UN AÑO NUEVO QUE NACE VIEJO

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UN AÑO NUEVO QUE NACE VIEJO 3 de enero, 2024 Por: Nelsa Libertad Curbelo Cora (Montevideo, 1 de noviembre de 1941) es una activista por la paz y escritora uruguaya radicada en Ecuador.

Acabamos de pasar las fiestas de fin de año que se han celebrado con ruido, luces, cohetes, aún en Galápagos donde está prohibido. Como sociedad nos hemos acostumbrado a buscar como evadir la ley y muchos abogados han hecho de su profesión una especie de venta al mejor postor. Aunque lo que se defiende esté reñido con la ética, con el respeto, con lo que hace que la convivencia sea un bien que en conjunto cuidamos. En el país, Esmeraldas vive su propia guerra interna, al margen de los deseos y abrazos de una población que anhela un buen año nuevo. Fuego, secuestros, muertos y en el resto del país encuentros, atuendos, comidas, cohetes. A veces nos recorre un escalofrío: ¿son fuegos artificiales o balas? Los animales jadeando, se esconden. En muchos barrios de la ciudad para salir de su perímetro deben justificar donde van. Nadie entra, nadie sale sin permiso, solo ambulancias y quien demuestre ser pariente. Somos casi con orgullo el país más violento de América Latina. Y la zona 8 de Guayaquil va camino a convertirse en la tercera ciudad más violenta del mundo, solo superada por 2 ciudades mexicanas. En el resto del mundo, las guerras cada vez más violentas y sofisticadas buscan un objetivo donde los seres humanos son números, piezas perdidas o rescatadas, importantes si son de los míos, los demás no importan. Se trate de Ucrania y Rusia, o de Israel, Hamás y el pueblo palestino, cada parte dice 1


tener la razón, se considera víctima y el otro, ese gran desconocido, es alguien que pueden matar, secuestrar, torturar, porque no les reconocen como humanos, no importa su sufrimiento, aun cuando sean niños. Cuando las religiones se convierten en ideologías al servicio del poder político o del dominio de un pueblo sobre otro, cuando en vez de poner fin al odio y la violencia son ellas una de las causas de ese desajuste profundo que hace un dios a nuestra imagen y semejanza, y se convierten en una muralla donde se estrellan millones de sueños y vidas humanas, sabemos que es urgente reencontrarnos con el sentido de la vida, personal y colectiva, sabemos que debemos retomar el rumbo. El poder, el miedo y el odio son muy malos consejeros. Ese caldo de cultivo puede llevarnos a extremos inauditos. Asumir nuestra responsabilidad individual en esa realidad es imperioso. Siempre hay algo que podemos y debemos hacer para que el amor triunfe sobre la muerte, la mentira y la corrupción. Internamente, en el país, hay una enorme población desplazada a causa de la violencia, dejan sus casas, sus negocios, sus amigos, sus amistades y huyen. ¿Quién se hace cargo, quién auxilia a nuestros compatriotas, mientras opinamos sobre otros migrantes, si deben ser acogidos ó no.? ¿Quién se hace cargo de una juventud sin rumbo acosada por el encierro del COVID y ahora del miedo que genera salir en la noche, ir a centros comerciales o circular por las calles, además de no poder concurrir a escuelas y colegios porque alguien espera a una víctima, para agredirla? O las bandas

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están al interior de los mismos colegios y universidades y el silencio es el refugio y la muralla para sobrevivir. En mi jardín una oruga hermosa, mimetizada con la rama, acaba con las hojas del árbol de Navidad y los caracoles se esconden en las hierbas luego de un enorme festín nocturno que dejó agujeros en bellas hojas y en algunos casos plantas muertas. La cochinilla se resiste a partir mientras lavo con esmero, hoja por hoja, la veranera que me regala hermosas flores de varios colores. Los sapiens, nosotros, únicos sobrevivientes de las razas humanas que han habitado en esta tierra pequeña y fecunda, nos dedicamos a exterminarnos unos a otros y de paso, porque somos uno, la naturaleza que nos cobija, nos nutre y nos sostiene. Somos depredadores feroces e inconscientes. Lo que la planta tiene de florido vive de lo que tiene sepultado. Lo que vemos y sufrimos de nuestra violencia colectiva se alimenta de lo que cada uno y en conjunto es, hace, permite o calla. Una vez que creamos el monstruo que nos somete y nos gobierna, es muy difícil derribarlo y aniquilarlo. Adquiere una dinámica propia que escapa de nuestro accionar individual. A menos que volvamos adentro, al centro potente de nuestra vida, y encontremos el destello de luz escondida que pugna por iluminar las tinieblas, el diamante en que la enorme presión de la vida convirtió nuestro carbón inicial en roca que emana luz, allí, desde ese centro la realidad puede cambiar.

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YO SOY, se definió el innombrable, el amor que nos crea y nos mantiene. El que nos dijo que éramos dioses y que seríamos capaces de hacer cosas mayores que las que Él hizo. No basta que algunos encuentren el camino, porque los caminos se hacen en conjunto, de lo contrario son huellas que el tiempo, el viento, el sol y las lluvias borran. Hacen falta muchos para construirlos. En la arena se esfuman, en la tierra hay que constantemente mantenerlos, en la roca es más difícil, pero perduran. Para que se mantengan es necesario recorrerlos, una y otra vez, conocer sus misterios, sus recodos. Su secreto es que siempre conducen a alguna parte donde otros seres humanos habitan y esperan. Este ciclo que comienza, 2024, nos necesita alertas, conscientes y unidos porque reaccionamos o desaparecemos como sociedad que dice amar la paz y quiere lograrla. Para los cristianos nuestro desafío pasa por recuperar la Palabra de Dios, esa que se dice y se escucha en los textos sagrados, en la naturaleza, en las personas que encontramos en los aconteceres diarios, la palabra de las mil voces y dialectos que se engendra en el silencio y que no deberíamos encasillar en el corset de lo ya sabido sino dejarla libre como los pájaros y las flores que se descubren por vez primera, palabra que nosotros también somos, palabra que engendra vida si encuentra el terreno apropiado.

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Hay que tomarse el tiempo para escuchar que no es lo mismo que oír. Hay que dejar que nos conmueva, nos interpele, nos acuse, sin que nos defendamos. O nos levante y nos ponga de pie con una alegría y felicidad que resiste las tempestades porque no depende de otros, su fuente es ella misma, es la vida misma de Dios en nosotros. Hay que permitirle que nos transforme.

El espejo que nos refleja el mundo que estamos haciendo, nos devuelve una imagen grotesca que tenemos urgencia de cambiar. Serán parches si actuamos solos, o caminos en la roca si confluimos en propuestas que pongamos en marcha aceptando fracasos, escollos y nuestra vulnerabilidad fundamental, así como nuestra grandeza genética, somos polvo de estrellas, en nosotros late todo el Cosmos, el Dios que nos ama y nos sostiene. Es posible, siempre lo ha sido. ¿Estamos listos?

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