la belle époque, el hombre pretendió erigir un mundo pura y totalmente humano. Todas las actividades espirituales, que anteriormente estaban vinculadas entre ellas y jerarquizadas en una «reductio artium et theologiam», adquieren carácter autónomo: la ciencia con Galileo y Descartes, la religión con Spinoza, la moral con Kant, el derecho con Grocio, la política con Maquiavelo y Hobbes, el arte con el romanticismo, la economía con el capitalismo. Todo se inscribe en una nueva fe religiosa, secular y laica, la fe en el Progreso, sustituto burgués de la Providencia. Escribe Guardini: «El hombre se convierte en señor de su propia existencia. El origen de este concepto coincide con los fundamentos de la ciencia moderna, de la cual nace la técnica, un conjunto de procedimientos mediante los cuales el hombre llega a ser capaz de determinar a gusto sus propias metas. Ciencia, política, economía, arte y pedagogía rompen cada vez de manera más consciente sus vínculos con la fe, pero también con una ética de obligatoriedad universal, y


«En los siglos que van desde el fin de la Edad Media hasta la belle époque, el hombre pretendió erigir un mundo puro y totalmente humano. Todas las actividades espirituales, que anteriormente estaban vinculadas entre ellas y jerarquizadas en una ‘reductio artium et theologiam’, adquieren carácter autónomo: la ciencia con Galileo y Descartes, la religión con Spinoza, la moral con Kant, el derecho con Grocio, la política con Maquiavelo y Hobbes, el arte con el romanticismo, la economía con el capitalismo. Todo se inscribe en una nueva fe religiosa, secular y laica, la fe en el Progreso, sustituto burgués de la Providencia».

Galileo

se construyen de manera autónoma a partir de su propia naturaleza específica. Por cuanto cada uno de los sectores encuentra en sí mismo su propio fundamento, se establece entre ellos, en línea de principio, una relación recíproca, que tiene su origen en ellos y a la vez los rige. Es la «cultura» como conjunto de la obra humana, independiente ante Dios y la Revelación». Guardini prevé con no pocos años de anticipación todas las discusiones sobre lo «postmoderno», hoy tan difundidas que llegan a constituir en conjunto un ejercicio pirotécnico y una provechosa industria cultural. La fenomenología de la «desintegración» de la modernidad va unida en Guardini a la espera de una nueva época, de la cual es el aspecto preliminar subjetivo la insatisfacción ante el éxito de la Neuzeit de la época moderna: por el momento, lo postmoderno es únicamente la «modernidad del después», pero ya revela la exigencia de transformarse en un «después de la modernidad», precisamente al tomarse conciencia de que el aumento de poder de la técnica no es sinónimo de elevación de los valores de la vida. La constatación de que lo moderno no ha logrado sus objetivos y ha creado una época deshumanizada no es afirmada por Guardini con la cínica satisfacción de aquel que se alegra con el «les había dicho», sino con la angustia de una pérdida unida a la esperanza de una recuperación. Guardini dijo sobre sí mismo que era «un conservador mirando hacia adelante», un «premoderno» que describe fenomenológicamente el final de lo «moderno» y espera el

GUARDINI OFRECE LAS PRUEBAS MÁS EVIDENTES DE ESA SITUACIÓN DE AMPLIA DESHUMANIZACIÓN PROVOCADA POR LA TÉCNICA. LA CIENCIA Y LA TÉCNICA MODERNAS PRODUCEN ALEJAMIENTO Y SEPARACIÓN ENTRE EL HOMBRE Y LA NATURALEZA. EL MUNDO SE VUELVE ARTIFICIAL, VIRTUAL. LA NATURALEZA ES DESPROVISTA DE SU CARÁCTER Y SE REDUCE A UN TERRENO DE FUERZAS UTILIZABLES. A PESAR DE QUE APUNTA HACIA FINALIDADES CONCRETAS, TAL VEZ NADA ES TAN ABSTRACTO COMO LA TÉCNICA MODERNA.

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retorno de algo «postmoderno» que no sea puramente «antimoderno», sino más que nada la recuperación de la tradición en formas adecuadas para los diversos tiempos.

Los derechos del que va a nacer

EL DISCURSO DE GUARDINI SOBRE LA TÉCNICA ESTÁ EMPARENTADO CON MUCHOS KULTURPESSIMISTEN DEL SIGLO XX; PERO TAMBIÉN SE DIFERENCIA DE ELLOS POR CUANTO SU REALISMO PREOCUPADO NUNCA LLEGA A SER CONCLUYENTEMENTE PESIMISTA, SINO MÁS BIEN UN ASPECTO PRELIMINAR DE UN PROYECTO ANIMADO POR LA ESPERANZA CRISTIANA.

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Cuando la tecnología olvida su subordinación a la ética, se vuelve demoníaca. Guardini lo señaló en un breve escrito, que apareció por primera vez en italiano en 1974, en la revista Studi Cattolici (n. 159/60, mayo-junio de 1974) y fue citado de esa fuente por el entonces cardenal Joseph Ratzinger en una conferencia del año 1997 para el Movimiento por la vida (el texto del futuro Benedicto XVI se encuentra ahora en el volumen L’Europa di Benedetto nella crisi delle culture, Cantagalli, Siena, 2005). Se trata de un ensayo de Guardini, editado en alemán en 1949 mientras el Parlamento de Alemania Federal discutía la ley sobre el aborto: «El derecho a la vida antes del nacimiento» (Morcelliana, la editorial italiana de las obras de Guardini, lo publicó en abril del presente año). Todavía no estaban en primer plano ni la fecundación artificial ni el uso terapéutico y científico de los embriones; pero las consideraciones del filósofo ítalo-alemán, agudas y moderadas como siempre, ayudan a comprender gran parte de lo que está ocurriendo no sólo en Italia, sino en todos los países occidentales. Guardini, obviamente, es contrario al aborto, pero su discurso se amplía, llegando a rechazar cualquier intervención científico-tecnológica en la cual el hombre pretenda ser el único dueño de la vida, tanto al comienzo como al final de la misma. En todo caso, lo más peculiar es el hecho de que en todo el ensayo Guardini no se refiere a los textos religiosos ni a la teología, sino a la moral natural, propia tanto de creyentes como de no creyentes. Hay un principio en la base de toda convivencia humana libre y responsable: «El respeto al hombre en cuanto persona no admite discusión: de éste depende la dignidad de la humanidad, pero también su bienestar y en definitiva su duración. Si este respeto se pone en duda, se cae en la barbarie». Guardini comprende que la eliminación de la vida antes del nacimiento se basa en dos aberraciones. Por un lado, está la pretensión de la mujer de hacer uso «libre» (es decir, irresponsable) de su propio cuerpo («el útero es mío y yo lo administro», de acuerdo con el imperativo categórico del movimiento de liberación de las mujeres). Para Guardini, el feminismo exasperado es un nazismo inconsciente: «La afirmación de que el hijo en el regazo de la madre es simplemente una parte del cuerpo de ella equivale a decir que en el Estado el hombre es puramente una parte del todo». Por otro lado, está la violencia del poder del ciudadano, que transforma una ley escrita discutible en un valor: «Las acciones equivocadas, aun cuando parezcan útiles, en definitiva


conducen a la ruina. Toda violación de la persona, especialmente cuando se lleva a cabo bajo la égida de la ley, es una preparación para el Estado totalitario». Guardini vivió bajo el nazismo, que lo privó de ejercer el profesorado. Era vigilado por la Gestapo y se controlaban todas sus lecciones o prédicas. Sólo después de la caída de Hitler pudo recuperar una cátedra en Munich, donde murió en 1968. La agudeza de este ensayo consiste en mostrar que detrás de toda violación de la vida humana se encuentra la ideología de Hitler: la eugenesia implica un control de los nacimientos y experimentos científicos con embriones, así como la supresión de los seres «que ya no son útiles para la sociedad». Guardini recuerda que el nazismo acuñó el concepto de «vida no digna de vivirse» precisamente para justificar la supresión de los individuos contrahechos, los enfermos incurables, los viejos, los débiles y los desventurados, «que no podían aspirar al carácter de verdaderos seres humanos». Por lo demás, al derribarse la dignidad y el carácter sagrado de la vida, está abierto el camino para cualquier posibilidad, desde el aborto hasta la eutanasia. Guardini se detiene un poco en el problema debatido, hoy de tanta actualidad, de la condición del embrión. ¿Es humano un ser desde el primer encuentro del óvulo y el espermatozoide o llega a serlo después? Él no niega ciertamente el desarrollo del embrión y el hecho de que su carácter material y psíquico va siendo cada vez más complejo; pero afirma también que desde el comienzo es un ser individualizado, con un conjunto de cualidades y derechos, y no puede ser tratado como un conejillo de Indias para experimentos científicos. La dignidad y la inviolabilidad del ser humano no constituyen hechos históricos, sino ontológicos. No están definidos por la sociedad o el Estado, sino por el encuentro misterioso y sorprendente en que 23 cromosomas se unen con otros 23 y producen una nueva vida. Al igual que todos los grandes filósofos, Guardini partió de un problema de actualidad para reafirmar verdades perennes: la intangibilidad de la vida, el valor de la persona en todos sus momentos, la dignidad de todos los hombres, independientemente de su situación étnica, social o cultural. Precisamente por este motivo, ese ensayo de 1949 nos parece todavía sumamente actual al cabo de más de medio siglo. En muchos aspectos, el discurso de Guardini sobre la técnica está emparentado con muchos Kulturpessimisten del siglo XX; pero también se diferencia de ellos por cuanto su realismo preocupado nunca llega a ser concluyentemente pesimista, sino más bien un aspecto preliminar de un proyecto animado por la esperanza cristiana. Esto se trasluce claramente en los ensayos culturales recopilados con el título Sorge um dem Menschen (1962). El ansia de Guardini surge del temor a la deshumanización del hombre en un mundo dominado por el poder y la técnica. En ninguna época histórica el hombre ha estado tan amenazado como

EL INMENSO PODER DISPENSADO POR LA CIENCIA Y LA TÉCNICA, SI BIEN PERMITIÓ RESULTADOS DE VERDADERO BIENESTAR Y CIVILIZACIÓN MATERIAL, SE PAGÓ CON LA PÉRDIDA DE LA PERSONA Y SUS FORMAS ASOCIATIVAS (FAMILIA, SOCIEDAD, IGLESIA), CON LA DISOLUCIÓN DE LA ESFERA DE LA INTIMIDAD Y CON LA PÉRDIDA DE LA «CASA».

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ahora. Los avances de la ciencia y la tecnología le han permitido saber mucho más que en el pasado y operar con mucho mayor eficacia; pero para este doble poder, teórico y práctico, no hay una moral filosófica correspondiente, capaz de orientar sus acciones hacia la promoción de la espiritualidad y el bien común. El poder aumenta cada vez más sin que exista una ética del poder.

«El saber crece, la verdad decrece»

NO SE DEBE RENUNCIAR EN MODO ALGUNO A LOS DESCUBRIMIENTOS DE LA CIENCIA Y LA TÉCNICA. ES PRECISO QUE, EN CAMBIO, CADA PERSONA ADQUIERA UN HÁBITO REFLEXIVO Y CRÍTICO, MEDIANTE LA SOLEDAD Y LA MEDITACIÓN, SOBRE LA NATURALEZA ESPECÍFICA Y EL DESTINO DEL HOMBRE.

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En ese sentido, la cultura y la tecnología que realiza las transformaciones de la civilización constituyen conjuntamente una obra importante, que permite al hombre separarse del ambiente natural, dominarlo y transformarlo. En el hombre, la naturaleza se convierte en cultura, que transforma el mundo y también al hombre mismo. En este proceso hay tres momentos distintos. En el primero, prehistórico, el hombre se diferencia de la naturaleza sin separarse jamás de la misma. En el segundo, histórico, la diferenciación se hace aún mayor y los resultados de la técnica son bastante más vastos, pero el cordón umbilical con la natura naturans todavía no se ha cortado. En el tercero, abierto por la revolución científica del siglo XVII y llevado a cabo con el positivismo, el dominio de la naturaleza se despliega sin límites y la libertad de transformar el mundo llega a ser arbitrio. Sin necesidad de ser levantado por Hércules, el Anteo moderno separó los pies de la tierra y se disolvió en la cultura. Esta cultura ya no es unitaria y jerárquica, como en la edad intermedia, sino autónoma y fragmentada. Concluye Guardini: «El saber crece, la verdad decrece». El inmenso poder dispensado por la ciencia y la técnica, si bien permitió resultados de verdadero bienestar y civilización material, se pagó con la pérdida de la persona y sus formas asociativas (familia, sociedad, Iglesia), con la disolución de la esfera de la intimidad y con la pérdida de la «casa». Existen las realizaciones, y es mucho menos real el hombre que las realiza. Cuando luego el poder se casa con las ideologías ateas, entonces nace el Estado totalitario, que no pudo nacer en épocas pasadas por cuanto faltaban la ciencia del dominio, la tecnología manipuladora y la niveladora burocracia. En todo caso, aun cuando predominen formas de gobierno moderadas, como la democracia, el hombre evita plantearse la interrogante fundamental sobre el uso de la tecnología. No se debe renunciar en modo alguno a los descubrimientos de la ciencia y la técnica. Es preciso que, en cambio, cada persona adquiera un hábito reflexivo y crítico, mediante la soledad y la meditación, sobre la naturaleza específica y el destino del hombre. Sólo una adecuada antropología sabrá asumir conjuntamente y garantizar las formas del saber, que Max Scheler, uno de los maestros de Guardini, definió en su Wissenssoziologie: el saber religioso o de salvación; el saber filosófico o de formación; el saber


tecnológico o de dominio. Sin embargo, se perdió esa antropología: el hombre ya no sabe quién es y además sabe que no lo sabe. Este no saberlo es precisamente el ansia para el hombre. «Un ansia advertida cada vez más vigorosamente por el hombre –escribe Guardini–, ya que nunca ha sido amenazado tan directamente como en la actualidad». Esta amenaza no proviene tanto de las calamidades naturales, los animales salvajes, las agresiones de los demás hombres, sino que surge sobre todo de las creaciones humanas mismas, de esa cultura con la cual el hombre ha transformado y dominado el mundo, pero también ha perdido la triple relación dialógica con Dios, la naturaleza y el otro.

La «vergüenza prometeica» Guardini leyó y apreció un escrito titulado L’uomo è antiquato (El hombre es anticuado) (1956), del filósofo israelita Günther Stern, que firmaba como Anders y fue el primer marido de Hannah Arendt. Comparte con este autor la tesis de la «vergüenza prometeica» experimentada por el hombre tecnológico ante la humillante grandeza de los objetos construidos por él mismo. El hombre actual ha quedado atrás respecto a sus propias producciones. Ha sido sobrepasado por sus propios excesos, hasta el punto de convertirse en esclavo de sus propias creaciones. Concluye Guardini: «Ciertamente el hombre, con su creciente poder sobre la naturaleza, llega a ser más seguro, libre y creativo, pero únicamente en tanto pueda responder justamente a la interrogante decisiva, que dice «¿Poder: con qué fin?», ya que el poder es caracterizado únicamente a partir de lo que se hace con el mismo». Sin una adecuada respuesta para esta interrogante, el poder se vuelve demoníaco. Todo poder es válido sólo en la medida en que esté inscrito en el orden objetivo del cosmos, en ese ordo amoris que respeta los valores de la existencia. Así, más importante que las realizaciones de la técnica es volver a encontrar una antropología integral que admita un uso humano del poder. Se trata de una idea del hombre que antecede, da fundamento y orienta al saber científico mismo y proviene únicamente de los grandes mensajes filosóficos y religiosos. Para Occidente significa esa síntesis de filosofía griega, derecho romano y revelación cristiana, que permite orientar la revolución científica y tecnológica de la modernidad hacia fines de promoción humana. Y lo permite en la medida que –escribe Guardini– «Dios conserve su lugar. De lo contrario, también el hombre pierde su lugar y debe desalojar también espiritualmente el centro del ser, convirtiéndose en un fragmento de la naturaleza, que no es posible distinguir de los animales o las plantas». Por consiguiente, será objeto de cada manipulación de la técnica y el poder, unidos en un dominio totalitario, al cual puramente la existencia cristiana puede oponer resistencia.

MÁS IMPORTANTE QUE LAS REALIZACIONES DE LA TÉCNICA ES VOLVER A ENCONTRAR UNA ANTROPOLOGÍA INTEGRAL QUE ADMITA UN USO HUMANO DEL PODER. SE TRATA DE UNA IDEA DEL HOMBRE QUE ANTECEDE, DA FUNDAMENTO Y ORIENTA AL SABER CIENTÍFICO MISMO Y PROVIENE ÚNICAMENTE DE LOS GRANDES MENSAJES FILOSÓFICOS Y RELIGIOSOS.

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Nuestra Señora de Aparecida, patrona de Brasil, en cuyo santuario tendrá lugar la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, que inaugurará S.S. Benedicto XVI el próximo 13 de mayo.

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En camino a Aparecida

TRES PARECERES DE CARA A LA V CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO

¿Qué discipulado? POR LUIS FERNANDO FIGARI

D

esde los tiempos de la evangelización constituyente, la Iglesia que peregrina en América Latina ha ido avanzando, venciendo numerosos desafíos y obstáculos para anunciar a Cristo, Redentor y Reconciliador de la humanidad. Desde los primeros concilios de los Pastores de América del Sur y de América del Norte, con sus centros en Lima y México, el camino recorrido es en verdad impresionante. La gesta evangelizadora ha llegado a tantos millones de personas Avanzando el tiempo en estas tierras que, desde la mirada de quien tiene fe, se viene se produjo una diversa modalidad de encuentro. llamando Continente de la Esperanza. El cambio que van trayendo los tiempos nuevos ha llevado a que Se llamaron las los Obispos de América Latina se reúnan en varias ocasiones para Conferencias Generales compartir su fe, su celo evangelizador, su análisis de los desafíos y de del Episcopado. Desde la cómo superarlos. Así tenemos que bajo el impulso del Papa León XIII, primera en Río de Janeiro en tiempos en que se reflexionaba con intensidad sobre la identidad (1955), la segunda en de América Latina, se produjo en Roma el gran encuentro episcopal Medellín (1968), la tercera latinoamericano. Se trató del Concilio Plenario de América Latina. en Puebla de los Ángeles Fue éste un hito decisivo que recogió la savia viva de la fe que fluía (1979) y la cuarta en en tierras latinoamericanas y la compartió con la Iglesia universal. Santo Domingo (1992), La conciencia de ser América Latina caló hondo en los Obispos. El cada una ha tenido sus sentido de comunión en la Iglesia que se vivió en ese Concilio fue grandes riquezas y sus tal que sus influjos se extendieron a todos, por ejemplo a través de aportes que ofrecer a la influencia de numerosas de sus disposiciones en el Código de la marcha de la Iglesia en América Latina. En Derecho Canónico de 1917. Avanzando el tiempo se produjo una diversa modalidad de encuentro. estos inicios del tercer Se llamaron las Conferencias Generales del Episcopado. Desde la pri- milenio, se prepara una mera en Río de Janeiro (1955), la segunda en Medellín (1968), la tercera nueva Conferencia que en Puebla de los Ángeles (1979) y la cuarta en Santo Domingo (1992), se realizará en Aparecida cada una ha tenido sus grandes riquezas y sus aportes que ofrecer a la (Brasil), en el 2007. marcha de la Iglesia en América Latina. En estos inicios del tercer milenio, se prepara una nueva Conferencia que se realizará en Aparecida (Brasil), en el 2007. El Papa Benedicto XVI, preocupado por los muchos y graves desafíos que se ciernen sobre la Iglesia en estas tierras, ha dado su aprobación para que se realice un nuevo

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encuentro de los Obispos de América Latina. Con notable fineza teológica y sensibilidad pastoral el Sumo Pontífice ha planteado que la V Conferencia General se aboque a profundizar en el tema «Discípulos y misioneros de Jesucristo, para que nuestros pueblos en Él tengan vida. ‘Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida’ (Jn 14, 6)». Todo implica la centralidad del Señor Jesús y sus enseñanzas, como fuente y culmen de la vida.

Luis Fernando Figari, fundador del Movimiento Sodalicio de Vida Cristiana.

Un título que marca un horizonte

El Documento de Participación del CELAM ha buscado centrarse en las palabras del tema señalado por el Papa. Al lado del medular capítulo III, «Discípulos y misioneros de Jesucristo», el capítulo final, aunque corto y que «deja el documento abierto», accidental o intencionalmente empalma con la evocación de los «discípulos y misioneros santos», del primer anexo. Lo inacabado del desarrollo del tema «para que nuestros pueblos en Él tengan vida», en el Señor Jesús, que es la Vida misma, se explaya en quienes como discípulos y misioneros se adhirieron a Jesús con tanto celo que abriéndose a la gracia, recorriendo los caminos de la Vida que trae el Señor, alcanzaron el don de que su terrena existencia sirviese como estímulo a los hermanos y hermanas de la Iglesia peregrina. Se corona así, en cierta forma, la meta de ese discipulado, que es seguir a Jesús, avanzando por el camino de la configuración con Él, vivir de su Vida alcanzando la santidad. El breve elenco de santos canonizados habla al creyente de los millones de millones más que, sin estar canonizados, están participando en la Comunión de Amor. La vida cristiana y la meta de santidad aparecen nítidas en el horizonte.

Permanentes correctivos Desde la realización del Concilio Vaticano II, Aparecida será la cuarta conferencia. Medellín, el verdadero y no el inventado, continuó explícitamente con la cosecha de la Conferencia de Río, que a su vez recogía de los desarrollos del Concilio Plenario de finales del siglo XIX. Se sellaba así en Latinoamérica una tradición de «renovación en continuidad», que por lo demás es típica en la vida de la Iglesia y se expresó en forma magnífica en el Concilio que convocó el Beato Juan XXIII. Hace poco el Papa Benedicto XVI la ha recordado con enfática claridad contraponiéndola a la «hermenéutica de la discontinuidad y de la ruptura»1. El lenguaje de Medellín fue por momentos novedoso. Pero su sentido se entiende muy bien en la globalidad del mensaje de los Obispos. Fruto de la subordinación a un sincretismo ideológico se olvidó el Medellín histórico, auténtico, y se inventó uno falso que fue ampliamente publicitado. Algunos párrafos sacados de contexto y una propaganda audaz y organizada llegaron al punto de confundir a muchos. Se ha laborado intensamente para mostrar el Medellín real, y no es poco lo que se ha avanzado con carácter irreversible para mostrar su verdadero rostro. 1 Ver S.S. Benedicto XVI, Discurso a los Cardenales, Arzobispos, Obispos y Prelados superiores de la Curia Romana, 22/12/2005.

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En camino a Aparecida «Desde la realización del Concilio Vaticano II, Aparecida será la cuarta conferencia. Medellín, el verdadero y no el inventado, continuó explícitamente con la cosecha de la Conferencia de Río, que a su vez recogía de los desarrollos del Concilio Plenario de finales del siglo XIX. Se sellaba así en Latinoamérica una tradición de ‘renovación en continuidad’, que por lo demás es típica en la vida de la Iglesia y se expresó en forma magnífica en el Concilio que convocó el Beato Juan XXIII. Hace poco el Papa Benedicto XVI la ha recordado con enfática claridad contraponiéndola a la ‘hermenéutica de la discontinuidad y de la ruptura’». (Basílica de Nuestra Señora de Aparecida)

El Papa Benedicto XVI, preocupado por los muchos y graves desafíos que se ciernen sobre la Iglesia en estas tierras, ha dado su aprobación para que se realice un nuevo encuentro de los Obispos de América Latina. Con notable fineza teológica y sensibilidad pastoral el Sumo Pontífice ha planteado que la V Conferencia General se aboque a profundizar en el tema: «Discípulos y misioneros de Jesucristo, para que nuestros pueblos en Él tengan vida. ʻYo soy el Camino, la Verdad y la Vidaʼ (Jn 14, 6)». Todo implica la centralidad del Señor Jesús y sus enseñanzas, como fuente y culmen de la vida.

Por ello llama la atención que en vísperas de Aparecida partidarios del liberacionismo que inventó el falso Medellín, a pesar del camino recorrido y las esclarecedoras iluminaciones del Magisterio, así como de Puebla y Santo Domingo, vuelvan sobre las mismas ideas. Un importante exponente de estas corrientes ha puesto «como palabras de orden rescatar y resistir»2. Surge la interrogante: ¿de qué habla? La respuesta ya ha sido dada: «Lo que nos interesa aquí no es el ‘Medellín histórico’: lo que pasó de hecho en la Asamblea del CELAM de 1968; sino el ‘Medellín kerigmático’: lo que representa en términos históricos»3. No interesa el Medellín real, no interesa lo que realmente plantearon los Obispos, sino una visión subjetiva de lo que llaman «Medellín kerigmático». La misma formulación transcrita revela lo lejos que se puede llegar del realismo y la objetividad, y lo fácil que, usando palabras extrapoladas de realidades mayores, se enuncia una lectura arbitraria. ¿Es la falsificación lo que desean «rescatar»? Otro conocido difusor de esas corrientes erradas hace unos tres años oponía al Papa Juan Pablo II a lo que denominaba «el espíritu que impregnó América Latina en las décadas de los sesentas y setentas»4, y éste sería el de ese Medellín inventado. Hoy, desde su enfoque, critica el Documento de Participación, así como su presentación del discipulado. Otros, desde perspectivas 2 J.B. Libanio, Caminando hacia la V Conferencia de Aparecida, en Christus, julio-agosto 2006, p. 20; ver también p. 11. 3 Clodovis M. Boff, OSM, A Originalidade Histórica de Medellín, http://www.sedos.org/spanish/boff.html/. 4 José Comblin, «Changes in the Latin American Church during the Pontificate of John Paul II», en National Catholic Reporter, vol. 1, n. 15, 9/7/2003.

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semejantes, critican la dimensión misional. Con dolor se constata que hay quienes se aferran a una visión reductiva aunque haya sido corregida reiteradamente por enseñanzas de los Sumos Pontífices y de las Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano, incluyendo la del Medellín real.

Discipulado auténtico El discipulado y la misión han de ser siempre planteados desde la fe de la Iglesia. En ningún sentido se pueden legítimamente centrar en reductivos compromisos intramundanos, ruinosos para la fe y la vida cristiana, escapistas ante la realidad, militantes de ideologías o sincretismos. No es el caso, pues, dejarse atrapar por una retórica que tras ciertas afirmaciones aceptables, mediante un método de deslizamientos, transmite contrabandos ideológicos que culminan por desacreditar Por ello llama la el sentido misional del discípulo, y la misma naturaleza de éste. El atención que en vísperas discípulo es quien se interroga por quién es Jesús, y se abre a su ser de Aparecida partidarios profundo en una dinámica de encuentro que asume vitalmente sus del liberacionismo enseñanzas. «Convertíos y creed en el Evangelio» (Mc 1, 15) es la que inventó el falso clave que da el mismo Señor. Esa conversión por el camino de la fe, Medellín, a pesar del avanza por el sendero de la «cuádruple reconciliación»5 traída por camino recorrido y Jesucristo hacia la superación de las diversas rupturas que aquejan las esclarecedoras al ser humano. La caridad transformante que nutre e impulsa este iluminaciones del proceso ha de mostrarse en la vida y en las obras buenas como la Magisterio, así como de señal que distinga a los discípulos del Señor Jesús. De ese ser discípulo Puebla y Santo Domingo, brota el compromiso misionero que plasma el mandato misional vuelvan sobre las mismas de Jesús, de ir a todos evangelizando, anunciándoles quién es el ideas. Un importante Redentor, el Reconciliador, y haciéndolos discípulos suyos6. exponente de estas El discipulado y la misión corren también el riesgo de verse amecorrientes ha puesto nazados por otros desafíos, que paradójicamente tienen también «como palabras de orden una aversión a lo real. El racionalismo tan difundido pretende ser rescatar y resistir». funcionalmente agnóstico y frío, y eliminar la emoción. Y el senSurge la interrogante: timentalismo, potenciado por el subjetivismo, se venga alejándose ¿de qué habla? de la razón. Esas perspectivas, aparentemente opuestas, se unen en plantear falsas antinomias. La razón y la emoción bien pueden concordar. Quizá fuese mejor decir: deben concordar. Y es que desde la unidad del ser humano, a pesar de las rupturas que lo aquejan7, ambas apuntan a la conciliación. La categoría experiencia, bien entendida, ayuda a ello. Jesús, que invita al discipulado, lo hace desde su misión y la fascinación que su misterio produce. Quien se encuentra con Él experimenta el valor avasallador de la Verdad y del sentido que irradia. Tal encuentro con Él mueve tanto a la adhesión afectiva como a la de la verdad que su persona revela. Ante Jesús la razón se enciende y los sentimientos se avivan superando las rupturas y tensiones que pudiesen tener, pues Él, que es el Reconciliador, ofrece al ser humano la respuesta reconciliadora a todas sus rupturas, de manera clarísima a la tensión que puedan experimentar la razón y el afecto, y que un clima

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5 S.S. Juan Pablo II, Reconciliatio et paenitentia, 8. 6 Ver Mt 28, 19-20; Mc 16, 15; Jn 20, 21. 7 Ver Gaudium et spes, 10.


En camino a Aparecida «Otro conocido difusor de esas corrientes erradas hace unos tres años oponía al Papa Juan Pablo II a lo que denominaba ‘el espíritu que impregnó América Latina en las décadas de los sesentas y setentas’, y éste sería el de ese Medellín inventado. Hoy, desde su enfoque, critica el Documento de Participación, así como su presentación del discipulado». (Foto izq., Joseph Comblin)

cultural ha buscado exacerbar. El discipulado nace de la aceptación plena de Jesús y de lo que Él significa. No hay oposición entre Persona y doctrina; enseña con todo su ser. Su presencia y su mensaje se hacen uno, es integral. Jesús, el Cristo, apela a la mente con la Verdad, cuya belleza despierta la emoción, e invita a recorrer su sendero buscando hacer el bien, «como Él pasó haciendo el bien» (Hch 10, 38). Así ha de ser la indispensable catequesis. No caben evasiones, ni reduccionismos. Tampoco caben ocultamientos ni diplomacias. El discipulado auténtico es un compromiso integral con el Señor, una comunión íntima que busca conocer sus enseñanzas y seguirlo, realizando la misión de predicar el Evangelio, como decía San Pablo. Y como él experimentar el drama que expresaba al decir: «¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!» (1 Cor 9, 16).

«Según el corazón de Dios» Es así como el Documento de Participación se refiere al discipulado de la Virgen María. Ella, discípula y misionera por excelencia, echa luz sobre cómo los hombres y mujeres de América Latina hemos de vivir esas dimensiones de la vida cristiana de cara a este tiempo difícil que tenemos por delante. Cuando cree a Dios y desde la fe pronuncia el Hágase sin límites en la Anunciación-Encarnación, la Inmaculada Virgen inicia un ejemplar discipulado. Su apertura a la Palabra y su internalización de la real presencia del Verbo Eterno de Dios hecho hombre en el Señor Jesús se vuelven paradigmáticos para la acción de avanzar en comunión con Jesús, a la acción misional y solidaria. Aquella que ha recibido la Buena Noticia no se la queda para sí. Rápidamente marcha hacia su necesitada parienta Isabel, portando la Luz Eterna. Antorcha ardiente de la gracia y el misterio, irradia esa luz e Isabel percibe la realidad, y hace una confesión (Sigue en pág. 29)

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ENTREVISTA AL PRESIDENTE DEL CELAM, CARDENAL FRANCISCO JAVIER ERRÁZURIZ

«LA CONFERENCIA DE APARECIDA TENDRÁ UNA GRAN REPERCUSIÓN EN LA VIDA DE LOS CATÓLICOS» APARECIDA, viernes, 17, noviembre 2006 (ZENIT.org).- El presidente del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) afirma que la Quinta Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe tendrá una gran repercusión en la vida de los fieles y de las comunidades. Según explica el cardenal Francisco Javier Errázuriz, arzobispo de Santiago de Chile, en esta entrevista concedida a Zenit, ha llegado el momento de que todos se concentren en el tema de la Conferencia, «Discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos en Él tengan vida», y dejar que hable el mismo Jesús.

Es como «la Virgen dijo a los servidores de Caná: ‘Haced lo que Él os diga’», subraya el cardenal. La Quinta Conferencia se celebrará en el Santuario de Aparecida, Brasil, del 13 al 31 de mayo de 2007, con la presencia de Benedicto XVI en la inauguración de las sesiones de trabajo. —Como presidente del CELAM, ¿ha informado al Papa o a algunos de sus colaboradores más próximos sobre los preparativos de la Quinta Conferencia? ¿Cómo sigue Benedicto XVI esta fase de preparación? —Gracias a Dios, pude conversar con el Papa en varias oportunidades. La primera vez, pocos días después de su elección como obispo de Roma. Pero también, en otras conversaciones con él, tratamos del tema de la Quinta Conferencia, que él aprobó, además de decidir también el lugar y la fecha. Tuve así varias audiencias y el Papa manifestó su alegría con este tema. Por otro lado, hay un encargado del Papa para los obispos, el cardenal Giovanni Battista Re, que también es presidente de la Comisión Pontificia para América Latina. Por eso, estamos en constante contacto con él. Ahora esperamos que el Santo Padre, en breve, dé los nombres de los tres presidentes de esta Conferencia. —¿La Quinta Conferencia tiene lugar con el objetivo de dar respuestas a los anhelos sólo de América Latina? —La preparación de la Quinta Conferencia se concentra sobre todo en América Latina y el Caribe pero hay también 50 diócesis en Estados Unidos que ya están trabajando en el documento de participación, pues allí la presencia de los hispanos es muy fuerte. Y también contamos con los obispos de la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos que participan en la comisión central de preparación y dan una contribución, muy importante para nosotros.

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Está claro que no existe una parte de la Iglesia aislada de las demás. Cuando la Iglesia en África hace su reflexión ante Dios, eso también tiene repercusión en todas las demás Iglesias, también en Europa, en América Latina. Y siempre se da un estrecho contacto entre las Iglesias particulares, como ha sucedido con las Conferencias Generales realizadas por el Episcopado. Eso se vio, por ejemplo, en las Conferencias celebradas en Puebla, en Santo Domingo... Lo demuestra también la cantidad de veces que el propio Santo Padre cita estas conferencias en términos de importancia mundial. —¿Cómo se aplicará concretamente lo que se debatirá en la Quinta Conferencia en la vida de los fieles y las comunidades? —Los fieles ya lo están aplicando porque recibieron el tema del Papa y, cuando se reúnen en comunidades, no están pensando en qué ideas les enviamos nosotros los obispos, sino que el tema ya les dice algo personal y ellos lo están aplicando por sí mismos, según la palabra que la Virgen dijo a los servidores en Caná: «Haced lo que Él os diga». Jesucristo habla y, por tanto, se hace lo que Él quiere. Y todos ya están trabajando en este tema. En este período previo a la Conferencia, la expectativa de lo que ocurrirá es muy grande. Después, tendremos una gran misión continental. Enseguida, la comunidad nuevamente trabajará el tema de manera muy personal y con mucho compromiso. Tenemos muchas esperanzas de que haya una repercusión muy grande.

(Viene de pág. 27)

de fe: ¿Cómo viene a mí la Madre de mi Señor? ¡La primera gran No interesa el Medellín confesión de fe! Y el niño Juan salta de alegría en su vientre, col- real, no interesa lo que mado del Espíritu Santo. Ése es el proceso del discipulado, ésa es realmente plantearon los la dinámica de la misión: acoger, interiorizar al Señor, dejar que su Obispos, sino una visión Vida se exprese en toda nuestra vida, permitir que irradie su luz y subjetiva de lo que llaman su calor a los demás, y ser nosotros cooperadores de esa irradiación, «Medellín kerigmático». prestarle la realidad de nuestra vida, de nuestro ser, de nuestra mente, de nuestro corazón, de nuestro cuerpo para que se exprese y se proyecte en la realidad concreta de los seres humanos, extendiendo hasta los confines de la tierra el anuncio y explicación de la Buena Noticia, que la Iglesia atesora y comunica a todos como expresión de su vida y misión. La obediencia amorosa de María Virgen al Plan divino es la clave del discipulado por la que se ingresa al camino de la comunión existencial, viviendo la comunión con Jesús, en Jesús que es la Vida misma, y experimentando el misterio de su presencia, anunciándolo con la vida y la palabra, al impulso del Santo Espíritu que lleva a actuar según el Plan de Dios y al hacerlo clamar con ese obrar humano «Abbá, Padre» (Gál 4, 6), dando gloria a Dios con el quehacer y aun más con la propia vida.

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Los desafíos más importantes POR PEDRO MORANDÉ*

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oda conferencia del episcopado de América Latina y el Caribe suscita, ciertamente, una reacción positiva entre los cristianos, puesto que representa una ocasión de renovar el impulso evangelizador desde la experiencia de comunión de todas las iglesias particulares del continente y de revisar las prioridades Habría que reconocer, pastorales conforme a los cambios experimentados por el contexto por una parte, los nuevos histórico. Además, en esta ocasión, un nuevo Pontífice inaugurará rostros que asume la los debates y se produce una razonable expectativa de cuál será su pobreza, como los orientación preponderante. La presencia de Juan Pablo II fue decisiva adictos a las drogas, las en las conferencias de Puebla y Santo Domingo y la de Benedicto víctimas de la violencia, XVI, en esta oportunidad, imprimirá también una honda huella. especialmente delictiva; El tema con que el Papa ha convocado a la conferencia reza: «Dislos abandonados de cípulos y Misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos en la tercera edad, los Él tengan vida». Puesto que Jesucristo es el camino, la verdad y la niños no nacidos y vida de los hombres, «cada hombre representa un camino para la los de la calle, los Iglesia» (RH n.14). De ello se deduce, en primer lugar, la prioridad desempleados y los que del Evangelio de la Vida con su valoración irrestricta e incondicional sólo consiguen empleo de cada vida humana en la específica realidad de su ciclo vital: los precario y ocasional, que están por nacer, los niños, los jóvenes, los adultos, la tercera los desertores del edad; y en su específica realidad complementaria y esponsalicia sistema escolar y los que de varón y mujer. La vocación a ser discípulos y misioneros de Jereciben una educación sucristo se comprende por el hecho de que en Él reside la plenitud de pésima calidad, los y «cumplimiento» de la Vida, el Misterio ya revelado de la verdad esposos unilateralmente del hombre y de su destino. Por ello, el Evangelio de la Vida es el repudiados o anuncio de la dignidad de la Vida, de la comunión de los discípulos abandonados con sus en la verdad y la caridad (Cfr. GS n.24), no sólo promesa de vida hijos, etc., y reconocer eterna sino también cumplimiento del «ciento por uno» en esta vida también, por otra, mortal, por la nueva y eterna alianza de Jesucristo y la Iglesia que que la sustentabilidad es «luz para los pueblos», «sal de la tierra», «primicia y anticipo de de la sociedad no se la vida en el Espíritu». puede sostener sólo en Juan Pablo II resumió en cuatro verbos, «nacer, amar, trabajar, molos débiles, sino en la rir», los «acontecimientos fundamentales de la existencia» que deteradecuada integración minan la actitud humana «hacia el misterio más grande: el misterio del conjunto de todos los de Dios» (Cfr. CA n.24). En cada uno de estos cuatro acontecimientos grupos sociales. se juegan las virtudes de la solidaridad y de la subsidiariedad de las relaciones interhumanas. Ambas son complementarias e indispensables para una relación orientada por la justicia. La solidaridad sin subsidiariedad ahoga, infantiliza, * Pedro Morandé, miembro de la pontificia Academia de Ciencias Sociales.

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hace a los seres humanos dependientes, impidiéndoles descubrir la dramaticidad de su aceptación libre de la plenitud del don de la vida que se le ofrece en Cristo. La subsidiariedad sin solidaridad, por su parte, lleva a identificar la libertad con el desinterés, la apatía, la indiferencia, con la actitud de Caín: «¿soy acaso el guardián de mi hermano?». La exacta proporcionalidad entre solidaridad y subsidiariedad es materia de prudencia y de buen juicio, dependiendo de la etapa del ciclo vital de cada persona, de las condiciones sociales de su sobrevivencia, de los talentos naturales que cada quien ha recibido, de la educación Como enseña a la que ha tenido acceso, de la estabilidad y de la paz social que Benedicto XVI, lo propio cada pueblo haya alcanzado; en una palabra, de la calidad de vida y determinante de la y de la calidad de su ecología humana. A este buen juicio están concepción bíblica de Dios invitadas todas las sensibilidades pastorales, cada una según el es, como señala el prólogo modo particular de su pertenencia eclesial y de su ámbito de al cuarto Evangelio, que en «el principio era el Logos acción en la vida social. Sin embargo, sin alterar este juicio prudencial, las anteriores confe- y el Logos es Dios». Logos rencias, y seguramente esta también, han establecido como criterio significa simultáneamente orientador una «opción preferencial» por los más pobres, débiles «razón» y «verbo». La o necesitados, que en la actualidad tienen diferentes rostros y di- purificación de la razón a ferentes tipos de carencias. Habría que reconocer, por una parte, la que puede contribuir la los nuevos rostros que asume la pobreza, como los adictos a las fe parte, en consecuencia, drogas, las víctimas de la violencia, especialmente delictiva; los del reconocimiento y de abandonados de la tercera edad, los niños no nacidos y los de la la confesión de Cristocalle, los desempleados y los que sólo consiguen empleo precario Logos, sabiduría de Dios y ocasional, los desertores del sistema escolar y los que reciben en la que se esclarece y una educación de pésima calidad, los esposos unilateralmente se cumple el misterio del repudiados o abandonados con sus hijos, etc., y reconocer también, hombre (Cfr. GS n.22). por otra, que la sustentabilidad de la sociedad no se puede sostener De la comprensión de sólo en los débiles, sino en la adecuada integración del conjunto esta confesión se sigue la necesidad del anuncio de de todos los grupos sociales. Como ha dicho Benedicto XVI, no es responsabilidad de la Iglesia la palabra de sabiduría, la construir un orden justo, sino de la política, aunque a los cristianos, necesidad de la misión. como ciudadanos, les compete también esta responsabilidad (Deus caritas est n.28). Pero agrega que la fe en Cristo es una ayuda a la «purificación de la razón», a superar su ceguera frente a la responsabilidad moral de las acciones humanas y, de este modo, una contribución indirecta al orden justo. Aunque el contexto en que el Papa habla de ello está referido fundamentalmente a la política, no me parece que sea una sobre-interpretación indebida de su argumento si se lo extiende a los otros

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ámbitos de la vida social. «Nada hay de humano que no encuentre eco en el corazón» de la Iglesia, señala Gaudium et spes. Por otra parte, lo propio de la organización funcional de la sociedad actual es que ella es policontextual y la política ha dejado de ser el único centro de referencia para la vida social. La ciencia, la técnica, los medios de comunicación, e incluso la propia creencia religiosa, también requieren con urgencia esta «purificación de la razón». Ella es posible, evidentemente, si el discípulo sigue el camino de su maestro para encontrar en Él esa sabiduría que ilumina el mundo con la mirada de Dios. Como enseña Benedicto XVI, lo propio y determinante de la concepción bíblica de Dios es, como señala el prólogo al cuarto Evangelio, que en «el principio era el Logos y el Logos es Dios». Logos significa simultáneamente «razón» y «verbo». La purificación de la razón a la que puede contribuir la fe parte, en consecuencia, del reconocimiento y de la confesión de Cristo-Logos, sabiduría de Dios en la que se esclarece y se cumple el misterio del hombre (Cfr. GS n.22). De la comprensión de esta confesión se sigue la necesidad del anuncio de la palabra de sabiduría, la necesidad de la misión. Esta clave de lectura Cuando la evangelización se ha centrado en el verbo pero sin que sapiencial del significado quede claramente en evidencia su principio de sabiduría, de razón, de todo lo real es el anuncio cristiano queda reducido a un «cuento», a un «meta-remuy importante que lato», que en la sociedad de la información compite con otros tantos prevalezca al momento relatos, perdiendo toda mordiente en cuanto al desocultamiento del de analizar las significado de todo lo real. Urge, en consecuencia, que el anuncio circunstancias históricas de Cristo-Logos, razón y verbo, sea una pasión por toda positividad del presente. El fenómeno de lo real, por todo lo humano de la vida humana que es asumido de la globalización, en Cristo para que resplandezca en su dignidad. La vida humana, que determina muy cualquiera sea su precariedad física, psicológica, social o moral, poderosamente la época vale siempre la pena ser vivida, pues en ella se juega la esperanza actual, se percibe con en un destino de eternidad. inquietante ambigüedad Esta clave de lectura sapiencial del significado de todo lo real es muy en muchos aspectos.(...) importante que prevalezca al momento de analizar las circunstancias históricas del presente. El fenómeno de la globalización, que determina muy poderosamente la época actual, se percibe con inquietante ambigüedad en muchos aspectos. Aunque ha integrado las economías latinoamericanas con las de los países desarrollados favoreciendo el comercio, las exportaciones y la estabilidad financiera, preocupa el incremento de la desigualdad entre países ricos y pobres, y no queda claro qué situación tendrán finalmente los países latinoamericanos dentro de esta desigual distribución de los recursos y, particularmente, del conocimiento. Después de dejar atrás la así llamada «década perdida» del desarrollo latinoamericano, en todos nuestros países ha habido una cierta movilización de la sociedad civil para que, una vez consolidada la democracia y el respeto al Estado de Derecho, se avance ahora también en relación a los derechos sociales, se elimine la corrupción y se aumente la eficiencia y la calidad del gasto público. Atrás quedaron las polarizaciones ideológicas, naturalmente con algunas excepciones, lo que genera una gran expectativa de que eliminadas las barreras de la inclusión/exclusión por razones directamente políticas, se haga ahora un esfuerzo por superar las exclusio-

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nes sociales con inversiones de largo plazo y con políticas de Estado, es decir, que perseveren en sus orientaciones más allá de la ocasional alternancia en el poder que pueda producirse entre gobierno y oposición. Sin el mejoramiento de la calidad y de la transparencia institucional, difícilmente se podrán revertir con ventaja los efectos de la globalización. La «purificación de la razón» de su ceguera ética podría ser una valiosa contribución de la Iglesia a este proceso. Pero también preocupa la dimensión cultural de la globalización. ¿Existe aún una cultura latinoamericana con que la Iglesia se sienta responsable y comprometida por su gestación y su destino y que represente un aporte a la globalización y una novedad para la inculturación del cristianismo que valga la pena ser mantenida y ampliada? ¿Tiene aún esta cultura, como declaró Puebla, un «sustrato católico»? ¿Cuál es su verdad sobre el hombre y su verdad sobre Dios? ¿Cómo se transmite esta cultura en el seno de las familias, en las instituciones educacionales, en los medios de comunicación, en los espacios públicos? ¿Representa la Iglesia para ella un testimonio del valor universal de la dignidad humana, (...) Aunque ha de la vocación de todo ser humano a la santidad? Estas son pre- integrado las economías guntas que atañen muy directamente al discipulado y a la misión latinoamericanas con las de los cristianos, pero también, y de modo a veces angustiante, a de los países desarrollados la calidad de vida de nuestros pueblos. Ambos aspectos, incluidos favoreciendo el comercio, en la convocatoria del Papa a la conferencia, sólo pueden mani- las exportaciones y la festarse unidos si resplandece la verdad sobre el significado de la estabilidad financiera, vida humana en el testimonio de la caridad, en la transparencia preocupa el incremento de los símbolos que hacen presente el misterio de Dios entre los de la desigualdad entre hombres, pero también en la delicadeza y profundidad del lenguaje países ricos y pobres, y no que habla del sentido religioso de los seres humanos. Logos es, queda claro qué situación simultáneamente, razón y palabra, y ambos deben corresponderse tendrán finalmente los recíprocamente. En una época fuertemente marcada por la bana- países latinoamericanos lización de todos los lenguajes, resulta muy urgente el testimonio dentro de esta desigual de la belleza y profundidad de la comunicación, de tal modo que distribución de los recursos logre interpelar la conciencia de las personas y les permita movi- y, particularmente, del lizarse con originalidad y responsabilidad en el mejoramiento de conocimiento. la calidad de la vida. La tan visible presencia de la corrupción en los espacios públicos latinoamericanos es también un síntoma de la ruptura interior, en el seno de la propia cultura, de la correspondencia entre la verdad de la razón y el lenguaje que la manifiesta inequívocamente en un diálogo sincero entre las antiguas y las nuevas generaciones en la familia, en la educación escolar y universitaria, en el trabajo, en la toma de decisiones, en los medios de comunicación. Pues bien, estos parecen ser, en mi modesta opinión, los desafíos más importantes que nuestra época presentará a los obispos latinoamericanos que se reunirán en Aparecida. El tema de la conferencia permite abordarlos desde la identidad más profunda del cristianismo, desde la confesión de Cristo-Logos, fuente inagotable del discipulado y de la misión, pero con la mirada puesta en la vida de nuestros pueblos, en su calidad y sustentabilidad en el mediano y largo plazo, en el realismo de la esperanza.

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Una inteligencia cristiana del tiempo presente POR GUZMÁN CARRIQUIRRY

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o basta situar la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano como evento periódico que cada 10 o 15 años se realiza en América Latina. Se requiere siempre en la Iglesia una inteligencia cristiana del tiempo presente, que es a la vez «católica», porque no hay institución más universal y global, y situada en los distintos ámbitos de su encarnación. No puede estar ausente, pues, un juicio cristiano, sobre el tiempo secular y eclesial en que se realiza esta Conferencia. Se trata de auscultar los signos de los tiempos, discernir nuestro presente, recapitular nuestro pasado y definir un camino, prioridades y opciones para la misión de la Iglesia al servicio de las personas y los pueblos de América Latina. En la perspectiva de un evento de tal magnitud e importancia como la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, la Iglesia está llamada a repensar profundamente y a relanzar con claridad y determinación su misión en los nuevos escenarios mundiales y latinoamericanos. Si faltan esas líneas rectoras de discernimiento y juicio sobre el tiempo presente –la situación mundial, latinoamericana y eclesial a comienzos del siglo XXI–, se corre el riesgo de acumular impresiones y contribuciones dispares y fragmentarias, o componer un elenco invertebrado de temas. Ahora bien, si se considera con atención la sucesión y resultados de las diversas Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano resulta muy claro cómo cada una de ellas ha sido el fruto y la respuesta en relación a un determinado tiempo eclesial y secular, mundial y latinoamericano. «Puebla» se realizó precisamente en los tiempos finales de la confrontación política e ideológica del mundo bipolar, que conmovieron íntimamente los pueblos y la Iglesia en América Latina. Después de la fecundidad crítica y las turbulencias dramáticas del inmediato posconcilio, la Conferencia de Puebla se realizó, a la vez, en el momento de inauguración del pontificado de S.S. Juan Pablo II, ya abierta una nueva fase de la vida de la Iglesia, de mayor discernimiento y recentramiento en la propia identidad y misión. Por eso, la Carta apostólica Evangelii Nuntiandi de S.S. Pablo VI y el discurso inaugural de S.S. Juan Pablo II resultaron fundamentales. El vértice de la autoconciencia eclesial y latinoamericana se expresó, por parte de la Iglesia católica en América Latina, en el documento final de la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, en Puebla de los Angeles, capaz de recapitular la génesis, la historia, la cultura, la religiosidad, los sufrimientos y esperanzas de los pueblos latinoamericanos, desde la originalidad de su vida y de su destino. La IV Conferencia General del Episcopado en Santo Domingo contó con la seria dificultad de realizarse precisamente en 1992, cuando se concluía una fase histórica, esquemas políticos e ideológicos quedaban sumidos en el anacronismo y resultaba sumamente difícil poder avizorar los rumbos históricos que apenas emergían, todavía informes.

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La Conferencia de Aparecida se está preparando y se realizará en muy diversas condiciones históricas, culturales y eclesiales. Por una parte, la turbulencia de la actual coyuntura latinoamericana se inscribe en la onda larga de la gigantesca y convulsa transición epocal, desatada desde el colapso del comunismo y la conclusión del bipolarismo mundial, alimentada por la aceleración y difusión de la revolución tecnológica (y las graves cuestiones que plantea a nivel del «bios», energía y comunicaciones), las dinámicas de globalización y regionalización, el resurgimiento y resquebrajamiento de la utopía del mercado Guzmán Carriquirry, Subsecretario del auto-regulador, el paso de los ateísmos mesiánicos a los agnosConsejo Pontificio para ticismos relativistas y hedonistas, el surgimiento de renovadas los Laicos. identificaciones étnicas, culturales y religiosas, el fenómeno del terrorismo y la elevación de niveles de violencia, las nuevas formas de irrupción popular de sectores excluidos, la búsqueda dramática de una nueva convivencia mundial, etc. Se está definiendo, en medio de grandes contradicciones y con gran fluidez e indeterminación, un nuevo orden político, económico, cultural y religioso. América Latina ha quedado íntimamente conmovida, y nada puede ser igual que antes. Por otra parte, la preparación y realización de la Conferencia de Aparecida se enriquece del legado impresionante del pontificado de S.S. Juan Pablo II y del ya elocuente magisterio de S.S. Benedicto XVI, cargado de enseñanzas valiosas e indispensables para nuestro tiempo. Hoy se hace difícil dar un juicio sintético sobre la coyuntura actual de América Latina, cada vez más integrada en circuitos globales, sin caer en lo meramente reactivo (y, por eso, reaccionario) de quienes ven sólo confusión, peligro y amenazas, o de quienes pretenden cubrir la variedad y complejidad de situaciones y retos con la capa de ideologismos gastados o de verborragias tan iracundas como irresponsables. Las nuevas situaciones exigen replanteamientos profundos y rigurosos: la preparación y la realización de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano requiere una renovación del juicio histórico, como hilo conductor de discernimiento y propuesta en el actual tiempo eclesial y secular, para que la tradición católica, tan arraigada en la historia latinoamericana, se convierta en novedad de inteligencia y de vida para bien de nuestros pueblos en estos años de comienzo del siglo XXI.

La tradición católica: el don más precioso. Los Obispos que se reunirán en la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, con y bajo el Sucesor de Pedro, tienen la responsabilidad de custodiar y transmitir la tradición católica, confiada por Cristo a sus apóstoles para que propagaran la buena nueva de la salvación del hombre y de la redención del mundo en todos los extremos de la tierra. Pues bien, el patrimonio más precioso de América Latina es el don providencial de esa tradición desde los orígenes mismos de formación de sus pueblos. Hay que partir del hecho de que las grandes mayorías de latinoamericanos al inicio del siglo XXI están bautizadas en la Iglesia católica, lo que es fruto de la fecundidad de la primera evangeli-

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zación, de la inculturación del Evangelio en la vida de los pueblos, del arraigo secular del cristianismo no obstante deficiencias, descuidos y abandonos en su reinformación catequética, de la confianza y credibilidad que la Iglesia católica suscita todavía en nuestros pueblos. La memoria cristiana de nuestros pueblos se expresa en formas arraigadas de piedad popular: no se trata sólo del sentido religioso sino de la forma de inculturación del acontecimiento cristiano. En las condiciones del actual encuentro y choque de civilizaciones, ello es lo que caracteriza «la originalidad histórico-cultural» de América Latina, la vocación y destino de sus pueblos, selladas por la visitación de la Inmaculada mestiza de Guadalupe. De ello proceden los mejores recursos de humanidad de nuestros pueblos: el acontecimiento cristiano ha suscitado y templado su identidad y dignidad, su sabiduría ante la vida (y, por eso, ante el sufrimiento y la muerte), la dilatación de la caridad en experiencias de fraternidad y solidaridad, su pasión por la justicia, su esperanza a toda prueba, su alegría incluso ante situaciones muy duras de vida. Es semilla potente de nueva creación. Se trata ante todo de ser conscientes, agradecidos, legítimamente orgullosos y responsables de la tradición católica que nos ha sido confiada por la providencia de Dios, a la que se pertenece por historia, cultura y, sobre todo, por el don del bautismo y la condición de ser miembros del Cuerpo de Cristo y del pueblo de Dios, peregrino en tierras americanas. Es un gran tesoro, cuya perla preciosa es Cristo, que no puede ser dilapidado sino fructificado. No somos ilusos, sino que sabemos bien que ese patrimonio está sujeto a fuerte erosión capilar por descuidos y deficiencias de la evangelización y catequesis, por la difusión de una cultura dominante global cada vez más alejada y hostil respecto a la tradición católica y por la expansión proselitista de otras comunidades cristianas y sectas que se difunde en los lugares y ambientes donde la presencia de la Iglesia católica es muy frágil, está ausente u ofrece respuestas insuficientes porque están diluidas por la secularización. En el país líder de América Latina, que es el Brasil, las estadísticas indican que el número de católicos disminuyó en 20 por ciento desde 1960 al 2000. Para muchos el propio bautismo ha quedado bajo una capa de olvido e indiferencia. Una pertenencia débil a la Iglesia deja la confesión católica sometida y conformada por las tendencias secularizantes o la convierte en fácil presa para las sectas. Además, la tradición católica de nuestros pueblos es considerada como una anomalía por fuertes poderes internacionales, y sus variadas comparsas locales, que tratan de disgregarla, desvirtuarla, desarraigarla y arrasarla. Esto se advierte ya por doquier en América Latina. Lo más peligroso es todo límite a la libertad y a la acción de la Iglesia como educadora y regeneradora de personas, familias y pueblos. Cualquier tentación de agresión a esa tradición no sólo es anti-católica sino también anti-nacional, anti-popular, anti-latinoamericana. Nada de bueno puede ser construido a partir de los residuos ideológicos del pasado –que ya han demostrado sus fracasos y miserias, sus desembocaduras anti-humanas–, ni sobre la difusión de los ímpetus nihilistas y hedonistas de las decadentes sociedades del consumo y el espectáculo.

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Recomenzar desde Cristo La mayor amenaza –como decía el entonces Cardenal Joseph Ratzinger en Guadalajara (México, mayo 1996)– es «el gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia en el cual aparentemente todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va desgastando y degenerando en mezquindad». ¡Como si se tratara de una posesión más bien tranquila, casi definitivamente adquirida! No se vive más que de rentas de aquel patrimonio. Si el catolicismo se limita a ser bagaje tradicional, factor de identidad cultural, una referencia genérica a valores cristianos, un elenco de reglas de comportamiento o de prácticas de devoción, entonces ese patrimonio parece destinado a empobrecerse e incluso a resultar superfluo. La tradición católica resulta vigente y fecunda cuando se convierte en cuerpo y sangre de la «criatura nueva», que se es por gracia bautismal, injerta como miembro vivo del Cuerpo de Cristo. La cuestión principal, decisiva, ayer como hoy, es cómo el don de la fe es acogido, custodiado, celebrado, vivido, compartido y comunicado por la Iglesia, por los cristianos y sus comunidades eclesiales. Por eso, es tan crucial el tema escogido para la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano: «Discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos en Él tengan vida».

Un renovado ímpetu misionero Realizar la V Conferencia en el Santuario de Nuestra Señora de Aparecida y con la presencia inaugural del Santo Padre es ya ocasión providencial para proponerla y vivirla como acontecimiento. Pueden, pues, buscarse y programarse las modalidades más oportunas para asegurar y mostrar que el Santo Padre y los Obispos reunidos de América Latina están acompañados y sostenidos por la oración de los pueblos del sub-continente, en alabanza a la gloria de Dios, confiados en su misericordia, en unión con su Hijo Jesucristo, implorando la gracia del Espíritu Santo, por intercesión de María Virgen –según todas las invocaciones y devociones de nuestra América– y de los santos y mártires en nuestras tierras. El documento final de la Conferencia -que podría ser más breve que el de las Conferencias anteriores del Episcopado latinoamericano- tiene que ser presentado, difundido y conocido, enseñado y asimilado, pensado y aplicado, lo más ampliamente posible, pero desde dentro de una vasta e intensa campaña de movilización misionera en América Latina: una «gran misión latinoamericana». Catedrales –desde la centralidad de las Iglesias locales– y santuarios –en cuanto memoria cristiana de los pueblos y capitales espirituales de las naciones– han de ser sus lugares propulsores más significativos. Sería importante comenzar desde ya a preparar los ánimos para esta prioridad conjunta a todos los niveles de la vida eclesial latinoamericana y estudiar iniciativas y símbolos de intercomunicación latinoamericana en la misión. Esa movilización misionera tendría que realizarse desde visitas casa a casa, pueblo a pueblo, santuario a santuario, hasta la presentación del documento final a los más diversos ámbitos humanos, sociales y públicos. Importa que se trate de una programación realista, pero muy significativa, que mueva los corazones y ayude a dar un salto de cualidad en la presencia y anuncio de la Iglesia en la vida actual de los pueblos y naciones.

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La muerte pascual de San José ¡S

AHÍ, EN EL CALVARIO, SE CAPTAN LAS ÚNICAS TRES MANERAS POSIBLES DE CONCLUIR NUESTRA VIDA AQUÍ EN LA TIERRA: LA PRIMERA ES LA MANERA DE JESÚS, QUE SE ABANDONA EN LAS MANOS DEL PADRE; LA SEGUNDA ES LA DEL «BUEN LADRÓN», QUE SE ARREPIENTE DE SU PROPIO PECADO; LA TERCERA, POR ÚLTIMO, ES LA MANERA DEL «MALVADO MALHECHOR», QUE MALDICE SU MISERABLE DESTINO.

í! Existe una forma de «morir cristiana» que vuela más alto de lo que normalmente se entiende en la invocación a San José, patrono de la «buena muerte». Es posible captar claramente esa forma trasladándose al monte Calvario y contemplando a Jesús en la cruz con los dos malhechores crucificados junto a Él, uno a su derecha y otro a su izquierda. Ahí, en el Calvario, se captan las únicas tres maneras posibles de concluir nuestra vida aquí en la tierra: la primera es la manera de Jesús, que se abandona en las manos del Padre; la segunda es la del «buen ladrón», que se arrepiente de su propio pecado; la tercera, por último, es la manera del «malvado malhechor», que maldice su miserable destino. Jesús muere como «hombre-divino», arrancando exclamaciones de estupor de la boca del centurión (ver Mt 27, 54 y pasajes paralelos); uno de los malhechores muere como «hombre arrepentido», o sea, «en estado de gracia», y por consiguiente se salva; el otro muere como «hombre impenitente», digamos, en estado de pecado, y por eso corre el riesgo de condenación. La muerte de Jesús fue una «muerte santa»; la muerte de uno de los malhechores fue una «buena muerte»; la del compañero fue una «pésima muerte». No es posible una cuarta manera, consistente en morir en la «indiferencia», es decir, sin emociones «escatológicas» en relación con el Más Allá. Y si ante la muerte alguien pretendiese ser «estoico», impasible, además de provocar con eso un riesgo para su destino eterno, merecería ser «vomitado» por Dios (ver Ap 3, 15-16). ¿A cuál muerte debe aspirar el cristiano? La «buena muerte», entendida como caza del premio celestial, hace pensar en la del «buen ladrón», que roba el paraíso en el último momento; pero ésta no alcanza a ser la muerte digna del discípulo de Cristo. En el momento final de la vida, no es posible limitarse elogiosamente a llamar al sacerdote para que nos haga estar en paz con Dios llevándonos el santo Viático, o sea, Jesús eucarístico, y así Él nos acompañe en el tránsito de la muerte a la vida, de este mundo al Padre.

Ratificación de la oblación El momento de la muerte es el momento más «místico», es decir, más lleno de misterio, ya que debe coronar toda una vida de oblación, de ofrecimientos de nosotros mismos a Dios, y mediante el Bautismo es habilitado el discípulo de Cristo para esa muerte, como San Pablo nos señala: «¿No saben que todos nosotros, al ser bautizados en Cristo

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«La muerte de San José fue la primera muerte pascual, con carácter de anticipación, una santa muerte en el espíritu del mismo misterio pascual de ese Verbo, Hijo de Dios, hecho hombre, que le fue confiado como verdadero hijo suyo». (Muerte de San José, por Giuseppi María Crespi)

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EL MOMENTO DE LA MUERTE DE JESÚS FUE EL MOMENTO DE LA RATIFICACIÓN DE ESA OBLACIÓN CON LA CUAL ÉL VIVIÓ Y SACRIFICÓ TODA SU VIDA POR LA CAUSA DEL PADRE. ASÍ, JESÚS FUE EL OBLATO POR EXCELENCIA, DESDE EL COMIENZO DE SU CONCEPCIÓN (VER HEB 10, 5-7) HASTA EL ÚLTIMO ALIENTO: «Y JESÚS GRITÓ MUY FUERTE: «PADRE, EN TUS MANOS ENCOMIENDO MI ESPÍRITU». Y DICHAS ESTAS PALABRAS, EXPIRÓ» (LC 23, 46)

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Jesús, hemos sido sumergidos en su muerte?» (Rom 6, 3). Naturalmente, el Bautismo no nos une con la muerte de Cristo en forma pasiva, sino en forma activa, dinámica, en otras palabras en forma existencial, o sea, el Bautismo nos compromete a llevar una vida, una existencia enteramente similar a la de Cristo (exemplum dedi vobis, yo les he dado ejemplo, Jn 13, 15), para llegar a su fin con una muerte similar a la suya. Ahora, el momento de la muerte de Jesús fue el momento de la ratificación de esa oblación con la cual Él vivió y sacrificó toda su vida por la causa del Padre. Así, Jesús fue el oblato por excelencia, desde el comienzo de su concepción (ver Heb 10, 5-7) hasta el último aliento: «y Jesús gritó muy fuerte: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu». Y dichas estas palabras, expiró» (Lc 23, 46). Para el discípulo, no será en absoluto fácil la configuración con este tipo de muerte de Cristo si no ha sido preparada mediante una configuración con la vida de Él en el curso de la propia existencia, como el mismo Jesús nos advierte: «El que quiera asegurar su vida la perderá, y el que sacrifique su vida por mí y por el Evangelio, la salvará» (Mc 8, 35). Así, la forma distintiva de la existencia del cristiano es una forma oferente, es decir, de ofrecimientos de sí mismo a Dios; una forma sacrificadora es decir, de sacrificio por Dios; una forma fiduciaria, de abandono filial en las manos del Padre. La muerte es el momento de la ratificación, de confirmar la firma de este pacto de oblación iniciado con el Bautismo. Es el momento de nuestra anunciación, el momento de presentarnos a Dios y decirle: «¡Aquí está tu servidor, Señor!» (ver Lc 1, 38). Los conocidos «Actos de consagración» al Sagrado Corazón de Jesús, al Corazón inmaculado de María y al corazón castísimo de José no son sino «manifestaciones de confianza» en esos sacratísimos Corazones para que nos ayuden a realizar la forma oferente de la propia existencia, que Jesús, María y José fueron los primeros en vivir con el fervor más intenso. En definitiva, la muerte del cristiano, más que una buena muerte, debe ser más bien una muerte pascual, como lo expresa la Iglesia en el Ritual de asistencia a los moribundos. Ahora, el misterio pascual de Cristo fue un misterio de Muerte y Resurrección. Jesús jamás anunciaba su Pasión y Muerte sin anunciar al mismo tiempo su propia Resurrección. Del mismo modo, el discípulo de Cristo, en el momento de despedirse de este mundo, debe expresar todo su filial abandono en Dios y toda su fe en la resurrección de la carne al final de los siglos. Así lo expresa San Pablo: «Si la comunión en su muerte nos injertó en él, también compartiremos su resurrección» (Rom 6, 5). Así, para el discípulo de Cristo la muerte pascual significará el último acto de ofrecimiento de la propia vida en manos de Dios, acompañado de la firme esperanza de la resurrección después de la muerte. ¿Se tiene la impresión de que en el pueblo cristiano circule esta enseñanza evangélica sobre mi muerte,


«Es al Calvario hacia donde debemos dirigir la mirada para tener el cuadro completo de todas las posibles modalidades de ‘nuestro morir’ y así prepararnos a tiempo para aquella que queramos experimentar en el momento de la muerte, ¡es decir, una modalidad pascual!» (Detalle de ‘La Exaltación de la Cruz’, por Piero della Francesca. Arezzo.)

la muerte de mis seres queridos, la muerte de mis conocidos y amigos? Es una enseñanza que debería acompañarnos a lo largo de todo el curso de la vida, ya que la misma no puede surgir milagrosamente en el momento de la muerte.

¿San José en el Cielo con el cuerpo? Por consiguiente, es al Calvario hacia donde debemos dirigir la mirada para tener el cuadro completo de todas las posibles modalidades de «nuestro morir» y así prepararnos a tiempo para aquella que queramos experimentar en el momento de la muerte, ¡es decir, una modalidad pascual! Mientras suplicamos a Dios que nos libre de una muerte como la del «mal ladrón», no nos contentemos puramente con la «buena muerte» del ladrón crucificado a la derecha de Jesús, y apuntemos en cambio al modelo de muerte que nos dejó el Maestro. A la luz de estas consideraciones, es posible decir con toda razón que si el nacimiento de María fue el primer nacimiento pascual –un nacimiento inmaculado, en previsión de los méritos de la muerte pascual de Jesús–, la muerte de San José fue la primera muerte pascual, con carácter de anticipación, una santa muerte en el espíritu del mismo misterio pascual de ese Verbo, Hijo de Dios, hecho hombre, que le fue confiado como verdadero hijo suyo. Habiendo vivido junto a Jesús por largos años, San José ciertamente recibió, con María, un conocimiento suficiente del misterio de Salva-

EN DEFINITIVA, LA MUERTE DEL CRISTIANO, MÁS QUE UNA BUENA MUERTE, DEBE SER MÁS BIEN UNA MUERTE PASCUAL, COMO LO EXPRESA LA IGLESIA EN EL RITUAL DE ASISTENCIA A LOS MORIBUNDOS. AHORA, EL MISTERIO PASCUAL DE CRISTO FUE UN MISTERIO DE MUERTE Y RESURRECCIÓN. JESÚS JAMÁS ANUNCIABA SU PASIÓN Y MUERTE SIN ANUNCIAR AL MISMO TIEMPO SU PROPIA RESURRECCIÓN.

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A ESTE HIJO DEL ALTÍSIMO, SAN JOSÉ OFRECIÓ, SACRIFICANDO POR ÉL, TODA SU PROPIA EXISTENCIA. EN EL MOMENTO DE LA MUERTE, CIERTAMENTE NO SE PREOCUPÓ DEL DESTINO ETERNO, SINO MÁS BIEN DIRIGIÓ SU AMABLE MIRADA A JESÚS Y MARÍA, QUE ESTABAN CON ÉL, Y EN UN SILENCIO ESTÁTICO HIZO EL ÚLTIMO OFRECIMIENTO DE SÍ MISMO A DIOS, ABANDONÁNDOSE CONFIADAMENTE EN SUS MANOS, CON LA CERTEZA DE ENCONTRARSE PRONTO EN EL CIELO CON JESÚS Y MARÍA, ELLOS TAMBIÉN EN CUERPO Y ALMA.

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‘La Coronación de San José’, óleo de Zurbarán

ción que Cristo debe haber anunciado entre las paredes domésticas antes que a las multitudes de Palestina. En ese mensaje debió estar incluido, por cierto, el anuncio de la misión sacrificadora de Jesús y su resurrección. A este Hijo del Altísimo, San José ofreció, sacrificando por Él, toda su propia existencia. En el momento de la muerte, ciertamente no se preocupó del destino eterno, sino más bien dirigió su amable mirada a Jesús y María, que estaban con él, y en un silencio estático hizo el último ofrecimiento de sí mismo a Dios, abandonándose confiadamente en sus manos, con la certeza de encontrarse pronto en el cielo con Jesús y María, ellos también en cuerpo y alma. Afirman la resurrección y asunción al cielo del esposo virginal de María santos de la importancia de San Jerónimo, San Bernardo, y San Francisco de Sales. Señala este último: «Tengo plena certeza de que San José se encuentra en el paraíso en cuerpo y alma» (ver don Tarcisio Ravina, Vita di san Giuseppe, Ed. Paoline, Alba-Roma, 1932).


Por tanto, en la oración que dirigimos a San José no debemos pedir al santo Patriarca puramente una muerte «en estado de gracia», sino una muerte «en tensión pascual», es decir, de abandono en Dios, con la certeza de merecer al final de los siglos una gloriosa resurrección y glorificación en el cielo, análoga a las de Jesús y María. Si la devoción a San José sirviese puramente para poner «de moda» la doctrina escatológica de la Iglesia, o sea, la doctrina de los Novísimos, que se encuentra más bien apagada en nuestros días, se realizaría con todo plenamente la palabra del Papa Juan Pablo II, que en la Exhortación apostólica sobre San José afirmaba «la actualidad de la oración al santo para la Iglesia de nuestro tiempo, en relación con el nuevo Milenio cristiano» (Redemptoris Custos, n. 32). Se refuerza de este modo nuestra convicción, constituida en otra sede, de que el milenio que comenzó hace pocos años será el milenio de la Familia, inspirada en la santa Familia de Nazaret y modelada sobre la misma, en la cual precisamente San José fue puesto a la cabeza. En conclusión, San José es modelo y patrono de algo más importante y específico que lo que se suele pensar y escribir al evocarlo como «patrono de la buena muerte». Con todo, a falta de otra cosa, también esta oración «interesada» puede servir para poner feliz término a nuestra existencia en esta tierra.

Una gracia de don Bosco En la vida de don Bosco, se narra un interesante episodio. Un joven pobre de la ciudad de Turín encontró en un papel en que envolvieron tabaco en el almacén una oración a San José para obtener la buena muerte. Esto despertó la curiosidad del joven, que la aprendió de memoria y la recitaba mecánicamente todos los días sin intención formal alguna de obtener una gracia. Sin embargo, obtuvo una gracia, que fue un encuentro con don Bosco, el cual lo condujo a Dios. Poco después tuvo una enfermedad grave que le ocasionó la muerte. Murió invocando y ensalzando el nombre de San José. No parece ciertamente poco difundida la devoción a San José, ya que en el mundo existen más de setenta catedrales –digo catedrales y no puramente iglesias parroquiales o capillas– dedicadas al Esposo virginal de María. No podemos, por tanto, no acoger la invitación de Santa Teresa de Ávila: «Por mi gran experiencia de los favores que obtiene de Dios San José, quisiera convencer a todos de ser devotos de él». Que esta invitación se acoja con todo el ardor que seguramente a nadie desilusionará.

EN LA ORACIÓN QUE DIRIGIMOS A SAN JOSÉ NO DEBEMOS PEDIR AL SANTO PATRIARCA PURAMENTE UNA MUERTE «EN ESTADO DE GRACIA», SINO UNA MUERTE «EN TENSIÓN PASCUAL», ES DECIR, DE ABANDONO EN DIOS, CON LA CERTEZA DE MERECER AL FINAL DE LOS SIGLOS UNA GLORIOSA RESURRECCIÓN Y GLORIFICACIÓN EN EL CIELO, ANÁLOGA A LAS DE JESÚS Y MARÍA.

JOSÉ BRIOSCHI

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‘La Trinidad’, por José de Ribera.

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REFLEXIONES SOBRE LA ENCÍCLICA «DEUS CARITAS EST»

Iglesia y Política con vistas a un orden social justo POR ANGELO CARDENAL SCOLA

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os hombres siempre tratan de evadirse de la oscuridad exterior e interior, soñando con sistemas tan perfectos que en ellos nadie necesitaría ser bueno» (Cori Della Rocca VI). Así, con una frase muy expresiva, el poeta Eliot sintetiza la tentación tal vez más fuerte, y en cierto sentido inevitable, de quienes, con interés y pasión, afrontan la vida pública. Una tentación muy difundida en las sociedades opulentas del norte del mundo. En efecto, en ellas se vuelve a proponer de forma comprensible con mayor frecuencia la ilusión de poder «resolver» la cuestión de la vida buena de la sociedad civil y de los organismos institucionales que la gobiernan a través de «la elaboración y la aplicación» de teorías sobre las formas «ideales» de organización social. Obviamente, la conciencia de esa tentación no elimina la «bondad» del compromiso social y político, y de la equilibrada búsqueda interdisciplinar que inevitablemente implica ese compromiso. Al contrario, invitando a una correcta relación entre práctica y teoría, pone de manifiesto su urgencia.

Grandeza y humildad de la política

LA LIBERTAD HUMANA NO SÓLO ESTÁ LIMITADA PORQUE HISTÓRICAMENTE SIEMPRE ESTÁ SITUADA, SINO QUE, ADEMÁS, ESTÁ HERIDA POR EL PECADO: «LA RAZÓN HA DE PURIFICARSE CONSTANTEMENTE, PORQUE SU CEGUERA ÉTICA, QUE DERIVA DE LA PREPONDERANCIA DEL INTERÉS Y DEL PODER QUE LA DESLUMBRAN, ES UN PELIGRO QUE NUNCA SE PUEDE DESCARTAR TOTALMENTE» (N. 28).

En el horizonte realista de la más sana tradición de la doctrina católica, la primera encíclica de Benedicto XVI devuelve a la política toda su dignidad: «El orden justo de la sociedad y del Estado es una tarea central de la política» (Deus caritas est, 28). Es conocido el radicalismo que implica en la historia del pensamiento cristiano la expresión «orden justo». A este respecto, el Papa recuerda la durísima frase de san Agustín: «Si no se respeta la justicia, los Estados no son sino grandes bandas de ladrones» (De Civitate Dei IV, 4). Luego también con realismo cristiano, el Santo Padre no duda en subrayar que la política, al ser una actividad del hombre, necesita purificación. Continuamente debe liberarse de la «ideología». En efecto, la libertad humana no sólo está limitada porque histórica-

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LA CARIDAD NO ABSORBE LA JUSTICIA, Y LA FE NO ES UN SUCEDÁNEO DE LA RAZÓN. ASÍ SE DOCUMENTA LA IMPORTANCIA ANTROPOLÓGICA Y SOCIAL DE LA FE, PUES «EL MISTERIO DEL HOMBRE SÓLO SE ESCLARECE EN EL MISTERIO DEL VERBO ENCARNADO» (GAUDIUM ET SPES, 22).

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mente siempre está situada, sino que, además, está herida por el pecado: «La razón ha de purificarse constantemente, porque su ceguera ética, que deriva de la preponderancia del interés y del poder que la deslumbran, es un peligro que nunca se puede descartar totalmente» (n. 28). El encuentro con Jesucristo, mediante la fe vivida en la comunidad eclesial, se propone al hombre como camino y fuerza para esta purificación también social: «La fe permite a la razón desempeñar del mejor modo su cometido y ver más claramente lo que le es propio. (…) Desea simplemente contribuir a la purificación de la razón y aportar su propia ayuda para que lo que es justo, aquí y ahora, pueda ser reconocido y después también puesto en práctica» (ib.). De este modo, en el número 28 de la encíclica, donde se aborda directamente el tema de la justicia, aparece de nuevo la palabra «purificación», ya empleada repetidamente por el Papa en la primera parte. No sólo necesita purificación el amor interpersonal –eros y ágape– (cf. Deus caritas est, 4-6), sino también el amor social –justicia y caridad– (cf. Ib., 28-29). La encíclica establece así una correspondencia significativa entre eros y ágape, por una parte, y justicia y caridad, por otra. No sólo cada uno de los dos binomios debe estar en una unidad dual, sino que ese género de unidad debe tener vigencia también entre los dos binomios. No existe amor pleno (caritas) que no abarque simultáneamente las dimensiones personal y social de la existencia humana.

Razón-fe y justicia-caridad Como la fe, sostenida por la caridad, sale al encuentro del hombre en cuanto realiza la razón, análogamente la misma caridad, actuando la fe, hace que resplandezca plenamente el «orden justo» de la sociedad. La caridad no absorbe la justicia, y la fe no es un sucedáneo de la razón. Así se documenta la importancia antropológica y social de la fe, pues «el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado» (Gaudium et spes, 22). Apoyándose en esta base, la Iglesia colabora y sostiene la política, pero no la sustituye: «la Iglesia no puede ni debe emprender por su cuenta la empresa política de realizar la sociedad más justa posible. No puede ni debe sustituir al Estado. Pero tampoco puede ni debe quedarse al margen en la lucha por la justicia» (Deus caritas est, 28). Es un servicio que la Iglesia presta a los hombres de todas las generaciones y que nunca se puede considerar acabado del todo, pues en el campo social, al igual que en otros, no se actúa formulando una teoría correcta para aplicarla después a la realidad. Sería como tratar de encontrar el «lugar inexistente» de la utopía.


En cambio, toda tentación utópica queda vencida por el compromiso «crítico» de los hombres con los procesos históricos propios de su época. Por consiguiente, los cristianos, en cordial colaboración con todos, están llamados a tratar de realizar, cada vez, el orden justo de la sociedad. Por esta razón, no hay época histórica que pueda eximirse de la necesaria purificación de la ideología, para que no se convierta en matriz de utopías, siempre violentas. El siglo XX dio abundantes confirmaciones de esta verdad.

El Estado al servicio de la sociedad A estas afirmaciones el Papa añade, también en el número 28, dos consideraciones de gran importancia. En primer lugar, Benedicto XVI recuerda uno de los puntos fundamentales de la doctrina social de la Iglesia: el principio de subsidiariedad. Según este principio, se afirma la primacía de la persona y de los organismos intermedios en la vida de la sociedad, al servicio de los cuales deben ponerse las instituciones estatales de cualquier grado. Entre la vida política y el Estado no puede existir una ecuación; es un cortocircuito. En efecto, prescindiendo del problema que implica el término, puesto de relieve con frecuencia desde finales del siglo XVII, no se puede renunciar a cierta primacía de la sociedad civil. Es el lugar natural de la confrontación incesante y libre entre personas y comunidades sobre el contenido y la práctica de lo que ya Aristóteles llamaba «la vida buena». Las nuevas formas de sana laicidad, tan invocadas hoy también para afrontar el delicado problema de la interculturalidad y de la interreligiosidad, no encuentran el orden de la justicia sin la confrontación apasionada de todos los sujetos portadores de diversas hermenéuticas. Y esto se debe ante todo al paciente e indomable diálogo que los organismos intermedios, comenzando por la familia, deben promover en el crisol de la sociedad civil y que luego las instituciones estatales, respetando plenamente las reglas democráticas, están llamadas a respetar y garantizar en el ejercicio equilibrado de la triple autoridad de legislación, gobierno y administración de la justicia.

APOYÁNDOSE EN ESTA BASE, LA IGLESIA COLABORA Y SOSTIENE LA POLÍTICA, PERO NO LA SUSTITUYE: «LA IGLESIA NO PUEDE NI DEBE EMPRENDER POR SU CUENTA LA EMPRESA POLÍTICA DE REALIZAR LA SOCIEDAD MÁS JUSTA POSIBLE. NO PUEDE NI DEBE SUSTITUIR AL ESTADO. PERO TAMPOCO PUEDE NI DEBE QUEDARSE AL MARGEN EN LA LUCHA POR LA JUSTICIA» (DEUS CARITAS EST, 28).

La caridad nunca tendrá fin En segundo lugar, el Papa habla de un nivel del servicio de la caridad intrínsecamente unido al amor, que no se puede reducir al orden social, siempre contingente, de la justicia. «No hay ningún orden estatal, por justo que sea, que haga superfluo el servicio

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TODA TENTACIÓN UTÓPICA QUEDA VENCIDA POR EL COMPROMISO «CRÍTICO» DE LOS HOMBRES CON LOS PROCESOS HISTÓRICOS PROPIOS DE SU ÉPOCA. POR CONSIGUIENTE, LOS CRISTIANOS, EN CORDIAL COLABORACIÓN CON TODOS, ESTÁN LLAMADOS A TRATAR DE REALIZAR, CADA VEZ, EL ORDEN JUSTO DE LA SOCIEDAD. POR ESTA RAZÓN, NO HAY ÉPOCA HISTÓRICA QUE PUEDA EXIMIRSE DE LA NECESARIA PURIFICACIÓN DE LA IDEOLOGÍA, PARA QUE NO SE CONVIERTA EN MATRIZ DE UTOPÍAS, SIEMPRE VIOLENTAS. EL SIGLO XX DIO ABUNDANTES CONFIRMACIONES DE ESTA VERDAD.

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del amor» (n. 28). Como ilustra claramente la primera parte de la encíclica (ct. n. 6), la urgencia de ser amado definitivamente y de amar definitivamente expresa el núcleo duro de la dignidad de toda persona. A partir de este núcleo duro, referido en última instancia al amor del Dios trascendente, la dignidad de cada persona resulta irrenunciable y se impone su respeto y promoción. Se trata de un deber que incumbe, en particular, a quienes están revestidos de cualquier tipo de autoridad. De este modo el servicio de la caridad, al poner de manifiesto lo irrenunciable del proprium de cada hombre, exalta el fundamento del orden de justicia necesario. Con una hermosa expresión de Pablo VI, podemos decir que el Papa muestra una vez más cómo la Iglesia es experta en humanidad.

Una tarea educativa ¿De qué manera la Iglesia da su contribución específica a la sociedad civil y a la política? El número 29 de la encíclica describe este articulado servicio que presta la comunidad cristiana a todos los hombres. La Iglesia realiza, ante todo, una tarea específica en la construcción de un orden social justo mediante su función educativa. El Papa la llama tarea mediática, ya que «el deber inmediato de actuar a favor de un orden justo en la sociedad es más bien propio de los fieles laicos» (n. 29). Toda la comunidad eclesial, en sus diversas formas –familias, parroquias, escuelas, asociaciones, centros culturales…–, está llamada a realizar esta tarea plenamente antropológica, según una antropología en la que la persona y la sociedad forman una unidad dual. El Papa invita a todos a llevar a cabo esta tarea de educación según «el pensamiento de Cristo» (cf. 1 Co 2, 16). Debemos realizarla activamente sea como educadores sea como educandos. Ciertamente, el Compendio de la doctrina social de la Iglesia, que condensa principios de reflexión, criterios de juicio y directrices de acción, es un instrumento privilegiado para llevar a cabo esta tarea educativa, la cual ha de realizarse simultáneamente en sus tres niveles, buscando, en toda situación y en toda circunstancia, la construcción de una cultura integral, capaz de interpretar todo el humanum (el Papa habla de «lo que es conforme a la naturaleza de todo ser humano», n. 28). De cómo y cuánto cumpla con seriedad la comunidad cristiana esta tarea pedagógica primaria dependerá en gran parte la segunda modalidad de acción eclesial, que caracteriza la vocación específica de los fieles laicos en el mundo. En efecto, por lo que atañe a la práctica de la caridad social –es significativa la referencia que


hace la encíclica al número 1939 del Catecismo de la Iglesia Católica, dado que en ese artículo se identifica la caridad social con el principio de solidaridad, tan esencial como el de subsidiariedad–, los laicos deben ser los protagonistas directos. Los fieles laicos viven su misión de modo adecuado educándose y educando en la caridad, pero, al mismo tiempo, realizando concretamente la caridad social en las miles de formas que requieren las circunstancias, las situaciones y la creatividad de las personas y los grupos. Suscitan interrogantes, plantean problemas y desafíos, hacen propuestas y prácticas encaminadas a construir la «vida buena» tanto personal como social. Una tercera modalidad del servicio de la caridad es la propia de las organizaciones caritativas de la Iglesia, expresión privilegiada de la preferencia de Jesús por los pobres. En ellas se concentran, en cierto sentido, tanto la función educativa –las instituciones caritativas deberían ser siempre modelos de la figura plena de la caridad– como la del ejercicio de la caridad social asumiendo una responsabilidad directa. La creación de obras de caridad resulta así una expresión significativa de la madurez de una comunidad cristiana. Parte fundamental del compromiso social y político de los cristianos es garantizar que en la sociedad civil exista y se mantenga el espacio para la creación de esas obras. De este modo, el opus proprium (cf. Deus caritas est, 29) que la Iglesia realiza mediante las organizaciones caritativas resulta signo eficaz de esperanza en la compleja sociedad posmoderna que los mismos fieles laicos deben afrontar concretamente en el marco, hoy con frecuencia plural, de la familia humana. Así, «fe, esperanza y caridad están unidas» (n. 39) y muestran la contribución de la Iglesia al pesado pero fascinante deber, común a todos los hombres, de construir un orden justo en este mundo.

LA CREACIÓN DE OBRAS DE CARIDAD RESULTA ASÍ UNA EXPRESIÓN SIGNIFICATIVA DE LA MADUREZ DE UNA COMUNIDAD CRISTIANA. PARTE FUNDAMENTAL DEL COMPROMISO SOCIAL Y POLÍTICO DE LOS CRISTIANOS ES GARANTIZAR QUE EN LA SOCIEDAD CIVIL EXISTA Y SE MANTENGA EL ESPACIO PARA LA CREACIÓN DE ESAS OBRAS.

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CONSIDERACIONES A PROPÓSITO DE LA NUEVA LEY DE MATRIMONIO CIVIL

¿Qué queda del Matrimonio en Chile? POR GONZALO IBÁÑEZ SANTA MARÍA

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BUENA PARTE –LA MÁS AGUDA– DE ESTA DEGRADACIÓN DE LA INSTITUCIÓN MATRIMONIAL TANTO COMO LA MISMA PROMULGACIÓN DE LA NUEVA LEY HA SUCEDIDO BAJO EL SUPUESTO IMPERIO DEL ART. 1° DE LA CONSTITUCIÓN POLÍTICA DEL ESTADO. ESTE HA QUEDADO AISLADO COMO UNA DECLARACIÓN DE BUENAS INTENCIONES MOSTRANDO QUE POCO Y NADA SE OBTIENE CON UN TEXTO LEGAL SI, A LA VEZ, NO SE GANA EL RESPALDO DE LA CULTURA CIUDADANA.

ntre los fundamentos más preciados de la estructura cultural y moral de nuestra patria han tenido un lugar de honor, durante mucho tiempo, las instituciones del matrimonio y, sobre la base de éste, la de la familia. Los chilenos no hemos errado al respecto, porque, más allá de consideraciones ideológicas, la realidad y la experiencia demuestran sin lugar a dudas que esas instituciones son insustituibles a la hora de construir con solidez y de manera perdurable la obra que es la patria. En el matrimonio uno e indisoluble, obra de amor sin claudicaciones, los chilenos, varones y mujeres, hemos encontrado, por generaciones, el mejor camino para labrar nuestro futuro y nuestra plenitud personal. Ello, tanto en la entrega de cónyuges, unos a otros, como en la entrega que ambos hacen de sus propias individualidades a la formación de nuevas personas –la familia– que, en su momento, aseguran también la continuidad de la patria. Entre muchas disposiciones legales que apuntan a recoger este acervo de cultura y experiencia, dos destacan con nitidez. La primera es el art. 102 del Código Civil donde la mano insuperable de Andrés Bello define al matrimonio como «un contrato solemne por el cual un hombre y una mujer se unen actual e indisolublemente, y por toda la vida, con el fin de vivir juntos, de procrear, y de auxiliarse mutuamente».

La otra es el art. 1º de la Constitución Política actualmente vigente: «Las personas nacen libres e iguales en dignidad y derechos. La familia es el núcleo fundamental de la sociedad. El Estado reconoce y ampara a los grupos intermedios a través de los cuales se organiza y estructura la sociedad y les garantiza la adecuada autonomía para cumplir sus propios fines específicos. El Estado está al servicio de la persona humana y su finalidad es promover el bien común, para lo cual debe contribuir a crear las condiciones sociales que permitan a todos y a cada uno de los integrantes de la comunidad nacional su mayor realización espiritual y material posible, con pleno respeto a los derechos y garantías que esta Constitución establece.

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«La paradoja incluso es más profunda. Hasta antes del cambio legal, casarse en Chile con una prevención acerca de la indisolubilidad del matrimonio, constituía un acto que adolecía de objeto ilícito y que, por ende, hacía nulo al contrato. Hoy día, lo que adolece de objeto ilícito es todo lo contrario, esto es, casarse afirmando irrevocablemente la indisolubilidad del matrimonio hasta renunciar a la posibilidad de divorcio que abre la nueva ley. Los chilenos vemos así hecha pedazos nuestra libertad civil por una ley que declara ilícita la única conducta que hasta el momento anterior era lícita». (San Alberto Hurtado bendiciendo un matrimonio) Es deber del Estado resguardar la seguridad nacional, dar protección a la población y a la familia, propender al fortalecimiento de ésta, promover la integración armónica de todos los sectores de la nación y asegurar el derecho de las personas a participar con igualdad de oportunidades en la vida nacional».

La definición de Andrés Bello no respondió a una eventual concesión a las ideas de turno o a presiones religiosas, sino a la íntima convicción de que la unión entre varón y mujer orientada a la vida juntos y a la procreación debía necesariamente ser para toda la vida si, de verdad, quería alcanzar esos fines. Y también ha constituido íntima convicción

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Y TAMBIÉN HA CONSTITUIDO ÍNTIMA CONVICCIÓN NACIONAL, A LO LARGO DE SIGLOS, QUE SÓLO LA UNIÓN ASÍ FORMALIZADA PUEDE DENOMINARSE CON LICITUD MATRIMONIO Y DAR BASE A LA FAMILIA, LLAMADA POR LA CONSTITUCIÓN A CONSTITUIR EL NÚCLEO DE LA SOCIEDAD.

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nacional, a lo largo de siglos, que sólo la unión así formalizada puede denominarse con licitud matrimonio y dar base a la familia, llamada por la Constitución a constituir el núcleo de la sociedad. Sin embargo, el reconocimiento de lo que en nuestra historia ha constituido uno de los pilares sobre los cuales se ha edificado la patria no hace sino más abrumadora la evidencia del deteriorado estado en que se encuentran en el Chile de hoy las instituciones del matrimonio y de la familia. No es posible ignorar el desencanto que manifiestan muchos jóvenes frente a la oportunidad que significa el matrimonio, y duele que así suceda. Es lamentable que esos jóvenes prefieran el camino precario de las uniones pasajeras, porque es camino constitutivo de un alto riesgo para esos mismos jóvenes, para los hijos que puedan tener y, por esa vía, para todo el país. No es posible ignorar, y menos despreocuparse, de las tasas de embarazo adolescente y del alto número de familias uniparentales donde uno solo de los progenitores, sobre todo la mujer, lleva sobre sus hombros el peso de la formación de los hijos. No es posible ignorar ni menos ser indiferente ante las situaciones de violencia doméstica y de menoscabo en que muchas veces suelen encontrarse sobre todo mujeres y niños abandonados por padres y maridos. No es tampoco posible ignorar cómo ha descendido, en definitiva, el número de matrimonios y, sobre todo, el número de nacimientos, hasta el punto de que nuestro país se está volviendo un país donde la población numéricamente se ha estancado y, por eso, es cada día menos joven y más adulta, cuando no más anciana. Enfrentar algunos aspectos de esta dramática realidad ha obligado al país a desarrollar un esfuerzo considerable. Por ejemplo, potenciar la educación parvularia de modo de facilitar la vida a un creciente número de mujeres que deben concurrir a trabajos que les son estrictamente necesarios, porque han sido abandonadas por sus cónyuges y no tienen quién les cuide sus hijos. Pero, precisamente, porque este esfuerzo es muy grande asombra la frivolidad con que se suele abordar el uso de la sexualidad que, para muchos, no es sino un motivo de placer personal. Y es más asombroso aun que sea desde el mismo gobierno de la República que se organicen campañas que, con el pretexto de educación sexual, terminen promoviendo todavía más la frivolidad en esta materia e incitando a los jóvenes a un uso de su sexualidad del cual la procreación de nuevos hijos está excluida casi del todo y, por lo tanto, y con mayor ahínco, lo está la institución matrimonial. Crisis sobre crisis, toda esta situación configura un cuadro de tal gravedad que su visión, a veces, desalienta; en todo caso, preocupa y alarma. Estos hechos encuentran sus orígenes directos cuarenta años atrás, cuando el entonces Presidente de la República en ejercicio, Eduardo


La definición de Andrés Bello no respondió a una eventual concesión a las ideas de turno o a presiones religiosas, sino a la íntima convicción de que la unión entre varón y mujer orientada a la vida juntos y a la procreación debía necesariamente ser para toda la vida si, de verdad, quería alcanzar esos fines. (Izq., Andrés Bello. Bajo estas líneas, el Código Civil de 1856)

Frei Montalva, de la Democracia Cristiana, decidió importar a Chile los programas de control artificial de la natalidad imperantes en algunos países europeos y en los Estados Unidos de Norteamérica. Fue así como la «anticoncepción» hizo su entrada triunfal en Chile con la consecuencia de que, a poco andar, comenzó a prender entre nosotros la idea de que la sexualidad no tenía por fin primordial la procreación de nuevos seres humanos, sino sólo el afecto entre los cónyuges. Este, por ende, fue separado de su misión trascendente, cual es, precisamente, la apertura a nuevas vidas. Lo que no se advirtió entonces fue que, obrando así, se dejaba al matrimonio sin su sustento básico, pues si un determinado interés de los cónyuges y no el bien de los hijos es de ahora en adelante el fin primordial del matrimonio, ¿por qué insistir en su indisolubilidad o en la fidelidad entre los cónyuges? O ¿por qué, si a través del uso de la sexualidad se pretende sólo transmitir afecto, hemos de considerar como contra natura a las uniones homosexuales? Es indudable que el afecto recíproco entre los cónyuges es de la máxima importancia, como lo es también que, para manifestarse, encuentre una importante vía en el uso de la sexualidad; pero desligar ese afecto de la finalidad procreadora deja sin sentido al matrimonio y, en última instancia, deja sin sentido al mismo afecto humano. Entre los cónyuges, éste encuentra su base en la tarea común cuya consecución los une: la vida juntos y la procreación. Por eso, es

EL RECONOCIMIENTO DE LO QUE EN NUESTRA HISTORIA HA CONSTITUIDO UNO DE LOS PILARES SOBRE LOS CUALES SE HA EDIFICADO LA PATRIA NO HACE SINO MÁS ABRUMADORA LA EVIDENCIA DEL DETERIORADO ESTADO EN QUE SE ENCUENTRAN EN EL CHILE DE HOY LAS INSTITUCIONES DEL MATRIMONIO Y DE LA FAMILIA.

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Y ES MÁS ASOMBROSO AUN QUE SEA DESDE EL MISMO GOBIERNO DE LA REPÚBLICA QUE SE ORGANICEN CAMPAÑAS QUE, CON EL PRETEXTO DE EDUCACIÓN SEXUAL, TERMINEN PROMOVIENDO TODAVÍA MÁS LA FRIVOLIDAD EN ESTA MATERIA E INCITANDO A LOS JÓVENES A UN USO DE SU SEXUALIDAD DEL CUAL LA PROCREACIÓN DE NUEVOS HIJOS ESTÁ EXCLUIDA CASI DEL TODO Y, POR LO TANTO, Y CON MAYOR AHÍNCO, LO ESTÁ LA INSTITUCIÓN MATRIMONIAL.

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recíproco y no egoísta. Eliminada la procreación del horizonte de las tareas humanas, cae el amor mutuo para ser reemplazado por la consideración egoísta y limitativa de los intereses de cada uno. No es de extrañar, entonces, que a poco andar la realidad de muchos matrimonios se haya vuelto lamentable y que los jóvenes de hoy quieran saber poco o nada de compromisos que involucren toda la vida. En esta perspectiva, el texto de la nueva Ley de Matrimonio Civil promulgada hace poco constituye, tal vez, la expresión paradigmática de esta desvalorizada realidad del matrimonio. No puede negarse que esa ley es reflejo de una convicción social que se ha impuesto en nuestra patria desplazando convicciones tradicionales y que aprecia en el matrimonio y la familia algo muy distinto de lo que por generaciones hemos apreciado los chilenos. Por eso, si hoy interesa su análisis, no es para entrar en una carrera por los votos pensando en una vuelta a la antigua ley, sino para advertir la profundidad del cambio cultural que se ha impuesto en nuestra patria y para, a partir de esa constatación, procurar revertirlo ganando mentes y corazones, antes que mayorías parlamentarias. No está de más advertir cómo, en este choque de culturas, las fuerzas se despliegan de una manera muy distinta a como lo están en la confrontación político-partidista. Y tampoco está de más advertir cómo buena parte –la más aguda– de esta degradación de la institución matrimonial tanto como la misma promulgación de la nueva ley ha sucedido bajo el supuesto imperio del art. 1° de la Constitución Política del Estado. Este ha quedado aislado como una declaración de buenas intenciones mostrando que poco y nada se obtiene con un texto legal si, a la vez, no se gana el respaldo de la cultura ciudadana. Al contrario, porque los vientos culturales soplan en otra dirección, a ese artículo le fue torcida de manera grosera su significación natural, como tendremos oportunidad de verlo, para así aprobar esta nueva ley sin que fuera posible intentar nada para evitarlo. Por eso, el análisis que en esta oportunidad quiero hacer de las principales disposiciones de la ley tiene ese objetivo: advertir la raíz cultural –o anticultural– de la enfermedad. De este modo, al contrario a lo que de hecho sucedió al discutir esa ley, podremos fortalecer al art. 1° de la Constitución y evitar que éste sea definitivamente desvirtuado. Sucede que es a través de esta ley de matrimonio que se introducen y consolidan en nuestra legislación disposiciones que, en definitiva, impedirán a los jóvenes chilenos contraer matrimonios verdaderamente tales, cambiándolos por figuras que son simulacros de matrimonio, con el consiguiente riesgo para la formación


de familias sólidas y estables donde las nuevas generaciones de chilenos puedan encontrar el mejor ambiente para su crecimiento, desarrollo y formación. Varias de las más importantes disposiciones de la nueva ley son de tal modo negativas que, si entendemos bien las disposiciones constitucionales, contradicen frontalmente las bases de nuestra institucionalidad, en especial el carácter de núcleo esencial que esas disposiciones reconocen a la familia. Fortalecer la familia y orientar a la juventud en un uso responsable de su sexualidad exigen defender el matrimonio, consolidarlo como una institución permanente y mostrarlo a la juventud como el camino más humano para la perfección de los cónyuges, de los hijos y de toda la sociedad. No tengo dudas acerca de la mejor intención que ha animado a los que promovieron y apoyaron esta nueva ley, pero, más allá de sus intenciones, su articulado contiene disposiciones que las hacen pedazos.

El matrimonio en la nueva Ley de Matrimonio Civil: libertad versus naturaleza. El inicio de esta nueva ley no puede ser mejor. Su art. 1º recoge en su inciso primero la doctrina tradicional sobre el carácter fundamental que el matrimonio y la familia tienen en el edificio social. Así, ese artículo dispone, al igual que la Constitución, que «La familia es el núcleo básico de la sociedad» y agrega «El matrimonio es la base principal de la familia». En su art. 2°, el proyecto dispone al comienzo: «La facultad de contraer matrimonio es un derecho esencial inherente a la naturaleza humana, si se tiene edad para ello». Hasta ahí vamos bien; pero sólo hasta ahí, porque, a pesar de tan categóricas afirmaciones y de lo que dispone el citado y no derogado art. 102 del Código Civil, el art. 42 de la nueva ley estatuye:

ESTOS HECHOS ENCUENTRAN SUS ORÍGENES DIRECTOS CUARENTA AÑOS ATRÁS, CUANDO EL ENTONCES PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA EN EJERCICIO, EDUARDO FREI MONTALVA, DE LA DEMOCRACIA CRISTIANA, DECIDIÓ IMPORTAR A CHILE LOS PROGRAMAS DE CONTROL ARTIFICIAL DE LA NATALIDAD IMPERANTES EN ALGUNOS PAÍSES EUROPEOS Y EN LOS ESTADOS UNIDOS DE NORTEAMÉRICA.(…)

«El matrimonio termina: 1º por la muerte de uno de los cónyuges, 2º por la muerte presunta, cumplidos que sean los plazos señalados en el artículo siguiente 3º por sentencia firme de nulidad, y 4º por sentencia firme de divorcio.»

El Capítulo VI está consagrado al divorcio y comienza con el art. 53: «El divorcio pone término al matrimonio, pero no afectará en modo alguno la filiación ya determinada y el ejercicio de las obligaciones y derechos que emanan de ella».

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(…) FUE ASÍ COMO LA «ANTICONCEPCIÓN» HIZO SU ENTRADA TRIUNFAL EN CHILE CON LA CONSECUENCIA DE QUE, A POCO ANDAR, COMENZÓ A PRENDER ENTRE NOSOTROS LA IDEA DE QUE LA SEXUALIDAD NO TENÍA POR FIN PRIMORDIAL LA PROCREACIÓN DE NUEVOS SERES HUMANOS, SINO SÓLO EL AFECTO ENTRE LOS CÓNYUGES. ESTE, POR ENDE, FUE SEPARADO DE SU MISIÓN TRASCENDENTE, CUAL ES, PRECISAMENTE, LA APERTURA A NUEVAS VIDAS.(…)

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En los artículos siguientes se señalan las causales de este divorcio, que permiten a un juez dictar sentencia declarando disuelto un matrimonio sin que medien ni motivos de nulidad del contrato respectivo ni, menos, el fallecimiento de uno de los cónyuges. Hay causales constituidas por graves delitos cometidos por uno de los cónyuges, por alcoholismo, drogadicción o conductas homosexuales. Y, también, es causal la solicitud presentada al tribunal por ambos cónyuges o el hecho de no haber convivido juntos durante un tiempo. Es curioso, pero en ninguna parte la ley en cuestión deroga de manera explícita el mencionado artículo 102 del Código Civil, a pesar de contemplar numerosas derogaciones y modificaciones de otras disposiciones legales. Hay un tributo aquí a la verdad que contempla la definición de don Andrés Bello y, por ello, hay una evidente falta de consecuencia para decir de manera expresa que el matrimonio, según el nuevo proyecto, deja de ser indisoluble. La derogación del art. 102 es solamente tácita, pero no por ello menos derogación, la cual queda remachada por la disposición del art. 57 de esta nueva ley: «La acción de divorcio es irrenunciable y no se extingue por el mero transcurso del tiempo».

Tan remachada como por la disposición final del art. 59: «. . . Efectuada la subinscripción, la sentencia será oponible a terceros y los cónyuges adquirirán el estado civil de divorciados, con lo que podrán volver a contraer matrimonio».

Pero si bien es posible derogar un artículo como el N° 102 del Código Civil, algo muy distinto es tratar de derogar la realidad de las cosas. De hecho, el carácter de disoluble que la nueva ley pretende introducir al matrimonio hace que, en definitiva, el contrato que se celebre aceptando las reglas que ella contempla deje de tener la esencia del matrimonio y levanta un obstáculo mayor para que la unión así contraída pueda proyectarse en una familia sólida y estable como aquella en la cual pensó el constituyente chileno cuando la definió en el art. 1º de la Constitución como el núcleo fundamental de la sociedad. Dentro de las causales para impetrar el divorcio las hay que son muy graves, otras no tanto; pero ninguna de ellas es en sí misma capaz de variar la naturaleza de un contrato como el de matrimonio. Sin duda, en esas causales hay retratados casos muy dramáticos, pero despojar al matrimonio de una de sus notas esenciales, como es el irrevocable carácter de por vida que lo define,


termina por dejar a la familia sin su adecuado sustento; a la sociedad, sin su núcleo fundamental; a los hijos, sin garantizar su derecho a la consagración de sus padres a su educación y formación; a los cónyuges, sin garantizar el camino de plenitud que significa la vida juntos que se han prometido hasta que la muerte los separe. La contundencia, claridad y profundidad del ya citado artículo 1º de la Constitución contrastadas con las disposiciones transcritas de la nueva ley no permiten dudas a la hora de las conclusiones. Esta ley no sólo no cumple con las taxativas obligaciones que el artículo primero de la Constitución impone al Estado de Chile y, por ende, a sus leyes, sino que, muy por el contrario, constituye un ataque a lo que dicho artículo preceptúa. Es decir, constituye un ataque a la piedra fundamental de la organización de nuestra patria. Pero, entendámonos: en nuestro país, antes que el cambio legal, operó el cambio cultural, con lo cual aquél fue cuestión de poco tiempo. Y es ese cambio cultural el que constituye un ataque a los fundamentos de nuestra institucionalidad. En definitiva, mi parecer es que en Chile se ha impuesto en la mentalidad ciudadana la tesis de que el ejercicio de la libertad individual no tiene que cuidar ningún bien especial distinto de aquel que cada uno defina como tal. Es decir, en nuestro país se ha hecho carne la vieja idea –viejísima– de que la libertad de cada uno es intrínsecamente autónoma; es decir, fija sus propias normas, y que su uso no tiene por qué referirse a las exigencias de una supuesta naturaleza propia del ser humano. Es cierto que ni aun los defensores más acérrimos de esta tesis estarían dispuestos a tirarse de un décimo piso con el pretexto de que así se baja más rápido. En ese caso, la naturaleza humana se impone al ejercicio de la libertad: no se puede bajar de esa manera, porque esa naturaleza es la de un ser dotado de un cuerpo que cae al vacío de igual manera como cae un tronco o un saco de papas. Tampoco, nadie en su sano juicio aceptará tomarse una copa de arsénico como bajativo después de una comida, aunque ésta haya sido muy abundante. Se impone el conocimiento de que nuestro esófago y estómago no tienen las paredes enlozadas y que, por ende, el arsénico en ellos no se comporta como lo hace en un lavatorio o en un lavaplatos. Hasta ahí, la aceptación instintiva de la naturaleza como fuente orientadora para el ejercicio de la libertad. Pero aceptar que esa naturaleza pueda hacerse presente en las relaciones entre individuos de la especie humana parece que es mucho pedir a una sustantiva mayoría de nuestros compatriotas. En este ámbito, en especial cuando se trata del uso de la sexualidad, para muchos no hay naturaleza cuyo estudio aparezca exigido como dato previo a un ejercicio prudente de la libertad. Es el «grito» de emancipación de lo que algunos, desconociendo que en la historia humana no hay

(…) LO QUE NO SE ADVIRTIÓ ENTONCES FUE QUE, OBRANDO ASÍ, SE DEJABA AL MATRIMONIO SIN SU SUSTENTO BÁSICO, PUES SI UN DETERMINADO INTERÉS DE LOS CÓNYUGES Y NO EL BIEN DE LOS HIJOS ES DE AHORA EN ADELANTE EL FIN PRIMORDIAL DEL MATRIMONIO, ¿POR QUÉ INSISTIR EN SU INDISOLUBILIDAD O EN LA FIDELIDAD ENTRE LOS CÓNYUGES? O ¿POR QUÉ, SI A TRAVÉS DEL USO DE LA SEXUALIDAD SE PRETENDE SÓLO TRASMITIR AFECTO, HEMOS DE CONSIDERAR COMO CONTRA NATURA A LAS UNIONES HOMOSEXUALES?

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ELIMINADA LA PROCREACIÓN DEL HORIZONTE DE LAS TAREAS HUMANAS, CAE EL AMOR MUTUO PARA SER REEMPLAZADO POR LA CONSIDERACIÓN EGOÍSTA Y LIMITATIVA DE LOS INTERESES DE CADA UNO. NO ES DE EXTRAÑAR, ENTONCES, QUE A POCO ANDAR, LA REALIDAD DE MUCHOS MATRIMONIOS SE HAYA VUELTO LAMENTABLE Y QUE LOS JÓVENES DE HOY QUIERAN SABER POCO O NADA DE COMPROMISOS QUE INVOLUCREN TODA LA VIDA.

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«nada nuevo bajo el sol», denominan la «modernidad»: libertad, sí; naturaleza, no. En especial, esta idea ha hecho carne en grupos muy sustantivos de la juventud chilena. Por eso, daría lo mismo, por ejemplo, ser de un sexo o del otro y, por ende, serían moralmente indiferentes las relaciones heterosexuales o las homosexuales; la fidelidad o el adulterio; tener o no tener hijos; preocuparse o no de ellos; tener una sola familia o formar muchas paralelas o consecutivas; etc. Sin embargo, no da lo mismo. Querámoslo o no, en el ámbito que nos ocupa hay una realidad de las cosas –o naturaleza– que es tal al margen de lo que pensemos acerca de esas cosas. El conocimiento de esa realidad es el que nos proporciona un criterio para ejercer después nuestra libertad hasta el punto de que pretender saltársela es la mejor manera de ir a un franco descalabro individual y colectivo. En el debate que ocurrió cuando la referida ley se tramitaba en el Congreso Nacional, fueron varios los que sostuvieron que, por no definir el constituyente qué entendía por familia, ésta podía entenderse de muy distintas maneras y que, por eso, nadie estaba autorizado para ver en el entonces proyecto de ley un atentado contra ella. Es lo que afirmaban, desde luego, los autores de la moción parlamentaria que inició ese proyecto: «Nuestra Constitución si bien no es valóricamente neutra, no define en ningún momento su idea de familia, o el vínculo directo de ésta con el matrimonio, dejando abierta la posibilidad de que sea la sociedad, en cada época histórica, la que establezca cómo se harán efectivas las aspiraciones programáticas consagradas por la Constitución en esta materia» (Boletín 1759-18, pág. III). Esta afirmación no sólo es errónea, sino que configura una grave ofensa a los constituyentes y al pueblo de Chile. ¿Cómo alguien puede suponer que una institución señalada como «núcleo de la sociedad» pueda no disponer, en el nivel constitucional, de una identidad claramente definida? Si el «núcleo de la sociedad» es algo cuya definición queda entregada a vaivenes conceptuales o a eventuales cambios de mayorías parlamentarias, ¿qué podemos decir del resto de la sociedad que se organiza alrededor de ese núcleo? Aceptar la tesis de que cuando se habla de familia no se habla sino de un nombre que puede recibir muy diferentes contenidos, aun contradictorios entre ellos, significa irremediablemente aceptar que todo en la sociedad carece de una definición precisa y que a los nombres que designan los diferentes elementos de esa sociedad se les puede atribuir arbitrariamente cualquier contenido. Las mismas nociones de Estado, de sociedad, de justicia, de tribunales, de contrato, de propiedad, de filiación, de hombre y de mujer pasarían a ser nombres desprovistos de un significado real y quedarían prestos para ser llenados, momento


a momento, con contenidos que pueden, incluso, no tener nada que ver entre sí. A similar conclusión se puede llegar en relación a las indicaciones con que el Poder Ejecutivo se hizo parte de este proyecto en el segundo trámite constitucional. En la página tercera del texto que el Ejecutivo presentó en el Senado se consigna esta afirmación: «De ahí que nuestra función como Gobierno deba, en el marco regulatorio general, desprenderse de una toma de posición que refleje un contenido valórico determinado, de entre aquellos que coexisten en la comunidad. Muy por el contrario, se debe potenciar a través de éste la expresión más viva de la diversidad de opinión, credo u orientación moral, considerando como limitación única y sustancial, el adecuado respeto de los derechos individuales de los demás miembros de la comunidad. Por ello, no resulta posible asumir una postura frente a un tema propio del orden civil que considere sólo algunas de las visiones presentes en la sociedad, pues ello nos alejaría sustancialmente del imperativo antes señalado». Desde luego, cabe señalar que ese proyecto –y la actual ley–, al instituir la divorciabilidad del matrimonio, viola garantías constitucionales básicas de los hijos, de los mismos cónyuges y de todos quienes habitamos en una sociedad como la chilena. Es más grave, con todo, que el gobierno de entonces haya creído que las distintas posiciones que al respecto se tenían no eran susceptibles de ningún examen crítico, de tal manera que, en definitiva, todas valían por igual. No acertamos a saber cómo pretendía reflejar en «su» posición «todas» las posiciones que hay sobre este tema, cuando ellas –al menos, las principales– son contradictorias. Al parecer, ese gobierno creía que lo único en juego en el debate que ha sacudido a nuestra patria sobre los temas que ahora nos ocupan son sólo posiciones teóricas o ideológicas carentes de toda conexión con la realidad tanto de las personas como de la misma sociedad cuando, de verdad, es precisamente esta realidad la que está en juego y que es en su examen y en el examen de la experiencia que de ella dimana donde hemos de buscar y encontrar la respuesta al dilema que enfrentamos. El sofisma que sostiene que todas las posiciones frente a un tema tan importante son igualmente válidas y que, por consiguiente, niega contenidos propios a los nombres que expresan las realidades más sustantivas de un orden social, conduce derechamente a la situación de la Torre de Babel, en la cual nadie se entendía con nadie. No es una situación que pueda ser aceptada para nuestra patria ni para nuestra Constitución y, por eso, corresponde desde luego abocarse a estudiar cuál es la realidad social a la cual el constituyente designó con el nombre de familia hasta el punto de destacarla como el «núcleo de la sociedad». En este punto no hay misterio. La familia

DESPOJAR AL MATRIMONIO DE UNA DE SUS NOTAS ESENCIALES, COMO ES EL IRREVOCABLE CARÁCTER DE POR VIDA QUE LO DEFINE, TERMINA POR DEJAR A LA FAMILIA SIN SU ADECUADO SUSTENTO; A LA SOCIEDAD, SIN SU NÚCLEO FUNDAMENTAL; A LOS HIJOS, SIN GARANTIZAR SU DERECHO A LA CONSAGRACIÓN DE SUS PADRES A SU EDUCACIÓN Y FORMACIÓN; A LOS CÓNYUGES, SIN GARANTIZAR EL CAMINO DE PLENITUD QUE SIGNIFICA LA VIDA JUNTOS QUE SE HAN PROMETIDO HASTA QUE LA MUERTE LOS SEPARE.

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ESTA LEY NO SÓLO NO CUMPLE CON LAS TAXATIVAS OBLIGACIONES QUE EL ARTÍCULO PRIMERO DE LA CONSTITUCIÓN IMPONE AL ESTADO DE CHILE Y, POR ENDE, A SUS LEYES, SINO QUE, MUY POR EL CONTRARIO, CONSTITUYE UN ATAQUE A LO QUE DICHO ARTÍCULO PRECEPTÚA. ES DECIR, CONSTITUYE UN ATAQUE A LA PIEDRA FUNDAMENTAL DE LA ORGANIZACIÓN DE NUESTRA PATRIA. (…)

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en sentido estricto es aquella sociedad básica constituida por el matrimonio entre un varón y una mujer y los hijos habidos entre ellos. Por extensión, puede comprender asimismo a los padres de los cónyuges, a los hermanos, y otros parientes más o menos cercanos. En un sentido más amplio, denominamos también familia a aquella comunidad formada por uno de los progenitores –de ordinario, la madre– y los hijos habidos sin que haya mediado ni medie matrimonio entre aquellos progenitores. Pero, estas últimas son familias en un sentido analógico, es decir, en la medida en que en aspectos importantes se asemejan a la familia propiamente tal, pero que, en otros, se diferencian. De ninguna manera se trata, al expresar estas diferencias, de menospreciar estos otros núcleos familiares. Al contrario, no sólo merecen respeto, sino, muchas veces, admiración por la entrega y fortaleza que demuestra el progenitor que queda a cargo de los hijos en el cuidado y formación de éstos. Por eso, porque también participan de la realidad sustantiva de la familia, no sólo corresponde llamarlas con el mismo nombre, sino también reconocerlas como contenidas en el artículo primero de nuestra Constitución. Pero, precisamente, para sentirlas incorporadas en el sentido a que he hecho referencia, es absolutamente preciso reconocer que la realidad propia de la familia es aquella que he definido al comienzo de este acápite. Y que la protección que debe el Estado a la familia ha de tener por objetivo primordial esta realidad, porque de no tenerla, tampoco recibirán esa protección aquellas otras que por analogía también denominamos familia. Pues bien, esta familia se sustenta como en su única e inconmovible base en el matrimonio según lo define Andrés Bello en el citado art. 102 del Código Civil: «El matrimonio es un contrato solemne por el cual un hombre y una mujer se unen actual e indisolublemente, y por toda la vida, con el fin de vivir juntos, de procrear, y de auxiliarse mutuamente». Definición precisa, como hay pocas, cuyo origen, según ya lo hemos notado, es menester buscarlo no en una genial ocurrencia de su autor, sino en la preocupación que éste tenía por reflejar en las definiciones conceptuales de las leyes las realidades más fundamentales del orden social. Esta definición recoge así las notas esenciales de lo que es, considerada en sí misma, la persona humana tanto en su versión femenina, la mujer, como en su versión masculina, el varón. Ni ella ni él realizan de manera individual la plenitud de la naturaleza humana sino en la unión matrimonial, es decir, en la mutua entrega que se hacen el uno al otro y viceversa de modo de enfrentar, desde entonces, toda la vida consiguiente enteramente juntos y, en esa unión, procrear los nuevos miembros de la especie humana.


La naturaleza propia del varón tanto como la de la mujer impulsan sin género de dudas a este tipo de unidad, como aquella en la cual, y sólo en la cual, puede realizarse a plenitud la humanidad de cada uno. Por eso, es una unidad de por vida, pues es unidad total, sin reservas ni ambages. Y esta exigencia de la humanidad propia de cada cónyuge es similar a la exigencia de la humanidad de los hijos que nacen de esa unión. Ellos nacen desprovistos de toda protección y con sólo una incipiente formación como personas, tanto en lo físico como en lo espiritual. Para ellos, es esencial la presencia y acción mancomunada de sus padres y, sobre todo, la consagración de estos padres al desarrollo de sus hijos como actividad primordial de la vida de cada uno. Esta es la belleza inconmensurable de una institución como el matrimonio; esta es la aventura a la cual estamos llamadas las personas y este es el camino que nuestra naturaleza nos enseña como el óptimo para alcanzar nuestra finalidad como seres humanos, es decir, como seres libres y racionales. Ese es el amor humano: el acto por el cual uno se encuentra con su propia dignidad y con su propia valía es el acto por el cual uno se entrega por el bien del otro, para construir junto a él una nueva obra común que es la vida en complementación y la vida de los hijos que brotan de esa entrega sin reservas. Es cierto que la vida en conjunto puede ser visualizada como temporal, aun como pasajera, y que en esa relación pueden también concebirse nuevos hijos. Pero ¿responde esa relación a los requerimientos más profundos de nuestra realidad? En este sentido, nuestra vida es una paradoja, pues es dándose que uno se encuentra y, por eso, en una dación parcial uno se encuentra sólo parcialmente. El egoísmo implícito en este tipo de uniones, en cuanto en ellas uno se niega a donarse por completo a la otra persona, juega, en definitiva, contra uno mismo y termina por destruirlo. El caso de los hijos habidos en esas circunstancias es aun más dramático. No son el fruto de un amor pleno, sino de un acto teñido de egoísmo, que, después, marca de manera casi indeleble las relaciones con sus padres y donde, por cierto, ellos sacan la peor parte. De hecho, quedan abandonados, en el mejor de los casos, a lo que pueda hacer uno de sus progenitores; como hemos dicho, habitualmente la madre. Las consecuencias ya evidentes de no respetar estos parámetros mínimos en el uso de la libertad permiten extraer una conclusión básica: no cualquier uso de la libertad humana conduce a nuestro bien. No basta con querer que las cosas resulten bien, para que así resulten en definitiva. El ejercicio de la libertad debe ser iluminado por la prudencia y ésta fundamenta sus dictámenes sobre la base de los datos que recoge, en primer lugar, del conocimiento de nuestra propia naturaleza y, en seguida, de la experiencia. Estamos dotados

(…)EN NUESTRO PAÍS, ANTES QUE EL CAMBIO LEGAL, OPERÓ EL CAMBIO CULTURAL, CON LO CUAL AQUÉL FUE CUESTIÓN DE POCO TIEMPO. Y ES ESE CAMBIO CULTURAL EL QUE CONSTITUYE UN ATAQUE A LOS FUNDAMENTOS DE NUESTRA INSTITUCIONALIDAD. EN DEFINITIVA, MI PARECER ES QUE EN CHILE SE HA IMPUESTO EN LA MENTALIDAD CIUDADANA LA TESIS DE QUE EL EJERCICIO DE LA LIBERTAD INDIVIDUAL NO TIENE QUE CUIDAR NINGÚN BIEN ESPECIAL DISTINTO DE AQUEL QUE CADA UNO DEFINA COMO TAL.

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EL HECHO REITERADO A TRAVÉS DE DÉCADAS DE QUE LOS TRIBUNALES EVADIERAN SU RESPONSABILIDAD EN ESTA MATERIA Y EXIGIERAN A LAS PARTES EN LITIGIO LLEGAR A UN ACUERDO PREVIO DE CUYA FIRMA ELLOS IBAN A SER SÓLO MINISTROS DE FE, DEMUESTRA MUY A LAS CLARAS EL FRACASO DEL MODERNO ESTADO CHILENO EN SU PRETENSIÓN DE ORGANIZAR Y RESPALDAR EL MATRIMONIO, COMO SI ÉSTE FUERA UNA INSTITUCIÓN TAN POSTERIOR A ÉL COMO LO SON LOS CONTRATOS DE COMPRAVENTA O DE ARRENDAMIENTO. LA VERDAD ES QUE HAY TRIBUNALES SÓLO SI PREVIAMENTE HAY ESTADO; HAY ESTADO, EN CAMBIO, SI PREVIAMENTE HAY MATRIMONIOS Y SI ÉSTOS FUNCIONAN DE MANERA ADECUADA.

de una realidad cuya consistencia no depende de nuestra voluntad y, por eso, qué sea para nosotros lo más conveniente no depende de un acto de nuestra voluntad, sino de la aceptación de lo que somos y de la decisión de vivir conforme a las reglas que de ahí emanan. En el punto que nos ocupa, la experiencia ya multisecular nos permite extraer una clara conclusión: el bien de los cónyuges y el bien de los hijos son plenamente congruentes en el sentido de que ambos exigen la perennidad de la relación entre varón y mujer, padre y madre. Todo lo demás es camino de frustración y de autodestrucción; de uno mismo y de los demás involucrados en una situación creada para darse un gusto pasajero y no para construir sobre bases duraderas. Un sucinto pero profundo resumen de todo lo que hemos dicho lo constituye la opinión de siete señores ministros de la Excelentísima Corte Suprema consignada en la respuesta que ésta da a la consulta que, por mandato constitucional, se le hizo desde el Congreso Nacional acerca del proyecto de nueva ley de Matrimonio Civil: «Se previene que los ministros señores Gálvez, Rodríguez, Pérez, Espejo, Medina, srta. Morales y señor Oyarzún hacen constar que, en su opinión, el proyecto de ley que es objeto de informe, en cuanto permite disolver el vínculo matrimonial mediante sentencia judicial originada por la acción de divorcio de los cónyuges, contraviene la voluntad expresada en el artículo 1º de la Constitución Política de la República de proteger y fortalecer la familia, reconocida en aquella como núcleo fundamental de la sociedad, como asimismo el deber y finalidad del Estado a ese respecto, de estar al servicio de la persona humana y de promover el bien común, creando las condiciones que permitan a cada uno de los integrantes de la comunidad nacional su mayor realización espiritual posible. Esa voluntad del constituyente se vulnera porque, no obstante reconocer el proyecto que el matrimonio es la base principal de la familia, crea un medio para su destrucción, como lo es el divorcio vincular entregado a la voluntad de los cónyuges, e incluso de uno solo de ellos, sin considerar que la base fundamental de la familia es el matrimonio indisoluble que define el actual artículo 102 del Código Civil, indisolubilidad que es de ley moral natural, impresa en la naturaleza del ser humano y anterior a la misma sociedad».

¿Qué queda del matrimonio en Chile? Uno de los argumentos más manoseados a la hora de apoyar la nueva ley de matrimonio civil, fue el de que los chilenos no podíamos soportar más el fraude que significaban las nulidades matrimoniales concedidas sin examen por los tribunales de justicia. La verdad no

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hay por qué ocultarla, porque es muy instructiva. Hace más de sesenta años, al principio de manera muy excepcional, pero después de manera cada vez más frecuente, los tribunales chilenos, con la excepción de muy pocos, se abrieron a decretar la nulidad de un contrato de matrimonio no por una real causal de nulidad, que las podía haber, sino por una razón falsa: la incompetencia del oficial del registro civil ante el cual se había celebrado el matrimonio. Personalmente no tengo dudas de que muchos de los matrimonios así «anulados» adolecían de defectos que, bien esgrimidos y estudiados, hubieran podido constituir una causal válida de nulidad. Pero, los tribunales no sólo prefirieron el camino fácil de la nulidad fraudulenta, sino que, de hecho, lo exigieron. Por eso, en nuestra

«Un sucinto pero profundo resumen de todo lo que hemos dicho lo constituye la opinión de siete señores ministros de la Excelentísima Corte Suprema consignada en la respuesta que ésta da a la consulta que, por mandato constitucional, se le hizo desde el Congreso Nacional acerca del proyecto de nueva ley de Matrimonio Civil: ‘Se previene que los ministros señores Gálvez, Rodríguez, Pérez, Espejo, Medina, srta. Morales y señor Oyarzún hacen constar que, en su opinión, el proyecto de ley que es objeto de informe, en cuanto permite disolver el vínculo matrimonial mediante sentencia judicial originada por la acción de divorcio de los cónyuges, contraviene la voluntad expresada en el artículo 1º de la Constitución Política de la República de proteger y fortalecer la familia, reconocida en aquella como núcleo fundamental de la sociedad, como asimismo el deber y finalidad del Estado a ese respecto, de estar al servicio de la persona humana y de promover el bien común, creando las condiciones que permitan a cada uno de los integrantes de la comunidad nacional su mayor realización espiritual posible. Esa voluntad del constituyente se vulnera porque, no obstante reconocer el proyecto que el matrimonio es la base principal de la familia, crea un medio para su destrucción, como lo es el divorcio vincular entregado a la voluntad de los cónyuges, e incluso de uno solo de ellos, sin considerar que la base fundamental de la familia es el matrimonio indisoluble que define el actual artículo 102 del Código Civil, indisolubilidad que es de ley moral natural, impresa en la naturaleza del ser humano y anterior a la misma sociedad’».

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CON LAS NULIDADES FRAUDULENTAS, PRIMERO, Y, EN SEGUIDA, CON LA NUEVA LEY APOYADA EN LA MAÑOSA INTERPRETACIÓN AL ARTÍCULO 1° DE LA CONSTITUCIÓN, QUE ABRE EL TÉRMINO «FAMILIA» A CUALQUIER DEFINICIÓN, EL ESTADO CHILENO HA RECONOCIDO SU FRACASO; HA RECONOCIDO QUE LA TAREA DE ORGANIZAR A LOS MATRIMONIOS LE HA QUEDADO INEVITABLEMENTE GRANDE Y QUE, FRENTE A UNA SITUACIÓN DE CRISIS COMO LA QUE ATRAVIESA LA INSTITUCIÓN MATRIMONIAL EN NUESTRA PATRIA, ÉL NO PUEDE O NO QUIERE HACER NADA.(…)

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jurisprudencia resalta que, en la práctica, no haya matrimonios anulados sino por la falsa causal ya mencionada cuando, como decía, todo permite presumir que varios de esos contratos matrimoniales adolecían de causales reales de nulidad. No se crea, sin embargo, que estos hechos sucedieron porque nuestros tribunales hayan sido corruptos, venales o perezosos. Hay algo mucho más profundo en su actitud, cual es el reconocimiento de que ellos no son instancia idónea para conocer las causas matrimoniales. Sucede que el matrimonio y la familia son de hecho los pilares de toda sociedad bien constituida; son anteriores al Estado y, por ende, a su aparato judicial. Si los matrimonios no andan bien; esto es, si quienes lo han contraído no son capaces de cumplir con sus promesas y compromisos, la sociedad queda sin defensa ni remedio; brota un problema al cual los tribunales no pueden ni remotamente dar solución. No es la solidez de los tribunales la condición para que los matrimonios funcionen, sino, al contrario, es la solidez de los matrimonios la condición para que el Estado y todas sus instituciones, incluidos los tribunales, existan y funcionen. El hecho reiterado a través de décadas de que los tribunales evadieran su responsabilidad en esta materia y exigieran a las partes en litigio llegar a un acuerdo previo de cuya firma ellos iban a ser sólo ministros de fe, demuestra muy a las claras el fracaso del moderno Estado chileno en su pretensión de organizar y respaldar el matrimonio, como si éste fuera una institución tan posterior a él como lo son los contratos de compraventa o de arrendamiento. La verdad es que hay tribunales sólo si previamente hay Estado; hay estado, en cambio, si previamente hay matrimonios y si éstos funcionan de manera adecuada. Quienes propiciaron la nueva legislación lo hicieron, entre otros motivos, para poner término a esta anomalía de las nulidades fraudulentas. Pero, para ello, curiosamente, no exigieron probidad a los tribunales, sino que consagraron esa anomalía en nuestra legislación y de la manera más drástica, esto es, permitiendo a los tribunales acabar con el matrimonio, en definitiva, por la sola petición de una de las partes involucradas. En pocas palabras, poniendo término al matrimonio ante la ley civil. Con las nulidades fraudulentas, primero, y, en seguida, con la nueva ley apoyada en la mañosa interpretación al artículo 1° de la Constitución, que abre el término «familia» a cualquier definición, el estado chileno ha reconocido su fracaso; ha reconocido que la tarea de organizar a los matrimonios le ha quedado inevitablemente grande y que, frente a una situación de crisis como la que atraviesa la institución matrimonial en nuestra patria, él no puede o no quiere hacer nada. Por eso, ha declarado pura y simplemente que el matrimonio para


la ley civil no existe más, pues eso y no otra cosa es lo que significa la prohibición de dotar al contrato llamado matrimonial de la cláusula de indisolubilidad que es la que lo define como tal. En este contexto, por otra parte, una legislación también nueva como la que, para efectos sucesorios, equipara a los hijos habidos al interior del matrimonio con los habidos fuera puede provocar como efecto que ahora dé lo mismo tener hijos dentro del matrimonio o fuera de él; en definitiva, que dé lo mismo casarse o no casarse, o casarse una, dos, tres o más veces. La paradoja incluso es más profunda. Hasta antes del cambio legal, casarse en Chile con una prevención acerca de la indisolubilidad del matrimonio, constituía un acto que adolecía de objeto ilícito y que, por ende, hacía nulo al contrato. Hoy día, lo que adolece de objeto ilícito es todo lo contrario, esto es, casarse afirmando irrevocablemente la indisolubilidad del matrimonio hasta renunciar a la posibilidad de divorcio que abre la nueva ley. Los chilenos vemos así hecha pedazos nuestra libertad civil por una ley que declara ilícita la única conducta que hasta el momento anterior era lícita. ¿Qué queda, pues, del matrimonio en Chile? Recordemos que el Estado chileno se arrogó el monopolio de la organización, celebración y tuición de los matrimonios en la anterior Ley de Matrimonio Civil dictada en 1884 y que constituyó la más importante de las entonces denominadas «leyes laicas». Así, en el inciso primero de su artículo N° 1, esa ley prescribía: «El matrimonio que no se celebre con arreglo a las disposiciones de esta ley, no produce efectos civiles». Hasta entonces, la celebración de los matrimonios se hacía según las leyes canónicas, aun respecto de los no creyentes. Para éstos, el cura párroco oficiaba de simple oficial de registro civil, y punto. Lo mismo sucedía con las causas de nulidad matrimonial: eran conocidas y resueltas por los tribunales canónicos. Pero, desde 1884, el Estado chileno, junto con asumir esas tareas, se echó inevitablemente sobre sus hombros toda la responsabilidad anexa. Tal vez, no se dio cuenta de la envergadura de esa tarea y, por eso, en definitiva los hechos posteriores demostraron con creces que ella, como decía recién, le quedó grande por todos los lados y que, en vez de reconocer este fracaso, optó por la peor salida: la de eliminar en nuestra legislación el matrimonio real y dejar en ella sólo una pantomima de tal. La respuesta a nuestra pregunta es, pues, clara, precisa y concisa: en la legislación civil, del matrimonio no queda nada. Lo cual, por cierto no quiere decir que en Chile haya desaparecido realmente el matrimonio. Desapareció de la ley, pero no de la realidad. Queda así el desafío de reencantar a nuestra juventud con un camino para el amor de verdad; un amor de servicio donde la persona, dándose, se encuentre con lo mejor de ella misma.

(…)POR ESO, HA DECLARADO PURA Y SIMPLEMENTE QUE EL MATRIMONIO PARA LA LEY CIVIL NO EXISTE MÁS, PUES ESO Y NO OTRA COSA ES LO QUE SIGNIFICA LA PROHIBICIÓN DE DOTAR AL CONTRATO LLAMADO MATRIMONIAL DE LA CLÁUSULA DE INDISOLUBILIDAD QUE ES LA QUE LO DEFINE COMO TAL. EN ESTE CONTEXTO, POR OTRA PARTE, UNA LEGISLACIÓN TAMBIÉN NUEVA COMO LA QUE, PARA EFECTOS SUCESORIOS, EQUIPARA A LOS HIJOS HABIDOS AL INTERIOR DEL MATRIMONIO CON LOS HABIDOS FUERA PUEDE PROVOCAR COMO EFECTO QUE AHORA DÉ LO MISMO TENER HIJOS DENTRO DEL MATRIMONIO O FUERA DE ÉL; EN DEFINITIVA, QUE DÉ LO MISMO CASARSE O NO CASARSE, O CASARSE UNA, DOS, TRES O MÁS VECES.

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La Verdad

POR JORGE CARDENAL MEDINA ESTÉVEZ

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omo como punto de partida la afirmación de Jesús cuando dice que «la verdad os hará libres» (Jn 8, 32). El sentido de esta breve sentencia es doble. Por una parte estigmatiza toda forma de falsedad, puesto que la mentira es esclavizante y demoledora. Por otra, no podemos olvidar que Jesús mismo es la Verdad, como Él mismo lo afirma «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14, 6). Se trata, pues, de la verdad moral que es garantía necesaria para la convivencia humana y, más profundamente todavía, de la verdad ontológica, de la identidad de cada ser que debe necesariamente reflejarse en su actuar.

No es el hombre quien crea la verdad de las cosas: su tarea es adentrarse en la naturaleza de lo que lo rodea, extasiarse ante la bondad y la belleza del ser, e incorporar la relación con lo existente a su propio acervo conceptual y valórico.

Consideraciones metafísicas

La Verdad es un atributo esencial del ser y la metafísica aristotélico-tomista la califica de «concepto trascendental», es decir, como una cualidad que se identifica con el ser: todo ser por serlo y en la medida en que lo es, es verdadero. La Verdad, percibida por la inteligencia, es la correcta percepción de la naturaleza de un ser, de su genuinidad, de lo que lo hace ser lo que es y ser conocido como tal. La inteligencia humana, dotada de la capacidad de conocer lo que tiene entidad, se adecúa a la realidad del ser, es decir, recibe la impronta de lo que conoce y queda, por así decirlo, marcada por lo que ha llegado a conocer. Es tarea de la inteligencia escudriñar los vastos territorios del ser y descubrir su contenido, su relación con los demás seres y los imperativos que imponen cuando, por un motivo u otro, el ser inteligente debe asumir una opción libre con respecto a su entorno y a lo que estima apetecible. No es el hombre quien crea la verdad de las cosas: su tarea es adentrarse en la naturaleza de lo que lo rodea, extasiarse ante la bondad y la belleza del ser, e incorporar la relación con lo existente a su propio acervo conceptual y valórico. Hay, sin duda, terrenos en los que el hombre puede y debe ejercitar una cierta «creatividad»: puede construir sistemas, realizar estructuras físicas e incluso modificar el curso de realidades de la naturaleza. Pero esa «creatividad» no es absoluta porque, para ser legítima, debe respetar el sentido que tienen los seres existentes y debe someter sus realizaciones a los imperativos de su propia naturaleza, a las exigencias éticas de lo humano que son parte ineludible de la «verdad esencial» de cada persona. * Conferencia ofrecida por el autor en la Universidad Católica de la Santísima Concepción, con motivo de la celebración del 30° aniversario de la Facultad de Derecho de esa Universidad.

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«Para la fe católica la existencia del demonio y su actividad nefasta son datos fuera de discusión. Dicho con toda simplicidad, el demonio existe y actúa. Esta afirmación está contenida en la Biblia, ha sido afirmada por nuestro Señor Jesucristo, y forma parte de la enseñanza del magisterio de la Iglesia. Jesucristo, nuestro Señor, que se define a sí mismo como «la Verdad» (Jn 14, 6) da al demonio el calificativo de ‘mentiroso y padre de la mentira’ (Jn 8, 45), como si el ser demoníaco tuviera su expresión preferente en el engaño, en la falsedad y en el rechazo de la verdad. (La tentación de Cristo. Capitel de la Catedral de Autun, inicios del siglo XII)

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Reconocer que todo lo existente tiene una naturaleza y una «verdad» es aceptar que el arbitrio humano no es ilimitado, que nuestro propio ser no se explica por sí mismo, como tampoco se explican por sí mismos los demás seres, y que, en consecuencia, nuestra verdadera libertad no puede ejercitarse en forma tal que haga caso omiso de la verdad de nuestro ser y del de los demás. En el campo del derecho, la verdad del ser es la base del reconocimiento de la existencia del «derecho natural», anterior y superior a las expresiones del derecho positivo, las que por necesidad intrínseca no pueden contradecir los postulados del derecho natural, so pena de carecer de validez. Contradecirlos sería, pues, un atentado contra la verdad y una incursión ilegítima en lo que ya no es expresión de la verdad, sino de falencia, de distorsión e incluso de violencia al ser. Conviene aquí precisar que el concepto justo de libertad no consiste en afirmar que es la capacidad de realizar lo que se quiera, sino en ejercitar las opciones apropiadas con vistas a la consecución de una finalidad correcta y en consonancia Reconocer que todo con la naturaleza humana, esencialmente destinada a la verdad lo existente tiene una y al bien. Elegir algo que no es correcto, porque no es coherente naturaleza y una «verdad» con la verdad intrínseca del ser, no es propiamente un ejercicio de es aceptar que el arbitrio la libertad, sino una deficiencia en tal ejercicio, algo que violenta humano no es ilimitado, la verdad del ser humano que debe dirigirse hacia el bien, el que que nuestro propio ser jamás se obtiene contradiciendo la propia naturaleza. no se explica por sí El amor sincero por la verdad no es sólo una actitud moral, sino mismo, como tampoco se que es coherencia con el ser, con la realidad. Y si Santa Teresa explican por sí mismos de Ávila dijo que «la humildad es la verdad», lo que quiso exlos demás seres, y que, presar fue que el hombre humilde es el que acepta con gozo la en consecuencia, nuestra verdad ínsita en los seres y sabe situarse frente a las cosas y a verdadera libertad no los acontecimientos respetando lo que cada cual es, en el mejor puede ejercitarse en forma sentido de la palabra. tal que haga caso omiso de La verdad es liberadora porque preserva a quien la posee del engala verdad de nuestro ser y ñoso afán de sobreestimarse, o, al contrario, de infravalorar la propia del de los demás. realidad. La búsqueda de la verdad es un ejercicio que conduce a la sabiduría, es decir, al juicio exacto y justo sobre objetos, acontecimientos y valores. Consiguientemente la verdad es el fundamento de la justicia, ya que «dar a cada cual lo que es suyo», según la célebre expresión de Ulpiano, supone conocer lo que cada cual es, lo que su naturaleza exige y, en consecuencia, lo que le es debido no como un acto de liberalidad gratuita, sino como reconocimiento eficaz de lo que le corresponde. Reconocer lo que es debido a otro no es un empobrecimiento o un desmedro de lo nuestro, ya que no podemos considerar como propio lo que en justicia y en verdad corresponde al otro. Es por esto que la verdad y la justicia están indisolublemente vinculadas, a tal punto que no pueden subsistir la una sin la otra y bien se puede afirmar que cada una forma parte esencial de la otra. El culto de la verdad es condición imprescindible de la convivencia social porque permite la confianza recíproca y elimina la perspectiva de «vencer» al otro aun por medios ilegítimos, ya que para cada cual lo verdaderamente importante es dejarse vencer por la verdad.

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Como es natural, cada realidad puede ser considerada desde diversos puntos de vista que no son necesariamente contradictorios, sino frecuentemente complementarios. Un acercamiento leal a la verdad incluye el interés por colocarse en las diversas perspectivas que sumándolas conceptualmente permiten apreciar el conjunto de la realidad cuya verdad se intenta aprehender. Limitarse a un solo ángulo de percepción significa correr el riesgo de tener una visión parcial y, por lo mismo, incompleta y distorsionada de la realidad. De ahí la importancia del diálogo sapiencial que permite el intercambio de puntos de vista con la intención de completar la propia percepción, corregirla e incluso descubrir que puede ser, aun involuntariamente, errónea. Con lo anterior no se quiere afirmar que la verdad sea inalcanzable, o a tal punto relativa, que sea imposible tener conceptos de valor absoluto. El hecho de situarse en perspectivas diversas y de reconocer su complementariedad es precisamente el camino para que el conocimiento pueda ser más sólido y menos condicionado por percepciones unilaterales o incompletas. Aquí está el fundamento prudencial de los colegios o consejos que complementan y condicionan el ejercicio decisional de las autoridades unipersonales. En la búsqueda de la verdad no es realista imaginar que poda- En el campo del derecho, mos «partir de cero», sino que es preciso aceptar, con gozo y la verdad del ser es la base gratitud, todo el acervo que hemos recibido de quienes nos han del reconocimiento de la precedido. Como es natural, el legado de conocimientos que existencia del «derecho nos ha sido transmitido puede y debe recibir complementos y natural», anterior y correcciones, pero sería insensato rechazar a priori todas las superior a las expresiones adquisiciones conceptuales de las generaciones precedentes. del derecho positivo, Incluso aquello que nos pudiera parecer superado, no es raro las que por necesidad que contenga elementos valederos, aunque incluidos en un intrínseca no pueden invólucro que pudiera parecer obsoleto. La mirada hacia las contradecir los postulados adquisiciones del pasado no puede carecer de sentido crítico, del derecho natural, so pero debe evitar la soberbia intelectual que se expresa en un pena de carecer de validez. rechazo acrítico. La verdadera sabiduría es connaturalmente humilde y receptiva por lo mismo que sabe que depende de una realidad que ella no ha creado, sino a la cual debe adecuarse. La tentación de rechazar o prescindir de lo que nuestros mayores adquirieron o comprendieron constituye una actitud muy nociva que denota autosuficiencia y que, por lo mismo, hace correr el grave riesgo de errar. Las obras de cualquier tipo que suelen denominarse «clásicas» corresponden, en general, a realizaciones o percepciones que conservan un contenido permanentemente valedero porque quienes fueron sus autores lograron un acercamiento a lo que, a través de múltiples variaciones, conserva a través de los tiempos y de las circunstancias una calidad objetivamente válida al menos en sus elementos esenciales. Hoy día el amor a la verdad es acechado por un formidable enemigo que es el relativismo. Esta posición ideológica consiste en vaciar las afirmaciones o negaciones de su contenido absoluto y en reconocer como verdadero aquello que corresponde a una preferencia estadística o a un comportamiento socialmente aceptado por la mayoría e incluso por una minoría. En nombre del relativismo se establecen normas

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reñidas con la naturaleza humana, se legalizan conductas inmorales y se reclama tolerancia para actitudes incorrectas. En realidad, establecido el postulado de que no hay puntos absolutos de referencia para aquilatar las acciones y comportamientos, es imposible establecer criterios universalmente válidos y las conductas más aberrantes reclaman «respeto» y «legitimidad» so pena de incurrir en lo que se llama «discriminación» y que puede conducir a temibles tiranías. Sería una ingenuidad si, al hablar de la verdad, no se tuviera en consideración la posibilidad y la realidad del error, es decir, de una deformación de la realidad en la mente de quien trata de percibirla. El error no siempre es imputable a malicia o a mala voluntad, pero también puede ser el fruto de la pereza o de la falta de diligencia en la búsqueda de la verdad. Puede ser la consecuencia de haber adoptado una metodología inapropiada para lograr una percepción correcta, como si, en el campo de la técnica, se utilizara un instrumento de un calibre, longitud o dureza no aptos para el objeto que se persigue. La verificación y la revisión permanente del método son elementos indispensables para acceder correctamente a la verdad. También puede inducir a error la unilateralidad, o sea, la simplifiEl culto de la verdad es cación indebida y artificial que prescinde de las múltiples facetas condición imprescindible de la realidad, por sencilla que ella pueda aparecer a primera de la convivencia social vista. La convicción de que toda realidad es más compleja de lo porque permite la que pareciera o se quisiera, es una actitud de prudencia y de huconfianza recíproca y mildad intelectual que impone cautela para no sacar conclusiones elimina la perspectiva de apresuradas que pueden reflejar sólo parcialmente la realidad y «vencer» al otro aun por ser, por lo tanto, un reflejo incompleto y no plenamente verdadero medios ilegítimos, ya que de lo que se pretende conocer. para cada cual Pero el error puede ser, además, la consecuencia del prejuicio lo verdaderamente intelectual, es decir, de dar por cierta y segura una conclusión importante es dejarse anticipándose a las necesarias comprobaciones tendientes a vencer por la verdad. descartar la posibilidad de errar. Si bien es cierto que no puede ignorarse el papel de la intuición, no es menos cierto que quien cree poseer una intuición tiene la obligación de honestidad intelectual de verificarla y controlarla. Y puede ser también que el error provenga de una actitud pasional que, por motivos ajenos al amor a la verdad y por razones de tipo volitivo o de conveniencia, da por cierto lo que nos conviene que sea como deseamos, sin purificar la adhesión de lo que la hace esclava de intereses y, por lo mismo, no verdaderamente libre. Diversos ejercicios ayudan a prevenir el peligro de caer en errores. Desde luego la serenidad de juicio y renuncia al apresuramiento. Enseguida, el diálogo con personas competentes en la materia. También la aplicación de una metodología correcta, eventualmente sometida a modificaciones y controles. El acceso al pensamiento de personas que han estudiado el mismo tema con perspectivas diferentes, aunque pudieran ser no del todo exactas, puede estimular el deseo de considerar aspectos que no habíamos tenido suficientemente en cuenta o que quizás ni siquiera habíamos considerado.

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En todo caso es indudable que puede haber, en la comisión de errores, elementos más o menos relevantes de responsabilidad moral, sobre todo cuando ha intervenido la pereza, la desidia y la ausencia del necesario sentido de autocrítica. Quien comete un error merece, no obstante, respeto, lo que no significa renunciar a la crítica expresada en forma apropiada. Suponemos en quien yerra una rectitud moral, lo que no significa en modo alguno que tengamos la obligación de adherir al error, de aceptarlo, de minimizarlo o de ignorar sus posibles consecuencias negativas. El respeto debido a quien yerra no es, pues, equivalente a respetar el error mismo, el cual, en la misma medida que contradice la verdad, pertenece al campo de lo indeseable y nocivo. Sin embargo conviene tener presente que en todo error hay un vestigio de verdad, algún aspecto rescatable que puede servir para enriquecer la percepción de la verdad. Con frecuencia los errores provienen de la acentuación unilateral y exclusiva de algún aspecto de la realidad, desequilibrio que conduce a una distorsión que atenta contra la unidad del ser, de su verdad y radical bondad. Si los errores en materias científicas son ciertamente de lamentar y si el esfuerzo de los hombres procura corregirlos y superarlos, los errores en materia moral, es decir, en lo que atañe al comportamiento La verdad es el fundamento humano en lo que toca a su «deber ser», a lo que es intrínseca- de la justicia, ya que «dar mente coherente o incoherente con su propia naturaleza y con a cada cual lo que es su relación con los demás hombres, con su dignidad, sus dere- suyo», según la célebre chos y sus deberes, esos errores revisten una importancia muy expresión de Ulpiano, grande porque inciden en las opciones a través de las cuales el supone conocer lo que hombre respeta o menosprecia su propia verdad, su naturaleza cada cual es, lo que su naturaleza exige y, en y, consiguientemente, su definitiva finalidad. Desde el momento en que un hombre duda acerca de la corrección consecuencia, lo que le es de sus comportamientos morales, desde ese mismo momento ese debido no como un acto de hombre se encuentra bajo el imperativo de clarificar sus criterios liberalidad gratuita, sino morales para, eventualmente, corregirlos y perfeccionarlos. Bus- como reconocimiento eficaz car la verdad en materia moral y ajustar a ella la propia conducta de lo que le corresponde. es hacer homenaje a la verdad del propio ser y respetar la propia naturaleza, creada para el bien. Cuando alguien se da cuenta de que ha cometido un error, y que ese error puede ser nocivo para otras personas, tiene la obligación de reconocerlo y de procurar reparar el daño que a través de él pudiera haber causado. Reconocer un error es un acto de homenaje a la verdad y es también una actitud de noble humildad. Puesto que no somos Dios, ¿qué tiene de extraño que podamos equivocarnos? Pero reconocer la propia equivocación es un acto de altura moral y de genuina libertad. Empecinarse en el error es signo de mezquindad, de vanidad y de menosprecio de la verdad. El amor a la verdad en todas sus formas encuentra un formidable enemigo en el relativismo que consiste, como ya se dijo, en negar la existencia de verdades absolutas y por lo tanto siempre y en toda hipótesis válidas, y en sustituirlas por puntos de referencia cambiantes según las circunstancias, las conveniencias, el vaivén de las mayorías que no son necesariamente criterio de verdad. No es raro

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que el relativismo haga más fácil presa en quienes no creen en la existencia de Dios o que, consecuencialmente, no aceptan la existencia del «derecho natural» o de la «naturaleza» de las cosas cuyo origen está en Dios y que constituye la fuente del comportamiento moral. El relativismo ético busca apoyo en la técnica estadística y de sus resultados para –en forma ilegítima– pasar de la comprobación de lo que sucede al establecimiento de lo que debe estimarse que pueda suceder correctamente. El relativismo es bastante vecino al positivismo, en el sentido de que la norma no proviene de la naturaleza de las cosas, sino de su accionar, aunque éste no sea coherente con la naturaleza y sea fruto de un mal uso de la libertad. La ley positiva viene, entonces, a sancionar o a legitimar unos resultados estadísticos y, lo que es peor, a imponer la obligatoriedad de su normativa aun a quienes tienen convicciones fundadas en la «verdad» de las cosas y, en primer lugar, del ser humano. Aparentemente el relativismo se presenta como una postura Hoy día el amor a la libertaria, aunque en realidad engendra tiranía y arbitrariedad. verdad es acechado por En numerosas ocasiones el Papa Benedicto XVI se ha referido en un formidable enemigo forma muy severa y crítica al relativismo, denunciándolo como que es el relativismo. una de las grandes amenazas que se ciernen hoy día sobre la fe Esta posición ideológica cristiana. Muy vinculado al relativismo está la categoría de lo que consiste en vaciar las se califica como «políticamente correcto» y que con frecuencia afirmaciones o negaciones constituye un eufemismo para no reconocer lo que es «moralde su contenido absoluto mente incorrecto» y, por lo mismo, inaceptable. y en reconocer como Estas afirmaciones y las anteriores pueden suscitar sorpresa e verdadero aquello que incluso rechazo. Creo, por mi parte, que son coherentes con una corresponde a una visión metafísica de la realidad y que expresan el más profundo preferencia estadística respeto del ser que es de por sí dotado de unidad, de verdad, de o a un comportamiento bondad y de belleza, cuatro conceptos que son entre sí interdesocialmente aceptado por pendientes y comunicantes, como una especie de osmosis ontola mayoría e incluso por lógica. Naturalmente no puedo sino respetar a quien no piense una minoría. así, pero tengo derecho y razones para pensar que el relativismo es profundamente inhumano y que su aplicación hace, por una parte, imposible el diálogo, y por otra abre a esquemas de organización social atentatorios a la dignidad del hombre. Diría que el hombre es para la verdad, que la verdad da al hombre su verdadera imagen y que no pertenece al arbitrio humano crear una «verdad» a su medida, como si fuera un dios en miniatura, sino reconocerla y adherir a ella.

A la luz de la fe católica La fe católica bebe sus certezas en la Palabra de Dios inspirada por el Espíritu Santo y comprendidas por la Iglesia, que con la asistencia de ese mismo Espíritu, nos transmite el contenido y los alcances de las Sagradas Escrituras. Bajo esta luz continúo las presentes reflexiones. Para la fe católica la existencia del demonio y su actividad nefasta son datos fuera de discusión. Dicho con toda simplicidad, el demonio existe y actúa. Esta afirmación

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está contenida en la Biblia, ha sido afirmada por nuestro Señor Jesucristo, y forma parte de la enseñanza del magisterio de la Iglesia, expresada muy recientemente en el Catecismo de la Iglesia Católica (Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 391ss; 538ss; 1086; 1237; 1673; 1707s; 2482; 2851). Jesucristo, nuestro Señor, que se define a sí mismo como «la Verdad» (Jn 14, 6) da al demonio el calificativo de «mentiroso y padre de la mentira» (Jn 8, 45), como si el ser demoníaco tuviera su expresión preferente en el engaño, en la falsedad y en el rechazo de la verdad. Si, como lo dice Jesús, , «la verdad nos hace libres» (Jn 8, 32), porque nadie es más libre que quien abraza el bien, quien sucumbe a las insidias del mal llega a ser, como lo dice el Evangelio, un esclavo de Satanás (Jn 8, 34), aherrojado por las cadenas de la mentira que es una distorsión del ser, violencia al bien, ruptura de la armonía y quiebre de la unidad. Atendiendo al origen de la condición diabólica, veremos que su rebelión consistió en un colosal rechazo de la verdad: «non serviam», no serviré, no me humillaré, no reconoceré al Hijo de Dios en su estado Puede inducir a error la de encarnación, como superior a mí y como debiéndole honor, unilateralidad, o sea, la sumisión y adoración, luego de haber asumido una naturaleza simplificación indebida y humana en todo semejante a la nuestra, menos en el pecado (Hb artificial que prescinde de 4, 16). Es decir, la pretensión insensata de no estar sujeto a Dios las múltiples facetas de y de negarse a reconocer los caminos de Dios, distantes de los la realidad, por sencilla nuestros como el cielo dista de la tierra (Is 55, 8s), caminos de que ella pueda aparecer pobreza, de humildad y de obediencia. Esta rebelión movida por a primera vista. La una absurda soberbia fue un colosal atentado contra la verdad, convicción de que toda contra la suprema verdad de Dios, creador de todo cuanto existe y realidad es más compleja acreedor, por lo tanto, a la adoración de todos los seres dotados de de lo que pareciera o se inteligencia. Es como si Satanás hubiera querido arrebatar para sí quisiera, es una actitud de la condición divina y una total autonomía con respecto a Dios que prudencia y de humildad ninguna creatura puede pretender porque viene a ser la negación intelectual que impone de la propia condición creatural, esencialmente ordenada a Dios cautela. y que sólo en Él, en su conocimiento, en su adoración, en su amor y en su obediencia puede alcanzar su plenitud y, por lo mismo, su verdad. La narración bíblica de la tentación de los primeros padres en el paraíso se sitúa en los albores de la humanidad (cf. Gn 3, 1-19). El demonio se les presenta insidiosamente y les miente dando al precepto de Dios una extensión que no tenía. Enseguida vuelve a mentir y les presenta a Dios como egoísta y deseoso de no compartir su felicidad y señorío, asegurándoles, con una tercera mentira, que de la desobediencia no sólo no les provendría mal alguno, sino que adquirirían una calidad divina, haciéndose árbitros del bien y del mal, gozando de una autonomía completa que les permitiría actuar sin referencia alguna a Dios. En este episodio, basilar para la historia de la humanidad, queda de manifiesto y en forma que me atrevería a calificar de «programática» la que va a ser la tónica permanente de la acción diabólica: la mentira, el engaño, la falsedad, el trastocamiento de la realidad, la presentación del mal como si fuera en realidad un bien y del bien como si, en definitiva, fuera un daño. A lo largo de toda la historia de la humanidad ésta va a

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ser la permanente estrategia del Maligno: la confusión de los valores, lo apetecible del mal bajo alguna faceta que se presenta como bien y la falsa promesa de plenitud fundada sobre la posesión de algo efímero, aparente y reñido con la verdad del ser humano. El relato bíblico ilustra cómo de ese primer pecado no surgió ni la plenitud humana, ni la felicidad, sino la perturbación, la desconfianza y el dolor. Pienso que la descripción bíblica del primer pecado de los hombres tiene valor paradigmático para todas las tentaciones y pecados que vendrán después, porque en todos ellos se sucumbe a las apariencias, en lugar de reconocer la verdad, se cifran esperanzas ilusorias, se busca la felicidad donde no está ni puede estar, y se acarrean consecuencias negativas y autodestructoras. En la vida terrenal de Jesús, y precisamente en los comienzos de su actividad pública, se sitúa el episodio de las tentaciones a que fue sometido por parte del demonio (cf. Mt 4, 1-11; Mc 1, 12s; Lc 4, 1-13). En las tentaciones, sobre todo en la segunda, aparece de manifiesto la actitud de Conviene tener presente mentiroso del tentador. En efecto, Satanás le muestra a Jesús los que en todo error reinos de este mundo y le asegura que son dominio suyo. Una hay un vestigio de primera falsedad, porque todo lo que existe está, por título de verdad, algún aspecto creación, bajo la soberanía de Dios. No es pensable que Satanás rescatable que puede haya querido afirmar que las realidades mundanas están bajo su servir para enriquecer poder en la medida en que el pecado reina en ellas, ya que no es la percepción de la ésa la lógica de su proposición. Luego viene una segunda menverdad. Con frecuencia tira esencial: el ofrecimiento a Jesús de darle el señorío sobre el los errores provienen de mundo, a condición de que se postre ante el tentador y lo adore, la acentuación unilateral o sea, que lo reconozca como superior a él y que le tribute un y exclusiva de algún homenaje que es debido sólo a Dios. Aquí estamos en presencia aspecto de la realidad, de un trastorno colosal de la realidad más profunda: la pretensión desequilibrio que conduce de absoluta autonomía y de poseer una categoría de ser que es a una distorsión que atenta propia de Dios y radicalmente incomunicable. Jesús rechazó la contra la unidad del ser, tentación diciendo a Satanás que sólo a Dios se debe adoración y de su verdad y radical que sólo a Él se debe servir y obedecer (Mt 4, 10; Lc 4, 8). bondad. Es interesante notar que el apóstol Pedro, elegido por Jesús para ser cabeza del colegio apostólico, sufrió al menos en dos oportunidades graves asechanzas de Satanás. En la primera de ellas, ante el anuncio de Jesús de que más adelante debería caer en manos de sus enemigos y sufrir incluso la muerte, el apóstol se rebela y le dice a su Maestro que tal cosa no puede suceder. Jesús lo reprende severamente y lo llama «satanás», reprochándolo por pensar con categorías humanas y en disconformidad con los criterios de Dios (cf Mt 16, 23). Efectivamente, en los designios amorosos y misteriosos del Padre, la salvación de la humanidad se realizaría a través de la muerte sacrificial de Jesús en el Calvario y ese hecho que según los parámetros humanos aparece como una derrota y un fracaso, sería en verdad el triunfo de la gracia, de la verdad y de la vida. En realidad, Pedro había sucumbido a un engaño y no había acogido la verdad, aun cuando ella provenía de la boca de quien es la Verdad misma, Jesús, y como esa verdad se refería a un hecho que constituye el centro absoluto del designio salvador de Dios, bien

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merecía un severo reproche y un durísimo calificativo. Pedro aún no comprendía que «Cristo crucificado es el poder y la sabiduría de Dios» ( 1 Cor 1, 24). En la segunda ocasión, Pedro es «zarandeado» por Satanás. Ante la inminencia de la Pasión de Jesús, el apóstol, no sin cierta presunción, declara que está dispuesto a compartir su suerte y que no lo abandonará aunque los demás lo dejen solo. Jesús le anuncia que renegará de Él antes de que el gallo haya cantado dos veces. La obra de Satanás consistió en que el miedo fuera suficiente para desdecirse, para faltar a su palabra, mentir diciendo que no conocía a Jesús y mantenerse muy lejos de compartir su ignominia. También aquí estuvo de por medio el alejamiento de la verdad en un momento ya muy próximo al sacrificio de Jesús en el Calvario. Pedro, luego de una mirada de Jesús, recapacitó, lloró, prometió amor y fidelidad y, ahora convertido, compartió finalmente la suerte de Jesús (cf. Mt 26, 69-75; Mc 14, 66-72; Lc 22, 55-62; Jn 18, 17.25-27). En el Evangelio de San Juan hay una polémica de Jesús con los judíos (cf. Jn 8, 12-41) y en ese duro intercambio de reproches, Reconocer un error es el demonio ocupa un lugar importante. Es allí donde Jesús lo un acto de homenaje a la llama «padre de la mentira» y allí lo califica también de «ho- verdad y es también una micida desde el principio» aludiendo a su instigación al primer actitud de noble humildad. pecado que trajo como retribución la muerte. Allí también se Puesto que no somos Dios, habla de la esclavitud a que se somete quien peca, haciendo mal ¿qué tiene de extraño que uso de la libertad y cayendo en las redes del Maligno, que son podamos equivocarnos? radicalmente falsedad. El reproche de Jesús a sus adversarios Pero reconocer la propia era, fundamentalmente, su renuencia a reconocer la verdad y equivocación es un acto de a Él mismo como suprema Verdad y es por eso que los señala altura moral y de genuina como hijos del maligno, del que siempre se opone a la verdad y libertad. Empecinarse en el error es signo de se esfuerza por inducir a los hombres a rechazarla. Pienso que en todo tiempo los hombres se han visto confrontados mezquindad, de vanidad tanto a la necesidad de esforzarse por conocer la verdad y adherir y de menosprecio de la a ella, aunque sea a costa de sufrir inconvenientes que pueden verdad. llegar hasta la persecución, como el imperativo de descubrir el error que muchas veces se presenta con apariencias de verdad, puesto que el demonio tiene, como dice San Pablo, la capacidad de presentarse como ángel de luz (cf 2 Cor 11, 14). Hay en el Antiguo Testamento un ejemplo heroico de amor a la verdad y conviene recordarlo, siquiera a grandes rasgos. Estamos en el siglo II antes de Cristo. El anciano Eleazar estaba siendo forzado a comer alimentos prohibidos por la ley de Moisés. Ante su resistencia se le hicieron gravísimas amenazas de maltratos e incluso de muerte. Sus amigos, afligidos en extremo por el cruel destino que amenazaba al anciano, le propusieron hacer traer alimentos permitidos y que él los comiera, simulando que comía las viandas prohibidas que los enviados del rey Antíoco le instaban a servirse. El noble viejo rehusó de plano el engaño: «a nuestra edad no es digno fingir, no sea que muchos jóvenes creyendo que Eleazar, a sus noventa años, se ha pasado a las costumbres paganas, también ellos por mi simulación y por mi apego a este breve resto de

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«Hay en el Antiguo Testamento un ejemplo heroico de amor a la verdad. Estamos en el siglo II antes de Cristo. El anciano Eleazar estaba siendo forzado a comer alimentos prohibidos por la ley de Moisés. Ante su resistencia se le hicieron gravísimas amenazas de maltratos e incluso de muerte. Sus amigos, afligidos en extremo por el cruel destino que amenazaba al anciano, le propusieron hacer traer alimentos permitidos y que él los comiera, simulando que comía las viandas prohibidas que los enviados del rey Antíoco le instaban a servirse. El noble viejo rehusó de plano el engaño: ‘a nuestra edad no es digno fingir, no sea que muchos jóvenes creyendo que Eleazar, a sus noventa años, se ha pasado a las costumbres paganas, también ellos por mi simulación y por mi apego a este breve resto de vida, se desvíen por mi culpa y yo atraiga mancha y deshonor a mi vejez’ (2 Mac 6, 24s). Así el santo anciano dio testimonio no sólo de su fidelidad religiosa, sino muy precisamente de la importancia de la verdad, y murió cruelmente torturado con tal de no mentir (cf. 2 Mac 6, 18-31)». (El martirio de Eleazar. Grabado de Gustav Doré)

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vida, se desvíen por mi culpa y yo atraiga mancha y deshonor a mi vejez» (2 Mac 6, 24s). Así el santo anciano dio testimonio no sólo de su fidelidad religiosa, sino muy precisamente de la importancia de la verdad, y murió cruelmente torturado con tal de no mentir (cf. 2 Mac 6, 18-31). En el Nuevo Testamento hay otro ejemplo magnífico de amor a la verdad: se trata de San Juan Bautista (cf. Mt 14, 3-12; Mc 6, 17-29; Lc 3, 19s). El Precursor tuvo la valentía de decir al reyezuelo Herodes Antipas, hijo del otro Herodes, el de la matanza de los niños inocentes, que no le estaba permitido mantener una relación incestuosa con Herodías, la mujer de su hermano Filipo. Se lo dijo sin agresividad, pero con claridad y sin ambages. Herodes respetaba a Juan, y lo consideraba, con razón, como un hombre justo y santo, pero cedió ante la presión de su cuñadaamante y, hombre sin escrúpulos, hizo encarcelar a Juan en la prisión de Maqueronte. Peor todavía, cuando celebraba un banquete con ocasión de su cumpleaños, la hija de Herodías, Salomé, bailó ante el rey y los invitados. El reyezuelo quiso recompensar a la muchacha ofreciéndole un regalo desmesurado: hasta la mitad de su reino. Salomé se aconsejó con su madre y ésta le indicó que pidiera al rey la cabeza de Juan Bautista. Y el rey mandó decapitar al Precursor, El amor a la verdad en temeroso de desairar a la muchacha y de aparecer ante los invitados todas sus formas encuentra como faltando a su palabra. De modo que respetó más una palabra un formidable enemigo en irresponsable y en definitiva inicua, que la verdad evidente de que el relativismo, que consiste no era legítimo privar de la vida a quien no había cometido delito en negar la existencia alguno. Juan Bautista murió degollado por haber tenido la audacia de verdades absolutas y de decir la verdad, de decírsela a un tiranuelo sin escrúpulos, hijo por lo tanto siempre y en de otro déspota, de desafiar a una mujer lujuriosa y de defender toda hipótesis válidas, y la santidad del matrimonio. Hubiera podido callar escudándose en sustituirlas por puntos en la «prudencia», hubiera podido ser ambiguo y acomodaticio, de referencia cambiantes pero prefirió dar, al precio de su sangre, un altísimo testimonio de según las circunstancias, intransable amor a la verdad. Lo seguiría, a lo largo de todos los las conveniencias, las siglos, la muchedumbre incontable de los mártires cristianos. mayorías.

Ante nuestra realidad En nuestra época no es ni menos urgente ni menos exigente la lucha por la verdad. También hoy día habrá que pagar muchas veces por ello un precio elevado. Lo han pagado los numerosos mártires del recién pasado siglo XX, muchos de ellos oficialmente reconocidos por la Iglesia como tales, y también, por cierto aquellos que han muerto por la fe en lo poco que ha corrido del siglo XXI. Pero la mayor parte de los fieles católicos se ven amenazados por un tipo de distorsión de la verdad que no se presenta como violenta, sino que se ejercita a través de «cambios culturales», expresados en forma de lenguajes ambiguos o eufemísticos que desorientan a los desprevenidos y consiguen crear confusión entre el bien y el mal o por lo menos presentar el mal como no tan malo o como «mal menor», categoría seductora y tranquilizante para los postulados relativistas.

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Me permitiré poner algunos ejemplos que ilustran lo que acabo de decir, muchos de ellos tomados de nuestra realidad nacional reciente. En nuestro país se aprobó, no hace mucho, una ley de divorcio, apoyada por un número consistente de personas que afirman ser católicos, pero que desoyeron e hicieron caso omiso de la palabra de sus legítimos Pastores. Esa normativa humana, en abierta contradicción con la ley de Dios, constituye un rechazo a la verdad de la institución matrimonial, unión perpetua, exclusiva e indisoluble. Es sorprendente comprobar que quienes introdujeron el divorcio en Chile no hayan modificado, al mismo tiempo, la definición de matrimonio que da el Código En nuestra época no es ni Civil, la que incluye explícitamente su calidad de indisoluble. Si menos urgente ni menos todo matrimonio civil incluye ahora la posibilidad de su término exigente la lucha por la por la vía del divorcio, es claro y lógico que ya no puede seguirse verdad. También hoy día hablando de matrimonio como vínculo indisoluble. Esa flagrante habrá que pagar muchas contradicción muestra bien a las claras hasta dónde puede conduveces por ello un precio cir la incoherencia con la verdad de las cosas y su sustitución por elevado. Lo han pagado una norma arbitraria, fundamentada en conveniencias culturales, los numerosos mártires en argumentos estadísticos, o en lo que se estima «políticamente del recién pasado siglo correcto», aunque sea moralmente inaceptable. XX, muchos de ellos En algunas naciones el desconocimiento de la verdad ontológica oficialmente reconocidos del matrimonio ha llevado a autorizar, incluso bajo el nombre de por la Iglesia como tales, «matrimonio», la unión entre personas del mismo sexo. No es y también, por cierto, necesario ser científico para saber que la aproximación genital de aquellos que han muerto los sexos diferentes tiene relación intrínseca si bien no exclusiva por la fe en lo poco que ha con la procreación, aunque esta no siempre tenga lugar. Es claro corrido del siglo XXI. que tal «legalización» es un atropello a la verdad ontológica y biológica de la diferencia de los sexos y de su natural finalidad. Se ha ido introduciendo en el vocabulario usual la expresión «pareja», palabra extremadamente ambigua y cuyo contenido real varía desde una posible unión matrimonial legítima (tal vez en la minoría de los casos), pasando por una relación fornicaria, un concubinato, un adulterio e incluso la relación entre dos personas del mismo sexo. La expresión «pareja» constituye un esfuerzo hábil y sutil para eliminar cualquier connotación peyorativa a formas de unión que, objetivamente, son reprobables desde el punto de vista moral precisamente porque contradicen la naturaleza de la unión matrimonial entre el varón y la mujer. La época en que vivimos ha visto la introducción del aborto como una acción que no merece ninguna pena y que, incluso, se presenta como algo jurídicamente legítimo llegándose hasta el extremo de inscribirla dentro del elenco de los «derechos» reproductivos, pertenecientes a los «derechos humanos» de toda mujer. Naturalmente también aquí se recurre a argumentos culturales, cambiando la expresión dura de «aborto», cuya connotación negativa es evidente, por la de «interrupción del embarazo», algo en apariencia tan inocuo (...) como interrumpir la corriente eléctrica o el flujo del agua por una acequia o una cañería. Contra todas las evidencias científicas que demuestran la formación de la estructura celular propia e individual a partir de la fecundación, se hacen malabarismos para distinguir

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Detalle de ‘La Tentación’, fresco de Massaccio en la capilla Brancacci.

entre «embrión» y «feto», entre «promesa humana» y «persona humana», y soslayar así la clara expresión del Concilio Vaticano II que califica el aborto como «crimen abominable» (Constitución Gaudium et spes, nn. 27 y 51). Es pasmoso ver cómo en sociedades que se muestran celosas defensoras de los «derechos humanos» se autoriza al mismo tiempo el aborto que no es otra cosa que un homicidio, y a cuyos autores la Iglesia aplica la gravísima pena de la excomunión automática (Código de Derecho Canónico, canon 1398). Lo que he dicho de las sociedades es también válido de personas que aceptan una injustificable y lúdica distinción entre los derechos de los seres humanos que ya han nacido y los de aquellos que están aún en el seno de sus madres. Como se ve, cuando el hombre no se somete a la verdad puede llegar a convertirse en un verdugo. El demonio se les Sabemos que la existencia y propagación del SIDA constituye presenta insidiosamente un gravísimo problema sanitario y una amenaza de muerte y les miente dando al para millones de seres humanos. Es, pues, urgente encontrar precepto de Dios una los medios apropiados y legítimos para detener ese mal y para extensión que no tenía. impedir su propagación. Pero cuando se hace una propaganda Enseguida vuelve a mentir en la que las lecturas de los afiches presentan el ejercicio de la y les presenta a Dios genitalidad como si fuera un «derecho» incondicionado, cuando como egoísta y deseoso de la relación sexual extramatrimonial se presenta como algo ajeno a no compartir su felicidad cualquier calificación moral, entonces nos encontramos ante una y señorío, asegurándoles, gravísima distorsión de la verdad, es decir de la naturaleza de con una tercera mentira, la diferencia sexual y de la función primordial de las relaciones que de la desobediencia sexuales en el ámbito de la unión matrimonial. no sólo no les provendría El amor a la verdad es indudablemente una de las columnas que mal alguno, sino que sustentan la vida humana en su relación social. El culto de la adquirirían una calidad mentira, su empleo como expediente para salir de apuros, como divina, haciéndose excusa o como instrumento para escalar posiciones o conseguir árbitros del bien y del ventajas, tiene el funesto resultado de destruir la confianza y mal, gozando de una de privar de valor a la palabra que es y debería ser siempre un autonomía completa que vehículo de comunicación creíble y confiable. Las mentiras –aun les permitiría actuar sin aquellas mal llamadas «piadosas»–, las falsedades, las ambigüe- referencia alguna a Dios.

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dades, las duplicidades, las hipocresías, las adulteraciones, el recurso a apariencias engañosas, la construcción de imágenes que inducen a error, el uso indebido de títulos o calificaciones, el disimulo para ocultar elementos que podrían condicionar una desventaja, las «medias verdades», los silencios culpables, y tantos otros comportamientos que no reflejan ni la verdad ni la transparencia, todo ello contribuye a dificultar e incluso a envenenar las relaciones humanas. En la presencia de Dios las actitudes ajenas a la verdad resultan también una ofensa a la majestad divina porque atentan contra el derecho de todo ser humano a recibir de quien está enfrente una comunicación verídica y auténtica. La falta contra la verdad que se comete para con otra persona es una ofensa al Creador, que es, en su ser perfectísimo, la Verdad absoluta y sustancial. Todos los seres humanos y por ende todos los cristianos nos Es atroz comprobar vemos en la necesidad de sostener una lucha permanente, y hasta qué punto lo que se a veces nada fácil, para vivir en la verdad. La fidelidad a ella considera «políticamente puede costar en ocasiones un precio elevado y desventajas docorrecto» puede trastornar lorosas, pero la recompensa será siempre grande: la verdadera el juicio moral. Podemos libertad, la confianza y la confiabilidad, la íntima satisfacción preguntarnos por qué de la coherencia, la respetabilidad. Decir siempre la verdad es, el Credo, siguiendo a incluso, un buen negocio. los Evangelios, nombra ¡Qué lapidario suena el sobrio elogio de Jesús con respecto a explícitamente a Poncio Natanael, cuando lo calificó de un «israelita de verdad, en quien Pilato. Sin duda porque es no había engaño»! (cf. Jn 1, 47). un parámetro histórico, ¡Qué terrible cosa es que alguien pueda ser tildado de mentiroso, pero pienso que el de falso, de medrar a costas del engaño! Tal persona no merece Espíritu Santo quiso que confianza y, quiéralo o no, irá quedando aislada y solitaria.

todas las generaciones cristianas tuvieran ante sus ojos las consecuencias de menospreciar la verdad y de posponerla a la consecución de ventajas. (…)

Conclusión

La justicia consiste en dar y reconocer a cada cual lo que es suyo y por derecho le corresponde. Y lo que cada ser humano necesita es, ante todo, poder acceder a la verdad y que nadie lo engañe en ninguna circunstancia ni bajo pretexto alguno. «Desechando la mentira, hable con verdad cada cual con su prójimo, pues somos miembros los unos de los otros» (Ef 4, 25). Para concluir, me parece oportuno hacer mención de un personaje cuyo nombre repetimos con frecuencia y que guarda relación con el tema de la verdad. Se trata de Poncio Pilato, procurador romano en Judea en el tiempo del juicio, condena y crucifixión de Jesús. Es muy interesante, incluso desde el punto de vista procesal, leer el relato del proceso de Jesús ante Pilato (Jn 18, 28 - 19, 16); aquí sólo me referiré a una parte de él. Jesús dice a Pilato: «Sí, como dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad,

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escucha mi voz». Pilato, quizás encogiéndose de hombros y esbozando una sonrisa escéptica, le responde «¿Qué es la verdad?». El romano probablemente no creía en la verdad y quizás tampoco le interesaba conocerla, pero como Jesús había declarado que su reino no era terrenal, concluyó, correctamente, que no representaba ningún peligro para la soberanía del emperador, y por eso salió al balcón y explicó a los dirigentes judíos que exigían la muerte de Jesús, que no lo encontraba culpable de ningún delito. Pilato al menos tenía algún respeto por la justicia. Pero se enfrentó con un grupo vociferante y amenazante que podía acusarlo al César y tronchar su carrera funcionaria. Así es que se lavó las manos y condenó a muerte a Jesús. (...) Ante la verdad de la inocencia de Jesús y la otra «verdad» de las conveniencias personales y de granjearse la benevolencia de la dirigencia judía, Pilato se decidió: más valía condenar a muerte a un inocente que correr riesgos políticos. La «verdad» de las conveniencias se impuso a la verdad de la justicia. Pilato es un emblema de la preeminencia de lo que es «políticamente correcto» sobre la verdad y la justicia. Es atroz comprobar hasta qué punto lo que se considera «políticamente correcto» puede trastornar el juicio (...) La actitud de moral. Podemos preguntarnos por qué el Credo, siguiendo a los Pilato hunde sus raíces Evangelios, nombra explícitamente a Poncio Pilato. Sin duda en el «carrierismo», porque es un parámetro histórico, pero pienso que el Espíritu el escepticismo, la Santo quiso que todas las generaciones cristianas tuvieran ante arbitrariedad, la soberbia sus ojos las consecuencias de menospreciar la verdad y de pos- del poder, la cobardía y ponerla a la consecución de ventajas. La actitud de Pilato hunde la mediocridad. Pilato sus raíces en el «carrierismo», el escepticismo, la arbitrariedad, no era un hombre libre la soberbia del poder, la cobardía y la mediocridad. Pilato no porque no amaba la era un hombre libre porque no amaba la verdad por sobre to- verdad por sobre todas las das las cosas, y por eso llegó a ser un miserable esclavo de las cosas, y por eso llegó a ser un miserable esclavo circunstancias, «políticamente correcto». Hay en el Nuevo Testamento, bajo la pluma del apóstol San Juan, de las circunstancias, tan marcado por el tema de la verdad, una frase durísima, tal «políticamente correcto». vez la más dura de toda la Biblia: «sabemos que somos de Dios y que el mundo entero yace en poder del Maligno. Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido y nos ha dado inteligencia para que conozcamos al que es Veraz. Nosotros estamos en el Veraz (en el que es Verdadero), en su Hijo Jesucristo» (1 Jn 5, 19s). Me pregunto: ¿cómo se ejercita ese terrible poder del Maligno en el mundo de hoy, como en todas las épocas de la historia? Siempre y en todas partes a través de la mentira, de la falsedad y el engaño, y particularmente negando a Jesús la calidad de ser Verdad esencial, en su ser de Hijo de Dios encarnado en el seno de la Virgen María, Salvador y Redentor de todos los hombres, que nos arranca al poder del «padre de la mentira» para devolvernos a la situación magnífica de hijos de la Verdad y, por lo mismo, de hijos de Dios. Termino repitiendo las palabras de Jesús: «La verdad os hará libres» (Jn 8, 32). Y agrego: no nos hagamos cómplices de la mentira, que es complicidad con Satanás y rechazo de Jesucristo.

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¿Se opone la omnisciencia de Dios a la libertad del hombre? POR GIANDOMENICO MUCCI S. J.

E LO QUE PREOCUPA EN ESTE CUADRO NO ES TANTO EL HECHO DE QUE DIOS SEPA DESDE SIEMPRE LO QUE HAREMOS, COMO EL HECHO DE QUE SI LO SABE, ENTONCES LO QUE HAGAMOS ESTÁ DETERMINADO DESDE SIEMPRE. Y SI ES ASÍ, ¿DÓNDE PODRÁ ESTAR ALGUNA VEZ NUESTRO LIBRE ALBEDRÍO?

l 28 de diciembre del año 2005 el Santo Padre comentó el Salmo 139 (138) hablando del carácter sagrado del embrión humano: «Es sumamente poderosa la idea de que Dios ya ve todo el futuro en ese embrión aún «informe»: en el libro de la vida del Señor ya están escritos los días que esa criatura vivirá y colmará con obras durante su existencia terrenal». Es un pensamiento bello, consolador y familiar para todos los cristianos. ¿Pero podía no haber una refutación del mismo? Y vemos pronunciarse a los sacerdotes de la razón, siempre al acecho cuando hablan los hombres de la Iglesia. Escribe uno de ellos: «Supongamos que somos un embrión. Si Dios ya sabe todo previamente sobre mí, ¿en qué sentido seré libre para elegir, por ejemplo, entre el bien y el mal? Si Dios ya sabe quién causará el mal, ¿por qué no hace algo por detenerlo o hacerlo cambiar de idea? Si, por ejemplo, ya lo sabía todo sobre Hitler desde el momento en que era un embrión, ¿por qué no intervino? ¿No podía hacerlo cambiar un poco, tal vez dándole una educación distinta? Hay quienes en este punto podrían dudar en el sentido de que Dios no sería infinitamente bueno, y parte de su infinito designio incluye un Hitler por acá y un Torquemada por allá. Si se admite la omnisciencia divina hay dos posibilidades: o Dios no es bueno o no es omnipotente. Dios, si es el Dios de la tradición cristiana, debe ser omnipotente. ¿Tal vez entonces no es infinitamente bueno? Esta idea tampoco parece muy convincente. Pareciera quedar por tanto sólo una posibilidad, o bien Dios no sería omnisciente. Quizás inclinándose amorosamente sobre el embrión de un Hitler, sencillamente se le puede escapar algún desarrollo. En el fondo, nadie es perfecto. Y en este último caso, contaría con toda la comprensión de los mejores genetistas»1.

Tres posiciones 1 A. MASSARENTI, «Ratzinger, l’embrione e i mali del mondo», en Il Sole 24 Ore, 8 de enero de 2006, 37.

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La ligereza y la ironía reflejadas por el texto citado demuestran hasta qué punto su autor desconoce el pensamiento cristiano. Las interrogantes que plantea son tan antiguas como la especulación cristiana sobre los datos de la Revelación, como el trabajo de los cristianos

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que desde hace siglos se afanan por darles respuesta. Para filosofar, Agustín y Tomás no esperaron a Hitler, Torquemada y Auschwitz. Felizmente, fueron más ponderadas y serias las intervenciones de tres autores, que entraron en el debate provocado por el primer autor. Arrigo Levi piensa que Dios «no es Creador, sino puramente criatura del Hombre y la Historia del pensamiento humano»: pero advierte, basándose también en la sagrada Escritura, que «todo cuanto Dios hizo es dar a los hombres muy buenos consejos en el curso de los siglos. Sin embargo, si no se siguen estos consejos, toda la humanidad sufre las consecuencias, incluyendo muchos individuos enteramente libres de culpa. No sólo Dios «está pagando» por el don del libre albedrío, sino

«La omnisciencia divina y la libertad humana, dos verdades afirmadas por la Revelación, siguen presentando a quienes buscan su conciliación, su rostro enigmático y misterioso». (Fresco de Dios Creador, por Miguel Ángel. Capilla Sixtina)

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OMNISCIENCIA ES EL CONOCIMIENTO QUE DIOS TIENE DE LA REALIDAD, UN CONOCIMIENTO QUE SE EXTIENDE A TODAS LAS COSAS, LAS MÁS PEQUEÑAS Y LAS MÁS GRANDES, EN SU TOTALIDAD Y EN SUS DETALLES MÍNIMOS, EN LAS LEYES QUE LAS RIGEN, EN SUS OPERACIONES, EN SUS CUALIDADES Y POSIBILIDADES Y EN SUS RELACIONES.(…)

2 A. LEVI, «L’embrione del Salmista», id., 15 de enero de 2006, 31. 3 G. RAVASI, «Onnipotente, non tiranno», id., 2 de enero de 2006, 30. 4 M. DE CARO, «Se Dio sa tutto non sono libero?», id., 29 de enero de 2006, 35.

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también todos los hombres, entre los cuales hay muchos inocentes. Debemos cargar los sufrimientos de los inocentes en la cuenta de hombres malvados, contra los cuales se combate con todas las fuerzas, sabiendo que a veces ellos son vencedores. Con todo, a veces son derrotados»2. El autor introduce una variable determinante: la libertad humana, en la cual insiste teológicamente Gianfranco Ravasi. «Dios es ciertamente omnipotente, omnisciente e infinito, pero, por así decir, en la creación decidió dejar espacio para otra presencia física de la criatura, que en el hombre, sin embargo, adquiere una connotación dramática y dialéctica mediante la asignación de la libertad. Además del límite innato propio de la criatura, en este punto la antropología bíblica de la libertad arrastra consigo el tema de la culpa y el pecado y se extiende ulteriormente hacia el horizonte del mal, abriendo interrogantes de gran densidad teórica más que existencial»3. Aquí el discurso está decididamente encaminado hacia la reflexión sobre el carácter providencial y bueno de Dios, que no abandona a la criatura a sí misma, que no es indiferente al bien y al mal, que enlaza la gracia con la libertad del hombre: esta libertad redime en el Hijo, que asumió desde el interior de la historia la humanidad de los hombres. El aporte más incisivo en el plano filosófico es de Mario De Caro: «Si Dios conoce previamente (de hecho, ab initio) todas mis opciones y acciones, parecería que dichas opciones y acciones han sido (desde siempre) predeterminadas y por consiguiente sólo puedo actuar como de hecho actúo. Parecería entonces que la previsión divina implica la imposibilidad de proceder de otro modo. Lo que preocupa en este cuadro –adviértase– no es tanto el hecho de que Dios sepa desde siempre lo que haremos, como el hecho de que si lo sabe, entonces lo que hagamos está determinado desde siempre. Y si es así, ¿dónde podrá estar alguna vez nuestro libre albedrío?». Se puede aceptar la solución de Boecio y Tomás, que parte de la afirmación de que Dios está fuera del tiempo y por lo tanto, «si Dios tiene presentes todos los hechos de la historia del universo, no es porque los prevé, sino porque para Él no hay diferencia alguna entre presente y futuro, de manera que en cierto sentido Dios no prevé nuestras acciones, sino que es testigo de ellas». Se puede aceptar la solución de Ockham: «Aun cuando conoce previamente nuestras acciones, Dios no las necesita». Se puede aceptar la solución molinista: «Dios prevé lo que los hombres elegirán libremente hacer». Las discusiones filosóficas y teológicas se complican con la teodicea, cuando procura enfrentar el problema del dolor de los inocentes y las catástrofes naturales. «Eso no significa que deseándolo no se puedan mantener firmes la creencia tanto en el libre albedrío como en la existencia de un Dios omnisciente, infinitamente bueno y omnipotente, sólo que no basta puramente la razón para semejante posición: es preciso recurrir también a la fe»4.


Una relación inaccesible Las citadas posiciones contienen elementos importantes del pensamiento cristiano sobre el argumento, cada una de ellas separadamente. No es fácil de hecho ni siquiera intentar sistematizarlas, lo cual requeriría por otra parte emplear categorías y conceptos altamente especializados, con frecuencia desconocidos por el lector común. Todos son hábiles para plantear interrogantes y problemas con un simplismo que desarma; pocos, en cambio, están dispuestos a seguir razonamientos sutiles y complejos. Por este motivo, nos abstenemos de presentar las asperezas conceptuales elaboradas por las escuelas teológicas católicas, y nos limitamos a delinear de manera sobria e imperfecta la relación existente entre la omnisciencia divina y el libre albedrío humano, con la intención de sugerir al lector el camino de profundización personal. Empleamos como referencia muy pocos tratados y algunos manuales, ya que libros y artículos recientes no han ofrecido soluciones nuevas y definitivas al problema, con excepción de los aportes realmente modestos de la lógica formal y la filosofía analítica. Para simplificar al máximo el núcleo del problema, o sea, el drama que nace para el hombre de la relación entre omnisciencia y libre albedrío, no nos referimos a los enfoques bíblicos5 o pacíficamente optimistas y tranquilizadores6.

«Se puede aceptar la solución de Boecio y Tomás, que parte de la afirmación de que Dios está fuera del tiempo y por lo tanto, ‘si Dios tiene presentes todos los hechos de la historia del universo, no es porque los prevé, sino porque para Él no hay diferencia alguna entre presente y futuro, de manera que en cierto sentido Dios no prevé nuestras acciones, sino que es testigo de ellas’». (Boecio y Santo Tomás de Aquino)

5 Ver J. AUER, Il misterio di Dio, Asís (Pg), Cittadella, 1982, 620-639. 6 Ver L. SERENTHA, «Attributi de Dio, en Dizionario Teologico Interdisciplinare, vol. 1, Turín, Marietti, 1977, 460-471; M. SCHMAUS, Dogmatica cattolica, vol. 1, id. 1959, 389-409; R. JOLIVET, Trattato di filosofia, vol. IV/II, Brescia, Morcelliana, 1960, 291-318.

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(…) DIOS LAS CONOCE TODAS Y CADA UNA COMO ETERNAMENTE PRESENTES EN ÉL, SIN DISTINCIÓN ENTRE PASADAS, PRESENTES Y FUTURAS. AHORA, SI DIOS SABE Y PREVÉ INFALIBLEMENTE TODAS LAS COSAS, PARECIERA INEVITABLE ADMITIR QUE TODO SE VIENE DESARROLLANDO DE ACUERDO CON LA LEY INMUTABLE DE LA PREDESTINACIÓN.

7 SAN AGUSTIN, De libero arbitrio, 3, 4, 1 (PL 32, 1.276). 8 Ver B. BARTMANN, Teologia dogmatica, Alba (CN), Ed. Paoline, 19564, 222-231.

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Omnisciencia es el conocimiento que Dios tiene de la realidad, un conocimiento que se extiende a todas las cosas, las más pequeñas y las más grandes, en su totalidad y en sus detalles mínimos, en las leyes que las rigen, en sus operaciones, en sus cualidades y posibilidades y en sus relaciones. Dios las conoce todas y cada una como eternamente presentes en Él, sin distinción entre pasadas, presentes y futuras. Ahora, si Dios sabe y prevé infaliblemente todas las cosas, parece inevitable admitir que todo se viene desarrollando de acuerdo con la ley inmutable de la predestinación. Esto debe admitirse en cuanto a los hechos naturales no libres, que los antiguos teólogos llamaban necessario futura. ¿Pero en cuanto a los hechos libres, los libere futura? En este caso, al parecer, si Dios conoce desde siempre el resultado de la decisión del hombre, a éste no le queda otra opción, nada parece ser su libertad. El problema es uno de los más graves. Un camino de solución ya conocido en la época patrística (suele citarse a Orígenes, Agustín y Jerónimo), ciertamente el menos difícil de percibir, compara la presciencia de Dios, es decir, su intuición actual y eterna de la realidad, con el conocimiento intuitivo del hombre, y le atribuye un carácter de concomitancia y no de causalidad. Eso significa que Dios conoce previamente las acciones libres humanas que ocurrirán en el futuro, pero éstas no tienen lugar porque Él las haya conocido con anterioridad. Dice Agustín: «Así como tú, con la memoria, no obligas a ser lo que ha ocurrido, del mismo modo Dios, con la presciencia, no obliga a realizarse todo cuanto de hecho debe llevarse a cabo. Y así como tú recuerdas algunas cosas que hiciste, pero no hiciste todas las cosas que recuerdas, así Dios sabe previamente (praescit) todas las cosas de las cuales es autor y sin embargo no es autor de todas las cosas que sabe de antemano»7. No es lícito deducir a partir del texto de Agustín que Dios conoce los actos libres del hombre cuando éstos se realizan y su conocimiento depende por consiguiente de ellos. Si así fuera, la omnisciencia divina dependería de las criaturas y perdería su carácter absoluto. Además, si así fuera, el conocimiento divino de la realidad se reduciría a un mero saber conjetural probable, sin la claridad y la infalibilidad de la omnisciencia. Para poder hablar de ésta, es necesario que Dios conozca eternamente los actos libres, antes de que se realicen en el tiempo e independientemente de ellos mismos y sus causas creadas. En suma, la omnisciencia divina y la libertad humana, dos verdades afirmadas por la Revelación, siguen presentando a quienes buscan su conciliación, su rostro enigmático y misterioso8. La afirmación de que Dios conoce previamente las acciones futuras de la libertad humana aun cuando no las causa, merece una palabra aclaradora en la medida de lo posible en la materia. «Previamente» no significa «anticipadamente». El hombre que vive en el tiempo, es decir, en el flujo del pasado al presente y al futuro, puede recordar el pasado


y a veces prever lo que debe suceder. Dios no vive en el tiempo, por lo cual no hay en Él recuerdo del pasado ni previsión del porvenir. «Él vive en la cima de su eternidad sin sucesión, desde donde ve con una sola mirada, en la presencia, es decir, en el instante mismo en que se manifiestan en la existencia para coexistir con Él y volverse simultáneos con Él, todos los hechos sucesivos que constituyen la trama del tiempo. Él no conoce anticipadamente, sino que nos ve desde toda la eternidad tomar libremente, hic et nunc, las iniciativas que para nosotros pertenecen al presente o ya al pasado o todavía al porvenir»9. ¿Y Hitler y Stalin, y de manera más general el pecado y la culpa? El pecado es cometido por el hombre sin Dios y contra Dios, contra ese Dios que decidió en la creación la existencia del hombre y su libertad, con la carga de drama y responsabilidad que ésta conlleva. Cuando peca, el hombre toma libremente la iniciativa de rechazar la voluntad conocida de Dios, el influjo de su gracia que lo mueve hacia ese carácter positivo, que es la divina voluntad en relación con él, y no elige «estar», sino «faltar» en ese carácter positivo. «Dios conoce el rechazo de la criatura en la moción positiva hacia el bien que la criatura aniquila. No lo conoce inicialmente, con anterioridad a la iniciativa de la criatura. Él ve desde toda la eternidad el instante en el cual se lleva a cabo ese rechazo. No se desconcierta con eso: lo que lo sorprendería sería que una criatura pudiese introducir, sin Él, un mínimo átomo de ser en la trama del mundo. Pero el pecado es privación»10. Existe con todo una dificultad práctica más grave. ¿Por qué Dios no impide los efectos del mal deseado por el hombre y no se muestra así bueno, providente y omnipotente? Los límites de la razón, que ya son grandes cuando se trata de dar una interpretación del mal, resultan evidentes al confrontar el mal y un Dios infinitamente bueno y omnipotente. De hecho, con frecuencia se insiste menos en la libertad del hombre, en la libertad que Dios le ha dado aceptando todas sus consecuencias, y más en el supuesto carácter inadecuado de Dios. «Muchísimos hombres piensan en Dios como el gran benefactor, dispuesto, cuando se lo solicitan, a regalar al hombre toda cosa deseada, a acomodar las cosas al lugar del hombre, y especialmente a liberarlo del cansancio y el dolor. Semejante idea de Dios y su bondad no corresponde ciertamente con la experiencia de la vida y la historia, por lo cual muchos hombres, en vez de criticar la idea imperfecta de bondad con la cual se acercan a Dios, prefieren llegar a la conclusión de que o no existe o no es bueno y en todo caso no se logra creer en Él. Casi siempre concebimos el acto creador basándonos en el modelo de cierto tipo de actividad o creatividad humana que no admite grandes defectos en sus productos, ya sean automóviles, zapatos u otros, y exige que el responsable, ingeniero o técnico, intervenga revisando el proceso de producción si está funcionando indebidamente»11. Reflexionemos, en

LA AFIRMACIÓN DE QUE DIOS CONOCE PREVIAMENTE LAS ACCIONES FUTURAS DE LA LIBERTAD HUMANA AUN CUANDO NO LAS CAUSA, MERECE UNA PALABRA ACLARADORA EN LA MEDIDA DE LO POSIBLE EN LA MATERIA.

9 CH: JOURNET, Il male, Saggio teologico, Roma, Borla, 19932, 203. 10 Op. cit., 205. 11 G. MUCCI, «Dopo Auschwitz. Il Dio impotente di Hans Jonas», en Civ. Catt., 1999, IV, 434 s.

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«Dios conoce previamente las acciones libres humanas que ocurrirán en el futuro, pero éstas no tienen lugar porque Él las haya conocido con anterioridad. Dice Agustín: ‘Así como tú, con la memoria, no obligas a ser lo que ha ocurrido, del mismo modo Dios, con la presciencia, no obliga a realizarse todo cuanto de hecho debe llevarse a cabo. Y así como tú recuerdas algunas cosas que hiciste, pero no hiciste todas las cosas que recuerdas, así Dios sabe previamente (praescit) todas las cosas de las cuales es autor y sin embargo no es autor de todas las cosas que sabe de antemano’». (San Agustín, De libero arbitrio, 3,4 )

ÉL NO CONOCE ANTICIPADAMENTE, SINO QUE NOS VE DESDE TODA LA ETERNIDAD TOMAR LIBREMENTE, HIC ET NUNC, LAS INICIATIVAS QUE PARA NOSOTROS PERTENECEN AL PRESENTE O YA AL PASADO O TODAVÍA AL PORVENIR.

12 E. J. YARNOLD, «Male», en Nuovo Dizionario di Teologia, Roma, Ed. Paoline, 19792, 823. 13 S. THOMAE DE AQUINO, Expositio super Job ad litteram, Romae, Ad Sanctae Sabinae, 1965, 3. 14 J. W. GOETHE, Faust, vol. I, v. 765, «Die Botschaft hör ich wohl, allein mir fehlt dcer Glaube».

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cambio, como nos invita Ravasi a hacer, sobre la antropología bíblica de la libertad. En todo caso, tratándose del mal y sus formas en el plano intelectual, el pensamiento cristiano jamás ha ocultado que la verdadera respuesta se encuentra únicamente en la fe. Si luego debemos enfrentar la realidad del mal en la propia vida y la de nuestros seres queridos, ese mal configurado como dolor, pecado y muerte, del cual para todos es imposible evadirse, el único refugio del hombre no serán los razonamientos, sino la vida y el sufrimiento de Cristo, donde está oculta la esperanza del hombre. Él es «el eterno interés de Dios proyectado en la historia del hombre, traducido en términos de experiencia humana»12. Los laicistas piensan que la fe es introducida en el discurso para consolar al hombre por los cristianos, hombres que no saben ejercitar la razón y se refugian en esa panacea que llaman Dios. Los cristianos también padecen del drama de la razón: ¿por qué Dios omnisciente no sana el mal? Y en este sufrimiento se han adelantado en muchos siglos a los laicistas modernos. Léase este texto de Tomás, un hombre de la Edad Media, cargado de una angustia universal: «Se parte de la posición según la cual las cosas naturales son gobernadas por la providencia divina. Ahora, lo que parece oponerse mayormente a ésta es el dolor de los justos, ya que si los malos gozan a veces de cosas buenas, si bien a primera vista eso parece irracional y contrario a la providencia, se encuentra con todo una justificación si se hace referencia a la divina misericordia. Pero que los justos sufran sin motivo es lo que parece derribar totalmente el fundamento de la providencia (totaliter videtur subruere providentiae fundamentum)»13. Sin embargo, hoy se reacciona a menudo repitiendo con el poeta: «El mensaje lo entiendo, pero la fe me falta»14.


UNA TAREA PARA UNIVERSIDADES CATÓLICAS

Recuperar la unidad espiritual de la cultura POR JAIME ANTÚNEZ ALDUNATE

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a concepción de un desarrollo integral del hombre considerado como persona o como conjunto de personas –familias, regiones, países– aparece hoy a nuestros ojos, sobre todo en la óptica que nos entregan esos Las tormentosas grandes formadores de la opinión común que son los medios de experiencias de la comunicación, claramente vinculada al impulso creciente que adprimera y sobre todo de la quiere la tecnología. segunda guerra mundial, En conferencia pronunciada todavía en la década de los sesenta el dominio de distintos en el Ateneo de Madrid, el historiador del arte Hans Sedlmayr, totalitarismos sobre media abordando el tema de la creación artística en la era de la técnica, Europa y el orbe eslavo, afirmaba con razón que «no se puede dudar de que la técnica ha desencadenan movimientos cambiado la superficie de nuestro planeta como ninguna otra fuerza que envuelven a pueblos lo había hecho hasta ahora, con excepción de las fuerzas que allanan enteros, sacrificándolos a los montes y vacían los mares». Y subrayando la vertiginosidad de oscuras mitologías, cuyo este cambio añadía: «Nueve décadas de este cambio del mundo ulterior desmoronamiento, corresponden a las últimas tres edades del hombre».1 Numerosos en la década final del siglo autores se han referido en términos similares a este fenómeno y pasado, nos dejaría en el en particular al carácter inasible para la mente humana de las tan escenario de desconcierto rápidas transformaciones vividas en el último siglo.2 hoy predominante. (…) Un adecuado esclarecimiento de este supuesto debería obligarnos –desde el ámbito de la cultura en general y de la Universidad en particular– a una apreciación del tipo de desarrollo en curso a la luz de la dicotomía humano/no humano.3 Es decir, debería movernos a distinguir si dicho desarrollo constituye o no un factor identificable con la búsqueda de la «vida buena», como fin natural de la sociedad política, o si se reduce sólo al plano de la «calidad de vida», entendida ésta según los parámetros exclusivamente del pasar material. Una primera dificultad que a este respecto nos aparece en el camino, es la extensa y hasta universal difusión de un estado cultural que hace de la búsqueda del * Texto de la ponencia hecha por el autor en el 2° Congreso Regional Latinoamericano de la Conferencia Mundial de Instituciones Universitarias Católicas de Filosofía (COMIUPAC), organizado por la Facultad de Filosofía de la PUC, en Santiago, octubre 2006. Se le han agregado las correspondientes notas.

1 Sedlmayr, Hans: El arte en la era de la técnica (Madrid 1960), pp. 7-8. 2 Cfr. Nota 6 3 Llano, Alejandro: Humanismo cívico (Ariel, Barcelona, 1999)

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sentido de la existencia humana, una tarea hoy casi indescifrable para los juicios del sentido común. «Tras las líneas dominantes del actual hábitat cultural destaca claramente –señalan diversos autores– por sobre el primado del ser y del comprender, el del hacer; por sobre el de la ética, el de la técnica; por sobre la visión de conjunto, la fragmentación.(...) Observan estos autores, asimismo, que «las nuevas tecnologías hacen emerger un tipo de hombre en el cual prevalecen la eficiencia, la organización, la competencia: un hombre predominantemente cerebral e individualista, que concibe la bondad de la vida a partir de resultados prácticos o de lo que haya personalmente producido. Tal comprensión de sí mismo, como es evidente, tiene consecuencias en el plano del comportamiento, entre las cuales la tolerancia hasta el permisivismo, la hipercrítica, la pérdida de vinculación con el ámbito humano propio, con el núcleo comunitario y con la memoria colectiva. Entre los valores perdidos o comprometidos por esta situación debe contabilizarse el rigor moral, arrastrado por el mare magnum (...) Se produce entonces de la crisis de sentido de todo el actuar humano».4

un sentimiento de orfandad por la caída de valores compartidos, absolutizados y hasta sacralizados. Y adviene como consecuencia el peso de un escepticismo nihilista, que se alza hasta hoy como obstáculo muy difícil de superar en orden a la transmisión de valores a las nuevas generaciones, con repercusiones muy visibles en el plano de la educación.

Algo de historia

En orden a nuestra consideración, conviene situarse frente a algunas circunstancias bastante evidentes del actual discurrir «cultural» de la sociedad occidental en general. El estado por así llamarlo pretecnológico, donde todavía tenía fuerte gravitación todo lo concerniente a la persona, ha dado paso, casi sin advertirlo, a un orden que en importante medida enajena ese carácter personal del quehacer humano. Es lo que señalaba por ejemplo Ernesto Sábato al recordar que «antes la siembra, la pesca, la recolección de frutos, la elaboración de las artesanías, como el trabajo en las herrerías o en los talleres de costura, o en los establecimientos de campo, reunían a las personas y las incorporaban en la totalidad de su personalidad»5, realidad que indudablemente hoy tiende a desaparecer. El problema, por su parte, no atañe sólo al trabajador manual, sino incluso al intelectual y, desde luego, a los diversos especialistas, sin los cuales el orden tecnológico no podría construirse ni mantenerse. ¿Existe algún vacío o defecto fundamental, inherente a la propia naturaleza del orden tecnológico, que pudiéramos ubicar en la génesis del estado de cosas que se diseña? Con anterioridad a la vertiginosa rapidez con que han operado, y lo siguen haciendo, esta índole de transformaciones –«incluso nosotros no estamos internamente cambiados en la misma dimensión en que lo está el mundo a nuestro alrededor», afirmaba Christopher Dawson6 – ya desde el siglo XIX varios autores, entre ellos Nietzsche, se 4 Cfr. B.Secondin, «Alla prova della nuova cultura», en B.Secondin – T.Goffi (editores), Corso di spiritualità. Esperienza, sistematica, proiezioni, Brescia, Queriniana, 1989, 688 - 697. En Civiltà Cattolica, 3659 (XII, 2002). 5 Cfr. Ernesto Sábato, La resistencia (Seix-Barral, Barcelona, 2000) 6 Cfr. Jaime Antúnez, «Globalización, Economía y Familia», en revista Humanitas nº 22, abril-junio 2001.

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«La pintura de Goya en su época final proclama con elocuente dramatismo, que los acontecimientos históricos no están sujetos al cálculo racional, ni siquiera a la voluntad humana. Parece incluso querer decirnos que fuerzas sobrehumanas y subhumanas se movilizan empujando a los hombres y a las naciones como las hojas de un vendaval. Sobre todo quedó claro para él, y lo registró con claro sentido profético en uno de sus más conocidos grabados, que ‘el sueño de la razón produce monstruos’». (El Coloso, por Francisco de Goya)

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dieron perfecta cuenta de la decadencia de los valores humanistas que afectaba a la cultura europea y occidental. Con todo, estaban ellos mismos lejos aún de vislumbrar la envergadura de las transformaciones en la existencia humana que acompañaría la implantación de un estado de cosas predominantemente tecnológico.7 Hay también otro tipo de miradas sobre esta realidad, como la que proviene del arte. Aunque una apreciación de esta naturaleza sea motivo de objeciones para una concepción positivista de la cultura y de la realidad social, la belleza también se nos presenta como un camino admisible de intelección de la realidad, capaz de abrir los ojos del alma de forma que ésta halle criterios de juicio y sea capaz «El estado por así llamarlo de valorar correctamente los argumentos. pretecnológico, donde todavía Desde esta mirada, pareciera así que las causas condicionantes del tenía fuerte gravitación todo lo proceso en vías de tomar plenamente curso en el siglo XX, ya se deconcerniente a la persona, ha dado paso, casi sin advertirlo, jaban sentir para algunos espíritus con antelación al nacimiento del a un orden que en importante orden tecnológico. Se induce esto, por ejemplo, observando la obra medida enajena ese carácter de pintores como William Blake y Francisco de Goya, no obstante personal del quehacer humano. Es lo que señalaba por ejemplo haber sido este último, por ejemplo, un característico discípulo de la Ernesto Sábato al recordar Ilustración. La pintura de su época final proclama, en efecto, y con que ‘antes la siembra, la pesca, elocuente dramatismo, que los acontecimientos históricos no están la recolección de frutos, la elaboración de las artesanías, sujetos al cálculo racional, ni siquiera a la voluntad humana. Parece como el trabajo en las herrerías incluso querer decirnos que fuerzas sobrehumanas y subhumanas o en los talleres de costura, o en los establecimientos de campo, se movilizan empujando a los hombres y a las naciones como las reunían a las personas y las hojas de un vendaval. Sobre todo quedó claro para él, y lo registró incorporaban en la totalidad de con claro sentido profético en uno de sus más conocidos grabados, su personalidad’, realidad que indudablemente hoy tiende a que «el sueño de la razón produce monstruos». desaparecer». A la voluntad de poder que ya había expresado Nietzsche –junto (Fotografía de Ernesto Sábato) a su descarnada exposición de nihilismo cultural– se sumarán, a comienzos del siglo XX, las cartografías del inconsciente desarrolladas por Freud. ¿Son éstas otras expresiones teóricas del profundo sacudimiento que se avecinaba y que haría tan vividos los monstruos de la razón profetizados por Goya? Las tormentosas experiencias de la primera y sobre todo de la segunda guerra mundial, el dominio de distintos totalitarismos sobre media Europa y el orbe eslavo, desencadena movimientos que envuelven a pueblos enteros, sacrificándolos a oscuras mitologías, cuyo ulterior desmoronamiento, en la década final del siglo pasado, nos dejaría en el escenario de desconcierto hoy predominante. Se produce entonces un sentimiento de orfandad por la caída de valores compartidos, absolutizados y hasta sacralizados. Y adviene como consecuencia el peso de un escepticismo nihilista, que se alza hasta hoy como obstáculo muy difícil de superar en orden a la transmisión de valores a las nuevas generaciones, con repercusiones muy visibles en el plano de la educación.

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7 «En la historia de la humanidad existen muy raramente grandes acontecimientos escalonados de naturaleza irreversible, que la coloquen sobre un nivel aún no existente y que arrastren con ello también las demás leyes históricas en su propia razón de ser» (Gehelen, 87). Visto así, probablemente existan dos, y solamente dos, tránsitos que hayan hecho época: el tránsito prehistórico de la cultura de cazadores a la de sedentarios, y el moderno al industrialismo. En ambos casos la revolución moral y espiritual ha sido claramente total». Cfr. Sedlmayr, Hans. Op.cit. p.9


El contexto histórico en el que confluyen a través del siglo XX el avance tecnológico y el desarrollo de los mencionados procesos ideológicos y sociales contribuye poderosamente, entre otros efectos, a que el orden moral y el tecnológico se desconecten el uno del otro, y que a medida que el orden tecnológico se refuerce, el orden moral se debilite.

Preguntas ineludibles La preocupación por este complejo orden de problemas no escapó a la atención de pensadores católicos, principalmente desde los años cincuenta y sesenta en adelante. Podemos recordar, por ejemplo, la célebre y amistosa polémica entre los italianos Augusto del Noce y Sergio Cotta, que dio lugar a interesantes y siempre actuales reflexiones. Puesto a salvo lo que es obvio –arguye Del Noce– esto es, el deber cristiano y humano de mejorar el nivel de vida de los más pobres El contexto histórico en y la eliminación del hambre en el mundo –para lo cual es indis- el que confluyen a través pensable la actividad técnica dirigida por la ciencia– prevalecen del siglo XX el avance algunas preguntas ineludibles, de cuya formulación seleccionamos tecnológico y el desarrollo de los mencionados las más atinentes a nuestra reflexión: 1. ¿Cuáles son las características morales de la sociedad tecnoló- procesos ideológicos y sociales contribuye gica? 2. La civilización tecnológica, ¿puede o no estar separada del po- poderosamente, entre otros sitivismo, dada la postura esencial que conlleva y, sobre todo, efectos, a que el orden moral y el tecnológico se por la tradición histórica con la cual conecta? 3. El tipo de inteligencia característico de la ciencia que acompaña desconecten el uno del a la técnica, ¿es el prototipo de toda inteligencia? En tal caso, otro, y que a medida que el orden tecnológico se ¿exige también la renuncia a la forma mental metafísica?8 4. ¿Es ajeno este proceso a los juicios de valor? De ser así –y parti- refuerce, el orden moral se cularmente cuando se le absolutiza– parece que no podría sino debilite. suprimir la autoridad de los valores. El paso a la civilización tecnológica estaría ordenado, de este modo, por la destrucción definitiva de la autoridad espiritual y sería, por tanto, espíritu de disgregación. 5. Con relación a lo anterior, ¿no deberá considerarse utópica la idea de que el espíritu que informa el desarrollo tecnológico ejercitará una función pacificadora? En la civilización tecnológica, el camino hacia el dominio social por parte de una oligarquía de científicos y de técnicos, ¿no se presenta como absolutamente inevitable? 6. En tal sentido, ¿no es dable pensar que la civilización tecnocrática, lejos de ser una civilización liberal, habiendo eliminado del todo la idea de una autoridad espiri8 Sobre la renuncia a la forma mental metafísica que eventualmente implicaría la inflexión que comentamos, añade Augusto del Noce lo siguiente: «En este caso, la primera consecuencia sería que no podríamos ya hablar de metafísica, sino solamente de ciencia y religión; esto a su vez sería tan sólo una solución provisional y a corto plazo, porque en un espacio de tiempo, que no se puede determinar exactamente, pero que todos los indicios inducen a considerar relativamente breve, la ciencia eliminaría del todo a la religión, en cuanto que eliminaría la misma dimensión por la cual lo sagrado se hace accesible al hombre». Cfr. Augusto del Noce, Agonía de la sociedad opulenta (Eunsa, Pamplona, 1979).

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tual, representa –en expresión occidental más que oriental– una forma extrema de despotismo? 7. La instauración de la civilización tecnológica, ¿se presenta realmente como necesaria, en base a la irrevocabilidad del desarrollo científico? O más bien, el paso de la ciencia a la idea de la civilización tecnológica, ¿no se habrá dado por motivos que nada tienen que ver con la ciencia misma? La más importante aproximación que sugiere a Del Noce esta enumeración de dificultades, es que la civilización tecnológica no puede definirse ni llegar a materializarse sino mediante la supresión de la dimensión religiosa. Aduce incluso en La preocupación por apoyo de esta percepción suya, la opinión enunciada por pensadores este complejo orden de de la «escuela de Frankfurt», de Adorno a Marcuse, para quienes problemas no escapó a la también la civilización tecnológica apunta al término de la dimenatención de pensadores sión trascendente, aunque sea de la trascendencia intramundana.9 católicos, principalmente Es claro, precisa Del Noce, que si el conocimiento se halla limitado desde los años cincuenta al mundo sensible, la única realidad que cuenta para el hombre es y sesenta en adelante. la material. Por otra parte, y es coherente con lo anterior, «¿quien Podemos recordar, por no se da cuenta –interroga– que junto con la progresiva difusión de ejemplo, la célebre y la mentalidad tecnológica ha sobrevenido la desaparición, también amistosa polémica entre en el lenguaje corriente, de los términos verdadero y falso, bueno y los italianos Augusto del malo, y hasta hermoso y feo, los que han sido sustituidos por otros Noce y Sergio Cotta, que como original, auténtico, fecundo, eficaz, significativo, abierto, etc?»10 dio lugar a interesantes Visto así el problema, en términos de revolución cultural, puede y siempre actuales llegar a afirmarse que la tecnológica es más radical que cualquier reflexiones. otra de carácter político que haya existido. «Y esto –afirma Del Noce– porque tan sólo ella habrá conseguido realizar verdaderamente lo que ha sido uno de los fines de las revoluciones políticas que pretendían ‘cambiar al hombre’: la supresión de la dimensión trascendente».11

De la libertad creada a una libertad «creadora» Nada contrario ni sustancialmente diverso de lo formulado por los autores que concurren a estas consideraciones –expresado en un horizonte de causas y efectos de mucho mayor amplitud– es lo que escuchamos exponer con detenimiento y esclarecedora profundidad a Benedicto XVI en el comentado discurso que pronunciara 9 También en este punto puede traerse a colación la reflexión de Sedlmayr en relación al arte en la era tecnológica: «Un hombre, que vive y crece toda su vida en un mundo de cosas técnicas sobre las que él o el correspondiente técnico-sacerdote tiene potestad perfecta, no tiene ocasión de encontrar en la naturaleza cosas y relaciones evidentemente sobrehumanas. El órgano para captar lo trascendente se arruina y muere». Cfr. Sedlmayr, Hans. Op.cit. p.18. 10 Del Noce, Augusto: Op.cit.

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11 Del Noce, Augusto: Op.cit. Es interesante registrar, aunque sea como hipótesis de trabajo, el parecer del mismo Augusto del Noce, al cotejar los resultados morales que avizora como fruto de esta revolución cultural producida por la era tecnológica, con los de la ideología marxista: «...la civilización tecnológica desbarata al marxismo, en el sentido de que se apropia de todas sus negaciones con respecto a los valores trascendentes, llevando hasta el límite la misma condición de la negación, es decir, el aspecto por el que el marxismo es un relativismo absoluto; con el resultado de transformar el marxismo en un individualismo absoluto, lo que sirve para conferirle la falsa apariencia de ‘democracia’ y de continuación del espíritu liberal». Ibidem


«También Maritain advirtió antes acerca del descamino en que se situaba la libertad según la concebía la civilización tecnológica: ‘El hombre moderno cifraba sus esperanzas en el maquinismo, en la técnica y en la civilización mecánica o industrial –dijo– sin tener ciencia para dominarlos y ponerlos al servicio del bien humano y de la libertad humana, pues el hombre moderno esperaba la libertad del desarrollo de las técnicas exteriores mismas, no de un esfuerzo ascético tendiente a lograr la posesión interior del yo. Y el que no posee las normas de la vida humana, que son metafísicas, ¿cómo podría aplicarlas al uso que damos a las máquinas? La ley de la máquina es la ley de la materia, se aplicará por sí misma al hombre y lo reducirá a la esclavitud’».

el 12 de septiembre pasado en la Universidad de Ratisbona. Por varias razones que desbordan lo que aquí nos preocupa subrayar, podemos considerar ese precioso texto un verdadero hito en el desarrollo de la doctrina del magisterio pontificio. Baste ponderar lo que el Papa señaló en esa ocasión acerca de la experimentación como criterio supremo para el discernimiento de lo verdadero y lo falso; o su observación de que en el contexto epistemológico dominante sólo puede considerarse científica un tipo de certeza que deriva de la sinergia de matemática y método empírico; o su reserva en torno al impacto de ese canon de valor científico en las ciencias referidas al hombre; o asimismo de su impacto en orden al subjetivismo ético; o su constatación de que tal método de conocimiento excluye el problema de Dios presentándolo como un problema a-científico o pre-científico. Y, por fin, la urgente necesidad a que nos llama en el sentido de poner en discusión esta reducción del ámbito de la ciencia y de la razón.12 Sería interesante reflexionar acerca del trabajo desarrollado en este mismo sentido por la «escuela de Cracovia», tema del cual da cuenta el filósofo polaco Stanislav Grygiel comentando el seminario que dirigía su maestro Karol Wojtyla en la Universidad de 12 Ver sección La Palabra del Papa, en Revista Humanitas n°44, octubre-diciembre 2006 (www.humanitas. cl: Palabra del Papa)

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Lublin13. Entramos allí al corazón del contraste entre la libertad creada y la libertad que se entiende a sí misma como «creadora». También Maritain advirtió antes acerca del descamino en que se situaba la libertad según la concebía la civilización tecnológica: «El hombre moderno cifraba sus esperanzas en el maquinismo, en la técnica y en la civilización mecánica o industrial –dijo– sin tener ciencia para dominarlos y ponerlos al servicio del bien humano y de la libertad humana, pues el hombre moderno esperaba la libertad del desarrollo de las técnicas exteriores mismas, no de un esfuerzo ascético tendiente a lograr la posesión «Visto así el problema, en términos de revolución cultural, puede llegar a interior del yo. Y el que no posee las afirmarse que la tecnológica es más radical que cualquier otra de carácter normas de la vida humana, que son político que haya existido. ‘Y esto –afirma Del Noce– porque tan sólo metafísicas, ¿cómo podría aplicarlas al ella habrá conseguido realizar verdaderamente lo que ha sido uno de los fines de las revoluciones políticas que pretendían ‘cambiar al hombre’: la uso que damos a las máquinas? La ley supresión de la dimensión trascendente’». (Augusto del Noce) de la máquina es la ley de la materia, se aplicará por sí misma al hombre y lo reducirá a la esclavitud».14 La civilización actual ha llegado a secularizarse hasta el punto que podemos hoy observar, porque el dominio del racionalismo reductivo de la razón se amplió y reforzó con el desarrollo de la ciencia y de la tecnología, llegándose a creer que era 13 En oposición al realismo epistemológico que marcó los fundamentos de la cultura de que somos herederos, la nueva civilización tecnológica sustituyó la supremacía detentada por la contemplación de un orden ideal, por el de la acción, en el sentido de que el conocimiento humano vale sólo en la medida que es útil a un fin práctico. En ella, en vez de inclinarse la inteligencia y la voluntad ante la autoridad de la realidad y de los valores o de la verdad y del bien, el hombre proyecta la libertad como «creador» de la misma. Carente de significado cuando se refiere al hombre, esta «creación» adquiere su sentido propio como instrumento de negación y destrucción radical de la tradición. Con Sartre, por ejemplo, haciendo completo y radical abandono de la «escucha», propia de la génesis de la civilización cristiana (cfr. Prólogo de la Regla de San Benito), se nos dirá así que «el infierno son los otros» (esos «otros» que son nuestros contemporáneos, desde luego, pero también nuestros antepasados y por cierto nuestros herederos). Partiendo de estas consideraciones, es interesante atender al relato que ha hecho el filósofo polaco Stanislav Grygiel sobre el estudio desarrollado en el seminario de filosofía que dirigía Karol Wojtyla en la Universidad de Lublin. Se trataba de un intento de reconstrucción de la ética de Sartre a vista de su inmensa difusión en la mentalidad de nuestro tiempo, en contraste precisamente con una «filosofía de la escucha». Del contrapunto entre lo que Grygiel llama con un neologismo la «productura» –identificable con la civilización tecnológica de la cual hablamos– frente al espectro de la «cultura», como actitud propia de esa escucha, de la espera, de la apertura a la recepción de la realidad como un don y de la disposición ponti-fical, esto es, «hacedora de puentes» entre la vida presente y la otra orilla, la de la realidad trascendente (Cfr. «Antropología para un Occidente postmoderno». Entrevista con S.Grygiel, por Jaime Antúnez. Revista Humanitas nº 31, www.humanitas.cl)

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14 Maritain Jacques: «El hombre moderno», en Lecturas escogidas de J.Maritain, selección e introducción de Donald e Idella Gallagher (Ediciones Nueva Universidad, Santiago, 1974). Las cursivas son nuestras y destacan una vez más la idea de una libertad «creadora» (contraria a la libertad creada), extrínseca a la ley natural inscrita en el corazón humano.


tan fuerte como para dar autosuficiente sustento a un orden moral. Los hechos se encargaron de demostrar la inconsistencia de esta creencia.15 Después del desencadenamiento y posterior repliegue de esos monstruos de la razón ideológico-política, fundada en similares premisas que las de la razón tecnológica, ha sobrevenido el vacío y la generalizada pérdida de sentido a que La más importante aproximación que sugiere a se aludía antes.

Recuperación de los fundamentos

Del Noce esta enumeración de dificultades, es que la civilización tecnológica no puede definirse ni llegar a materializarse sino mediante la supresión de la dimensión religiosa. Aduce incluso en apoyo de esta percepción suya, la opinión enunciada por pensadores de la «escuela de Frankfurt», de Adorno a Marcuse, para quienes también la civilización tecnológica apunta al término de la dimensión trascendente, aunque sea de la trascendencia intramundana.

Toda civilización, desde los principios de la historia hasta los tiempos que preceden a los actuales, aceptó siempre la existencia de un orden espiritual trascendente y lo consideró como la última fuente de la moralidad. De hecho, no hubo ningún orden moral que, sin sustento religioso, sobreviviese por tiempo apreciable. Pablo VI, en los años setenta se quejó doloridamente, señalando como la mayor tragedia de nuestra época la ruptura entre la cultura y la fe. Ese dolor puede entenderse en toda su magnitud, si se atiende a que la piedra que sustenta el edificio de la fe cristiana se apoya en el hecho de que Dios se hizo presencia real en la historia humana, penetrando en ella y cambiando su curso. Consecuencia de ello es que una fe que no se hace cultura es una fe mal acogida, como señaló Juan Pablo II en el discurso de fundación del Consejo Pontificio de Cultura. El camino de recuperación y verdadero progreso en dirección hacia un genuino desarrollo integral del hombre en nuestro tiempo, pasa por la recuperación de sus antiguos fundamentos espirituales y la restauración de la vieja alianza entre fe y cultura. Una reforma de esta especie sólo se podría lograr mediante una orientación radical de la cultura hacia fines espirituales. Lo cual significaría, por cierto, una tarea inmensa, ya que supondría una inversión del movimiento que ha dominado a la civilización occidental durante los dos o tres últimos siglos.16 15 «La técnica no puede crear comunidad, y el nihilismo de la técnica puede corroer la comunión e impedir el encuentro real entre personas y pueblos. La técnica puede hacernos más cercanos, pero no más unidos», señaló Mons. Gianpaolo Crepaldi, Secretario del Pontificio Consejo Justicia y Paz en la jornada conclusiva del XLII Simposio de Teología Trinitaria (Agencia Zenit, 25.X.06). 16 Así, por ejemplo, lo ve Christopher Dawson: «La conversión y la reorientación de la cultura moderna implica un doble proceso, en los niveles psicológico e intelectual. En primer lugar, y ante todo, es necesario que el hombre occidental recobre el uso de sus facultades espirituales superiores –su poder de contemplación–, que se ha atrofiado por los siglos de negligencia en que su mente y su voluntad se han concentrado en la conquista de los poderes político, económico y tecnológico. Este redescubrimiento de la dimensión espiritual de la existencia humana puede ser tanto religioso como filosófico; se basa en una especie de conversión religiosa a través de la cual el hombre se da cuenta de que necesita a Dios y descubre un nuevo mundo de verdades espirituales y valores morales; o puede implicar un reconocimiento metafísico objetivo de la importancia ontológica y del significado del valor espiritual. Quizá deban ser ambas cosas (...) Pero un cambio completo de orientación espiritual no puede ser efectivo a menos que ocurra en un profundo nivel psicológico. (...) Sólo se puede alcanzar mediante un viaje largo y penoso por el yermo. Mientras tanto, se puede dar en seguida un paso preliminar.

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¿Implicaría ese magno proceso suprimir y renunciar al desarrollo tecnológico? Aún cuando las conclusiones radicales del proceso a que se ha hecho mención no se deseen o incluso se rechacen, ese núcleo filosófico oculto en este impulso radical de la civilización tecnológica, sigue difusamente ejerciendo su Una reforma de esta influjo. especie sólo se podría La situación presente nos obliga pues a distinguir entre desarrollo lograr mediante una tecnológico y sociedad tecnológica. Las raíces de lo comentado orientación radical de en estos párrafos no se encuentran estrictamente en el desarrollo la cultura hacia fines técnico, sino en esa desviación de tipo pseudo-religioso que se espirituales. Lo cual confronta con los fundamentos de la cultura cristiana. Siguiendo significaría, por cierto, todavía a Augusto del Noce, podríamos preguntarnos incluso si una tarea inmensa, ya que no nos hallamos frente a una modalidad de gnosis17, heredera en supondría una inversión línea directa del racionalismo ilustrado.18 del movimiento que ha La solución no supone así una regresión en el terreno de los dominado a la civilización adelantos científicos y técnicos. Pues si bien es efectivo que el occidental durante los dos avance material de la civilización moderna ha sido impregnado o tres últimos siglos. por un creciente reduccionismo en el plano moral y religioso (...) Este consiste en la reforma de nuestro sistema educacional superior (...). En el mundo moderno la mayoría de los hombres pueden terminar su educación sin darse cuenta de la existencia de este factor espiritual elemental y esencial, tanto para la psique del individuo como para la vida de la civilización. (...) Tanto si estudia letras, como ciencias o tecnología, no se le proporciona idea de la existencia de un principio superior que se puede conocer y que puede influir en la conducta individual o en la cultura social. Sin embargo (...) todas las grandes civilizaciones históricas del pasado han reconocido la existencia de algunos principios o motivos espirituales de esta clase y los han constituido en la llave de interpretación de la realidad y de sus conceptos de orden moral. (Su prescindencia) es una aberración tan enorme que no hay progreso en el método científico o en la técnica de la educación que baste para compensarlo. En este punto estamos en una posición inferior al de muchas culturas menos avanzadas que han conservado su conciencia de un orden espiritual, porque dondequiera que exista esta conciencia, la cultura posee todavía un punto de integración. (...) Si el vacío espiritual de la cultura occidental moderna es una amenaza para su propia existencia, es un deber del educador señalarlo y demostrar cómo se ha llenado este vacío en otras edades y culturas». Cfr. Christopher Dawson, La crisis de la educación occidental (Rialp, Madrid, 1962). 17 «La gnosis moderna es el conocimiento ‘salvífico’ (en términos de inmanencia) del hombre por obra del hombre. Las etapas de esta gnosis son observables en las historias sucesivas del intelectual iluminista, idealista, positivista, historicista, marxista, fascista, freudiano y nihilista. Un tal intelectual ha trabajado más o menos ocultamente, para plasmar la mentalidad de las masas usando mesianismos revolucionarios, acreditados como los instrumentos hallados finalmente para crear, sobre la tierra y en la historia, la realidad del bíblico edén. Tales mesianismos o mitos o utopías encarnan el más grandioso esfuerzo de persuasión ejercitado sobre el hombre moderno y es significativo que todos ellos se opongan al sentido cristiano de la vida, porque el cristianismo no conoce ni propone doctrinas esotéricas. «La gnosis moderna (o neognosis) tiene un punto de contacto con la antigua por el hecho que ambas desprecian el mundo presente y esperan un mundo nuevo, en un futuro próximo o remoto. Se distinguen sin embargo una de la otra, porque la gnosis moderna no quiere ser elitista, sino que un fenómeno de masas, y no quiere de hecho liberar al hombre de la cárcel de la tierra, sino más bien asegurarle sobre la tierra seguridad y bienestar. La gnosis moderna no pretende, por lo tanto, proponer el contenido de la antigua gnosis religiosa que tendía a la salvación fuera de este mundo, sino que imponerse políticamente como método en vista de la construcción de un mundo perfecto». Cfr. Mucci, Giandomenico: «Mito e pericolo de la gnosi moderna», en I cattolici ne la temperie del relativismo (Jaca Book, Milán, 2005), p. 351. 18 Según el mismo Del Noce la idea que nutre a la civilización tecnológica es «la última forma, completamente laicizada, de la herejía milenarista». La esencia de ella es el advenimiento temporal de la ciudad de la paz y de la felicidad universal. Cfr. Agonía de la sociedad opulenta.

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–en afinidad con los trazos culturales y espirituales aquí comentados– hay que recordar siempre que los cimientos del progreso científico moderno y contemporáneo tienen su punto de apoyo en culturas relacionadas con el ámbito de la trascendencia, particularmente en la síntesis desarrollada por la civilización cristiana europea. Por ello mismo no sería tan sólo deseable sino que también razonable, en el marco de lo expuesto, postular hoy la recuperación de la unidad espiritual de la cultura.19 En su impresionante exposición en la Universidad de Ratisbona La solución no supone –y que todos quienes piensen en la tarea actual de las universi- así una regresión en el dades católicas debieran meditar en profundidad– Benedicto XVI terreno de los adelantos nos indica un camino: «La razón moderna –dice– tiene que científicos y técnicos. Hay aceptar sencillamente la estructura racional de la materia y la que recordar siempre que correspondencia entre nuestro espíritu y las estructuras raciona- los cimientos del progreso les que actúan en la naturaleza como un dato de hecho, en el que científico moderno y se basa su método. Pero de hecho se plantea la pregunta sobre contemporáneo tienen el porqué de este dato, y las ciencias naturales deben dejar que su punto de apoyo en respondan a ella otros niveles y otros modos de pensar, es decir, culturas relacionadas la filosofía y la teología».20 con el ámbito de Lo cual conduce a una conclusión y a un anhelo que expresa el la trascendencia, Papa y que hacemos íntimamente nuestro: «Occidente, desde hace particularmente en la mucho, está amenazado por esta aversión contra los interrogan- síntesis desarrollada por tes fundamentales de su razón, y así sólo puede sufrir una gran la civilización cristiana pérdida (...) No actuar según la razón, no actuar con el logos, es europea. Por ello contrario a la naturaleza de Dios –expresa citando las palabras mismo no sería tan sólo de Manuel II Paleólogo–. En el diálogo de las culturas invitamos deseable sino que también a nuestros interlocutores a este gran logos, a esta amplitud de razonable postular hoy la la razón. Redescubrirla constantemente nosotros mismos es la recuperación de la unidad gran tarea de la universidad».21 espiritual de la cultura.

19 Comentando a Romano Guardini señala Gianfranco Morra: «Sólo una adecuada antropología sabrá asumir como un todo y jerarquizar la forma del saber que uno de los maestros de Guardini, Max Scheler, había definido como la Wissenssoziologie: el saber religioso o de salvación; el saber filosófico o de formación; el saber tecnológico o de dominio. Dicha antropología ha caído entre tanto en desuso: el hombre no sabe ya quién es y sabe incluso que lo ignora. Este no saber constituye un factor de ansia para el hombre: ‘Un ansia para el hombre’, escribe Guardini, ‘advertida cada vez con más fuerza, dado que el hombre nunca fue más amenazado de forma directa que hoy’. Una amenaza que no proviene tanto de calamidades naturales, de los animales salvajes, de la agresión de los otros hombres, sino que arranca sobre todo de las propias creaciones humanas, de aquella cultura con la cual el hombre ha transformado y a la vez dominado al mundo, pero al mismo tiempo perdido la triple relación dialógica con Dios, con la naturaleza y con el otro». Gianfranco Morra, «Romano Guardini y el tema de la técnica», Studi Cattolici n°594. 20 Ver Nota 12. 21 Ver Nota 12.

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El despertar de la India E

n las últimas elecciones, el Bharatiya Janata Party (BJP), partido en el poder en ese momento en la India, usó para su campaña electoral nacional el eslogan India Shining («la India brillante»), pero perdió las elecciones. La India probablemente es brillante para las clases medias (alrededor de 25 por ciento de la población), pero no para la mayoría de los pobres: el Informe 2005 de Naciones Unidas sobre desarrollo humano ubicó a la India en el 127º lugar entre 177 países. De los mil millones de habitantes de su población, 30 por ciento vive bajo el umbral de la pobreza; aumenta la diferencia entre ricos y pobres, y el analfabetismo de los adultos abarca todavía al 40 por La opinión internacional ciento de la población. está impresionada con Con todo, el país no carece de vigor: con ocasión de los desastres el crecimiento de la naturales del tsunami o del terremoto en Cachemira, la India estuvo India en sectores como en condiciones de asegurar los primeros auxilios y rechazó la ayuda las tecnologías de la externa. La opinión internacional está impresionada con el crecimieninformación, y la inversión to de la India en sectores como las tecnologías de la información, y la extranjera aumenta inversión extranjera aumenta paulatinamente. El país tiene además paulatinamente. El país fama de proporcionar un número de ingenieros mayor que Europa. tiene además fama de Dispone, como se sabe, de armas nucleares, está en condiciones de proporcionar un número poner satélites en órbita, y su programa espacial tiene previsto el de ingenieros mayor que envío de un cohete a la luna. Por otra parte, sus hospitales atraen Europa. Dispone, como se ahora pacientes del exterior. sabe, de armas nucleares, Los mismos indios tienen ahora más confianza en relación con el está en condiciones de porvenir del país, como lo demuestra un sondeo reciente1. Inteponer satélites en órbita, y rrogando a los habitantes de cuatro metrópolis, cuatro ciudades y su programa espacial tiene cuatro aldeas, en todas las regiones del país, el sondeo revela que previsto el envío de un el 54 por ciento de las personas interrogadas considera que su vida cohete a la luna. ha cambiado positivamente en la última década; el 51 por ciento se declara más optimista en cuanto al futuro del país; el 54 por ciento estima tener mayores oportunidades de trabajo que antes; el 60 por ciento dice gastar dinero en entretenimientos; otro 60 por ciento está convencido de que estos cambios serán duraderos.

Situaciones desiguales La India posee una amplia clase media (250 millones de personas), que constituye la fuerza de la economía de consumo. En las ciudades importantes, florecen grandes tiendas y complejos recreativos debidamente abastecidos de productos y sumamente frecuentados. Los buenos restaurantes siempre están llenos, incluidos los días hábiles. El número 1 El sondeo (Outlook-Cƒore) se llevó a cabo en la tercera semana de septiembre pasado.

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Escenario Internacional «El progreso de la India alcanzará un nuevo dinamismo a partir de la confianza en sí misma de la población. Después de la independencia, el país conoció la experiencia de la economía socialista. El gobierno estaba centrado en esa época en la industria pesada».

de vehículos se ha multiplicado. El país cuenta ya con más celulares A partir de la crisis del que teléfonos fijos. En las ciudades explota el sistema inmobiliario. La 2000, la industria de las riqueza de estos 300 millones de personas (las clases altas y medias tecnologías informáticas consideradas conjuntamente) parece descender lentamente hacia se desplazó hacia el los más pobres. ¿Estaría la India finalmente progresando? Nuestra marketing y los servicios en respuesta a esta pregunta es positiva, siempre que se ubique en su línea. Los indios estaban contexto. preparados: la India tiene Conviene interpretar debidamente las estadísticas globales, por efectivamente muchos cuanto podrían ocultar la enorme disparidad existente en el país. Los jóvenes y todos los recursos estados del oeste y el sur (Gujarat, Maharashtra, Karnataka, Tamil tecnológicos necesarios Nadu, Andhra Pradesh y Kerala) y algunos estados del norte (Punjab, para su formación. Haryana y la región de Delhi, la capital nacional) llevan la delantera del crecimiento. Estos estados atraen al parecer la mayor parte de la inversión extranjera y nacional. En cambio, los llamados estados Bimaru2 inclinan los promedios hacia abajo en todas las estadísticas nacionales y representan aproximadamente el 40 por ciento de la totalidad de la población. Impresiona el contraste, por ejemplo, entre una muchacha de Kerala y una de Uttar Pradesh: la primera tiene cinco probabilidades más de llegar a su quinto cumpleaños, tres posibilidades más de recibir educación, y probablemente vivirá veinte años más que la segunda. La tasa promedio de natalidad es de 1,4 por ciento, pero varía entre menos de 1 por ciento en Kerala y más de 2 por ciento en los estados del norte. La educación y el desarrollo 2 En hindi, bimaru significa pobre; en cambio, como acrónimo significa Bihar (Bi), Madhya Pradesh (ma), Rajasthan (r) y Uttar Pradesh (u).

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económico son de hecho factores clave de limitación del crecimiento de la población, sin contar la diferencia de desarrollo entre las zonas industriales urbanas y las aldeas donde se vive de la agricultura. Se espera que los grupos y las regiones de punta impulsen a las otras hacia el nivel superior de la escala económica.

Nuevas dinámicas El progreso de la India alcanzará un nuevo dinamismo a partir de la confianza en sí misma de la población. Después de la independencia, el país conoció la experiencia de la economía socialista. El gobierno estaba centrado en esa época en la industria pesada, controlando muy de cerca la política de desarrollo, aun cuando fomentó una economía mixta y la iniciativa privada. La población dependía en gran medida del gobierno. Todavía hace diez años, los padres de hijas mujeres procuraban tener yernos que fuesen funcionarios. Una ocupación de ese tipo significaba tener un sueldo fijo, una pensión y un compromiso de trabajo razonable. La clase políEn la formación tica atraía los favores del pueblo creando artificialmente puestos de profesional, se observa el trabajo en las empresas controladas por el Estado. Hace diez años, rol de la iniciativa privada, el gobierno comprendió de pronto que esa situación no podía durar, mientras en el pasado se por lo cual abrió la economía a la iniciativa privada y controló los lamentaba el hecho de que gastos del gobierno. Las empresas estatales comenzaron a reducir los ingenieros y médicos, los puestos de trabajo y bloquearon el ingreso a los mismos. Esta formados por instituciones nueva política llevó a los ciudadanos a percatarse de su necesidad nacionales gracias al dinero de luchar. Semejante apertura económica estimuló la iniciativa de los contribuyentes, privada y aumentó el número de consumidores. ¿Necesitaba dinero emigrasen al extranjero. la población? ¡Debía ganárselo! Este cambio provocó el nacimiento Actualmente existen de nuevos pequeños empresarios. Su capacidad de generar dinero probablemente treinta aumentó el deseo de gastarlo. La industria de productos de consumo planteles de formación se benefició con eso. profesional en Chennai, y Este mercado es esencialmente interno, pero con mil millones de haúnicamente seis de ellos bitantes es suficiente para conocer un desarrollo real. La enormidad están financiados por el de dicho mercado, constituido por adquirentes con distintos niveles gobierno. de vida, permite a numerosos fabricantes de bienes de consumo competir con empresas internacionales, por lo general más caras y reservadas a los ricos. Dicho crecimiento macroeconómico se beneficia asimismo con el crecimiento de las grandes empresas, que se han instalado en el país gracias a las nuevas políticas económicas del gobierno. Con posterioridad al período colonial, la India era conocida por la emigración de trabajadores poco calificados. Estos grupos se encuentran actualmente en África meridional, las islas Fiji, Malasia, Sri Lanka, el Caribe, etc. La novedad, en todo caso, es la emigración de trabajadores calificados. La angustia de la crisis de los computer del 2000 abrió el sector de la tecnología informática. Gracias al conocimiento del inglés y la competencia intelectual, muchos jóvenes emigraron a Estados Unidos. Se formaron rápidamente y pudieron ofrecer sus servicios. A partir de la crisis del 2000, la industria de las tecnologías informáticas se desplazó hacia el marketing y los servicios en línea. Los indios

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estaban preparados: la India tiene efectivamente muchos jóvenes y todos los recursos tecnológicos necesarios para su formación. Si bien esa industria ha dado más visibilidad a la India en el mundo, no se debe exagerar su incidencia en el crecimiento económico. Probablemente creó medio millón de puestos de trabajo, pero sobre todo un nuevo espíritu de iniciativa en los jóvenes del país, e incrementó el desarrollo del ciclo de consumo. La ciudad de Chennai (anteriormente Madrás) está inmediatamente después de Bangalore en la industria informática, pero en la última década también ha visto surgir tres fábricas de vehículos (Hyundai, Ford y BMW). El ministro de Comercio de la India afirmó recientemente que las exportaciones a los Estados Unidos superan a las importaciones. La India está bien posicionada en los sectores textil, farmacéutico y de componentes, además de los bienes agrícolas básicos. En la formación profesional, se observa el rol de la iniciativa privada, mientras en el pasado se lamentaba el hecho de que los ingenieros y médicos, formados por instituciones nacionales gracias al dinero de los contribuyentes, emigrasen al extranjero. Actualmente existen probablemente treinta planteles de formación profesional en Chennai, y únicamente seis de ellos están financiados por el gobierno. Las demás universidades son mantenidas por los aportes de los estudiantes, que pagan por su propia formación. Se constata un fenómeno análogo en las otras universidades en relación No se puede, obviamente, con los cursos profesionales, es decir, ya no se depende del gobierno. minimizar el aporte del Este último sólo debe crear las condiciones del dinamismo. Esta gobierno al desarrollo, nueva disposición ha liberado las energías. Es importante el apoyo que de hecho hace diez a las familias, y los jóvenes están dispuestos a aprovecharlo. En esas años abrió la economía condiciones, no es sorprendente que la mayor parte de los cursos a la iniciativa privada ofrecidos por las universidades estén orientados hacia el empleo. En y a la competencia con suma, los jóvenes se están haciendo cargo de sí mismos, y ahí está el operadores del extranjero, manteniendo a la vez el resorte de la economía. Hace algunos años se hablaba mucho de la fuga de cerebros de los control necesario. Los países pobres hacia los países ricos; hoy los indios ven en la expa- partidos políticos, incluido triación una ventaja real a raíz de los contactos internacionales que el partido comunista de permite y las redes que constituye. Con todo, la gama de talentos es Bengala occidental, han tan amplia y el desempleo tan extendido que el hecho de que algunos apoyado el principio de la economía abierta. encuentren trabajo en el extranjero ya no constituye un problema.

El rol del gobierno Fue posible medir el espíritu de iniciativa cuando los embates del tsunami afectaron la costa sudeste de la India: la ayuda fue rápida y eficaz. Con todo, el gobierno no estuvo solo en su actuación, y numerosas ONG, muchos individuos y pequeños grupos ofrecieron ayuda durante períodos más o menos prolongados, cubriendo sus propios gastos, a menudo apoyados por amigos, familias y comunidades. No se puede, obviamente, minimizar el aporte del gobierno al desarrollo, que de hecho hace diez años abrió la economía a la iniciativa privada y a la competencia con operadores del extranjero, manteniendo a la vez el control necesario. Los partidos políticos, incluido el partido comunista de Bengala occidental, han apoyado el principio de la economía

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abierta. Ciertamente, ese impulso fue obstaculizado por una corrupción endémica; pero, para ciertos empresarios activos, pagar a los políticos es parte de la inversión, tal como sucede a nivel internacional. El gobierno conserva en todo caso la responsabilidad ante las poblaciones más pobres, que disponen del derecho a voto en una sociedad democrática. Así, los electores han dado de baja al BJP y su Indian Shining. Con ocasión de las elecciones, el partido comunista obtuvo su mayor número de asientos en el parlamento con posterioridad a la independencia. Actualmente apoya al Gobierno del Partido del Congreso, vigilando en todo caso que éste no olvide los intereses de los pobres, aun cuando lo hace a su manera, en forma más bien ideológica. En una democracia con tendencia al florecimiento, los pobres toman conciencia de sus derechos y aprenden a exigir su aplicación. Después del tsunami, las víctimas se organizaron para presentar sus solicitudes de ayuda al gobierno y diversos organismos. La población, sobre todo los pobres, está ahora dispuesta a manifestar si considera que los funcionarios de gobierno, incluida la policía, no prestan atención a sus necesidades y problemas. Un incidente puede bloquear el tráfico o asediar a una autoridad para hacerse escuchar. A pesar de la lentitud y la corrupción de la burocracia a las cuales siguen expuestos, los indios están saliendo de su posición de víctimas y están adquiriendo sentido de su poder. La justicia cumple un rol muy importante para obligar al gobierno a rendir cuentas. La India ha desarrollado un programa legal llamado Public Interest Litigation: todo ciudadano puede presentar ante la justicia las acciones o decisiones del gobierno que estima injustas, incluso en terrenos en los cuales no esté directamente interesado. Una simple querella enviada por un pobre puede ser considerada muy seriamente por la justicia. Las investigaciones judiciales por corrupción abandonadas a raíz de presiones políticas pueden retomarse por orden de un tribunal. Recientemente, mientras ciertos casos de violencia interreligiosa no habían sido tomados en serio por el gobierno de un Estado, la justicia intervino para obligar a hacer una investigación seria e independiente. La justicia opera como protección eficaz contra los abusos de poder de los políticos y contra su tentativa de pervertir los valores constitucionales. La justicia se muestra además sumamente sensible a los problemas ecológicos.

El sistema de castas. Gracias a esa politización, también el sistema de castas está empezando a cambiar. Se abre camino un nuevo sentido de la igualdad. Algunas castas se han politizado, ya sea para apoyar a un partido o para constituirse ellas mismas como un partido político. Algunas han mostrado tener capacidad de organización. Está desapareciendo la tradición de la asociación específica destinada a determinadas tareas, que era una característica propia de las castas. Los dalit se organizan3. En Uttar Pradesh, el estado más grande la Unión, hace pocos años una mujer dalit era su presidenta. En Tamil Nadu hay dos partidos políticos dalit, que representan dos subcastas. Dicha politización pasa por las religiones de las personas. Hace todavía poco tiempo, la conversión a otra religión –cristianismo o budismo– parecía ser una manera de escapar 3 Ver M. AMALADOSS, «Les Dalits en Inde», en Etudes, octubre de 2000, 313-325.

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«La educación y el desarrollo económico son de hecho factores clave de limitación del crecimiento de la población, sin contar la diferencia de desarrollo entre las zonas industriales urbanas y las aldeas donde se vive de la agricultura. Se espera que los grupos y las regiones de punta impulsen a las otras hacia el nivel superior de la escala económica».

al sistema de castas; pero los dalit se dan cuenta de que no basta la conversión, ya que el hecho de pasar a ser budistas les puede dar una nueva identidad personal, pero no cambia su identidad social; convertirse en cristianos les puede ofrecer posibilidades de formación, pero la Iglesia no puede darles un nuevo estatus en la sociedad ni ofrecerles una ocupación. Por ese motivo, los dalit de distinta religión sienten la necesidad de reunirse y organizarse para reclamar sus propios derechos de ciudadanos. El Estado de la India organiza para ellos programas de discriminación positiva. Su autonomía en el terreno de la educación y la economía parece urgente.

Los efectos de la globalización La globalización ofrece a los países en vías de desarrollo oportunidades para el personal, los talentos y las empresas. El aumento del costo laboral en el mundo desarrollado ha inducido a las multinacionales a buscar soluciones alternativas. Así, China ha estado en condiciones de llevar a cabo su propio crecimiento industrial. La India ha sido más lenta para abrir su propia economía y aprovechar este movimiento, pero ha recogido al vuelo la oportunidad ofrecida por la deslocalización de los servicios industriales. Esto comenzó con los llamados call centers. Un amigo que pedía por teléfono información sobre los horarios de los trenes de Londres a Oxford descubrió que la respuesta se la daba un interlocutor de Bangalore que tenía acceso a toda la información, incluso de carácter meteorológico. Se han deslocalizado trabajos mecánicos simples, pero que requieren inteligencia (escribir informes a máquina o hacer operaciones contables). Estos servicios resuelven los problemas delicados de software y de carácter mecánico, y actualmente se desplazan hacia tareas más creativas, como la investigación o la creación artística. La inversión necesaria es mínima: un computer y un puesto de trabajo. El número de empleados de la industria

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deslocalizada no es significativo si se considera la mano de obra disponible en la India, pero es una fuente de estímulo con numerosos efectos secundarios. Para atraer a las empresas, el gobierno está dispuesto a mejorar las infraestructuras: caminos, líneas telefónicas y conexiones informáticas, infraestructuras de las cuales todos se benefician. Los jóvenes que trabajan mucho están dispuestos a gastar en sus entretenimientos, y las familias conocen nuevas aspiraciones, que constituyen nuevas invitaciones al consumo. Los media, sobre todo la televisión, contribuyen obviamente a la toma de conciencia y al desarrollo. Las tradiciones sociales y culturales oponen resistencia, pero está naciendo un nuevo sentido de las libertades: cambian los hábitos de trabajo, los habitantes están más dispuestos a desplazarse. El sondeo antes citado muestra que el 65 por ciento de la población ha sentido la necesidad de desplazarse para obtener nuevas oportunidades de educación y trabajo; el 79 por ciento trabaja más que antes; el 67 por ciento considera que la presión de las normas sociales ha disminuido; el 71 por ciento está más abierto que antes a las relaciones; el 65 por ciento pasa menos tiempo con la familia y el 59 por ciento estima que recibe menos apoyo de parte de las estructuras tradicionales: La democracia se afirma familia o gobierno; el 70 por ciento está dispuesto a trabajar ahora en lentamente, pero está sectores con los cuales antes no estaba familiarizado; el 62 por ciento realmente viva. Hubo ahorra menos que antes; el 54 por ciento piensa tener más éxito de lo elecciones regionales en que habría esperado. los lugares más atrasados Con todo, el individualismo, las riquezas y las nuevas libertades no de la India, en Bihar. han aminorado la responsabilidad social de los indios. Hemos visto Los ciudadanos parecen cómo los individuos han respondido a crisis como la del tsunami; pero acostumbrarse a exigir la población espera que el gobierno se preocupe en mayor medida rendiciones de cuentas a de los más pobres: el 85 por ciento piensa que parte importante del los responsables políticos. presupuesto estatal debería destinarse a los pobres; el 72 por ciento Podría ser el comienzo sugiere que el gobierno intervenga en su favor en las situaciones tan esperado del fin de la difíciles; el 69 por ciento se opone a que las decisiones vinculadas pobreza. con el establecimiento de escuelas, hospitales o industrias se pongan en manos del mercado. Corresponde al gobierno tomar decisiones, prestando especial atención a los pobres. Así, el parlamento aprobó recientemente una ley que garantiza un mínimo de empleo en las regiones rurales. Uno de los principales diarios de la India en idioma inglés, The Indian Express, publica una crónica sobre el dinamismo y las nuevas perspectivas de la nación, titulada India explained – India empowered. En esas columnas se habla de la realización de infraestructuras, el mejoramiento de la educación, la esperanza nuevamente dada a las aldeas y el fomento de las iniciativas. Los comentarios de los funcionarios de gobierno de alto nivel son significativos. El Presidente A.P.J. Abdul Kalam considera que «el poder de la India reside en el conocimiento que se arraiga en las aldeas». El Vicepresidente Bhairon Sing Shekhawat insiste en la necesidad de poner fin a la corrupción. El Primer Ministro Man Mohan Singh habla de «democracia abierta, de economía abierta». El ex Presidente K.R. Narayanan, fallecido hace poco tiempo, visualizaba el día «en que los ignorados y los explotados comiencen a afirmar sus derechos y sus capacidades». La democracia se afirma lentamente, pero está realmente viva. Hubo elecciones regionales en los lugares más atrasados de la India, en Bihar. Los ciudadanos parecen acostumbrarse

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a exigir rendiciones de cuentas a los responsables políticos. Podría ser el comienzo tan esperado del fin de la pobreza. No se trata de que los habitantes tengan gran confianza en los políticos; de hecho, el 58 por ciento declara incluso que ha disminuido su confianza en los políticos y los funcionarios. Efectivamente, el 81 por ciento tiene más confianza en los industriales, los empresarios, los hombres de ciencia y los técnicos que en los políticos (el 14 por ciento) o los burócratas (el 5 por ciento).

El lugar de las religiones La India es un país plurirreligioso y multicultural. Su integración como nación está aún por llevarse a cabo. Aún subsisten movimientos separatistas en diversas partes. La tensión entre musulmanes e hindúes depende de la historia. La mayoría hindú vuelve a encontrar su propia identidad después de más de mil años de sumisión, primero a los musulmanes y luego a los ingleses. La división India-Pakistán ha dejado heridas profundas. Continúan periódicamente los enfrentamientos entre hindúes y musulmanes, pero los motivos parecen ser sobre todo económicos y políticos. Con 120 millones de musulmanes, la India ocupa el tercer lugar en el mundo entre los países con población musulmana, después de Indonesia y Pakistán. Con posterioridad a la división con Pakistán, la India ha elegido ser un país laico y ha sabido preservar y defender ese carácter laico. El BJP, inspirado en el fundamentalismo hindú, no ha logrado aún arraigarse profundamente en el país. Nunca ha obtenido más de 20 por ciento de la votación popular, incluso aliándose con partidos regionales, y parece estar en rápida declinación. El núcleo del grupo fundamentalista hindú sigue siendo sumamente débil, si bien numerosos hindúes pueden constituir un apoyo más o menos intenso a la mentalidad identitaria. Sin embargo, esa tendencia no se traduce en votos: los ciudadanos apoyan a los partidos políticos por su capacidad de producir resultados económicos y no en función de su ideología o su visión religiosa. El pragmatismo prevalece en relación con la ideología. Para percatarse de esto, basta observar las exigencias para las escuelas que emplean el inglés, incluso a nivel básico. El inglés se considera un pasaporte hacia el empleo en la tecnología informática y las demás industrias. El hinduismo no es una religión organizada, sino un término general que agrupa gran cantidad de tradiciones indígenas. Las tentativas del BJP de constituir con ellas una fuerza organizada parecen frustradas. El Sankaracharya de Kanjeepuram, que podría haber sido una especie de jefe nacional religioso, se encuentra ahora acusado en diversos procesos, incluso por homicidio. Mientras Jesús y el cristianismo gozan de aceptación y admiración general, existe una tendencia sumamente difundida contra el proselitismo y su dependencia de los centros de poder y finanzas extranjeros. La mejor imagen del laicismo de la India está ilustrada por el hecho de que el Presidente es musulmán, el Primer Ministro es sikh y Sonia Gandhi, la presidenta del partido en el poder, es una cristiana de origen extranjero. Dos estados del sur (Andra Pradesh y Kerala) tienen presidentes cristianos. La India no brilla aún para todos, pero se ilumina. Su democracia progresa. La escuela para todos será un factor clave para que esa capacidad de autonomía se afirme y se desarrolle.

MICHAEL AMALADOSS S.J.

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NOTAS CUANDO LA MUERTE SE VUELVE INHUMANA por Robert Spaemann

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estado nuevamente dando deberás dejarlo todo»1. El conocimiento muerte a semejantes de nuestra especie. al cual se refiere Kunze ocupa cada moEsta vez ha ocurrido en la tierra donde mento de nuestras vidas. Para Heidegger, se dice que estuvo el Edén, entre el Tigris la conciencia de la muerte constituyó la y el Éufrates. Esto no ha sido peor que clave de su hermenéutica del Dasein. Sólo las incontables masacres del siglo pasa- cuando tenemos conciencia de la muerte, comenzamos a descubrir do. De hecho, fue más lo que significa vivir. Y contenido. Y se estaba sin embargo el miedo haciendo –se dijo– para EL ASESINATO DELIBERADO a la muerte, mantenido evitar mayores matanzas DE SEMEJANTES DE LA en secreto, aísla a cada en lo sucesivo. Una cosa ESPECIE, JUNTO CON EL DARSE hombre, porque la mueres verdad: el asesinato MUERTE DELIBERADAMENTE te no es un acto colectivo. deliberado de semejantes A UNO MISMO, ES PRIVILEGIO Todos deben morir solos, de la especie, junto con el RESERVADO ÚNICAMENTE AL y quienquiera se haya darse muerte deliberaHOMBRE. ES UN PRIVILEGIO POR percatado de esto ya no damente a uno mismo, EL HECHO DE QUE EL HOMBRE ES podrá buscar en la mera es privilegio reservado EL ÚNICO SER CON CONCIENCIA sociedad el significado únicamente al hombre. DE LA MUERTE, TANTO DE LOS de su existencia, sabienEs un privilegio por el DEMÁS COMO DE SÍ MISMO. do que un día abandonahecho de que el hombre, rá a la sociedad y ésta lo como tenemos buenos motivos para suponer, es el único ser abandonará a él. con conciencia de la muerte, tanto de los Esta conciencia de la muerte es curiosamente ambivalente. Por una parte, tiende demás como de sí mismo. El poeta alemán Reiner Kunze dice en uno a despojar de todo significado las acciones de sus poemas: «Nada especial eres / Sólo del hombre: todo carece de sentido en deque te apegas a la belleza / Sabiendo que finitiva. Por otra parte, el conocimiento de 1 «Wesen bist du unter Wesen / Nur daß du hängst am Schönen / Und weißt: du mußt davon.»

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biológica ni de su utilidad para los demás, que después de todo también deben morir. Llamamos bello a algo que tiene sentido en sí mismo. Y entre esas cosas bellas hay también gestos y acciones del hombre, incluso cuando resultan ser inútiles o inadvertidamente desperdiciados por personas no indicadas para recibirlos. Lo bello es resistente al torbellino de absurdo en que la conciencia de la muerte amenaza sumirnos. Para el creyente, y ciertamente ya para Platón, es un destello anticipado Robert Spaeman de algo que sobrevive a la muerte. ¿Cómo aborda la sociedad la muerte y la agonía, que son el naufragio del totalila finitud otorga a la existencia su precioso tarismo de lo social? Al menos al morir, valor. Si nunca muriésemos, todo perdería si no ocurre antes, el hombre cesa de ser su importancia. Todo cuanto hacemos hoy miembro de una totalidad social. Una condición puede amenapodríamos simplemente zar con la muerte, pero también hacerlo mañaEL CONOCIMIENTO DE LA nadie es más fuerte –y na. Para dos personas FINITUD OTORGA A LA dadas las circunstancias que establecen juntas su EXISTENCIA SU PRECIOSO VALOR. adecuadas, más peligrovida sobre la base del SI NUNCA MURIÉSEMOS, TODO so– que alguien que ha amor, sesenta años es un PERDERÍA SU IMPORTANCIA. conquistado el miedo a período breve. Pueden TODO CUANTO HACEMOS HOY la muerte. La amenaza despertar en la mañana PODRÍAMOS SIMPLEMENTE de muerte es una pode sus bodas de oro deTAMBIÉN HACERLO MAÑANA. derosa herramienta. La seando realmente poder necesidad de convertir finalmente empezar de la amenaza en realidad nuevo. ¿Pero sin final? Eso lo destruiría todo de inmediato. El es una derrota. hecho de saber que hay un final es lo La cultura ritualizada de la muerte y la primero que abre para nosotros la di- sepultura era en la tradición europea un mensión del significado, condición previa fenómeno dialéctico que hacía posible a para tener algo parecido a la sensación de la sociedad relativizarse. Al incorporar la muerte en formas de culto, la sociedad carencia de sentido. «Sólo que te apegas a la belleza» es el integró en sí misma precisamente aqueotro rasgo distintivo de lo humano en el llo que la ponía en tela de juicio. Para poema de Kunze. La experiencia de lo esta integración, se requería un sentido bello está estrechamente vinculada con la religioso. Aquello que relativizó a la soconciencia de la muerte. Es la experiencia ciedad también la legitimó. Al reconocer de algo cuyo significado no proviene de la sociedad que ella no era Dios, estuvo en su valor para nuestra propia conservación condiciones de comprender su autoridad

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como algo ratificado divinamente. La fe la eutanasia y sin embargo de ninguna en la vida eterna también relativizó la manera es expulsada de la comunidad oposición entre la vida y la muerte. Hay internacional. Por el contrario, sus docen Münster una vieja hacha de verdugo tores estiman que están en la vanguardia con estas palabras: «Cuando levanto el cuando matan. Y repentinamente parece hacha estoy deseando la eternidad para que las cosas no pueden ocurrir con suficiente rapidez. La nueva un pobre pecador». Por definición de la muerte cuanto la modernidad es ¿CÓMO ABORDA LA SOCIEDAD como «muerte cerebral» estructuralmente ateísta, LA MUERTE Y LA AGONÍA, permite declarar fallecidebe concebir la oposiQUE SON EL NAUFRAGIO DEL das a las personas cuanción entre la vida y la TOTALITARISMO DE LO SOCIAL? do todavía respiran y muerte como si fuera abAL MENOS AL MORIR, SI NO pasar por alto el proceso soluta. «Seguiré viviendo OCURRE ANTES, EL HOMBRE de la agonía con el fin de en mis hijos». ¡Qué frase CESA DE SER MIEMBRO DE obtener de los agonizantan vacía ante la expeUNA TOTALIDAD SOCIAL. UNA tes respuestas para los riencia del hombre de CONDICIÓN PUEDE AMENAZAR vivos. La muerte ya no sí mismo como persona CON LA MUERTE, PERO NADIE se encuentra al final del individual! ES MÁS FUERTE –Y DADAS LAS proceso de la agonía, sino Así, la sociedad lucha CIRCUNSTANCIAS ADECUADAS, –mediante el fiat de una obstinadamente por proMÁS PELIGROSO- QUE ALGUIEN comisión de Harvard– en longar la vida, únicamenQUE HA CONQUISTADO EL MIEDO su comienzo. te para verse obligada en A LA MUERTE. LA AMENAZA La costumbre judeocrisdefinitiva a capitular. Es DE MUERTE ES UNA PODEROSA tiana de dar sepultura es incapaz de desarrollar HERRAMIENTA. sustituida cada vez más rituales auténticos para por la eliminación de caacompañar el viaje hasta dáveres como máquinas este final porque carece de horizontes en los cuales pueda rela- mediante la cremación sin público mirantivizarse. El primer resultado de esto es do. Y un número creciente de personas una tendencia a apartar la muerte de la cree estar haciendo algo bueno para sus mente. La muerte ocurre con frecuencia hijos al reducir los costos encargando ser creciente en alguna habitación apartada colocadas anónimamente en el suelo. Está desapareciendo la sepultura ritual de los al interior de una clínica. La consecuencia: un miedo a la muerte muertos, que es la característica distintiva reprimido y sin embargo mayor. La más antigua del homo sapiens. mayoría de la gente hoy enfrenta la Mi descripción del estado actual de las perspectiva de su propia muerte sin cosas ha estado marcada por una tendenni siquiera haber estado presente en la cia; pero también lo está la relación de la de otra persona. Por otra parte, existe norma oficial, consistente en un total eufetambién una tendencia a simplemente mismo. No estoy haciendo proposiciones. eliminar sin consideración a quienes ya Toda reflexión sobre los fundamentos de no pueden percibirse como miembros la humanidad exige que comencemos del mundo social. Holanda ha legalizado evaluando lo que hay.

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Y CHESTERTON SE QUITÓ EL SOMBRERO por David Amado

«El motivo de mi conversión estriba en que el catolicismo es verdadero» G. K. Chesterton

Gilbert Keith Chesterton nació en 1874 de la sorpresa que me producía; tan sey no se convirtió al catolicismo hasta guro como que Dios creó las manzanas. 1922. Es a partir de ese momento que es- Podían ser manzanitas pequeñas como cribe sus ensayos dedicados a dos genios yo, pero eran también sólidas como yo». del cristianismo: Santo Tomás de Aqui- (Autobiografía, p. 53). Esa capacidad de no y San Francisco de Asís y también su contemplar la realidad tal como es, sin Autobiografía. Sin embargo, cualquiera reducirla a los prejuicios, como sucedía que lea su producción anterior llega a con el escepticismo que triunfaba en la conclusión de que Chesterton ya era su época, la mantuvo Chesterton durante toda su vida. No católico mucho antes intentaba explicar la de su bautismo. Basta realidad en base a sus para ello fijarse en alAL MISMO TIEMPO NUESTRO concepciones, sino que gunos de sus escritos AUTOR CONSTATA QUE EN LA se dejaba guiar por ella. anteriores a 1922 como SOCIEDAD DE SU ÉPOCA SE De hecho Chesterton Ortodoxia (1908), La VAN ABRIENDO HUECOS, HAY nunca perdió la fasciEsfera y la Cruz (1910) VERDADES QUE VAN CAYENDO, nación infantil frente al o las novelas policíacas Y CADA VEZ LA VIDA SE ALEJA mundo. George Weigel protagonizadas por el MÁS DE UN PRINCIPIO BÁSICO ha dicho de él que «fue católico padre Brown. MORAL Y METAFÍSICO EN QUE siempre un joven como Mario Fazio, en un artíAPOYARSE. (...) de unos cinco años». Y, culo titulado Chesterton, utilizando una exprela filosofía del asombro agradecido,1 señala, siguiendo la Autobio- sión de este autor podemos decir tamgrafía del polemista inglés cinco etapas bién que para Chesterton era evidente que los datos cantan. que vamos a recorrer. La primera es la de la infancia, de la La segunda fase corresponde a la de que Chesterton dice: «De niño, yo tenía su juventud. En la Autobiografía lleva una especie de asombro confiado al con- el sugerente título de «Cómo ser un templar el manzano como un manzano. lunático». Antes, en la caracterización Estaba seguro de ello y también seguro del paso de la infancia a la adolescencia * El presente artículo se basa fundamentalmente en las siguientes fuentes: G.K. Chesterton, Autobiografía, Barcelona 2003; P. Gulisano, Chesterton e Belloc, Milano 2002; G. Weigel, Cartas a un joven católico, Madrid 2006. Algunos datos biográficos se han extraído de páginas de Internet. 1 Artículo publicado en Acta Philosophica, vol. 11 (2002), pp. 121-142. Reproducido en www.conocereisdeverdad.org .

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había señalado: «Habíamos empezado a ser lo que los niños no son: esnobs. Los niños purifican los papeles teatrales que interpretan cuando dicen: «vamos a hacer de», nosotros simplemente lo hacíamos». (A. 66) La juventud de Chesterton estuvo repleta de «dudas, morbidez y tentaciones», que le «dejaron para siempre la certeza de la objetiva solidez del pecado» (A. 83). Podemos decir que el cándido Gilbert entró en una noche oscura, o mejor en un túnel. También dirá que «el ambiente de mi juventud no era sólo el ateísmo, sino la ortodoxia atea, y esa postura gozaba de prestigio». Y en Ortodoxia «a la edad de doce años era yo un poco pagano, y a los dieciocho era un completo agnóstico, cada vez más hundido en un suicidio espiritual».

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Aquellos días podemos dec i r que Chesterton entró en depresión. Como él mismo señala, había días en que al llegar a su casa se tumbaba en la cama y sólo era capaz de leer novelas de Dickens. En este autor veía Chesterton una continuación de la Merry England, la feliz Inglaterra. Y le sorprendía el espacio que dejaba para la humanidad. Sobre todo que Dickens no se dejaba llevar por un vago sentimentalismo, sino que sentía una verdadera simpatía por las personas, y ello Chesterton lo atribuía a la fe cristiana. Durante su juventud Chesterton se sintió atraído por el espiritismo, que abandonó porque le producía dolores de cabeza. Durante esa época se matriculó en una escuela de Artes para aprender a pintar. Estaba de moda el impresionismo, que él vincula al escepticismo. «Creo que en el impresionismo había un significado espiritual relacionado con esta era de escepticismo. Quiero decir que ilustra el escepticismo en lo que tiene de subjetivismo. Su principio era que si lo único que se veía de una vaca era una línea blanca y una sombra púrpura, sólo debíamos plasmar la línea y la sombra: en cierto sentido, deberíamos creer en la línea y en la sombra más que en la vaca» (A. 101). Era, pues, una filosofía, que se presta a la afirmación de que las cosas sólo existen como las percibimos o que, quizás, ni siquiera existe. Chesterton se sorprende, en la juventud, de «la enorme rapidez con la que se cree estar de vuelta de lo fundamental y con la que incluso se niega lo fundamental». Chesterton, al repasar esa época de su vida se da cuenta de que «estaba llevando a su propio límite el escepticismo de mi época». Y añade con notable sentido del humor: «El ateo me decía con mucha


solemnidad que no creía que existiera pre un sentimiento de esperanza. No ningún dios, y había momentos en los se puede leer a este autor y caer en la que yo ni siquiera creía que hubiera melancolía. Probablemente ello se deba al método que inventó para salir de la ningún ateo» (A. 102) Fue una época muy dura: «Lo cierto es postración a que le condujo el pensaque descendí lo suficiente como para miento y la vida de su juventud. descubrir al demonio e incluso, de una Escribe en su Autobiografía: «Cuando forma oscura, para reconocer al demo- ya llevaba cierto tiempo sumido en las nio. Nunca, por lo menos, ni siquiera en profundidades del pesimismo contemesta primera etapa confusa y escéptica, poráneo, sentí en mi interior un gran me abandoné totalmente a las ideas del impulso a la rebeldía; desalojar aquel momento sobre la relatividad del mal o íncubo o librarme de aquella pesadilla». Intentó solucionar el problema él la irrealidad del pecado». (A. 103). Años más tarde, cuando entra en rela- solo, sin ayuda de nadie, y descubrió ción con el sacerdote John O’Connor, que «la mera existencia, reducida a sus lí m ites más prique inspiró el personaje marios, era lo bastante del Padre Brown, y le ext raordi naria como expone su experiencia (...) DE ESA MANERA SE DABAN para ser emocionante. del mal, descubre con ESAS CONTRADICCIONES, Cualquier cosa era magasombro que «el padre QUE PERVIVEN AÚN CON MÁS nífica comparada con O’Connor había sonFUERZA EN NUESTRO TIEMPO, la nada y aunque la luz deado aquellos abismos EN QUE ALGUIEN PUEDE SER del día fuera un sueño mucho más que yo. Me FILÁNTROPO Y AL MISMO era u na en soñac ión, quedé sorprendido de TIEMPO DEFENDER LA LUCHA no una pesadilla». Por mi propia sorpresa. Que POR LA VIDA DARWINIANA tanto añade aquí Chesla Iglesia Católica estuCOMO PRINCIPIO FILOSÓFICO terton, a la capacidad de viera más enterada del IRRENUNCIABLE. asombro de su infancia, bien que yo, era fácil el agradecimiento. Y ese de creer. Que estuviera más enterada del mal, me parecía increí- agradecimiento lo lleva hasta lo más ble. El padre O’Connor conocía los ho- simple, como los brazos o las piernas o rrores del mundo y no se escandalizaba, cualquier vida viva. A ello le ayudaron pues su pertenencia a la Iglesia católica los pocos autores «optimistas de la le hacía depositario de un gran tesoro: época», como Walt Whitman o Stevenson, al que admiraba desde siempre. la misericordia». En cualquier caso, la juventud fue para Era también una corroboración de lo Chesterton una época de holgazanería, que había dicho, muchos años antes, su anarquía moral y por poco llega al suicidio abuelo puritano: «Daría gracias a Dios por haberme creado aunque supiera que espiritual. ¿Cómo salió de ese infierno? «Mi aceptación del universo no es op- mi alma estaba condenada» (A. 20). timismo; es, más bien, una especie de Y añade: «Deseaba decir, tanto si conseguí decirlo como si no, que nadie sabe patriotismo». La lectura de Chesterton, tanto de sus hasta qué punto es optimista –aunque ensayos como de sus novelas, deja siem- se tenga por pesimista– porque no ha

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medido realmente la profundidad de su negativas teorías no encajaban en nada y deuda con lo que le creó y le permitió menos aún entre sí mismas». Chesterton, considerarse algo.» (A. 105). Y de ahí que defendió el sentido común de la menace el deseo firme de escribir contra jor manera posible, esto es ejerciéndolo, los decadentes y pesimistas que gober- aplica un principio muy simple: hay que naban la cultura de su época. Y así acaba aceptar como verdadero lo que mejor su tercera época, con la victoria sobre la ilumina la realidad. Negarlo es absurdo. depresión y una mirada nueva sobre la Por lo mismo también carece de sentido aceptar teóricamente lo que no ayuda a vida y el mundo. En la cuarta etapa, Chesterton empieza a comprender mejor la vida. investigar las creencias cristianas. Des- En un artículo publicado en el Daily News pués de investigar las corrientes teosófi- argumentó así contra el escepticismo: cas de su época, y de entrar en contacto «Yo creo –porque así lo afirman fuentes con algunos miembros del credo angli- autorizadas– que el mundo es redondo. cano, nos dice: «Comencé a examinar Que pueda haber tribus que crean que es triangular u oblongo más atentamente la teono altera el hecho de logía cristiana general PARA CHESTERTON EL que indudablemente el que muchos detestaban MUNDO SE HA VUELTO LOCO mundo tiene una forma y pocos examinaban. PRECISAMENTE POR UN MAL determinada, y no otra. Pronto desc ubrí que USO DE LA RAZÓN. EL POETA Por tanto, no digáis que realmente se corresponSÓLO PRETENDE LLEGAR CON la variedad de religiones día con muchas de estas SU CABEZA HASTA EL CIELO. EN os impide creer en una. experiencias vitales y CAMBIO, EL LÓGICO PRETENDE No sería una postura que incluso sus paraMETER EL CIELO EN SU CABEZA. inteligente». dojas de correspondían Y LO QUE OCURRE ES QUE LA «La imaginación no procon las paradojas de CABEZA ESTALLA. duce loc u ra. Lo que la vida» (A. 201). Al produce locura es, exacmismo tiempo nuestro tamente, la razón» autor constata que en la sociedad de su época se van abriendo Por aquella obra escribe Ortodoxia, obra huecos, hay verdades que van cayendo, que aparece después de Herejes. En y cada vez la vida se aleja más de un ésta había criticado el pensamiento de principio básico moral y metafísico en algunos autores como Kipling o Shaw. que apoyarse. De esa manera se daban Le recriminaron que no podía hacerlo esas contradicciones, que perviven aún si antes no explicaba su propia teolocon más fuerza en nuestro tiempo, en gía. De ahí nació la célebre obra. Dice que alguien puede ser filántropo y al Chesterton: «escribí un esquema de mismo tiempo defender la lucha por la mis propias razones para creer que la vida darwiniana como principio filosó- doctrina cristiana, tal como se resume en el Credo de los Apóstoles, sería una fico irrenunciable. En su estudio del cristianismo Chester- crítica de la vida mejor que las que yo ton constata algo: «la vieja teoría teoló- había criticado». (A. 202). gica parecía, bien que mal, encajar en la Para Chesterton el mundo se ha vuelto experiencia, mientras que las nuevas y loco precisamente por un mal uso de la

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razón. Escribe en Ortodoxia: «Los poe- cuenta de que el escéptico, si es consetas no se vuelven locos: los jugadores cuente, concluirá que no tiene derecho de ajedrez, sí. Los matemáticos y los a pensar, lo mismo que el evolucionista empleados de caja también se vuelven acabará pidiendo el matrimonio a una locos; pero los artistas creadores, rara piedra. vez (…) El poeta sólo pretende llegar Señala también Chesterton que una de con su cabeza hasta el cielo. En cambio, las cosas que le animó a ser cristiano el lógico pretende meter el cielo en su fue el determinismo. Escribe: «Fue el cabeza. Y lo que ocurre es que la cabeza determinismo el que proclamó a voz en grito que yo no era responsable. Y estalla». Por lo mismo, el lógico, y Chesterton no puesto que prefiero que me traten como estaba contra la lógica como se puede a un ser responsable y no como un lunático que anda suelto, ver en sus escritos, conempecé a buscar a mi templa el mundo como SEÑALA TAMBIÉN CHESTERTON alrededor un refugio un infinito muy estreQUE UNA DE LAS COSAS QUE LE espiritual que no fuera cho. Por eso dice: «Loco ANIMÓ A SER CRISTIANO FUE simplemente un refugio no es una persona que EL DETERMINISMO. ESCRIBE: de locos». (A. 205). ha perdido la razón. En «FUE EL DETERMINISMO EL QUE Esa posición le permite realidad, loco es el que PROCLAMÓ A VOZ EN GRITO abrirse al Misterio. Dice ha perdido todas las coQUE YO NO ERA RESPONSABLE. en Ortodoxia: «El missas, menos la razón. Su Y PUESTO QUE PREFIERO QUE ticismo nos mantiene mente se mueve en un ME TRATEN COMO A UN SER sanos. Mientras vives círculo perfecto, pero RESPONSABLE Y NO COMO el misterio, gozas de demasiado estrecho». UN LUNÁTICO QUE ANDA buena salud: si destruChesterton, por su parSUELTO, EMPECÉ A BUSCAR A yes el misterio, creas te, desde su capacidad MI ALREDEDOR UN REFUGIO mortalidad. La gente de asombro y agradeESPIRITUAL QUE NO FUERA SÓLO normal siempre ha sido cimiento por la vida, es UN REFUGIO DE LOCOS» (A.205). sana, porque el hombre capaz de descubrir un normal siempre ha sido mundo cada vez más un místico. El misterio grande que le confirma en sus ganas de vivir y le da sentido y más grande del misticismo consiste en unidad. De hecho todo su planteamiento que el hombre puede entender todas las se nos muestra como una réplica a las cosas con ayuda de lo que no entiende. filosofías de la desesperanza, tan que- El lógico enfermizo intenta aclarar toda ridas en el siglo XX, y que permitían la realidad, pero lo que consigue es havivir en el total hastío sin dejar, por ello, cerla misteriosa. El místico, por su parte, de practicar los vicios más aberrantes. deja que algo siga siendo misterioso, y Como lo ha definido un autor contem- todo lo demás resulta lúcido». poráneo, se trataba de un nihilismo «Cuando entro en una iglesia me quito divertido. Chesterton, que lleva las cosas el sombrero, no la cabeza» hasta el fin, retorciendo los argumentos La quinta etapa de la vida de Chesterton en sus célebres paradojas (qué lejanas a coincide con su bautismo católico. En los aforismos de salón de Wilde), se da 1900 había conocido a Hilaire Belloc y

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en 1901 contrajo matrimonio con Frances Blogg, a la que había conocido en 1896. Frances era anglicana practicante y Chesterton la acompañaba a la iglesia. Fue en esa época cuando comenzó a frecuentar los oficios litúrgicos. También por aquella época profundiza en una idea importante: la humildad. Reflexionando sobre el paganismo y sobre su grotesca parodia moderna se da cuenta de que el cristianismo ha conquistado el corazón de los hombres a través de la humildad. Por eso frente al deber exigido por la mentalidad moderna él opone el don que ha de ser agradecido. La soberbia, por el contrario, deforma la perspectiva de las cosas e impide ver el mundo tal como es. De ahí que la autoafirmación propia del hombre moderno conduzca también a la ignorancia. Y una de las deformaciones más graves es el gnosticismo que, so pretexto de conocer los arcanos, acaba negando el misterio de la Encarnación. Fue la sorpresa ante el mundo y la capacidad de asombro, unidos al agradecimiento por la vida, lo que llevó a Chesterton a abrazar cada vez más la fe hasta pedir el bautismo en 1922. Por

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fin llegaba a la que denominó la «casa del hombre». Después, cuando viajó a Roma, reafirmó que por fin se sentía en su hogar. Chesterton se bautizó en una sencilla barraca con tejado de uralita. En Beaconsfield aún no habían podido construir la iglesia. Días antes se paseaba por su casa repasando un pequeño catecismo. Más tarde, para responder a los que se preguntaban por su conversión al catolicismo escribió: «Cuando la gente me pregunta a mí o a cualquier otro ¿por qué te uniste a la Iglesia de Roma?, la primera respuesta esencial, aunque sea en parte incompleta, es: «para librarme de mis pecados». Porque no hay ningún otro sistema religioso que declare verdaderamente que libra a la gente de los pecados. (…). El sacramento de la penitencia da una vida nueva, y reconcilia al hombre con todo lo que vive: pero no como lo hacen los optimistas y los predicadores paganos de la felicidad. El don viene dado a un precio y condicionado a la confesión. He encontrado una religión que osa descender conmigo a las profundidades de mí mismo».


EL PLURALISMO por Fernando Moreno Valencia

Pareciera, a primera vista, que lo que heterogeneidad orgánica. En este senpodría designarse como la reivindica- tido no se debiera hablar de «límites» ción pluralista se ha extendido desde del pluralismo como de algo que se le el campo socio-político hasta el campo impone desde afuera; sus limitaciones son a la vez internas y teológico-eclesial. De positivas, puesto que hecho, sin embargo, es no hacen sino proyectar más bien en la tradiJUAN PABLO II ABORDABA EL la exigencia más función teológico-eclesial TEMA DEL PLURALISMO EN UN damental que es la que m isma, así como en DISCURSO DEL 31 DE OCTUBRE le da al pluralismo su las ideologías o filosoDE 1981, EN EL QUE DESTACABA justificación o su razón fías idealistas (incluiLA NECESARIA UNIDAD EN de ser. Esta exigencia se do allí el marxismo) y LA BASE DEL PLURALISMO, expresa diversamente positivistas donde es PRECISANDO AL MISMO TIEMPO en uno y otro campo. En preciso buscar el oriLA VERDAD QUE DEFINE el campo socio-político gen y fundamento de la ESA UNIDAD. ESCUCHEMOS el pluralismo aparece «reivindicación» actual AL PONTÍFICE: «EXISTE, como la proyección conen dicho campo1. Algo DEBE EXISTIR, UNA UNIDAD vergente y operativa de similar ha ocurrido en FUNDAMENTAL, QUE ESTÁ la justicia y la libertad. el plano socio-político, ANTES QUE TODO PLURALISMO, Estas últimas constiaun si aquí es sobre Y QUE ES LA ÚNICA QUE tuyen por ello mismo todo la tradición dePERMITE AL PLURALISMO NO su norma más fundamocrática anglo-sajona SÓLO SER LEGÍTIMO, SINO mental 2 y su principio (y con ello más u na DESEABLE Y FRUCTUOSO. interno de unidad, el «praxis» que una pura ESTA UNIDAD CONSISTE EN cual le otorga al pluradoctrina), y las doctriLA FIDELIDAD A ESA VERDAD lismo -en este caso- una nas «social cristianas» TOTAL SOBRE EL HOMBRE… a mplit ud equivalen(muy especialmente con Y EN LAS EXIGENCIAS Y te a la totalidad social Jacques Maritain) las NORMAS MORALES QUE BROTAN misma: no hay unidad que han operado como DE ELLA. social sino en la jus«catalizador» de esa ticia y la libertad3. En reivindicación. Cualquiera sea el campo al que haya el campo teológico-eclesial, por otra que referirlo, el pluralismo expresa parte, es sobre todo la verdad la que siempre unidad en la diversidad, o opera como exigencia más fundamental 1. Con lo cual no negamos una cierta influencia recíproca entre la expresión socio-política y la expresión teológico-eclesial del pluralismo. 2. Mas allá de cualquier determinación jurídico-positiva que tienda (necesariamente) a regularlo 3. Aun si la causa propia de esta unidad es la amistad cívica. En este sentido la libertad y la justicia operan más bien como una condición o disposición positiva.

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a la definición de la verdad. Al revés es la verdad la que define más fundamentalmente una justa concepción del pluralismo, el cual no aparece frente a ella sino como un «mecanismo» que asume su operatividad, considerando la condición humana no tanto en su riqueza y la multiplicidad diversificada de sus expresiones, cuanto en su indigencia y precariedad. El pluralismo es una vía y un mecanismo en la búsqueda vital e intelectual de la verdad inherente a la condición humana; vía y mecanismo muy humanos, tal vez demasiado humanos… Jacques Maritain Juan Pablo II abordaba el tema del pluralismo en un discurso del 31 de octubre y como principio de unidad en relación de 1981, en el que destacaba la necesaal pluralismo. Tanto en lo que toca a la ria unidad en la base del pluralismo, elucubración teórica como en lo que se precisando al mismo tiempo la verdad refiere a la «praxis» de la fe, la verdad que define esa unidad. Escuchemos supone, a parte subjecti, la búsqueda de al Pontífice: «Existe, debe existir, una la verdad y es de justicia unidad fundamental, que, en los límites –inque está antes que todo ternos una vez más– de LA NORMA DE LA VERDAD pluralismo, y que es la esa orientación fundaES GARANTÍA DE UNA JUSTA única que permite al mental, haya libertad UNIDAD (LÍMITE INTERNO DEL pluralismo no sólo ser para efect uarla. Así, PLURALISMO). ESTA NORMA legítimo, sino deseable la verdad hace alianza OPERA DIRECTAMENTE EN EL y fructuoso. Esta uniaquí con la libertad y la CASO DE LA TEOLOGÍA Y DE LA dad consiste en la fidejusticia para definir el VIDA ECLESIAL («CONOCERÉIS lidad a esa verdad total estatus del pluralismo. LA VERDAD Y LA VERDAD OS sobre el hombre… y en Podría decirse que es la HARÁ LIBRES». SAN JUAN 8, 32), E las exigencias y normas verdad en la justicia la INDIRECTAMENTE -PORQUE LA morales que brotan de que delimita entonces VERDAD DE LA SOCIEDAD ES LA ella. En relación con el «espacio» de libertad JUSTICIA- EN EL CASO DE LA VIDA ellas y con la enseñanza apropiado a la búsqueSOCIO-POLÍTICA. (...) del Magisterio que les da de fe (teológica o propone, el pluralismo existencial). no es legítimo cuando, Es de mayor importancia precisar en de un modo u otro, nos divide en lo este punto, que no es –como se tiende o que constituye el fundamento mismo se cree a menudo– el pluralismo el que del compromiso del cristiano en la define el estatus de la verdad, o, dicho de sociedad… el pluralismo debe, en todo otro modo, el pluralismo no es inherente caso, respetar sus límites intrínsecos y

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no puede menos de tener en cuenta el (marxista o de otro signo) práctico o contexto histórico en el que el cristiano ideológico podrían asumir la exigencia está llamado a actuar. Ese contexto pluralista en su justo tenor. El primero histórico, en particular, no puede hacer porque al someter la determinación legítimas para el cristiano opciones in- de la verdad al fieri socio-histórico, compatibles con la fe cristiana o con los simplemente diluye la norma unificavalores irrenunciables del hombre y que, dora inherente al pluralismo, llegando por tanto, en la práctica, significarían y a postular, lógicamente, una libertad constituirían una renuncia al carácter y una justicia «descontroladas» como específico propio del cristianismo, fa- fundamento de una exigencia sólo nomivoreciendo en la teoría y en la práctica nalmente pluralista. El segundo, porque su principio mismo de la afirmación de una fundamentación convisión de sociedad que (...) EN UNO Y OTRO CASO tradice virtualmente al contradice las exigenEL DESCONOCIMIENTO pluralismo, al afirmarse cias más profundas de DE LA NORMA CONDUCE en una concepción de la persona humana»4. A LA IDEOLOGÍA, A LA la base de una justa La norma de la verdad QUE NO ESCAPAN NI EL concepción del pluraes garantía de una justa NEO-MODERNISMO TEOLÓGICOlismo. El totalitarismo unidad (límite interno ECLESIAL (AL ESTILO DE es de suyo el reino de del pluralismo). Esta UN HANS KÜNG) NI LAS la homogeneidad, no norma opera directaINSTRUMENTALIZACIONES de la heterogeneidad; mente en el caso de la POLÍTICAS A QUE SE HA de la unidad externa teología y de la vida SOMETIDO EL PLURALISMO (cueste lo que cueste), eclesial («Conoceréis la DESDE POSICIONES MARXISTAS no de la unidad mínima Verdad y la Verdad os (EN ESPECIAL DE PARTE DE LOS que asume el riesgo hará libres». San Juan PARTIDOS COMUNISTAS) inherente al ejercicio 8, 32), e indirectamente de la libertad. En el –porque la verdad de plano socio-político, el la sociedad es la justicia– en el caso de la vida socio-política. pluralismo se integra en una concepción En uno y otro caso el desconocimiento democrática de la convivencia humana de la norma conduce a la ideología 5, a organizada, no en otras. En el plano la que no escapan ni el neo-modernismo teológico-eclesial, un justo pluralismo teológico-eclesial (al estilo de un Hans supone una concepción analógica –no Küng) ni las instrumentalizaciones polí- dialéctica o relativista– de la verdad, ticas a que se ha sometido el pluralismo acorde con el ser de las cosas y su infinidesde posiciones marxistas (en especial ta diversidad (o su inagotable riqueza). de parte de los partidos comunistas). Ni En síntesis, el pluralismo debe reconocer el relativismo historicista en el plano de la dignidad de lo diverso en la unidad análisis intelectual, ni el totalitarismo que lo «justifica» y la de sentido.

4. L’Osservatore Romano, 6 de diciembre de 1981, p. 18 5. En el sentido peyorativo de esta expresión.

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A 50 AÑOS DEL LEVANTAMIENTO DE HUNGRÍA por Gisela Silva Encina

El año 1956 fue un año crítico para el régimen soviético. Mediante la propaganda tenaz y el aislamiento, lograba aparecer siempre como un imperio monolítico, pero la atmósfera dentro de la URSS era explosiva. A ejemplo de Lenin, Stalin había afianzado la revolución de 1917 sobre dos pilares: los asesinatos y el trabajo esclavo. Los campos de trabajos forzados albergaban alrededor de 30 millones de hombres, que se sucedían con mucha rapidez, debido al hambre y a las brutales exigencias laborales. Los países satélites de la URSS procuraban –en grados muy variables– seguir este modelo. Muerto Stalin, su sucesor, Kruschof, intentó –si no modificar el régimen, lo que era imposible– al menos atenuar sus excesos y dar un respiro a la sociedad soviética. En febrero de 1956 –en el famoso XX Congreso del Partido Comunista de la URSS– denunció los crímenes de Stalin y el «culto a la personalidad» que éste había llevado hasta extremos grotescos. A estas declaraciones siguieron la liberación de miles de prisioneros y el regreso a Rusia de millones de deportados en Siberia y Asia Central. Esto produjo en la URSS una explicable sensación de alivio, que indujo a la gente a no profundizar demasiado en el alcance de las palabras de Kruschof. Pero el gobierno soviético no tenía intenciones de exportar libertades ni de proyectar esta política a los países sometidos. Sin embargo, la llamada «desestalinización» se había conocido en los países libres de Occi-

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dente, y a través de él en el mundo entero. Las reacciones de los demás gobiernos comunistas fueron contradictorias. Países con dictaduras brutales como Albania y China protestaron ante la URSS por el ultraje a la memoria de Stalin. En Hungría, el stalinista Rákosi pasó en silencio el informe Kruschof. En la mayoría de los pueblos sometidos de Europa Central, a medida que pasaban los meses se fue generando un sentimiento creciente de decepción. En junio de 1956 estalló una insurrección en Polonia: los obreros de Poznan se levantaron al grito de: «¡Fuera de Polonia las tropas soviéticas!». El ejército ahogó la sublevación en sangre, para evitar la invasión rusa que era inminente. El 23 de octubre del mismo año, en Budapest, los estudiantes de la Universidad Técnica obtuvieron permiso para organizar una manifestación de solidaridad con los obreros de Poznan. Cien mil alumnos desfilaron por las calles. Una multitud cada vez mayor se les fue sumando y por la tarde la ciudad entera era una gigantesca muchedumbre que clamaba por la libertad de Hungría. La enorme estatua de Stalin que presidía la ciudad fue derribada y literalmente hecha pedazos. Nadie había proyectado esta insurrección. Ella fue producto de una reacción espontánea. Un estallido de los sentimientos populares largo tiempo reprimidos por la opre-


sión extranjera. La sociedad húngara exigía libertad de expresión y de prensa, independencia total de la URSS y retiro del país del Pacto de Varsovia. Esa misma noche el Comité Central del Partido Obrero Húngaro nombró Presidente de Gobierno a Imre Nagy. Este era un comunista reformista que había gobernado el país durante dos años anteriores, suavizando los excesos del régimen. Pero la URSS no lo toleró y en 1955 había sido depuesto y expulsado del Partido. Su figura –aun sin proponer grandes cambios sociales– era para los húngaros un símbolo de la ansiada libertad del poder soviético. Por el contrario, para éste era un «desviacionista de derecha» y además un peligroso líder popular. Pero había en el corazón del pueblo húngaro otro líder de mayor significado: el Cardenal Mindszenty, jefe de la Iglesia católica, que había sufrido un calvario por su fe. Desde hacía ocho años, después de un proceso público inicuo, el Cardenal Primado había vivido prisionero en diversos lugares. En esos momentos se encontraba en el viejo castillo de Ambasssy, cerca de la frontera checoslovaca. Custodiado por 15 miembros de la policía secreta, vivía rigurosamente aislado. Mindszenty sólo supo cuatro días después lo que estaba ocurriendo en su patria. El país entero se había puesto de pie tras la capital. En la aldea próxima a su prisión, que tenía unos mil habitantes, los vecinos –en su mayoría protestantes– coreaban su nombre en las afueras del parque circundado de alambradas de púas. La prensa comunista, que el prelado recibía normalmente, dejó de llegar. Alguien mencionó ante él la palabra «revolución», pero fue acallado y no compareció más en su celda.

El nerviosismo creciente de sus guardias era notorio. Cuatro días después de iniciado el movimiento en Budapest, se presentó ante Mindszenty, el Jefe de la Oficina Estatal de Asuntos Religiosos. Le ordenó que se preparara para ser trasladado en un vehículo blindado hacia un lugar seguro, porque «su vida corría peligro». Mindszenty se negó y contestó con firmeza que se resistiría a cualquier traslado que no fuera a Budapest o a Estztergom, su sede episcopal. El burócrata se retiró sin insistir. Por fin, el 30 de octubre, llegó a su presencia una delegación de oficiales al mando del mayor Pálinkás-Pallavicini, quien se dirigió al prisionero en estos términos: «Su Eminencia el Príncipe-Primado de Hungría queda en libertad. Estamos a su disposición para ponernos en marcha hacia Budapest. Medios de transporte y de equipaje, todo lo que le sea necesario, está a su disposición.» «No sé si ellos o yo éramos los más emocionados cuando les di mi bendición», recordaría el Cardenal años después en sus Memorias. El 31 de octubre en la mañana se inició su marcha triunfal hacia Budapest. El vehículo que llevaba al ex prisionero iba escoltado por carros de artillería. En las ciudades y aldeas por donde pasaba la columna, las multitudes se agolpaban para arrojarle flores al pastor mártir, al son de las campanas de las iglesias. La marcha se hacía cada vez más lenta en la medida que se aproximaban a Budapest en fiesta. En el barrio obrero de Ujpest debieron detenerse para que el Cardenal bendijera a una gigantesca multitud que lo aguardaba delirante de entusiasmo. Al llegar por fin a su casa la escena se repi-

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tió. Millares de personas lo esperaban: «Soldados, estudiantes, madres de familia con sus niños –recordará años después– gritaban de alegría y lloraban. Todos derramamos lágrimas al reencontrarnos después de una década de tantos sufrimientos.» Antes de entrar en su sencilla morada, el Cardenal bendijo otra vez a la multitud arrodillada en las calles. Ese primer día de libertad el Primado lo pasó recibiendo autoridades y delegaciones, incluso algunas llegadas del extranjero. El padre Van Straaten, fundador de la Ayuda a la Iglesia que sufre, fue uno de los primeros en llegar, con generosas donaciones para la Iglesia húngara. A él le debemos estos recuerdos: «Nos costó muy poco encontrar la deteriorada residencia del Cardenal. Los corredores y las habitaciones estaban repletos de personas que esperaban su turno para poder saludarlo. Nos abrimos camino entre la multitud. Nos encontramos con dos obispos, varios oficiales y numerosos civiles, todos ellos mal vestidos. Eran personas que venían también saliendo de la prisión.» «El Cardenal, profundamente emocionado, nos recibió. Estaba un poco encorvado y pobremente vestido. Tenía los cabellos negros y una voz cansada y profunda, pero conservaba la energía de su mirada penetrante. (…) Escuchó con atención nuestras explicaciones y dio rápidas órdenes para que se distribuyeran los donativos a través del país.» En seguida el prelado se retiró para escribir un mensaje a todos los obispos del mundo, el que envió por medio del padre Van Straaten. En parte de él decía: «Nuestras necesidades y nuestra miseria son infinitas. Hago un llamado a la solidaridad de los obispos de la Iglesia Católica, a fin de que exhorten a todos los fieles a dar pruebas de verdadera caridad, ayudando a Caritas Húngara…»

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Y al despedirse del mensajero le tomó ambas manos y le dijo: «Padre mío, al regresar a Occidente dígale a nuestros amigos que no nos olviden. Pídales oraciones. Hay que rezar mucho porque a nosotros nos espera todavía una dura batalla.» Al día siguiente, 1º de noviembre, el Cardenal atendió a centenares de representantes de organizaciones religiosas que habían sido disueltas por las autoridades comunistas y anhelaban reorganizarse. La Iglesia húngara parecía renacer de sus cenizas con una prisa febril. El día 2 –tercer día de libertad– el Gobierno del Presidente Nagy y sus colaboradores entablaron conversaciones con la jerarquía eclesiástica que encabezaba el Cardenal, para informarla sobre la proyectada reorganización del Estado y sus relaciones con la Iglesia. El día 3, al atardecer, el Cardenal Mindszenty leyó, desde el edificio del Parlamento, una declaración oficial apoyando al nuevo gobierno. En ella agradeció especialmente el apoyo recibido del Papa Pío XII, y reiteró los deseos del nuevo gobierno de vivir en paz con todas las naciones. Manifestó la necesidad que el país tenía de elecciones libres, y llamó a su pueblo a deponer todas las querellas y parcialidades. «El régimen derribado –señaló– ha cometido graves errores. Pero los culpables deben rendir cuenta de su conducta por las vías legales y ante tribunales imparciales. Es necesario impedir todo acto de venganza individual.» «En los asuntos religiosos –añadió– nos oponemos a toda violencia y perfidia, métodos propios del régimen caído.» Estas serían las últimas palabras libres que oiría el pueblo húngaro. Esa noche, mientras se continuaba con la parodia de las conversaciones para un acuerdo ruso-húngaro, las autoridades soviéticas


PÍO XII Y EL ALZAMIENTO HÚNGARO

Durante las dos cortas semanas del alzamiento húngaro, Pío XII publicó tres breves encíclicas: En la primera, titulada Luctuosissimi Eventus, hizo un llamamiento al mundo cristiano para que rezara por Hungría. Luego, a los ocho días del conflicto, cuando parecía que el alzamiento contra el superpoder ruso podía tener éxito, se promulgó Laetamur Admodum. Esta encíclica, habla de la alegría del Papa de que la revolución estuviera teniendo éxito. La tercera, Datis Nuperrime, está fechada el 5 de noviembre, el verdadero día de la represión soviética. También pedía oraciones. El Papa Pío XII destacó su interés por hablar directamente al pueblo húngaro en una emisión especial transmitida por Radio Vaticana. Les aseguró que Dios sería su fuerza y salvaguarda.

detuvieron a los representantes de Hungría encabezados por el ministro de Defensa, Pal Maleter. Mientras tanto, las tropas –eufemísticamente llamadas «del Pacto de Varsovia»– marchaban sobre Budapest. Era el día 4 de noviembre de l956. Despertado a medianoche por las malas noticias, el Cardenal Mindszenty fue llamado de urgencia al Parlamento, sede del gobierno provisional. Mientras se encontraba ahí, sorpresivamente el edificio fue rodeado por los tanques soviéticos. Imre Nagy y las demás nuevas autoridades fueron hechas prisioneras y pagaron con sus vidas su intento de sacudir el yugo extranjero. El mismo destino habría alcanzado al jefe de la Iglesia si éste no hubiera logrado, a pie, deslizarse entre los blindados y llegar hasta la Embajada de Estados Unidos, en compañía de su secretario. Allí recibió inmediatamente asilo político, confirmado desde Washington. Este refugio se convirtió para él en una semi prisión que duraría 15 años. La revolución de Hungría había durado 13 días. Tres mil personas murieron luchando contra los tanques soviéticos y 230 más fueron juzgadas y ejecutadas en Moscú. Doscientos mil ciudadanos húngaros lograron huir en busca de libertad. Pocos días después de estos hechos, el Presidente Eisenhower informaba a Kruschof

acerca de la posición de Estados Unidos, con estas palabras: «Mi país no se interesa por los sucesos de Hungría, desde el momento que se trata de un asunto interno del bloque soviético.» Terminemos este triste capítulo de la historia del siglo XX con un juicio del Cardenal Mindszenty, testigo y víctima de los hechos: «Para nosotros la solidaridad del mundo occidental con la lucha de mi patria estaba fuera de duda y había sido manifestada con palabras altisonantes, pero debemos reconocer con amargura que a nuestras invocaciones de socorro no respondió nadie… Los dos grandes perdedores de la batalla de Hungría fueron por un lado el comunismo mundial cuya reputación moral cayó aún más bajo, y –por otra parte– Occidente y las Naciones Unidas, cuya impotencia quedó al desnudo. Pero Occidente no fue solamente impotente. Fue también ciego.» Mindszenty tenía razón. Hoy día, aleccionados por el curso de la historia posterior, sabemos que el imperio soviético era un gigante con los pies de barro. Efectivamente Occidente estaba ciego. Si en esos momentos hubiera apoyado la lucha de Hungría por su libertad, el derrumbe del muro de Berlín en 1989, se hubiera producido 33 años antes.

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La Palabra del Papa

EL SERVICIO DE LA IGLESIA A LA NACIÓN Y AL MUNDO Párrafos del discurso que dirigió S.S. Benedicto XVI a los participantes en la IV Asamblea Eclesial Nacional Italiana (Verona, 19 de octubre de 2006).

(...) de este mensaje fundamental de la resurrección, presente en nosotros y en nuestra vida diaria, paso al tema del servicio de la Iglesia en Italia a la nación, a Europa y al mundo. Italia se nos presenta hoy como un terreno muy necesitado y a la vez muy favorable a este testimonio. Muy necesitado, porque participa de la cultura que predomina en Occidente y que quisiera proponerse como universal y autosuficiente, generando un nuevo estilo de vida. De ahí deriva una nueva oleada de ilustración y de laicismo, por la que sólo sería racionalmente válido lo que se puede experimentar y calcular, mientras que en la práctica la libertad individual se erige como valor fundamental al que todos los demás deberían someterse. Así Dios queda excluido de la cultura y de la vida pública, y la fe en él resulta más difícil, entre otras razones porque vivimos en un mundo que se presenta casi siempre como obra nuestra, en el cual, por decirlo así, Dios no aparece ya directamente, da la impresión de que ya es superfluo, más aún, extraño. En íntima relación con todo esto, tiene lugar una radical reducción del hombre, considerado un simple producto de la naturaleza, como tal HUMANITAS Nº 45 pp. 124 - 137

no realmente libre y al que de por sí se puede tratar como a cualquier otro animal. Así se produce un auténtico vuelco del punto de partida de esta cultura, que era una reivindicación de la centralidad del hombre y de su libertad. En la misma línea, la ética se sitúa dentro de los confines del relativismo y el utilitarismo, excluyendo cualquier principio moral que sea válido y vinculante por sí mismo. No es difícil ver cómo este tipo de cultura representa un corte radical y profundo no sólo con el cristianismo, sino, más en general, con las tradiciones religiosas y morales de la humanidad. De este modo, no es capaz de entablar un verdadero diálogo con las demás culturas, en las que la dimensión religiosa está fuertemente presente; y no puede responder a los interrogantes fundamentales sobre el sentido y sobre la dirección de nuestra vida. Por eso, esta cultura está marcada por una profunda carencia, pero también por una gran necesidad –inútilmente escondida– de esperanza. Con todo, Italia, como dije antes, constituye al mismo tiempo un terreno muy favorable para el testimonio cristiano, pues la Iglesia aquí es

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una realidad muy viva –como vemos–, que conserva una presencia capilar en medio de la gente de todas las edades y condiciones. Las tradiciones cristianas con frecuencia están arraigadas y siguen produciendo frutos, mientras que se está llevando a cabo un gran esfuerzo de evangelización y catequesis, dirigido en particular a las nuevas generaciones, pero también cada vez más a las familias. Además, se siente cada vez con mayor claridad la insuficiencia de una racionalidad encerrada en sí misma y de una ética demasiado individualista: en concreto, se percibe la gravedad del peligro de separarse de las raíces cristianas de nuestra civilización. Esta sensación, que está muy difundida en el pueblo italiano, la formulan expresamente y con fuerza muchos e importantes hombres de cultura, incluso entre los que no comparten o al menos no practican nuestra fe. Así pues, la Iglesia y los católicos italianos están llamados a aprovechar esta gran oportunidad y, ante todo, a ser conscientes de ella. Nuestra actitud, por tanto, nunca deberá ser un encerramiento en nosotros mismos, renunciando a la acción. Al contrario, es preciso mantener vivo y, si es posible, incrementar nuestro dinamismo; es necesario abrirse con confianza a nuevas relaciones, sin desperdiciar ninguna de las energías que pueden contribuir al crecimiento cultural y moral de Italia. En efecto, a nosotros nos corresponde –no con nuestros pobres recursos, sino con la fuerza que viene del Espíritu Santo– dar respuestas positivas y convincentes a las expectativas y a los interrogantes de nuestra gente: si sabemos hacerlo, la Iglesia en Italia prestará un gran servicio no sólo a esta nación, sino también a Europa y al mundo, porque por doquier se halla presente la insidia del secularismo y es también universal la necesidad de una fe vivida en relación con los desafíos de nuestro tiempo. Queridos hermanos y hermanas, debemos preguntarnos ahora cómo y sobre qué bases cumplir esa tarea. En esta Asamblea habéis

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considerado, con razón, que es indispensable dar al testimonio cristiano contenidos concretos y practicables, examinando cómo puede llevarse a cabo y desarrollarse en cada uno de los grandes ámbitos en los que se articula la experiencia humana. Eso ayudará a no perder de vista en nuestra acción pastoral la relación entre la fe y la vida diaria, entre la propuesta del Evangelio y las preocupaciones y aspiraciones más íntimas de la gente. Por eso, en estos días habéis reflexionado sobre la vida afectiva y la familia, sobre el trabajo y la fiesta, sobre la educación y la cultura, sobre las situaciones de pobreza y de enfermedad, sobre los deberes y las responsabilidades de la vida social y política. Por mi parte, quisiera poner de relieve cómo, a través de este testimonio multiforme, debe brotar sobre todo el gran «sí» que en Jesucristo Dios dijo al hombre y a su vida, al amor humano, a nuestra libertad y a nuestra inteligencia; y, por tanto, cómo la fe en el Dios que tiene rostro humano trae la alegría al mundo. En efecto, el cristianismo está abierto a todo lo que hay de justo, verdadero y puro en las culturas y en las civilizaciones; a lo que alegra, consuela y fortalece nuestra existencia. San Pablo, en la carta a los Filipenses, escribió: «Todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta» (Flp 4, 8). Por tanto, los discípulos de Cristo reconocen y acogen de buen grado los auténticos valores de la cultura de nuestro tiempo, como el conocimiento científico y el desarrollo tecnológico, los derechos del hombre, la libertad religiosa y la democracia. Sin embargo, no ignoran y no subestiman la peligrosa fragilidad de la naturaleza humana, que es una amenaza para el camino del hombre en todo contexto histórico. En particular, no descuidan las tensiones interiores y las contradicciones de nuestra época. Por eso, la obra de evangelización nunca con-


siste sólo en adaptarse a las culturas, sino que siempre es también una purificación, un corte valiente, que se transforma en maduración y saneamiento, una apertura que permite nacer a la «nueva criatura» (2 Co 5, 17; Ga 6, 15) que es el fruto del Espíritu Santo. Como escribí en la encíclica Deus caritas est, no se comienza a ser cristiano –y, por tanto, el creyente no da testimonio– por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con la Persona de Jesucristo, «que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (n. 1). La fecundidad de este encuentro se manifiesta también, de modo peculiar y creativo, en el actual contexto humano y cultural, ante todo en relación con la razón que ha dado origen a las ciencias modernas y a las relativas tecnologías. En efecto, una característica fundamental de estas últimas es el empleo sistemático de los instrumentos de la matemática para poder actuar con la naturaleza y poner a nuestro servicio sus inmensas energías. La matemática como tal es una creación de nuestra inteligencia: la correspondencia entre sus estructuras y las estructuras reales del universo –que es el presupuesto de todos los modernos desarrollos científicos y tecnológicos, ya expresamente formulado por Galileo Galilei con la célebre afirmación de que el libro de la naturaleza está escrito en lenguaje matemático– suscita nuestra admiración y plantea un gran interrogante. En efecto, implica que el universo mismo está estructurado de manera inteligente, de modo que existe una correspondencia profunda entre nuestra razón subjetiva y la razón objetiva de la naturaleza. Así resulta inevitable preguntarse si no debe existir una única inteligencia originaria, que sea la fuente común de una y de otra. De este modo, precisamente la reflexión sobre el desarrollo de las ciencias nos remite al Logos creador. Cambia radicalmente la tendencia a dar primacía a lo irracional, a la casualidad y a la necesidad, a reconducir

a lo irracional también nuestra inteligencia y nuestra libertad. Sobre estas bases resulta de nuevo posible ensanchar los espacios de nuestra racionalidad, volver a abrirla a las grandes cuestiones de la verdad y del bien, conjugar entre sí la teología, la filosofía y las ciencias, respetando plenamente sus métodos propios y su recíproca autonomía, pero siendo también conscientes de su unidad intrínseca. (...) Se trata de una tarea que tenemos por delante, una aventura fascinante en la que vale la pena embarcarse, para dar nuevo impulso a la cultura de nuestro tiempo y para hacer que en ella la fe cristiana tenga de nuevo plena ciudadanía. Con ese fin, el «proyecto cultural» de la Iglesia en Italia es, sin duda, una intuición feliz y una contribución muy importante.

La persona humana. Razón, inteligencia y amor Por otra parte, la persona humana no es sólo razón e inteligencia, aunque ciertamente son sus elementos constitutivos. Lleva en su interior, inscrita en lo más profundo de su ser, la necesidad de amor, de ser amada y de amar a su vez. Por eso se interroga y a menudo se extravía ante las asperezas de la vida, ante el mal que existe en el mundo y que parece tan fuerte y, al mismo tiempo, radicalmente carente de sentido. Especialmente en nuestra época, a pesar de todos los progresos logrados, el mal no ha quedado en absoluto vencido; más aún, su poder parece fortalecerse y resultan inútiles todos los intentos de ocultarlo, como lo demuestran tanto la experiencia diaria como las grandes vicisitudes históricas. Así pues, vuelve insistentemente la pregunta sobre si en nuestra vida puede hallar espacio seguro el amor auténtico y, en definitiva, si el mundo es realmente obra de la sabiduría de Dios. Aquí, mucho más que cualquier razonamiento humano, nos ayuda la novedad conmovedora de la revelación bíblica: el Creador del cielo y

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de la tierra, el único Dios que es la fuente de todo ser, este único Logos creador, esta Razón creadora, ama personalmente al hombre, más aún, lo ama apasionadamente y quiere a su vez ser amado. Por eso, esta Razón creadora, que es al mismo tiempo amor, da vida a una historia de amor con Israel, su pueblo, y en esta historia, ante las traiciones del pueblo, su amor se manifiesta lleno de inagotable fidelidad y misericordia; es un amor que perdona más allá de todo límite. En Jesucristo esa actitud alcanza su forma extrema, inaudita y dramática, pues en él Dios se hace uno de nosotros, nuestro hermano, e incluso sacrifica su vida por nosotros. Así, en la muerte en la cruz, aparentemente el mayor mal de la historia, «se realiza ese ponerse Dios contra sí mismo, al entregarse para dar nueva vida al hombre y salvarlo: esto es amor en su forma más radical, en el cual se manifiesta lo que significa que «Dios es amor» (1 Jn 4, 8) y se comprende también cómo se debe definir el amor auténtico» (cf. Deus caritas est, 9-10 y 12). Precisamente porque nos ama de verdad, Dios respeta y salva nuestra libertad. Al poder del mal y del pecado no opone un poder más grande, sino que –como nos dijo nuestro amado Papa Juan Pablo II en la encíclica Dives in misericordia y por último en el libro Memoria e Identidad, su verdadero testamento espiritual– prefiere poner el límite de su paciencia y de su misericordia, el límite que es en concreto el sufrimiento del Hijo de Dios. Así también nuestro sufrimiento se transforma desde dentro, se introduce en la dimensión del amor y encierra una promesa de salvación. Queridos hermanos y hermanas, todo esto Juan Pablo II no sólo lo pensó y no sólo lo creyó con una fe abstracta: lo comprendió y lo vivió con una fe madurada en el sufrimiento. Por este camino, como Iglesia, estamos llamados a seguirlo del modo y en la medida en que Dios dispone para cada uno de nosotros. Con razón la cruz nos da miedo, como provocó miedo y angustia

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en Jesucristo (cf. Mc 14, 33-36); sin embargo, no es negación de la vida, por lo cual no es necesario desembarazarse de ella para ser felices. Al contrario, es el «sí» extremo de Dios al hombre, la expresión suprema de su amor y el manantial de la vida plena y perfecta. Por consiguiente, contiene la invitación más convincente a seguir a Cristo por la senda de la entrega de sí mismo. Aquí mi pensamiento se dirige con especial afecto a los miembros del Cuerpo del Señor que sufren. En Italia, como en todo el mundo, completan en su carne lo que falta a los padecimientos de Cristo (cf. Col 1, 24) y así contribuyen del modo más eficaz a la salvación común. Son los testigos más convincentes de la alegría que viene de Dios y que da la fuerza para aceptar la cruz con amor y perseverancia. Sabemos bien que esta opción de la fe y del seguimiento de Cristo nunca es fácil; al contrario, siempre es contestada y controvertida. Por tanto, también en nuestro tiempo, la Iglesia sigue siendo «signo de contradicción», a ejemplo de su Maestro (cf. Lc 2, 34). Pero no por eso nos desalentamos. Al contrario, debemos estar siempre dispuestos a dar respuesta (apología) a quien nos pida razón (logos) de nuestra esperanza como nos invita a hacer la primera carta de san Pedro (1 P 3, 15), que muy oportunamente habéis escogido como guía bíblica para el camino de esta Asamblea. Debemos responder «con dulzura y respeto, con recta conciencia» (1 P 3, 16), con la suave fuerza que brota de la unión con Cristo. Debemos hacerlo en todas partes, en el ámbito del pensamiento y en el de la acción, en el de los comportamientos personales y en el del testimonio público. La fuerte unidad que se realizó en la Iglesia de los primeros siglos entre una fe amiga de la inteligencia y una praxis de vida caracterizada por el amor mutuo y por la atención solícita a los pobres y a los que sufrían, hizo posible la primera gran expansión misionera del cristianismo en el mundo helenístico-romano. Así


sucedió también posteriormente, en diversos contextos culturales y situaciones históricas. Este sigue siendo el camino real para la evangelización. Que el Señor nos guíe a vivir esta unidad entre la verdad y el amor en las condiciones propias de nuestro tiempo, para la evangelización de Italia y del mundo actual. Así paso a un punto importante y fundamental: la educación.

La educación En concreto, para que la experiencia de la fe y del amor cristiano sea acogida y vivida y se transmita de una generación a otra, es fundamental y decisiva la cuestión de la educación de la persona. Es preciso preocuparse por la formación de su inteligencia, sin descuidar la de su libertad y capacidad de amar. (...) Por esto es necesario recurrir también a la ayuda de la gracia. Sólo de este modo se podrá afrontar con eficacia el peligro que corre el destino de la familia humana constituido por el desequilibrio entre el crecimiento tan rápido de nuestro poder técnico y el crecimiento mucho más lento de nuestros recursos morales. Una educación verdadera debe suscitar la valentía de las decisiones definitivas, que hoy se consideran un vínculo que limita nuestra libertad, pero que en realidad son indispensables para crecer y alcanzar algo grande en la vida, especialmente para que madure el amor en toda su belleza; por consiguiente, para dar consistencia y significado a nuestra libertad. De esta solicitud por la persona humana y su formación brotan nuestros «no» a formas débiles y desviadas de amor y a las falsificaciones de la libertad, así como a la reducción de la razón sólo a lo que se puede calcular y manipular. En realidad, estos «no» son más bien «sí» al amor auténtico, a la realidad del hombre tal como ha sido creado por Dios. Quiero expresar aquí todo mi aprecio por el gran trabajo formativo y educativo que cada una de las Iglesias realiza incansablemente

en Italia, por su atención pastoral a las nuevas generaciones y a las familias. Gracias por esta atención. Entre las múltiples formas de este compromiso no puedo por menos de recordar, en particular, la escuela católica, porque con respecto a ella siguen existiendo, en cierta medida, antiguos prejuicios, que ocasionan retrasos dañosos, y ya injustificables, en el reconocimiento de su función y en permitir en concreto su actividad.

El testimonio de caridad Jesús nos dijo que todo lo que hagamos a sus hermanos más pequeños se lo hacemos a él (cf. Mt 25, 40). Por tanto, la autenticidad de nuestra adhesión a Cristo se certifica especialmente con el amor y la solicitud concreta por los más débiles y pobres, por los que se encuentran en mayor peligro y en dificultades más graves. La Iglesia en Italia tiene una gran tradición de cercanía, ayuda y solidaridad con los necesitados, los enfermos, los marginados, que se manifiesta sobre todo en una serie admirable de «santos de la caridad». Esta tradición continúa también hoy y afronta las numerosas formas nuevas de pobreza, moral y material, a través de Cáritas, del voluntariado social, de la labor a menudo oculta de tantas parroquias, comunidades religiosas, asociaciones y grupos, así como de personas impulsadas por el amor a Cristo y a los hermanos. Además, la Iglesia en Italia demuestra una extraordinaria solidaridad con las inmensas muchedumbres de pobres de la tierra. Por eso, es muy importante que todos estos testimonios de caridad conserven siempre elevado y luminoso su perfil específico, alimentándose de humildad y confianza en el Señor, evitando sugestiones ideológicas y simpatías de partido, y sobre todo mirándolo todo con la mirada de Cristo. Por consiguiente, es importante la acción práctica, pero cuenta mucho más nuestra participación personal en las necesidades y sufrimientos del prójimo.

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Así, queridos hermanos y hermanas, la caridad de la Iglesia hace visible el amor de Dios en el mundo. Así hace más convincente nuestra fe en el Dios encarnado, crucificado y resucitado.

Responsabilidades civiles y políticas de los católicos Vuestra Asamblea ha hecho bien en afrontar también el tema de la ciudadanía, es decir, las cuestiones de las responsabilidades civiles y políticas de los católicos. En efecto, Cristo vino para salvar al hombre real y concreto, que vive en la historia y en la comunidad; por eso, el cristianismo y la Iglesia, desde el inicio, han tenido una dimensión y un alcance públicos. Como escribí en la encíclica Deus caritas est (cf. nn. 28-29), sobre las relaciones entre la religión y la política Jesucristo aportó una novedad sustancial, que abrió el camino hacia un mundo más humano y libre, a través de la distinción y la autonomía recíproca entre el Estado y la Iglesia, entre lo que es del César y lo que es de Dios (cf. Mt 22, 21). La misma libertad religiosa, que percibimos como un valor universal, particularmente necesario en el mundo actual, tiene aquí su raíz histórica. Por tanto, la Iglesia no es y no quiere ser un agente político. Al mismo tiempo tiene un profundo interés por el bien de la comunidad política, cuya alma es la justicia, y le ofrece en dos niveles su contribución específica. En efecto, la fe cristiana purifica la razón y le ayuda a ser lo que debe ser. Por consiguiente, con su doctrina social, argumentada a partir de lo que está de acuerdo con la naturaleza de todo ser humano, la Iglesia contribuye a hacer que se pueda reconocer eficazmente, y luego también realizar, lo que es justo. Con este fin resultan claramente indispensables las energías morales y espirituales que permitan anteponer las exigencias de la justicia a los intereses personales, de una clase social o

incluso de un Estado. Aquí de nuevo la Iglesia tiene un espacio muy amplio para arraigar estas energías en las conciencias, alimentarlas y fortalecerlas. Por consiguiente, la tarea inmediata de actuar en el ámbito político para construir un orden justo en la sociedad no corresponde a la Iglesia como tal, sino a los fieles laicos, que actúan como ciudadanos bajo su propia responsabilidad. Se trata de una tarea de suma importancia, a la que los cristianos laicos italianos están llamados a dedicarse con generosidad y valentía, iluminados por la fe y por el magisterio de la Iglesia, y animados por la caridad de Cristo. Hoy requieren una atención especial y un compromiso extraordinario los grandes desafíos en los que amplios sectores de la familia humana corren mayor peligro: las guerras y el terrorismo, el hambre y la sed, y algunas epidemias terribles. (...) Pero también es preciso afrontar, con la misma determinación y claridad de propósitos, el peligro de opciones políticas y legislativas que contradicen valores fundamentales y principios antropológicos y éticos arraigados en la naturaleza del ser humano, en particular con respecto a la defensa de la vida humana en todas sus etapas, desde la concepción hasta la muerte natural, (...) y a la promoción de la familia fundada en el matrimonio, evitando introducir en el ordenamiento público otras formas de unión que contribuirían a desestabilizarla, oscureciendo su carácter peculiar y su insustituible función social. El testimonio abierto y valiente que la Iglesia y los católicos italianos han dado y están dando a este respecto es un valioso servicio a Italia, útil y estimulante también para muchas otras naciones. Ciertamente, este compromiso y este testimonio forman parte del gran «sí» que como creyentes en Cristo decimos al hombre amado por Dios. (Verona, 19-10- 2006)

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La civilización clásica y la judeocristiana no se contraponen (...) Permitidme ahora poner de relieve una verdad que está escrita en el «código genético» de los Museos vaticanos: la gran civilización clásica y la civilización judeocristiana no se contraponen, sino que convergen en el único plan de Dios. Lo demuestra el hecho de que el origen remoto de esta institución se remonta a una obra que con razón podríamos definir «profana» –el magnífico grupo escultórico del Laocoonte–, pero que, en realidad, insertada en el contexto vaticano, adquiere su plena y más auténtica luz. Es la luz de la criatura humana modelada por Dios, de la libertad en el drama de su redención, situada entre la tierra y el cielo, entre la carne y el espíritu. Es la luz de una belleza que se irradia desde el interior de la obra artística y lleva al espíritu a abrirse a lo sublime, donde el Creador se encuentra con la criatura hecha a su imagen y semejanza. Todo esto podemos leerlo en una obra maestra como es precisamente el Laocoonte, pero se trata de una lógica propia de todo el Museo, que desde esta perspectiva se presenta verdaderamente como un todo unitario en la compleja articulación de sus secciones, a pesar de ser tan diferentes entre sí. La síntesis entre Evangelio y cultura se presenta de forma muy explícita en algunos sectores y casi «materializada» en algunas obras: pienso en los sarcófagos del museo Pío-cristiano, o en las tumbas de la necrópolis de la vía Triunfale, que este año ha duplicado el área del museo, o en la excepcional colección etnológica de procedencia misionera. Realmente el Museo muestra un entrelazamiento continuo entre cristianismo y cultura, entre arte y fe, entre lo divino y lo humano.

La capilla Sixtina constituye, al respecto, una cima insuperable. (Discurso con ocasión del V Centenario de la fundación de los Museos vaticanos, 23-11-2006)

No temer la confrontación espiritual La República federal de Alemania comparte con todo el mundo occidental una cultura caracterizada por la secularización, en la que Dios desaparece cada vez más de la conciencia pública, en la que el carácter único de la persona de Cristo se oscurece y en la que los valores formados por la tradición de la Iglesia pierden cada vez más su eficacia. Así, también para cada persona la fe resulta cada vez más difícil; los proyectos de vida y el modo de vivir se determinan cada vez más según el gusto personal. Esta es la situación que deben afrontar tanto los pastores de la Iglesia como los fieles. Por tanto, muchos se han dejado arrastrar por el desaliento y la resignación, actitudes que obstaculizan el testimonio del Evangelio liberador y salvífico de Cristo. En el fondo, ¿no se presenta también el cristianismo sólo como una de las muchas propuestas para dar sentido a la vida? Es una pregunta que muchos se formulan. Pero, al mismo tiempo, ante la fragilidad y la breve duración de la mayor parte de dichas propuestas, muchos buscan el mensaje cristiano, preguntando y esperando, y desean que les demos respuestas convincentes. La Iglesia en Alemania debe considerar la situación a la que acabo de aludir como un desafío providencial y afrontarla con valentía. Los cristianos no debemos temer la confrontación espiritual con una sociedad que detrás de su

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ostentada superioridad intelectual esconde la perplejidad ante los interrogantes existenciales últimos. Las respuestas que la Iglesia recibe del Evangelio del Logos que verdaderamente se hizo hombre, se han demostrado válidas con respecto al pensamiento de los últimos dos milenios; tienen un valor perenne. (A los obispos de Alemania en visita «ad limina», 10-11-2006)

La contemplación silenciosa (…) El silencio y la contemplación tienen una finalidad: sirven para conservar, en medio de la dispersión de la vida diaria, una permanente unión con Dios. Tienen como objetivo hacer que la unión con Dios esté siempre presente en nuestra alma y transforme todo nuestro ser. El silencio y la contemplación -característica de san Bruno- son necesarios para poder encontrar, en medio de la dispersión de cada día, esta profunda y continua unión con Dios. Silencio y contemplación: la hermosa vocación del teólogo es hablar. Esta es su misión: en medio de la locuacidad de nuestro tiempo y de otros tiempos, en medio de la inflación de palabras, hacer presentes las palabras esenciales. Con las palabras hacer presente la Palabra, la Palabra que viene de Dios, la Palabra que es Dios. Pero, dado que formamos parte de este mundo con todas sus palabras, ¿cómo podríamos hacer presente la Palabra con las palabras, sino mediante un proceso de purificación de nuestro pensamiento, que debe ser también y sobre todo un proceso de purificación de nuestras palabras? ¿Cómo podríamos abrir el mundo, y antes abrirnos nosotros mismos, a la Palabra sin

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entrar en el silencio de Dios, del que procede su Palabra? Para la purificación de nuestras palabras y, por tanto, para la purificación de las palabras del mundo necesitamos el silencio que se transforma en contemplación, que nos hace entrar en el silencio de Dios y así nos permite llegar al punto donde nace la Palabra, la Palabra redentora. Santo Tomás de Aquino, juntamente con una larga tradición, dice que en la teología Dios no es el objeto del que hablamos. Esta es nuestra concepción normal. En realidad, Dios no es el objeto; Dios es el sujeto de la teología. El que habla en la teología, el sujeto que habla, debería ser Dios mismo. Y nuestro hablar y pensar sólo debería servir para que pueda ser escuchado, para que pueda encontrar espacio en el mundo el hablar de Dios, la Palabra de Dios. Así, de nuevo, somos invitados a este camino de renuncia a palabras nuestras; a este camino de purificación, para que nuestras palabras sean sólo instrumento mediante el cual Dios pueda hablar, y de este modo Dios realmente no sea objeto, sino sujeto de la teología. En este contexto me vienen a la mente unas hermosas palabras de la primera carta de san Pedro, en el primer capítulo, versículo 22. En latín dice así: «Castificantes animas nostras in oboedientia veritatis». La obediencia a la verdad debería hacer casta («castificare») nuestra alma, guiándonos así a la palabra correcta, a la acción correcta. Dicho de otra manera, hablar para lograr aplausos; hablar para decir lo que los hombres quieren escuchar; hablar para obedecer a la dictadura de las opiniones comunes, se considera como una especie de prostitución de la palabra y del alma. La «castidad» a la que alude el apóstol san Pedro significa no someterse a esas condiciones, no buscar los aplausos, sino la obediencia a la verdad. Creo que esta es la virtud fundamental del teólogo: esta disciplina, incluso dura, de la obediencia a la verdad, que nos hace colaboradores de la verdad, boca de la verdad, para


que en medio de este río de palabras de hoy no hablemos nosotros, sino que en realidad, purificados y hechos castos por la obediencia a la verdad, la verdad hable en nosotros. Y así podemos ser verdaderamente portadores de la verdad. (Homilía pronunciada durante la misa con los miembros de la Comisión Teológica Internacional, 06-10-2006)

Ars Celebrandi También en el ars celebrandi existen varias dimensiones. La primera es que la celebratio es oración y coloquio con Dios, de Dios con nosotros y de nosotros con Dios. Por tanto, la primera exigencia para una buena celebración es que el sacerdote entable realmente este coloquio. Al anunciar la Palabra, él mismo se siente en coloquio con Dios. Es oyente de la Palabra y anunciador de la Palabra, en el sentido de que se hace instrumento del Señor y trata de comprender esta palabra de Dios, que luego debe transmitir al pueblo. Está en coloquio con Dios, porque los textos de la santa misa no son textos teatrales o algo semejante, sino que son plegarias, gracias a las cuales, juntamente con la asamblea, hablamos con Dios. Así pues, es importante entrar en este coloquio. San Benito, en su «Regla», hablando del rezo de los Salmos, dice a los monjes: «Mens concordet voci». La vox, las palabras preceden a nuestra mente. De ordinario no sucede así. Primero se debe pensar y luego el pensamiento se convierte en palabra. Pero aquí la palabra viene antes. La sagrada liturgia nos da las palabras; nosotros debemos entrar en estas palabras, encontrar la concordia con esta realidad que nos precede.

Además de esto, debemos también aprender a comprender la estructura de la liturgia y por qué está articulada así. La liturgia se ha desarrollado a lo largo de dos milenios e incluso después de la reforma no es algo elaborado sólo por algunos liturgistas. Sigue siendo una continuación de un desarrollo permanente de la adoración y del anuncio. Así, para poder sintonizar bien con ella, es muy importante comprender esta estructura desarrollada a lo largo del tiempo y entrar con nuestra mens en la vox de la Iglesia. En la medida en que interioricemos esta estructura, en que comprendamos esta estructura, en que asimilemos las palabras de la liturgia, podremos entrar en consonancia interior, de forma que no sólo hablemos con Dios como personas individuales, sino que entremos en el «nosotros» de la Iglesia que ora; que transformemos nuestro «yo» entrando en el «nosotros» de la Iglesia, enriqueciendo, ensanchando este «yo», orando con la Iglesia, con las palabras de la Iglesia, entablando realmente un coloquio con Dios. Esta es la primera condición: nosotros mismos debemos interiorizar la estructura, las palabras de la liturgia, la palabra de Dios. Así nuestro celebrar es realmente celebrar «con» la Iglesia: nuestro corazón se ha ensanchado y no hacemos algo, sino que estamos «con» la Iglesia en coloquio con Dios. Me parece que la gente percibe si realmente nosotros estamos en coloquio con Dios, con ellos y, por decirlo así, si atraemos a los demás a nuestra oración común, si atraemos a los demás a la comunión con los hijos de Dios; o si, por el contrario, sólo hacemos algo exterior. El elemento fundamental de la verdadera ars celebrandi es, por tanto, esta consonancia, esta concordia entre lo que decimos con los labios y lo que pensamos con el corazón. El «sursum corda», una antiquísima fórmula de la liturgia, ya debería ser antes del Prefacio, antes de la liturgia, el «camino» de nuestro hablar y pen-

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sar. Debemos elevar nuestro corazón al Señor no sólo como una respuesta ritual, sino como expresión de lo que sucede en este corazón que se eleva y arrastra hacia arriba a los demás. En otras palabras, el ars celebrandi no pretende invitar a una especie de teatro, de espectáculo, sino a una interioridad, que se hace sentir y resulta aceptable y evidente para la gente que asiste. Sólo si ven que no es un ars exterior, un espectáculo –no somos actores–, sino la expresión del camino de nuestro corazón, entonces la liturgia resulta hermosa, se hace comunión de todos los presentes con el Señor. Naturalmente, a esta condición fundamental, expresada en las palabras de san Benito: «Mens concordet voci», es decir, que el corazón se eleve realmente al Señor, se deben añadir también cosas exteriores. Debemos aprender a pronunciar bien las palabras. Cuando yo era profesor en mi patria, a veces los muchachos leían la sagrada Escritura, y la leían como se lee el texto de un poeta que no se ha comprendido. Como es obvio, para aprender a pronunciar bien, antes es preciso haber entendido el texto en su dramatismo, en su presente. Así también el Prefacio. Y la Plegaria eucarística. Para los fieles es difícil seguir un texto tan largo como el de nuestra Plegaria eucarística. Por eso, se han «inventado» siempre plegarias nuevas. Pero con Plegarias eucarísticas nuevas no se responde al problema, dado que el problema es que vivimos un tiempo que invita también a los demás al silencio con Dios y a orar con Dios. Por tanto, las cosas sólo podrán mejorar si la Plegaria eucarística se pronuncia bien, incluso con los debidos momentos de silencio, si se pronuncia con interioridad pero también con el arte de hablar. De ahí se sigue que el rezo de la Plegaria eucarística requiere un momento de atención particular para pronunciarla de un modo que implique a los demás. También debemos encontrar momentos oportunos, tanto en la catequesis como en otras ocasiones, para explicar

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bien al pueblo de Dios esta Plegaria eucarística, a fin de que pueda seguir sus grandes momentos: el relato y las palabras de la institución, la oración por los vivos y por los difuntos, la acción de gracias al Señor, la epíclesis, de modo que la comunidad se implique realmente en esta plegaria. Por consiguiente, hay que pronunciar bien las palabras. Luego, debe haber una preparación adecuada. Los monaguillos deben saber lo que tienen que hacer; los lectores deben saber realmente cómo han de pronunciar. Asimismo, el coro, el canto, deben estar preparados; el altar se debe adornar bien. Todo ello, aunque se trate de muchas cosas prácticas, forma parte del ars celebrandi. Pero, para concluir, este arte de entrar en comunión con el Señor, que preparamos con toda nuestra vida sacerdotal, es un elemento fundamental. (Encuentro con los sacerdotes de la diócesis de Albano, 31-08- 2006)

Toda ciencia debe defender siempre al hombre En la Universidad se forman las nuevas generaciones, que esperan una propuesta seria, comprometedora y capaz de responder en nuevos contextos al interrogante perenne sobre el sentido de la propia existencia. Esta expectativa no debe quedar defraudada. El contexto contemporáneo parece conceder primacía a una inteligencia artificial cada vez más subyugada por la técnica experimental, olvidando de este modo que toda ciencia debe defender siempre al hombre y promover su búsqueda del bien auténtico. Conceder más valor al «hacer» que al «ser» no ayuda a restablecer el equilibrio


fundamental que toda persona necesita para dar a su existencia un sólido fundamento y una finalidad válida. En efecto, todo hombre está llamado a dar sentido a su obrar sobre todo cuando se sitúa en el horizonte de un descubrimiento científico que va contra la esencia misma de la vida personal. Dejarse llevar por el gusto del descubrimiento sin salvaguardar los criterios que derivan de una visión más profunda haría caer fácilmente en el drama del que se hablaba en el mito antiguo: el joven Ícaro, arrastrado por el gusto del vuelo hacia la libertad absoluta, desoyendo las advertencias de su anciano padre Dédalo, se acerca cada vez más al sol, olvidando que las alas con las que se ha elevado hacia el cielo son de cera. La caída desastrosa y la muerte son el precio que paga por esa engañosa ilusión. El mito antiguo encierra una lección de valor perenne. En la vida existen otras ilusiones engañosas, en las que no podemos poner nuestra confianza, si no queremos correr el riesgo de consecuencias desastrosas para nuestra vida y para la de los demás. El profesor universitario no sólo tiene como misión investigar la verdad y suscitar perenne asombro ante ella, sino también promover su conocimiento en todos los aspectos y defenderla de interpretaciones reductivas y desviadas. Poner en el centro el tema de la verdad no es un acto meramente especulativo, restringido a un pequeño círculo de pensadores; al contrario, es una cuestión vital para dar profunda identidad a la vida personal y suscitar la responsabilidad en las relaciones sociales (cf. Ef 4, 25). De hecho, si no se plantea el interrogante sobre la verdad y no se admite que cada persona tiene la posibilidad concreta de alcanzarla, la vida acaba por reducirse a un abanico de hipótesis sin referencias ciertas. (Discurso en la Universidad Lateranense, 02-11-2006)

Libertad y Razón: imagen de Dios en el hombre Hay, por último, una reflexión que nos puede sugerir hoy el tema de vuestra asamblea. Como han subrayado algunas de las relaciones presentadas en los últimos días, el mismo método científico, en su capacidad de reunir los datos, elaborarlos y utilizarlos en sus proyecciones, tiene límites propios que restringen necesariamente la posibilidad de predicción científica en determinados contextos y aspectos. La ciencia, por tanto, no puede querer proporcionar una representación completa y determinista de nuestro futuro y del desarrollo de cada fenómeno que estudia. La filosofía y la teología podrían aportar, en este sentido, una contribución importante a esta cuestión fundamentalmente epistemológica, ayudando por ejemplo a las ciencias empíricas a reconocer la diferencia entre la incapacidad matemática para predecir ciertos acontecimientos y la validez del principio de causalidad, o entre el determinismo o la contingencia (casualidad) científicos y la causalidad a nivel filosófico, o más radicalmente, entre la evolución como el origen de una sucesión en el espacio y el tiempo, y la creación como el origen último del ser participado en el Ser esencial. Al mismo tiempo, hay un nivel más elevado que necesariamente supera todas las predicciones científicas, es decir, el mundo humano de la libertad y de la historia. Mientras que el cosmos físico puede tener su propio desarrollo espacio-temporal, sólo la humanidad, en sentido propio, tiene una historia, la historia de su libertad. La libertad, como la razón, es una parte preciosa de la imagen de Dios dentro de nosotros, y nunca podrá quedar reducida a un análisis determinista. Su trascendencia

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con respecto al mundo material tiene que ser reconocida y respetada, pues es un signo de nuestra identidad humana. Negar esta trascendencia en nombre de una supuesta capacidad absoluta del método científico de prever y condicionar el mundo humano implicaría la pérdida de lo que es humano en el hombre y, al no reconocer su unicidad y su trascendencia, podría abrir peligrosamente las puertas a su abuso. (Discurso a los miembros de la Academia Pontificia de las Ciencias, 6-11.2006)

Escatología, Esperanza y Teología Con la familiaridad de entonces, os digo a vosotros, queridos profesores y estudiantes, que el compromiso del estudio y de la enseñanza, para que tenga sentido en relación con el reino de Dios, debe estar sostenido por las virtudes teologales. En efecto, el objeto inmediato de la ciencia teológica, en sus diversas especificaciones, es Dios mismo, que se reveló en Jesucristo, Dios con rostro humano. También cuando el objeto inmediato es el pueblo de Dios en su dimensión visible e histórica, como en el derecho canónico y en la historia de la Iglesia, el análisis profundo de la materia vuelve a impulsar a la contemplación, en la fe, del misterio de Cristo resucitado. Es Él quien, presente en su Iglesia, la conduce entre los acontecimientos del tiempo hacia la plenitud escatológica, una meta hacia la que caminamos sostenidos por la esperanza. Sin embargo, no basta conocer a Dios para poder encontrarlo realmente; también hay que amarlo. El conocimiento se debe transformar en amor. El estudio de la teología, del

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derecho canónico y de la historia de la Iglesia no es sólo conocimiento de las proposiciones de la fe en su formulación histórica y en su aplicación práctica; también es siempre inteligencia de las mismas en la fe, en la esperanza y en la caridad. Sólo el Espíritu escruta las profundidades de Dios (cf. 1 Co 2, 10); por tanto, sólo escuchando al Espíritu se puede escrutar la profundidad de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios (cf. Rm 11, 33). Al Espíritu se le escucha en la oración, cuando el corazón se abre a la contemplación del misterio de Dios, que se nos reveló en el Hijo Jesucristo, imagen del Dios invisible (cf. Col 1, 15), constituido Cabeza de la Iglesia y Señor de todas las cosas (cf. Ef 1, 10; Col 1, 18). (Discurso en la Universidad Pontificia Gregoriana de Roma. 13-11-2006)

Visita apostólica a Turquía: misión en círculos concéntricos. Remontándome a la visión que el Concilio Vaticano II presenta de la Iglesia (Cf. constitución «Lumen gentium» 14-16), podría decir que también los viajes del Papa contribuyen a realizar su misión que se desarrolla en «círculos concéntricos». En el círculo más interno, el Sucesor de Pedro confirma a los fieles católicos en la fe, en el intermedio encuentra a los demás cristianos y en el más exterior se dirige a los no cristianos y a toda la humanidad. La primera jornada de mi visita a Turquía se desarrolló en el ámbito de este tercer «círculo», el más amplio (…) Esta intensa serie de encuentros constituyó una parte importante de la visita sobre todo porque Turquía es un país en su gran mayoría


musulmán que se regula por una constitución que afirma la laicidad del Estado. Es, por lo tanto, un país que constituye un emblema del gran reto que hoy se plantea a nivel mundial: por una parte es necesario redescubrir la realidad de Dios y la importancia pública de la fe religiosa y, por otra, garantizar que la expresión de esa fe sea libre, sin degeneraciones fundamentalistas y capaz de repudiar firmemente cualquier forma de violencia. (…) La segunda jornada me llevó a Éfeso, y de este modo me encontré rápidamente en el «círculo» más interno del viaje, en contacto directo con la comunidad católica. En Éfeso, de hecho, en una agradable localidad llamada «Colina del ruiseñor», asomada al Mar Egeo, se encuentra el Santuario de la Casa de María. Se trata de una antigua y pequeña capilla surgida en torno a una casita que, según una antiquísima tradición, el apóstol Juan construyó para la Virgen María, después de haber ido con ella a Éfeso. (…) En el jardín contiguo al Santuario celebré la santa misa para un grupo de fieles venidos de la cercana Izmir y de otras partes de Turquía, así como del extranjero. En la «Casa de María» nos sentimos verdaderamente «en casa», y en aquel clima de paz rezamos por la paz en Tierra Santa y en todo el mundo. Allí quise recordar al padre Andrea Santoro, sacerdote romano, testigo en tierra turca del Evangelio con su sangre.

El «círculo» intermedio, el de las relaciones ecuménicas, ocupó la parte central del viaje, con motivo de la fiesta de san Andrés, el 30 de noviembre. Esta celebración sirvió de contexto ideal para consolidar las relaciones fraternas entre el obispo de Roma, sucesor de Pedro, y el patriarca ecuménico de Constantinopla, Iglesia fundada según la tradición por el apóstol san Andrés, hermano de Simón Pedro. Siguiendo las huellas de Pablo VI, que encontró al patriarca Atenágoras, y de Juan Pablo II, que fue acogido por el sucesor de Atenágoras, Dimitiros I, renové junto a Su Santidad Bartolomé I este gesto de gran valor simbólico para confirmar el compromiso recíproco de proseguir el camino hacia el restablecimiento de la comunión plena entre católicos y ortodoxos. (…) Mi visita se concluyó, justamente antes del regreso para Roma, regresando al «círculo» más interno, es decir, encontrando a la comunidad católica presente con todos sus componentes en la catedral latina del Espíritu Santo, en Estambul. También asistieron a esa santa misa el patriarca ecuménico, el patriarca armenio, el metropolita siro-ortodoxo y los representantes de las Iglesias protestantes. En definitiva estaban reunidos en oración todos los cristianos, en la diversidad de las tradiciones, ritos e idiomas. (Audiencia General, 6-12-2006)

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PANORAMA

Monseñor Ricardo Ezzati Nuevo Arzobispo de Concepción Al cierre de esta edición se recibió la noticia que el Santo Padre nombró el 27 de diciembre pasado, como nuevo Arzobispo de la Arquidiócesis de la Santísima Concepción a Monseñor Ricardo Ezzati Andrello, sdb., quien se ha desempeñado hasta la fecha como Obispo Auxiliar de Santiago. El nuevo Arzobispo Electo ocupará la sede sucediendo a Mons. Antonio Moreno Casamitjana, cuya renuncia, presentada por razones de edad, fue aceptada por el Santo Padre. Mons. Ricardo Ezzati Andrello nació en Campiglia dei Berici (Italia) y llegó muy joven a Chile, donde se hizo sacerdote salesiano y desarrolló una vasta y variada actividad pastoral, interrumpida por un periodo de trabajo en el Vaticano. El 2006 se le concedió la nacionalidad chilena por gracia.

Nuevo obispo de Iquique Monseñor Marco Antonio Órdenes

Ha sido Rector del Santuario de Nuestra Señora del Carmen de la Tirana y Asesor general de los Bailes Religiosos del Norte de Chile. El nuevo obispo entregó un primer saludo a la Diócesis de Iquique en el que en parte señala: (...)Deseo ser un buen siervo para estas tierras de mar, caletas, ciudades, pampa, precordillera y altiplano. Sé de sus angustias y esperanzas, de sus desafíos y temores, de su fe y amor entrañable a la Madre del Señor. Lo sé porque yo también soy hijo de esta tierra, de la que la Iglesia me constituye en su pastor. He vibrado desde lo más hondo de mis entrañas con la música y danza de nuestros Bailes Religiosos, con las costumbres andinas y los desafíos de este nuevo tiempo para ciudades y pueblos que buscan su futuro. La dirección de HUMANITAS saludó al nuevo pastor y recibió la siguiente cordial respuesta: «Mis agradecimientos por el saludo afectuoso que me ha hecho llegar desde la revista humanitas. Agradezco y sigo suplicando sus oraciones para que pueda ser un pastor con un corazón al modo del Buen Pastor que es Cristo. «Gracias por estos años de la revista Humanitas que me han permitido reflexiones y espacios para la lectura de alta calidad teológica y humanista. «Desde este norte, marco por la Fe y la piedad popular de un pueblo devoto de la Madre del Señor, le saluda, + Marco A. Ordenes Fernández Electo obispo de Iquique

Benedicto XVI, el 23 de octubre pasado nombró como nuevo obispo de Iquique, en Chile, a monseñor Marco Antonio Órdenes Fernández, quien se ha desempeñado desde el 20 de noviembre de 2004 y hasta ahora como administrador de esa diócesis, en sustitución de monseñor Juan Barros Madrid, quien fue nombrado obispo castrense de Chile el 9 de octubre de 2004. Monseñor Marco Antonio Órdenes Fernández nació el 29 de octubre de 1964 en la ciudad de Iquique. En 1988 se tituló de médico y en 1996 fue ordenado sacerdote.

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Carta Cardenal Dziwisz

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VIRGEN DEL CARMEN

Atendiendo a la solicitud de nuestros lectores, reproducimos la fórmula abreviada de consagración de Chile a la Virgen del Carmen (cfr. Editorial Humanitas 44, octubre-diciembre 2006) Fórmula de Consagración a la Reina de Chile (Abreviada) Virgen Santa del Carmelo, postrados humildemente a los pies de su Santa Imagen coronada queremos reconocer hoy, pública y solemnemente tus derechos y prerrogativas de Reina y Soberana de los cielos y de la tierra, y declararnos, en presencia de los ángeles y de los hombres, tus fieles, leales y amantes vasallos. Virgen Santa del Carmelo, reina sobre cada uno de nosotros; reina sobre nuestros cuerpos y nuestras almas; pon en nuestros corazones tu amabilísimo trono de Reina y Soberana, y haz que no haya en nosotros nada que no esté sometido a tu dulcísimo y sagrado imperio; aleja de nuestras almas el pecado; danos aliento para imitar tus virtudes; modera nuestras alegrías y danos fortaleza en las luchas y peligros; defiéndenos con tu santo Escapulario y llévanos hasta tu Hijo divino, Cristo Jesús, para que por medio de tu reinado, El reine siempre en nosotros. Reina sobre Chile, Virgen Santa del Carmelo, reina sobre la Patria y hazla cristiana y grande; reina sobre la Patria y a tu paso, viste de hermosura sus campos y jardines; reina sobre nuestras ciudades, en las leyes, en la educación de la niñez y juventud; reina sobre todos nosotros y haz de todos los chilenos, súbditos leales y vasallos amantes. Tú eres nuestra Reina, y Cristo, tu Hijo divino, es nuestro Rey. (Aprobada por el Episcopado nacional en 1926)

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UNIDAD Y COMUNIÓN EN LA FE Pasajes de la Homilía del cardenal Jorge Medina Estévez, enviado especial del Papa en la misa de clausura del primer Concilio plenario de Venezuela.

El sábado 7 de octubre, fiesta de Nuestra Señora del Rosario, en el Parque Naciones Unidas, de Caracas, tuvo lugar la solemne celebración eucarística de clausura del Concilio plenario de Venezuela, presidida por el cardenal Jorge Arturo Medina Estévez, enviado especial del Papa Benedicto XVI. Concelebraron el nuncio apostólico en Venezuela, mons. Giacinto Berloco; cerca de cincuenta arzobispos y obispos: todos los de Venezuela y varios procedentes de Argentina, Puerto Rico, República Dominicana, Ecuador y Bolivia; y 350 sacerdotes de las diversas diócesis del país. Inmediatamente antes de la misa, se había tenido la última sesión del Concilio, en la que se aprobaron dieciséis documentos que responden a los retos que el nuevo milenio plantea a la Iglesia venezolana. El Concilio plenario de Venezuela se desarrolló en varias etapas: la fase antepreparatoria se inició el 13 de julio de 1997, coincidiendo con la apertura del año del jubilar del V centenario de la evangelización de Venezuela; la fase preparatoria dio comienzo en enero de 1998 con la carta pastoral colectiva «Guiados por el Espíritu Santo»; la inauguración del Concilio se tuvo el 26 de noviembre de 2000, solemnidad de Cristo Rey; la fase celebrativa, con seis sesiones, se ha realizado desde el año 2000 hasta ahora: la primera sesión conciliar se desarrolló del 27 de noviembre al 2 de diciembre de 2000; la sexta y última, del 27 de julio al 3 de agosto de este año. Ofrecemos a continuación pasajes de la homilía que pronunció el cardenal Medina Estévez. (…)La unidad de la Iglesia, santa, católica y apostólica, no es el fruto de maniobras humanas y mucho menos de la victoria de algún grupo de influencia sobre otros. Tampoco lo es como resultado de compromisos o ambigüedades que condujeran a un consenso más aparente que real, en la medida en que se hubieran soslayado principios irrenunciables en aras de rendir homenaje a lo que pudiera estimarse «políticamente correcto», aunque sea moralmente inaceptable. La unidad de la Iglesia no puede consistir en erigir en principios absolutos lo que no pasa de ser opiniones, respetables, sí, pero no más que aproximaciones parciales y contingentes, con una cuota mayor o menor de precariedad. Y, como es evidente, la unidad verdadera no puede ser el fruto de relativizar lo que es intangible, o de rebajar a nivel de opiniones fluctuantes lo que es, por el contrario, un dato de fe y por lo mismo no discutible ni negociable. La unidad más profunda de la Iglesia se arraiga en la fe católica, profesada en su integridad y proyectada eficazmente sobre todas y cada una de las opciones que constituyen la trama de la vida de las personas y de la sociedad. La fe es lo que permite ver con la mirada de Dios, valorar lo que Dios valora y considerar como basura (Cfr. Flp 3, 8) lo que nada vale a sus ojos. La fe, como expresión de la verdad, es liberadora (Cfr. Jn 8, 32) porque sustrae de la esclavitud del error y de la fascinación de las apariencias (Cfr. Sb 4, 12), para situarnos en la roca firme de la realidad auténtica de las cosas, consideradas en sí mismas y en la relación de cada una de ellas con los demás seres. Por eso el cristiano, sea fiel laico o pastor de la Iglesia, vive atento a las Sagradas Escrituras, leídas y meditadas en el surco de la genuina tradición eclesial y bajo la conducción del Magisterio, encargado de preservar la pureza de la fe y de garantizar la interpretación auténtica del contenido salvífico de los Libros Santos. La fe no admite parcializaciones ni tampoco selectivismos, sino que es «católica», o sea «íntegra», porque «católico» significa, literalmente, «según totalidad». Es claro que no es posible anunciar simultáneamente todas las verdades de la fe, pero es preciso ser vigilantes a fin de que alguno o algunos elementos de la fe no sean silenciados y se pierda, así, el intrínseco equilibrio que resulta de la interrelación explícita entre los contenidos de la fe, vinculados entre sí por una misteriosa y vivificante solidaridad «sinfónica», como decía el Card. Urs von Balthasar. La unilateralidad, la

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selectividad y la relativización constituyen empobrecimientos de la fe católica y debilitan la unidad armoniosa de la verdad salvífica. No estaría de más que cada Obispo, sacerdote, diácono, profesor de religión, o catequista hiciera de tiempo en tiempo un análisis acerca del contenido de su servicio de la Palabra de Dios, para detectar si en este sagrado ministerio ha dejado de lado, o en la penumbra, algún contenido del depósito de la fe. En algunos lugares no se oye hablar mucho de la vida eterna, de la purificación del corazón, de la necesidad de ofrecer sufragios por los difuntos, de los sacramentos de la Penitencia y de la Santa Unción, de la gracia santificante, de la virtud de la castidad o de la necesidad de reparar el mal que se haya cometido. No se oye hablar lo suficiente sobre la naturaleza sacrificial de la celebración eucarística ni sobre la acción del Espíritu Santo en la economía de la salvación. La unidad de la Iglesia se debe reflejar en la unidad del episcopado. Como lo decía San Cipriano «el episcopado es uno, y de él cada Obispo posee solidariamente una parte». Un Concilio plenario es una expresión privilegiada de la naturaleza colegial del episcopado porque en él cada Obispo, vicario de Cristo en su Iglesia particular, tiende su mirada y su preocupación solidaria a las Iglesias hermanas, para discernir, con fraterna corresponsabilidad, los caminos, las prioridades, las correcciones y los énfasis que necesitan las Iglesias que peregrinan en Venezuela. Aunque no existe, canónicamente hablando, una autoridad nacional superior y permanente por sobre cada Obispo diocesano, la naturaleza colegial del episcopado postula que los desafíos que sobrepasan los límites geográficos de una Iglesia particular se analicen y enfrenten con criterios comunes por los Obispos de las hermanas Iglesias vecinas.

un Pontífice que apreciaba también el arte contemporáneo, y para el cual Consadori era uno de sus artistas predilectos. En torno a la Sagrada Familia se sitúan, a un lado, los pastores, símbolo de una fe sencilla, y al otro los Magos, símbolo de una fe intelectual; todos ellos arrodillados ante la pureza y la gloria del Niño Jesús.

La Santa Navidad Serie de sellos de la oficina filatélica del Vaticano

Para celebrar la Navidad del año 2006, la Oficina filatélica y numismática de la Gobernación de la Ciudad del Vaticano publicó una serie de sellos inspirada en el inmenso patrimonio de los tesoros artísticos de la Ciudad del Vaticano, tratando de mostrar al público obras que de otro modo sería imposible admirar. En la oportunidad los cuadros representados pertenecen a la capilla privada del Papa, en el interior del palacio apostólico: se trata de un Nacimiento realizado, con especial unción y dulzura, en vidriera por Silvio Consadori (1909-1994) para el Papa Pablo VI,

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Relativismo y la Crisis de Culturas La visión del entonces cardenal Ratzinger

Una de las cuestiones que se dedicó a ponderar, antes de ser Papa, el cardenal Joseph Ratzinger fue la relación entre fe y razón y las consecuencias culturales de su colapso. Algunas de estas reflexiones han sido recogidas en un nuevo libro en inglés, Christianity and the Crisis of Cultures (El Cristianismo y la crisis de las culturas), publicado por Ignatius Press. George Weigel, miembro del Centro de Ética y Política de Washington, comentarista de temas religiosos en el canal de televisión NBC y responsable de la columna semanal «The Catholic difference» publicada por numerosos medios en Estados Unidos, comentó los


principales temas del libro en una conferencia el 20 de noviembre sobre «Relativismo y la Crisis de Culturas en los Escritos del Papa Benedicto XVI». La conferencia tuvo lugar en los locales de Naciones Unidas. Según Weigel, el libro establece muchas proposiciones sobre por qué una fe irrazonable y una pérdida de confianza en la razón son peligros reales y presentes en el mundo. Weigel se centró en cuatro de las propuestas que hizo el cardenal Ratzinger ante este desafío. La primera de las proposiciones del entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, es que vivimos en un momento de peligroso desequilibrio en la relación entre las capacidades tecnológicas de Occidente y su comprensión moral. En segundo lugar, Weigel subrayó la aserción del cardenal Ratzinger de que el letargo moral y político que se percibe en gran parte de Europa hoy es un subproducto del desdeño del continente por las raíces cristianas de su civilización. Este desdeño ha contribuido de diversas formas al declive de lo que una vez fue el centro de la cultura mundial. La tercera proposición del cardenal Ratzinger, dijo Weigel, es que el abandono de las raíces cristianas de Europa implica el abandono de la idea de «Europa» como una empresa civilizadora construida a partir de la interacción fructífera entre Jerusalén, Atenas y Roma. Weigel señaló que según el cardenal Ratzinger, «esta infidelidad al pasado ha llevado, en cambio, a una idea truncada de la razón, y de la capacidad humana de conocer, aunque imperfectamente, la verdad de las cosas, incluyendo la verdad moral de las cosas». El estudioso estadounidense recalcó que «hay un positivismo formando –y deformando– gran parte del pensamiento occidental actual; un positivismo que excluye todo punto de referencia moral trascendente de la vida pública. Ratzinger se pregunta si este positivismo es un ejercicio de lo que el filósofo canadiense Charles Taylor describe como «humanismo exclusivo»». El cardenal Ratzinger concluye que tal humanismo exclusivista no es, en sí mismo, racional. En cuarto lugar, Weigel se centró sobre la aserción del cardenal de que la recuperación de la razón en Occidente se facilitaría con una reflexión sobre el hecho de que el concepto cristiano de Dios como «Logos» ayudó a forjar la civilización de Occidente como una síntesis de Atenas, Jerusalén y Roma. Weigel observó: «Si los hombres y mujeres han olvidado que ellos pueden, de hecho, pensar por sí mismos a través de la verdad de las cosas, que pueden tener algo que hacer con el total olvido europeo de Dios que Alexander Solyenitsin identificó como el origen de la angustia de la civilización de la Europa del siglo XX». Weigel sintetizó así el desafío que planteó el cardenal Ratzinger en ese libro: «Tenemos... que dar la vuelta al axioma de la Ilustración y decir: Incluso quien no ha tenido éxito en encontrar el camino para

aceptar la existencia de Dios debería sin embargo tratar de vivir y dirigir su vida ‘veluti si Deus daretur,’ como si Dios existiera». Reflexión del cardenal Angelo Scola sobre educación El mito de la escuela única

«La libertad de educación mide la naturaleza auténticamente democrática de una sociedad»: éste es el análisis que ha hecho recientemente el cardenal Angelo Scola, Patriarca de Venecia, sobre la dimensión educativa. «La educación es, en síntesis, la capacidad de poner en relación la persona con la realidad. Es un recibir abierto al futuro, de modo que la libertad del educando va con humilde curiosidad al encuentro de lo real; a esta comunicación del saber debe contribuir la comunidad de pertenencia. «La libertad de educación mide la naturaleza auténticamente democrática de una sociedad. ¿La libertad de educación está objetivamente garantizada para todos los sujetos, de modo que puedan ejercer su derecho a aprender? Es, sobre todo, necesario superar un factor de bloqueo que impide el ejercicio de una plena libertad de educación en las escuelas y en la universidad: el mito de la escuela única. El obstáculo principal para el desarrollo del sistema educativo es el mito de la escuela única. Este modelo persiste hoy en contra de toda racionalidad. De hecho, en una sociedad fragmentada y plural como la nuestra, este sistema es radicalmente ineficaz. Laicidad y neutralidad «La escuela independiente de cualquier matriz cultural ha sido soportada, cuando no mirada con sospecha, como un potencial factor de división. Lo máximo que se le ha consentido –la paridad– la relega a ser sustancialmente una mera copia de la escuela única del Estado. La validez de una escuela autónoma no depende de ser estatal o independiente, sino de su proyecto educativo. «No queda otro camino que tener el coraje de aplicar hasta el fondo, en el campo de la educación, el principio de la libertad, invocado por todos los sectores de la democracia laica. Es esto lo que satisface plenamente el derecho de los padres a elegir la educación de sus hijos. El Estado debe renunciar de plano a erigirse en el actor propositivo directo de proyectos educativos para la escuela y la universidad, y dejar esta competencia a la sociedad civil. Es necesario también afirmar que la escuela libre, promovida por actores libres en función del principio de subsidiariedad, debe garantizar el acceso de todos a la instrucción básica obligatoria. «Eliminar el mito de la escuela única permitirá superar dos defectos presentes en el campo educativo. Por un lado, una concepción equívoca de la neutralidad escolar, que sostiene que sólo la

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A 40 AÑOS DE SU MUERTE

MONSEÑOR MANUEL LARRAÍN En junio pasado se cumplieron 40 años de la muerte de Monseñor Manuel Larraín. En recuerdo de su gran tarea magisterial reproducimos esta página suya sobre el matrimonio, a propósito de la encíclica Casti connubii.

«Al terminar el año 1929, Pío XI hablaba al mundo para rechazar una vez más las aberraciones pedagógicas en boga y recordar los eternos principios de la Iglesia sobre la educación de la juventud. Al concluir el año 1930, el 31 de diciembre, Su Santidad alza de nuevo su voz para denunciar la nefasta teoría destructora de la familia y proclamar como varios de sus predecesores, la doctrina inmutable y salvadora del matrimonio en el concepto cristiano. «Son dos documentos capitales del actual pontificado que responden a un mismo pensamiento inspirador de todas las actividades de S. S. Pío XI: cristianizar, dar a la vida el sentido cristiano y sobrenatural que posee y que el neopaganismo imperante trata de borrar. Proclamar en medio del torrente de pasiones que devastan el mundo los eternos principios de Verdad como única y salvadora luz que guíe en el actual desconcierto. «Con igual entereza y energía que en la Encíclica sobre la Educación cristiana, S. Santidad en ésta sobre el Matrimonio, fustiga las malsanas teorías que, bajo los nombres de Control de los nacimientos, racionalización de la natalidad, Orientación sexual, Eugenesia, etc., circulan y recuerda al mismo tiempo los principios de la moral evangélica que la Iglesia en dos mil años no ha cesado de enseñar y defender. «Brevemente señalaremos algunos caracteres del documento pontificio y las reflexiones que su lectura debe producir. «Un hecho ante todo, salta a la vista, la serena perpetuidad de la Iglesia en medio de las encontradas teorías que se disputan el mundo. Como el Columbes State Journal de Ohio, decía: «La Iglesia Católica se levanta de nuevo ante el mundo como la misma Iglesia Católica de hace dos mil años. El espíritu humano se maravilla ante las cualidades perpetuas de la Iglesia. Ella ha permanecido fija sobre la roca, mientras que todo, alrededor de ella, ha sufrido cambio. Sus doctrinas resisten a la prueba del tiempo, sus fieles alzan a ella su mirada como hacia un guía, y se apoyan en ella como un sostén. La importancia de este documento no viene sólo de lo que dice, sino de la afirmación renovada que la Iglesia Católica no ha cambiado, que conserva todo su vigor y sigue su ruta con una serenidad digna de envidia».

escuela laica puede ser neutra. Por otro, la escuela laica y neutra entendida como escuela única ha conducido, en la práctica, a una hegemonía que contradice la misma libertad en una sociedad plural. Dejar atrás el modelo de la escuela única, para llevar hasta el final el derecho a la libertad de educación, presenta innegables ventajas: permite el ejercicio de la creatividad de los cuerpos intermedios que actúan en la sociedad; facilita una autonomía

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escolar que se plasma en materias, en programas y en el cuidado de los sujetos; concreta el desarrollo eficaz de una cultura de síntesis, capaz de acoger a toda diversidad; permite una sana competitividad entre escuelas, lo que redundará en una mejora del sistema educativo. El Estado debería ayudar a las familias y a los cuerpos intermedios a tomar conciencia de sus propios derechos y ejercitarlos creativamente.


«La Encíclica sobre el Matrimonio es además de actualidad inmensa, pues responde a uno de los mayores males de nuestra época. Es verdad que el libertinaje, la infidelidad conyugal, el olvido de las leyes divinas sobre las cuales se funda la familia, han sido males que en todos los siglos se han presentado, pero lo que da gravedad aguda a esos problemas en nuestros días, es no sólo el aumento que han sufrido cuanto la tentativa de sistematizar científicamente tales vicios y errores. «Más grave que el mismo mal es la pérdida del sentido moral que sufre nuestro siglo, el esfuerzo que bajo aspectos científicos trata de hacerse presentar el mal con apariencias de bien. «La ley moral no es una convención arbitraria que pueda cambiarse cuando no agrada; el espíritu de tolerancia no puede conducir hasta confundir y mezclar la verdad con el error, la virtud con el vicio. La Encíclica es una prueba de esa firmeza en defender la Verdad sin atenuaciones como ha sido en todo instante la actitud de la Iglesia, para quien el mundo y la civilización son siempre vistos sub specie aeternitatis, o sea, no a través de las opiniones contradictorias y fugaces de una época, sino a la luz de los principios eternos que proclaman. «Lo que la Encíclica defiende no es tan sólo la ley cristiana, sino la misma ley natural; y podemos con razón decir que este documento, junto con ser profundamente humano, es eminentemente social. «Son los intereses de la familia los que están en juego y con ellos el progreso de la patria, la defensa de la civilización. Se quiere arrancar de la sociedad la base en que se funda, y no se piensa que con esto labramos nuestra ruina que no logrará detener ni las leyes de los hombres, ni las fuerzas de las armas. Una sociedad que olvida los principios sobre los cuales se encuentra establecida y desprecia la moral que de esos principios brota, necesariamente está condenada a perecer. «Y no se diga que S. Santidad, al condenar la Eugenesia, quiere coartar las justas indagaciones científicas en orden a mejorar el producto humano: lo que el Papa condena es el error de aquellos que creen poder obtener esa selección, contrariando las leyes naturales y divinas y olvidando que la gran ley del progreso humano reposa en las ideas morales. «Hay en la Encíclica otro punto importantísimo y es el que se refiere al salario familiar como uno de los medios necesarios para que la familia pueda desarrollarse. «No es lícito, dice, establecer salarios tan exiguos que no sean suficientes dadas las condiciones de tiempo y lugar, para sustentar la familia». La doctrina de León XIII en la Rerum novarum sobre el salario mínimo, queda no sólo confirmada, sino especialmente declarada en el sentido que el salario mínimo justo no es el que basta al trabajador, sino el que basta a la familia. La suficiencia económica de la familia del trabajador, debe normalmente proceder del salario. «La Encíclica Casti connubii sobre el matrimonio cristiano, tiene, como se ve, junto a su altísimo valor religioso un inmenso valor social. El documento de la Santa Sede debe hacer meditar a los individuos y gobiernos, dónde se encuentra la solución verdadera a los males actuales; él nos obliga, como dice el ilustre inglés K. Chesterton, «a considerar de frente la cuestión de saber si el mundo es más feliz en la anarquía sexual, sostenida por una minoría bulliciosa, o bien en una vida conforme a las reglas prescritas por la Iglesia». «Es un eco de la tradición moral de 20 siglos que repite una vez más en medio de la sed de goces, el grito del Apóstol: Si vivís según la carne, moriréis.»

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ACTIVIDADES DE

PRESENTACIÓN HUMANITAS 44

FE, RAZÓN Y UNIVERSIDAD

Convocado por Revista Humanitas y las Facultades de Teología, Filosofía, Derecho y Ciencias Sociales, se realizó el foro «FE, RAZÓN Y UNIVERSIDAD», a la luz del discurso de Su Santidad Benedicto XVI pronunciado en la Universidad de Ratisbona el 12 de septiembre pasado. El acto se realizó en el Salón de Honor de esta Universidad y convocó a más de 200 personas. Asistieron entre otros; S.E.R. Monseñor Aldo Cavalli, Nuncio Apostólico de Su Santidad; Alicia Romo, Rectora de la Universidad Gabriela Mistral; Aníbal Vial, Rector de la Universidad Santo Tomás; Raúl Bertelsen, Miembro del Tribunal Constitucional; Juan de Dios Vial Correa, ex Rector de la Universidad Católica; Luis Riveros, ex Rector de

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la Universidad de Chile; académicos, profesionales, sacerdotes, estudiantes y público en general. Asimismo, el acto tuvo el carácter de presentación oficial del número 44 de Revista Humanitas, correspondiente al cuarto trimestre del año 2006 y cuyas páginas reproducen el discurso del Santo Padre. Participaron en este foro, analizando el contenido del discurso, los señores Juan de Dios Vial Larraín, Enrique Barros Bourie y Pedro Morandé Court. A continuación presentamos un resumen de sus exposiciones. El texto completo de las mismas puede leerse en www.humanitas.cl


La siguiente carta fue enviada por el Cardenal Tarcisio Bertone, Secretario de Su Santidad entregando su apoyo a los organizadores y participantes en este curso.

Vaticano, 14 de noviembre de 2006

Su Santidad Benedicto XVI saluda cordialmente a los organizadores y participantes en el foro sobre el tema «Fe, Razón y Universidad», patrocinado por la Pontificia Universidad Católica de Chile, con la aportación de varias de sus facultades y la revista HUMANITAS, invitándolos a fomentar el rigor intelectual en una comprensión íntegra de la realidad para el hombre de hoy. Al mismo tiempo, los exhorta a esforzarse generosamente para que la universidad, además de ser ámbito privilegiado de diálogo constante entre fe y cultura, contribuya a formar a las nuevas generaciones en una amplia visión del mundo y del hombre, abierta a la trascendencia y a la fe, que les permita construir un futuro basado más en principios sólidos que en modelos fragmentarios o dependientes de circunstancias contingentes. Con estos sentimientos, el Santo Padre invoca la protección del Sagrado Corazón de Jesús, patrono de esa universidad, e imparte complacido a todos los participantes en el mencionado foro académico la implorada bendición apostólica. CARDENAL TARCISIO BERTONE Secretario de Estado de Su Santidad

R AZÓN Y FE EN BENEDICTO XVI RESUMEN DE LA EXPOSICIÓN DE JUAN DE DIOS VIAL LARR AÍN

Qué puede aproximar mejor a la fe, ¿acaso lo que haga violencia al hombre o lo que brote de lo más íntimo y profundo de sí mismo, es decir, de su naturaleza? «No actuar según la razón», responde el Papa en su lección de Ratisbona, es no actuar según la naturaleza del hombre, y esto «es contrario a la naturaleza de Dios». Dos textos bíblicos fundan su afirmación. El Génesis en sus palabras iniciales «En el principio creó Dios el cielo y la tierra». Y en rigurosa correspondencia, el Evangelio de San Juan que comienza diciendo: «En el principio existía el Logos y el Logos estaba en Dios». El Dios creador es, pues, el mismo Verbo de

Dios hecho carne en la persona de Cristo. Y en Él está la figura humana esencial. No es una casualidad histórica que el concepto bíblico de Dios haya sido puesto por San Juan en una palabra esencial del pensamiento griego: logos. Pero proclamar un logocentrismo griego en tiempos nihilistas, en los que el centro es ninguno, nihil, ¿no es navegar contra corriente? ¿Y no lo es también proponer cierta unidad espiritual en un mundo en el que reina un pluralismo relativista de corte puramente político? Sin embargo este ha sido el sello de la Iglesia desde su fundación. La comprensión del pobre al plantear la cuestión social, la comprensión del amor en el planteo de la moral sexual ¿no han sido navegaciones contra corriente en los dos últimos siglos? Reinstaurar el valor de la razón al interior de la fe es la atrevida

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empresa que hoy asume Benedicto XVI, ciertamente navegando contra corriente. No fue una casualidad el encuentro originario de la fe con el pensamiento griego, cuya ruptura marca la deshelenización del cristianismo. No fue ese encuentro un azar, una casualidad, algo que pueda deshacerse y borrar a voluntad. Es algo real y vivo. Benedicto XVI concede así un peso decisivo a la realidad de la historia humana en su figura total. La ruptura de la fe se gestó al interior de la cultura cristiana en el voluntarismo nominalista que hizo de Dios una voluntad infinita, en definitiva, escondida e inaccesible. Es cierto que las diferencias entre Dios y el hombre son infinitamente mayores que las semejanzas. Pero Dios no se hace más divino por el hecho que lo alejemos de nosotros. A partir de esa crisis intelectual del nominalismo tres oleadas golpean la unidad de la razón y la fe. Primera la Reforma que intenta liberar a la Sagrada Escritura del logos humano. Enseguida Kant, que busca espacio a la fe por una abolición del conocimiento teórico. Y de ahí la teología liberal que convierte a Jesús en una figura humanitaria, nada más. Por último la incomunicación entre las culturas que puede encontrar apoyo justamente en la ruptura de la fe cristiana con la cultura que primero la albergó. En fin, el Papa en su lección llama a una «ampliación de la razón» que le permita superar los límites que le han sido impuestos y abrir una interrogación más viva, más actual y más madura sobre la razón de la fe.

EN UN MUNDO DE CERTEZAS LIMITADAS RESUMEN DE LA EXPOSICIÓN DE ENRIQUE BARROS BOURIE

Las relaciones entre la fe y la razón, que alcanzaron su grado más fuerte de consolidación en la escolástica del S. XIII, han pasado a ser contingentes en el mundo contemporáneo. En medios intelectuales se suele asumir con naturalidad que el agnosticismo es un estado superior de la conciencia y que la fe es un resabio de etapas superadas por una cultura reflexiva e ilustrada. El resultado suele ser que una vez perdido el sentido del por qué, el yo permanentemente escape de sí mismo; en el extremo, la razón se manifiesta de un modo narcisista, y se despliega con un virtuosismo carente de finalidad. Benedicto XVI, en su discurso de Regensburg, llama a renovar el vínculo de la fe con la razón. Su tesis teológica central parece ser que «las decisiones fundamentales relativas a la relación de la fe con la búsqueda de la razón humana, forman parte de esta misma fe, y constituyen un desarrollo acorde con su naturaleza». Puede

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entenderse que el Papa asume para la fe un tipo específico de razonabilidad, y entiende que ésta proviene de la mejor tradición helénica (Aristóteles). Las preguntas que se plantean a este respecto son formidables en una sociedad como la que nos toca vivir. En nuestro tiempo, al decir del Papa, «la fe también deviene más difícil para cada cual, porque crece la contingencia de los proyectos y formas de vida», de modo que «el cristianismo no es sino otra de las posibles ofertas de sentido». Así, tampoco es fácil contestar de modo definitivo la pregunta por la razón que resulta compatible con la fe. Al enfrentar esta cuestión se encuentran muchos argumentos para asumir un cierto escepticismo respecto de las capacidades del entendimiento humano. Esta es la cara más perdurable de la ilustración, que no postula sustituir o suprimir a Dios, sino fijar los límites de la razón, frente a lo ilimitado del Ser divino. En contraste, la razón impide que la fe derive en una pasión violenta, o un voluntarismo moral con pretensiones de objetividad. Sólo después de un largo recorrido la Iglesia ha aceptado que la diversidad es un bien valioso de la vida en sociedad. Lo absurdo es que los propios cristianos renieguen de la más fuerte de sus contribuciones a la cultura moderna, como es el reconocimiento de la dignidad de la persona. «¿Quién nos ha enseñado a considerar a la persona humana como miembro de los fines, sino el Evangelio?», se pregunta un medievalista. Se suele olvidar que el concepto moral y jurídico de persona proviene de la tradición cristiana, que destaca la individualidad como elemento de nuestra esencia, del mismo modo que nuestra naturaleza racional y asociativa. En una sociedad pluralista, las relaciones entre la fe y la razón tienen que ser permanentemente recreadas. Se puede razonar bien y, sin embargo, creer de distintos modos. Las ideas de lo bueno y de lo correcto no siempre convergen pero no hay excusa para abandonar el esfuerzo de racionalidad. La propia fe supone una vocación y la experiencia nos muestra que no todas las vocaciones son iguales, aunque todas converjan en la comunidad de la Iglesia. En este camino de búsqueda de puntos de encuentro entre fe y razón conviene recordar la célebre fórmula de Anselmo de Canterbury: «no busco entender para creer, sino creo para entender». La cuestión es si esa pretensión de entendimiento a la luz de la fe cristiana se vincula necesaria y constitutivamente con una determinada tradición metafísica. Por enorme que sea el aporte de la filosofía griega al cristianismo como dogma, aún más decisiva es la contribución específicamente cristiana a la construcción jurídica, política y cultural de la modernidad. De hecho, un concepto tan esencial para nuestra concepción moderna del hombre, como el de persona, parece no tener un antecedente cercano en la gran tradición filosófica de la antigüedad.


Así, aunque no se acepte la tesis de Kant de que la fe sobrepasa y trasciende nuestra concepción espacio temporal del mundo, bien puede admitirse que la persona y las comunidades cristianas gozan de un amplio campo de autonomía en el discernimiento de lo correcto. La diferencia específica que introduce el cristianismo radica en que la definición del bien y del deber no acaece en el vacío, sino en el marco de una tradición construida por personas que creen y están dotadas naturalmente de razón. En la diversidad de las vocaciones, muchos cristianos asumimos que la invocación principal de Benedicto XVI a superar mediante la fe el vacío de sentido y la soledad del hombre moderno es también un llamado personal a nuestra razón humana, por mucho que ésta no conduzca por caminos seguros y definitivos.

UNA REFLEXIÓN DIRIGIDA A LA CULTUR A OCCIDENTAL RESUMEN DE LA EXPOSICIÓN DE PEDRO MOR ANDÉ COURT

Benedicto XVI expuso en Ratisbona un texto mayor. Su afirmación esencial, resumida en la frase de un emperador bizantino del siglo XIV -«no actuar según la razón, no actuar con el logos, es contrario a la naturaleza de Dios»- apoya el argumento de que «la difusión de la fe mediante la violencia es irracional». Algunos lo han leído desde la perspectiva de las relaciones entre el cristianismo y el Islam. Pero su alcance se proyecta a todos los aspectos de la relación fe y razón, incluido el diálogo con el pensamiento occidental moderno. Destaca su preocupación en relación con las ciencias naturales, cuya razón se basa, a su juicio, en «una síntesis entre platonismo (que presupone la estructura matemática de la materia) y empirismo» (por su orientación hacia la eficacia práctica y técnica). Las ciencias humanas y sociales también habrían intentado aproximarse a ese canon, con la consiguiente exclusión del «problema de Dios, presentándolo como un problema a-científico o pre-científico». Desde esta posición reductivista de la razón no puede surgir un diálogo entre las culturas y las religiones del mundo. «Esta exclusión de lo divino de la universalidad de la razón constituye un ataque a sus convicciones más íntimas». Incluso las ciencias quedan privadas de pensar sus fundamentos, puesto que «conllevan un interrogante que las trasciende». Lo razonable es que las ciencias naturales dejen a la filosofía y a la teología responder lo que ellas sólo pueden presuponer: «la estructura racional de la materia y la correspondencia entre nuestro espíritu y las estructuras racionales que actúan en la naturaleza». La condición es tener «la valentía para abrirse a la amplitud de la

razón». El Papa pareciera querer transmitirnos que el cristianismo es razonable por el realismo con que mira al hombre y al mundo desde la revelación de un Cristo-Logos que asume la naturaleza humana. Este mismo problema del pensamiento moderno se despliega en la organización social. Desde sus inicios, pasando por la revolución industrial y la postindustrial, la sociedad moderna comenzó a organizarse con criterios funcionales para delimitar los riesgos y operar establemente, no obstante los niveles de alta incertidumbre en su actual escala mundial. Tales criterios resultan razonables por su eficiencia, pero se muestran irracionales cuando reducen la realidad humana sólo a parámetros funcionales. Si el principio básico de la organización funcional –todo elemento de la realidad es sustituible por algún equivalente– se hace dominante, desaparece de su ángulo de visión la realidad personalizada del ser humano insustituible. También el equilibrio ecológico necesario para la preservación de recursos naturales no renovables. Se ignora igualmente la originalidad histórica de cada pueblo y cultura, su identidad y su tradición. La exhortación de Benedicto XVI se dirige propiamente a la cultura occidental y a su abandono de la confianza en la razón que interroga a la realidad por el sentido último de la existencia humana. Cuando las culturas hablan de Dios, refieren la experiencia del hombre a su origen y destino. Buscan aquella dimensión esencial de la libertad que pone a las personas en el camino del pensar y del actuar conforme a la naturaleza racional de su espíritu. El cristianismo como religión del Dios-Logos, enseña el Papa, es una pasión por la realidad humana tal como es y como ha sido diseñada por el Creador. Y nos pone en camino hacia el cumplimiento de su significado.

Seminario Clase magistral de Ratisbona El jueves 18 de enero, convocado por Humanitas en conjunto con las Facultades de Teología, Filosofía, Derecho y Ciencias Sociales de la Pontificia Universidad Católica de Chile, tuvo lugar en la Casa Central de la Universidad un seminario para profesores destinado al estudio del texto expuesto por S.S. Benedicto XVI en la Universidad de Ratisbona. Participaron profesores de las cuatro facultades mencionadas y asimismo de otras universidades. Acompañó la Jornada el secretario de la Nunciatura, Monseñor Mauricio Rueda. Quedó abierta la posibilidad de una edición de esta exposición en un volumen especial de HUMANITAS.

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CONVERSANDO CON CARDENAL TARCISIO BERTONE, NUEVO SECRETARIO DE ESTADO DE SU SANTIDAD En los días subsiguientes a su asunción al cargo como nuevo Secretario de Estado de Su Santidad, el Cardenal Tarcisio Bertone recibió al director de revista Humanitas, Jaime Antúnez, para una entrevista que fue publicada en el diario El Mercurio el domingo 1° de octubre. El encuentro con este religioso salesiano, cuyo nombramiento establece una rara excepción en la antigua tradición secular y diplomática que ha caracterizado a este cargo, tuvo lugar en la Torre de San Giovanni, ubicada al final de los jardines vaticanos, en su parte más elevada, junto al muro de la ciudadela. Es una imponente construcción de 78 metros de altura, restaurada por Juan XXIII, quien al fin de su vida la usó como residencia de verano. También se hospedó ocasionalmente allí Juan Pablo II y, antes, personalidades como el Cardenal Mindzenty y el Patriarca Atenágoras. En ella habitará el Cardenal Bertone hasta pasado el invierno, cuando se traslade al palacio vaticano y ocupe los apartamentos contiguos a los del Papa. Reproducimos la parte de esa entrevista en que el Cardenal Bertone se refirió a la vigencia del fenómeno arriano y a su trabajo en la Congregación para la Doctrina de la Fe donde colaboró estrechamente con quien es hoy el Papa Benedicto XVI.

El Cardenal explica que ya antes formó parte «del grupo de quince rectores que trabajaron en la elaboración de la gran Constitución Apostólica que es la Ex corde Ecclesiae. Existía ya la Constitución Sapientia christiana que establecía los estatutos de las universidades pontificias y eclesiásticas. Se trataba entonces de establecer la Magna Carta de las universidades católicas. Esto es, de hacer emerger la verdadera identidad católica en el marco de la vida universitaria. De posesionar la relación entre fe y razón, fe y ciencia, que tiene que caracterizar a una universidad católica. Esta Constitución, que perfila propiamente el dinamismo interior que debe animar a las universidades católicas, fue promulgada en 1990 por Juan Pablo II. Es exactamente lo que llamaríamos una Magna Carta, de la cual ninguna universidad católica puede distanciarse sin perder su identidad. Sólo en esa sintonía, en el gran areópago de la comunidad académica internacional, es que las universidades católicas podrán ser un puente en la relación Iglesia-mundo, sin abandonar sus raíces católicas. —Su nombramiento para la sede de San Eusebio, como obispo de Vercelli, le movió a recordar a veces la lucha de este santo contra el arrianismo (y a establecer alguna relación también con las luchas que sostuvo Don Bosco en el Turín del XIX). Pareciera que el arrianismo no es un mal que haya desaparecido. —Efectivamente el nombramiento como obispo de Vercelli me hizo relacionarme con el mundo de los padres de la Iglesia, representado en San Eusebio –combatiente por la integridad de la fe católica frente al arrianismo–, gran amigo de San Atanasio y muy querido por las Iglesias de oriente. Este gran obispo de Vercelli es apreciado por su gran fidelidad al Concilio de Nicea –el gran concilio cristológico– y también por su capacidad de tratar con los obispos arrianios en busca de una reconciliación. Después de ser exiliado por el emperador, San Atanasio lo invitó a participar en el Concilio de Alejandría. Fue un gran ejemplo de obispo popular, muy vinculado y querido por el pueblo piemontano, preocupado por los sacerdotes, fundador de cenobios animados también por una fuerte pastoralidad, cuya influencia alcanzaba hasta los campos más lejanos a la ciudad. Un obispo que promovió mucho la devoción a la Madre del Señor, para lo cual creó varios santuarios marianos en lugares estratégicos del Piemonte. —¿Y qué puede decir V.E. acerca de la actualidad del problema arriano? —Uno de los problemas principales de nuestro tiempo es el problema de la cristología, y más precisamente, de la reducción cristológica. Si a Cristo se le considera tan sólo «un gran hombre»... si la divinidad de Cristo se pone en duda... Hay a la luz del día cuestiones como la del Código da Vinci –¡invenciones novelescas absolutamente vergonzosas!– pero vemos además que incluso en la elaboración de cierta teología se pone en duda la divinidad y la unicidad salvífica de Cris-

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to, único Salvador. Esta reducción cristológica traiciona la fe de la Iglesia naciente y de los grandes concilios cristológicos, de Nicea, Constantinopla y Calcedonia. Es una auténtica traición y un desmentido a la fe de nuestros padres. Es necesario pues volver a la fe cristológica, a la centralidad de Cristo, verdadero Dios y por tanto único Salvador. Ahora bien, no sólo tenemos presente el arrianismo, sino que también hay hoy un nuevo pelagianismo. Este estriba en pensar que podemos construir por nosotros una Iglesia y en creer posible salvarse por sí mismos, sin la gracia y la ayuda del Señor. Son peligros recurrentes que aparecen sucesivamente en la historia. Bertone, antiguo y estrecho colaborador de Ratzinger Son particularmente expresivas de la estrecha unión que existe entre el Papa y su Secretario de Estado las palabras que dirigiera el Pontífice a los familiares del Cardenal Bertone con ocasión de su asunción al cargo. Recordando que lo conoció cuando llegó como consultor de la Congregación para la Doctrina de la Fe, de la que él era prefecto, señaló que había recibido de él una gran ayuda «en algunos difíciles coloquios» que debieron sostener en 1988. Luego, cuando el secretario de la Congregación fue trasladado, «no tuve necesidad de reflexionar largamente –continuó Benedicto XVI– porque recuerdo que el trabajo común era tan vívido, que comprendí que el Señor me había ya indicado cuál debía ser el sucesor. Siguieron entonces años muy hermosos de colaboración en la Doctrina de la Fe. Siempre estuvo presente entre nosotros San Eusebio de Vercelli, y hasta hoy, presencia que continúa en la misión de custodiar la fe.» —En 1995 V.E. es llamado nuevamente a Roma para colaborar con el cardenal Ratzinger en el puesto de secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe. En los siete años que pasa en este cargo, ¿cuáles fueron los trabajos más importantes que debió acometer? —Son muchos los temas trabajados y los documentos publicados durante ese tiempo. Hay el estudio de los grandes temas actuales de teología moral, de bioética, de la relación entre ética y política, de la relación de lo anterior con el deber de los políticos católicos, etc. Hay que considerar también la vinculación y trato permanente –siempre muy positivo y constructivo- con los obispos de todo el mundo que vienen a Roma en visita ad limina o reuniones especiales con ellos a las que acompañé al cardenal Ratzinger en México (1996) y San Francisco (1999). Creo que una muy particular importancia en esos años tiene la elaboración de la Declaración Dominus Iesus. Se trata de una declaración dogmática que quiso Juan Pablo II en un Año Santo, año por lo tanto esencialmente cristológico. Es una Declaración que pone en el centro a la figura de Cristo, según nos referimos ya en la respuesta anterior. Como se sabe, ella provocó reacciones –algunas extraeclesiales, pero otras también intraeclesiales- por lo que tuvo que ser defendida con fuerza por Juan Pablo II, sobre todo durante el Angelus del 31 de octubre de ese año 2000 (había sido publicada el 6 de septiembre). En sus palabras el Papa mostró que la Declaración Dominus Iesus está en plena concordancia con la doctrina de la Iglesia y del Concilio Vaticano II y, señaló, para que no cupiera duda, que había sido publicada por mandato suyo. Es interesante observar que muchos pastores protestantes escribieron acerca de esta Declaración y la comentaron en sus iglesias. Sobre todo los primeros capítulos que son de orden cristológico, por supuesto, más que la parte eclesiológica que sigue.

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GRANADA

BELIEF AND METAPHYSICS

«Una de las formas más características de la búsqueda de la verdad en nuestra tradición cultural es ‘la filosofía, que contribuye directamente a formular la pregunta sobre el sentido de la vida y a trazar la respuesta: ésta, en efecto, se configura como una de las tareas más nobles de la humanidad’ (Juan Pablo II, Carta Encíclica Fides et Ratio, 33). La filosofía, o como la palabra misma en su etimología indica, ‘el amor a la sabiduría’, nace como respuesta a una crisis de la cultura tradicional griega. Nace como una exigencia de la inteligencia, que expresa a la vez, por una parte, la necesidad de Dios, y por otra la necesidad de poder construir la vida, y en primer lugar la vida social y cívica, no simplemente sobre la ‘costumbre’ recibida, sobre una verdad que la inteligencia pueda reconocer como tal. «En un mundo marcado por la presencia de esta filosofía, que trataba de comprender el lógos de la realidad llegando a su primer principio, nació, se expresó y se comenzó a difundir, no sin dificultades y tensiones, la Experiencia Cristiana. Ésta se presentó al mundo de la Antigüedad Tardía y se articuló a sí misma casi más como una filosofía que como ‘una religión’, poniendo así de manifiesto un rasgo que le es propio: la exigencia interna de racionalidad inherente a la fe cristiana. Las mismas exigencias de comprensión y de expresión de esa fe hicieron que se recurriera a las categorías filosóficas disponibles en la cultura del entorno, que en contacto con la fe cristiana fueron extraordinariamente enriquecidas y trascendidas. En este largo proceso hay grandes figuras del pensamiento cristiano, y de la sabiduría humana en general, como S. Justino y S. Ireneo, Orígenes, S. Efrén, S. Gregorio Nacianceno o S. Gregorio de Nisa, S. Agustín, Pseudo-Dionisio el Areopagita, S. Máximo el Confesor, S. Juan Damasceno y muchos otros. «En Oriente, la tradición del helenismo cristiano se interrumpió en buena medida con la irrupción del Islam. No del todo, sin embargo. Pues, por una parte los mutakallimûn musulmanes heredaron la tradición del pensamiento helénico que habían conservado y desarrollado los Padres de la Iglesia y que se transmitía en el sistema de escuelas de las Iglesias de Oriente, si bien en el mundo musulmán nunca llegó a darse una verdadera simbiosis entre fe y razón. Y por otra parte, en el Medio Oriente siguieron existiendo pensadores y teólogos/filósofos cristianos que se expresaron en las lenguas de sus tradiciones respectivas (sobre todo en siríaco y en armenio), pero especialmente en lengua árabe, desde Teodoro Abû Qurrah hasta Yahyâ ibn’Adî . La tradición del pensamiento cristiano pervivió también en Bizancio, y se extendió de allí a los pueblos eslavos, donde de nuevo adquirió una fisonomía propia. En ambos ámbitos, el bizantino y el eslavo, ha tenido el pensamiento cristiano expresiones de valor muy singular, hasta en nuestros propios días. «En el ámbito del Mediterráneo Occidental, la herencia del helenismo se enriqueció con la aportación de los pueblos germánicos, y con las formas monásticas que, siguiendo la tradición de S. Benito, se fueron desarrollando sucesivamente en Europa Occidental. En ellas pervivió durante siglos la tradición cristiana en su versión agustiniana, hasta la nueva irrupción del pensamiento aristotélico, de la mano esta vez de algunos filósofos musulmanes y judíos, como Avicena, Averroes, Maimónides. El siglo XIII vio crecer en el mundo cristiano una serie de grandes figuras del pensamiento, como S. Alberto Magno y S. Buenaventura, y sobre todo esa gran síntesis de teología cristiana y filosofía que es la obra de Santo Tomás de Aquino. «Muy pronto después de Santo Tomás, sin embargo, ya a partir de Duns Scoto, se inició la fragmentación de la experiencia cristiana que daría lugar al nominalismo y a la modernidad, factores cuyo conocimiento es indispensable para comprender nuestro presente y los desafíos a la misión de la Iglesia en esta hora de la historia. «Se perdió, por una parte, el sentido de la analogía del ser, lo que en último término acabaría dando lugar a la percepción de Dios como ‘un’ ser, caracterizado sobre todo por su omnipotencia arbitraria con respecto a la creación. Esto, unido a la fractura nominalista entre el ser y la palabra, terminaría dando lugar al absolutismo, y a una concepción de

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la relación del hombre con el mundo en términos de puro dominium, sin lugar para una lógica sacramental que es absolutamente esencial, no sólo a la tradición cristiana, sino también a la pervivencia de una ontología y de una antropología aceptables a la inteligencia. «Por otra parte, en torno a la misma época, se introduce y se aplica al hombre un concepto de naturaleza que la concibe como cerrada en sí misma, no abierta constitutivamente a la gracia. Este hecho, unido a la pasión clasificatoria y fragmentadora del comienzo de la modernidad, acabaría marginando la experiencia cristiana a un espacio propio y cerrado que es una invención típicamente moderna: el espacio de lo ‘religioso’, separado y fuera de los otros espacios del conocimiento y la actividad humanos. Esa marginación tiene con frecuencia en el ámbito católico la forma de una hipertrofia de la necesaria distinción entre ‘natural’ y ‘sobrenatural’, concebidos como dos mundos inconexos, o insuficientemente permeables el uno al otro. En todo caso, esta concepción de la naturaleza daría lugar al dualismo y a las fracturas típicas de la Edad Moderna (razón y fe, gracia y libertad, estética y moral, dogma y piedad, alma y cuerpo, etc.), que han ido modelando más y más la vida de la Iglesia según paradigmas mundanos, y que han terminado generando el ateísmo y el nihilismo contemporáneos. El confinamiento de la experiencia cristiana a ese espacio ‘propio’ hace imposible que Cristo pueda ser percibido como clave de lo humano, y hará también imposible, a la larga, el pensamiento teleológico indispensable para la fundamentación de la vida moral y para una educación moral plenamente racional. «Por último, inseparable de estos dos procesos; está la ruptura de la comunión eclesial que tuvo lugar, primero en el cisma de Occidente y después en la Reforma. Esta ruptura, y el modo en que fue asumida, hizo posibles varios factores también decisivos para la comprensión del mundo moderno: así, la separación entre Cristo y el Espíritu que se pone de manifiesto en la herencia espiritual de Joaquín de Fiore, o el surgir de la idea de que un mundo cristiano podría sobrevivir separado del sujeto comunional que vivía la experiencia cristiana, y en definitiva, la reducción de esta experiencia a un conjunto de prácticas rituales ininteligibles, o de abstracciones doctrinales o morales, que precisamente en su carácter de abstracciones, se consideraban accesibles a una supuesta ‘razón natural’, ‘pura’ (es decir, sin contaminar por la tradición cristiana), y universal.» Fundado en dichos postulados fue erigido por el arzobispo de Granada, Mons. Javier Martínez, el 9 de agosto de 2005 (fiesta de Santa Teresa Benedicta de la Cruz, Copatrona de Europa), el Instituto de Filosofía Edith Stein. La sorprendente sintonía de sus postulados fundacionales con los planteamientos escuchados al Santo Padre en su clase magistral de Ratisbona, hizo allí eco justamente en medio del transcurso de un evento internacional cuya temática se tituló «Belief and Metaphysics» A fines de septiembre último, en asociación con el Departamento de Teología y Filosofía de la Universidad de Nottingham, Inglaterra, tuvo efectivamente lugar en aquel centro granadino un congreso internacional en el que se consideraron desde distintas perspectivas las temáticas ligadas a la corriente de pensamiento conocida como «radical orthodoxy». Participaron destacados filósofos vinculados a esa línea de reflexión –algunos de Cambridge University- así John Milbank, Michael Waldstein y Louis Dupre. También estuvieron presentes los filósofos o filólogos italianos Massimo Borghesi y Adriano Dall’Asta. Jaime Antúnez, director de Humanitas, que asistió a dicho congreso, publicará en una próxima edición la entrevista que realizara a la personalidad más representativa de la «radical orthodoxy», el filósofo británico John Milbank.

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ACTUALIDAD DE SAN FRANCISCO JAVIER Párrafos seleccionados de la conferencia pronunciada por el Arzobispo de Pamplona, Monseñor Fernando Sebastián al concluir las conmemoraciones del 5º centenario del nacimiento de este santo navarro y patrono universal de las misiones. El texto íntegro fue publicado por L’Osservatore Romano (edición castellana) 17.XI.06.

«Su aspecto era de un hombre de complexión fuerte, pero muy trabajado; como de un soldado de muchas batallas, que no repara en sus heridas cuando ve las de su rey. Era el amor de Cristo el que le sostenía en todo momento. Reconoce que las tierras son muy trabajosas, que hay muchos hombres malos, que tiene que correr muchos peligros. Pero vivir sin dificultades le parece non militare fideliter (León Dufour). Hoy nos hace falta algo de aquella magnanimidad, grandeza de corazón, amplitud de deseos. No podemos conformarnos con lo que ocurre, no podemos tampoco asustarnos por las dificultades. El amor al Señor, la fidelidad a sus llamadas, el amor a su verdad y a sus promesas tiene que hacer crecer en nuestros corazones grandes aspiraciones y grandes deseos. El realismo no está reñido con la magnanimidad. Al contrario. Cuando hay un verdadero deseo de alcanzar una cosa, la misma sinceridad del deseo nos lleva a ser realistas, a contar con las dificultades, para buscar también la manera de superarlas, de manera real, no sólo con el pensamiento. Este es hoy nuestro caso. Si de verdad queremos cambiar las tendencias que parecen llevarnos a la extinción o al continuo debilitamiento de la fe en nuestro mundo, si queremos avanzar en la evangelización de las nuevas generaciones, tenemos que poner los medios necesarios y buscar la ayuda en donde de verdad podamos encontrarla. Emprendedor y diligente en sus iniciativas misioneras Otra manifestación del gran amor que movía la vida de san Francisco es la riqueza de iniciativas que él emprende para difundir el Evangelio y dar testimonio del amor de Dios, anunciando la palabra de Dios, enseñando los rudimentos de la vida cristiana de una manera firme, efectiva, que se iba convirtiendo en el eje de la vida de sus discípulos. No tiene descanso. En cuanto tiene un objetivo suficientemente conseguido prepara una nueva expedición apostólica. Va abriendo caminos nuevos para el trabajo de los demás. Está a punto para aprovechar cualquier posibilidad que Dios le pone por delante. Toda su vida mantiene viva la disponibilidad de aquel día en que se ofreció a san Ignacio para llenar del vacío del compañero enfermo. Aquel día fue el día cumbre de su vocación, el día de su «fiat». Esta prontitud para aceptar la voluntad de Dios fue el motor de su vida y le fue abriendo los verdaderos horizontes de su misión. Cuando descubre Japón lo hace inmediatamente objetivo de sus proyectos apostólicos. A pesar de las muchas dificultades que encuentra para viajar, está absolutamente decidido a ir sea como sea. Y ya en Japón se enfrenta con los dirigentes y trata de convertir al mismo emperador. Desde Japón pretende pasar a China para llevar el Evangelio a lo que le parece la fuente de la cultura oriental. El sueña con evangelizar el mundo entero y cree por encima de todo

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en la fuerza del Evangelio de Jesús para despertar en todos los pueblos la «obediencia de la fe». Ahora tenemos el gran peligro de movernos cómodamente dentro de unos moldes establecidos. Ante el crecimiento del laicismo somos demasiado conformistas. Nos acomodamos dentro de un marco tranquilo, bien conocido; cumplimos con nuestras obligaciones, pero poco a poco nos vamos acomodando al ambiente dominante, y pasamos nuestra vida tranquilamente. Tenemos que cambiar de actitud. No vivimos en tiempos tranquilos, sino en tiempos de asedio, de lucha, de acoso permanente. No cumpliríamos con las exigencias del momento si nos contentamos con una vida tranquila de mero cumplimiento de nuestras obligaciones. Tenemos que vivir con más tensión, tensión de amor, no de angustia, que nos lleve a vivir nuestra vida cristiana con más claridad, con más pureza, con más generosidad. Esto supone trabajo, sacrificio, tensión, renuncia a la propia tranquilidad, aceptación de muchas críticas y de muchas incomodidades. Estas son las exigencias del momento, las exigencias de un amor sincero al Señor y a nuestros hermanos. Estas son las exigencias ordinarias y comunes de una respuesta diligente a nuestra vocación cristiana y misionera. Así lo vivía san Francisco; los viajes, las iniciativas las entendía como llamadas de Dios, como pruebas de su amor y de su misericordia. Ante los inevitables retrasos de su viaje a Japón, escribe: «Quiso Dios con su acostumbrada misericordia acordarse de mí, y con grandísima consolación interior sentí y conocí ser su santísima voluntad que me encaminase a Malaca… Estoy tan determinado a hacer lo que Dios me dio a entender lo que era su voluntad que si no hubiera barco donde ir iría en un catamarán, puesta toda mi confianza en el Señor» (Carta 51, a los padres de Goa). No cumplimos haciendo sólo lo ordinario, lo obligatorio, lo de siempre. Tenemos que pensar y emprender actividades nuevas, bien pensadas, realistas, ordenadas al anuncio del Evangelio, a la captación de nuevas personas, al crecimiento de la Iglesia en calidad y cantidad. No podemos ser conformistas. Si amamos a Dios no podemos conformarnos con que tanta gente deje de conocerlo y de amarlo. Quien ama a Dios ama espontáneamente al prójimo y siente la necesidad de mostrarle los tesoros de la salvación. Con este espíritu emprendedor tenía que aceptar los muchos días de espera, de vacío, de paciencia. De cada tres días uno estuvo navegando. Y de los tres días en tierra, uno no pudo hacer nada. Sus diez años se reducen a cinco de verdadera actitud misionera. ¡Cuánto tenemos que aprender de la paciencia de Javier, del saber esperar, del creer en la eficacia de la palabra, de esperar la hora de Dios! Los cambios, las iniciativas, las nuevas empresas nos asustan. Hay cambios que debilitan la vida de la Iglesia y de los cristianos, pero hay empresas que la fortalecen, la extienden, llaman la atención y convencen de la verdad del Evangelio. Precisamente una de las notas que hacen más atrayente y admirable a san Francisco Javier es su valor y su audacia ante las muchas dificultades de todo orden con las que se tuvo que encontrar, en los viajes, en el trato con las gentes desconocidas o mal intencionadas, en superar las diferencias y las distancias culturales, de lengua, de mentalidad, de intereses. Detrás de esta decisión del santo misionero está su gran amor a Jesucristo y al prójimo, su gran confianza en el valor del Evangelio y del mensaje que él podía ofrecer a aquellas buenas gentes en el nombre de Jesucristo. (...) Hijo fiel y obediente de la Iglesia Con su doctrina y su conducta, san Francisco nos enseña que nuestra vida de fe, para ser verdadera y alcanzar un valor apostólico, tiene que mantener una comunión intensa con la Iglesia real y visible, una comunión de amor, de doctrina y obediencia, San Francisco escribe a Ignacio y lee sus cartas de rodillas, como muestra de

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su afecto y de su obediencia, a pesar de la distancia (cf. Carta 71, a san Ignacio, desde Cochín). San Francisco no pretende ningún personalismo, no propone sus teorías personales, sino la fe elemental de la Iglesia, las oraciones y las enseñanzas básicas de la Iglesia y de los cristianos. Para él la comunión inmediata con la Iglesia se concretaba en la unión de obediencia y de amor con sus compañeros de la Compañía. «Compañía de Jesús quiere decir compañía de amor y conformidad de ánimos, y no de rigor o de temor servil» (carta 70, a san Ignacio de Loyola, desde Cochín). La soledad, la distancia de sus hermanos y compañeros le duele especialmente. Como un ejercicio de comunión y de obediencia escribe cientos de cartas. Pide casi como un niño que le escriban cartas largas, que le cuenten cosas, pues le alegra mucho saber dónde están y qué hacen sus compañeros. Escribe más de trescientas cartas, y sólo recibe ocho de Roma y dos de Portugal. Esta correspondencia es un medio de mantener su comunión efectiva con los compañeros de la Compañía. Este es un vínculo real con la Iglesia jerárquica, pues la Compañía lo había enviado por encargo del Santo Padre, del que tiene la autoridad como nuncio. Por eso se preocupa de todos los problemas de las diferentes cristiandades de Oriente. Pide que le den su opinión, que le digan si lo está haciendo bien, porque él sólo quiere actuar como enviado de la Iglesia y fiel servidor del reino de Dios. Quiere que le escriban nominalmente de todos (cf. Carta de 20 y 22 de junio de 1549). Francisco tiene un corazón tierno. En él es muy difícil separar la comunión espiritual con su comunidad y el amor de amistad con sus compañeros. Lleva colgada al cuello en una bolsita la fórmula de su profesión y una firma de san Ignacio recortada de una de sus cartas. Así apareció el día de su muerte. De este modo quiere sentirse materialmente unido a sus compañeros y a la lejana Iglesia de Roma (cf. Carta del 10 de mayo de 1546). (…) Hombre alegre y estable San Francisco tenía un carácter abierto, vehemente, generoso. Pero la relación íntima con Dios hizo crecer en su corazón una paz y una estabilidad diferente, que se consolidaba con los sufrimientos. Es estremecedor su testimonio cuando, a punto de embarcarse para Japón, dice que no hay otra fuente de alegría mejor que el verse en peligros de muerte por amor de Dios y por el servicio al Evangelio de Jesucristo. Esta alegría, fruto de su amor y de su unión profunda con Dios, era fuente de fortaleza, indispensable para emprender firmemente el servicio del Evangelio, entonces y ahora. Nuestro cansancio, nuestro conformismo, nuestras reservas, ¿no estarán siendo una muestra de nuestra falta de entrega y de identificación espiritual con el Cristo de la cruz y con el Padre de la Esperanza eterna? (…) Tenemos ante nosotros una gran tarea de evangelización. Nuevos tiempos de evangelización se abren ante nuestra Iglesia. No podemos llevarla a cabo si no lo hacemos con unas disposiciones y procedimientos semejantes a los de nuestro santo patrón. La lección de su vida es sencilla y perfectamente coherente: seguimiento literal y apasionado de Jesucristo; desprendimiento de los intereses y criterios personales; vida de oración; espíritu de humildad y de confianza en Dios; grandeza de aspiraciones y deseos; confianza en el valor universal y permanente del Evangelio; diligencia, realismo, adaptación a las circunstancias; testimonio de vida y exposición sencilla y directa de los contenidos fundamentales del Evangelio y de la vida cristiana; amor y obediencia a la Iglesia y a los hermanos.

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San Francisco Javier Correos edita sello conmemorativo

La inauguración de la exposición «Javier en los sellos del mundo» –que tuvo lugar en noviembre pasado, en el Castillo de Javier– contó con colecciones del jesuita Rafael Mateos, de la Asociación Filatélica de Basauri y de la Asociación Filatélica Castillo de Olite de Pamplona. La muestra se inició con la presentación del sello conmemorativo de san Francisco Javier, editado por Correos y «con el que España se suma a los numerosos países que han editado sellos memorables de los aniversarios que vive la Compañía en 2006», según informó la Provincia de España de la Compañía de Jesús.

XL Semana Social de España «Propuestas cristianas para una cultura de la convivencia».

El arzobispo de Toledo, cardenal Antonio Cañizares, presidió la Eucaristía con la que se clausuró la XL Semana Social de España, realizada en Toledo desde el 2 al 5 de noviembre pasado, bajo el lema «Propuestas cristianas para una cultura de la convivencia». El cardenal consideró que el tema de esa Semana abordó «una urgencia decisiva por lo frágil de la convivencia» en este tiempo, y defendió la vuelta a Dios como «centro de nuestras vidas» como la forma en la que «podrá surgir una humanidad nueva» y «una cultura de la convivencia». El prelado apeló a la «íntima unión con Dios» como «fuente y condición de la unidad de todo el género humano» y habló de Jesucristo como «nuestra reconciliación y nuestra paz» y el «fundamento indestructible para la unidad entre los hombres». «Sin Dios no hay futuro para el hombre, se destruye el fundamento de toda convivencia entre los hombres que radica en el amor. Esto es lo fundamental y prioritario, irrenunciable. Al hombre de nuestro tiempo, desgarrado y dividido por tantas

divisiones internas y externas, por tantos fragmentos de verdad, sin encontrar su tan necesitada unidad, es preciso ofrecerle aquello esencial que requiere dar sentido a su vida y orientar su existencia», afirmó durante la homilía. El arzobispo de Toledo consideró que el «doble e inseparable mandamiento» de amar a Dios y al prójimo, no sólo constituye la «novedad del cristianismo», sino que también tiene validez «universal» y es «decisivo a todo hombre ya la comunidad humana en cuanto tal» El cardenal insistió en que «el problema central de nuestro tiempo es la ausencia de Dios, y por ello el deber prioritario de los cristianos es testimoniar al Dios vivo», incluso «antes de los deberes (morales y sociales) que tenemos».

Sociedad sin Dios «Trivialización de la muerte»

L a Iglesia Católica celebró el 2 de noviembre pasado la conmemoración de todos los fieles difuntos; en este contexto, monseñor Juan del Río, obispo de Jerez, escribió un artículo en el que llama la atención sobre la trivialización de la muerte que se ha producido en la sociedad. «Hasta las homilías de las exequias cristianas se han convertido, en muchas ocasiones, en una alabanza del difunto. La sociedad sin Dios ha trivializado la muerte, convirtiendo el culto cristiano a los muertos, el recuerdo de los difuntos que gozan de la paz por la resurrección en Cristo, en una fiesta discotequera de disfraces de brujas, fantasmas. Es el Halloween de la cultura anglosajona, ocasión de gasto para rivalizar en presumir ante los amigos», escribe. Para monseñor del Río, incluso «los ritos fúnebres de la cultura secularista se ahogan en un puro sentimentalismo de cenizas esparcidas en lugar de moda o depositadas en rincón de ensueño» y comenta que «nada queda, porque en nada se cree». El obispo explica el sentido cristiano de la muerte, que no es un «invento» de Dios, sino una «consecuencia de nuestra finitud, «salario del pecado»». Además, en cuanto «misterio», la muerte ofrece a «quienes profundizan en él» un «sentido a su vida». El obispo de Jerez sostiene que «creer en el Dios que se revela en Jesucristo muerto y resucitado resuelve todos los enigmas de la vida y de la muerte» y afirma que «la amistad con Jesucristo, el sentido cristiano de la vida, el sabernos hijos de Dios, la fe en la resurrección de la carne, nos hacen ver y aceptar nuestra propia muerte, con toda serenidad, sabiendo que «Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos dará también la vida a nuestro cuerpos mortales».

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La casa de María en Éfeso El lugar donde el Papa celebró la eucaristía

Benedicto XVI celebró el 29 de noviembre la eucaristía con parte de la pequeña comunidad católica de Turquía a unos cuatro kilómetros de Éfeso en la casa, en la que, según la tradición, vivió María. Numerosos autores cristianos de Oriente y Occidente, desde los primeros siglos, mencionaron la estancia del apóstol Juan, acompañado de la Virgen, en esta ciudad, en la que se encontraba la sede de la primera de las siete iglesias recordadas en el Apocalipsis. ¿Pero cómo se sabe que ésta era la casa de la Madre de Jesús? El descubrimiento tuvo lugar a finales del siglo XIX. El 29 de julio de 1891 dos sacerdotes de la Congregación de la Misión (lazaristas) franceses, lo padres Henry Jung y Eugène Poulin, cediendo a las insistentes peticiones de sor Marie de Mandat-Grancey, la superiora de las Hijas de la Caridad, que trabajaban en el hospital francés de Esmirna (Izmir), salieron en busca de la casa de María, teniendo como brújula las visiones de la mística alemana Anna Katharina Emmerick (1774-1824). La religiosa, beatificada por Juan Pablo II el 23 de octubre de 2004, desde su lecho, en un pueblo de Westfalia, en el que transcurrió los últimos doce años de su vida, había recibido las visiones de la vida de Jesús y de la Virgen, recogidas y publicadas después de su muerte por el literato alemán Clemens Brentano. Los dos sacerdotes, antiguos soldados del ejército francés, subieron el Bülbül Dag (que en turco quiere decir «la colina del ruiseñor»), que se eleva por encima de la llanura de Éfeso. Tras muchos esfuerzos y calor, junto a una fuente, encontraron las ruinas de una casa, que daba la impresión de haber sido utilizada como capilla, y que correspondía perfectamente a la descripción de Emmerick. Era el «Panaya üç Kapoulou Monastiri», como lo llamaban los cristianos ortodoxos del lugar, es decir, el «Monasterio de las tres puertas de Panaya, la Toda Santa», a causa de los tres arcos de la fachada. Esos cristianos griegos, que hablaban turco, acudían al lugar en peregrinación en la octava de la fiesta de la dormición de María, el 15 de agosto. Los sacerdotes hicieron una investigación entre los habitantes del lugar y pudieron confirmar la existencia de una secular devoción que reconocía en la capilla en ruinas el lugar de la última residencia terrena de «Meryem Anas», la Madre María.

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Estudios arqueológicos realizados entre 1898 y 1899 sacaron a la luz, entre las ruinas, los restos de una casa del siglo I, así como las ruinas de una pequeña población que se desarrolló alrededor de la casa a partir del siglo VII. El Papa León XIII (1878-1903) se pronunció favorablemente sobre estos descubrimientos, y restableció en el Ordo Romanus una nota que con motivo de la fiesta de la Asunción mencionaba a Éfeso como probable lugar de la dormición de la Virgen. El santuario «Meryem Ana» ante el que el Papa celebró la misa, al aire libre, fue restaurado en los años cincuenta del siglo pasado con piedras y material del lugar. En estos momentos la atención pastoral ha sido encomendada a los frailes capuchinos. La Casa de María fue visitada por Pablo VI en 1967 y por Juan Pablo II en 1979. Es meta de peregrinaciones de musulmanes, pues María es presentada en el Corán como «la única mujer que no ha sido tocada por el demonio». Uniones homosexuales La eurocámara persigue a los países que no las reconocen

L a comisión y el Parlamento europeos pretenden convertir en un delito de «homofobia» cualquier negativa a reconocer a las parejas homosexuales los mismos derechos que a un matrimonio. Los líderes de las principales formaciones políticas han preparado resoluciones de condena contra Polonia, Letonia, Lituania y Estonia. Ha molestado especialmente que Letonia haya introducido una enmienda en su Constitución para «restringir» el matrimonio a la unión entre un hombre y una mujer, así como un proyecto de ley que se debate en Estonia de contenido similar. Además, Lituania y Polonia han prohibido la celebración de marchas con motivo del día del orgullo gay. En Letonia el proyecto de Ley contra la discriminación fue presentado en marzo del 2004. Diversos miembros del partido del gobierno han cancelado la cláusula impuesta por el Parlamento europeo en referencia a la discriminación por la orientación sexual, definiendo la homosexualidad como pecaminosa y desordenada. Letonia es el único país de la UE en que la normativa contra la discriminación en el trabajo no hace referencia a la orientación sexual. En diciembre del 2005, el Parlamento letón aprobó con una mayoría aplastante la definición tradicional de matrimonio y su Código civil señala explícitamente que el matrimonio sólo puede existir entre un hombre y una mujer.


ENTREVISTA CON DIRECTOR DE LA OFICINA DE PRENSA DE LA SANTA SEDE

VIAJE APOSTÓLICO DE BENEDICTO XVI A TURQUÍA Desde Turquía, el día que finalizaba el viaje apostólico de Benedicto XVI, el director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede –el padre Federico Lombardi S.I.– hizo un recuento de esas intensas cuatro jornadas a «Radio Vaticana». —¿Cuál es el balance global de este viaje? —Evidentemente se trata de un balance extremadamente positivo. Un balance ciertamente superior a las que podían ser las expectativas, probablemente por parte del propio Papa y de sus colaboradores. Recuerdo que también en el pasado, cuando había viajes particularmente comprometidos, digamos también difíciles, como se suele decir, para Juan Pablo II, se apreciaba siempre el valor del Papa, quien los afrontaba con gran empuje y con gran fe, y siempre obteniendo resultados extraordinariamente superiores a cuanto se podía imaginar. Me parece que ha sucedido exactamente lo mismo ahora, con Benedicto XVI. Esto es muy bello y alentador, porque quiere decir que la fe y el valor de los Papas es premiado también al afrontar situaciones que presentan incertidumbres. Un balance extremadamente positivo en todas direcciones, por lo tanto: tanto en la relación con el pueblo turco y con el Estado turco, como en la relación con la religión musulmana, las relaciones ecuménicas con las demás confesiones cristianas y, finalmente, con el aliento para la comunidad católica local. —Intentemos reflexionar sobre este viaje relatándolo en imágenes. Entre éstas ciertamente permanecerá indeleble la del Papa recogido en meditación en la Mezquita Azul. Un gesto que ha suscitado gran impresión... —Diría que sí. Éste, efectivamente, es el momento que ha atraído más atención y en cierto sentido es también el que ha sido, tal vez, más novedoso y más inesperado respecto a pocas semanas atrás. Me parece que, pensando también en lo ocurrido en los meses anteriores –las discusiones o reacciones después de los malentendidos sobre el discurso de Ratisbona-, la visita a la Mezquita y el momento sucesivo de recogimiento han constituido aquel acto simbólico que, en cierto sentido, ha realizado y ha llevado a la conciencia común y también popular lo que las aclaraciones realizadas en palabras y en las distintas declaraciones propuestas por el Papa y sus colaboradores habían preparado en meses pasados. Pero hacía falta también y precisamente ese acto, aquel paso físico, ese momento de encuentro cordial con la sonrisa, con el corazón abierto, que demostrara y permitiera entender que las distancias estaban superadas y que el diálogo era algo real, profundo y sincero. Diría que, aparte del momento de recogimiento, también la cordialidad del diálogo con el Gran Muftí y con el Imán que acogían al Papa en la Mezquita ha sido un momento especialmente expresivo y feliz. —Detengámonos en otra imagen fuerte del viaje: el abrazo de Benedicto XVI con Bartolomé I, señal de una cordialidad y, podríamos decir, de un afecto que parece alentar el camino ecuménico... —Aquí se trata de un camino que continúa. Es un camino que el Papa Benedicto XVI ha situado desde el inicio, desde el primer día de su elección, entre las prioridades de su Pontificado. Diría que han sido muy significativas aquí, además de ese gesto, también las palabras pronunciadas por el Papa en el discurso durante la Divina Liturgia,

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al renovar aquella invitación valiente, profunda y cordial de Juan Pablo II a dialogar juntos, a buscar juntos las vías para definir este ministerio universal de Pedro al servicio de la unión de toda la Iglesia, e igualmente el deseo explícito de unidad que fue recalcado durante la homilía en la última Misa en la catedral católica de Estambul. El deseo apasionado de unidad dice que esta prioridad del Pontificado está verdaderamente muy presente y el abrazo con el Patriarca Bartolomé I y los abrazos de paz también con otros representantes ortodoxos y de las otras confesiones cristianas presentes en la Misa conclusiva del viaje son muy expresivos. Ha habido también ocasión, por parte del Patriarca Ecuménico, de tocar problemas concretos en los que la Iglesia ortodoxa pide la solidaridad, la amistad de la Iglesia católica en sus situaciones de dificultad. Se trata, por lo tanto, de un ecumenismo que debe proseguir: tanto desde el punto de vista de la profundización doctrinal, teológica y eclesiológica, como también desde el de la caridad concreta, cercanía y solidaridad por la misión de evangelización y testimonio cristiano en el mundo actual, en el que verdaderamente de ello hay mucha necesidad. —En Éfeso y en la catedral del Espíritu Santo en Estambul, el encuentro intenso y hasta conmovedor, en momentos, con la pequeña comunidad católica de Turquía: el Papa en varias ocasiones, durante el viaje apostólico, ha pedido que se garantice la libertad religiosa. ¿Qué expectativas se pueden alimentar ahora? —Ciertamente ha sido manifestada esta petición de la afirmación de la libertad religiosa, que de por sí está presente en la Constitución turca, pero con una interpretación de ella que, en la práctica, deja que desear a veces, creando dificultades. La afirmación del principio ha sido, por lo tanto, muy clara, y no sólo en los discursos, sino también en los coloquios celebrados con las distintas autoridades, tanto por parte del Papa como de sus colaboradores. Ha habido también –en particular en el encuentro con el vice primer ministro– la propuesta concreta de instituir una comisión a nivel de gobierno y de representantes de la Iglesia para afrontar estos problemas concretos. En este sentido ha representado ciertamente un aliento para la vida de la comunidad católica, para su fe y entusiasmo, pero también una premisa de realizar pasos concretos de continuidad, de manera que las premisas planteadas por esta visita puedan desarrollarse y dar frutos. Uno de los puntos que me han impresionado, sobre todo en la Misa conclusiva, ha sido el de la unidad y de la comunidad entre los diversos ritos. Había cuatro ritos diferentes de comunidades cristianas católicas que viven en Estambul y que manifestaron su variedad y su riqueza en la Liturgia de la mañana. Hubo, por lo tanto, también una invitación a la unidad, a la comunión de las riquezas, de las tradiciones y de las expresiones culturales dentro de la Iglesia católica. Una invitación cordial, esta última, que ha llegado de esta reunión de oración en la que el Papa también hizo referencia explícita ayer más de una vez. —Como es sabido, eran muchas las expectativas del viaje, acompañado también por algunas preocupaciones. ¿Se puede decir entonces, sin exagerar, que el Papa ha sabido conquistar a todos, tal vez más allá hasta de las expectativas? —Diría que sí, y esto me parece un resultado extremadamente positivo. El viaje ha dado frutos en todas direcciones y esto ha mostrado que no había direcciones, entre sí, opuestas o divergentes o en competencia, sino que se puede construir en paz y que se pueden dar mensajes positivos para invitar a todos los de buena voluntad a colaborar y a construir una convivencia mejor. No querría olvidar, de hecho, los fuertes llamamientos por la paz en Oriente Medio, muy cercano de aquí –Turquía es, en cierto sentido, una nación de esta área geográfica-, que el Papa ha realizado en varias ocasiones alentando el compromiso de la comunidad internacional y, en especial, también de esta gran nación, a favor de la paz en esta región tan crítica. (Zenit) En la sección Palabra del Papa, de esta revista, puede leerse el balance apostólico a Turquía hecho por el mismo Benedicto XVI.

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Celibato sacerdotal Cardenal Hummes aclara que no está en discusión

como recientemente se ha recordado después de la última reunión de los Jefes de los dicasterios con el Santo Padre». Benedicto XVI ha nombrado al cardenal brasileño franciscano Cláudio Hummes O.F.M., arzobispo de Sao Paulo, de 72 años, nuevo prefecto de la Congregación vaticana para el Clero. El purpurado sustituye al cardenal colombiano Darío Castrillón Hoyos, quien presentó su renuncia al Papa por razones de edad (en julio pasado cumplió los 77 años). La Congregación para el Clero «recoge, sugiere y promueve iniciativas para la santidad y la formación intelectual y pastoral del clero (sacerdotes diocesanos y diáconos). A la Congregación corresponde también el seguimiento de la catequesis.

El recientemente nombrado Prefecto de la Congregación para el Clero, Cardenal Claudio Hummes, aclaró el sentido de sus declaraciones publicadas por un diario brasileño en diciembre pasado y reiteró que pese a que el celibato sacerdotal no es un dogma sino una norma disciplinar, es un tema que no está en discusión en la Iglesia. El diario Estado de Sao Paulo publicó una entrevista con el Purpurado en la que afirmaba que «aunque el celibato haga parte de la historia y de la cultura católicas, la Iglesia puede reflexionar sobre esta cuestión, pues el celibato no es un dogma, sino una norma disciplinaria». La prensa difundió estas afirmaciones asegurando que el Cardenal habría «admitido» que la Iglesia «podría tener que revaluar el celibato para aceptar sacerdotes casados». En una declaración oficial publicada por la Oficina de Prensa de la Santa Sede, el Cardenal Hummes precisó que «en la Iglesia siempre ha estado claro que la obligación del celibato por los sacerdotes no es un dogma, sino una norma disciplinar. Es tan cierto que esto vale para la Iglesia latina, mas no para los ritos orientales, donde también en las comunidades unidas a la Iglesia Católica es normal que haya sacerdotes casados». «Es incluso también claro –continúa– que la norma del celibato para los sacerdotes en la Iglesia latina es muy antigua y apoyada sobre una tradición consolidada y fuertes motivaciones, tanto de carácter teológico-espirituales como práctico-pastorales, recordadas también por los Papas». Más adelante, el Prefecto recuerda que «en el reciente Sínodo de los Obispos sobre los sacerdotes la opinión más difundida entre los padres era que la extensión de la regla del celibato no hubiera sido una solución ni siquiera para el problema de la escasez de vocaciones, que se conecta con otras causas, como con la cultura secularizada moderna, como demuestra la experiencia también de las otras confesiones cristianas, que tienen sacerdotes o pastores casados». El Purpurado brasileño precisa que «tal cuestión no está por ello actualmente en el orden del día de las autoridades eclesiásticas,

China Nueva ordenación episcopal ilegítima

El 30 de noviembre pasado tuvo lugar en Xuzhou (China), de la mano de autoridades del país, una nueva ordenación episcopal ilegítima (sin el consentimiento del Papa), precedida y acompañada de «métodos indecentes, casi inimaginables», denuncia el cardenal Joseph Zen Ze-kiun, obispo de Hong Kong. El Gobierno chino permite la práctica religiosa en su país sólo con personal reconocido y en lugares registrados ante la Oficina de Asuntos Religiosos y bajo el control de la «Asociación Patriótica» (AP) –cuyo estatuto recoge la creación de una Iglesia nacional desgajada de la Santa Sede–. De ahí que afirmen una diferencia entre una Iglesia «oficial» o «patriótica» y los fieles que tratan de salirse del citado control para ponerse en obediencia directa del Papa, formando la Iglesia «no oficial» o «clandestina». Para la ordenación episcopal –como adelantaba la víspera la agencia del Pontificio Instituto de Misiones Extranjeras AsiaNews.it–, personal de la Oficina de Asuntos Religiosos llegó a secuestrar (bajo engaño) a dos obispos de la provincia de Hebei, a fin de obligarles a su participación. Ambos pertenecen a la Iglesia «oficial», pero sus respectivas ordenaciones fueron aprobadas por el Vaticano. Se trató del obispo de Hengshui –monseñor Pedro Feng Xinmao– y del de Cangzhou (Xianxian) –monseñor Li Lianghi–. Este último consiguió escapar. No sólo era imposible contactar a los prelados secuestrados, sino que, como alertó la agencia del PIME, otros dos obispos que debían tomar parte en la ceremonia estaban en aislamiento y sometidos a fuertes presiones físicas y psicológicas: monseñor José Zhao Fengchang –obispo de Liaocheng (Shandong)– y monseñor José Xu Honggen –de Suzhou–, ambos ordenados con el permiso de la Santa Sede.

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NORMAS NACIONALES SOBRE FERTILIDAD Carta enviada a los alcaldes y concejales de las comunas de La Pintana, El Bosque, San Bernardo, Calera de Tango, Buin, Paine y Pirque por el Obispo de San Bernardo, Monseñor Juan Ignacio González Errázuriz, a propósito de la aplicación de las nuevas normas nacionales sobre fertilidad, que ha dado a conocer la autoridad pública.

San Bernardo, 10 de Octubre de 2006 Muy estimado Sr. Alcalde y Concejales En la confianza y colaboración entre el trabajo que ustedes realizan y el de la Iglesia en bien de nuestros hermanos, les escribo esta breve consideración en relación con algunos acontecimientos que preocupan a nuestras comunidades. Conozco bien los problemas sociales –en algunas casos gravísimos– que debe enfrentar muchas veces con recursos escasos. Entre ellos los relativos a la educación de nuestros jóvenes, que quizás por culpa de todos nosotros los mayores, andan muchas veces como ovejas sin pastor. Al mismo tiempo es necesario reconocer también muchos esfuerzos en este sentido por parte de los municipios y también de entidades de la Iglesia, de la comunidad organizada, etc. Sin embargo, la aplicación de las nuevas Normas nacionales sobre fertilidad, que ha dado a conocer la autoridad pública y cuya ejecución recae en muchos casos en los municipios, debe hacernos reflexionar, pues no basta asumir como mandatos esas políticas públicas en temas tan delicados para exceptuarse de la responsabilidad personal y moral que como conductores de la comunidad cada uno tiene. El principio ético es que nadie está obligado moralmente a cumplir disposiciones injustas y lesivas de los derechos fundamentales de las personas y quien lo hace adquiere una responsabilidad ante Dios y ante la comunidad por los males que de ellos se sigan. En el caso de aquellos instrumentos de regulación de la fecundidad cuyo mecanismo es siempre abortivo o antimplantatorio, como el dispositivo intrauterino (DIU), quienes lo recomiendan o promuevan adquieren responsabilidad moral personal por los efectos que ellos produzcan y que pueden destruir una vida humana ya en camino. En el caso de la llamada Píldora del día después, visto que la ciencia médica no puede precisar con certeza y asegurar que nunca tiene efecto antimplantatorio, se trata, por tanto, de un caso de duda positiva y práctica acerca de su posible efecto abortivo. Como no es posible salir de esa duda porque la ciencia médica no tiene una

Apunta «AsiaNews.it» que el libro que se imprimió para seguir la ceremonia llevaba el escudo y el lema del ordenando, e incluía el juramento que el nuevo obispo debía pronunciar, en el que se profesa obediencia a la Constitución china, atención para proteger la unidad de la patria y compromiso para construir la sociedad socialista. Sin la aprobación de la Santa Sede, la ordenación episcopal se celebró en cualquier caso. El lugar fue la catedral del Sagrado Corazón en Xuzhou. En cuanto a cifras, apuntaba hace semanas el cardenal Zen que el hecho de que un 85 por ciento de los obispos de la Iglesia «oficial»

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cuente con la aprobación de la Santa Sede demuestra que han prevalecido la resistencia y determinación pacífica de los católicos de alcanzar la comunión plena con Roma. A esta última celebración le han precedido otras dos ordenaciones episcopales ilegítimas «de la mano» de la Asociación Patriótica (AP). Ocurrieron el pasado 30 de abril y el 2 de mayo. El hecho representó «una grave herida a la unidad de la Iglesia» y «una grave violación a la libertad religiosa» -dadas las presiones a las que se vieron sometidos candidatos y sacerdotes-, como denunció el entonces portavoz de la Santa Sede .


respuesta totalmente segura, la moral natural recomienda abstenerse de su uso, pues no puede nunca ponerse en riesgo la vida humana ya formada bajo ninguna circunstancia y el fármaco en cuestión lo hace. Es evidente que como responsables de la comunidad ustedes han de velar por la calidad de vida de nuestros compatriotas en cumplimiento a las exigencias del Bien Común y del mandato recibido del pueblo que los eligió para conducirlo en el gobierno comunal, cuyas decisiones nunca están exentas de responsabilidades éticas, pero como Pastor y hermano en el común servicio a los hombres y mujeres y particularmente de nuestros jóvenes y a los más pobres, creo que tengo la obligación moral de comunicarle, humildemente, estas consideraciones pues la aplicación de dichas normas –particularmente el llamado DIU y la Píldora del día después (PDD)– puede tener efectos abortivos, de los cuales se hacen responsables moralmente las autoridades que las promueven, entre los cuales están los jefes comunales y sus consejos como máximas autoridades de las corporaciones de salud, en cuyos consultorios se recetan estos medios. No me mueve a escribirle sino mi responsabilidad y cercanía de Pastor diocesano, que tiene plena conciencia de que quienes han sido llamados a conducir a nuestro pueblo, deben ser los primeros en dar ejemplo de integridad de vida y de respeto a los derechos esenciales de cada persona, entre los que están –en primer lugar– el de aquellos hermanos concebidos y aún no nacidos. Quizás ha llegado el momento de un trabajo más unido en bien de la formación de nuestros jóvenes. Como muchos saben llevamos ya 11 años de trabajo con los jóvenes de nuestros Liceos Municipales de San Bernardo en la formación de la afectividad, con resultados asombrosos en cuanto a disminución de embarazos adolescentes. Si unimos nuestros esfuerzos, haríamos un gran bien a tantas familias Dios nuestro Señor nos pedirá estrecha cuenta de nuestra actuación y por ello hemos de intentar vivir en esta tierra conforme a sus enseñanzas y particularmente respecto de aquellos que significan el pleno respeto a la dignidad de la persona humana desde su concepción hasta su muerte. Le saluda con particular afecto. + JUAN IGNACIO GONZÁLEZ ERRÁZURIZ Obispo de San Bernardo.

Beatificación 51 mártires de la arquidiócesis de Toledo

Homilía del Cardenal Antonio Cañizares, arzobispo de Toledo y primado de España en la Misa de acción de gracias por la próxima Beatificación de 51 mártires de la arquidiócesis de Toledo, a realizarse durante el 2007. Este amplio grupo lo conforman religiosos, sacerdotes seculares y un seminarista diocesano que recibieron la palma del martirio en esta diócesis, los primeros meses de la contienda

española: 16 Carmelitas de la Comunidad de Toledo, 22 Franciscanos de La Puebla de Montalbán y Consuegra, y 12 sacerdotes seculares junto a un seminarista subdiácono de la arquidiócesis de Toledo. «Hoy, nosotros, ‘damos gracias porque la sangre de los gloriosos mártires’ de todos los tiempos, singularmente de los mártires toledanos de los que hoy hacemos memoria agradecida, ‘derramada, como la de Cristo, para confesar’ el nombre de Dios, ‘manifiesta las maravillas de su poder divino; pues en su martirio, el Señor ha sacado fuerza de lo débil, haciendo de la

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fragilidad su propio testimonio’ (Prefacio de Mártires). Por eso nosotros, la Iglesia, la diócesis de Toledo, queremos conservar y vivir la memoria de nuestros mártires de la persecución religiosa del 36. Ellos han sido los frutos o los retoños más insignes de la madre Iglesia en el siglo XX, sus hijos más ilustres, las cimas más altas de humanidad en nuestras tierras en muchos años, lo mejor de nuestros pueblos. Cuando estamos próximos a estas beatificaciones de 51 de nuestros mártires –se añaden a otros más de 400 mártires del 36 y a varios miles de la misma persecución religiosa– «el corazón se ensancha, y dice uno, pensando en los mártires que puedan darse en Asia, en África, en América, en Europa, en la Edad Apostólica, en la Edad Media, en la Edad Moderna, en la Contemporánea… ¡Qué Iglesia es ésta! ¡Qué Madre tan fecunda, que en cualquier momento de la historia engendra estos hijos! ¡Qué fuerza lleva dentro de sí la Iglesia del Señor para ser tan perfectamente capaz de realizar esto: el que tantos hijos suyos amen al Señor y al depósito de la fe que la Iglesia custodia, hasta derramar su sangre!» (Cardenal Marcelo González). Hay un aspecto inolvidable en los mártires, en nuestros mártires, bienaventurados porque trabajaron por la paz. Nuestros mártires, en efecto, «son insignes colaboradores de la paz. Porque, en todo momento, ellos han servido, antes con su apostolado, y después con esa generosidad con que se entregaron a la grandeza de la convivencia humana: porque murieron perdonando, no odiando» (Cardenal Marcelo González), sin que hubiese un solo caso de apostasía de su fe en Dios que es Amor, y de Jesucristo, Rey y Señor de todo y de todos. Ellos han sido y son para todos ejemplos innegables y conmovedores de personas con entrañas de amor y de misericordia, capaces de perdonar y morir perdonando, como su único Señor. Ellos son hoy y lo serán siempre memoria viva, llamada y signo, garantía de una honda y verdadera reconciliación, que nos marca definitivamente el futuro: un futuro de paz, de solidaridad, de amor y de unidad inquebrantable entre todos los españoles.

Catedral de San Petersburgo Donativo del Papa al patriarcado ortodoxo ruso

El patriarca ortodoxo de Moscú y de todas las Rusias, Alejo II, ha dado las gracias al Papa Benedicto XVI por el donativo de 10.000 euros que ha entregado para la reconstrucción de la catedral de la Trinidad en San Petersburgo, que sufrió un incendio en agosto pasado.

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«Doy cordialmente las gracias por el donativo a la reconstrucción de la catedral», «monumento arquitectónico único», afirma el patriarca en un mensaje publicado por la página web del patriarcado. Alejo II considera en la misiva que la contribución del pontífice constituye «un signo de amor sincero para la Iglesia ortodoxa rusa, que obviamente será una muestra de ulterior desarrollo de nuestras relaciones en el espíritu de fraternidad Cristiana y de asistencia mutua». El patriarca concluye expresando su «profundo respeto» al obispo de Roma, deseando que «Dios le ayude en su eminente y entregado ministerio.

Turismo Instrumento adecuado para impulsar la nueva evangelización

El turismo puede convertirse en un instrumento adecuado para impulsar una nueva evangelización. Es lo que se dijo en la reunión de los 16 directores nacionales de la Pastoral del Turismo en Europa, convocada por el Consejo Pontificio de la Pastoral para los Emigrantes e Itinerantes, celebrada en la sede del dicasterio, los días 6 y 7 de noviembre último. El encuentro de diálogo e intercambio de experiencias, para anunciar mejor Cristo a los turistas europeos, a los que visitan Europa, y a todos aquellos que, de un modo u otro, están relacionados con el turismo, tuvo como tema «El turismo, una realidad transversal: aspectos pastorales». En la reunión, celebrada a los dos años del último Congreso Mundial de Pastoral del Turismo, en Bangkok, Tailandia, intervinieron también representantes de algunos dicasterios y organismos de la Curia Romana y el observador permanente de la Santa Sede ante la Organización Mundial del Turismo.


El cardenal Renato Raffaele Martino, presidente del Consejo Pontificio de la Pastoral para los Emigrantes e Itinerantes, en su saludo inaugural, subrayó que «cuando hablamos de ‘aspectos pastorales’ nos referimos a la misión misma de la Iglesia que es la de anunciar a Jesucristo, muerto y resucitado para nuestra salvación, en la realidad y en la complejidad del hoy de Dios que vivimos». «El nuevo impulso misionero se expresa también en la creatividad manifestada en las respuestas a los nuevos desafíos, siempre crecientes, que el turismo nos presenta. Ciertamente será por tanto importante ver el camino emprendido por las diversas Iglesias locales en Europa, transversalmente, en el tratar de dar una respuesta evangélica a este ‘areópago de los tiempos modernos’ que es el turismo», añadió. El purpurado afirmó que a este propósito será relevante la aportación de los diversos organismos de la Curia Romana para enriquecer esta experiencia, y dirigiéndose a los presentes, afirmó que su «aportación, por tanto, reforzará la capacidad de escucha de los otros desafíos eclesiales generando, en consecuencia, una más estrecha relación entre las diversas realidades presentes en el corazón de la Iglesia». El 6 de noviembre, el arzobispo Agostino Marchetto, secretario del mismo Consejo Pontificio, introdujo los trabajos subrayando que «una nueva realidad como el turismo contemporáneo necesita también de una ‘evangelización nueva’. Nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión». «La evangelización por tanto debe ser ardiente porque también en el mundo del turismo hay una realidad secularizante o atea o de indiferencia», explicó. El arzobispo ilustró el tema del encuentro recordando que «los temas transversales tienen una especificidad especial: se trata de hecho de materia que, por su complejidad, atraviesa varios ámbitos de evangelización, y presenta en nuestro caso un conjunto de cuestiones de relevancia que deben ser tratadas en su totalidad». «De los diez países que en el mundo reciben el mayor número de turistas, seis son europeos –Francia, España, Italia, Reino Unido, Alemania y Austria–. Es considerable el número de las personas que trabajan en el turismo a nivel mundial, unos 200 millones de asalariados que, se dice, es el mayor número de empleados en un sector económico», añadió. En su intervención, el arzobispo subrayó la necesidad de «señalar los modos por los que la Iglesia pueda reforzar su presencia en el mundo del turismo en su transversalidad, con posibles diversas direcciones a seguir, teniendo en cuenta los diversos países, en el contexto europeo». «Con tal visión de conjunto, lo que me importa subrayar, justo por la característica transversalidad del turismo, es la necesi-

dad para quien tiene en él una responsabilidad ya sea en la administración pública, en la iniciativa privada, las empresas, los hoteles, los tour operadores... de intensificar y estructurar la colaboración, también con nosotros», precisó. El arzobispo subrayó la necesidad de intensificar la formación de los agentes pastorales y de los fieles y afirmó: «Si seguimos atestiguando que el turismo es un instrumento de diálogo, de promoción de la paz, de ayuda al desarrollo, de conocimiento de la memoria de otros pueblos, de crecimiento espiritual, para realizarlo así necesitamos personas capaces de traducir tal convencimiento en realidad». «Somos por tanto agentes, también nosotros, de un turismo con rostro nuevo, con un alma o un suplemento de alma», concluyó.

Obispos españoles «No todos los programas políticos son compatibles con la fe»

Los obispos advirtieron, a través de su «Instrucción pastoral. Orientaciones morales ante la situación actual de España» presentada en noviembre último, que «no todos los programas políticos son compatibles con la fe», a lo largo de los 80 puntos y 38 folios que la componen. En el documento, los prelados orientan moralmente a los católicos y a «todos los que quieran» escucharles, sobre temas tales como el terrorismo, los nacionalismos, el laicismo, el mal llamado «matrimonio» homosexual, la violencia contra la mujer y la inmigración. Los miembros de la Conferencia Episcopal Española (CEE), que consensuaron el texto en Asamblea Plenaria, reconocen que la Iglesia como comunidad «no tiene competencias ni atribuciones políticas» y que su fin es «esencialmente religioso y moral». Además, explican que su misión ante las cuestiones de orden político consiste «en exhortar a la renovación moral y a una profunda solidaridad para que se aseguren las condiciones para la reconciliación y la superación de las divisiones y los enfrentamientos». Para leer el texto completo, puede ingresar a: www.humanitas.cl/bibliotecaelectronica

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CONGRESO Y EXPOSICIÓN

LA SÁBANA SANTA DE TURÍN: RESPUESTAS A UN ENIGMA Entre el 24 y el 25 de octubre pasado, tuvo lugar en la Casona de las Condes, en Santiago, un Congreso Internacional y una exposición sobre la «Síndone» , también conocida como la «Sábana Santa» o «Manto de Turín», organizado por el Centro de Estudios Católicos en conjunto con la Universidad Andrés Bello. Más de 500 personas asistieron a este Congreso, el cual contó con la participación de reconocidos científicos y estudiosos del manto, entre los cuales se destacaron el Dr. John P. Jackson, Doctor en Física del United States Naval Postgraduate School y fundador del grupo STURP -Shroud Turin Research Project- conformado por los 35 mejores científicos del mundo que en 1978 examinaron el Manto de Turín de primera mano; Rebecca S. Jackson, etnóloga y co-fundadora del Turin Shroud Center of Colorado; Rafael de la Piedra, estudioso del Manto del Centro de Estudios Católicos de Perú, y el Dr. Juan Carlos Ossandón V., Doctor en Filosofía y Letras de la Universidad Católica de Valparaíso. También contó con la participación del Dr. David Oddó Benavides, patólogo de la Pontificia Universidad Católica de Chile, y del Prof. Mauricio González S., de la Universidad Andrés Bello.

Finalizada la jornada del primer día del Congreso se dio lugar a la inauguración de la exposición con la réplica fotográfica más exacta que se tiene del manto, en la cual se pueden ver con bastante claridad la imagen, frontal y dorsal, de un cuerpo humano desnudo, cubierto de heridas y tumefacciones producto de severas laceraciones. Se notan también con gran nitidez unas marcas en pies y muñecas correspondientes a una crucifixión, así como marcas en la cabeza dejadas posiblemente por un casco de espinas. Además de la réplica en tamaño natural en positivo y negativo de la Sábana Santa, se incluyeron treinta paneles explicativos con información sobre la historia del manto, la manera como se debió imprimir la imagen en la tela de lino, explicaciones sobre la forma de crucificar de la época, detalles encontrados en la tela, etc. Completaban la exposición, las réplicas —según lo que se puede deducir de las heridas impresas en la tela y según lo que se conoce por investigaciones históricas y arqueológicas— de la corona de espinas, los látigos o flagelos, los clavos y la lanza que perforó el costado derecho del hombre de la tela. La inauguración de la exposición contó con la presencia de S.E.R. Mons. Aldo Cavalli, Nuncio de su Santidad en Chile; de Gustavo López S., presidente del Centro de Estudios Católicos en Chile y de Manuel Krauskopf, Rector de la Universidad Andrés Bello. La exposición fue visitada por más de diez mil personas, provenientes de colegios, universidades, congregaciones religiosas y personas en general atraídas por distintos motivos. La Sábana Santa es un lienzo mortuorio en el que estuvo envuelto un hombre crucificado, coronado con espinas y flagelado de un modo muy semejante al relato que las Sagradas Escrituras hacen de la Pasión y Muerte de Jesús de Nazaret. Según la tradición cristiana, sería la tela en que envolvieron al Señor después de su muerte. Por este motivo, y por el desafío que implica para la ciencia el explicar el modo como se produjo la imagen en ella grabada (es el único lienzo en el mundo que contiene la doble imagen, frontal y dorsal, de un hombre que parece haber recibido todas las torturas y heridas de la pasión y crucifixión de Jesús), se ha convertido en la reliquia más estudiada de la historia. No sólo provoca la veneración de multitudes de creyentes, sino que ha suscitado la atención de gran cantidad de destacados estudiosos de todo el mundo, llegando a ser objeto de numerosas investigaciones científicas de las más diversas especialidades. A pesar de todos estos estudios, la Sábana Santa sigue constituyendo un misterio aún no descifrado. Lo que se puede concluir con certeza es que no es la obra de un artista, sino la imagen de un hombre real que no ha sido producido por ningún método físico o químico conocido y que sigue siendo hoy imposible de repetir. La figura del hombre de la Síndone tiene volumen, y esta insólita sensación de relieve que presenta el negativo

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fotográfico de la Síndone, fue la pista que permitió uno de los descubrimientos más espectaculares: el carácter tridimensional de la imagen que corresponde al relieve del cuerpo envuelto. Días antes de ser elegido Sumo Pontífice, el hoy Papa Benedicto XVI, durante el Vía Crucis del Viernes Santo, señalaba en su meditación de la undécima estación, cuando Jesús es clavado en la cruz: «la Sábana Santa nos permite hacernos una idea de la increíble crueldad de ese procedimiento. Jesús no bebió el calmante que le ofrecieron: asume conscientemente todo el dolor de la crucifixión. Su cuerpo está martirizado... Mirémosle en los momentos de satisfacción y gozo para aprender a respetar sus límites y a ver la superficialidad de todos los bienes puramente materiales. Mirémosle en los momentos de adversidad y angustia para reconocer que precisamente así estamos cerca de Dios.» Por otra parte, el testimonio de la «Sábana Santa» nos alerta en la necesidad de unir adecuadamente la fe y la razón, como lo afirmaba nuestro querido Pontífice en el discurso que un tiempo atrás pronunció en Ratisbona. «Tendremos éxito al hacerlo sólo si la razón y la fe se vinculan de un modo nuevo, si superamos la limitación autoimpuesta por la razón a lo que es empíricamente verificable, y si una vez más presentamos ante ella la magnitud de su horizonte». Y es que no es novedad para ninguno de nosotros que hoy en día se saca del terreno de lo verdadero, todo aquello que no es comprobable de manera empírica, todo aquello que no es supuestamente verificable por la razón y el método científico o la experiencia, dejando de lado en ese paso evidentemente a Dios y la metafísica, generando una cultura de lo útil y lo experimentable, que se cierra a la trascendencia. El testimonio de la Sábana Santa es un ejemplo de la auténtica unidad entre la fe y la razón, pues nos otorga datos que pueden ser comprobados por la ciencia y por la razón, pero que hablan de algo que la trasciende, algo que está más allá de ella. Esta Exposición se realizó también en el 2005 en las ciudades de Lima y Arequipa en Perú donde tuvo una gran asistencia de público; continuó su recorrido hacia las ciudades de Quito y Guayaquil en Ecuador teniendo un impacto similar. La exposición permanecerá en Santiago y después de un paso por la Región de Valparaíso durante la Semana Santa del 2007, seguirá su camino hacia Argentina y Brasil.

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EN EL CAMINO DE APARECIDA

MARÍA UNE A LOS LATINOAMERICANOS Continuamos con la serie iniciada en Humanitas 43, sobre la presentación de las diferentes advocaciones patrióticas en Latinoamérica de la Virgen María, en el marco de la exposición itinerante de las 21 imágenes de la Virgen realizada en Santiago, entre el 30 de octubre y el 8 de diciembre. Durante el mes de María las imágenes estuvieron expuestas en el interior de la Catedral Metropolitana. La ceremonia de clausura, «Por la Paz y la Unidad de los Pueblos Latinoamericanos», se realizó en la explanada y en el Templo Votivo de Maipú, el 10 de diciembre pasado.

Nuestra Señora de la Concepción de El Viejo. Patrona de Nicaragua La imagen es una clásica representación de la Inmaculada Concepción. Existen diversas versiones respecto a su origen, pero la mayoría de ellas coincide en que la imagen de la Virgen habría pertenecido a Santa Teresa de Jesús. Se dice que fue llevada a Nicaragua por su hermano, quien después de pasar un tiempo en ese país, se embarcó hacia el Perú llevándola consigo. Inexplicablemente, por tres veces el barco en que viajaba regresó a puerto, dando a entender así que la voluntad de la Señora era quedarse en ese país. Su culto fue propagado en Nicaragua por los hermanos Franciscanos y Dominicos en el siglo XVI. En 1989, el Papa Juan Pablo II decreta la Coronación Pontificia. Todos los días 7 de diciembre, víspera de la solemnidad de la Inmaculada Concepción, la ciudad de El Viejo, lugar donde está el Santuario Nacional de Nuestra Señora de la Concepción, se engalana para celebrar «La Noche de la Gritería» en honor a su patrona. En dicha ocasión, los hogares compiten montando altares, y una procesión recorre las calles clamando: «¿Quién causa tanta alegría», a lo que los habitantes de las casas responden: «¡La Concepción de María!». Nuestra Señora de Altagracia. Patrona de República Dominicana La imagen es un óleo de la escuela española pintado a fines del siglo XV y lleva los colores de la bandera dominicana. Su devoción se remonta a los primeros años de la conquista española. Existen documentos que señalan que en el año 1502, en la isla de Santo Domingo, ya se daba culto a la Madre de Dios bajo la advocación de Altagracia. En el año 1572 se inauguró su primer santuario. El nombre de la Patrona proviene de las palabras con que el ángel se dirigió a la Virgen de la Anunciación: llena eres de gracia. De esta forma se nos recuerda que por Ella recibimos la mayor gracia que es tener a Jesucristo Nuestro Señor. La imagen de Nuestra Señora de Altagracia tiene el privilegio de haber sido coronada en dos ocasiones: en 1922 por Pío XI y en 1979 por Juan Pablo II, quien la coronó personalmente con una diadema de plata sobredorada. Su fiesta se celebra el 21 de enero en la Basílica de Higüey, lugar de peregrinación masiva, donde tiene su morada.

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Nuestra Señora de La Merced. Patrona del Perú La imagen, vestida de blanco, sostiene en su mano derecha un cetro, símbolo de realeza, y en su izquierda cadenas abiertas, símbolo de liberación. Su culto se remonta a los inicios del siglo XIII y es una de las más antiguas advocaciones marianas que llegaron al nuevo mundo con los padres Mercedarios. En 1535 se construyó en Lima su primera parroquia y, en 1615, la Virgen de la Merced se reconoció como protectora de la ciudad. Más tarde, luego de una terrible sequía, fue nombrada Patrona Jurada de los Campos de Lima y, en 1823, Patrona de las Armas por sus favores en los campos de batalla. En 1921, por decreto del papa Benedicto XV, fue coronada canónicamente recibiendo el título de Gran Mariscala del Perú. Hoy la imagen porta numerosas condecoraciones otorgadas a lo largo del tiempo por gobernantes e instituciones, como reconocimiento del gran amor que el pueblo peruano guarda por la Santísima Virgen de La Merced. Su fiesta se celebra el 24 de septiembre de cada año. Nuestra Señora de los treinta y tres. Patrona de Uruguay Es una pequeña imagen de mediados del siglo XVIII, de madera policromada procedente de los talleres de las Misiones de los Jesuitas de Paraguay. Antiguamente conocida como la Virgen Inmaculada de La Florida, los uruguayos, una vez consolidada su independencia, cambiaron el nombre en honor a los treinta y tres insurgentes que desembarcaron en la playa de Altagracia en abril de 1825 para conseguir la libertad de su país. Ese mismo año, todos los miembros del naciente gobierno se dirigieron al templo y, de rodillas, pusieron la patria bajo su amparo maternal. Los papas han ratificado el nombre y alentado la devoción de los uruguayos por la imagen mariana. Pío XII se dirigió al pueblo llamándolo hermano de aquellos 33 valiente próceres que pelearon por su soberanía, y Juan XXIII, en 1962, la coronó canónicamente como Patrona del Uruguay. Su fiesta se celebra el segundo domingo de noviembre.

Cardenal Carlo Cafarra Los ordenamientos jurídicos dejan de favorecer a la familia

Relación directa entre capacidad de amar y bien común fue el eje de la intervención del presidente del Pontificio Instituto Juan Pablo II de Estudios sobre el Matrimonio y la Familia (Roma) en la apertura del Año Académico, realizada en noviembre pasado. «Es la capacidad de amar la que hace practicable el bien común», explicó el cardenal Carlo Cafarra, arzobispo de Bolonia. Y es que «sólo la caridad hace al hombre capaz de perseguir el propio bien no a costa del bien del otro, o prescindiendo del mismo, sino deseando el bien del otro», apuntó.

Enlazó con la advertencia de que «los ordenamientos jurídicos estatales de Occidente están cambiando su actitud fundamental respecto a la institución del matrimonio y la familia: del favor juris a la neutralidad». Se trata de «una neutralidad que genera una progresiva equiparación, al matrimonio, de comunidades de vida hasta ahora consideradas y tratadas como esencialmente diferentes», aclaró el purpurado. Ese desuso del trato de favor que hasta ahora los Estados occidentales han mantenido frente al matrimonio y la familia es «la parada final de la interpretación que han sufrido los valores de autonomía y de igualdad, que están en la base de nuestra sociedad occidental», recordó el cardenal Cafarra.

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Beata Isabel de la Trinidad PRIMER CENTENARIO DE SU MUERTE

El 9 de noviembre pasado se cumplió el primer centenario de la muerte de la Beata Isabel de la Trinidad, que falleció en el convento carmelitano de Dijon (Francia) en el año 1906. Contaba tan sólo con 26 años, pero su vida había sido toda una inmensidad de oración y amor, especialmente a la Santísima Trinidad. Su fiesta se celebra el 8 de noviembre Se llamaba Isabel Cabez, y nació en Bourges el 18 de julio de 1880. Sus biógrafos explican que tenía un carácter difícil, que cambió a raíz de la muerte de su padre, cuando ella sólo contaba con 7 años. Su vida de oración y de unión profunda con el Señor se refleja en aspectos como que a la temprana edad de 14 años hizo privadamente un voto de virginidad. Su vida fue intensa, y, sin perder de vista sus promesas bautismales, no dejó de acudir a fiestas y compromisos. Amaba el deporte, la amistad, y demostró un gran talento musical que se concretó en premios y menciones especiales del conservatorio. En enero de 1921 entró en el Carmelo, con el nombre de hermana Isabel de la Trinidad, atraída precisamente por el misterio de la

Y ello se hace posible «desde la negación de que exista un bien común humano», lamentó. Y eso que una «referencia común de valores» –que históricamente es «la de la tradición cristiana»– es la que ha sustentado el funcionamiento democrático en Occidente, considera. «En cambio en estos años estamos asistiendo a un hecho de alcance no fácilmente calculable –alertó el purpurado italiano-. La referencia común a la matriz cultural judeo-cristiana ha ido disgregándose y erosionándose poco a poco. En el contexto de esta disgregación y erosión, la doctrina pura de la igualdad y de la autonomía» conduce a lo que ya se constata: «lo que es técnicamente posible, el Estado debe consentirlo; lo que el individuo prefiere, el Estado no debe prohibirlo». «No es difícil entender que este principio, aplicado a la letra, supone sencillamente la destrucción de toda forma de socialidad», recalcó. «Un favor juris puede ser concedido a la institución matrimonial sólo si en la relación conyugal se ve una bondad, un valor específico: una bondad, un valor que realiza, en su modo propio, la idea de bien humano común. Como tal. Es más, la realiza en grado eminente», recalcó.

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inhabitación trinitaria en nuestras almas: «He encontrado el cielo en la tierra, pues el cielo es Dios, y Dios está en mi alma». De la misma manera que lo hizo santa Teresita del Niño Jesús, la Beata Isabel también dijo que pasaría su cielo «atrayendo a las almas al recogimiento y la vida interior». Presentamos la plegaria escrita con ocasión de la renovación de sus votos religiosos:

Pero «el favor juris en cambio no tiene ninguna justificación fuerte si no se reconoce que la relación interpersonal tiene en sí y por sí una bondad intrínseca suya, sino que se considera que ofrece sólo -recalca- utilidad para realizar el propio proyecto de felicidad». El hecho es que así «como la negación de que exista una verdad acerca del bien de la persona conduce a aquel concepto de igualdad y autonomía» apuntado, «la negación de que exista una verdad acerca del bien humano común conduce a la reducción de la actuación política a una mera acción procedimental», denuncia. «En otras palabras -sintetiza-: o se considera que el fin de la actividad política es el bien común, y entonces deberán ser tuteladas, promovidas y favorecidas todas las expresiones de tal bien, o se considera que no existe un bien común humano, sino sólo coexistencia de bienes privados, y entonces no hay nada que hacer, por parte de la autoridad política, más que instituir «reglas de tráfico» para la carrera de los individuos hacia la propia felicidad». En este sentido, «el favor juris del que goza el matrimonio permanece o cae junto a la idea de bien común», concluyó.


Ciudad del Vaticano Descubierta una necrópolis pagana ELEVACIÓN A LA SANTÍSIMA TRINIDAD J. M. + J. T. ¡Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro! Ayúdame a olvidarme totalmente de mí para establecerme en Vos, inmóvil y tranquila, como si mi alma estuviera ya en la eternidad. Que nada pueda turbar mi paz, ni hacerme salir de Vos, oh mi Inmutable, sino que cada momento me sumerja más íntimamente en la profundidad de vuestro misterio. Pacificad mi alma; haced de ella vuestro cielo, vuestra morada predilecta, el lugar de vuestro descanso. Que nunca os deje allí solo sino que permanezca totalmente con Vos, vigilante en mi fe, en completa adoración y en entrega absoluta a vuestra acción creadora. ¡Oh mi Cristo amado, crucificado por amor! Quisiera ser una esposa para vuestro corazón; quisiera cubriros de gloria; quisiera amaros… hasta morir de amor. Pero reconozco mi impotencia. Por eso os pido ser «revestida de Vos mismo», identificar mi alma con todos los sentimientos de vuestra alma, sumergirme en Vos, ser invadida por Vos, ser sustituida por Vos para que mi vida sea solamente una irradiación de vuestra Vida. Venid a mí como Adorador, como Reparador y como Salvador. ¡Oh Verbo eterno, Palabra de mi Dios! Quiero pasar mi vida escuchándoos; quiero ser un alma atenta siempre a vuestras enseñanzas para aprenderlo todo de Vos. Y luego, a través de todas las noches, de todos los vacíos, de todas las impotencias, quiero mantener mi mirada fija en Vos y permanecer bajo vuestra luz infinita. ¡Oh mi Astro querido! Fascinadme de tal modo que ya no pueda salir de vuestra irradiación divina. ¡Oh Fuego abrasador, Espíritu de amor! Venid a mí para que se realice en mi alma como una encarnación del Verbo. Quiero ser para Él una humanidad suplementaria donde renueve todo su misterio. Y Vos, oh Padre, proteged a vuestra pobre criatura, «cubridla con vuestra sombra», contemplad solamente en ella al «Amado en quien habéis puesto todas vuestras complacencias». ¡Oh mis Tres, mi Todo, mi Bienaventuranza, Soledad infinita, Inmensidad donde me pierdo! Me entrego a Vos como víctima. Sumergíos en mí para que yo me sumerja en Vos hasta que vaya a contemplar en vuestra luz el abismo de vuestras grandezas.

Los Museos Vaticanos han abierto uno de los más interesantes hallazgos arqueológicos de los últimos 50 años: una necrópolis pagana, o cementerio, conservado intacto dentro de los muros de la Ciudad del Vaticano. Encontrado durante las excavaciones del nuevo estacionamiento vaticano, el yacimiento contiene 250 tumbas de romanos ricos y pobres, educados y analfabetos, viejos y jóvenes. En las tumbas se han encontrado estatuas, urnas, monedas y, obviamente, esqueletos… Visitar el cementerio de la Calle Triunfal –«Via Triumphalis»– es una experiencia maravillosa, que tiene lugar caminando por andamios de metal. Algunas de estas tumbas están ricamente adornadas con espectaculares mosaicos, mientras que otras no son más que humildes agujeros. Las personas enterradas tienen algo en común. Sin la esperanza cristiana de otra vida, buscaban la inmortalidad grabando sus nombres en losas de piedra, encargando caros adornos, o simplemente colocando un tubo que sirviera para ser recordados. Este cementerio fue abandonado en el siglo IV, cuando el cristianismo fue legalizado y la tumba de san Pedro, una de las más humildes de todos los tiempos, fue transformada por el emperador Constantino en la primera basílica para honrar al príncipe de los apóstoles. Desde entonces, nadie buscó ser enterrado en el cementerio de la «Via Triumphalis». La gente, en cambio, deseaba enterrar a sus muertos en torno a la tumba de Pedro, cuando ésta quedó cubierta por la basílica. Cerca de Pedro, los cristianos encontraban esperanza ante la inevitable muerte.

Exposición «Petros Eni» La Basílica vaticana representa la Iglesia edificada sobre la fe de Pedro

La Basílica de San Pedro representa en el máximo grado a la Iglesia construida sobre el fundamento establecido por Cristo: la fe de Pedro, afirmó el cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado vaticano. Lo dijo el purpurado al presidir el pasado 11 de octubre, en el atrio del Aula Pablo VI, la inauguración de la exposición titulada «Petros Eni» (Pedro está aquí), situada en la Brazo de Carlomagno de la columnata de Bernini, en el contexto de las celebraciones del 500 aniversario de la Basílica de San Pedro. El principal responsable de la muestra es el profesor Antonio Paolucci, presidente de la Superintendencia para el Polo Museís-

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Nuevo libro Guía para el cristiano ante el actual pluralismo religioso

«La poderosa fuerza salvadora de Cristo. Una guía para el cristia-

tico de Florencia. La instalación ofrece la posibilidad de admirar un centenar de obras maestras, provenientes de importantes museos del mundo, que ayudarán a los visitantes a recorrer la historia de la Basílica vaticana a través de un itinerario histórico, cultural y espiritual. «Si cada iglesia constituye para los fieles de un cierto territorio un punto de referencia religiosamente significativo, la Basílica alzada sobre la tumba del apóstol Pedro reviste un valor excepcional para los católicos del mundo entero», dijo el cardenal Bertone «La Sagrada Escritura –añadió– nos enseña que Dios no necesita templos construidos por el hombre, y que el lugar en el que le gusta poner su morada es un corazón humilde y un pueblo fiel a sus valores». «Sin embargo, el hombre peregrino en la tierra necesita símbolos, y las iglesias, ya sean de madera o de piedra, desde las pequeñas ermitas rurales y de montaña hasta las majestuosas catedrales, constituyen signos necesarios para la comunidad de fieles, que son la verdadera Iglesia, edificio espiritual constituido por piedras vivas». El purpurado afirmó que si el Santo Sepulcro en Jerusalén es la «memoria insuperable del misterio pascual», la Basílica de San Pedro «representa en el máximo grado a la Iglesia, construida sobre el fundamento establecido por Cristo: la fe de Pedro, cabeza del Colegio apostólico». Recordando que desde los inicios del siglo XVI hasta finales del XVII la Basílica vaticana fue una permanente «obra» a cielo abierto, el purpurado afirmó que «es sugestivo recoger de la historia justo la imagen de la obra como metáfora de la Iglesia». «Una obra –explicó– en la que el edificio espiritual se construye día a día, en la escucha de la Palabra de Dios, en la celebración de la Eucaristía y en la oración, pero también en el encuentro entre los pueblos y las culturas y en la elaboración del magisterio colegial», como ha sucedido en los dos últimos concilios, y en especial en el Vaticano II. «Como cada iglesia, e incluso más, debido a su universal valor simbólico, San Pedro no puede ser antes que nada y sobre todo sólo ‘casa de oración’«, dijo el purpurado expresando el deseo de que la muestra contribuya a hacer percibir a la Basílica vaticana también como «escuela para crecer en la fe».

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no ante el actual pluralismo religioso», de José Antonio Galindo Rodrigo, desbroza el mundo de la teología de las religiones aclarando el lugar de Cristo y el lugar de las otras religiones en el plano de la salvación. El libro, editado por el Secretariado Trinitario de Salamanca aborda la cuestión de la salvación de manera sistemática para comprender que Jesucristo es la causa personal de la salvación y las otras religiones son medios o instrumentos. José Antonio Galindo Rodrigo (Fustiñana, Navarra, 1936) es agustino recoleto. Después de licenciarse en Teología (Universidad Gregoriana) y en Filosofía (Universidad de Navarra) se doctoró en Teología en Valencia, en cuya facultad imparte la asignatura Antropología teológica según san Agustín. El padre Galindo recuerda a agencia Zenit que «el cristianismo no es de los cristianos, sino propiedad de Cristo, que llama a todos a la verdad y al bien, y que quiere salvar a todos». —El actual pluralismo religioso, ¿desdibuja la fuerza salvadora de Cristo? —El actual pluralismo religioso tal y como con frecuencia se concibe desdibuja efectivamente la fuerza salvadora de Cristo. Si se piensa que todas las religiones salvan, entonces Cristo queda rebajado. Pero igualar, cuando las cosas no son iguales, es una injusticia y un error. —Las otras religiones también son instrumentos de salvación de Dios. ¿Cómo se concilian con Jesucristo, causa personal única de la salvación de toda la humanidad? —Las otras religiones también son instrumentos de salvación de Dios, porque teniendo verdades y valores, según varios documentos de la Iglesia, pueden servir, y de hecho sirven para que Dios salve a los fieles de esas religiones aunque siempre por los méritos de Cristo, que es el único Salvador de todos. Los fundadores de las grandes religiones son maestros y, en alguna medida, modelos para la humanidad (Laotsé, Budha, Krisna, Mahoma, etc.) pero sólo Cristo, y en exclusiva (además de supremo Maestro y Modelo perfecto), es el Salvador de toda la humanidad en general y de todos y cada uno de los seres humanos en particular. Las religiones, cualesquiera que sean, y Cristo no se sitúan en el mismo plano. Las religiones, incluso la cristiana, son medios o instrumentos, mientras que Cristo es la causa personal de la salvación, es el sujeto, la persona que salva (la salvación es


Renati sunt es un sugestivo portal de Internet que, a través del encuentro digital, profundiza en la fe católica, analiza la actualidad social, cultural y política desde un prisma católico y sirve de apoyo electrónico y documental para otras iniciativas apostólicas. http://www.renatisunt.org Un nuevo blog han habilitado dos misioneros combonianos, los padres Alberto Eisman y José Carlos Rodríguez, para seguir la actualidad africana. En este blog, cada semana se incluirán nuevos artículos y comentarios sobre la actualidad de este continente. http://blogs.periodistadigital.com/ enclavedeafrica.php

¿Quiénes fueron los primeros cristianos? ¿Cómo vivían su fe? ¿Quiénes fueron los primeros mártires? ¿Cómo se llevaron a cabo las persecuciones? ¿Qué son las catacumbas? ¿Qué decían sus primeros escritos? Todos esto se encuentra en la página web http://www.primeroscristianos.com

una acción de un ser personal) sirviéndose de esos medios o instrumentos que son las religiones. Quien salva es único (Cristo), mientras que los medios de que se sirve, unos mejores que otros, pueden ser y son varios y diferentes, y estos medios son las diversas religiones. Se concilian ambas verdades si hablamos de las religiones y de Cristo con precisión. Las religiones no salvan (ninguna) sino que son instrumentos de los que el único agente personal (Cristo) se sirve para salvar; sin embargo, tampoco es correcto decir que las religiones son ajenas al hecho de la salvación de los seres humanos, puesto que son medios o instrumentos de la misma por sus verdades y valores. —Es tan peligroso un pluralismo religioso igualitario (todas las religiones valen) como un exclusivismo absolutista (sólo el cristianismo tiene razón y las otras religiones no aportan nada), según usted. ¿Cómo encontrar un equilibrio? —Un pluralismo igualitario o indiferenciado es erróneo, pues es evidente que las religiones no son todas iguales; además, ello

supondría caer en el error de que Cristo, siendo el Hijo de Dios no ha fundado una religión superior a las demás, lo cual implica que Cristo o no se tomó en serio al fundar el cristianismo o no es Dios; lo primero es un absurdo, mientras que lo segundo es una herejía para el cristiano. Tampoco es correcto el absolutismo de afirmar que sólo el cristianismo tiene razón, porque las grandes religiones coinciden en algunas cosas (verdades y valores) con el cristianismo. Por otro lado, esa posición es contraria a la doctrina de la Iglesia. —¿Considerar a las otras religiones como «válidas» en la promoción de los valores puede ser el nuevo nombre del diálogo interreligioso? —Como está poniendo de relieve Benedicto XVI, y también lo hizo Juan Pablo II, las religiones deben ser aliadas en muchas cosas importantes para el bien de la humanidad. Con el tiempo, yo espero que cada vez sea más conocido Cristo por tantas gentes que acabarán siendo mejores seguidores suyos que los que ahora decimos que somos cristianos.

«La Palabra de Dios» Primer Sínodo convocado por Benedicto XVI para octubre de 2008 Benedicto XVI ha convocado el primer Sínodo de obispos católicos del mundo de su pontificado, que se celebrará en el Vaticano del 5 al 26 de octubre de 2008 con el tema « La Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia». Será el segundo Sínodo presidido por Benedicto XVI, después del dedicado a «La Eucaristía: fuente y cumbre de la vida y de la misión de la Iglesia», que tuvo lugar en el mes de octubre de 2005. La asamblea sinodal había sido convocada por Juan Pablo II. La cumbre del próximo año será la duodécima asamblea general del Sínodo de los Obispos. El anuncio confirma la novedad introducida por este Papa en el sínodo sobre la Eucaristía de hacer que dure una semana menos que los sínodos anteriores. Benedicto XVI introdujo, además, la modalidad de intervenciones libres ante la asamblea. El Sínodo de los Obispos es una institución permanente, creada por el Papa Pablo VI (15 de septiembre de 1965), en respuesta a los deseos de los Padres del Concilio Vaticano II para mantener vivo el espíritu nacido de la experiencia conciliar. Según explica la Secretaría General del Sínodo, «etimológicamente la palabra «sínodo», derivada de los términos griegos syn (que significa «juntos») y hodos (que significa «camino»), es decir, expresa la idea de «caminar juntos»».

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REFLEXIONES ACERCA DEL DIÁLOGO INTERRELIGIOSO

¿Cómo puede el creyente en Jesucristo practicar el diálogo interreligioso sin perjudicar su propia fe en Jesucristo, único salvador de todos los hombres? Entre el relativismo, para el cual todas las religiones vienen a ser lo mismo, y la intransigencia, que niega todo valor a las distintas tradiciones religiosas, el diálogo en la verdad y la caridad nace del respeto al otro y a la presencia activa en él de Dios, que lo creó a su imagen y semejanza. Este diálogo clarifica la confusión por desgracia difundida entre el cristianismo y la cultura occidental, por una parte, y entre el Islam y el fundamentalismo, por otra. Mientras la cultura occidental se desprende cada vez más del cristianismo, una cantidad de musulmanes la asimilan al cristianismo. Y mientras una cantidad de musulmanes rechaza categóricamente el terrorismo, muchos occidentales concluyen equivocadamente, a partir de los incidentes de 11 de septiembre del año 2001, que el Islam es una religión que cultiva el terrorismo. Entre el sincretismo y el sectarismo, el diálogo promovido, como lo indica su mismo nombre, por el Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso, invita a reflexionar sobre esta dimensión constitutiva del hombre consistente en ser homo religiosus a partir del carácter de las religiones no cristianas y sus relaciones con la religión cristiana. Las grandes religiones, como llegué a comprenderlo mejor al elaborar mi Dictionnaire des religions (PUF, 1993), son la expresión histórica del hecho religioso en la humanidad. Son al mismo tiempo una sola y diversas: una sola por cuanto expresan la forma en que los hombres no dejan de buscar a Dios más allá del mundo y de reconocerlo a través del mundo, y diversas, ya que cada una es expresión del carácter religioso de un pueblo, y nada caracteriza mejor a un pueblo que su religión. Las religiones son creaciones del carácter humano y dan testimonio del valor de las grandes personalidades religiosas, como Buda, Zoroastro y Orfeo, también con las deficiencias de lo que es humano. El hecho judeocristiano nos pone en presencia de algo totalmente distinto: es un testimonio de acontecimientos que constituyen la historia sagrada de las acciones de Dios en la historia. No es necesario ser cristiano para creer en Dios. Es necesario serlo para creer que Dios vino entre los hombres, hecho único, revelación

«Un sínodo es un encuentro religioso o asamblea en la que unos obispos, reunidos con el Santo Padre, tienen la oportunidad de intercambiarse mutuamente información y compartir experiencias, con el objetivo común de buscar soluciones pastorales que tengan validez y aplicación universal», añade. Según el canon 344 del Código de Derecho Canónico: «El Sínodo de los obispos está sometido directamente a la autoridad del Romano Pontífice, a quien corresponde: 1º convocar el Sínodo, cuantas veces le parezca oportuno, y determinar el lugar en el que deben celebrarse las reuniones; 2º ratificar la elección de aquellos miembros que han de ser elegidos según la norma del derecho peculiar, y designar y nombrar a los demás miembros; 3º determinar con la antelación oportuna a la

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celebración del Sínodo, según el derecho peculiar, los temas que deben tratarse en él; 4º establecer el orden del día; 5º presidir el Sínodo personalmente o por medio de otros; 6º clausurar el Sínodo, trasladarlo, suspenderlo y disolverlo». El canon 346 - § 1. establece que «integran el Sínodo de los obispos, cuando se reúne en asamblea general ordinaria, miembros que son, en su mayor parte, obispos, unos elegidos para cada asamblea por las Conferencias Episcopales, según el modo determinado por el derecho peculiar del Sínodo; otros son designados por el mismo derecho; otros, nombrados directamente por el Romano Pontífice; a ellos se añaden algunos miembros de institutos religiosos clericales elegidos conforme a la norma del mismo derecho peculiar».


única, y por consiguiente fe única consistente en creer en la realidad de este hecho, mientras las religiones, por el contrario, normalmente son distintas y expresan el deseo que el hombre tiene de Dios, mientras la revelación da testimonio de que Dios respondió a este deseo. La religión no salva. Sólo Dios da la salvación. Esto significa que la revelación no destruye, sino realiza. De aquí se desprende el error de creer que la destrucción de la religión sería la condición de la fe. Por el contrario, el cristianismo, muy lejos de destruir los valores de las religiones no cristianas, las asume en su diversidad, las purifica y las transfigura. El carácter religioso es diferente en cada pueblo, y el cristianismo tiene vocación para asumirlo en su diversidad. De hecho, únicamente el mundo occidental ha sido hasta ahora evangelizado en su misma cultura y por tanto en su alma religiosa. En la medida en que la revelación cristiana se presenta tal como fue recibida por el hombre religioso occidental, enfrenta el rechazo de los demás pueblos, que rechazan legítimamente no el cristianismo, sino su forma occidental. Sólo puede rechazarse un cristianismo destructor de valores culturales a los cuales los pueblos tienen el derecho y la obligación de estar vinculados. Sólo se transforma aquello que tiene figura. El problema de mañana no es el del ateísmo, sino de un nuevo paganismo que se busca. El ateísmo se ubica en la transición entre los paganismos de ayer, de la civilización rural, y los paganismos de mañana, de la civilización urbana. Agreguemos que para muchos, en Occidente, el cristianismo se vive menos en lo que constituye su propio contenido que como su forma de ser paganos. Si existe una tensión normal entre paganismo y cristianismo, no se da únicamente entre el cristianismo y las religiones no cristianas, sino también entre el cristianismo como revelación y el cristianismo como religión. Es una dimensión natural del humanismo, que ofrece al cristianismo sus puntos de inserción tanto en las religiones no cristianas como en las esferas culturales del mundo contemporáneo. PAUL CARDENAL POUPARD

Presidente del Consejo Pontificio para el diálogo interreligioso

Congreso Nace red mundial de televisiones católicas

El padre Federico Lombardi S.I., director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, durante la presentación del Primer Congreso Mundial de Televisiones Católicas realizado en octubre pasado, señaló que esta iniciativa busca crear una red de colaboración entre estas realidades. «Organizamos un congreso mundial de televisiones católicas sin ambiciones centralistas directivas». El objetivo es crear comunión, hacer Iglesia y coordinarse, recalcó. Según informó, la iniciativa quiere promover «también en el mundo de la comunicación una bella experiencia de Iglesia, es decir, de unión universal en la variedad y en la diversidad».

Esta idea de respeto a las culturas y diversidades también fue subrayada por Leticia Soberón Mainero, oficial del Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales, cuando recordó que un gran tema del congreso fue la «identidad católica en televisión, en la diversidad de carismas y culturas». Soberón, que coordina la Red Informática de la Iglesia en América Latina (RIIAL), anunció la creación de un «banco de programas» gratuito para intercambiar producciones televisivas católicas de todo el mundo. Soberón subrayó al mismo tiempo que las televisiones más pobres también tienen material que ofrecer y recordó que uno de los objetivos del congreso fue propiciar el intercambio de material entre televisiones más grandes y las más pequeñas y pobres. Más información en www.congresomundialtv.com

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A 25 AÑOS DE LA CREACIÓN DEL CONSEJO PONTIFICIO PARA LA FAMILIA

GRANDES CAMBIOS Publicamos algunos párrafos de las reflexiones formuladas por el Cardenal Alfonso López Trujillo, Presidente del Pontificio Consejo para la Familia.

En estos cinco lustros la Familia ha sufrido numerosos y significativos cambios, particularmente en los 10 últimos años. Casi debo limitarme a enunciarlos. Han sido desde luego objeto de un estudio serio por el Consejo y, en buena parte, por quien ha tenido el honor y la responsabilidad de ser su Presidente. Familias, en plural, en vez de la Familia en singular: Fue la impostación que se difundió sobre todo en los Foros internacionales y en los Parlamentos y que al comienzo costó mucho aclarar, porque para el Año Internacional de la Familia la ONU la adoptó como caballo de batalla. Fue la buscada ambigüedad para hacer evaporar la identidad del verdadero modelo original. El uso plural defendía varios modelos y ocultaba el original, querido por Dios, fundado en el matrimonio. Esto se tradujo rápidamente en la debilidad de leyes, pues, ampliada al máximo, la comprensión de la familia, y aceptando todos los usos se perdía el sentido del sujeto que después serviría para la introducción de los conceptos más infundados y contradictorios. Esto se presentaba como una conquista de la modernidad y del pluralismo cultural. El defender el modelo querido por Dios, como institución natural, se volvió una lucha doctrinal y pastoral para evitar la confusión conceptual que Juan Pablo II denunciaba. Tendencia a la privatización: El sujeto social que es la familia en toda su significación en la sociedad, como una realidad del mayor espesor público, que interesaba decididamente a la sociedad toda, se convirtió en asunto privado y muchas leyes adolecieron de este desliz. Se retornaba de este modo al tratamiento ideológico que no resultaba de interés del Estado. La Familia no debía ser amparada y protegida y su reducción a la esfera privada se concebía por un logro de la libertad de los que optaban por el matrimonio (cfr. Alfonso Card. López Trujillo, «Familia y privatización» en Pontificio Consejo para la Familia, Lexicón. Términos ambiguos y discutidos sobre familia, vida y cuestiones éticas, Ed. Palabra, Madrid 2004, pág. 487-499). Las uniones de facto: Continúa la discusión en los Parlamentos, como un grave desafío pastoral y la clara exigencia de un definido planteamiento doctrinal. Hay que lamentar que no haya siempre la claridad que debe regir las cuestiones pastorales. Se llega a decir, y esto incluso por obispos, que las parejas de hecho se pueden admitir, pasando por alto la ficción jurídica que entraña. Considerarlas como si fueran matrimonios y con los efectos jurídicos que están reservados a los matrimonios, es una rendición indebida. Decían los obispos españoles que es una falsa moneda puesta en circulación. Es grande la presión de ciertos partidos políticos (cfr. Pontificio Consejo para la Familia, Familia, matrimonio y «uniones de hecho». Librería Editrice Vaticana, Vaticano 2000). Las uniones de hecho nada prometen a la sociedad, a los esposos, a los hijos. No hay estabilidad alguna. Alegan derechos que no tienen. Se vuelve una peligrosa alternativa al matrimonio. Uniones de hecho de personas de un mismo sexo: Es el paso habitualmente previsto, no obstante la grande debilidad antropológica. No se puede omitir hablar del tema y la Congregación para la Doctrina de la Fe publicó el Documento titulado «Consideraciones acerca de los proyectos de reconocimiento legal de las uniones entre

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personas homosexuales» (2003). Es del todo inaceptable, aunque no se soliciten como «matrimonios». Aunque no se propongan como «matrimonios», es obvio que esas uniones son una concepción de enorme confusión y es una peligrosísima alternativa. Fundamental en el problema antropológico es ver que al hombre integralmente conviene, le hace bien, ayuda a su vocación humana y cristiana, lo que lo pone en camino de su realización y lo que lo destruye, porque no es concebido en su eminente dignidad, como fin y no como instrumento. La «cosificación» del hombre está a la base de todos los atentados y el riesgo es mayor cuando en su apertura a los demás no es entendido como un don, en su honda realidad de ser creado, con sus relaciones que han de ser guiadas por el amor, que es donación, reconocimiento, respeto, sino por el egoísmo y cuando se evapora su espiritualidad y trascendencia para reducirlo a un ser material, totalmente objeto de la ciencia. Estamos en la pendiente de la deshumanización y es este fatal desvío el que se padece sin que despertemos a tan dura realidad. Lo humano es sustraído de los padres, de los esposos, de los hijos y esto no se hace impunemente. Una visión inhumana en muchos casos prevalece, por ejemplo en la presentación misma de la procreación como producción. Esta inquietud por lo humanum, iluminado por la razón y la fe, ha sido sin duda central inspiración de nuestras tareas. Se trata de convertirnos de la dureza del corazón a un corazón que palpita en la presencia de Dios, que nos libera de nuestra esclerosis del corazón. En la Novo Millennio Ineunte, sin rodeos, Juan Pablo II nos alerta sobre la situación al poner de presente la crisis difusa y radical de la institución fundamental de la familia (cfr. No. 47). La relación fundamental entre un hombre y una mujer, relación recíproca, total, única e indisoluble, oscurecida por la dureza del corazón, el Señor la reconduce al diseño original, como leemos en el mismo parágrafo. El servicio de la verdad que se propone sereno y positivamente, tiene que tener un cuidado esmerado por las «definiciones», por la identidad y realidad de los casos. Se cambian tranquilamente la definición y la concepción de la familia, del matrimonio (es el caso de la «uniones de hecho»), también en forma inconcebible entre personas de un mismo sexo que llegan hasta la pretensión de «matrimonios». El matrimonio no sería sólo la unión entre un hombre y una mujer, sino de personas. Permitir, no mostrar la iniquidad de estos cambios de definición, es sembrar la disgregación de la sociedad. El respeto y la no-discriminación no pueden entenderse como un apoyo a tales proyectos, sino como el cuidado y respeto que merecen para que no sean objeto de comportamientos inhumanos. También en el dominio de la vida acontece el cambio de definiciones, v.g. sobre el aborto, a través del rechazo del estatuto del embrión como ser humano y persona humana desde la concepción. La nueva y abusiva definición sólo acepta que hay aborto procurado después de la implantación o anidamiento del embrión. Está de por medio todo un problema antropológico, filosófico, teológico y científico, que no se puede pasar por alto. La información, con el recurso a los avances de la informática, de la TV, de la radio, etc., ha de ser bien aprovechada. La batalla se da en la opinión pública, la cual, muchas veces, está como aletargada y hábilmente manejada. La gente, incluso culta, no tiene tiempo de pensar y de ir al fondo de las cosas. Es fácilmente manejable como un títere. Creen muchos que superficiales argumentos respalden sus posiciones, lo cual los ahorra el tomarse el trabajo de serios análisis, para los cuales la Iglesia debe prestar su colaboración. Nuestra convicción en este Pontifico Consejo para la Familia es ésta: el centro de las cuestiones es de tipo antropológico, y la gran noticia, el Evangelio que debemos servir y anunciar, tiene su secreto en el Verbo Encarnado (G.S. 24) (De Familia et Vita, año XI, 2006)

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SEGÚN EL SECRETARIO DEL PONTIFICIO CONSEJO PARA LA JUSTICIA Y LA PAZ

LA VISIÓN DE LA IGLESIA SOBRE LA DEMOCRACIA

Monseñor Giampaolo Crepaldi, secretario del Pontificio Consejo para la Justicia y la Paz, afirmó que «la democracia es un régimen político que defiende los derechos de la persona y promueve sus deberes» y que comprendida de esta manera puede »servir a la dimensión de la familia humana universal». Con una conferencia titulada «Unidad de la familia humana y democracia: una visión trinitaria», el prelado participó en la jornada conclusiva del XLII Simposio de Teología Trinitaria, que se desarrolló en Salamanca en octubre pasado. Monseñor Crepaldi, según recoge la agencia Veritas, se preguntó si la democracia puede «favorecer la comunión dentro de la familia humana» y consideró que sí tiene esa potencialidad cuando no es considerada «sólo una técnica para contar las manos alzadas en una asamblea, ni mucho menos el fin último al que tiende la vida social». «La democracia es un instrumento al servicio de la comunión entre las personas y, para poder ejercer este rol, debe relacionarse con algo distinto de sí misma», matizó. El prelado consideró dos de los elementos que caracterizan la democracia, a saber, «el acceso a las elecciones libres» y el «debate público», pero los juzgó todavía insuficientes, porque incluso cuando se garantizan «el diálogo público no manipulado y la participación en el debate sobre las cuestiones políticas», se mantiene el valor de la democracia reducida a «lo procesal». «En el respeto del debate público y dando la palabra a todos, las democracias pueden realizar violaciones significativas de los derechos humanos. La historia nos habla de políticas eugenésicas, exterminios y genocidios, de asesinatos de seres humanos mediante la legalización del aborto, acaecidos en regímenes de democracia comunicativa y de debate público transparente», precisó. Monseñor Crepaldi consideró que la definición de la democracia como «régimen político que defiende los derechos de la persona y promueve sus deberes» tiene en cuenta «el criterio de inclusión», englobando el resto de elementos que caracterizan esta forma de gobierno. «La democracia verdaderamente útil para la maduración de una comunidad universalmente humana es, por lo tanto, la que se entiende no sólo como libertad política y electoral, no sólo como paridad en el debate público, sino también y sobre todo como tutela y desarrollo de la persona», sintetizó. El secretario del Pontificio Consejo para la Justicia y la Paz reconoció que hoy existen «varias visiones de la persona», y expresó la posibilidad de «establecer una jerarquía, utilizando el criterio de la inclusión: si una visión de persona responde a las exigencias de las otras y todavía más que las otras, ésta es mayormente inclusiva». Como ejemplo para clarificar esta idea «el choque entre mundo católico y mundo laico acerca de la procreación asistida», que «pone en evidencia dos visiones de la persona considerada en relación con su libertad». «La primera sostiene que la libertad de conciencia y de investigación se fundan sobre algo distinto de sí mismas: la dignidad de la persona humana, que es su fundamento y, por lo tanto, también su límite. La segunda, por el contrario, sostiene que libertad de conciencia y de investigación tengan una dignidad en sí mismas, que sean éstas a dar fundamento a la dignidad de la persona humana, de manera que toda limitación que se les imponga es una herida infligida al hombre. Como es evidente, la primera tesis es mayormente inclusiva que la segunda, en cuanto que le reconoce dignidad humana también a quien no tiene conciencia explícita, mientras que la segunda limita la libertad a la sola presencia de la conciencia», explicó. Finalmente se preguntó si «Occidente hace coincidir la persona y la democracia con el nihilismo de la técnica,

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o con la dictadura del relativismo, propone una concepción de persona y de democracia demasiado poco inclusivas, y compatibles sólo con una globalización reducida a globalismo y con una familia humana cercana pero no unida» o si, por el contrario, «permaneciendo fiel a su historia, que hunde sus raíces en Jerusalén, Atenas y Roma, el Occidente sabrá proponer una visión «incondicionada» de la persona sobre la cual construir una democracia como instrumento para la tutela y la promoción de las personas». Monseñor Crepaldi dijo que Occidente podrá realizar esta misión si tiene en cuenta la visión cristiana de la persona, que «se deriva de la esencia trinitaria» y reconoce la capacidad de apertura del ser humano La justificación teológica Monseñor Crepaldi llegó a estas ideas de la democracia a partir de una síntesis de las bases teológicas de la familia humana según la fe cristiana y justificó «la unidad del género humano» a partir del concepto de «relación» que en la Santísima Trinidad se establece de modo «esencial», dando un giro a la concepción de la filosofía antigua, que consideraba a esta categoría como un mero «accidente». Basándose en ideas expresadas por el cardenal Joseph Ratzinger en su obra «Introducción al Cristianismo», monseñor Crepaldi dijo que «la idea de relación es el núcleo central del concepto de persona, que es diverso y más elevado que el concepto de individuo». «La nueva importancia asumida por la relación en el dogma trinitario consiste en el hecho que la persona «es» relación, mientras que en precedencia se podía creer que la persona es y luego se relaciona. La relación se vuelve para la persona un elemento absoluto y no relativo», precisó. En este contexto, afirmó también que «la fe cristiana no inspira forma alguna de colectivismo», sino que «lleva a tomar conciencia del hecho que la unidad y la comunión auténticas están fundadas en el espíritu, en la libertad y que, por este motivo, no tienen necesidad de anular a las personas singulares sino, por el contrario, de valorarlas al máximo». «También el encuentro personal con Dios –encuentro de persona a Persona– no comporta alguna anulación de sí mismo en una indistinción vacía, sino más bien la valoración máxima de la categoría del encuentro personal», añadió. El prelado consideró que «esta clave de lectura» permite liberar a «la interdependencia creada por la globalización» del «nihilismo de la técnica» y darle un nuevo sentido. «La técnica no puede crear comunidad, y el nihilismo de la técnica puede sin duda corroer la comunión e impedir un encuentro real entre personas y pueblos. La técnica puede hacernos más cercanos, pero no más unidos. Por esto decía al inicio que la técnica corre el peligro también de esconder y hasta de anular el significado profundo, auténticamente humano, de la dimensión universal de la familia humana», precisó. El Simposio de Teología Trinitaria es organizado desde hace más de 40 años por la Editorial Secretariado Trinitario. En colaboración con la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia de Salamanca (UPSA) las reflexiones del Simposio se han vertebrado en torno al lema «La Santísima Trinidad y la Paz».

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RAFAEL GUÍZAR VALENCIA, «OBISPO DE LOS POBRES»

PRIMER OBISPO DECLARADO SANTO NACIDO EN LATINOAMÉRICA.

El 15 de octubre pasado Benedicto XVI canonizó al primer obispo declarado santo nacido en Latinoamérica, monseñor Rafael Guízar Valencia. En la ceremonia también se proclamó la santidad de un sacerdote y de dos religiosas. El Santo Padre, presentó la figura de monseñor Guízar Valencia como «obispo de los pobres», «incansable» misionero, para quien el seminario era «la pupila de sus ojos». El nuevo santo mexicano nació el 26 de abril de 1878 en Cotija de la Paz (Michoacán). Su labor pastoral fue constantemente obstaculizada por el ambiente anticlerical del gobierno mexicano de la época, obligándolo a salir desterrado en tres ocasiones y refugiarse entre Estados Unidos, Guatemala, Colombia y la isla de Cuba. Ya en vida se le atribuyeron muchos milagros. Falleció el 6 de junio de 1938. «Imitando a Cristo pobre», explicó el Papa durante la homilía de la celebración que tuvo lugar en la plaza de San Pedro del Vaticano, «se desprendió de sus bienes y nunca aceptó regalos de los poderosos, o bien los daba enseguida». «Por ello recibió ‘cien veces más’ y pudo ayudar así a los pobres, incluso en medio de ‘persecuciones’ sin tregua (cf. Mc 10,30). Su caridad vivida en grado heroico hizo que le llamaran el ‘obispo de los pobres’», aclaró en una plaza llena de fieles, entre los que se encontraban unos diez mil mexicanos, procedentes de todas las diócesis del país, especialmente de las de Veracruz y Michoacán, por ser la primera donde realizó su principal labor pastoral y la segunda donde nació. «En su ministerio sacerdotal y después episcopal, fue un incansable predicador de misiones populares, el modo más adecuado entonces para evangelizar a las gentes, usando su ‘Catecismo de la doctrina cristiana’», recordó, en referencia a ese libro que se convirtió en el manual de la fe para varias generaciones de mexicanos. El obispo de Roma señaló que una de sus prioridades era «la formación de los sacerdotes», motivo por el cual «reconstruyó el seminario, que consideraba ‘la pupila de sus ojos’». «Por eso solía exclamar –evocó--: ‘A un obispo le puede faltar mitra, báculo y hasta catedral, pero nunca le puede faltar el seminario, porque del seminario depende el futuro de su diócesis’». «Que el ejemplo de San Rafael Guízar y Valencia sea un llamado para los hermanos obispos y sacerdotes a considerar como fundamental en los programas pastorales, además del espíritu de pobreza y de la evangelización, el fomento de las vocaciones sacerdotales y religiosas, y su formación según el corazón de Cristo», deseó el Papa. La Conferencia del Episcopado Mexicano ha elegido como su patrono a san Rafael Guízar Valencia.

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AVISO BANCO SANTANDER

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LIBROS

En defensa del derecho a la vida En una cuidadosa edición de 600 páginas* el autor José Joaquín Ugarte Godoy entrega la contribución más completa y actualizada en el tema dentro de la literatura jurídica iberoamericana. En ella, el lector encontrará la revisión crítica de la doctrina chilena y comparada, con las obras más determinantes escritas por moralistas, juristas y biólogos. Apreciación que se extiende a la exposición analítica de la legislación chilena y extranjera, junto a los tratados internacionales pertinentes.

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a vida, sea propia, del prójimo o de cualquiera de los seres vivientes, tiene que ser siempre motivo de la mayor preocupación y defensa porque, como escribe el profesor José Joaquín Ugarte, no es siquiera imaginable un bien más valioso ni otro que sea fuente de todos los demás. Con idéntico vigor, sin embargo, debemos reconocer la paradoja, consistente en que ese don de Dios es el valor más amenazado o conculcado, comenzando por la vida del ser humano, desde el origen hasta su término. Cuanto sucede es una evidencia de la incivilización que nos rodea y oprime. Creo que entre las hipótesis explicativas de tal proceso, sin duda dramático, pueden ser mencionadas las siguientes: una, asociada al origen, evolución y fin de la vida, cada día más distante de Dios, de la religión y de las instituciones en que ella nace y se cuida, es decir, el matrimonio y la familia; y la otra explicación, vinculada a la

anterior, estriba en que se ha perdido el respeto a la vida, incluso por quienes fueron alguna vez personas de fe, habiéndose impulsado numerosas iniciativas identificables con el placer, el desprecio de la ética objetiva y la sumisión a las banalidades de la coexistencia materialista que caracteriza a la época contemporánea. Somos muchos, sin embargo, quienes creemos en la vida como el bien más valioso que hemos recibido y es nuestro deber defender, proteger y promover. Pero imperativo resulta a la vez decir que, ante la enorme y devastadora confusión dominante, cimentada por el vertiginoso avance de los descubrimientos científicos con su implementación técnica, van siendo erosionados los argumentos para defender la antropología cristiana. Nuevamente recuerdo al profesor Ugarte en su obra: el poder del conocimiento sobre la vida no puede ser conciliado con el permisivismo generalizado.

* El Derecho de la Vida. El Derecho a la Vida. Bioética y Derecho, de José Joaquín Ugarte Godoy. Editorial Jurídica de Chile. 2006. 600 págs.

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Con pesar, resulta menester admitir el impacto de una manipulación pública persistente, sagazmente promovida y con eco en algunos medios de comunicación, adscritos a la práctica de lo políticamente correcto. Así se multiplica el clima de desorientación, habiéndose llegado ya a grados de confusión. Situados en la encrucijada descrita, leer el libro del profesor Ugarte Godoy no puede sino ser una tarea entusiasmante y de agradecer a su autor. De lo dicho se desprende otro mérito de la obra y que es aún mayor. Me refiero a que el profesor Ugarte se ciñe a la fórmula clásica, según la cual el progreso es un regreso a los principios. Situado en esta perspectiva, expone y explica, con el rasgo de marco de referencia, la visión iusnatural de la Iglesia en el tema, demostrando un dominio cabal del pensamiento de Aristóteles, Cicerón, San Agustín, Santo Tomás de Aquino, Francisco Suárez y otros autores cuya enseñanza perdurable permite resolver, siempre y persuasivamente, los dilemas más difíciles. Con semejante autoridad investiga, críticamente, las obras de Grocio, Hobbes y Locke, culminando en la refutación de Kelsen y de quienes, adscritos al positivismo, no son ajenos a la paradoja ya descrita. Encomiable es también la capacidad del autor para definir, concisa y certeramente, conceptos complejos, elaborar categorías, enunciar requisitos o desestimar, uno tras otro, todos los argumentos aducidos contra la tesis expuesta en el libro. Al puntualizar el objetivo de su esfuerzo, el profesor Ugarte nos dice que el Derecho de la

Vida abarca el orden ético y jurídico que rige directamente ese bien y no sólo los medios que sirven para su desenvolvimiento (p. 13). Identificando ética y moral, una y otra fundada en la ley natural, reconoce que tienen valor objetivo, lo cual supone admitir, con igual carácter, la validez de nuestro conocimiento (p. 16). Singularizada la persona como substancia individual de naturaleza racional, se analiza con detalle el comienzo de ella, biológica y filosóficamente, refutando las doce objeciones más usualmente aducidas (pp. 73 y 225 ss.). Tras aseverar que vivir es permanecer en el ser, acertadamente se asevera que ese derecho se extiende a la integridad corporal y psíquica, como asimismo, a la conservación de la salud del cuerpo y del alma (pp. 117 y 118). Resueltamente, rechaza que el aborto terapéutico pueda ser lícito y que el embrión o feto sea susceptible de reputarse un agresor injusto (p. 328). Merece citarse también que la vida es un bien indisponible, motivo por el cual ni el asentimiento de la víctima como tampoco de la sociedad completa, expresados en una Constitución o en la ley, pueden tener efecto alguno en la materia (p. 355). La reflexión de Ugarte lo ha llevado a enfrentar cuestiones dificilísimas, adoptando posiciones ponderadas. Una ilustración de este rasgo es la siguiente: los argumentos favorables a la

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tesis de la muerte encefálica son buenos; pero parecen más convincentes los planteamientos que alegan los partidarios del cese irreversible de la función cardiorrespiratoria (367 y 541). Análogamente pertinentes son sus pronunciamientos acerca de la donación de órganos (p. 376), la pena de muerte (p. 157) y los requisitos que deben ser cumplidos para que la experimentación en seres humanos sea moralmente irreprochable (pp. 386 y 396). A la perspectiva jurídica y filosófica aludida se agrega la visión, sinóptica pero completa, del pensamiento eclesiástico y de la contribución admirable de la Academia Pontificia de la Vida. Fluye así un panorama claro y coherente del Derecho de la Vida, denominación que abarca no sólo este Derecho, sino que también la Bioética. Tan complejo asunto va siendo examinado en todos sus tópicos, sin excluir ninguno relevante. Efectivamente, en la Primera Parte, reservada al Derecho a la Vida, se abarca la prohibición del homicidio y de la mutilación, la legítima defensa, la pena de muerte, el suicidio, el deber de conservar la vida, la eutanasia y el aborto. En la Segunda Parte, dedicada al Bio Derecho, el autor analiza el respeto a la identidad e integridad biológicas, con la temática de los trasplantes, la experimentación en seres humanos, la ingeniería genética, el imperativo de respetar el genoma, el embrión y el modo natural de la reproducción, en fin, la muerte cerebral, la extracción de los órganos vitales y el término de los cuidados terapéuticos. Sin duda, el profesor Ugarte Godoy tuvo que dedicar muchos años a la investigación, reflexión y evaluación de la abundantísima doctrina existente en el tema. Más nítido aún es su esfuerzo al comprobar la seria, ponderada y convincente evaluación, efectuada por él, de tan densa literatura, en la cual el jurista requiere dominar conceptos biológicos y médicos apreciándolos desde el ángulo del Derecho, entendido como parte de la ética objetiva. Pero

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el autor nunca se confunde, ni deja dilema importante sin examinarlo con rigor. La luminosidad de su pensamiento, mantenida desde la primera página hasta el final de este verdadero tratado, se explica por la comprensión que Ugarte tiene del Derecho Natural Católico, la introspección que ha hecho de él, su magisterio en cátedras de Filosofía del Derecho y Bioética, en fin, por su antropología, definitivamente católica, fiel a las enseñanzas de la Iglesia y, en especial, a la doctrina que emana de las Encíclicas y de pronunciamientos de las Academias y otras instituciones vaticanas. La obra se halla redactada con elegancia y claridad. El escrito ha sido adecuadamente ordenado, contemplando una bibliografía abundantísima, a veces comentada al pie de página. Se incluye un apéndice con criterios para distinguir entre preceptos primarios y secundarios de la ley natural y su incidencia en el precepto «no matar». Un índice general exhaustivo, y que facilita la consulta del extenso volumen queda completado con otro índice analítico y onomástico. La edición es impecable, debiendo manifestarse el reconocimiento de rigor a la Editorial Jurídica de Chile. Aludí ya al beneplácito con que recibimos la aparición, tan oportuna, del libro comentado. Era una necesidad impostergable. Deseo, por consiguiente, realzar esa vocación de servicio a la vida y a la Iglesia, a la ética objetiva y al Derecho que fluye de este valioso trabajo. Este tiene que ser estudiado, expuesto en jornadas de difusión y, sobre todo, promovido porque nos entrega los elementos de análisis y juicio más sólidos y convincentes que es posible hallar en la doctrina contemporánea. Gobernantes, legisladores y juristas no pueden, de buena fe y si buscan el bien común de nuestro Pueblo, prescindir de una obra que se identifica con lo más elevado y legítimo de la civilización cristiana.

JOSÉ LUIS CEA EGAÑA

Presidente del Tribunal Constitucional


Cien años de Teología en América Latina (1899-2001) Considerando la inserción eclesial del autor y su competencia teológica, el presente comentario lamenta en el libro de Josep-Ignasi Saranyana1 tanto la insuficiencia de su análisis del liberacionismo latinoamericano –complaciente, incompleto y a menudo superficial– como las graves omisiones en relación a las exigencias objetivas de la «teología en América Latina» durante la segunda mitad del siglo XX.

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n su primera parte, se trata de un libro interesante, no en cuanto al análisis teológico propiamente tal, sino en relación al relato histórico de la vida de la Iglesia en América Latina, desde fines del siglo XIX hasta la instauración del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) y las vísperas del Segundo Concilio Vaticano. En esta primera parte, el autor abunda en datos, fechas, y nombres ciertamente útiles para la memoria histórica eclesiástica. La segunda parte del libro, al margen de algunas referencias «apendiculares», se concentra en lo que se conoce desde los años sesenta del siglo pasado, como «teología de la liberación»; en sus variantes según autores y momentos. Ahora bien, desde la inserción eclesial del autor, y su manifiesta competencia teológica, no podemos sino lamentar tanto la insuficiencia de su análisis del liberacionismo latinoamericano, más bien complaciente, incompleto y a menudo superficial, como las graves omisiones en relación a las exigencias objetivas de la «teología en América Latina», durante la segunda mitad del siglo XX.

A este respecto, y sin sospechar de simpatías o connivencias impropias, parece inexplicable que frente a la sobreabundante dedicación al «liberacionismo», bajo pretexto de «teología» (pero una «teología» clara y formalmente denunciada y rechazada por la Iglesia), el autor omite referir debidamente a expresiones justamente eclesiales y teológicas, aunque, por lo mismo, divergentes del marxismo seudo teológico y de su «praxis» socialista. Así, no es fácil explicar por qué J. I. Saranyana se limita a hacer una rápida y marginal referencia (notas al pie de página) a R.P. Roger Vekemans S.J. (Chile y Colombia), y a exponentes del Sodalitium Christianae Vitae, con presencia, hoy universal, a partir de Perú desde comienzos de los años setenta del siglo pasado. Esta Comunidad eclesial no sólo ha colaborado infatigablemente con muchos obispos, fieles a la Iglesia peregrina en América Latina, sino que ha llegado a proponer una valiosa alternativa teológica (y pastoral) en profunda fidelidad a la Iglesia y su Magisterio: una Teología (y dinámica) de la Reconciliación. Más allá de la mera «eficacia temporal», con el optimismo de la

1 Cien años de Teología en América Latina (1899-2001). Josep-Ignasi Saranyana. Ediciones Promesa. San José de Costa Rica, 2004. 208 págs.

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Esperanza cristiana, y contando con la silenciosa y misteriosa eficacia de la gracia de Dios, la propuesta teológica en cuestión se ha expresado a través de numerosas y reconocidas vías: Congresos, Encuentros, Conferencias y publicación ininterrumpida de libros y de la importantísima revista Vida y Espiritualidad. Estos silencios de Saranyana se hacen más incomprensibles cuando, por ejemplo, se lee a J. B. Libanio, S.J., un conocido exponente del liberacionismo, en su obra 20 Anos de Teologia na América Latina, donde abunda en datos sobre otras corrientes teológicas que presentan una imagen más real de lo ocurrido en América Latina en el campo de la teología, y donde señala a la Teología de la Reconciliación como un «intento de superación» del liberacionismo teológico (p. 87). Luis Fernando Figari, frente a las rupturas propias del pecado, afirma propiamente y en fidelidad al Magisterio de Juan Pablo II (Reconciliatio et Paenitentia), que «al ser humano, inquieto de hoy se le abre el panorama de la reconciliación que la Iglesia presenta como un programa de su propia renovación y de su afán de cumplir con el plan divino» (Aportes para una Teología de la Reconciliación, p. 106). Y oportunamente recuerda que «el amor es el núcleo del misterio de la fe»; que «Jesús es el amor que libera a los hombres» y «a los pueblos» (Ibid. Pp. 185 y 186). Siendo «María... el camino del amor para configuramos con Jesús». (Ibid. P. 204). En esta vía, la fidelidad teologal por si sola delata la insurrección «teológica» contra la fe de la Iglesia, y contra la Iglesia misma, como ocurre con Leonardo Boff, por ejemplo. Ahora bien, si a alguien se le debe principalmente, el haber inicialmente percibido y denunciado en la Iglesia el «liberacionismo» con sus gravísimas consecuencias para la fe cristiana, es al R. P. Roger Vekemans, S.J., autor de numerosas obras propiamente teológicas, y fundador y sostén de la importantísima revista «Tierra Nueva»; promotor infatigable de Congresos, Seminarios

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y Encuentros teológicos en América Latina y Europa; insigne teólogo, prácticamente ignorado por Saranyana. Siendo, además, quien, con la energía espiritual de una tradicional devoción jesuita, revigorizó la «Teología del Corazón de Cristo», válida en sí misma, y verdadero antídoto a la «Teología de la Liberación». ¿Y dónde está «el reconocimiento del aporte, propiamente, y a menudo críticamente teológico de Obispos como Monseñor Ricardo Durand, S.J., y Monseñor Fernando Vargas, S.J., en Perú? ¿O, el de obispos chilenos como Monseñor Manuel Larraín, cuyas obras completas han estado desde hace ya 30 años disponibles; y más contemporáneamente, el de los obispos Jorge (Cardenal) Medina y Antonio Moreno; ambos con especial reconocimiento romano? ¿Dónde se reconoce el aporte del obispo argentino Antonio (Cardenal) Quarracino, o el del sacerdote francés radicado en Chile Francois Francou S.J.; o aún el del obispo brasilero Boaventura Kloppenburg (apenas citado por Saranyana)? El obispo colombiano Alfonso (Cardenal) López Trujillo, uno de los críticos y denunciantes principales del «liberacionismo» y autor de importantes obras teológicas (libros y artículos), es sólo incidentalmente referido. Sea lo que fuere, el libro que consideramos nos parece fundamentalmente incompleto, ambiguo y aun sesgado. ¡No hay continuidad, sino ruptura entre la vida eclesial en América Latina hasta vísperas del Segundo Concilio Vaticano y la Teología de la Liberación! Al revés: existe una oposición tan radical, como lo es la que caracteriza a una doctrina y unos actos fielmente eclesiales por un lado, y una ideología por otro. Es lo que se manifestó claramente en la «Declaración de los Andes», llevada a cabo en la región de Los Andes (Chile) en 1984, haciéndose eco de la Instrucción romana Libertatis Nuntius del mismo año. Allí participaron, entre otros, los Obispos A. López Trujillo, J. E Martins Terra (de Aracayú, Brasil), Antonio Moreno, Jorge Medina; así como los presbíteros J. Miguel Ibáñez y J. Luis Illanes, y el R.P. Francois Francou S.J. A pesar de su explícito


reconocimiento romano; y su amplia y destacada publicación en el «Osservatore Romano», J. I. Saranyana la ignora en su libro, preferentemente dedicado a la Teología de la Liberación. Pero, más grave aun es su referencia «acelerada» y banal a la misma Instrucción Libertatis Nuntius. El autor del libro que consideramos, se limita a un mero «saludo». Y es que, en ese documento romano, se constata que «las producciones de la corriente de pensamiento que, bajo el nombre de teología de la liberación proponen una interpretación innovadora del contenido de la fe y de la existencia cristiana que se aparta gravemente de la fe de la Iglesia…» «Lo cual constituye la negación práctica de la misma» (VI, 9). Y esto, porque «recurren a una concepción totalizante como es el pensamiento de Marx» (VII, 13). «Este sistema como tal es una perversión del mensaje cristiano tal como Dios lo ha confiado a su Iglesia. Así pues, este mensaje se encuentra cuestionado en su totalidad por las ‘teologías de la liberación’» (IX, 1). Estos juicios del Magisterio eclesial son objetivos; responden a una gravísima agresión ideológica.

Lo cual no obsta para que la misericordia pastoral opere a través de la oración, del diálogo, del encuentro. Y ¿por qué no?, también de la necesaria y prudente amonestación. De este modo, nos parece pertinente concluir que, en la línea que va de G. Gutiérrez, H. Assmann o J. L. Segundo, S.J. a L.Boff a J. Sobrino, a P. Richard (curioso, extenso e injustificable espacio el que Saranyana dedica al chileno) la cuestión y el problema se pueden resumir en un doble juicio: los ideólogos del «liberacionismo», han hecho de «Jesús el Juan Bautista de Karl Marx» (Maurice Clavel); y, de la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo, el cuerpo místico de los pobres (sociológicamente tales). Por ello y con razón, bien dice el Presbítero José Miguel Ibáñez, no se puede identificar «las teologías de la liberación» con la «teología latinoamericana» (Teología de la Liberación y lucha de clases, p. 12).

¿Quién dicen los hombres que soy yo?

el misterio inmenso e insondable de que en Jesucristo hay dos naturalezas completas, una humana y otra divina, pero una sola Persona, que es la divina. Si bien la reflexión sobre el yo de Jesucristo se extiende también a nuestros días y continúa siendo motivo de investigación creyente, las expresiones fundamentales de la fe se fijaron en los primeros siglos y, en muchas ocasiones, en medio de polémica y controversia. La Providencia divina había dispuesto que quienes proclamaban la buena noticia del Mesías hecho hombre toparan con la filosofía griega. Esta, como ha recordado recientemente Benedicto XVI, jugó un papel fundamental a la hora de hacer más inteligible, mediante las fórmulas dogmáticas, la enseñanza contenida en los Evangelios y que constituye la predicación apostólica. El Presbítero Felipe Pardo nos ofrece en este libro un prolijo recorrido por aquellos siglos en los que las desviaciones o comprensiones

P. Felipe Pardo Fariña Ediciones San Pablo Santiago, 2006 211 págs.

La Encarnación del Verbo, acontecimiento cumbre de la historia, que sucedió según el lenguaje de san Pablo, en la plenitud de los tiempos, supuso una renovación de todas las cosas. Pero, al mismo tiempo, los que aceptaron la palabra de Jesús, que se proclamaba Hijo de Dios, y lo acogieron por la fe, se vieron impulsados a entender lo que significaba dicha afirmación. En el proceso de comprensión la Iglesia elaboró también una serie de fórmulas, que han pasado a ser definitivas, para expresar

FERNANDO MORENO VALENCIA

Director del Instituto de Filosofía Universidad Gabriela Mistral

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parciales de la verdad revelada ponían en peligro la recepción completa del Evangelio. Se trata de una historia apasionante, referida aquí con orden y especial atención a lo dogmático. La pregunta de Jesús a sus apóstoles, en Cesarea de Filipo, subyace a toda reflexión teológica y vivencia de la fe. La primera, como es sabido, es imposible sin la segunda. No cabe teología sin fe por la sencilla razón de que esta quedaría sin principios sobre los que argumentar y de los que extraer conclusiones. Pero, similarmente, la fe contiene en sí misma, como expresó san Agustín, el deseo de entender cada vez mejor. Esa labor, que no puede ser dejada de lado en ningún momento de la historia, se llevó a cabo de forma singular en los primeros siglos. Atendiendo al recorrido que nos marca el autor, podemos distinguir tres tiempos bien definidos. El primero es la Cristología de la Iglesia primitiva, que convive con tendencias judaizantes, algunas ortodoxas pero de expresión deficiente y otras claramente heterodoxas. Entre estas sobresale por su influencia y repetición en sistemas posteriores la desviación ebionita y las diferentes tendencias adopcionistas. En síntesis pesa demasiado la concepción monoteísta que ven incompatible con la Trinidad de Personas. Por ello son incapaces de recibir al Hijo que preexiste desde antes de la Creación del mundo pero que, en un momento dado, se hace hombre sin dejar de ser Dios. Un segundo momento, claramente ortodoxo, pero deficiente en las formulaciones, corresponde al período pre-niceno. Hasta el Concilio de Nicea (325), los apologetas y padres de la Iglesia intentan expresar de forma adecuada un misterio que les desborda. Si bien las fórmulas son mejorables, y no faltan vacilaciones, lo anunciado coincidía con la verdad revelada. Y ahí sobresalen figuras como san Ireneo, gran defensor de la fe frente a los gnósticos, san Justino o san Ignacio. Finalmente se da un tercer momento, al que siempre hay que volver la vista, que es el de los Símbolos de la fe. Desde Nicea hasta el III de Constantinopla (681). Es en esos concilios, generalmente en contra de los heresiarcas, donde se va precisando la fe de la Iglesia. Así, por ejemplo, en Nicea se encuentra la expresión homooúsios para expresar que el Verbo es consubstancial al Padre, y se habla de Él como engendrado, a diferencia de las criaturas que son creadas. En el Primero de Constantinopla se reafirma la verdad del alma de Jesús, que no es el Verbo. Como todo hombre tiene un verdadero cuerpo y también un alma completa totalmente humana. En Éfeso se habla de la única subsistencia y se señala, para proteger la divinidad del Verbo, la maternidad divina de María. En Calcedonia se define la unión hipostática resaltando cómo en Jesucristo conviven ambas naturalezas de forma completa y sin confusión. Ambas se encuentran unidas en la hipóstasis, etc. Con lo señalado ya se intuye el carácter y la importancia de este libro, que supone un buen aporte para conocer mejor, desde la

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fe de la Iglesia y en la perspectiva de la historia, la persona de Jesucristo. Sin duda la actualidad del libro reside en que sale al encuentro de la constante tentación de reducir la persona de Jesucristo a la de un simple líder carismático o referente ético. Frente a ello se alza la gran verdad salvadora de que es el Hijo de Dios encarnado. Felipe Pardo ha realizado un gran trabajo seleccionando los textos más relevantes, ordenándolos y disponiéndolos con claridad, de manera que el lector pueda tener una idea cabal de Jesucristo. Por todo ello resulta de recomendable lectura. Conocer en profundidad a Jesucristo supone también tener claridad sobre la realidad de su Persona. Antonio Amado

El hombre en el huracán Raúl Williams Benavente Fundación de Ciencias Humanas Santiago, 2006 418 págs.

Raúl Williams Benavente es presbítero, licenciado en Derecho y Doctor en Teología. Además de varios libros, ha escrito numerosos artículos y dictado conferencias. Por otra parte ha sido profesor de Derecho Canónico en Concepción y ahora dicta Teología Dogmática y Moral en la Universidad de los Andes. Estos datos son relevantes para entender mejor este libro, que está escrito teniendo en cuenta al hombre común, que el autor conoce desde los diferentes frentes en los que se ha movido. Se encuentra, pues, lejos de toda reflexión ajena a los tiempos en que nos encontramos. Por el contrario, sus páginas, escritas en diferentes ocasiones, salen siempre al paso de la inquietud del momento actual. Pocos libros están escritos con tanta fidelidad a los acontecimientos de la historia intentando iluminarlos y dar respuestas desde el sentido común, la fe y la fidelidad al Magisterio. Estos tres elementos bien combinados producen lo que se llama reflexión verdadera que, en el decir de Chesterton, no es sino hilar ideas. En eso consiste pensar, en hilvanar, pero bien, de manera que se deduzcan conclusiones. Lo peor que puede pasar cuando se lee un libro es que no merezca la pena impregnarse de nada de cuanto explican sus páginas. En este caso no es así. Veamos que pretende el autor. Nos dice que todas las épocas de la historia han sufrido los embates de los vientos. Estos incluso pueden ser saludables, porque arrastran consigo las hojas secas y purifican el ambiente. Pasa con las modas culturales y los avances sociales. Pero, ¿qué sucede cuando el viento se transforma en


huracán? Un huracán lo arrasa todo. Y un huracán de nihilismo y agnosticismo relativista puede acabar con el mundo del hombre arrancándolo de la tierra y destruyendo el hogar de la sensatez, donde la razón da cobijo al hombre. Nuestro tiempo, y las cabezas de nuestro tiempo, sufren fuertemente las sacudidas del aire de las ideas. Este ha penetrado con fuerza en todos los ambientes y, de alguna manera, lo ha desmontado todo. Como también decía Chesterton, parece como si las ideas se hubieran vuelto de pronto locas. Así no es raro que revoloteen en argumentos inconexos y capaces de las conclusiones más disparatadas. Sucede en temas sociales y, cómo no, también en lo que se refiere al sentido de la vida y al valor de la moral. El huracán ha desgajado los árboles y a los hombres de la estabilidad de la verdad, de ahí que se haga difícil mirar hacia delante porque tampoco hay un atrás en el que sostenerse. Por lo mismo el presente se muestra confuso, pesimista, oscuro y vacío. Y ello conduce a la desesperanza del nihilismo. Nuestro autor ha estructurado el libro en siete grandes capítulos. Parte de la juventud y del sentido de la vida hasta llegar al tema de la verdad y la contemplación que culmina en una lúcida reflexión sobre la nueva evangelización. Por el camino se tratan temas todos relevantes. Son importantes por sí mismos y porque en torno a ellos se dilucidan muchos de los debates actuales. Se trata de la educación y del dolor y la existencia de Dios, de la homosexualidad y las uniones conyugales, del liberalismo y el socialismo, de la mujer y los llamados derechos reproductivos, de la eutanasia y del aborto pero también de la ley natural y del pecado original, etc. Temas todos que pueden parecer dispares hasta que se entra en la razón del libro, que es ayudar a reconstruir lo que el huracán ideológico ha destruido a su paso. Alguno podría pensar que el huracán dejó simplemente una tierra baldía en la que pueden volver a crecer plantas y construirse casas que formarán pueblos en los que los hombres volverán a mirar al cielo y sentirse seguros. La realidad no es esa. El huracán, que ha soplado a través de los mass media y ha sido alentado por las fuerzas de determinadas filosofías, ha generado un paisaje nuevo. En él el hombre se siente inseguro y vaga errante buscando una mano que pueda guiarlo cuando parece que ya no hay caminos ni nada que atisbar en el horizonte. Este libro está llamado a cumplir dicho cometido.

El autor nos advierte de que no todos los capítulos tienen la misma densidad y de que algunos pueden requerir cierta formación filosófica o teológica. Digamos que es mayor la claridad que la dificultad y que, por ello, está destinado a un público amplio. Cada capítulo, cerrado en parte en sí mismo, pero llamado a integrarse en el conjunto de la obra tiene la belleza de un pequeño trabajo de orfebrería que va construyendo una verdadera joya. El lector la percibe al notar la correspondencia entre lo que se dice en el libro y lo que espontáneamente piensa. Cuando logramos liberarnos de la contaminación nihilista, las cosas vuelven a recobrar el color primitivo que las generaciones anteriores a la nuestra también supieron descubrir. Este libro, en definitiva, habla del hombre. Lo hace partiendo de esos temas a los que normalmente nos acercamos desde la polémica y que no tenemos tiempo de reflexionar con calma a no ser que una mano amiga, como la de Raúl Williams Benavente, nos guíe con criterio certero. Antonio Amado

«La Canción de Dom Mauro» Jacinto Peraire Editorial BAC, Madrid, 2006 224 págs.

La Biblioteca de Autores Cristianos acaba de publicar un nuevo libro sobre los monjes mártires de El Pueyo. La obra toca un tiempo especialmente difícil para la cristiandad: 1936 en España, cuando se desató una de las persecuciones más violentas de la historia contemporánea dirigida contra todo lo que se considerara santo y sagrado hasta entonces. Las heridas infligidas a la Iglesia se multiplicaron por ese el país. «La canción de Dom Mauro» se centra en los hechos ocurridos en la ciudad de Barbastro que afectaron al clero diocesano y a los miembros de las comunidades claretiana, benedictina y escolapia. Todos ellos pagaron con su sangre la lealtad a su fe. Los protagonistas de este libro son los monjes del Pueyo, hombres heroicos puestos bajo la tutela de su prior dom Mauro, quien refleja en todo su esplendor el santo entusiasmo que precede a la muerte por martirio. Es difícil quedarse indiferente frente a la valentía del superior, quien llegado el último momento se detiene para entonar a todo pulmón y desafiando a sus verdugos, una última Salve a la Virgen María. Es el punto más álgido de una obra que narra el camino hacia el patíbulo de este grupo de religiosos que avanzan movidos por su imperturbable fe a través de un sendero pedregoso y hostil.

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Jacinto Peraire, autor de este libro, nos adentra en el primitivo fervor martirial revivido por los monjes benedictinos de El Pueyo. Todos los santos, pero de manera especial los mártires, nos ayudan a adentrarnos en el misterio de Jesucristo, el Hijo de Dios. Él tiene el secreto de la vida, de la felicidad, del amor, de la justicia y de la libertad. Los mártires saben morir con dignidad y con paz, y su muerte impresiona incluso a los mismos verdugos. Mueren con la mirada puesta en el cielo porque saben que Dios tiene reservada una estancia a los que creen en Él. Mueren como si viesen al invisible, porque saben que el Señor no abandona a ninguno de sus pequeños y se hace presente en medio de las dificultades y problemas de la vida. El amor de Jesucristo ha llenado sus vidas y nada ni nadie podrá separarles de Él. Son verdaderos testigos de esperanza en medio de un ambiente de caos, de dejación de valores humanos y trascendentes. Juan Pablo II lo expresaba maravillosamente: «Los mártires son un signo elocuente y grandioso que se nos pide contemplar e imitar. Ellos muestran la vitalidad de la Iglesia; son la encarnación suprema del Evangelio de la esperanza: los mártires anuncian este Evangelio y lo testimonian con su vida hasta la efusión de su sangre, porque están seguros de no poder vivir sin Cristo y están dispuestos a morir por Él, convencidos de que Jesús es Dios y el Salvador del hombre. De este modo se encuentran preparados para dar razón de su esperanza». Es muy probable que la historia de estos mártires benedictinos, testimonio de fidelidad al mensaje de Cristo, vivido en circunstancias bien difíciles no deje a ningún alma cristiana insensible. La última y firme decisión de estos monjes es verdaderamente conmovedora y es probable que ayude a quienes tengan el privilegio de acceder a ella a no avergonzarse de Jesucristo; a amar con todas las fuerzas del corazón a su Iglesia, nuestra madre; y a dar testimonio humilde de Cristo, Hijo de Dios, Camino, Verdad y Vida para todos los tiempos. B.M.L.

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Dejadme ir a la casa del Padre Stanislaw Dziwisz, Czeslaw Drazek, Renato Buzzonetti, Angelo Comastri Editorial San Pablo, 2006 190 págs.

«En el magisterio del Santo Padre [Juan Pablo II], el hombre es el primero y principal camino de la Iglesia, pero el hombre que sufre es un camino privilegiado» (pág. 54). Con estas palabras nos situamos en un punto central de este libro que recopila recuerdos de los últimos días del Santo Padre a través de las narraciones de su secretario personal el Cardenal Dziwisz, su médico privado Renato Buzzonetti, el director de la edición polaca de L’Osservatore Romano, Czeslaw Drazek, y el obispo coadjuntor de la Basílica de San Pedro, Angelo Comastri. La obra es un testimonio de la vida misma del Papa y su amor eclesial, personal, hacia los que sufren. Al cumplir un año de la muerte de Juan Pablo II (2 de abril de 2005), su imagen nos trae a la memoria uno de los pontificados más largos de la historia (el tercero de hecho), pensamos en los innumerables documentos que nos dejó, los viajes, su cercanía con la gente, el carisma con el que condujo a la Iglesia al tercer milenio. Sobre todo al imaginarlo queremos agradecerle, pues en el amor habló del Amor. Pero no dejamos de olvidar sus últimos días, su silencio en el dolor y su entrega. Recordamos el atentado y sus enfermedades, la debilidad de los años. Precisamente eso quiere recordarnos el libro, cómo de modo ejemplar en el Pontífice se encuentra al Redentor en el sufrimiento, cómo «se es fuerte en la debilidad» al poner la confianza en el Señor. La lectura, que comienza con un interesante prólogo a la edición española de José Luis González-Balado, nos presenta al Papa Wojtyla desde la cruz que con amor llevó siempre durante su destierro en la tierra y también durante su ministerio petrino. Cruz a la que se consagró y se entregó plenamente, no dejando nada para sí, sino todo para llevar al mundo el evangelio. Y a pesar de sus sufrimientos no parecía débil, sino más bien, se veía en él que en su debilidad se apoyaba en Cristo, y de ahí tomaba fuerzas. Por todo ello infundía fe en los otros.


El amor hacia los enfermos era un amor real, que se intensificó todavía más luego del atentado y de verse a sí mismo en un estado semejante al de ellos. Renato Buzzonetti, médico personal de su Santidad, nos habla de todos los dolores físicos que tuvo que soportar desde su elección como Vicario de Cristo. Y sorprende al entendimiento olvidadizo los muchos y graves que fueron. En su sufrimiento hablaba a los que sufrían incitándolos a amar su enfermedad, pues era Dios quien los visitaba. El relato de Monseñor Stanislaw Dziwisz (secretario personal del Papa Juan Pablo II y actual Cardenal arzobispo de Cracovia) junto a Czeslaw Drazek (sacerdote jesuita, encargado de la edición polaca de L`Osservatore Romano), nos muestra cómo, desde el mensaje de Cristo, amó Juan Pablo II a los hombres y en especial a los necesitados. Sabiendo siempre que Cristo era el Redentor del mundo, de todos los que sufren, y que desde la Cruz todos los sufrimientos de esta vida adquirían significado por la otra. El Papa experimentó esa fuerza redentora de modo que no se limitó a decirla, sino que viviéndola la predicó a todo el mundo. Su pontificado, su vida, la vivió en el abandono confiado a la Providencia, de modo que aceptaba todo aquello que le sucediera como una situación de Dios ordenada al bien de la vida eterna. El último capítulo, de Angelo Comastri, Presidente de la Fábrica de San Pedro y Vicario General del Santo Padre para la Ciudad del Vaticano, no trata de la vida del Obispo de Roma, sino más bien de la huella que ha dejado desde su muerte. «Cuando los venerables restos del Pontífice fueron trasladados a la Basílica Vaticana, empezó la peregrinación mundial que semejaba un abrazo afectuoso y agradecido al hombre que de manera incansable había caminado como peregrino del Evangelio por los senderos del mundo (pág. 152).» Las imágenes de la muchedumbre silenciosa que llegaba a la plaza San Pedro para despedirse de los restos mortales de Juan Pablo II nos conmueven al recordarlas. Gentes de todas partes del mundo presentes para agradecerle, no como a un hombre que hizo el bien, sino como a un hombre que se configuró de un modo especial con Cristo y logró transmitirlo. Angelo Comastri no sólo nos muestra el agradecimiento concreto de diferentes personas al Santo Padre luego de su muerte y luego de esta, sino que también «traza» las líneas generales, subjetivamente tomadas, de la santidad de Juan Pablo II. Se citan en el libro las palabras que pronunció Benedicto XVI como cierre de la homilía de la Misa Fúnebre por Juan Pablo II: «Podemos estar convencidos de que nuestro amadísimo Papa se encuentra ahora en la ventana de la Casa del Padre, que nos ve y nos bendice» (pág. 163). Lucas Pablo Prieto

Don Pelayo, rey de las montañas José Ignacio Gracia Noriega Ed. La Esfera de los Libros S.L. Madrid, 2006 315 págs.

Con rigor histórico, Don Pelayo, el iniciador de la reconquista española, es una figura casi mítica. Su biografía –lo reconoce el autor de este libro– puede narrarse holgadamente en unas pocas páginas. ¿Cuál es entonces el contenido de esta obra? Otros autores han tejido alrededor de este héroe novelas históricas que pueden ser amenas, pero nos mantienen siempre en la duda entre la ficción y la verdad. Gracia Noriega no recurre a este artificio. Es historiador y se mantiene en terreno firme, sin dejar por eso de informarnos de cuantos datos legendarios han tejido los siglos sobre el héroe de la llamada batalla de Covadonga. El libro que comentamos está fundado en una investigación acuciosa, no sólo sobre su protagonista, sino también sobre el escenario geográfico, sus antecedentes históricos y sus sucesores. Para relatar la batalla de Covadonga el entorno geográfico es especialmente importante: la región de Asturias es una zona montañosa y abrupta que, aunque su cordillera no llegue a grandes alturas, es boscosa y oculta barrancos y cuchillas que la hacen intransitable para quien no conozca sus secretos. Justamente entre los más hoscos y quebrados de sus baluartes geológicos, los Picos de Europa, se encuentra la enorme cueva llamada desde tiempos remotos Covadonga, la que se abre como un balcón sobre el abismo de una profunda garganta. La toponimia le atribuye a su nombre diversos orígenes. Pero los primitivos cronistas cristianos han impuesto su versión: Cova Donna, Cueva de la Señora, es decir de la Virgen. Todo lo que aportan al conocimiento de la región, geógrafos, geólogos y otros especialistas, Gracia Noriega lo ha recogido minuciosamente en su libro. Con mucha frecuencia recurre a la cita textual y da amplio espacio en sus páginas a la opinión de profesores y autoridades que han estudiado el tema.

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Poblaban esta región, antes de la irrupción de los visigodos, los astures, quienes –junto con los cántabros de las Vascongadas– resistieron durante años al Imperio Romano, hasta el extremo que el emperador Augusto fue personalmente a dirigir sus legiones, para poner término a esta guerra y hacer efectiva la pax romana. Cuando años más tarde el reino visigodo se derrumbó ante el empuje gigantesco de la invasión árabe, la resistencia de astures y cántabros, parapetados en sus montañas, se repitió. Pero los jefes mahometanos vieron en ellos tan sólo a un puñado de hombres acorralados y no les dieron importancia. Fugitivo, como muchos otros visigodos , llegó Don Pelayo a refugiarse en Asturias. Su vida anterior también había sido errante. El rey Witiza lo había desterrado de la corte visigoda, después de haber matado a su padre, el duque Favila. Don Pelayo era por lo tanto un godo, pero un godo ya conocido de los clanes montañeses. Había vivido entre ellos y parece haber tenido un carácter hábil para relacionarse. En cambio no había tenido ocasión de poner de manifiesto sus aptitudes militares. Esta se presentó cuando el wali musulmán El Horr, el año 718, se propuso nuevamente entrar en la Galia gótica, donde ya las huestes de Mahoma habían sido detenidas por Carlos Martel. De paso hacia el norte, El Horr consideró oportuno reducir a los astures, y encargó desviarse hacia allá a su lugarteniente Alkama, con un «ejército respetable» – dice el historiador Lafuente – aunque añade que muy probablemente las cifras de los primeros cronistas son exageradas. Al conocer la noticia de su proximidad, Don Pelayo, con unos doscientos de sus guerreros, fingió buscar refugio en la cueva de Covadonga. Esta cifra es real porque más gente no cabía dentro de la caverna. La medida era acertada porque ésta tenía por el fondo, en caso de derrota, una salida que poca gente conocía. Pero además el jefe godo apostó numerosos hombres en las cumbres del profundo desfiladero por donde tenían que pasar forzosamente las huestes de Alkama. Este cayó en la trampa sin advertirlo, hasta que un diluvio de rocas y piedras de gran tamaño empezaron a aplastar a sus soldados. Estos intentaron responder con flechazos, pero las flechas rebotaban en las paredes verticales del desfiladero, y recaían sobre ellos mismos. El retroceso fue un desastre. Don Pelayo y los suyos salieron de su refugio y acabaron de exterminar a los sarracenos en su desordenada fuga. Terminada la refriega, los astures, siguiendo la tradición del reino perdido de los visigodos, alzaron a Don Pelayo sobre sus escudos, y lo proclamaron rey. En rigor, el combate de Covadonga fue una acertada escaramuza que pudo no tener mayor trascendencia. Pero alcanzó un doble valor simbólico: por una parte, fue la primera derrota que recibieron los invasores musulmanes y este hecho levantó la moral del pueblo vencido. Por otra –y esto es lo más importante– Don Pelayo rey

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y sus descendientes entendieron siempre esta victoria como el inicio de una empresa mayor: la reconquista de España. Tanto es así que dos siglos después, Alfonso III trasladaba su capital de Oviedo a León, en plena llanura castellana. En este sentido consideramos que el autor de este excelente libro no ha sido acertado al titularlo. Don Pelayo pudo haberse contentado con ser el «rey de las montañas» de Asturias, conociendo la seguridad de su refugio. Pero no pensó en eso. Su mirada estaba fija en una meta más alta y más amplia. Por lo demás este designio parece haber sido propio del genio de España. Cuando, varios siglos después, los españoles se encuentren con la magnitud gigantesca del continente americano, su reacción será idéntica: acometer la hazaña de conquistar y civilizar un territorio que sobrepasaba con creces las fuerzas del pueblo español. Se desangraron en esta empresa sin cejar jamás, como tampoco habían cejado en la meta de arrojar a los musulmanes de su territorio. La victoria de Covadonga –sin importar el número de los combatientes– proyecta su luz sobre toda la historia de España, porque en ella se encontraba ya en germen la conquista de Granada. Gisela Silva Encina

Imaginarios sociales modernos Charles Taylor T.o.: Modern Social Imaginaries. Paidós. Barcelona, 2006 226 págs. Traducción: Ramón Vilà Vernis

Charles Taylor lleva muchos años dedicado a la filosofía política y a la antropología y ha logrado hacerse un merecido nombre como destacado representante del comunitarismo. Esta corriente reivindica la importancia de los lazos sociales y culturales en el desarrollo de la identidad individual, en contraposición al neoliberalismo, pero se enfrenta también a la socialdemocracia con un ideario bastante equilibrado. Imaginarios sociales modernos constituye una excelente aplicación de algunas de las principales propuestas comunitaristas a la evolución social. Su objeto de estudio es la modernidad. Taylor se pregunta si las sociedades pueden seguir caminos diferentes de modernización o si el único posible es el emprendido por Occidente. Acuña el término «imaginario social» con el que se refiere al acervo cultural de las sociedades, algo que, según el autor, determina en cada caso el alcance y el tipo de evolución.


Más allá de esta pregunta –y de la respuesta de Taylor, en la que afirma el valor de cada cultura, aproximándose al multiculturalismo–, el libro es un análisis de la modernidad occidental. A su juicio, ésta se inicia tras los cambios teóricos del racionalismo. El nuevo orden moral, impuesto gracias a la labor propagandística de los ilustrados, se «mundaniza», es decir, elimina toda referencia trascendente y supone, al mismo tiempo, «una ruptura con todo límite ontológico». Sin embargo, para Taylor no hay una transformación radical; más bien la evolución es paulatina y lenta. Se plasma en tres realidades: la economía, la esfera pública y el poder soberano del pueblo. Dedica bastantes páginas a profundizar en estos tres puntos, aunque tal vez sus reflexiones sean poco originales y deban demasiado a otros autores: Weber se desliza cuando Taylor rastrea los orígenes religiosos del capitalismo y el mismo concepto de «imaginario social» tiene concomitancias con la conciencia colectiva de Durkheim. En cualquier caso, realiza un esfuerzo por resumir y sistematizar el ideario moderno, sin llegar a enjuiciarlo –en realidad, esto último es una característica que le diferencia de otros comunitaristas, como por ejemplo MacIntyre, generalmente más críticos–. En este ensayo se pone en cuestión la supuesta superioridad cultural de Occidente, explicando que pueden existir múltiples modernidades. De hecho, se advierte que en el mismo seno de la civilización occidental fueron varias las sendas tomadas; no guarda mucha relación, sostiene Taylor, la historia de la democracia americana con la de la Revolución Francesa. Sin embargo, quizá debería ser más explícito a la hora de fijar ciertos logros innegociables, como los derechos humanos o la idea de democracia. Lo más interesante de estas páginas son las afirmaciones comunitaristas que contiene, siempre que se advierta su tendencia al nacionalismo –no en vano, el autor es miembro del Movimiento Nacional de Québec–. Taylor otorga primacía a la cultura frente a la política y es consciente de que el hombre no se agota en su experiencia individual. Inusual, al menos, es el capítulo dedicado a la secularización. Sin discutir la separación de la Iglesia y el Estado, reconoce la influencia de las religiones en la conformación de la identidad individual y colectiva. Cree que la fe puede tener implicaciones políticas («Dios puede ser esencial para la identidad política», dice) y que olvidar su papel sería desconocer un aspecto importante de las sociedades. Una conclusión bastante alejada de la neutralidad que propugna el laicismo actual. Josemaría Carabante

Cartas del destierro 1891-1894 Julio Bañados Espinosa Edición Pilar Vigneaux; estudio preliminar de Alejandro San Francisco. Ediciones Centro de Estudios Bicentenario. Santiago, 2006 225 págs.

«El producto más franco y más libre de la mente y del corazón humanos es una carta de amor» dijo el escritor Mark Twain en su autobiografía, en 1959. Por cierto, las cartas de amor tienen un poder sorprendente para sacar a la luz los sentimientos más recónditos. Para algunos apasionados, poner el alma en un papel tiene más mística, más libertad, más significado que depositarla en los labios, como el poeta. La correspondencia que sostuvo desde el exilio uno de los hombres más influyentes del escenario político de fines del siglo XIX en Chile, Julio Bañados Espinosa, a su esposa Ester Valderrama no quedó al margen del torrente de sentimientos que despliega la escritura de cartas. El ministro en carteras como Interior y Guerra y constituyente del presidente Manuel Balmaceda escribió 86 epístolas tras haber sido derrotado en la guerra civil de 1891. Las mandó desde Perú, Estados Unidos y Francia, la primera el 29 de agosto de 1891, fecha en la que los balmacedistas son derrotados en las batallas de Concón y Placilla; la última en enero de 1894, antes de su regreso a Chile. «Me cabe el consuelo de tener un nombre honrado i de haberte dado muy poco que sufrir…Hemos sido mui felices y siendo jóvenes volveremos a serlo hasta la muerte» decía Bañados en uno de sus envíos, el primero, que realizara desde Valparaíso. Todas las cartas iban dirigidas a su amada Ester, exceptuando una que envía a su suegro y dos que son para sus pequeñas hijas Virginia y Julieta. «¿Qué irá [a] ser de tu pobre esposo? ¿Qué harán de mí i de los míos, mis adversarios?», se preguntaba, en la misma misiva. La totalidad de las cartas del exilio de Bañados Espinosa han sido recopiladas en este libro, que contiene además dos elementos fundamentales. Primero, una introducción realizada por la editora, la lingüista Pilar Vigneaux, que contiene un interesante análisis idiomático, explicando las reglas ortográficas que regían en Chile a fines del siglo XIX, y una rigurosa descripción de las cartas del

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político. A continuación, se introduce un completo estudio histórico, a cargo del profesor Alejandro San Francisco, el cual pone las cartas dentro del contexto en el que fueron escritas: la guerra civil, la relación estrecha de su autor con el Presidente Balmaceda y el futuro incierto de la política en Chile, tras la revolución. El amor a raudales que sentía Bañados por su familia lo embriagaba de una profunda soledad y desarraigo. En sus esquelas desahogó cuánto lo acosaba la angustia de no estar con los suyos, de haberlos dejado sin sustento económico, sin el apoyo de marido para enfrentar la derrota en la guerra y sin el amor de padre para sus tres hijas. «¿Crees, por ventura, que es un ideal para mi estar solo i abandonado, sin hogar, sin familia i en los bordes de la miseria? ¿Crees que no paso noches enteras, meditando en la ruina que me rodea i que envuelve a mi familia?», expresaba en una carta que manda a Ester desde Lima, el 21 de octubre de 1891. Pero no sólo de amor por los suyos están cargadas las misivas de Bañados. En cada lugar en los que estuvo en su destierro sentía arder el corazón por Chile, el país que después de la revolución ya no iba a ser el mismo: «Seré chileno y amaré con desesperación a Chile, aunque me hagan sufrir los suplicios y la muerte de Cristo», decía aún en Lima, en febrero de 1892. En las repetidas ocasiones en que se refiere a Chile, es posible vislumbrar que, a pesar de que tiene un mal diagnóstico de corto plazo, Julio Bañados mantenía la esperanza, no todavía de ganarle al enemigo parlamentarista, pero sí de volver a dar la lucha por el presidencialismo en la actividad política y en las urnas. Tanto que, de vuelta del exilio, ya pensaba en ser diputado. «Confío en la hoya podrida que forman los enemigos, que en la lucha descompajinada y sin disciplina que hoy por hoy podemos iniciar. El tiempo será uno de nuestros mayores auxiliares, tanto para organizarnos, como para vencer con éxito», afirma, en octubre de 1893 desde París, ciudad que recorrió casi completamente y que fue su guarida durante casi tres años. Es destacable que la expresión de los sentimientos de Bañados tenía una clara vocación histórica. Mientras en el destierro escribe –por encargo del propio presidente caído– la historia oficial de los vencidos, su famoso Balmaceda, su gobierno y la revolución de 1891, sus cartas, aunque íntimas, también cumplen una función clara de documento histórico: «He hecho por salvar las instituciones, el principio de autoridad y el orden público, cuanto puede hacer un hombre de honor»… (Valparaíso, 29 de agosto de 1891) «Por mas que los actuales gobernantes nos persigan con crueldad monstruosa, no debemos olvidar que el amor al pais tiene que estar por encima de todos nuestros intereses personales, de todos nuestros odios y de todas nuestras pasiones» (Lima, 30 de enero de 1892) son algunas de las líneas que le remitió a Ester, pero que las declamó a la historia,

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consciente de que las cartas son también una forma de acceso al pasado para las generaciones venideras. Por esta vocación histórica y por esos sentimientos del destierro, que en ninguna otra obra aparecerían de este modo tan sincero, este libro es una mirada imprescindible para la comprensión de fines del siglo XIX chileno. Las Cartas del Destierro tienen la particularidad de mostrar uno de los períodos más críticos del país, como fue la guerra civil de 1891 y las represalias contra los vencidos, con una perspectiva emocionada y franca. Otra cualidad de esta publicación es la de abrir el corazón de un exiliado, el de Julio Bañados, el hombre detrás del político. Este libro lleva en sus páginas la magia de estar frente a Julio, simplemente, gracias al misterio de las cartas, las únicas que le mantienen el corazón en llamas por su familia y por Chile, sus grandes amores. Carla Arce Ilabaca

Los creadores de Europa: Benito, Gregorio, Isidoro y Bonifacio Luis Suárez Fernández Ediciones Eunsa. Navarra, 2005. 289 págs.

El tema sobre los orígenes de Europa ha sido uno de los tópicos candentes de los últimos años. La conformación de la Unión Europea ha generado el fenómeno de que tanto los mismos europeos como los foráneos comenzaran a preguntarse por la esencia de la cultura europea. ¿Qué es Europa? ¿De dónde nace esta cultura? ¿Quiénes son (o somos) los europeos? Y si seguimos recordando algunas de las preguntas que han surgido nos encontramos con algunas como: ¿Quiénes constituyen hoy en día Europa? ¿Es Turquía parte de Europa? La lista es larga y las aristas son múltiples. No obstante, es innegable este brote inquisidor acerca de los orígenes de la «europeidad» y sus implicancias. El autor de este libro ha dirigido su atención a una amplia cantidad de materias. Sus obras abarcan desde la Antigüedad tardía, pasando por la España de los Trastamaras y de los Reyes Católicos, hasta los tiempos de Franco y estudios sobre teoría de la historia. Gustoso de declararse todo lo contrario de un experto en un determinado tiempo —aunque su especialidad es la Baja Edad Media—, Luis Suárez Fernández nos entrega una obra que busca indagar en los orígenes de la «europeidad», centrándose en los orígenes del monacato entre los siglos IV y VIII.


Juan Pablo II repitió en varias oportunidades la necesidad de investigar Europa en sus raíces para conseguir comprender los fundamentos de la «europeidad». Desde este llamado arranca el libro de Suárez, por cuanto se propone «descubrir aquellos hombres que fueron capaces de realizar la primera síntesis de la que todo ha venido después» (p.12). Para el autor, la «europeidad» es la fusión hecha por el cristianismo de la trascendencia absoluta del Antiguo y del Nuevo Testamento, del antropocentrismo helénico y de la jurisprudencia romana. Esta fusión fue realizada por un grupo de hombres insertos dentro de un movimiento naciente —y a la vez fundante— cuyos pilares para Suárez, fueron Benito, Gregorio, Isidoro y Bonifacio, ejes, a su vez, del monacato. Este movimiento fue el que puso las bases sólidas para que sobre ellas se edificara la «europeidad». ¿Por qué estas cuatro figuras son para Suárez los pilares de esta construcción? Como el mismo autor se empeña en recalcarlo, estas mentes emprendieron la misión, y fueron capaces de cumplirla, de lograr la tarea de asimilación entre la romanidad, el helenismo y el cristianismo, proponiendo un modelo de hombre capaz de construir el futuro. Estos cuatro personajes compartían la voluntad por sustituir la politeía de la Antigüedad por la construcción de la cristianitas, la cristiandad. El autor del libro comienza con la figura de san Benito. Su obra puede considerarse más grande que la de ningún fundador de imperios (esta frase es de dominio común entre los historiadores, que Suárez aprovecha de recalcar). Benito recoge la tradición cenobítica ya arraigada en su mundo y le da coherencia en la forma. Su Regula es una nueva propuesta para dar sentido a la existencia humana; es una propuesta de Civitas Christiana que conduce a la perfección de la vida. Hoy en día es posible observar como la perfección apunta a lo material y temporal, olvidando aquello que Benito sabiamente recalcó: el ascenso espiritual que apunta a la perfección divina ensalzando la humanidad. El legado de san Benito y su obra es enorme. Fundamental fue la revalorización del trabajo como medio de vida y de realización plena del ser humano, y no un simple medio para obtener ganancias. Por otra parte, también está el desarrollo de la música y del arte. En definitiva, su obra contribuyó a hacer cristiana la cultura. Como dijo el historiador chileno Mario Góngora, una forma de estar en el tiempo es ir contra ese tiempo. San Benito vivió en tiempos turbados por las invasiones germánicas, por el descontrol político y el olvido de las buenas costumbres. Su forma de estar en su tiempo fue ir contra él, mostrando a la humanidad un nuevo camino de perfección basado en el orden, la obediencia, la humildad y el trabajo. Gregorio, luego llamado magno, fue otro pilar fundamental. Considerado un gran maestro de la vida espiritual, centró sus esfuerzos en darle un orden a la cristiandad por medio de la regla

benedictina. Sin embargo, su labor no se quedó sólo ahí. Procuró ordenar «el patrimonio de Pedro», es decir, la institucionalidad cristiana. También redactó la Regula Pastoralis, un «código» por medio del cual buscó entregar un orden para los miembros de la naciente cristiandad. Si quisiéramos resumir la labor de Gregorio en una palabra bastaría con decir ‘orden’. El tercer paso de Suárez es hacia Isidoro de Sevilla. Su importancia radica en la obstinada labor que realizó en el ámbito cultural. La tarea que se propusieron estos «maestros sobresalientes» no consistía solamente en crear la «nueva religiosidad» consistente en hacer del cristianismo una cultura. También juzgaban necesario salvar el patrimonio heredado. En palabras de Suárez, «la dimensión más importante en la obra de san Isidoro, aquella que aseguró a Europa su posibilidad de regeneración, […] fue, sin duda, ésta: tomar el saber antiguo, recopilarlo y hacer de él un instrumento cristiano» (p. 171). Sin embargo, la Hispania de Isidoro sufriría un gran golpe con la invasión musulmana. No obstante, la labor realizada no fue en vano. Siglos más tarde España resurgiría como una de las naciones defensoras de la cristiandad. San Bonifacio, cuyo nombre significa «aquel que hace el bien», fue un monje nacido en la actual Inglaterra. Este santo y mártir constituye el último pilar en la construcción de la «europeidad». Su importancia radica en la labor misionera realizada principalmente en Alemania. Luchando contra todo tipo de adversidades Bonifacio se internó en la Germania pagana para buscar la conversión de sus hombres. Lo logró y con gran éxito, poniendo las bases organizativas de la Iglesia en Alemania, que perduran hasta hoy. Es un dato objetivo, como señala el autor, que independientemente de las preferencias personales el cristianismo ha aportado los elementos esenciales para la construcción de la «europeidad» (p. 13). Al volver la mirada a estos siglos fundacionales, no queda duda del papel esencial que jugó el monacato. Europa quedó definitivamente plasmada en el siglo IX y vivió durante siglos en aquellos valores cimentados por estos hombres. Hoy en día Europa se encuentra ante la encrucijada de construir una nueva Europa. Muchos se preguntan hacia dónde ir. Es aquí

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donde una mirada hacia atrás resulta esencial para decidir el camino a seguir. Luis Suárez se dio cuenta de esto y por medio de este libro procura mostrarnos los orígenes de Europa para intentar comprender la realidad actual. Como dice al finalizar, «Europa partió de un rico patrimonio que no siempre supo utilizar, pero que aún sigue presente, mostrando a los hombres caminos para la rectificación». Felipe Soza Larraín

Raíces cristianas de Europa Eugenio Romero Pose San Pablo, Madrid, 2006 407 págs.

Europa no es algo firme y sin riesgos. Como se demuestra de un modo incontrovertible en el libro que se comenta de Eugenio Romero Pose, Raíces cristianas de Europa, «sin la acogida teológica, es imposible la realización del proyecto visible llamado Europa: Europa acogió las tendencias dispares, aunó cuerpo-espíritu, porque la urgencia de la misión, de la transmisión de la Verdad que hacía posible la unidad, posibilitaba que sobreviniesen posiciones plurales. A la luz de la experiencia alejandrina y asiática se pueden aplicar con luminosidad a Europa estos términos: unidad, pluralidad y misión. Europa sin misión sería una realidad imposible e impensable» (pág. 28). Y, ¿hacia eso se marcha en la Unión Europea? Conviene reflexionar tomando como guía esta obra de Eugenio Romero-Pose. Dicho proyecto, tras una serie de consultas electorales, hoy ha fracasado rotundamente, y es preciso preguntarse por qué. Era un intento político sin raíces. Y he aquí que Eugenio Romero Pose acierta a darnos una explicación con su libro, objeto de esta nota, Raíces cristianas de Europa. Se trata de una obra muy madura, iniciada en el año de 1984, con un ensayo titulado Juan Pablo II y la fe de los españoles (Cete, Madrid) escrito con motivo de la visita de este Pontífice a España en noviembre de 1982. Ahora, veintidós años después, culmina. Es, pues, un libro muy meditado y elaborado. Como dice su autor, sus páginas «se han escrito y rehecho a lo largo de más de cuatro lustros, en tiempos y lugares distintos, y publicados en distintas geografías» (pág. 5). He de añadir que me resultó impresionante en él la carga

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de conocimientos teológicos, filosóficos y sobre la historia de la Iglesia que contiene, y que por ello, proporciona. Se ve que su autor es una autoridad en estas materias. Además, que es capaz de exponerlas con un español precioso. Los respaldos que ofrece Romero Pose son inmediatos e importantes, desde una frase de Romano Guardini en 1946, cuando el mensaje de unión europea comenzaba a cristalizar. Veamos por ejemplo este párrafo de Thomas S. Eliot: «Todo nuestro pensamiento (europeo) adquiere significación por los antecedentes cristianos. Un europeo puede no creer en la verdad de la fe cristiana, pero todo lo que dice, cree y hace, surge de la herencia cultural cristiana y solamente adquiere significación en relación con esa herencia. Solamente una cultura cristiana ha podido producir un Voltaire o un Nietzsche… La cultura europea no podrá sobrevivir a la desaparición completa de la fe cristiana. Si el cristianismo desapareciese toda nuestra cultura desaparecería con él». Esto es lo que Pablo VI sintetizaba así: «El día en que Europa repudiase este fundamental patrimonio ideológico dejaría de existir». La cuestión en definitiva es: ¿y si Europa, como ha intentado ya con mucha fuerza, incluido el último proyecto de Constitución, se descristianiza? ¿Tendrá algún sentido? ¿El compromiso de la Unión Europea no se verá alterado profundamente si esto sucede? Romero Pose ofrece aquí con oportunidad una cita de Ortega procedente de La rebelión de las masas: «Europa se ha quedado sin moral… Ahora recoge Europa las penosas consecuencias de su conducta espiritual. Se ha embalado, sin reservas, por la pendiente de una cultura magnífica, pero sin raíces». Esto, que se escribía en 1930, ahora evidentemente se ha magnificado, como consecuencia de tres choques simultáneos: el de una masificación creciente, unida a una realidad económica globalizada y a la tercera gran explosión de la Revolución Industrial. Juan Velarde Fuertes


TERRORISMO CON CUELLO Y DELANTAL BLANCOS Un nuevo terrorismo se ha instalado en el mundo: el terrorismo con cuello y delantal blancos. Se ha impuesto en las organizaciones internacionales más grandes: ONU, FMI, Banco Mundial, OMS, donde reina casi por completo. Si bien es discreto, multiplica la eficacia del terrorismo clásico. Contrariamente a este último, recurre a una panoplia totalmente distinta, donde se codean las ciencias biomédicas, la demografía, la lingüística y la comunicación. El nuevo terrorismo comienza atacando la integridad intelectual y moral de aquellas personas a las cuales desea al menos gobernar, si acaso no destruir. Este terrorismo tiene una máscara humana, porque parece honrar la verdad, aun cuando sólo se impone mediante la mentira unida a la violencia. O por cuanto parece favorecer la libertad, si bien sólo puede imponerse a costa del consentimiento otorgado por el espíritu de servidumbre. Presentamos a continuación la traducción del elocuente Prefacio escrito por el Cardenal Alfonso López Trujillo, Presidente del Consejo Pontificio para la Familia, al reciente libro del catedrático de Lovaina y colaborador de las páginas de «Humanitas», Monseñor Michel Schooyans1. (N.del E.) ***

He aquí una contribución importante a la causa de la familia y la vida. Los libros de Michel Schooyans tienen gran difusión y son muy apreciados. Lo mismo ocurre con su apasionado compromiso, que él considera un deber del intelectual y el profesor universitario que es. Michel Schooyans está entregado a una lucha por el bien de la humanidad, a la cual dedica su extraordinaria capacidad de investigador. El autor está familiarizado con la extensa literatura de moda sobre estos temas. Con gran esmero, se vale de una cantidad enorme de información y datos, vinculados especialmente con la ONU y sus diversos organismos, así como la Unión Europea y varias ONG. Estos datos e información revelan la amplitud del desafío que debe enfrentar la humanidad. A Monseñor Michel Schooyans no le basta beneficiarnos con su amplia experiencia de profesor; además, comparte con nosotros su conocimiento sumamente profundo y actualizado de los problemas planteados en las diversas latitudes. Encontramos en su libro el fruto de una experiencia por él acumulada en el curso de sus compromisos en el plano internacional. En este mundo a la vez globalizado y de contrastes, Michel Schooyans es reconocido como un conferencista consumado, vivo e incisivo, cuyas posiciones están desprovistas de ambigüedades y silencios calculados. Este vigor y esta valentía emanan del amor a la verdad, a propósito de la cual no se permite tergiversación alguna. Tergiversar es con todo la tentación que acecha con frecuencia a quienes tienen la obligación de ser testigos de la verdad del hombre y la familia. Efectivamente, hoy día lo que está en juego es lo humano, es la antropología integral, y llega a ocurrir que dirigentes, gobernantes y parlamentarios se burlen públicamente de esta antropología. A partir del momento en que pueden contar con la mayoría en los parlamentos, estos encargados de las decisiones parecen convencidos de que al tomarlas no afectan a la sociedad, que no imponen un diálogo responsable. No les preocupa lo que debería interpelar a su conciencia. Creen estar protegidos por el manto de la impunidad política, donde la responsabilidad política personal se hace humo. ¿No sería ésa la forma de ver de algunos creyentes, que estiman que las exigencias de la fe no tienen impacto en los asuntos políticos ni en las resoluciones que ellos apoyan en los parlamentos? Las páginas de este libro nos ponen en guardia contra semejante ilusión. *** Recuerdo muy bien el día en que el Papa Juan Pablo II me llamó para explicarme lo que esperaba de este humilde servidor que soy en el Consejo Pontificio para la Familia, que el Santo Padre iba a confiarme. Juan Pablo II consideraba dicho Dicasterio una necesidad ineludible para la Iglesia y la comunidad humana. En el curso de la conversación, el Papa me entregó un libro de Michel Schooyans, fecundo autor que me había presentado personalmente. Juan Pablo 1 Le terrorisme à visage humain. Michel Schooyans. Editor Francois-Xavier de Guibert. 2006. 223 págs.

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II leía los escritos de este autor con interés y gran estimación. Por ese motivo, lo nombró Consultor del Consejo Pontificio para la Familia y Miembro de las Academias Pontificias para las Ciencias Sociales y la Vida. Ni el peso de los años ni los problemas de salud debilitaron el vigor y la generosidad con que nuestro autor se dedicó a la tarea, porque estaba convencido de que el Señor esperaba de él una disponibilidad total. A pesar de la defensa brillante de su posición, y sin duda también a causa de ésta, su obra es una contribución al diálogo sincero, un diálogo en que el interlocutor no reniega de su identidad, sino que ésta, por el contrario, se presupone y constituye un requisito previo. Se trata de un diálogo urgente, tanto con creyentes como no creyentes. Se trata de un diálogo posible de mantener a la luz de la razón y con el enfoque especial de la fe. Ésa es la condición para salvar a tiempo a la humanidad de una dolorosa regresión presentada como exigencia de una modernidad extraña y una racionalidad truncada. Este volumen nos invita precisamente a adoptar esta actitud, incluso en ciertas partes que de buenas a primeras vacilaríamos en suscribir. Por último, podremos apreciar el peso de las fuentes y la abundancia de las citas, y además aprovechar en gran medida la rica bibliografía ofrecida. Para preparar esta obra, el Profesor Schooyans contó con la colaboración competente y atenta de la señorita AnneMarie Libert, filósofa, teóloga y especialista en informática. Mi voto más ferviente es que esta obra tenga amplia difusión y así pueda rasgarse cierto velo de silencio. CARDENAL ALFONSO LÓPEZ TRUJILLO Presidente del Consejo Pontificio para la Familia

La misa para los niños Verónica Griffin Barros Con ilustraciones de Fray Pedro Subercaseaux, O.S.B. Tadeo Editores, Santiago, 2006. 64 págs.

Verónica Griffin nos hace el regalo de esta amable y muy pensada obra, destinada a introducir a los niños en la celebración eucarística, pero también a facilitar a los padres la tarea imprescindible de mantener a toda la familia en la alegría de poder santificar el día del Señor. No puede haber cometido más esencial para la formación espiritual del niño que enseñarle a valorar la Misa, ya que se deriva de la recomendación explícita de Cristo «Haced esto en memoria mía». «La incorporación a Cristo, que tiene lugar por el bautismo –nos recordó últimamente el Papa Juan Pablo II en su encíclica «La Iglesia vive de la Eucaristía»–, se renueva y se consolida continuamente por el sacrificio eucarístico, sobre todo cuando esta unión es plena por la comunión sacramental. Podemos decir que no solamente cada uno de nosotros recibe a Cristo, sino que también Cristo nos recibe a cada uno de nosotros. Él estrecha su amistad con nosotros: Ustedes son mis amigos» (EE;22). El remedio para el desconcierto de los padres frente a la dificultad que tienen muchos hijos con el cumplimiento del precepto dominical, estriba, sin duda, en la falta de una apropiada explicación y aún ilustración del misterio eucarístico. Ambos elementos pedagógicos

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los ofrece muy adecuada y eficazmente el misal que comentamos. No sólo se presentan aquí las diferentes partes de la celebración en límpido orden y se explican a los niños en su propio vocabulario, sino que se enriquecen con las bellas ilustraciones del conocido artista benedictino Fray Pedro Subercaseaux. En 2006 se cumplía medio siglo del fallecimiento de Fray Pedro y fue en el año 1934 que él diseñara estas delicadas obras de arte para un misal de niños que se editaría en Londres, pero nada han perdido de su actualidad y de su acierto pedagógico. Verónica Griffin nos llama la atención sobre una verdadera «mirada de niño» del monje artista y comenta: «Cuando los niños ven estos dibujos, es impresionante cómo entienden aspectos a primera vista difíciles de la misa. Fray Pedro Subercaseaux no sólo era un teólogo y un pedagogo, sino también un niño». Y realmente es provechoso revisar las abundantes ilustraciones de este misal en cuanto a su contenido propiamente teológico. Sin duda, los niños, al mismo tiempo que «entretenerse», van asimilando lo que es fundamental en la vida cristiana y que la citada encíclica expresa así: «En la comunión eucarística se realiza de manera sublime que Cristo y el discípulo estén el uno en el otro: Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes» ( Jn 15,4). Verónica Griffin no sólo ha pensado en los aspectos propiamente religiosos de su obra, sino también en sus proyecciones culturales. En efecto, frente al marcado «feísmo» de nuestra cultura contemporánea, especialmente la juvenil, era muy necesario poner las señales contrarias y volver a apreciar lo bello, ya que, junto con lo verdadero y


lo bueno, se trata de una manifestación fidedigna de Dios ya en este mundo. La edición que comentamos es bella, pero al mismo tiempo sencilla y práctica hasta sus últimos pormenores. En este sentido, también habría que felicitar a su colaborador, Gabriel Valdés Echenique, por su impecable diseño. Afortunadamente, Verónica Griffin no es la única en haberse enrolado en esta cruzada de recuperación de los valores cristianos de nuestra cultura, oscurecidos por la complacencia o resignación frente a la prepotencia de lo feo, tanto en la música (que ya no es música), como en la moda, como en la presentación personal, como en el lenguaje. Después de la parte principal, dedicada a la liturgia de la Eucaristía, la autora ha agregado un útil apéndice que presenta las oraciones de los niños, los misterios del rosario, y una explicación del sacramento de la penitencia junto con un examen de conciencia para niños. Muy loable es una página final con un «Vocabulario» que aclara once palabras que podrían presentar dificultades a la comprensión de los niños. Tanto en las ilustraciones como en el texto de este misal se ha evitado cuidadosamente la confusión que se da no pocas veces entre lo infantil y lo dulzón. Mauro Matthei O.S.B. Catecismo de la Iglesia Católica. Compendio Ediciones Obispado de San Bernardo Santiago, 2006 230 págs.

El Obispado de San Bernardo, por medio de su Editorial, hace entrega a los fieles de la diócesis de una edición del Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica a bajo costo. Esta iniciativa pastoral tiene como finalidad la evangelización de los sectores de más bajos recursos. El estilo dialogal es un método que sirve para conocer la fe, retener los aspectos fundamentales de la misma y así volver a encantarse con Jesucristo y la Iglesia. Gracias a la ayuda de muchos laicos católicos, se pudo concretar esta iniciativa y sacar a la luz la presente edición, la cual está al alcance de los fieles El Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica –regalo del Papa Juan Pablo II y del actual pontífice a toda la Iglesia– tiene la siguiente finalidad: — Presentar de forma sintética todos los contenidos esenciales y fundamentales de la fe y de la moral cristiana. — Constituir un «vademécum» que permita a todas las personas, creyentes y no creyentes, abarcar el conjunto de la fe católica. — Ofrecer la posibilidad de conocer mejor el Catecismo de la Iglesia Católica, como exposición de la fe católica, al cual remite para una lectura completa y en profundidad. Entre sus principales características puede señalarse su estrecha

dependencia del Catecismo de la Iglesia Católica, cuyo esquema sigue resumiéndolo en frases cortas y precisas, su estilo dialogal y el uso de imágenes clásicas de la pintura cristiana. Se puede decir que no se trata de un compendio de la fe católica, sino del Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica. Tal dependencia es atestiguada al nivel de contenidos: El Compendio presenta, de forma sintética, todos los contenidos doctrinales fundamentales y esenciales de la fe y de la moral católica, ya expuestos en el Catecismo de la Iglesia Católica. En su articulación se mantiene la misma estructura y subdivisiones que en el Catecismo de la Iglesia Católica: Partes / Secciones / Capítulos / Artículos, dando lugar a cuatro partes: (1ª La profesión de fe, 2ª La celebración del Misterio cristiano, 3ª La vida en Cristo, 4ª La oración cristiana) En los márgenes tiene las referencias que indican el número de párrafo del Catecismo, y así puede profundizarse en el contenido respectivo. Su carácter dialógico o estilo dialogal, basado en preguntas y respuestas, invita a la lectura mediante el establecimiento de un diálogo que recuerde al del Maestro con el discípulo, ofreciendo fórmulas breves y fácilmente asimilables, favoreciendo así, de algún modo, la eventual memorización y afianzando fórmulas que puedan perdurar. La presencia de imágenes de particular belleza en la pintura cristiana ofrece, junto a la palabra, un particular dinamismo de comunicación y transmisión del mensaje evangélico. Dirigido a catequistas y agentes pastorales, pero también a toda la iglesia y a cada cristiano, esta edición permite a los católicos repasar y volver a saborear las verdades fundamentales de nuestra fe y las enseñanzas de Jesús, transformándose en un magnífico instrumento para renovar el compromiso de evangelización y educación de la fe de muchas personas. Pbro. Eric González Trilogía de Ransom C.S.Lewis Minotauro. Barcelona, 2006 Tres volúmenes: Lejos del planeta silencioso, 228 págs., t.o.: Out of the Silent Planet; Perelandra, 09 págs., t.o.: Perelandra; Esa horrible fortaleza. Un cuento de hadas para mayores, 501 págs., t.o.: That Hideous Strength. A Modern Fairy-Tale for Grown-Ups. Traducción: Elvio E. Gandolfo. Revisión: Mercedes Villena.

Antes de las Crónicas de Narnia, C. S. Lewis había escrito la Trilogía de Ransom, tres relatos de ciencia-ficción independientes entre sí pero con un mismo protagonista, Ransom, un filólogo perfilado, según parece, a partir de su amigo J.R.R. Tolkien.

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En la primera novela, Lejos del planeta silencioso, Ransom es secuestrado por un científico llamado Weston y por un hombre de negocios de nombre Devine, que lo conducen a Marte, o Malacandra. Una vez allí, huye de ellos y encuentra unos seres sin pecado original que se asombran al conocer las cosas que Ransom les cuenta de la Tierra, o Thulcandra. En la segunda, Perelandra, el destino de Ransom es Venus, o Perelandra, donde de nuevo coincide con Weston. Mientras éste intenta convencer a la Dama de que, como una segunda Eva, desobedezca el mandato recibido del Creador, Ransom procura evitarlo. Hay multitud de combates, primero dialécticos y luego físicos, entre los dos. En la tercera, Esa horrible fortaleza, situada toda ella en Gran Bretaña, Ransom encabeza la lucha de un grupo de personas contra unas fuerzas totalitarias que desean dominar la Tierra. Con estas novelas se introdujo en la ciencia-ficción la novedad de dibujar a los habitantes de otro planeta como seres bondadosos, y se apunta ya la idea, que Lewis usará luego en las Crónicas de Narnia, de los universos paralelos, también antes de que fuera un tópico en las novelas del género. A pesar de ser obras no del todo conseguidas, en ellas se revelan las cualidades de su autor: originalidad, potencia imaginativa, sabiduría literaria, solidez intelectual. De hecho, los imitadores posteriores que han intentado abordar tesis parecidas en esa misma línea de teología-ficción, como están muy lejos de poseer los conocimientos filosóficos y teológicos de Lewis, además de que no es fácil igualar su talento para exponer las cosas con brillantez, no han alcanzado ni de lejos su altura. Desde un punto de vista popular, la primera es la mejor por ser la más tensa: el argumento se sigue con interés y el autor logra transmitir al lector el asombro ante los descubrimientos que hace Ransom y el vaivén de sentimientos que le asaltan. La segunda era la preferida de Lewis y, sin duda, en ella brillan al máximo la riqueza y precisión de su lenguaje, pero también sucede que desde un punto de vista estrictamente novelesco sobran algunos alardes descriptivos, en sí mismos magníficos por otra parte. Y en la tercera, la más extensa, también falta control narrativo: Lewis carga la mano en la presentación negativa de los malvados y, sobre todo,complica en exceso la historia, con muchas referencias mitológicas y literarias. En cualquier caso, y también por comparación con otras obras semejantes, merece ser conocida. Luis Daniel González

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150 años de la Catedral de Puerto Montt 1856-2006 Arzobispado de Puerto Montt 43 págs.

Fundada frente al mar, la ciudad de Puerto Montt es todo un emblema del sur de Chile. La colonización de una zona aislada y lejana de la capital fue sin duda difícil y no lo fue menos en el plano espiritual. No resultaba tarea simple el evangelizar a una importante colonia alemana, por lo que se optó por el envío de misioneros jesuitas que conocieran el idioma. Así, poco a poco, enfrentando vicisitudes e incluso un naufragio, se fue formando una comunidad cada vez más sólida. Testimonio de esta misión comenzada a mediados de 1800, es este libro que recopila en sus páginas la historia del edificio central de la ciudad, y que se titula Catedral de Puerto Montt 1856-2006. La obra ha sido editada con ocasión del término de las recientes restauraciones realizadas en el templo. Resulta de interés seguir el trayecto de la catedral, pues a partir de este recorrido es posible contemplar la evolución de la ciudad entera que se va articulando en torno a su corazón, su Iglesia, origen de la vida del pueblo chileno que construye su espacio vital y sus tradiciones en unión íntima con su espiritualidad. La importancia de la catedral ya queda bien definida desde la fundación de la ciudad en 1852-1853. En el decreto de fundación, emitido en 1853, se señala expresamente la necesidad de disponer de un solar adecuado frente a la plaza para dedicarlo a la Iglesia Catedral. Así es como sólo tres años después de este acontecimiento queda puesta la primera piedra y se da el paso para la construcción de un gran templo que logra mezclar un estilo arquitectónico neoclásico influenciado por el dórico griego, con las características esenciales del arte sureño que aparecen especialmente evidentes en la forma del campanario. El libro, presentado por Monseñor Cristián Caro, Arzobispo de Puerto Montt, aprovecha de enlazar la esfera espiritual con el interés histórico del templo. Entrega una descripción de su construcción y restauraciones, sin dejar de lado la importancia del sentido trascendental del edificio e incluyendo la interesante mención de datos históricos sobre la ciudad. Pero por sobre todo, es necesario destacar la amenidad de una obra que saca a relucir con fuerza la belleza de las imágenes. Se puede afirmar que el libro es esencialmente una obra visual. La historia aparece cercana ante nuestros ojos gracias a las fotografías de la ciudad a principios de siglo, de sus pinturas, de su interior, de su reluciente techumbre restaurada con tejas de cobre, de los trabajos destinados a repararla, de su cruz contra el cielo cristalino, del recuerdo de ilustres visitas como la de Juan Pablo II en 1987. No es en vano que la Catedral sea el edificio en pie más antiguo


de Puerto Montt, tal como se expone en la obra: «…debiera tener un sentido simbólico que uno de los edificios sobrevivientes de los primeros tiempos de la ciudad sea un templo…». Desde 1856 a 2006, 150 años de vivencias humanas que perviven en el corazón de la ciudad. Es la muestra de que la cultura nacional no puede ser separada de su raíz cristiana, una primera piedra que se encuentra en los fundamentos mismos de nuestra sociedad. También resulta revelador que el templo esté dedicado, desde su bendición el 10 de mayo de 1896, a la Virgen del Carmen que aparece como la verdadera Señora de la casa en la oración final acompañada por una hermosa fotografía de la Patrona de Chile. Así las palabras de despedida de esta obra son para ella, la Reina de Chile. Bernardita Cubillos Dante y la Filosofía Etienne Gilson EUNSA, Navarra 2004, 317 págs.

Este bello libro de Etienne Gilson es un clásico entre los estudios sobre Dante Alighieri y una referencia indispensable sobre el pensamiento filosófico (además de político y teológico, añadimos) del gran poeta florentino. Publicado inicialmente en 1939, tiene como finalidad «definir la postura, o si cabe, las posturas sucesivas de Dante con respecto a la filosofía» (p. 9). Pero no trata sólo de filosofía. Al mismo tiempo, recorre diversos aspectos religiosos y culturales, si bien todos están vinculados a la particular comprensión filosófica de Dante. Así, es inevitable la referencia a cuestiones doctrinales y políticas propias del tiempo, pero también a situaciones más personales propias de la vida del poeta. El libro comienza situándose en el marco de la polémica con otro gran estudioso de Dante, el P. Mandonnet O.P., quien en su muy conocida obra Dante, le théologien (París, 1935) sostiene la figura de un Dante muy próximo a Tomás de Aquino, y cuyo centro de interés está en las cuestiones teológicas. Precisamente, Beatriz sería -según la opinión de Mandonnet- un símbolo de la teología, que como ciencia de la Revelación, conduce a Dante de las honduras del pecado y el error a las alturas místicas de la contemplación divina. Contra esta interpretación se rebela Gilson, y dedica su libro a la refutación de estas dos afirmaciones, reconociendo, por otra parte, lo rescatable que pueda tener la propuesta del dominico francés. En primer lugar, con sólidos argumentos, y leyendo con la máxima cercanía y precisión los textos del Convivio, de La Monarquía de la Divina Comedia, refuta la opinión que hace de Beatriz un símbolo de la teología, por más fascinante que pueda ser esta propuesta.

No, dice Gilson, no se trata de un símbolo, sino de una persona real, y convertirla en símbolo lleva a una serie de absurdos que Gilson expone con socarronería (véase el primer capítulo, «Clericatura de Dante y metarmorfosis de Beatriz»). La «defensa» de Beatriz emprendida por Gilson es, en el fondo, la defensa de la realidad que se plasma en arte, contra cierto conceptualismo abstracto y teorizante, y los argumentos de Gilson recuerdan las razones de otro grande, Charles Moeller, quien en su libro Sabiduría griega y paradoja cristiana comparte la tesis de Gilson. La segunda afirmación de Mandonnet es la de un Dante fiel seguidor de Santo Tomás. Si bien es verdad que el poeta tenía en muy alta estima al Doctor Angélico y en la Divina Comedia lo pone en el Paraíso, gozando de la visión beatifica y cantando loas a Dios, no es cierto que sea tomista ni discípulo cercano del Aquinate. Más aún, en puntos centrales diverge completamente. Los tres siguientes capítulos revisan detenidamente la comprensión de la filosofía en el pensamiento de Dante en las ya mencionadas obras Convivio, La Monarquía y la Divina Comedia, y muestra claramente la perspectiva tan propia y original del vate florentino, así como las diferencias con el pensamiento de Santo Tomás. Un solo ejemplo, que sin embargo es decisivo: Dante considera que el ser humano posee dos fines últimos, uno natural y el otro sobrenatural, mientras que el Angélico considera que hay un único fin, y éste, sobrenatural. A la luz de las recientes discusiones en torno a la relación naturaleza-gracia, no se puede negar que este tema es de inmensa actualidad. También la filosofía política de Dante es revisada minuciosamente, y está lejos de concordar en todo con lo enseñado por Santo Tomás de Aquino, más aún cuando Dante profesa un gran aprecio por la figura del Emperador y exalta su autonomía respecto de la autoridad de la Iglesia de un modo tal que a veces ha sido considerado como un antecesor de Marsilio de Papua, cosa que no tiene mayor fundamento. Finalmente, la presencia del filósofo Siger de Brabante en el Paraíso plantea la pregunta por su relación con el pensamiento filosófico de Dante. En efecto, el florentino no podía ignorar que Siger fue condenado por sostener tesis averroístas. ¿Qué hace entonces en el Cielo, y además alabado nada menos que por Santo Tomás, que sostenía todo lo contrario de Siger? Distanciándose de la opinión de Mandonnet, que habla de una conversión de Siger al tomismo, la perspectiva de Gilson explica con mayor claridad y solidez los motivos de Dante, basados en su modo peculiar de entender la filosofía. Más allá de las discusiones filosóficas que porta ese libro, y de sus disquisiciones a veces demasiado técnicas, lo cierto es que permite conocer mejor la obra de Dante, y saborear con más intensidad la obra de quien ha sido llamado con justicia «el mayor poeta de la cristiandad». H.G.S

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Ayudar a crecer Leonardo Polo EUNSA. Pamplona, 2006 228 págs.

En Occidente la inversión económica y humana en recursos educativos es cada vez mayor y, sin embargo, los resultados no responden a las expectativas. Algo está fallando en la educación. El doctor Altarejos hace una excelente introducción a un libro que ayuda a pensar. Dos datos aparecen con claridad: primero, hay una estrecha relación entre la salud de la familia y la salud de la educación en la vida de un país; segundo, la persona no es educable por parcelas independientes: todo influye en todo. Leonardo Polo es un filósofo que habla de todo, y por eso, a veces, es tal la acumulación de ideas que resulta difícil seguir un hilo conductor. Pero siempre queda esa idea lanzada que uno intuye que puede desarrollarse más profundamente. Polo comenta algunas características humanas que ya había tratado en un libro anterior, Quién es el hombre. El ser humano

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nace desvalido, necesita un largo proceso de educación para poder llegar a ser autónomo. Dedica varias páginas a explicar la necesidad de la educación en la técnica y en el lenguaje. Aporta una idea valiosa cuando dice que los sentimientos se deben educar en la primera infancia, ya que servirán de asiento a la educación en virtudes, que se adquieren en el orden siguiente: templanza, fortaleza, justicia, prudencia. Es interesante lo que afirma sobre el papel del juego como medio educativo: un niño sólo es maduro afectivamente cuando sabe ganar y perder. El juego tiene tres ventajas: supone un reto, está sometido a unas reglas y tiene un objetivo. En la tercera parte del libro dedica unas páginas a comentar el proceso civilizador, humanizador y cristianizador que se produce como un fenómeno ascendente. Tras mencionar la importancia de la razón como la capacidad para controlar los impulsos, se ocupa de la educación de la imaginación. Este es un capítulo tremendamente sugerente, donde explica diversos niveles de imaginación y cómo su desarrollo máximo se puede alcanzar alrededor de los 22 años. Relaciona esta capacidad con el desarrollo intelectual y concluye cuáles son los momentos ideales para enseñar diversas


materias. Luego aborda el papel de la educación en el amor a la verdad, así como la labor de abrir intereses. La última parte del libro la dedica a la educación religiosa. Una educación que no contemple esta vertiente no es completa. El hombre necesita un sentido y una seguridad, que procede de la conciencia de su filiación humana y divina, antídoto contra la angustia a la que estamos expuestos. Polo, a lo largo de estas páginas, ha hecho afirmaciones tradicionales de la pedagogía basada en fundamentos cristianos. De vez en cuando, sorprende su conocimiento del mundo de la infancia, ya que es una persona que ha dedicado su vida a la educación universitaria. No es un libro sistemático. No es un método educativo. Más bien, lanza a voleo ideas valiosas que hay que desarrollar, entrelazarlas, darles cuerpo y hacerlas vida. Es un libro distinto, que no es un punto de llegada sino más bien un punto de partida para seguir pensando. José Manuel Mañú.

Ronald Knox Evelyn Waugh Colección Ayer y Hoy de la Historia Ediciones Palabra. Madrid, 2005 372 págs.

Conocido entre los lectores de habla hispana por sus libros de temas doctrinales –El torrente oculto, El Credo en cámara lenta, Ejercicios para seglares– el padre Ronald Knox (1888-1957) es un personaje de la Iglesia Católica de Gran Bretaña. Convertido al catolicismo en 1917 cuando ya era pastor anglicano, Knox fue un gran predicador y escritor, articulista de The Tablet, capellán universitario, traductor de la Vulgata al inglés, experto en lenguas clásicas. Intervino en la conversión de Chesterton y recibió en la Iglesia Católica a Arnold Lunn, con quien había polemizado largamente. Esta biografía de casi 400 páginas tiene el interés adicional de estar escrita por otro personaje, el novelista Evelyn Waugh (Retorno a Brideshead), católico converso como Knox, aunque por derroteros

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bien diversos. Knox tuvo desde niño una gran inquietud espiritual. Waugh, según lo cuenta él mismo, atravesó un período de «pereza, disolución y derroche», antes de su conversión. En cambio, lo que ambos tienen en común es un conocimiento muy cercano de los ambientes estudiantiles de Gran Bretaña, especialmente de Eton y Oxford. En este campo, la biografía es magistral. Recoge los años de infancia y adolescencia de Knox, con cariño y profusión de datos, llegando a reproducir los chistes infantiles de un niño que a los diez años escribía versos en latín. Hijo y nieto de obispos de la Iglesia de Inglaterra, Knox fue pastor anglicano, cultivando desde la adolescencia un genuino interés por la Iglesia Católica. Como capellán del Trinity College se lo consideraba el predicador más brillante de la tendencia anglocatólica de su tiempo. En su labor como capellán hizo profundas amistades con alumnos que lo seguían como guía espiritual. Algunos lo precedieron en lo que llamaban en jerga estudiantil, popping (pasarse al Papa). Knox mismo se hizo católico en 1917, abandonando naturalmente su puesto en Oxford. Su conversión produjo un gran impacto y para él fue la culminación de un proceso largo y doloroso, como dejó escrito en su Eneida espiritual. Este período coincide también con la muerte de sus mejores amigos en la guerra. Para su padre, obispo anglicano de Birmingham, fue un golpe especialmente duro. «Honestamente, le escribió a su hijo, creo que el sacerdocio romano será la tumba de tu talento tan genuinamente tuyo». Knox, ordenado sacerdote católico, trabajó varios años en un colegio y volvió luego a Oxford, como capellán católico, una misión difícil que él llevó a cabo con mucha responsabilidad y algún agobio. Estuvo 13 años en Oxford y se retiró de allí para emprender lo que consideraba su obra magna: una nueva traducción de la Vulgata al inglés. Quienes querían conocer al «equipo de traductores» se encontraban con la sorpresa de que Knox trabajaba solo y en condiciones bastante precarias. La biografía recoge también los sinsabores de esta empresa, porque parte de los obispos esperaban sólo una revisión de lo ya existente y no una nueva traducción. Estos sinsabores y otros malos ratos tienen importancia para Waugh, quien estimaba que muchos contemporáneos de Knox juzgaban su vida muy placentera, alejado de las parroquias e inmerso en un mundo universitario donde desplegaba su fino humor inglés. Sin embargo, dice Waugh, fue una persona que sufrió mucho por distintos acontecimientos penosos y por su gran sensibilidad. El libro tiene la gracia de recoger estas sombras, junto a anécdotas que reflejan el gran humor de Knox y su imaginación. Pero todo esto quedaría trunco si Waugh no recogiera con mucho respeto la otra dimensión, la profundidad de su horizonte espiritual y dentro de él su vida de oración. Analiza también las facetas de su obra literaria de la cual en castellano sólo tenemos sus libros de espiritualidad. Quizás el

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más conocido sea el Torrente Oculto, que toma su nombre de una metáfora sobre el espíritu de Oxford que refleja el estilo de Knox: «No todas las filosofías de Oxford son negativas ni de desesperación. Lo alimentan torrentes ocultos, no menos influyentes en su vida ni menos connaturales a su genio». Elena Vial El Islam José Morales Rialp. Madrid, 2001 240 págs.

El mundo del Islam se presenta lejano y desconocido a Occidente. El abismo que divide ambos horizontes parece aún más pronunciado en estos tiempos, a causa del cada vez más directo enfrentamiento de las dos culturas. Es por esto que resulta especialmente interesante la lectura de la obra «El Islam» escrita por el director de la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra José Morales, quien logra hacer una aproximación accesible a cualquier lector hacia el tan misterioso universo de Allah. El Islam se basa principalmente en tres fundamentos. Uno documental, El Corán, libro sagrado que a causa de la imposibilidad de contacto entre Dios y el hombre, ha sido comunicado a través del ángel San Gabriel. El segundo es la Tradición del Profeta que contiene múltiples dichos y comportamientos de Mahoma. El tercero, la sharia, un conjunto de prescripciones legales que se han adaptado durante el tiempo y han sido elaboradas por las distintas escuelas jurídicas. Por otro lado, quien profesa el Islam debe abrazar los cinco pilares de la Fe, cinco prácticas en torno a las cuales se constituye la vida religiosa del pueblo musulmán. El primero, la Confesión de Fe, el acto religioso más frecuente es ya conocido: «Confieso que no hay otro Dios que Allah y que Mahoma es el Mensajero de Dios». La repetición de estas palabras no debe ser interpretada como una creencia en el sentido cristiano del término. Para el Islam, el acto de Fe no puede penetrar en el misterio divino, que permanece siempre absolutamente inaccesible al hombre. El principio teológico de que el acto de Fe no termina en las palabras sino en la realidad creída, resulta completamente ajeno. Hay que asentir extrínsecamente a estas proposiciones invariables, sin plantearse la relación que puedan guardar con una Verdad misteriosa y trascendente. Esto es coherente con el marco voluntarista que caracteriza la religión musulmana, en la que los hombres se someten al soberano arbitrio divino, a un mandato extrínseco y alejado de la razón cuya razón de ser es simplemente la obligación de postrarse ante el ser omnisciente.


Además la tradición religiosa musulmana suele referirse al Islam como una religión de la naturaleza humana. Mahoma afirma que todo hombre nace musulmán por naturaleza, y son sus padres quienes lo pueden hacer judío o cristiano. El hombre queda vinculado a Allah en una relación lejana, no dialógica. El hombre no es imagen de Dios, sino un simple servidor. Además de la Confesión de Fe existen cuatro prácticas más. La oración ritual, que garantiza un contacto regular con Dios y el correlativo distanciamiento del mundo, que un buen musulmán debe atravesar como si fuese un extraño. La plegaria marca los principales momentos del día: la mañana, el mediodía, la tarde, la puesta de sol y la noche. Es necesario realizarla sobre una alfombra como símbolo del suelo sagrado de La Meca y la separación respecto del mundo. El musulmán realiza sus actos rituales dirigiéndose hacia la ciudad sagrada, sin ánimos de establecer una intimidad con Dios o hablar con él. En realidad el contacto no existe, pues Dios se impone como un ser implacable e inalcanzable que no modificaría un ápice del plan del universo por la invocación de sus criaturas. La limosna es obligatoria. Todo creyente debe realizar una contribución para sostener y promover la causa del Islam. La violación

de esta práctica sitúa automáticamente al trasgresor fuera de la comunidad islámica y compromete su salvación. El ayuno se practica durante todo un mes, el Ramadán, que es el noveno mes del calendario lunar islámico, período en el que fue revelado el Corán. Durante este tiempo, el musulmán debe abstenerse de toda comida, bebida y relación sexual mientras es de día. El objetivo del ayuno es que el alma domine sobre el cuerpo a fin de ser capaz de obedecer a la moral coránica lo más fielmente posible. Finalmente, el musulmán debe peregrinar a La Meca por lo menos una vez en su vida si no se encuentra impedido por enfermedad o pobreza. En la peregrinación se viven los momentos centrales de la historia sagrada islámica, como si fuera un ensayo para el día del Juicio. El libro termina con capítulos dedicados a otras cuestiones, algunas de gran impacto como la jihad o guerra santa. En resumen, el libro presenta la religión musulmana sin deformarla ni idealizarla, a la vez que la contrasta con aspectos de nuestra fe cristiana con el objetivo de apreciar las diferencias. G.P. (De Cristiandad nº 845-846)

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MÚSICA Música en tiempo de Cuaresma POR FERNANDO MARTÍNEZ

El tiempo de Cuaresma y Semana Santa es el momento de convertir el tiempo profano en tiempo sagrado. Asimismo, la rememoración de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo es el motivo que ha inspirado las más profundas y fascinantes creaciones de la música occidental. Como acercamiento al misterio de la redención, hemos construido un «itinerario musical» basado en obras que cubren desde el siglo IX al siglo XX. La preparación para los días santos puede iniciarse con alguna de las rebosantes misas de Joseph Haydn, en especial se recomienda la Misa in tempore belli, con sus contrastantes acentos de guerra y paz que resuenan en los timbales del Agnus Dei. También se sugiere meditar una historia sacra, como por ejemplo, las de Giacomo Carisimi, o los salmos de Claudio Monteverdi o alguna de las Pasiones de Heinrich Schütz, según San Mateo o según San Marcos, donde el compositor combina el recitativo con el canto policoral, creándose un ambiente de paz y profunda «emoción» sacra. Como preparación al Domingo de Ramos, se puede celebrar la entrada de Jesús en Jerusalén con alguna Misa de Gloria. Por ejemplo, La Misa en Re mayor de Beethoven, una obra sencilla y llena de devoción, en particular su Credo; la Misa en Re menor de Cherubini, con su extraordinario Gloria a dieciséis voces en el coro, o bien con las sencillas pero profundas y reverentes misas de Laurentino Perosi (Primera y Segunda Pontificalis), escritas para voces masculinas y órgano. Para la hora de la tarde o durante la noche se recomienda meditar la obra más conocida de Haendel: el Oratorio El Mesías, con sus grandes coros y arias. Las mejores interpretaciones son las dirigidas por Karl Richter o Charles Mackerras, muy fieles al pensamiento y sentimiento del compositor anglo-alemán. Menos recomendables son las batutas de Robert Shaw, Otto Klemperer y Herbert von Karajan, pues se apartan un poco del espíritu barroco de la obra. Para el Lunes Santo se sugiere una Pasión. Se recomienda la Pasión según San Marcos de Philip Telemann, de intensa espiritualidad. También la Pasión según San Juan de Scarlatti, el Oratorio San Juan el Bautista de Domenico Stradella, o la

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hermosa Pasión según San Juan de Bach. También se puede meditar con la Pasión según San Marcos del mismo compositor. Para el Martes Santo se recomienda el tema de las Lamentaciones de Jeremías, que en la literatura musical del siglo XV al siglo XVIII han sido siempre bien elaboradas, en particular las de Giovanni Pierluigi da Palestrina o las del músico flamenco Ockehem. Todas ellas compuestas, a capella. En la noche se puede escuchar otra Pasión: por ejemplo, la Pasión según San Mateo de Orlando di Lasso, donde se combina la voz del Evangelista en salmodia gregoriana con la polifonía de los coros en la turba y los solistas en las voces de Jesús, María y los Apóstoles. Para el Miércoles Santo se sugiere los oficios de tinieblas escritos por Marc-Antoine Charpentier (escrito para los jesuitas de París en el siglo XVII) y la de Francois Couperin, «el grande»; asimismo, alguna historia sagrada como el Oratorio La resurrección de Lázaro de C.P.E. Bach. El Miércoles Santo también se puede escuchar otra Pasión. Es muy apropiada la Pasión según San Juan de Giovanni Cortessia, escrita en Florencia en 1557, para coro a capella de voces masculinas en las partes de la turba y los Apóstoles, con texto bíblico declamado en idioma italiano. Para concluir, los salmos penitenciales de Orlando di Lasso o la primera parte de los oficios de tinieblas de Tomás Luis de Victoria, inigualable por el manejo de la polifonía en el coro y sobre todo por la emoción y devoción que encierra la obra. Para el Jueves Santo se sugiere la música de Beethoven con su oratorio Jesús en el Monte de los Olivos, una de las mejores partituras escritas por el maestro de Bonn. A continuación, se debe escuchar una cumbre de la literatura musical barroca: Pasión según San Mateo de Bach, con sus inmensos corales, ariosos, recitativos y su conmovedor coro final: «El Señor al fin descansa en paz», un tierno adiós al Salvador y el más hermoso de los coros fúnebres; «Nos sentamos entre lágrimas», que termina con el suplicante y amoroso coral «Descansa dulcemente». Se recomienda la versión dirigida por Karl Richter, también las de Nevile Merril o Simon Preston. En la noche se puede escuchar la segunda parte del oficio de tinieblas de Tomás Luis de

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Victoria, que permite acompañar a Jesús en la prisión romana. Se puede concluir con la Pasión según San Marcos de Lorenzo Perosi. El Viernes Santo debe iniciarse con los oficios de tinieblas del día viernes –Tomás Luis de Victoria o Giovanni Pierluigi da Palestrina–, como preparación para la Pasión del Redentor. Más tarde se puede escuchar los desgarradores motetes penitenciales de Claudio Monteverdi, escritos para la Basílica de San Marcos. En seguida, la versión orquestal o la coral de Las siete palabras de Cristo en la Cruz de Joseph Haydn y Las siete palabras de Cristo desde la Cruz de Heinrich Schütz. Se sugiere acompañar a la Madre dolorosa del Redentor, «que llora desconsolada al pie de la cruz», con alguno de los Stabat Mater. Los más conocidos son los de Giovanni Pergolesi y el de Gioachino Rossini y los más profundos: los de Haydn, Palestrina y Vivaldi. Luego los grandes motetes penitenciales fúnebres: Miserere mei Deus y el Dies Irae de Jean Batista Lully y el Salmo De Profundis de André Campra, M. A. Charpentier y Michael Richard Delalande, todos compositores del siglo XVII francés. El Sábado Santo debe consagrarse a las misas de difunto: un Réquiem por el Redentor. De los innumerables Réquiem y oficios para difuntos,

se recomienda el Réquiem de Mozart, con su conmovedora Lacrimosa; el sereno «Réquiem de Lorenzo Perosi», para voces masculinas y órgano. Puede concluirse con la «Sinfonía al Santo Sepulcro» de Vivaldi o el «Cuarteto para ser tocado al final de los tiempos», de Olivier Messiaen, que prepara el espíritu para la alegría del Domingo de Resurrección. El Domingo, siendo el día más festivo, debe festejarse con grandes obras musicales: por ejemplo, la «Misa Solemne» de Beethoven, titánica partitura cuyo Credo constituye una afirmación de fe, y puede cerrarse el ciclo de Semana Santa con una obra grandiosa, la «Missa Salburguensis», escrita para cincuenta y cuatro voces diferentes, cuatro cuartetos de solistas, orquesta de cuerdas, «ensemble» de trompetas y timbales y dos órganos, atribuida al compositor italiano Orazio Benevoli, y cuyo «et resurrexit tertia die secundum scripturas...» cantado por el coro en triple fuga en todas las voces es uno de los mayores monumentos musicales escritos por un compositor occidental. Muchos músicos pueden haber quedado fuera de este itinerario, pero el recorrido musical que hemos realizado puede situar al lector en una auténtica vía dolorosa musical, con un exultante domingo de Resurrección.

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Sobre los Autores GIANFRANCO MORRA. Catedrático de Sociología de los Procesos Culturales en la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad de Bolonia. LUIS FERNANDO FIGARI. Fundador del Movimiento Sodalicio de Vida Cristiana. PEDRO MORANDÉ COURT. Ex Prorrector de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Decano de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Católica. Miembro de la Pontificia Academia de Ciencias Sociales. Miembro del Comité Editorial de revista Humanitas. Autor de Cultura y Modernización en América Latina. Ensayo sociológico acerca de la crisis del desarrollismo y de su superación (1984), Iglesia y Cultura en América Latina (1989), Persona, Matrimonio y Familia (1994), entre otros. GUZMÁN CARRIQUIRRY LECOUR. Doctor en Derecho. Subsecretario del Pontificio Consejo para los Laicos. Miembro del Consejo de Consultores y Colaboradores de Humanitas. Autor de Una apuesta por América Latina. JOSÉ BRIOSCHI. Colaborador de la revista Studi Cattolici, Milán. Este artículo fue publicado originalmente en Studi Cattolici no 541 CARDENAL ANGELO SCOLA. Patriarca de Venecia. Ex Rector de la Pontificia Universidad Lateranense (Roma). Miembro del Consejo de Consultores y Colaboradores de Revista Humanitas. GONZALO IBÁÑEZ SANTA-MARÍA. Abogado, Doctor en Derecho y Profesor de Filosofía del Derecho. Miembro del Consejo de Consultores y Colaboradores de Revista Humanitas. CARDENAL JORGE MEDINA ESTÉVEZ. Prefecto emérito de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos. Miembro del Consejo de Consultores y Colaboradores de revista Humanitas.

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GIANDOMENICO MUCCI S.J. Doctor en filosofía y teología. Profesor de Eclesiología y otras disciplinas teológicas en las universidades de Benevento, Nápoles y Roma. Desde 1984 es redactor de la sección cultura en La Civilta Cattolica. JAIME ANTÚNEZ ALDUNATE. Director de revista Humanitas. Doctor en Filosofía por la Universidad de Navarra. Miembro de Número de la Academia de Ciencias Sociales, Políticas y Morales del Instituto de Chile. Ex Editor del suplemento «Artes y Letras» de El Mercurio. Autor entre otros de Crónicas de las Ideas (1988), De los sueños de la razón, al despertar (1990), El comienzo de la historia (1992), Filosofía de la historia en Christopher Dawson (2006). MICHAEL AMALADOSS. Redactor de la revista italiana La Civilta Cattolica. El presente artículo fue publicado originalmente en la revista La Civilta Cattolica, no 3.739. ROBERT SPAEMANN. Filósofo alemán, profesor emérito de Filosofía en la Universidad de Munich. Miembro correspondiente de la Academia de Ciencias Sociales, Políticas y Morales del Instituto de Chile y del Consejo de Consultores y Colaboradores de Revista Humanitas. FERNANDO MORENO VALENCIA. Director del Instituto de Filosofía Universidad Gabriela Mistral. Miembro Ordinario de la Pontificia Academia de Santo Tomás de Aquino (Roma). Miembro del Consejo de Consultores y Colaboradores de Revista Humanitas. DAVID AMADO. Sacerdote. Colaborador del diario La Razón, de Madrid. GISELA SILVA ENCINA. Escritora. Miembro del Consejo de Consultores y Colaboradores de Revista Humanitas. JOSÉ LUIS CEA. Presidente Tribunal Constitucional. Profesor titular Pontificia Universidad Católica y Universidad de Chile.




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