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En este contexto, por un lado, la región se ha sumido progresivamente en una dinámica de polarización entre la tradicional hegemonía estadounidense (fuertemente debilitada por la atención puesta por la Administración Bus h en otras regiones del planeta) y lo que algunos analistas no dudan en señalar como una nueva hegemonía6 venezolana, basada en los altos precios internacionales del petróleo y en los recursos energéticos y financieros de este país, junto con una agresiva cruzada ideológica de su actual presidente. Por otra parte, mas allá del naufragio del ALCA, persisten los acuerdos bilaterales con EEUU; el MERCOSUR (y particularmente Brasil) insiste en promover, desde principios de este siglo, una Comunidad Sudamericana de Naciones (CSN), con tibias adhesiones y el aporte de algunos recursos de instituciones financieras internacionales (particularmente el BID y la CAF); y el bolivarianismo radical de Chávez impulsa la creación del ALBA, como tres paradigmas de integración que contribuyen a una mayor fragmentación regional y crean serios obstáculos para los avances de una integración consolidada institucionalmente que incremente significativamente los flujos comerciales intrarregionales, que asuma una dimensión social relevante en el contexto de abismales disparidades y exclusiones sociales de la región, y que mantenga rasgos democráticos, mas allá de la retórica habitual de cumbres y foros y de los discursos con poco respaldo de efectiva voluntad política. Finalmente, tensiones y potenciales conflictos entre Argentina y Uruguay por el caso de las papeleras; entre Brasil y Bolivia por la explotación de recursos gasíferos; entre los países andinos por los efectos de migraciones y derrames de fuerzas irregulares, sumados a la persistencia, si bien algo atemperada, de disputas fronterizas7, contribuyen a complejizar este panorama. En suma, se multiplican los esquemas de integración regional y subregional de carácter comercial, sin avanzar significativamente algunos de ellos como MERCOSUR y la CAN; aparecen nuevas iniciativas sudamericanas de carácter mas ambicioso como la CSN y UNASUR; persisten sin demasiados avances, esquemas como la AEC, SICA y CARICOM sin lograr articular una opción en el Gran Caribe; surgen alternativas a estos esquemas que contribuyen a fragmentar mas aún la región sobre la base de presupuestos ideológicos diferentes como el ALBA; y subsisten las aspiraciones de algunos países a establecer y mantener acuerdos comerciales con los EEUU, como remanentes de la frustrada ALCA. En este marco, en esencia, la región tiende a una mayor fragmentación, desgarrada por múltiples fuerzas centrífugas. En este contexto, sin embargo, la dificultosa consolidación de la institucionalidad democrática de los últimos veinte años, ha dado también lugar a una amplia gama de discursos sobre la necesidad de superar, a través de una mas activa participación de la ciudadanía, el marcado déficit democrático de los procesos de integración en la región, generalmente reducidos a las decisiones y a los discursos presidenciales, con el apoyo de un vasto espectro de tecnócratas y funcionarios gubernamentales, pero con poca o ninguna

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Ya en la década del setenta era frecuente escuchar en los países del Caribe de habla inglesa sobre el rol “subimperialista” de Venezuela en la región, en base a sus recursos petroleros. Ver Lanza, Eloy (1978) El subimperialismo venezolano, Caracas: Centauro. 7 Ver al respecto Domínguez, Jorge (comp..) (2003) Conflictos territoriales y democracia en América Latina; Buenos Aires: Editorial siglo XXI/FLACSO/Universidad de Belgrano.


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