Las odas de Horacio en rtf

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Iberia contempla victorioso sus Penates. Que su mujer, que pone toda alegría en su marido, avance sola después de haber cumplido todos los sacrificios rituales y, con ella, las hermanas de jefe ilustre. Y, tocadas con las cintas de suplicantes las madres de nuestras doncellas y muchachos, vosotras, las que ya conocéis al hombre, ¡evitad toda palabra de mal augurio! Este día, que es verdaderamente para mí un día de fiesta, me librará de negras preocupaciones: no temeré ni al desencadenamiento guerrero, ni a la muerte violenta mientras César sea dueño de la tierra. ¡Ve, muchacho, a buscar perfumes, coronas y una jarra que recuerde la guerra de los Marsos, si es que alguna tinaja ha podido escapar a las correrías de Espartaco! Di, también, a la armoniosa Neera que anude en seguida su cabellos color de mirra. Y si un portero odioso pretende retenerte, vuelve presto. Mis cabellos, que encanecen, calman mi espíritu, antes ávido de riñas y de querellas violentas: yo no hubiera tenido esta paciencia en mi ardiente juventud, cuando Planco fue cónsul.

XV Mujer del pobre Ibico: pon término a tus desarreglos y a tus trabajos demasiado conocidos. Próxima a la hora de los funerales, deja de loquear entre las muchachas y de extender una nube entre las claras estrellas. No te sienta bien, Loris, lo que puede convenir a Foloe, tu hija, que con más derecho que tú asalta las casas de los jóvenes como una bacante excitada por el tímpano. A tu hija el amor de Noto la empuja a retozar como cabrita juguetona. Pero, a ti, lo que te sienta bien son las lanas tejida cerca de la célebre Luceria, y no, a una vieja como tú, las cítaras ni la flor purpurina del rosal ni las jarras apuradas hasta las heces.

XVI Cautiva Danae bajo el bronce de su torre, la robustez de sus puertas, la guardia severa de perros siempre vigilantes eran bastante salvaguardia contra los amantes nocturnos, si Júpiter y Venus no hubiesen engañado a Acrisio, guardián tembloroso de aquella virgen encerrada. El camino, ciertamente, tenía que ser seguro y estar muy abierto ante el dios metamorfoseado en metal precioso. El oro se enorgullece de abrir una vía a través de las guardias y de agujerear las rocas, más poderoso que el choque del rayo. La casa del adivino de Areos cayó por el ansia de oro, tragada por el desastre. Hizo reventar las puertas de las ciudades el hombre de Macedonia, y derrocó a sus rivales en realeza a fuerza de presentes. A las dádivas vienen a prenderse, como a las redes, los jefes feroces de los navíos. Cuanto más crece la riqueza, más sigue el cuidado a una fortuna creciente, y la sed de poseer, también más. Con razón me horrorizo al atraer de lejos las meradas por elevar alto la cabeza, Mecenas, honor de caballeros. Cuanto más uno se niegue a sí mismo, más obtendrá de los dioses. Yo voy desnudo al campo de aquellos que nada desean, y tránsfuga, me apresuro a abandonar el 34


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