el codigo secreto de la biblia

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www.formarse.com.ar completemos nuestra comprensión de ambas, ciencia y religión se fundirán en una y por fin tendremos una teoría unificada completa.» En los casi tres años que lleva publicado, nadie ha enviado una refutación en regla a la revista matemática donde el artículo de Rips-Witztum apareció. Los experimentados científicos que revisaron la consistencia del código no han objetado su existencia. Pese a su escepticismo inicial, tanto el veterano descodificador del Pentágono como los tres revisores de la revista matemática y los profesores de Harvard, Yale y la Universidad Hebrea acabaron creyendo en el código de la Biblia.

Dijo Einstein en cierta ocasión: «Por persistente que sea, la distinción entre pasado, presente y futuro es pura ilusión.» El tiempo, advertía Einstein, no es en modo alguno lo que parece. No fluye en una única dirección. El futuro y el pasado coexisten. Newton, el otro gran fisico que definió nuestro universo, no sólo afirmó que el futuro ya existe sino que creía en la posibilidad de predecirlo; de hecho, dedicó parte de su vida a buscar en la Biblia un código oculto capaz de anticipar el futuro. Algunos científicos actuales, entre ellos el que quizá goza hoy de mayor renombre, Stephen Hawking, creen que llegará un momento en que podremos viajar en el tiempo. «No es improbable -aventura Hawking-que en un futuro tengamos la capacidad de viajar en el tiempo.» Tal vez, el poeta T. S. Eliot no estaba tan desacertado cuando escribió: «El tiempo presente y el pasado / Quizá están presentes en el tiempo futuro / Y el futuro encerrado en el tiempo pasado.» Pero yo no estaba preparado para aceptar esta codificación del futuro en la Biblia sin la clase de pruebas en las que nos apoyamos los periodistas: hechos reales y contrastados. Pasé toda una semana junto a Eli Rips, trabajando codo con codo en su ordenador. Le pedí que buscara cosas relacionadas con acontecimientos mundiales corrientes, con un cometa que acababa de ser avistado, con datos científicos modemos; una vez tras otra, el Antiguo Testamento aportaba la información requerida. Y cada vez que recurríamos al texto de control, la traducción hebrea de Guerra y paz, la información no aparecía. Estaba en la Biblia; en otros textos no. Durante aquella semana, así como en mis seis subsiguientes estancias en Israel y a lo largo de cinco años de investigación personal, fuimos encontrando diez, luego cien y finalmente mil acontecimientos actuales codificados en la Biblia. En ocasiones, si el titular del New York Times o el Jerusalem Post era lo bastante relevante, no resultaba descabellado dirigirse al código, pues allí, en un documento escrito tres mil años antes del suceso, éste aparecía anunciado con pelos y señales. La información demostró, una y otra vez, ser tan precisa como la de los artículos de los periódicos: nombres, lugares, fechas, todo tipo de datos codificados a lo largo y ancho del Pentateuco, desde el Génesis hasta el Deuteronomio. Y a veces incluso aparecía antes de que ocurriesen los hechos.

Seis meses antes de las elecciones presidenciales de 1992 en Estados Unidos, el código vaticinó la victoria de Bill Clinton. Conectado a «Clinton» se leía su futuro cargo, «presidente». La más reciente de las sacudidas políticas de la historia norteamericana, la caída de Richard Nixon a raíz del escándalo del Watergate, también está codificada en la Biblia. «Watergate» aparece junto a «Nixon» y el año de su dimisión forzosa, 1974. Cerca de «Watergate», el código oculto plantea una pregunta: «¿quién es él?», y responde: «presidente, pero fue destituido». La Depresión está codificada en relación al crash del mercado de valores. «Colapso económico» y «depresión» aparecen juntos en la Biblia, y también la palabra «valores». El año en que empezó todo, 1929 («5690»), completa la información.


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