Memorias: Lusitanos y Vetones

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Lusitanos y vettones Los pueblos prerromanos en la actual demarcación Beira Baixa – Alto Alentejo – Cáceres

memorias 9

Primitivo Javier Sanabria Marcos (Editor)

JUNTA DE EXTREMADURA Consejería de Cultura y Turismo MUSEO DE CÁCERES

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JUNTA DE EXTREMADURA Consejería de Cultura y Turismo MUSEO DE CÁCERES

Primera edición, septiembre 2009 © de los textos: los autores © de esta edición: JUNTA DE EXTREMADURA Consejería de Cultura y Turismo

Foto portada: Fragmento cerámico con representación de guerrero procedente del castro vettón de La Coraja. Segunda Edad del Hierro. Museo de Cáceres. Nº Inv. 53. Foto Museo de Cáceres. I.S.B.N.: 978-84-9852-191-7. Depósito Legal:CC-745-2009 Imprime: Gráficas Hache. Cáceres 4


Lusitanos y vettones Los pueblos prerromanos en la actual demarcación Beira Baixa – Alto Alentejo – Cáceres

memorias 9

Primitivo Javier Sanabria Marcos (Editor)

Martín Almagro-Gorbea, Jesús Álvarez-Sanchís, Eduardo Sánchez-Moreno, F.J. López Fraile, D. Urbina Martínez, J. Morín de Pablos, M. Escolà Martínez, C. Fernández Calvo, M. López Recio, C. Urquijo Álvarez de Toledo, Marcos Osório, Óscar López Jiménez, Victoria Martínez Calvo, Cristina Charro Lobato, Teresa Chapa Brunet, Juan Pereira Sieso, César Pacheco Jiménez, Alberto Moraleda Olivares, Ana María Martín Bravo, Francisca Hernández Hernández, Eduardo Galán Domingo, Maria João Santos, Sebastián Celestino Pérez, José Ángel Salgado Carmona, Rebeca Cazorla Martín, Luís Luís, Guillermo-Sven Reher Díez. (Textos) 5


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Prólogo

Cuando el ejército del gobernador romano Lucio Caesio aceptó la rendición

del pueblo Seano en el año 104 a. C., y al quedar perpetuado el acto en la placa de bronce conocida como Deditio de Alcántara, puede decirse que la Historia daba un paso esencial hacia el final de una era y el comienzo de la ocupación romana. Bien es cierto que los romanos ya llevaban algunas décadas moviéndose por el actual territorio extremeño, pero a partir de esos momentos es cuando todo parece indicar que se hallan en trance de desaparecer los últimos restos del mundo lusitano y vettón que habían encontrado a su llegada a lo que hoy es la provincia de Cáceres y su prolongación natural del Alto Alentejo y Beira Baixa, ya en Portugal. En las últimas décadas, la Arqueología ha ido contrastando la información dada por las fuentes clásicas sobre la Etnología de esta zona peninsular, tratando de identificar el mundo lusitano y el mundo vettón que habían delimitado Estrabón, Plinio y Ptolomeo, y especialmente el área de contacto de ambas comunidades, difícil de definir. Efectivamente, aunque haya elementos –como los verracos- que vienen siendo relacionados con el mundo vettón, no es menos cierto que el registro arqueológico sigue apreciando la homogeneidad de ambos pueblos, lusitanos y vettones, en aspectos como el hábitat en castros, su ocupación preferentemente ganadera o las costumbres funerarias. Tratando de contribuir al mejor conocimiento de ese mundo propio de la Segunda Edad del Hierro, que desapareció bajo el empuje militar de Roma, los museos de Cáceres y Castelo Branco organizaron a finales de 2007 unas interesantes jornadas en las que se quiso poner al día los conocimientos que los equipos investigadores de ambos lados de la Raya han venido suministrando y ampliando en las últimas décadas. La ocasión sirvió no sólo para esa actualización del estado de la cuestión, sino también para estrechar los lazos existentes entre los dos museos y sus respectivas asociaciones de amigos, que se encuentran entre las más activas e importantes del área fronteriza. De hecho, las sesiones fueron itinerantes y se complementaron con visitas guiadas a las secciones arqueológicas tanto del Museo Francisco Tavares Proença Júnior de Castelo Branco como del Museo de Cáceres. En aquella ocasión, especialistas españoles y portugueses pusieron sobre la mesa aspectos esenciales de aquellos momentos finales de la Protohistoria en nuestra zona rayana. Pudimos hacernos idea del marco general de conocimiento de estos dos pueblos gracias a la aportación de uno de los máximos especialistas de la Prehistoria peninsular, como es el catedrático Martín Almagro Gorbea, y también pudimos acercarnos a la importancia del factor orientalizante, es decir, la raigambre cultural en la Primera Edad del Hierro, en la formación de lusitanos y vettones de la mano de Sebastián Celestino, investigador del Instituto de Arqueología de Mérida. 7


Profesionales del lado español profundizaron en el universo vettón y su identidad como pueblo frente a la interpretación que nos transmiten las fuentes romanas, como hizo el profesor Sánchez Moreno, o nos mostraron la evolución del hábitat a partir de las pequeñas aldeas que fueron muchos de sus castros hasta llegar a alcanzar en algunos casos concretos un volumen homologable con el fenómeno urbano, como pudimos comprobar en la intervención del profesor Álvarez Sanchís. Por su parte, el equipo dirigido por la profesora Francisca Hernández expuso el análisis global del conocido asentamiento de Villasviejas del Tamuja (Botija), yacimiento en el que han trabajado durante años y del que disponemos gracias a ello de una completa documentación. El mundo lusitano fue objeto de intervenciones de investigadores del lado portugués, como la ofrecida por al arqueólogo Marcos Osório, que se centró en la cuenca del Alto Côa, sin que faltaran aportaciones muy interesantes sobre el límite norte del mundo lusitano-vettón y su contacto con los astures, tema que abordó el profesor Sande Lemos, o la fundamental presentación de la investigadora Maria João Santos, que trató de contrastar los datos arqueológicos con las fuentes clásicas referidas a los dos pueblos que nos ocupan. Y esencial resultó también la intervención de Ana Mª Martín, estudiando los castros de la cuenca del Tajo en Extremadura, que ha abordado en su tesis doctoral y que están en el embrión de lo que habrá de ser la provincia lusitana de los romanos. El conjunto de estos trabajos, y de las comunicaciones que también se presentaron, forma ahora una publicación que debe considerarse ya como imprescindible para todos los interesados en la Protohistoria de Extremadura y de Portugal, y en los inicios de la ocupación romana de la Península Ibérica. Como se señaló antes, se trata de una iniciativa compartida por instituciones extremeñas y portuguesas, y constituye un excelente ejemplo de superación de todo tipo de limitaciones para acceder de manera conjunta a un mejor conocimiento de un pasado común, que forma parte sin duda de ese sustrato cultural que compartimos los pueblos peninsulares actuales independientemente de las diferencias que, obviamente, existen entre nosotros. Confiamos en la utilidad de la publicación y hacemos votos para que esta tan traída y llevada colaboración transfronteriza, en la que Extremadura lleva empeñada más de dos décadas, siga dando frutos de tan alto interés como el libro que el lector tiene en sus manos. Leonor Flores Rabazo Consejera de Cultura y Turismo de la Junta de Extremadura

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Presentación

El actual territorio que hoy ocupan la provincia de Cáceres y la Beira Baixa y

Alto Alentejo, en suelo portugués, constituía hace cerca de 2.500 años una parte fundamental de la futura área de explotación y asentamiento de unas poblaciones que las fuentes clásicas grecolatinas nos transmitieron con el nombre de lusitanos y vetones. Más difícil de valorar es el grado de identificación de estas comunidades prerromanas hispanas con los pueblos citados, es decir, el reconocimiento por parte de estos populi de un sentimiento de pertenencia y rasgos culturales propios diferenciadores respecto a otros grupos. Por otro lado, el etnónimo de vetones y lusitanos con el que los romanos identifican de manera general a estas poblaciones, también ha servido para confundir y enmarañar realidades muy distintas dentro de unas sociedades que, irremediablemente, verán alterados sus patrones de conducta y su evolución interna tras el dramático contacto y definitiva confrontación con el poder imperialista romano. Abordar desde una perspectiva común el estudio de estos dos grupos étnicos, siempre nos pareció una acertada decisión de cara a conocer un poco más acerca de la etnogénesis, formación y posterior desarrollo de unas sociedades con unos estrechos lazos de proximidad. Es por ello que, continuando con esta satisfactoria labor de colaboración transfronteriza que cada día más pone de manifiesto la estrecha relación que siempre guardaron unos territorios que solamente una línea fronteriza separa en la actualidad, los directores del Museo de Cáceres, D. Juan M. Valadés Sierra, y del Museo Francisco Tavares Proença Júnior de Castelo Branco, Dª. Aida Rechena, organizaron una reunión científica que analizara de manera conjunta el estudio de Lusitanos y Vetones. Es de destacar la implicación de las Asociaciones de Amigos de los dos museos, representadas en estas jornadas en las figuras de sus respectivos presidentes, D. Demetrio González Núñez, de la Asociación Adaegina de Amigos del Museo de Cáceres, y Dª. Benedita Duque Vieira, de la Sociedade dos Amigos do Museu Francisco Tavares Proença Júnior, quienes con su generosa, entusiasta y activa participación hicieron factible el encuentro. Con el claro objetivo de hacer realidad el propósito inicial de compartir experiencias a uno y otro lado de la «raya», las sesiones se celebraron los días 22 y 23 de Octubre de 2007 en las sedes de los museos de Cáceres y Castelo Branco. Con el título, Lusitanos y vetones. Los pueblos prerromanos en la actual demarcación Beira Baixa-Alto Alentejo-Cáceres, el trabajo que ahora presentamos es el resultado de dos intensos días de debate, que gracias a la iniciativa del Museo de Cáceres finalmente ve la luz. El Museo de Cáceres tuvo el honor de contar en su sesión inaugural con la figura de uno de los más destacados especialistas de la protohistoria peninsular, D. Martín Almagro Gorbea, quien a través de un profundo análisis de conjunto se centró en aspectos de gran relevancia como la etnogénesis, el substrato cultural y la definición de los territorios y límites de ambos grupos étnicos, destacando la necesidad de avanzar en los estudios interdisciplinares 9


para un mejor conocimiento de las etnias prerromanas de la Hispania antigua. En su intervención el profesor Eduardo Sánchez-Moreno reflexiona sobre el grado de identidad cultural y cohesión étnica de unas poblaciones identificadas con el etnónimo de vetones, una sociedad de carácter pastoril y guerrero, con unos determinados rasgos culturales identitarios, caso de los verracos, pero que a su juicio la Vetonia como entidad política responde más bien a la idea romana de reorganización de un espacio conquistado en época augustea, más clarificador todavía, nos encontraríamos ante un caso de pars pro toto propio de la ordenatio romana, es decir, la extensión a todo un territorio del nombre de una de las tribus o pueblos (vetones) que lo conforma. El proceso de cambio que transformó la sociedad vetona con el paso de la aldea hacia los grandes centros urbanos fuertemente amurallados oppida de finales de la Edad del Hierro, es analizado por el profesor Jesús Álvarez-Sanchís en base a su gran conocimiento del mundo de los grandes castros abulenses. Ana Martín Bravo explicó el papel cultural de bisagra de los castros de la cuenca extremeña del Tajo como espacio de tránsito en las relaciones Norte Sur y Este Oeste del Occidente peninsular durante todo el primer milenio a.C. A partir del análisis de los enclaves y principales manifestaciones artísticas del siglo V a.C. en la Alta Extremadura, Sebastián Celestino, José Ángel Salgado y Rebeca Cazorla rechazan la idea de una etapa en declive y propugnan que la intensificación y afianzamiento reconocible en aspectos demográficos, de asentamiento, tecnológicos y de intercambio a larga distancia, deben favorecer una opinión más real y optimista del período. No podían quedar fuera de este volumen los últimos resultados del que, con toda probabilidad, es el más emblemático castro de la cuenca extremeña del Tajo, el poblado y las necrópolis de Villasviejas de Tamuja. En esta ocasión, el equipo formado por la profesora Francisca Hernández Hernández, Eduardo Galán y Ana Martín Bravo presentan un estudio global del asentamiento, incorporando los nuevos datos obtenidos de la prospección del entorno inmediato del castro y la lectura de la secuencia evolutiva de sus diferentes necrópolis. Guillermo-Sven Reher Díez aborda de manera general las diversas estrategias de ocupación de los asentamientos de la cuenca baja del río Tajo durante la Segunda Edad del Hierro y la época altoimperial para, con posterioridad, limitar el ámbito de estudio al río Alagón y la esquina Noroeste de la provincia de Cáceres. Tres trabajos constituyen la aportación del área vetona del Occidente de la provincia de Toledo a estas jornadas. César Pacheco Jiménez y Alberto Moraleda Olivares nos dieron a conocer un nuevo ejemplar de verraco procedente de Lagartera, el cual viene a sumarse a otros cinco más procedentes todos ellos de la zona de la Campana de Oropesa. Francisco José López Fraile, Dionisio Urbina, Jorge Morín et al., mostraron la utilidad de las reconstrucciones 3D como una nueva herramienta metodológica más aplicable al campo de la arqueología, el caso concreto del Cerro de la Sierra de la Estrella sirvió de ejemplo. Cristina Charro Lobato, Teresa Chapa Brunet y 10


Juan Pereira Sieso dieron a conocer los resultados de las últimas campañas de excavación en El Cerro de la Mesa. El mundo vetón de la provincia de Salamanca se encuentra representado con la aportación de Oscar López Jiménez y Victoria Martínez Calvo de los trabajos de investigación que en los últimos años han venido desarrollando en el clásico yacimiento del Cerro de El Berrueco. Fruto de este trabajo, es la presentación por primera vez al público de los resultados de excavación de la necrópolis de Los Tejares, una de las escasas necrópolis vetonas conocidas de la provincia de Salamanca. Tradicionalmente el valle superior del río Côa, territorio que hoy ocupa prácticamente todo el municipio de Sabugal, se señala como un espacio de frontera política y territorial entre vetones y lusitanos. En su trabajo Marcos Osório aborda estas cuestiones siempre difíciles de establecer en arqueología. Luis Luis presentó sus últimos trabajos sobre el arte rupestre sidérico del Bajo Côa, un tipo de manifestación artística desconocida para muchos hasta hace poco tiempo. La cuestión étnica entre lusitanos y vetones es analizada por Maria João Santos confrontando los datos procedentes de la arqueología con los que aportan las fuentes clásicas, con especial atención al mundo de la religión. Con esta nueva publicación el Museo de Cáceres en su empeño por acercar su pasado más reciente a la sociedad actual, apuesta una vez más por la necesidad de dar continuidad a la celebración periódica de encuentros transfronterizos como el que en esta ocasión acogió las jornadas sobre lusitanos y vetones. Estamos convencidos que la presente obra será de enorme utilidad para cualquiera que desee conocer un poco más sobre las comunidades que ocupaban la actual provincia de Cáceres y la Beira Baixa y Alto Alentejo antes de la llegada de los romanos, en este sentido, creemos que el presente volumen por las razones antes expuestas pasará a ser una obra de referencia en años venideros. Primitivo Javier Sanabria Marcos

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Índice

Presentación ......................................................................................................................................................................... 9 ESTUDIOS 1.

Lusitanos y Vettones Martín Almagro-Gorbea ......................................................................................................................... 15

2.

Antes de los Oppida. Los Vettones y la Edad del Hierro Jesús Álvarez-Sanchís .............................................................................................................................. 45

3.

Vetones y Vettonia: Etnicidad versus ordenatio romana Eduardo Sánchez-Moreno ...................................................................................................................... 65

4.

El Castro de La Sierra de La Estrella (Toledo). Las reconstrucciones 3D, una herramienta para la investigación arqueológica F.J. López Fraile, D. Urbina Martínez, J. Morín de Pablos, M. Escolà Martínez, C. Fernández Calvo, M. López Recio y C. Urquijo Álvarez de Toledo ........................................ 83

5.

A Idade do Ferro no Alto Côa: os dados e as problemáticas Marcos Osório ............................................................................................................................................. 95

6.

Nuevos resultados en la investigación de la Segunda Edad del Hierro en el Cerro de El Berrueco (Salamanca): el poblado y la necrópolis prerromana de “Los Tejares” Óscar López Jiménez, Victoria Martínez Calvo ........................................................................... 117

7.

Intervenciones arqueológicas en el Cerro de la Mesa (Alcolea de Tajo, Toledo). Campañas 2005-2007 Cristina Charro Lobato, Teresa Chapa Brunet, Juan Pereira Sieso .................................... 131

8.

Un nuevo ejemplar de escultura zoomorfa en la zona vetona toledana: El verraco de Lagartera César Pacheco Jiménez, Alberto Moraleda Olivares ................................................................ 141

9.

Los castros de la cuenca extremeña del Tajo, bisagra entre lusitanos y vettones Ana María Martín Bravo ....................................................................................................................... 147

10. El proyecto Villasviejas de Tamuja. Análisis global de un asentamiento prerromano Francisca Hernández Hernández, Eduardo Galán Domingo, Ana María Martín Bravo ....................................................................................................................... 161 11. Lusitanos y Vettones en la Beira Interior portuguesa: La cuestión étnica en la encrucijada de la arqueología y los textos clásicos Maria João Santos ................................................................................................................................. 181 13


12. El siglo V a.C. en la Alta Extremadura Sebastián Celestino Pérez, José Ángel Salgado Carmona, Rebeca Cazorla Martín ......................................................................................................................... 197 13. “Per petras et per signos”. A arte rupestre do Vale do Côa enquanto construtora do espaço na Proto-história Luís Luís ..................................................................................................................................................... 213 14. Estrategias de asentamiento ante la romanización en la cuenca baja del Tajo Guillermo-Sven Reher Díez ................................................................................................................ 241

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Lusitanos y Vettones Martín Almagro-Gorbea Catedrático de Prehistoria de la Universidad Complutense de Madrid

Los actuales estudios sobre la Hispania prerromana dedican creciente atención en estos años a renovar los análisis sobre la Paleoetnología de la Península Ibérica, basados en una concepción más rica y dinámica de la misma (Almagro-Gorbea y Ruiz Zapatero, eds., 1993).

de J. Álvarez-Sanchís (ed.), Arqueología Vettona. La Meseta Occidental en la Edad del Hierro, Alcalá de Henares, 2009. Estas obras han contribuido a que sea uno de los pueblos prerromanos mejor conocidos, junto a exposiciones como la de Celtas y Vettones, organizada en Ávila el año 2001 (Almagro-Gorbea et al., 2001) o la reciente de Los Vettones (Álvarez-Sanchís, 2009), que evidencia el notable interés que despiertan entre el gran público.

Entre estos estudios, destaca las recientes y valiosas síntesis dedicadas a Lusitanos y Vettones, pueblos que parecen estrechamente relacionados por sus características etno-culturales y su ubicación geográfica, aunque su estudio siempre se ha realizado por separado por causas más políticas e historiográficas que debidas a su identidad etnohistórica, lo que ha hecho que pasen desapercibidas sus relaciones, de gran interés para comprender los procesos de etnogénesis del Occidente de Europa. Por ello, es de interés una visión interdisciplinar conjunta que contraponga la personalidad del origen y desarrollo histórico de Lusitanos y Vettones, valorando su cultura material, su sociedad, sus costumbres, sus creencias y su lengua, dentro del desarrollo histórico de la Hispania Celta o indoeuropea.

Territorio y límites. Lusitanos y Vettones habitaban las tierras del Centro-Occidente de Hispania. Los Lusitanos habitaban la antigua Lusitania, región de límites discutidos y que ofrecería lógicas variaciones diacrónicas desde la Edad del Bronce hasta la Romanización, aunque se suele confundir con la Provincia Lusitania romana, así como limitarse a las referencias históricas de los Lusitanos en los últimos siglos antes de la Era, lo que enmascara el territorio originario. La antigua Lusitania corresponde a las tierras silíceas del Occidente de la Península Ibérica, cuyo núcleo corresponde al Centro Interior de Portugal (Vilaça, 1995, Martín Bravo, 1999), que, básicamente, corresponde a las Beiras y parte del Alto Alentejo y quizás de Trás-os-Montes y del Occidente de Salamanca y de la Extremadura española. Su delimitación la precisan elementos lingüísticos, como las inscripciones en Lusitano y antropónimos, teónimos y etnónimos relacionados, además de algunos elementos de cultura material que indican el territorio ocupado por los Lusitanos desde la Prehistoria.

Los Lusitanos son uno de los pueblos más famosos de Hispania por su bravo enfrentamiento a Roma y han merecido numerosos estudios, desde J. Leite de Vasconcelos (1897, 1905, 1913) a A. Mendes Correa (1924), A. Schulten (1940) y, en fechas recientes, L. Pérez Vilatela (2000) y J. de Alarcão (2001), sin olvidar que en estos años se han celebrado diversas exposiciones de gran éxito de público, como la gran exposición De Ulisses a Viriato. O primeiro milènio a.C., celebrada en Lisboa en 1996, a los que hay que añadir el interés por sus orígenes de las obras de R. Vilaça (1995) y A. Mª. Martín Bravo (1999). No menos importantes son los valiosos estudios dedicados a los Vettones, desde el artículo pionero de J. M. Roldán (1968) a las valiosas síntesis de Jesús Álvarez-Sanchís (1999, 2003), Eduardo Sánchez Moreno (2000) y Manuel Salinas de Frías (2001), hasta la reciente

Se conocen cinco inscripciones lusitanas que se extienden desde Ribeira da Venda, en Arranches, Portalegre, en el Alto Alentejo (Carneiro et al., 2008) y Arroyo de la Luz, en Cáceres, a Cabeço das Fraguas y Lamas de Moledo, cerca de Viseu (Untermann, 1997), si bien también pueden incluirse una de las inscripciones de la Fonte do Idolo de 15


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Braga (Garrido et al., 2008: 23) y la de Mosteiro de Ribeira, Orense (Olivares, 2002: 94), lo que delimita una amplia zona desde el Tajo hasta más al Norte del Miño (Fig. 1). Esta zona coincide con los teónimos característicos de las divinidades ‘lusitanas’, que se extienden igualmente entre el interfluvio Guadiana-Tajo y Galicia (Fig. 2), como

Bandua, Reue y Navia (Olivares, 2002: 75-ss., 85-ss.), mientras que Cosus ofrece ya una distribución más septentrional, por la Beira y la Galicia litoral y la zona de León (Encarnação, 1975, Olivares, 2002: 67-ss.). La misma dispersión ofrecen algunos antropónimos característicos (Fig. 3), como Boutius, Camalus, Camira, Caturo, Cilius, Maelo, Medamu, Pintamos, Rebu-

Figura 1. Extensión de la epigrafía lusitana desde el Tajo hasta el Miño y de los topónimos y etnónimos en P-.

Figura 2. Dispersión de las divinidades lusitanas (según, J.C. Olivares).

Figura 3. Dispersión de los antropónimos Boutius y Viriatus (según, J. Untermann y M.L. Albertos).

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rrus, Talavus, Tanginus, Tongius, Vegetus y Viriatus (Untermann, 1965: 72-ss., Albertos, 1983), junto a otros probables como Albinus y similares, Arquius, Aturus, Avitas, Balaesus, Caeno, Lovesius (Untermann, 1965: 47-50, 58-ss.), que corresponden a la zona II de Untermann (id., 19) y reflejan la misma cultura ‘lusitana’ que los teónimos señalados1.

contribuido a la diferenciación etno-cultural de Lusitanos y Vetones. El territorio de los Lusitanos estaba articulado en pequeñas comarcas naturales, como los pueblos Galaicos y, también, los Vettones y Celtíberos. La inscripción del puente de Alcántara (CIL II,760) ha permitido precisar la ubicación tribal de buena parte de estos pueblos, en su mayoría enumerados siguiendo la vía romana que iba desde el Tajo hacia el Duero (Alarcão, 1988: 41): Igaeditani, Lancienses Oppidani, Talori, Interannienses, Colarni, Lancienses Transcudani, Aravi, Meidubrigenses, Arabigensis, Banienses, Paesures.

Más difícil es identificar ‘fósiles guía’ de la cultura material lusitana, aunque algunos elementos metalúrgicos son característicos de esa zona, como las azuelas de tipo Monteagudo 20B, las hachas de talón 31C, 34A, 35A y 35B y 36C (Monteagudo, 1977, Senna-Martínez, 1995) y los cuencos de cerámica de tipo Alpiarça (Senna-Martínez, 1993b, Vilaça, 1995: l. 113-ss., 139, 225).

De los más de 20 populi conocidos, muchos ofrecen etnónimos proto-celtas que corresponden al substrato de la Edad del Bronce, como los Paesures, Pallantienses, Selium, Elbocoris, Aeminium, Sallaecus, Ammaea, Lancienseses y Tapori (Lancienses) y que lingüísticamente se relacionan con los teónimos y antropónimos citados, mientras que otros ya ofrecen una carácter más ‘céltico’, como los Arabrigenes, Interannienses, Meidubrigenes y, con dudas, los Seanoci (Alcántara) (Fig. 4), Transcudani, Vivemenses

En consecuencia, la Lusitania prerromana se extendería desde el interfluvio Guadiana-Tajo por el Sur, con su límite por el Este entre las provincias de Toledo y Cáceres, hasta el Atlántico, aunque su núcleo más característico no sobrepasa hacia el Oriente la línea Astorga-Mérida señalada por Untermann (1987), que, además, corresponde básicamente a la Vía de la Plata, cuya incidencia parece haber

Figura 4. Bronce de Alcántara con la deditio de los Seanoci. Es interesante comprobar cómo los antropónimos con el sufijo -amo- parecen extenderse por la Hispania celta atlántica del cuadrante Noroeste (Untermann, 1965: 192), frente al sufijo en -geno- (id., 194), que corresponde con exactitud al área celtibérica y de su expansión, también documentada por los genitivos de plural de los grupos gentilicios.

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Martín Almagro-Gorbea

(Penhamajor) y Araducta (c. Coimbra?), que cabe relacionarlos ya con teónimos como Bormanicus y antropónimos como Celsius y Ambatus de tipo celta.

* Frente a los Lusitanos, los Vettones vivían asentados en las zonas occidentales de Hispania, a caballo del Sistema Central, en las abruptas zonas graníticas del Suroeste de la Meseta Norte y del Occidente de la Meseta Sur y Extremadura. Estas tierras silíceas en las que predominan dehesas y pastos de gran riqueza para la ganadería y también ricos recursos metalúrgicos, con ocasionales relieves abruptos por la erosión diferencial causada por ríos encajados, condicionaron en buena medida la orientación ganadera de la cultura vettona y le dieron su marcada personalidad (Álvarez-Sanchís, 2003, Sánchez Moreno, 2000), en un medio ambiente que era la continuidad del de Lusitania.

Sin embargo, las fronteras de los Lusitanos variaron a lo largo del tiempo con movimientos de expansión y contracción, que sólo estudios detenidos pueden precisar. A inicios de la Edad del Hierro, en el siglo VII a.C., la colonización tartesia afectó a sus áreas periféricas. En el Atlántico aparecen asentamientos como Tacubis y Conimbriga, nombre que supone una fundación de origen conio, mientras que Collipo y los Turduli Veteres (Mela III,8; Plin. NH, IV,130) corresponden a los tartesio-turdetanos, como Laepo y los Turduli Barduli (Plin. NH, IV,118) en el interior, desde la Vía de la Plata. En fechas posteriores, a partir del siglo V a.C., esa presión desaparece sustituida por la de los Célticos y Vettones desde el Este, por lo que la frontera se fue desplazando sucesivamente hasta el Almonte y después al Salor y lo mismo pudo ocurrir en Trás-os-Montes. Sin embargo, a partir del siglo II a.C. se advierte un movimiento en sentido contrario, al presionar los Lusitanos sobre Vettones y Célticos y, en especial, sobre Túrdulos y Turdetanos, como consecuencia de su desarrollo demográfico y socio-cultural hacia estructuras ya urbanas por influjo de los pueblos aledaños. Esta presión de los Lusitanos explica su intensa actividad guerrera en los últimos siglos antes de la Era, frenada por Roma, que fijó finalmente las fronteras.

Los Vettones vivían a caballo del Sistema Central, desde el Duero por el Norte hasta incluir las sierras de Guadalupe por el Sur, donde llegaron a avanzar hasta el Guadiana. Los límites que ofrecen los autores clásicos en ocasiones resultan contradictorios, pues varían según las distintas fuentes, que reflejan variaciones a lo largo del tiempo y zonas fronterizas cuya etnicidad sería mixta, con fenómenos de interetnicidad “en mosaico” que darían lugar a mestizajes con el paso del tiempo, hechos más frecuentes de lo que reflejan los datos históricos y arqueológicos (Fig. 5).

Figura 5. Topónimos Vettones (• = protoceltas, + = celtas, * = conios y tartésicos): 1) Ocelon (Zamora?); 2) Bletissama (Ledesma); 3) Salmantica (Salamanca); 4) Obila (Ávila); 5) Ulaca (Solosancho; =Deobriga?); 6) Sentice (Pedrosillo de los Aires?); 7) Polibedenses (Huebra-Yecla?); 8) Cottaiobriga (¿junto al río Côa?); 9) Lancia Oppidana (Sierra de Gata? o de la Estrella?); 10) Lancia Trascudana (Valle del Côa?); 11) Mirobriga (Ciudad Rodrigo); 12) Urunia (Fuenteguinaldo); 13) Capara (Ventas de Cáparra); 14) Lama (El Berrocalillo?, Plasencia); 15) El Raso de Candelada; 16) Caesarobriga (Talavera de la Reina); 17) Augustobriga (Talavera la Vieja); 18) Alea (Alia, Guadalupe); 19) Turgalium (Trujillo); 20) Laconimurgi (Navalvillar de Pela); 21) Lacipaea (N. de Medellín?).

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Lusitanos y Vettones

quedar controlado, de forma sucesiva, por Sanchorreja, Ulaca (Deobriga?) y, finalmente, por Obila (Ávila), que marca la frontera con la zona vettona septentrional y los territorios Vacceos del Campo de Arévalo.

Los límites de los Vettones los precisan las poblaciones citadas por Ptolomeo en el siglo II de J.C., a las que cabe añadir algunas otras conocidas (Roldán, 1968, Tovar, 1976, TIR K-29 y J-29, García Alonso, 2003: 119-ss. y 447). Estas poblaciones son Ocelon (si es distinta de Ocelo Duri, Zamora), Cottaeobriga (¿junto al río Côa?), Salmantica (Salamanca), Bletisa (Ledesma), Mirobriga (Ciudad Rodrigo), Lancia Oppidana (en las estribaciones occidentales de la Sierra de Gata?), Capara (Ventas de Cáparra), Turgalium (Trujillo), Cauria (Coria, que ya sería lusitana) y Manliana (¿Santibañez el Bajo?), en el Valle del Alagón, Lama (entre Baños de Montemayor y Plasencia), Augustobriga (Talavera la Vieja), Laconimurgi (Navalvillar de Pela), Alea (Alia, cerca de Guadalupe?), Deobriga (Ptol. II,5,7, quizás Ulaca?) y Obila (Ávila).

Entre los Vettones meridionales cabe incluir Capara, que controlaba el Alto Alagón y la penillanura al Norte del Tajo, frente a la ya lusitana Cauria (Coria), que controlaría el Bajo Alagón y las Hurdes, Turgalium (Trujillo), cabeza de la Penillanura de Cáceres, quizás la desconocida Lama (Ptol. II,5,7), situada entre Baños de Montemayor y Plasencia2, y el oppidum del Raso de Candelada, de nombre prerromano desconocido, que controlaría la Vera, el Valle del Tiétar y los pastos veraniegos del Sistema Central, mientras Augustobriga (Talavera la Vieja) controlaría el Campo Arañuelo y Caesarobriga (Talavera de la Reina) las mejores vegas del Valle del Tajo. Alea (Alía, Guadalupe) quizás fuera capital de la Sierra de Guadalupe y Lacimurgi (Navalvillar de Pela), controlaría Las Villuercas y el camino del Guadiana hacia los oretanos pasando por Sisapo, poblaciones limítrofes que originariamente no eran vettonas. Además, queda por conocer las poblaciones y nombres de comarcas como La Almuña y el Sayago.

Como ocurre con los Lusitanos, los Vettones ofrecen diferentes populi como unidades sociopolíticas desde la Edad del Bronce asentados en las distintas comarcas histórico-naturales, controladas por los oppida surgidos en la Edad del Hierro. El cuadro resultante permite distinguir tres grandes áreas en la Vettonia: los Vettones septentrionales al Norte del Sistema Central, eran más afines a los Vacceos; los meridionales, al Sur, resultan más próximos a los Lusitanos e incluso a los Conios del Suroeste; una tercera zona, de personalidad propia, es la conformada por las tierras abulenses.

En consecuencia, los Vettones quizás penetrarían por el Noroeste en Trás-os-Montes, por el Sureste, limitarían con los Carpetanos y por el Sur llegarían hasta el Guadiana, ocupando las tierras occidentales de la actual provincia de Toledo a partir de la Sierra de San Vicente. Ya en la cuenca del Guadiana, limitarían con los Oretanos de la zona de Sisapo (Almadén). Por ello, sus límites llegarían hasta Lacimurgi, en Navalvillar de Pela (CIL II,5068, Tovar, 1976: 175-ss., TIR J-29: 96ss.), población de origen probablemente conio (Almagro-Gorbea et al., 2008) limítrofe entre Lusitania y Beturia (Ramírez Sádaba, 1994) y entre la Bética y la Vettonia (Álvarez-Sanchís, 2003: 325), pues Plinio (III,14) la incluye entre las celtitas de la Bética y Ptolomeo (II,5,7) la considera vettona y hasta la Mirobriga túrdula (Plin. NH. III,14, Ptol. II,4,10, Tovar, 1974: 96).

Los Vettones septentrionales incluirían Mirobriga (Ciudad Rodrigo) e Urunia (Irueña, en Fuenteguinaldo), que controlarían el valle del Águeda y el Campo de Argañán, quizás los Lancienses Trascudani, en el Valle del Côa, los Lancienses Oppidani (Ptol. II,5,7), probablemente en las estribaciones occidentales de la Sierra de Gata o en la Sierra de la Estrella, ya en Portugal en contacto con los Lusitanos, Sentice (quizás en Dueña de Abajo, Pedrosillo de los Aires, al Sur de Salamanca?), Salmantica, que controlaría el Bajo Tormes y el Campo Charro y, quizás, La Armuña, y Bletissama, cabeza del llamado Campo de Ledesma, más los Polibedenses (quizás en la zona del río Huebra y Yecla, Salamanca). La zona más oriental ofrece su propia personalidad con los oppida de la Sierra de Ávila y el Valle del Amblés, que debió

Más difícil es trazar sus límites occidentales, pero debieron extenderse por la parte oriental de

Lama quizás corresponda al importante castro del Berrocalillo (Rio-Miranda e Iglesias, 2003), que controla el Valle del Jerte y el importante nudo de comunicaciones que supone su unión con la Vía de la Plata y el paso hacia la Vera.

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Martín Almagro-Gorbea

Alonso, 2003: 124, 293), Lancia Oppidana (García Alonso, 2003: 119), Ocelon (Sánchez Moreno, 2000: 36, García Alonso, 2003: 121), Mirobriga (TIR J-29: 74, García Alonso, 2003: 98, etc.) y Sentice (TIR K-30: 210, García Alonso, 2003: 272-ss.), por lo que se relacionan con elementos culturales de origen celtibérico, como el rito de cremación en urna, la estructura gentilicia documentada por los genitivos de plural, nuevas armas y elementos de estatus, como las fíbulas de caballito (Almagro-Gorbea y Torres, 1999: 57-ss.) y nuevas divinidades, como Vaelicus y Ataecina (Olivares, 2001). También el etnónimo Vettones corresponde a gentes de estirpe “celtibérica”, que debieron imponerse sobre el variado mosaico de pueblos preexistente a juzgar por los populi que conformaban la etnia vettona (Almagro-Gorbea, 2009)3.

la provincia de Cáceres hasta la penillanura cacereña, en la que estarían en contacto con los Lusitanos, con una variación cultural apenas perceptible, produciéndose fenómenos de interetnicidad, como se constata en Arroyo de la Luz, donde han aparecido dos inscripciones lusitanas y también un característico verraco vettón. Además, Vettones y Lusitanos debieron tener una fuerte afinidad de substrato, lo que hace más difícil trazar sus límites, que debieron cambiar con el tiempo, pues las cerámicas a peine parecen detenerse hacia el río Almonte (Álvarez-Sanchís, 2003: fig. 143a), mientras que los verracos llegaron hasta el río Salor, lo que indica el control de toda la Penillanura Cacereña (id., fig. 86 y 143b). Además, Ptolomeo (II,5,3 y 5,7) incluye Cauria (Coria), Norba Cesarea (Cáceres) y Metellinum (Medellín) en la Lusitania, lo que pudiera reflejar cambios ocurridos ya bajo la dominación romana.

Tampoco hay que olvidar que algunas poblaciones vettonas meridionales ofrecen nombres conio-tartesios, como Lacimurgi o Laconimurgi (García Alonso, 2003: 124, Almagro-Gorbea et al., 2008) y tartesios, como Lippos y Lacipaea (ibidem), hecho que indica la expansión de los Vettones hacia áreas meridionales colonizadas por tartesios en los siglos VII y VI a.C.. También existen importantes poblaciones cuyo nombre antiguo es desconocido, como El Berrueco, que se ha querido identificar con Ocelon, Sanchorreja, El Raso de Candelada y los castros del Yeltes y el Huebra, quizás pertenecientes a los citados Polibedenses4.

La aguda observación de Plinio de que los Célticos se diferenciaban por sus sacra, lengua y nombres de sus oppida también permite distinguir en la Vettonia los elementos del substrato próximo a los Lusitanios de los llegados de la Celtiberia. De los etnónimos Vettones, unos corresponden al substrato originario de la Edad del Bronce, afín al “lusitano” o “proto-celta”, al que debió añadirse una creciente incorporación de elementos celtíberos. Vettones de nombre proto-céltico son Bletisa o Bletisama (TIR K-29: 32), Capara (García Alonso, 2003: 123), Lama (García Alonso, 2003: 125), Obila (García Alonso, 2003: 125), los Polibedenses (Tovar, 1976: 248), Salmantica o Helmantica (Tovar, 1976: 245-ss., García Alonso, 2003: 120), Turgalium (Tovar, 1976: 234), Urania y Ulaca (Ruiz Zapatero, 2005), que ha conservado hasta hoy su nombre prerromano, lo que no excluye que fuera la antigua Deobriga, de situación desconocida (Álvarez-Sanchís, 2003: 120, n. 97).

La onomástica de los Vettones ofrece un panorama parecido al de su toponimia. Hay antropónimos propios, como Pellus, Tancinus (Untermann, 1965: 146, 170-ss.), otros utilizados en la Vettonia que son Lusitanos, pues se extienden hasta el Sur de la Gallaecia, como Albinus, Albura, Boutius, Camalus, Vegetus, etc. (id., 47-ss., 49-ss., 72-ss., 85-ss., 185-ss.), lo que confirma las interrelaciones entre estas tierras del Occidente de Hispania. Otros nombres, como Doviterus, Pintamos, Reburrus, Turaius, Vironus, son comunes con los Astures y Vacceos (id., 106-ss., 147-ss., 155-ss.,

Otros nombres pueden considerarse propiamente célticos, como Augustobriga (García Alonso, 2003: 121, 296), Caesarobriga, Cottaeobriga (García Alonso, 2003: 119), Deobriga (García

3 Vettones es un etnónimo de muy probable etimología céltica, que se ha relacionado con la raíz *wegh-, “mover”, por lo que significaría “Los que se mueven”, “Los nómadas”, aunque Tito Livio (XXXV,7,6) ofrece la versión Vectones, que derivaría de la raíz *vek-ti-, *uiktâ, “lucha” y *veik-, “fuerza hostil”, “energía hostil” (Pokorny, 1958: 1128). Los nombres derivados de esta raíz son frecuentes en la antroponimia celta, pero no en Hispania (Albertos, 1966: 244), salvo Vetto, cognomen que se concentra precisamente en Extremadura (Abascal, 1994: 543-ss., AA.VV, 2003: 339, mapa 324, Almagro-Gorbea, 2008). 4 También existe una población de nombre romano, Manliana (¿Santibañez el Bajo?, Valle del Alagón; cf. García Alonso, 2003: 123), indicio de la romanización de los Vettones en época de Ptolomeo.

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Lusitanos y Vettones

177-ss., 191-ss.), Magilus, con los Vacceos (id., 131ss.). Por el contrario, la elevada presencia de los antropónimos como Ambatus y Celtius confirma la celtización señalada: Ambatus (id., 51-ss.) resulta frecuente en Vettonia, pero no en Lusitania, donde es más característico el nombre Celsius (id., 98-ss.), que indicaría la presencia de celtas y, al mismo tiempo, su distinción de los Lusitanos locales menos celtizados y también son comunes con otros pueblos de la Meseta Ablondus, Acco, Ambatus, Amma, Capito (id., 41-ss., 43-ss., 51-ss., 53-ss., 89-ss.).

jo portugués y la Baja Extremadura española, en la segunda mitad del siglo V a.C. (Almagro-Gorbea et al., 2008).

El substrato cultural. Los Lusitanos constituyen una de las etnias más interesantes de Europa Occidental, no tanto por su cultura material, sino por la pervivencia de elementos muy arcaicos, entre ellos su lengua, en la ‘isla cultural’ que constituye el finis terrae de la Antigüedad que era el Occidente de Hispania. En esta zona los cambios culturales y lingüísticos se producen de forma más espaciada, por lo que se detectan mejor que en las zonas centrales, de mayor dinamismo y evolución y cambio más complejos5. El interés de estas ‘islas culturales’ en los estudios de Protohistoria de Europa es evidente, aunque requieren un trabajo interdisciplinar de Lingüística, Historia escrita y Etnohistoria, Antropología y Paleogenética. El arcaísmo de la lengua ‘lusitana’, apenas documentada por 5 inscripciones y alguna palabra suelta en inscripciones latinas (Prósper, 2002, Carneiro et al., 2008), es clave para comprender el origen de las lenguas indoeuropeas de Europa Occidental, dada su situación intermedia entre las lenguas celtas e itálicas, lo que denota su proximidad a un antiguo estrato indoeuropeo. Este hecho lo confirman referencias de Posidonios, Estrabón y otros autores clásicos sobre la ‘arcaica’ sociedad lusitana, que mantuvo tradiciones que hoy se deben atribuir a la Edad del Bronce, hecho casi sin parangón en la Europa Occidental. El mismo panorama confirma su religión, con elementos anteriores a la religión celta de la Edad del Hierro, ya que refleja un estadio arcaico de la religión indoeuropea de Europa Occidental del que arrancan la religión celta e itálica en un proceso similar al que reflejan la lengua.

Con la frontera que indican los antropónimos coinciden los genitivos de plural de los “motes” familiares gentilicios (Almagro-Gorbea, 1999), que indican la descendencia de un antepasado común que identificaba a todos sus descendientes durante varias generaciones (González, 1986, Beltrán, 1988). Los gentilicios más occidentales aparecen en Villar de Pedroso del Campo Arañuelo, Villar de Plasencia y Cerezo, en el Alto Alagón (Olivares, 2001: 61), en la Vettonia oriental, pero no alcanzan Lusitania ni Gallaecia. En consecuencia, aunque la antroponimia no revela directamente la lengua hablada, Vettones y Lusitanos debieron hablar lenguas emparentadas con el “Lusitano” (Tovar, 1985, Gorrochategui, 1987, Prosper 2002), aunque los Vettones ofrecen un proceso de celtización progresiva a partir del siglo V a.C.. Los límites de los Vettones se pueden confirmar con los datos que ofrece la arqueología, gracias a la dispersión de las características esculturas zoomorfas de “verracos” (Álvarez-Sanchís, 2003) y con sus características “cerámicas a peine” (id., 83-ss.), que denotan relaciones estrechas con otros pueblos del Valle del Duero, como Vacceos e, incluso, Celtíberos (Ruiz Zapatero y Álvarez-Sanchís, 2002). Estos materiales indican el progresivo avance de los Vettones hacia el Oeste y el Sur a lo largo del tiempo, seguramente relacionado con la presión de los Celtici (Berrocal, 1993), quienes, según indica expresamente Plinio (III,13-14: Celticos a Celtiberos ex Lusitania advenisse manifestum est sacris, lingua, oppidorum vocabulis, quae congnominibus in Betica distinguuntur…), eran originarios de la Celtiberia y, a través de Lusitania, llegaron a establecerse en la Beturia, situada entre el Alente-

Esta región geográfica ofrece un substrato socio-cultural del Bronce Atlántico (Ruiz-Gálvez, 1998, Cunliffe, 2001), con una economía ganadera arcaica de guerreros-pastores indoeuropeos, basada en la defensa de los ganados, el control de vías y zonas de pastos y la producción metalúrgica de estaño y oro.

5 La tendencia retardataria de las áreas ocupadas por los Lusitanos no es exclusiva de la Antigüedad, pues Martín Dumiense (De correct. rust.) indica cómo en esta ‘isla cultural’ se conservaban en la Edad Media costumbres muy arcaicas, hasta el drástico cambio impuesto por la mecanización del campo, la televisión y la emigración, con la consiguiente apertura al exterior y ruptura cultural.

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Martín Almagro-Gorbea

La secuencia cultural (Vilaça, 1995, Cardoso, 2007: 325ss.) indica la perduración de elementos campaniformes a inicios del II milenio a.C., como alabardas tipo ‘Carrapatas’ y espadas de lengüeta plana, armas documentadas en depósitos rituales en rocas, cuevas y aguas y en estelas de jefes ‘heroizados’. Al desaparecer las fortificaciones calcolíticas hasta el Duero (Cardoso, 2007: 266-ss.) se supone una ocupación discontinua del territorio, como en otras culturas atlánticas de la Edad del Bronce, que debió iniciarse en el Campaniforme. Existen tumbas en cista de tradición campaniforme (id., 320-ss.), pero los ritos funerarios, mal conocidos como en otras regiones atlánticas, pudieran relacionarse con bronces depositados en las aguas (Torbrügger, 1971, Bradley, 1990, Ruiz-Gálvez, ed., 1995: 25-ss., Vilaça, 2006), hasta que, en la segunda mitad del II milenio a.C., aparece el rito de cremación.

a medida del avance de Roma de Sur a Norte. Los Lusitanos meridionales, más próximos al mundo urbano por su contacto con los tartesios, ofrecen las primeras desigualdades sociales transmitidas por herencia, como documentan los tesoros argénteos, indicio de la formación de una élite plutocrática, como Astolpas, el rico suegro de Viriato (Diod. 33,7) y surgen ‘caudillos estatales’, como Cauceno o Viriato (vid. infra), capaces de organizar ejércitos numerosos. Pero en el Noroeste, la Gallaecia mantuvo su arcaísmo hasta la Romanización en época imperial, cuando la Cultura Castreña alcanza su auge económico y su apogeo, tras generalizarse el hierro, el torno de alfarero y aparecer territorios jerarquizados en torno a poblados centrales proto-urbanos, las citanias o cibdades, equivalentes a los oppida de la Meseta (da Silva, 1986: 33-ss, Almagro-Gorbea, 1994: 41-ss.), a los que se asocian las estatuas de guerreros ‘galaico-lusitanos’ (da Silva, 1986: 291-ss., Schattner, ed., 2003) y los primeros santuarios domésticos (da Silva, 1986: 299, lám. 22 y 132), que documentan la llegada del sistema gentilicio.

A fines del II milenio a.C. aparecen los más antiguos ‘castros’ que indican asentamientos en altura para proteger viviendas familiares (Martins y Jorge, 1992, Vilaça, 1995) y controlar el territorio, reducido al valle circundante y sus vías de comunicación, con una organización social simple pero jerarquizada (Almagro-Gorbea, 1994: 20-ss.). Este cambio supone una ocupación más estable del territorio y una creciente presión demográfica y mayor conflictividad para controlar pastos y los recursos metalúrgicos de los intercambios atlánticos (Vilaça, 1995, id., 2007), economía que favorecía la organización social jerarquizada que evidencian las estelas de guerreros (Celestino, 2001) con objetos de prestigio, como armas y elementos de banquete (Almagro-Gorbea, 1998).

A pesar de su relativo aislamiento, a inicios de la Edad del Bronce aparecen estelas antropomorfas que monumentalizan un nuevo concepto del poder y reflejan una concepción mítica del antepasado heroizado, como la de Longroiva (Almagro, 1966: 109, Cardoso, 2007: fig. 260) y otras de tipo atlántico, como las de Chaves y Faiôes (Almeida y Jorge, 1980), Bouça (Sanches y Jorge, 1987: 80), San Joâo de Ver (Jorge y Jorge, 1987), San Martinho (Ferreira, 2004: 159-166) y las de la zona del Sur de Salamanca (AlmagroGorbea, 1994: f. 1). Esta ideología de guerreros heroizados prosigue y dio origen a los ejemplares más antiguos de las estelas de guerrero del Suroeste, que aparecen en la Beira interior. Las estelas de Fóios y Baraçal (Curado, 1984, id. 1986, Gomes, 1995), junto a la de Meimâo en la zona de Riba-Côa (Almagro, 1966: f. 32), indican la extensión de este elemento tan representativo desde Lusitania hacia áreas meridionales de Extremadura y el Suroeste (Galán, 1993: f. 5). Las estelas más antiguas ofrecen escudo de escotadura en V entre espada y lanza (Almagro-Gorbea, 1977: 163-ss.) y la de Baraçal (Curado, 1984, Cardoso, 2007: fig. 320) está tallada en relieve, como las losas alentejanas (Schubart, 1975), mientras que la de Fóios (Curado, 1986) ofrece una espada de un solo filo y un escudo de escotadura en U que acentúa su personalidad.

A partir de la Edad del Hierro, en la primera mitad del I milenio a.C., desaparece la circulación de objetos del Bronce Atlántico y se consolida la Cultura Castreña (da Silva, 2007; etc.), al mismo tiempo que aumentan los contactos mediterráneos por la Vía de la Plata en el interior y por vía marítima atlántica, contactos que facilitan en áreas periféricas, como el Occidente de la Meseta, la etnogénesis de los Vettones, y en las costas atlánticas y el valle del Guadiana, habitado por los Conios, la colonización tartesia (Almagro-Gorbea et al., 2008). La arqueología confirma la continuidad y aislamiento relativo del hábitat lusitano castreño, que mantuvo una lengua primitiva el ‘Lusitano’ y costumbres, estructuras sociales y creencias de gran arcaísmo recogidas por Posidonios y transmitidas por Estrabón (III,3,7), situación que cambia a partir del siglo II a.C., 22


Lusitanos y Vettones

Las innovaciones metalúrgicas ofrecen nuevas armas e instrumentos, como hachas y azuelas (Monteagudo, 1977, Senna-Martínez, 1995) y cerámica de tipo Alpiarça (Senna-Martínez, 1993b, Vilaça, 1995: l. 113-ss., 139, 225). A fines del II milenio a.C. llegan estímulos proto-orientalizantes, que introducen asadores articulados, fíbulas de codo y cuchillos de hierro (Almagro-Gorbea, 1998, Vilaça, 2007), mientras que posteriormente llegan fíbulas de doble resorte y cerámicas de retícula bruñida interna (Vilaça, 1995: f. 40) y pintadas de tipo ‘Carambolo’ (id., f. 41), aunque faltan las de tipo ‘Medellín’, que sí penetran hasta la zona de Ledesma (Benet et al., 1991) siguiendo la Vía de la Plata, lo que indica el aislamiento de la Lusitania entre la costa abierta a los contactos atlánticos y la Meseta abierta por la Vía de la Plata al Golfo de Cádiz (Almagro-Gorbea, 2008, id. et al., 2008).

Estas gentes castreñas lusitanas (da Silva, 1986: 267-ss., Almagro-Gorbea, 1993) explotaban la tierra y la ganadería según una tradición comunal desde la Edad del Bronce, como los Vacceos (Diod. V,34,3) y otras comunidades tradicionales de la Península Ibérica (Costa, 1981: 339-ss.), en especial de las áreas occidentales, como el Campo de Aliste (Zamora), donde los terrenos laborables se trabajaban comunalmente, haciendo una rozada anual (Costa, 1983: 147-ss.), en la que hombres y mujeres araban, segaban y pastoreaban, según la tradición de este antiguo substrato cultural proto-céltico (Almagro-Gorbea, 1993: 141-ss.)6. Estas costumbres ancestrales, basadas en la propiedad común de las tierras distribuidas por sorteos periódicos (d’Arbois de Juvainville, 1887), son comparables a las documentadas en otros pueblos indoeuropeos, como dorios (MacDowell, 1986: 89-ss.), los celtas de Irlanda (Meitzen, 1895: 214-ss.), Escocia y Gales (id., 211), el mir de los eslavos (Costa, 1983: 173-174), los germanos, organizados por clanes y parentelas (César, b.G. 6,22,2: gentibus cognatibusque), sistema anterior a los clanes gentilicios y a la propiedad privada de la tierra.

Los Lusitanos forman parte de un substrato atlántico común con los Vettones, Vacceos y Astures de las tierras meseteñas y, en especial, con los ‘Galaicos’ del Norte del Duero, considerados parte de la Lusitania como da a entender Estrabón (III,3,3) y confirman la Arqueología y la Lingüística. Sin embargo, a estas tierras lusitanas apenas llegan cerámicas de Cogotas I de la Meseta (Abarquero, 2005: 203-ss. fig. 89), ni de Soto de Medinilla en el Bronce Final e inicios del Hierro (Romero Carnicero et al., 1993), ni las posteriores cerámicas a peine que alcanzan Zamora y Salamanca (Ruiz Zapatero y Álvarez-Sanchís, 2002), ni los verracos, que caracterizan a los Vettones y penetran por Trás-os-Montes (Álvarez-Sanchís, 2003), lo que indica una frontera etno-cultural entre Vacceos y Lusitanos muy antigua, que se mantuvo hasta los últimos siglos a.C., pues tampoco penetran las fíbulas de caballito extendidas por toda la Meseta y Extremadura relacionadas con la expansión celtibérica y el desarrollo del sistema gentilicio (Almagro-Gorbea y Torres, 1999). Sin embargo, los tesoros de Guiães y Monsanto de Beira en el siglo II a.C. evidencian influjos de los tesoros vacceos de plata (Delibes et al., 1996), pero los tesoros de Chão de Lamas y Viseu, aunque parecen vinculados al Noroeste (Raddatz, 1969: l. 93, 2), ofrecen su propia personalidad, por lo que constituyen un grupo de ‘argentería lusitana’ al que cabe atribuir también la interesante fíbula de Monsanto de Beira (Raddatz, 1969: 279, lám. 94, Ferreira, 2004: 169, nº 82).

Las mujeres hacían la labor de la casa y del campo (Estrabón III,4,17), como entre los Cántabros, cuyas hijas recibían la herencia (la casa y el huerto), mientras los hombres, la dote (el ganado y aperos), sistema que recuerda el de los Pictos, entre los que la herencia se transmitía a través de las mujeres y no de los hombres (d’Arbois de Juvainville, 1981: 173). Este contexto, erróneamente considerado como matriarcado, lo precisa Justino (44,3,7): feminae res domesticas agrorumque administrant, ipsi armis rapinis serviunt (las mujeres se ocupan de la tierra y la casa mientras que los hombres se dedican a la guerra y las razzias), lo que permite reconstruir la división de funciones entre hombre y mujer en aquella sociedad de pastores-guerreros, en la que la actividad varonil era la ganadería, la caza, la guerra y las razzias de ganado, como en otras culturas célticas arcaicas, como los fionna de los poemas épicos irlandeses (McCone, 1986). Este contexto explica la alusión al origo de los Lusitano-Galaicos, claramente diferenciado del mundo celtibérico y sus zonas de influencia. Untermann

6 También en Entrerríos, a orillas del Limia, el concejo de vecinos ejercía la ganadería en común por el sistema de vecera y los campos se “distribuyen en suertes cada año entre las familias, sembrando y recolectando en común, dividiéndose el producto de cada suerte, lo que parece ser continuidad del régimen agrario vacceo” (Costa, 1983: 151).

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Martín Almagro-Gorbea

primitivas curias de Roma. Apiano (Ib. 71), Diodoro (33,21) y Estrabón (III,3,7) refieren que los guerreros realizaban juegos gimnásticos, combates rituales y en la guerra “cantan peanes cuando atacan” (Diod. V,34), como los lacedemonios (Tucíd. 5,69,2; 5,70), los curetes de Creta, los salios de Roma y Veyes (Aen. 7, 723-4), los guerreros de la India védica (Brelich, 1962: 34), etc., cánticos conservados en ritos de iniciación (Jeanmaire, 1939, Brelich, 1962: 53). Estrabón transmite su anacrónica panoplia, formada por una pequeña rodela cóncava sin abrazadera ni asa, corazas de lino, cascos de cuero, puñal y dardos, haciendo explícita referencia a lanzas “con puntas de bronce”, (Strab. III,3,6: tinès dè dórati chrôntai ‘epidoratídes dè chálkeai), que confirma la perduración de estas costumbres de la Edad del Bronce en ritos iniciáticos, como los salios de Roma (Martínez Pinna, 1981: 128-ss.). La lanza sería su arma esencial, como entre dorios (de dôry, asta), lacedemonios (Tirteo, frag. 5,6 y 19,13 W), que sólo cuando ésta se rompía usaban la espada (id. 11,30 y 34; Herod. 7,225,3), quirites romanos (MassaPairault, 1986: 31-ss.), ióvies òstatir (iuvenes hastati o ‘jóvenes lanceros’) de Gubio (Prosdocimi, 1984: VIIa, 49-50, 212-213) o gaesati celtas (de gaesum, lanza), uso que explica topónimos y etnónimos hispanos como Lancia (Floro, Epit. II,33), Lancienses astures (Plin. IV,118) y Lancienses Oppidani y Transcudani (Alarcão, 2001: 295-ss.), derivados de lancea, palabra de origen celta hispano (‘lusitano’), según indica Varrón (ll. XV,30,7).

(1987) señaló una teórica línea de Mérida a Astorga que marca una frontera: al oriente aparecen genitivos de plural (González, 1986, Beltrán, 1988) de ‘gentilicios’ o epítetos de clanes familiares (Almagro-Gorbea, 1994: 50), mientras que al Occidente aparece el signo), cuya interpretación más verosímil es la de los castella7 o castros que articulaban la sociedad y su territorio, bien documentados por la Arqueología (Albertos, 1975, id. 1988, Pereira, 1982, Carballo, 1993, Almagro-Gorbea, 1994), protegidos por sus propias divinidades específicas, como Aetobrigus, Lanobrigae o Band(ua) Araugel(ensis), representada como Fortuna-Tyché, por ser la divinidad de toda la colectividad (Blanco, 1959, de Hoz, 1986: 39-ss., García Fernández-Albalat, 1990: 112-ss., 123-ss.). En consecuencia, la citada distinción onomástica confirma la diferente organización social del substrato ‘proto-celta’ conservado en el Occidente respecto a las poblaciones ‘celtiberizadas’ que se extendieron paulatinamente por toda la Hispania indoeuropea desde las altas tierras del Oriente de la Meseta y el Sistema Ibérico (Almagro-Gorbea, 1992: 390-ss., Almagro-Gorbea y Lorrio, 1987: 115). Estas gentes ofrecían una primitiva estructura guerrera de base pastoril, con castros fortificados y pequeñas bandas de guerreros dedicados al pillaje. Los conflictos serían entre poblados vecinos, resueltos por medio de emboscadas y guerrillas, junto a la lucha de campeones que evidencian espadas como las de Castelo Bom, Guarda (Nunes y Rodríguez, 1957) o Vila Mayor, Sabugal (Coffyn, 1985: f. 11,1), que indican que el combate individual estaba generalizado al inicio del Bronce Final.

Los jóvenes en edad militar, la iuventus, formaban grupos dedicados a la caza, la razzia y la guerra (Diodoro V,34,6) en territorios alejados de su poblado para probar su valor antes de ser admitidos en la sociedad, además de servir para regular el excedente demográfico y permitir el enriquecimiento personal con el botín, generalmente ganado. Estas fratrías guerreras (García Fernández-Albalat, 1990, Ciprés, 1990, Peralta, 1991), practicaban una vida de latrones, con ritos iniciáticos y costumbres como el ver sacrum y las razzias, como Rómulo y Remo y Caeculus en el antiguo Lacio, forma de vida propia de sociedades pastoriles-guerreras preurbanas. Diodoro (V,34,6) precisa que “los que en edad viril carecen de fortuna y destacan por su fuerza física y valor ... con las armas se reúnen en las montañas y forman ejércitos, recorren Iberia y amontonan riquezas por

Esta sociedad guerrera conservaría costumbres ancestrales, como estar organizada en clases de edad y en fratrías, estructura social que implicaba también la diferenciación de roles por sexos y explica que conservara tradiciones rituales de origen indoeuropeo, como las ‘saunas’ y ritos vinculados a peñas y depósitos de armas procedentes del substrato cultural atlántico. Su ideología y vida guerrera la compara Estrabón (III,3,6) con la de los lacedemonios, pues comían por orden de edad y timé o prestigio (Str. III,3,7), como los galos (Ateneo 4,152), rito de convivialidad que trasluce clases de edad, como los dorios en Grecia (MacDowell, 1986: 113-ss.) y las

7 Este signo) también se ha considerado alusión a las cognationes o syngéneia, grupos de parentesco matrilineales documentados por Estrabón (III,3,7 y III,4,17.18) y por inscripciones (da Silva, 1986: 267-ss., Pereira 1993, Rodríguez Colmenero, 1997: 181-ss.).

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Lusitanos y Vettones

medio del robo” y Estrabón (III,3,5) señala que “en la región entre el Tajo y el país de los Ártabros (Lusitania) habitan unas treinta tribus... la mayor parte de éstas han renunciado a vivir de la tierra y se dedican al pillaje, luchando constantemente entre sí y cruzando el Tajo para atacar a pueblos vecinos”, siendo su zona de correrías las regiones occidentales, Beturia, Vettonia y Gallaecia (Ap. Ib. 56-57, 67-70; Orosio 5,5,12), hasta que Roma acabó con su género de vida. Su carácter primitivo explica su resistencia al mundo más civilizado, aunque las áreas rurales mantuvieron su cultura más allá del Imperio Romano, como evidencia el testimonio de San Martín de Braga (De correc. rust.), pues algunas formas de vida han perdurado desde época medieval hasta nuestros días, como lo testimonian los ritos en determinadas peñas originarios del mundo proto-celta mantenidos hasta la actualidad (vid. infra).

El Lusitano es una lengua indoeuropea occidental antigua, diferente de las lenguas célticas conocidas y más próxima a las itálicas. Conserva la p- inicial, procedente de *p- indoeuropea, que la diferencia de las lenguas celtas s.e. por ser un arcaísmo anterior a la pérdida de la /p/ inicial e intervocálica en las lenguas celtas, pinicial que subsiste en el topónimo páramo (Untermann, 1997a, Ballester, 2004), en hidrónimos como Palantia o Pisoraca, en etnónimos como los Paesuri y Pallantienses Lusitanos, los Praestamarici Galaicos, los Polibedenses y Bletissama entre los Vettones, los Pelendones entre los Celtíberos y en antropónimos como Pintius-Pintamus o Pissoracus (Untermann, 1965: 19, Albertos, 1983: 867-ss., Villar, 1994) y en el teónimo lusitano Pala (id., 1995, Prósper, 2002: 43-ss.). Además, el Lusitano ha perdido la semivocal w > Ø ante vocal (*owila > *ovila > *ofila > *ohila > oila ‘oveja’) como el antiguo Irlandés, lo que no ocurre en Celtibérico y lo aproxima al mundo atlántico. Además, el Lusitano se relaciona con lenguas itálicas por la etimología de teónimos y vocablos como Cossue (Consus latín), Segia (Seia latín), Iovea(i) (Iovia en marrucino), Pala (Pales latina), comaiam (gomia, umbro), porcom (cerdo, en latín porcum), taurom (toro, en latín taurum), oila<*owila (oveja, en latín ovis, ovicula), además del ablativo en -id y la copulativa arcaica inde (Villar, 1995, Prosper, 2002: 355-ss.).

Este tipo de organización guerrera pregentilicia es comparable a las fratrías de otros pueblos indoeuropeos (Benveniste, 1969, 1: 222-ss., McCone, 1986, id. 1987) originarias de la Edad del Bronce y anteriores a la organización urbana, cuya tradición pervivió en el campo ritual e iniciático (Almagro-Gorbea y Álvarez-Sanchís, 1993). Guerreros de este tipo eran los Harii germanos (Tac. Germ. 43) y la épica celta describe bandas de guerreros infernales, como los sihsluagh, dependientes de Lug y de Ogmios, divinidades relacionadas con el Más Allá y los fianna del Ciclo de Finn, el más antiguo de la épica irlandesa, anterior a la realeza (McCone, 1986, García Fernández-Albalat, 1990: 207-ss.). Estas fratrías o bandas estarían dirigidas por un jefe carismático o dux (id., 1990: 109-ss.), el individuo más poderoso, dotado de propiedades heroicas sobrenaturales como los guerreros representados en las estelas lusitanas y el mismo Fionn, jefe de los fionna, héroe de infancia extraordinaria relacionado con el sidh o Más Allá, desposado con la Tierra y dotado de fuerzas mágicas. Al dux se unían por la devotio (Ap., Ib. 71; Livio 25,17,4; id. 38,21), documentada entre los Vettones (Ap., Ib. 56-57, 67-69), tradición característica de este substrato que perdura hasta Viriato (García Fernández-Albalat, 1990: 238-ss.) y Sertorio (Etienne, 1974).

Por ello, la clasificación del Lusitano es controvertida. Unos lingüistas la excluyen de las lenguas celtas al considerar que Lusitano y Celta serían lenguas indoeuropeas próximas y hermanas (Tovar, 1960: 112-ss., id. 1985, Schmidt, 1985, de Hoz, 1983, Gorrochategui, 1987, Villar, 1991, Prósper, 2002, de Bernardo, 2002). Pero otros autores la consideran céltica (Untermann, 1987: 67-ss., id., 1997a, Prosdocimi, 1989, Ballester, 2004), lo que avala la etimología de los antropónimos, topónimos y teónimos y el carácter celta de los pueblos indoeuropeos de Occidente. Además, este substrato lingüístico se extiende por un amplio cuadrante NW de Hispania en coincidencia con otros elementos culturales como depósitos de bronces en ríos y peñas rituales, lo que indica un mismo sistema cultural ya establecido en la Edad del Bronce, que cabe considerar como ‘protocéltico’.

La personalidad de la Lusitania la confirman los datos lingüísticos. El ‘Lusitano’, acertado nombre dado a su lengua, se documenta en cinco inscripciones en alfabeto latino de época romana halladas en Arranches, Arroyo de la Luz, Cabeço das Fraguas y Lamas de Moledo, más otros raros testimonios, como las de Fonte do Idolo de Braga y Monsanto de Ribeira (vid. supra).

La personalidad de los Lusitanos la confirman sus antropónimos (vid. supra), pero, además, los nombres extendidos desde Celtiberia a la Vettonia 25


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apenas penetran en Lusitania, como Ambatus, Calaetus, Segontius o Tritius (Untermann, 1965, Albertos, 1973, id. 1983, Abascal, 1994, AAVV, 2003), lo que refleja la misma frontera que marca la ausencia en Lusitania de los genitivos de plural (González, 1986, Almagro-Gorbea, 1993: f. 6B) y las fíbulas de caballito (Almagro-Gorbea y Torres, 1999) de las élites gentilicias celtibéricas.

Pala, Trebaruna, etc,. La inscripción de Cabeço das Fráguas9 recoge un antiguo ritual ancestral muy arcaico, comparable al suoevetaurilium romano y al sautramani indio, inscripción situada en la cumbre de un castro amurallado en un elevado cerro granítico con una cueva para ritos iniciáticos (Pires, 1995: 9293), que recuerda el caso de Ulaca entre los Vettones (Álvarez-Sanchís, 2003).

La relación entre todos estos elementos culturales indica que los Lusitanos proceden de un arcaico substrato indoeuropeo común a celtas e itálicos que debió diferenciarse en fecha muy antigua, probablemente en el III milenio a.C., antes de la formación de las restantes lenguas célticas, lo que explicaría los elementos celtas e itálicos comunes que ofrece y su carácter indoeuropeo arcaico, conservado hasta la romanización en las aisladas regiones occidentales de Hispania, sin llegar a ser eliminada por la expansión de la Cultura Celtibérica8.

Sin embargo, los ritos funerarios lusitanos apenas se conocen (Cardoso, 2007: 383-ss.), como es característico en este substrato ideológico, frente a la cremación de los Campos de Urnas y las culturas celtibéricas (Lorrio, 2005), aunque en Occidente se documentan algunos casos anteriores (Cruz, 1997, Cardoso, 2007: 388-ss.). Dichos ritos funerarios se podrían relacionar con divinidades acuáticas y depósitos de armas en las aguas (Ruiz-Gálvez, 1995: 25ss., Almagro-Gorbea, 1996), propias del substrato atlántico (Torbrügge, 1971, Bradley, 1990), que perduraron hasta época romana (Suetonio, Galba, 7,12), pues el agua era el acceso al Más Allá (Almagro-Gorbea y Gran Aymerich, 1991: 219-ss., Green, 1992: 223-ss.), lo que explica mitos como el río del Olvido (Limia), considerado el paso al Infierno (Strab. III,3,5; Sil.It. 1,236; id. 16,476-7; Liv. Per. 55; Floro, 1,33,12; Ap. Ib. 74; Plut. Quest. Rom. 34; Plin. N.H. 4,115; etc.).

A este substrato corresponde también una religión indoeuropea muy arcaica, cuyos elementos se relacionan con la religión celta y algunos teónimos y ritos, con la itálica. Sus divinidades eran muy primitivas, pues parecen numeres bi- o asexuados que suponen una concepción pre-antropomorfa característica de los dioses celtas (Kruta, 2000: 575). Sus testimonios epigráficos, en ocasiones en santuarios rupestres, aparecen al Occidente de la línea Astorga-Mérida (Untermann, 1985, id. 1987, Olivares, 2002, Prósper, 2002) y entre ellos cabe señalar a Bandua, Cossus, Navia, Coronus, Reve,

También son característicos de dicho substrato religioso ritos relacionados con peñas, como ‘altares’ de tipo Ulaca (Almagro-Gorbea y Jiménez, 2000) (Fig. 6), ‘saunas’ (Fig. 7), que confirman la referencia de

Figura 6. Altares rupestres de Rocha da Mina (Redondo, Évora) y de Ulaca (Ávila). Esta hipótesis explicaría la perduración en la Meseta de algunos elementos de dicho substrato, como ritos en peñas, saunas, topónimos, etnónimos y antropónimos en P-, etc., y permite comprender las afinidades de los pueblos del centro de Hispania, incluidos los Celtíberos, Carpetanos, Vacceos, Turmogos, Vettones, Pelendones y Berones con los del Occidente, Lusitanos y Galaicos y con los del Norte, Astures, Cántabros, Autrigones, Caristios y Bárdulos (Almagro-Gorbea, 1993). 9 oilam Trebopala inde porcom Laebo comaiam iccona Loiminna oilam usseam Trebarune indi taurom ifadem Reue (Tovar, 1985, Prósper, 2002: 41-ss.). 8

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Estrabón (III,3,6) a los ritos iniciáticos guerreros de dichas gentes (Almagro-Gorbea y Álvarez-Sanchís, 1993) y ‘piedras de responsos’ (Fig. 8), relacionadas con los Lares Viales, característicos de la Hispania celta, que ilustran sus creencias en el Más Allá (Almagro-Gorbea, 2006) y que se extienden por todo el cuadrante Noroeste (id., 1996), hasta Axtroki en Guipúzcoa (id., 1974: 87) y Peñalba de Villastar en el Sistema Ibérico (Marco, 1986: 746, lám. 1-4) lo que coincide con los elementos culturales y lingüísticos señalados.

Las fratrías de los Lusitanos conservaban los ritos de iniciación propios de su sociedad guerrera. Estrabón (III,3,6) alude a comidas frugales, como en las curias romanas (D.H. II,23,2) y a baños secos de sudor con piedras candentes seguidos de inmersión en agua fría y de unciones de grasa10, identificados con las ‘pedras formosas’ de la Gallaecia, que llegan hasta Ulaca en la Vettonia (Almagro-Gorbea y Álvarez-Sanchís, 1993). Estos pastores-guerreros también practicaban sacrificios sangrientos. Estrabón (III,3,7) narra que hacían hecatombes y sacrificaban

Figura 7. Saunas rupestres de Tongobriga y de Ulaca.

Figura 8. Peñas onfálicas de ‘Rocha das Enamorados’ (Reguengos) y del ‘Canto de los Responsos’ (Ulaca). Estas prácticas iniciáticas hacían invencible al joven guerrero, como Aquiles al ser bañado por Tetis (Dumézil, 1977: 575) o Cuchúlain, tras su baño iniciático, pues estos baños otorgaban la invulnerabilidad y el furor guerrero, rito que ofrece amplios paralelos en pueblos del Norte y Este de Europa, así como entre itálicos y celtas (Almagro-Gorbea y Álvarez-Sanchís, 1993). 10

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vida ancestrales refractarias al mundo civilizado de la Antigüedad un substrato ‘protocéltico’ que es común a Lusitanos, Galaicos, Vacceos, Vettones, Cántabros, Astures, Turmogos y Pelendones (Almagro-Gorbea, 1992, 1996). La investigación actual de dicho substrato obliga a interpretar conjuntamente datos arqueológicos, lingüísticos, religiosos y las referencias históricas y etno-arqueológicas, pues sólo en conjunto se comprende su sistema cultural y su etnogénesis. La cultura material de dicho substrato refleja tradiciones del Bronce Atlántico y elementos lingüísticos y religiosos de tipo indoeuropeo muy arcaicos, característicos de la Edad del Bronce, a lo que deben su gran personalidad, aunque perdurarán hasta la Edad del Hierro, en algún caso con paralelos en el mundo céltico más evolucionado (Almagro-Gorbea, 1992).

chivos, prisioneros y caballos a una divinidad guerrera que identifica con Ares y que aparece como Marte en la epigrafía romana asociado a las divinidades ancestrales Cossus, Reve, etc. (Encarnaçao, 1975, Olivares, 2002). Estos sacrificios, en ocasiones de prisioneros (Estrabón III,3,6; Plut., Quest.Rom. 88), permitían adivinar el porvenir (Dumiense, De correct. rust. 8), y en Bletisama, Ledesma, se sacrificaba a un hombre y un caballo para firmar la paz (Livio, per. 48; cf. de Hoz, 1986: 48). Este fondo religioso tan primitivo ofrece paralelos en el mundo céltico (García Fernández-Albalat, 1990: 236, 339, 403) e itálico (Prósper, 2002), como confirma su etimología, pero los principales teónimos identificados, como Bandua, Cosus, Navia son de tipo céltico (Unterman, 1985, Olivares, 2002), aunque próximos al fondo religioso indoeuropeo y más arcaicos que los dioses conocidos de los celtas, como Bormanicus, mientras que Toudadicoe (Olivares, 2002: 77-ss. y 94) es un epíteto que se identifica con Teutates, la divinidad suprema de los celtas, asociada a Crougiai¸ que ya Schmoll (1959: 40) interpretó como ‘altar’ por su semejanza con el irlandés crúach.

La secuencia arqueológica del cuadrante Noroeste de Hispania no ofrece indicios de discontinuidad atribuibles a la llegada de nuevas gentes antes de los Campos de Urnas del Noreste, por lo que los elementos indoeuropeos señalados deben considerarse anteriores a dicha cultura, como confirma la relación de su substrato con el Bronce Atlántico. Este hecho descarta movimientos humanos masivos, no documentados en el registro arqueológico, pues apenas se perciben cambios culturales notables a lo largo de la Edad del Bronce. Esta continuidad parece coherente con la pervivencia del substrato indoeuropeo arcaico ‘protocéltico’ en la organización social, la lengua y la religión desde la Edad del Bronce.

Etnogénesis de Lusitanos y Vettones. El análisis comparado de los teóricos procesos de etnogénesis que diferenciaron a Lusitanos de Vettones desde un substrato etno-cultural bastante similar permite plantear interesantes hipótesis sobre su origen. Las características señaladas se relacionan con un mismo sistema cultural, que caracteriza a los Lusitanos, pero hay que avanzar en el problema de su origen y de cuándo y cómo se han indoeuropeizado las regiones atlánticas y, en general, la antigua Hispania.

El culto a las peñas se documenta ya desde el Campaniforme en Peñatú y en Fraga da Pena (Valera, 2007: lám. 5,2-3), en el Bronce Final en Axtroki y en la Edad del Hierro en Ulaca y Peñalba de Villastar, siempre asociado al culto solar (Almagro-Gorbea, 1996a) y también los depósitos de armas en cuevas y peñas aparecen ya en el Bronce Atlántico Antiguo y Medio y prosiguen hasta el Bronce Final en las aguas (Almagro-Gorbea, 1996a, Vilaça, 2006), por lo que su origen se remonta igualmente al Campaniforme, como confirman los depósitos con armas campaniformes evolucionadas, como alabardas de tipo ‘Carrapatas’, puñales, espadas cortas y puntas de Palmela (Harrison, 1974, Almagro-Gorbea, 1976). La misma continuidad y origen ofrecen las estelas de guerrero, cuyos ejemplares más antiguos son del Campaniforme evolucionado, como la de Longroiva (Almagro, 1966: 108, lám. 30, Cardoso, 2007: 337), aunque prosigan a lo largo de toda la Edad del Bronce, en la que documentan la continuidad y evolución de las élites guerreras (Vilaça, 1995: 402-

Arqueología y Lingüística documentan las interesantes características etno-culturales de los pueblos del Occidente (da Silva, 1986, Martins, 1990, Alarcâo, 1992, Martins y Jorge, 1992, Vilaça, 1995), que ya atrajeron en la Antigüedad la atención de Posidonios y Estrabón (III,3), quienes consideraron dichas poblaciones las más primitivas de Hispania, hecho mal interpretado como un tópico (Bermejo, 1983), pues reflejan restos ancestrales de enorme interés para los estudios protohistóricos. Los Lusitano-Galaicos que habitaban las regiones occidentales y otros pueblos del Norte de Hispania, alejados de las corrientes civilizadoras del Mediterráneo, mantuvieron gracias a sus formas de 28


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ss., Almagro-Gorbea, 1997: 208, Celestino, 2001), cuyo origen se remonta al Campaniforme, cuando aparecen las primeras tumbas con ajuar característico de ‘guerrero’. En consecuencia, el origen del substrato cultural lusitano procedería del Campaniforme, lo que explicaría las características de la Edad del Bronce de los elementos analizados.

En el Noroeste de la Península Ibérica el Lusitano, aunque fechado en el siglo I de JC., procede de esta tradición del Bronce Atlántico, que se remonta hasta el Campaniforme, lo que supone que su aparición en la Península Ibérica es anterior al 2000 a.C.. Esa cronología indica que el tronco común celtoitálico del que procede se fecha en el III milenio a.C., c. 2500 a.C., lo que supondría para el Antiguo Europeo una fecha aún anterior, sin precisar más cuando se ha podido desprender del proto-indoeuropeo, aunque parece lógico que fuera antes del 3000 a.C..

Por otra parte, la dispersión de las armas en las aguas y de las peñas rituales desde el Campaniforme coincide con el substrato lingüístico ‘lusitano’ que conservó la p- inicial, como documenta la palabra páramo. Esta coincidencia se repite en las ‘piedras de responsos’ relacionadas con los Lares viales y en las ‘saunas castreñas’ asociadas a ritos iniciáticos de guerreros armados con lanzas de ‘punta de bronce’ (Estrabón III,3,6; cf. Almagro-Gorbea y ÁlvarezSanchís, 1993), coincidencia que confirma que esta estrecha asociación de elementos lingüísticos, ideológicos y sociales señalados corresponde a un mismo sistema cultural muy arcaico cuyos elementos arqueológicos de la Edad del Bronce permiten fechar los lingüísticos, sociales y religiosos asociados.

Los celtas de Irlanda pueden explicarse con una hipótesis semejante. El Irlandés actual procede del Celta Goidélico sin solución de continuidad, documentado desde el siglo V de J.C.. Sin embargo, sus ciclos mitológicos son anteriores y alguno, como el de Cuchúlain hace referencia a yacimientos arqueológicos como Emain Macha, corte del reino del Ulster, documentado desde el Bronce Final, c. 900 a.C. (Raftery, 1994: 75), aunque prosiguió hasta la Edad del Hierro, por lo que los mitos épicos celtas referentes al mismo arrancan, al menos, al Bronce Final Atlántico (1400-700 a.C.). Además, la ausencia de ruptura en la secuencia cultural de Irlanda durante la Edad del Bronce permite sostener que la presencia celta se remonta, al menos, al Bronce Atlántico, c. 1800-1400 a.C. (Waddel, 1995), lo que de nuevo apunta al Campaniforme como tronco ‘protocelta’ común, como ocurre en la Península Ibérica.

El origen de este substrato cultural característico de pleno Bronce Atlántico se rastrea desde el Campaniforme (Gallay, 2001, Kruta, 2000: 123-ss., Brun, 2006, Almagro-Gorbea 2008, e.p.), aunque algunos elementos sólo se documenten en el Bronce Final. Este substrato cultural polimorfo se extiende por todo el cuadrante Noroeste de Hispania, desde el Atlántico hasta el Guadalquivir y el Sistema Ibérico, incluida la Celtiberia, donde aparecen algunos elementos arcaicos en menor proporción por ser restos del substrato en vías de desaparición al desarrollarse la Cultura Celtibérica.

En el Norte de Italia, por el contrario, la presencia de gentes de habla celta se remontaría al Bronce Reciente (c. 1400 a.C.), pues el ‘Leponcio’ (Lejeune, 1971, Prosdocimi, 1989a, Eska, 1998), relacionado con el Celto-ligur, corresponde a la Cultura de Golaseca (900-450 a.C.) de los celtas insubres (Kruta, 2000: 684), que derivan directamente de la Cultura de Canegrate, un grupo de Campos de Urnas desgajado de Europa Central hacia el 14001200 a.C. (De Marinis, 1988, id., 1991). Este hecho confirma el carácter celta de la Cultura de los Campos de Urnas en Centroeuropa y de la Cultura de los Túmulos (1800-1400 a.C.), que constituye su inmediato precedente, así como de las culturas de Hallstatt (750-500 a.C.) y de La Tène (500-50 a.C.), cuya relación con los celtas ya es segura por las referencias de Herodoto y la expansión de los galos, cuya lengua se documenta desde el siglo III a.C. en las Galias y aún antes en Italia. Pero, a su vez, la Cultura de Campos de Urnas (1400-750 a.C.) en Centroeuropa procede sin solución de continuidad, por lo que también esta última se atribuye a celtas

Las características, continuidad y dispersión conjunta de los elementos de este substrato obligan a considerarlo ‘protocelta’ (Almagro-Gorbea, 1996) y explica las afinidades entre los pueblos del Centro, Occidente y Norte de Hispania hasta los procesos de etnogénesis de la Edad del Hierro, cuando pasó a ser absorbido al surgir y expandirse a partir del siglo V a.C. la Cultura Celtibérica con elementos originarios de los Campos de Urnas (Lorrio, 2005), en un proceso paralelo a las migraciones celtas por Europa. Por ello, estos avances en el conocimiento de los procesos de etnogénesis del II milenio a.C. en la Península Ibérica permite comprender mejor la indoeuropeización de Europa Occidental, pues la lengua celta queda fechada en la Edad del Bronce por los más antiguos elementos arqueológicos relacionados con dicha lengua. 29


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o ‘protoceltas’, lo que de nuevo lleva a que el Campaniforme sea el tronco común de todas las lenguas y grupos ‘protoceltas’ de la Edad del Bronce en Europa Occidental.

Edad del Bronce en el II milenio a.C.. Esta cronología es claramente anterior a la mantenida tradicionalmente para los celtas identificados exclusivamente con las culturas de Hallstatt y La Tène, pero, además de ajustarse a los datos arqueológicos y culturales, supone que el proceso de etnogénesis de los celtas fue paralelo al de otros pueblos indoeuropeos como griegos, germanos o itálicos, documentados al menos desde el II milenio a.C., que en esas fechas ya se consideran plenamente formados, aunque aquí se use el término ‘protocelta’ para limar susceptibilidades.

La Cultura de los Campos de Urnas (1400-750 a.C.) se extendió por el Noreste de la Península Ibérica a partir del 1200 a.C. y, desde el Valle del Ebro, algunos grupos alcanzaron la Celtiberia a fines del II milenio a.C.. Con estos elementos culturales se ha relacionado la aparición de la cultura y la lengua celtibéricas (Ruiz Zapatero y Lorrio, 1999), aunque la Cultura Celtibérica se debió formar hacia el 600 a.C. y llega sin solución hasta época romana, cuando, desde el siglo III al I de JC. se documenta el Celtibérico, legua celta asociada a la Cultura Celtibérica (Lorrio, 2005), cultura que se expandió sobre el anterior substrato del Bronce Atlántico, proceso que comprueba, de forma indirecta, la mayor antigüedad de éste y, en consecuencia, la etnogénesis y la cronología propuestas.

Esta interpretación rechaza definitivamente como obsoleta la llegada inicial de los Celtas a Hispania, las Islas Británicas y otras áreas del Atlántico a partir de la Edad del Hierro desde las culturas centroeuropeas de Hallstatt y de La Tène o, como mucho, desde los Campos de Urnas del Bronce Final, como ya admiten algunos autores (de Hoz 1992, De Bernardo, 2002: 97), pues el Bronce Atlántico corresponde a gentes celtas que no derivan de dichas culturas centroeuropeas (Almagro-Gorbea, 1995, Waddel, 1995), ni siquiera de la anterior Cultura de los Túmulos, contemporánea al Bronce Atlántico, lo que de nuevo apunta a que sea el Campaniforme el primer substrato ‘protocelta’ común a todas las áreas señaladas, incluidas las Islas Británicas (Fig. 9).

Todos los indicios apuntan a que el tronco común ‘protocelta’ se relacionaría con la expansión del Campaniforme, mientras que los distintos grupos ‘protoceltas’ señalados deben relacionarse con el origen de las distintas lenguas documentadas en la Edad del Hierro, cuyo origen común se remonta a la

Figura 9. Origen de la etnogénesis de los celtas (sobre mapa de los celtas de P.M. Duval, modificado).

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Lusitanos y Vettones

El final del largo proceso de etnogénesis de los Lusitanos se conoce mejor. La expansión de los Celtíberos hacia Occidente queda documentada por topónimos en Seg- y en -briga, por antropónimos relacionados y por los genitivos de plural que acentúan la personalidad de los Vettones, expansión que alcanzó su apogeo ya con la presencia de Roma, que la cortó bruscamente. Esta expansión suponía una nueva estructura socio-ideológica, gentilicia y clientelar con el consiguiente abandono paulatino de las estructuras sociales ancestrales de la Edad del Bronce conservado en las zonas más occidentales, como Lusitania. Este proceso explica el carácter ‘protocelta’ arcaico, próximo al substrato indoeuropeo, de dichas regiones (Almagro-Gorbea, 1993), de acuerdo con la visión de Estrabón (III,3,7), que consideró a sus poblaciones las más primitivas de Hispania, reflejo de su mayor arcaísmo, frente a los Celtíberos, que dicho autor ya considera togâtoi o civilizados (Str. III,2,15; 4,20).

mucho más poderoso, su capacidad de organizar y mandar grandes contingentes y su dominio sobre ciudades en un amplio territorio supone que los Lusitanos estaban conformando entidades estatales semejantes a las de Turdetanos y Celtíberos, con symmachíai o confederaciones que Roma abortó en su fase formativa por el peligro que para ella suponían. Viriato11 constituye un precedente de Sertorio y, por ello, sin este ensayo frustrado, es difícil imaginar el inicio de las Guerras de Sertorio apenas dos generaciones después en esa misma zona de Hispania, guerra que ya se enmarca en las luchas civiles de Roma, circunstancias que permiten comprender el papel de la Lusitania en los duros procesos bélicos de conquista de Hispania y cómo se inició su romanización. * Frente al ámbito Lusitano aislado y próximo al mundo atlántico, los Vettones son un pueblo afín, pero con una celticidad más evidente, aunque todavía no bien analizada, pues su proceso formativo es difícil y normalmente se elude, aunque se suelen incluir entre los pueblos celtas sin abordar la relación con éstos. Como toda etnia, los Vettones debe considerarse resultado de un proceso de acumulación diacrónica de múltiples elementos culturales y étnicos, como las fibras que conforman una cuerda, lo que explica sus heterogéneas características culturales y ayuda a comprender su proceso formativo y sus semejanzas y diferencias con otros pueblos próximos, como Lusitano-Galaicos, Vacceos y Celtíberos.

Las Guerras Lusitanas representan la fase final de este proceso milenario. Los Lusitanos a partir del II a.C. desarrollan federaciones o symmachíai con caudillos electos, como Césaro, Púnico y el mismo Viriato, lo que les permitía presionar y extenderse hacia el Sur, contrarrestando las presiones recibidas en el siglo V a.C. de Vacceos y Célticos, presionados a su vez por los Celtíberos. Esta expansión lusitana traspasó la cuenca del Guadiana, su frontera desde el Período Orientalizante, y alcanzaba el valle del Guadalquivir en el momento de su mayor pujanza, que coincide con su enfrentamiento a Roma. Al margen de episodios famosos que transmiten las fuentes clásicas, esta expansión lusitana evidencia su evolución desde bandas de latrones con un armamento y organización primitiva de la Edad del Bronce, mantenida en áreas septentrionales (Strab. III,3,5-7; Diod. V,34,6), hacia un ejército organizado, como el de Viriato, capaz de asimilar las tácticas de guerra romanas, aunque adoptaran su tradición de adaptarse al terreno y la ‘guerra de guerrillas’, en la que han sido uno de los mejores ejemplos en la Historia. De forma paralela evolucionó la sociedad y el sistema político. Viriato no es ya un ‘pastor-guerrero’ de la Edad del Bronce, pues su estrategia contra un enemigo

Los Vettones parecen forman parte del conglomerado integrado por Lusitano-Galaicos y, en menor modo, los Vacceos y Astures, que refleja un substrato común y que conforman un conjunto de pueblos prerromanos que cabe considerar como ‘celtas’ a juzgar por su cultura material, lengua e ideología, según las costumbres que refieren las fuentes históricas. La cartografía de estos elementos culturales sociales y creencias comunes permiten reconstruir un amplio territorio en el Noroeste de la Península Ibérica que corresponden a la misma tradición o “substrato” etno-cultural.

11 Viriato no representa el final de este proceso de evolución socio-política de los Lusitanos. La elección de Sertorio como jefe el 80 a.C. (Plut. Ser. 10) y sus actuaciones hasta el final de las Guerras Civiles indican que, tras neutralizar Roma a los Celtíberos, los Lusitanos eran el pueblo más combativo de Hispania por haber alcanzado una organización cuasiestatal, capaz de enfrentarse con eficacia a un ejército tan poderoso como el romano.

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Además, parte de sus características parecen relacionadas con su control de dos ejes de comunicación de gran interés estratégico y de apertura al exterior de las regiones occidentales. Uno era la Vía de la Plata, por la que llegaban los estímulos del mundo mediterráneo a través de los tartesios. Otra era la doble vía que unía de Este a Oeste la Meseta con las regiones del Atlántico a ambos lados del Sistema Central y que, por el Valle del Amblés y el del Jerte, llegaba hasta el Alentejo. Es la vía que debieron seguir los Celtici (Berrocal, 1993), originarios de la Meseta, que, tras pasar por Lusitania, se asentaron en la Beturia, según indica Plinio (III,13-14), por lo que cabe denominarla como “Vía Céltica”. Sin embargo, a pesar de su celticidad, estas gentes no deben considerarse Celtíberos, pues los Vettones ofrecen un origen y proceso formativo distinto, que conformó su personalidad etno-cultural.

palabra “páramo” (Ballester, 2004), coincidencia que lleva a deducir que pertenecen a una misma cultura, cuya cronología precisan los elementos arqueológicos citados para los lingüísticos y culturales relacionados, lo que data todo este sistema cultural a partir del II milenio a.C.. La diferenciación de los Vettones se inicia ya en su tradición de Cogotas I y a partir de inicios del I milenio a.C. con la Cultura de Soto de Medinilla (Romero Carnicero et al., 1993), que se extendió por buena parte del Valle del Duero y que se caracteriza por poblados de casas redondas de adobe, con cerámicas lisas cuyas formas ofrecen algunas relaciones con los Campos de Urnas, pero sin su característico rito de cremación en urna, aunque mantuvieron una metalurgia de tradición atlántica del Bronce Final (Ruiz Zapatero y ÁlvarezSanchís, 2002), sin excluir la llegada de nuevas gentes con la Cultura de Soto de Medinilla. Al evolucionar la Cultura de Soto de Medinilla se generalizaron por el Valle del Duero cerámicas decoradas con técnicas de incisión e impresión que corresponden a un tronco etno-cultural “vacceovettón” desarrollado tras el Bronce Final a inicios de la Edad del Hierro, probablemente en los siglos VIII y VII a.C. en las áreas occidentales y centrales de la Meseta, que se diferencia de los Celtíberos de las zonas orientales. Este hecho indicaría un origen común para Vacceos y Vettones, quienes, desde mediados del I milenio a.C. a lo largo de la Edad del Hierro hasta la conquista romana en el siglo II a.C. se diversificaron al orientarse los Vacceos de las llanuras del Duero hacia una cultura agrícola cerealista, mientras que los Vettones lo hacían hacia una cultura ganadera en las tierras silíceas occidentales. Los Vacceos del Valle del Duero ofrecen cerámicas con decoración inciso-impresa que, por su influencia, llegan hasta los Celtíberos de la Meseta Norte, frente a las cerámicas a peine que a partir del siglo V a.C. permiten diferenciar la Cultura de los Vettones (Ruiz Zapatero y Álvarez-Sanchís, 2002).

Los Vettones corresponden al conglomerado de pueblos que puede considerarse “protoceltas”12, como sus vecinos los Lusitanos, pues sus raíces proceden del Bronce Atlántico, que se extendió por las regiones occidentales de la Península Ibérica y que ofrece afinidades con otras regiones del Occidente de Europa, cuyo origen se retrotrae al II milenio a.C. y, probablemente, a la Cultura del Vaso Campaniforme del III milenio a.C. que se expandió por toda Europa Occidental y que parece corresponder a una sociedad indoeuropea arcaica a juzgar por sus características. Este substrato protocelta de la Edad del Bronce se caracteriza por una metalurgia de instrumentos y armas de bronce atlántica, asociada a cerámicas incisas y excisas de tipo Proto-Cogotas y Cogotas I, extendido por la Meseta en la segunda mitad del II milenio a.C. (Abarquero, 2005), en las que parecen rastrearse tradiciones campaniformes. Las áreas de difusión de estos elementos arqueológicos coinciden con otros elementos culturales documentados por la arqueología y la etnología, como “saunas rituales”, “altares rupestres” y “piedras de responsos” en berrocales. A su vez, la lingüística, documenta este mismo substrato “protocelta” en antropónimos y topónimos como la

De forma paralela a su especialización socioeconómica ganadera, este substrato celta básicamente “atlántico”, a partir de fines del II e inicios de I milenio a.C., se vio alterado por la llegada de influjos “mediterráneos”, que penetraron muy pron-

12 Este término “protocelta” distingue estos celtas atlánticos de los celtas de Europa Central de los Campos de Urnas, Hallstatt y La Tène, que explican la etnogénesis de los “Galos” o “Celtas” centroeuropeos conocidos a través de los historiadores griegos y romanos. El filum céltico centroeuropeo de los Campos de Urnas alcanzó la Península Ibérica y contribuyó a la formación de los Celtíberos, asentados en las zonas orientales de la Meseta (Ruiz Zapatero y Lorrio, 1999).

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Almoroquí en Cáceres, enterramientos de mujeres “tartesias” de Aliseda, Sierra de Santa Cruz y Talavera la Vieja, en Cáceres (Martín Bravo 1999: 114-ss.), y de Casa del Carpio y Las Fraguas, en Toledo (Pereira, 1989), el heroon de Torrejón de Abajo, en la Penillanura Cacereña (Jiménez, 2002: 246-ss.) y las importaciones de figuras etruscas de bronce y de vasos de vidrio para perfumes de las necrópolis de la Vera (Fernández Gómez, 1986: 821-ss., Celestino, ed., 1999). Estos influjos explican oppida orientalizantes que serían colonias o factorías de gentes tartesias del Guadiana, como Augustobriga, en Talavera la Vieja, o el Cerro de la Mesa, cerca de Puente del Arzobispo (Martín Bravo 1999: 106-ss., Jiménez Ávila, ed., 2006).

to por estas tierras occidentales a través de la llamada “Vía de la Plata” (Almagro-Gorbea, 2008), camino natural que, desde la Prehistoria (Galán y Ruiz-Gálvez, 2001), unía todas las tierras del Occidente de la Península Ibérica de Sur a Norte, desde el Golfo de Cádiz hasta Asturias y Galicia, tierras ricas en metales como oro y estaño y también en ganado (AA.VV, 2008). Esta vía explica el mayor desarrollo cultural de la Vettonia respecto a otros pueblos célticos, como Vacceos, Lusitanos y Galaicos del substrato atlántico y los Celtíberos del substrato de los Campos de Urnas. Por la Vía de la Plata se expandieron hasta Andalucía los guerreros pastores representados en las “estelas Extremeñas” del Bronce Final (Galán, 1993, Celestino, 2001), elementos que no llegan a la Vettonia, ya entonces diferenciada de la Lusitania, donde dichas estelas parecen tener su origen. La apertura al exterior de los Vettones la confirman importaciones orientalizantes tartesias debidas a la expansión colonial de Tartessos (Almagro-Gorbea et al., 2008) hasta la Vettonia y la Meseta Norte, como evidencian importaciones, topónimos como Lippos y antropónimos como los Turduli Barduli (Plin. 4,118, Pérez Vilatela, 2000: 211-ss.), asentados en estas zonas de la Meseta.

Al Norte del Sistema Central las importaciones orientalizantes son escasas, pero se conocen jarros de bronce, como el de Coca (Blázquez, 1975: lám. 12B), son habituales las fíbulas de doble resorte por todo el Occidente de la Meseta, asociadas al comercio de tejidos y el hierro y se generalizan cerámicas orientalizantes, como las del Cerro de San Pelayo, Ledesma, Salamanca, y La Aldehuela, Zamora (López Jiménez y Benet, 2005, Santos Villaseñor, 2005, Blanco y Pérez Ortiz, 2005). Con estos objetos llegaban nuevas ideas desde los centros urbanos de Tartessos, lo que explica que los Vettones ofrezcan una cultura más desarrollada que los restantes pueblos de Hispania, con la excepción de Tartessos y los iberos de la costa mediterránea. Los grandes poblados de El Berrueco y Sanchorreja se amurallan poco después del 600 a.C. (González Tablas, 1990) y constituyen verdaderos oppida que jerarquizaban el territorio como centros etno-políticos, lo que denota un proceso de transformación de las unidades étnicas originarias de la Edad del Bronce hacia ciudades-estado, con élites que controlaban los principales puntos de paso, en un claro avance hacia una sociedad más compleja y estructurada.

Estos contactos se inician en el Bronce Final, a fines del II milenio a.C., con los primeros elementos mediterráneos llegados al Occidente de la Península Ibérica, seguramente en intercambio por materias primas como oro y estaño, como documenta el cuenco de bronce precolonial asociado a dos pesados torques de oro del Tesoro de Berzocana, en Cáceres (AlmagroGorbea, 1977: 243-ss.) y, otros elementos “precoloniales” como las fíbulas de arco “de lira” y de codo del Cerro de El Berrueco en Salamanca (Fabián, 1987) y azuelas, escoplos y una navaja de afeitar de hierro que constituyen los primeros objetos de este metal en el Occidente de la Península Ibérica, en un contexto de la Cultura de Cogotas I de Sanchorreja (Almagro-Gorbea, 1993).

En estos contactos meridionales los Vettones adoptaron la escultura de toros desde el mundo turdetano, como evidencian las ranuras paralelas de los cuellos y la disposición frontal de los más “arcaicos” (Álvarez-Sanchís, 2003: 215ss.), inspirados en prototipos orientalizantes (Chapa, 1980: 795-ss.). Broches de cinturón y fíbulas indican nuevas modas de vestir, y se introdujeron ritos para el banquete y el sacrificio, a juzgar por el uso de cuchillos afalcatados, asadores, jarros

Los contactos de la Vettonia con Tartessos se intensifican en el I milenio a.C.. Desde la cuenca del Guadiana, colonizada por poblaciones tartésicas como Medellín-Conisturgis (Almagro-Gorbea et al., 2008), se inició una aculturación de la cuenca del Tajo, como indica la estela epigráfica de 33


Martín Almagro-Gorbea

anterior, dieron lugar a los Celtíberos (Ruiz Zapatero y Lorrio, 1999), derivados de los Campos de Urnas como indican su cultura, lingüística e ideología. Su tradición pastoril guerrera asociada al uso del hierro, difundido por fenicios y griegos desde la costa mediterránea a partir del siglo VII a.C., que permitió conformar una cultura guerrera muy jerarquizada y de gran fuerza expansiva, que, de forma paulatina, a partir del siglo VI a.C. se extendió sobre otros pueblos periféricos, hacia el Valle del Ebro, el País Vasco y el centro de la Meseta (Lorrio, 2005).

y “braserillos” de bronce (Jiménez, 2002, Torres, 2002), que denotan que sus élites se inspiraban en las tartesias. Nuevas creencias religiosas llegaban desde el ámbito fenicio y tartesio, como indican las figuras de bronce de Astart de El Berrueco (Fig. 10) (Jiménez, 2002: 294-ss.), identificadas con sus propias divinidades celtas (Almagro-Gorbea, 2005), como pudo ser Ataecina , divinidad de los Célticos cuyo santuario estaba en Santa Lucía del Trampal, al Sur de la Vettonia. Estos cambios se verían favorecidos por los matrimonios exógamos documentados por ajuares de mujeres tartesias en territorio vettón (vid. supra), que reflejan alianzas extraterritoriales para facilitar el comercio, contactos con los que se introducirían nuevas ideas favoreciendo el cambio cultural (Martín Bravo, 1998, Jiménez Ávila, ed., 2006).

Sus tradiciones ganaderas explican su preferencia por las zonas occidentales, utilizando la “Vía Céltica” citada del Sistema Central. De este modo, desde mediados del I milenio a.C., las poblaciones de tradición atlántica de la Vettonia sufrieron una creciente ‘celtiberización’ o “receltización” desde el mundo celtibérico, proceso extendido de Este a Oeste que fue ganando intensidad a lo largo del tiempo hasta que Roma cortó la expansión de los Celtíberos.

También desde fines del II milenio a.C., probablemente por las áreas pastoriles del Sistema Central, debieron llegar hasta el Occidente de la Meseta y el Atlántico pequeños grupos de gentes celtas originarias de la Cultura de los Campos de Urnas establecidas por el Noreste de la Península Ibérica y el Valle del Ebro, que se asentaron en las altas tierras del Sistema Ibérico y del Oriente de la Meseta, donde, en contacto con el substrato

Este proceso de etnogénesis permite explicar qué elementos de los Vettones proceden del substrato atlántico y cuáles del mundo celtibérico. Los Lusitano-Galaicos del extremo Occidente de la Península Ibérica conservaron mejor la tradición

Figura 10. Bronces orientalizantes de Astart procedentes de El Berrueco (Salamanca).

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Lusitanos y Vettones

del Bronce Atlántico hasta que comenzaron a llegar hasta ellos los primeros influjos del mundo celtibérico desde las regiones occidentales de la Meseta cuando ya se había producido la presencia romana. Por el contrario, los Vettones, más próximos a los Celtíberos, aún conservaban ritos comunes a los Lusitano-Galaicos como las saunas (Almagro-Gorbea y Álvarez-Sanchís, 1991) y “piedras de responsos” (Almagro-Gorbea, 2006) como en el oppidum de Ulaca, creencias con interesantes paralelos indoeuropeos en el mundo celta atlántico y en el folklore de la Meseta, pero ya habían perdido buena parte de dicha tradición cultural del Bronce Atlántico. A esa misma tradición corresponde el ubicar las necrópolis al Suroeste del poblado, como en el Raso de Candelada (Fernández Gómez, 1986: 529), La Osera en relación al oppidum de Mesa de Miranda y en Tamusia (Álvarez-Sanchís, 2003: 172, fig. 67-68), costumbre también documentada entre Celtíberos (Lorrio, 2005: fig. 41,1) y tartesios (Almagro-Gorbea et al., 2008) relacionada con el viaje de las ánimas al Más Allá siguiendo la vía astral del curso del Sol y la Vía Láctea, documentadas en la Hispania Celta (Alonso Romero, 1997, Almagro-Gorbea, 2006: 27). Al mismo substrato debe atribuirse el rito de depositar armas en las aguas, quizás al arrojarse el cadáver cremado a las aguas para llegar al Más Allá, como el conservado en la India hasta nuestros días, hipótesis que explicaría la función de los “depósitos” de armas del Bronce Final en lechos de ríos y lagunas como

ajuares arrojados con el muerto en su viaje al Más Allá (Torbrügger 1971, Bradley, 1990: 102-103, Ruiz-Gálvez, 1995: 25), ritos que explican la frecuente ubicación de las necrópolis en zonas inundables de un río (Almagro-Gorbea et al., 2008). A estos elementos que conforman la personalidad vettona se añaden a partir del siglo V a.C. nuevos influjos llegados del mundo “celtibérico”, entre los que destaca el rito funerario de cremación en una urna con deposición de las armas. Este cambio ritual revela la expansión de una nueva ideología socio-política basada en la creencia de un “héroe” fundador protector de la familia, rito que supone una estructura social gentilicia guerrera, como es frecuente entre sociedades pastoriles, que evolucionó hacia estructuras clientelares cada vez más estables y amplias, cuya huella pudiera verse en las fíbulas de caballito (Fig. 11a), que se han atribuido a élites ecuestres gentilicias que controlaban una sociedad cada vez más compleja (Almagro-Gorbea y Torres, 1999: 57-ss.), capaz de desarrollo urbano. Este cambio se asocia a nuevos antropónimos, como Ambatus, Celtius, y los que contienen elementos en -genos y -maro- (Untermann, 1965, Albertos, 1983) y a divinidades vettonas como Vaelico y Toga, Ilurbeda y Tritiaecio, ésta con un apelativo característico de la deidad de un grupo gentilicio (Olivares, 2002) y, quizás Ataecina, (vid. infra), cuya extensión coincide, aproximadamente, con la de los verracos13 y con los genitivos de plural de las organizaciones

Figura 11a – 11b. Dispersión de las fíbulas de caballito y de los gentilicios. Los verracos (Alvarez-Sanchís, 2003) no parecen proceder del ámbito celtibérico a pesar de ser el cerdo esencial en la dieta (Almagro-Gorbea, 1995) y de estar presente en la religión y en la mitología celta (Green, 1992: 44-ss.), por lo que los ritos vettones relacionados con este animal deben proceder del substrato ‘lusitano’ o del ‘vacceo-vettón’, como indican las fíbulas de cerdito (Blanco Freijeiro, 1988, Cabanes y Cerdeño, 1994), probablemente por representar ‘númenes’ protectores de los prados comunales y de los ganados, hasta convertirse en sus fases más avanzadas en símbolos funerarios al ser utilizados como sepulturas (id. 280) dado su relación con el mundo ctónico. 13

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familiares de tipo gentilicio (Fig. 11b) en el Campo Arañuelo, Plasencia y el Alto Alagón (Olivares, 2001: 61), que ya no llegan a la Lusitania ni a la Gallaecia, por lo que los elementos arqueológicos, lingüísticos y folklóricos citados marcan la frontera que permite diferenciar a los Vettones de los restantes pueblos del substrato “proto-celta” de la Edad del Bronce y precisar su mayor celticidad.

necesidad de reflexionar sobre la conveniencia de aplicar la metodología aplicada a los estudios de la Protohistoria, que requieren contrastar los datos que ofrecen Arqueología, Lingüística, Historia Antigua, Historia de las Religiones y de la Etnoarqueología practicada con sentido histórico como el mejor método para reconstruir con objetividad y amplitud de criterios la formación y evolución de todos estos campos de estudio señalados.

En consecuencia, el proceso de etnogénesis de los Vettones se habría iniciado ya a finales del II milenio a.C. y se intensificó a lo largo del I, hasta alcanzar su plenitud en el siglo V a.C., cuando se “receltiza” con la llegada de elementos celtibéricos. Es interesante que este proceso es paralelo a las migraciones celtas que en las mismas fechas se extienden por toda Europa y al asentamiento en la Beturia de los Celticos “procedentes de Celtiberia desde Lusitania” (Plinio 3,13), que contribuyeron a sumar a Tartessos en la grave crisis en la que desaparece de la Historia (Almagro-Gorbea et al., 2008). Esta expansión céltica hacia las áreas meridionales invirtió la tendencia de los influjos tartesios Sur a Norte y debió beneficiarse de la crisis de Tartessos, expansión en la que los Vettones conquistarían y acabarían por absorber poblaciones de origen tartesio, como Lacimurgi, hasta ser a su vez presionados por la creciente presión de los Lusitanos cuando éstos aumentaron su desarrollo socio-cultural y su capacidad de acción.

La comparación entre Lusitanos y Vettones realizada, además de contrastar sus peculiaridades y precisar aspectos importantes del proceso de etnogénesis que ha conformado la antigua Hispania, contribuye a conocer mejor el origen del mundo celta y de la expansión indo-europea por Europa Occidental. Lusitanos y vettones ofrecen una larga y compleja tradición cultural en buena parte común, heredada de una tradición atlántica de la Edad del Bronce cuya estructura territorial y socio-política no sería muy distinta entre Lusitano-Galaicos y Vettones, como evidencia su medio ambiente y sus procesos paralelos de etnogénesis (Fig. 12), aunque, en los últimos siglos de la misma, se observa una creciente diferenciación en la estructura y evolución cultural de ambos pueblos, acentuada en la Edad del Hierro cuando los Vettones, en mayor contacto con pueblos vecinos, ofrecen un origen paralelo a los Vacceos más la asimilación de elementos orientalizantes en el siglo VI a.C. y la aparición, sobre la tradición pastoril guerrera atlántica, de influjos celtibéricos hasta alcanzar formas de vida urbana prácticamente ya con la presencia de Roma.

* Como conclusión de este análisis de conjunto de Lusitanos y Vettones resulta patente el interés del estudio interdisciplinar de las etnias prerromanas y la

Figura 12. El castro de Cabeço das Fraguas y el oppidum de Ulaca, poblaciones lusitana y vettona relacionadas con santuarios ancestrales.

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Lusitanos y Vettones

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Antes de los Oppida. Los Vettones y la Edad del Hierro Jesús Álvarez-Sanchís Departamento de Prehistoria Universidad Complutense de Madrid

Resumen

(Kornemann, 1942, Büchsenschutz, 1988, Collis, 1984), los mayores de los cuales, como Ulaca, La Mesa de Miranda, El Raso o Salamanca, probablemente alcanzaron poblaciones entre las 800 y las 1500 personas (Álvarez-Sanchís, 1999). La mayoría de los vettones vivían en pequeñas aldeas de menos de cincuenta personas. Estos sitios carecían de fortificaciones y estructuras complejas y sus habitantes debían pasar la mayor parte del tiempo trabajando las tierras del entorno y produciendo comida.

En los dos siglos previos al cambio de Era, se desarrollaron en Europa grandes centros fortificados y en este período quedaron fijados muchos de los modelos sociales y económicos que caracterizarían la cultura europea hasta el final del medievo. El desarrollo de estas comunidades se vio beneficiado de las crecientes necesidades que tenía Roma de metales, materias primas y esclavos. Las investigaciones llevadas a cabo en el interior de estos centros siguen siendo muy escasas y a menudo resulta difícil precisar su evolución. No todos los oppida fueron fundaciones contemporáneas de la conquista romana. La documentación arqueológica demuestra la existencia de asentamientos que ya eran centros importantes a comienzos de la Segunda Edad del Hierro e implican que el comercio inter-regional ya era un factor básico en la época. Este texto aborda el proceso de cambio de las pequeñas comunidades del primer milenio a.C. de la Meseta occidental, a la aparición de formas sociales más complejas tipificadas por los grandes asentamientos fortificados, los oppida de finales de la Edad del Hierro.

La tecnología de subsistencia y los cambios en el carácter y la tipología de los asentamientos puede entenderse mejor en relación a las necesidades que tenía Roma de metales, materias primas y esclavos (Cunliffe, 1998). Se está sin embargo menos de acuerdo en las razones de la formación de los centros de la Segunda Edad del Hierro, los oppida de los dos últimos siglos antes de Cristo (Wells, 2002, Fichtl, 2000, Ralston, 2006). De algunos pequeños asentamientos se conocen los primeros momentos de instalación, pero la evolución de estas comunidades hacia otras más grandes y complejas no está clara. Centraré mi atención en el sector central de la provincia de Ávila, aunque trataré también los asentamientos de otros lugares de la Meseta occidental cuando lo crea necesario.

Introducción. Los últimos años de la prehistoria europea fueron una época de grandes cambios. El modelo de asentamiento predominante de pequeñas granjas y aldeas dio paso a la aparición de grandes centros fortificados, sitios excepcionales que han sido considerados como las primeras ciudades del continente. Los vettones y otros pueblos que habitaron el Oeste de la Península Ibérica en los siglos inmediatos a la conquista romana, fueron testigos directos de estos cambios. Esta región proporciona una importantísima documentación arqueológica sobre las sociedades ganaderas que allí habitaron y su papel en la formación de las primeras ciudades.

De aldeas a ciudades. Desde el siglo IV a.C. las comunidades vettonas vienen proporcionando numerosas pruebas de la producción de hierro, de la fundición de bronce, de la fabricación de cerámica, de la confección de tejidos, de la talla en piedra, así como evidencias de producción agrícola y de almacenamiento de alimentos a gran escala. Este proceso también se detecta en los ajuares de las tumbas, donde una parte de las armas, bronces y cerámicas halladas demuestran la existencia de intercambios comerciales con otras poblaciones de la Meseta y el desplazamiento de productos a grandes distancias, varias generaciones

Sólo una pequeña porción de vettones vivía en los oppida, nombre latino que reciben estos centros 45


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antes de la llegada de los romanos a estas tierras. Hay, por tanto, indicios arqueológicos de una creciente industrialización entre las comunidades vettonas con anterioridad a la conquista.

(Sta. María del Tiétar), Berrocal (Arenas de San Pedro), Castillejo de Chilla (Candeleda), Pajares (Villanueva de la Vera), El Raso (Candeleda)- lo que podría hacernos suponer que se está dando un nivel de respuesta relativamente similar.

La topografía del valle del Amblés, en el centro de la provincia de Ávila, donde hay que destacar una importante ocupación humana desde los tiempos finales de la Edad del Bronce, ofrece contrastes muy significativos en los modelos de asentamiento (Álvarez-Sanchís, 2003: 28-29). En líneas generales puede hablarse de dos zonas de distribución de yacimientos, por un lado los rebordes montañosos que circundan el valle, erizados de rocas graníticas, con buenos recursos ganaderos y que agrupan a la mayor parte de los castros fortificados: Las Cogotas (Cardeñosa), La Mesa de Miranda (Chamartín de la Sierra), Ulaca (Solosancho) y Sanchorreja. Por otro, las zonas llanas próximas a la vega del río Adaja, ocupadas por yacimientos no amurallados y de escasa entidad. Del mismo modo, aunque conocemos de manera bastante precaria las líneas generales del poblamiento -faltan prospecciones sistemáticas que aborden cómo se estructuran los yacimientos contemporáneos de menor categoría- hacia este mismo momento diversas aldeas fortificadas se distribuyen en las estribaciones meridionales de la Sierra de Gredos, a lo largo del valle del Tiétar -Escarabajosa

Una parte de los yacimientos abulenses de la Primera Edad del Hierro -con vasijas y otros materiales arqueológicos bien encuadrables en la cultura del Soto (Fabián, 1999)- desaparecen en el transcurso del siglo V a.C.. El esplendor del castro de Sanchorreja se diluye probablemente en estas fechas (González-Tablas, 2005), aunque durante un tiempo pudo persistir una ocupación más esporádica, acorde tal vez con los distintos recintos amurallados del asentamiento. Algunos fragmentos cerámicos y objetos de bronce también dan pie a sospechar de la existencia de una ocupación humana anterior en el castro de Las Cogotas y en los alrededores de El Raso, pero, los poblados que paulatinamente emergen desde el siglo IV a.C. en la región son, en su inmensa mayoría, hábitats de nueva planta (Álvarez-Sanchís, 2003: 27-ss.). Unos pocos se convertirán en importantes centros de actividad social, política y económica a finales de la Edad del Hierro. Por sus implicaciones arqueológicas, son especialmente interesantes los casos de La Mesa de Miranda y Las Cogotas.

Figura 1. Castro de Las Cogotas (Cardeñosa, Ávila) y embalse, en primer término.

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Figura 2. Entrada principal, en forma de embudo, del castro de Las Cogotas.

dirigidas por Juan Cabré (1930 y 1932). A finales de los años 1980 el sitio fue objeto de nuevas excavaciones, al construirse un embalse que afectaba a parte del yacimiento (Mariné y Ruiz Zapatero, 1988). La importancia del lugar radica en que desde los trabajos de Cabré ha servido para definir dos importantes grupos arqueológicos de la Prehistoria reciente del centro de España (Ruiz Zapatero, 2004). Por un lado la fase del Bronce Final (1200-850 a.C.), que ha servido para la denominación de esta etapa en la Meseta como grupo Cogotas I, y por otro lado la ocupación de la Segunda Edad del Hierro (450-50 a.C.), que ha dado nombre a una cultura, Cogotas II, que se extiende por el Sur del centro de la cuenca del Duero.

El castro de Las Cogotas (Cardeñosa, Ávila). Las Cogotas es un poblado amurallado de la Edad del Hierro que se encuentra a unos 6 kms. al Suroeste de la localidad de Cardeñosa, junto al río Adaja, en el extremo de la estribación más oriental de la sierra de Ávila y con una cota máxima de 1.156 metros. Ocupa una pequeña elevación natural del terreno, con dos llamativos berrocales de granito redondeados, a los que debe el nombre (Fig. 1). El poblado consta de dos recintos fortificados, uno alto o acrópolis y otro bajo considerado como encerradero de ganados, con tres entradas en cada uno de ellos, más compleja y elaborada la principal del recinto superior. Los ejes máximos del poblado son de unos 455 metros por algo más de 310 metros, lo que da una superficie intramuros cercana a las 14,5 ha.. Aunque el poblado fortificado pertenece a la Edad del Hierro, algunos materiales de la acrópolis indican una ocupación previa a finales de la Edad del Bronce.

El poblado de finales de la Edad del Bronce que ocupó una parte del yacimiento de Las Cogotas nos resulta desconocido. Las excavaciones antiguas sólo documentaron las cerámicas con decoración excisa y de boquique y un hacha plana de bronce que debieron estar en pequeñas chozas o cabañas que no se han identificado. Tras algunos siglos de desocupación, en la Segunda Edad del Hierro y apro-

Entre 1927 y 1931 se realizan las primeras excavaciones sistemáticas en el castro y el cementerio, 47


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principal y alguna que aprovechó afloramientos de granito (Fig. 3). No existió un plan urbanístico con calles y las casas se debieron distribuir adaptándose a la topografía y buscando las zonas más llanas. Algunas casas se construyeron fuera de la muralla. Los trabajos antiguos no documentaron con detalle las casas, que fueron rectangulares de grandes dimensiones (entre 20 y 30 metros de largo por 7 metros de ancho), con divisiones internas y el empleo de adobes de forma estandarizada (40 x 20 x 10 cms.) como se ha comprobado en las excavaciones más recientes (Álvarez-Sanchís, 1999: 156-157). Otro dato novedoso de estos trabajos ha sido la localización, en el sector meridional del segundo recinto, de una zona de servicios colectivos e industriales que incluyó, al menos, un importante alfar o taller destinado a la elaboración de productos cerámicos, con una producción que seguramente iría más allá del ámbito doméstico, y un gran basurero de hasta 3 metros de potencia estratigráfica (Ruiz Zapatero y ÁlvarezSanchís, 1995).

vechando una horquilla fluvial, se levantaron los dos recintos amurallados que hoy se ven. El superior o acrópolis ocupa la cumbre en torno a las dos crestas graníticas y el inferior se extiende hacia el Este y el Sur aprovechando una plataforma con poca pendiente. La muralla es de mampostería de granito, se adapta a la topografía buscando los canchales y presenta en el sector Norte, el de más fácil acceso, una serie de engrosamientos a modo de bastiones, delante de los cuales se levantaron campos de piedras hincadas para dificultar el ataque a la muralla. El poblado tiene seis puertas, tal vez hubo alguna más no identificada, y la principal en el lienzo septentrional tiene forma de embudo para mejorar la defensa (Fig. 2). Parece que existió un camino de ronda, empedrado, que ceñido a la muralla recorría por el interior quizás todo el perímetro del poblado. Las excavaciones antiguas no reflejaron todas las viviendas excavadas, y sólo resultan identificables aquellas que se adosaron a la muralla junto a la puerta

Figura 3. Planta de las viviendas excavadas por Cabré en Las Cogotas, junto a la entrada principal de primer recinto.

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Figura 4. Cerámicas, con defecto de cocción, halladas en el alfar de Las Cogotas (Fotografía, Mario Torquemada. Museo Arqueológico Regional de Madrid).

ción. En algunos sondeos se encontraron hogares y huellas de acuñamientos de postes. Estos restos sugieren estructuras ligeras y no de larga y continuada ocupación que apoyarían la idea.

Gracias a los vasos y recipientes hallados, sabemos que el alfar de Las Cogotas funcionaba en el siglo II a.C., y que en esa época abarcaba un extenso complejo de dependencias y hornos que ocupaban algo más de 300 m2. Los hornos eran de tipo sencillo de una sola cámara. Anexo al taller existía una gran dependencia que debió servir de almacén de productos acabados y como secadero de adobes para la construcción de casas y otras estructuras. Toda la cerámica recuperada en el alfar fue realizada a torno y ofrece una variadísima colección de vasos, copas, cuencos, botellas y embudos (Fig. 4). Actividad que debió requerir especialistas, una producción estandarizada y una distribución de los productos cerámicos fuera del poblado.

La fundación de la muralla del segundo recinto es contemporánea a la construcción del alfar, pero, al mismo tiempo, la existencia de un basurero que se encontró debajo de la primera demuestra que antes de la construcción del taller y las defensas ya existía algún tipo de actividad industrial en esa zona. Por tanto, en la secuencia de ocupación del poblado de Las Cogotas parece que hubo un primer momento (siglos IV-III a.C.) sólo con el recinto superior amurallado y actividades secundarias en la explanada o arrabal situada al Suroeste, y un segundo momento (s. II a.C.) en el que se decide amurallar este sector. Lo interesante, en definitiva, es comprobar la toma de decisión para establecer una serie de actividades especializadas e incluirlas dentro del recinto fortificado de la ciudad. Todo esto ha venido a matizar la interpretación de Cabré, que imaginó este segundo recinto amurallado con la función de guardar ganado, la principal fuente de riqueza de estas comunidades, aunque esta idea tampoco puede desecharse por completo para otras áreas del recinto. En resumen, el poblado ofrece una clara zonación con residencia diferenciada por los ajuares domésticos entre la acrópolis y el recinto inferior, probablemente las élites viviendo en el primero y la mayoría de la población en el segundo y en las viviendas extramuros. Además, la zona con el alfar y el gran basurero implica un uso diferenciado del espacio.

El vertedero de Las Cogotas se formó en poco tiempo pero su finalidad es difícil de determinar. Muchos castros de la Edad del Hierro crecieron de tamaño en esta época porque su riqueza debida a las manufacturas y al comercio atraía a gentes de las zonas de alrededor. Y, lógicamente, cuanta más gente se concentrara en estos sitios, más industrias, más productores de alimentos y más viviendas se hacían necesarios para poder alimentarlos y alojarlos. Por otro lado, el peso específico de la ganadería en estas tierras no hace descabellada la posibilidad de mercados de ganado o reuniones de la población para transacciones comerciales y esparcimiento (Álvarez-Sanchís, 2003: 131-137). Semejantes reuniones contribuirían a esparcir restos de comida y otros detritus, incluyendo cerámica rota y huesos de animales. La acumulación de huesos en el basurero de Las Cogotas podría apuntar en esta direc49


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Figura 5. Necrópolis de Las Cogotas y estelas, en primer término.

haber individuos sin condición libre como sugieren algunas fuentes de época griega. El cementerio parece reflejar así una comunidad -estimada en unos 250 habitantes (Álvarez-Sanchís y Ruiz Zapatero, 2001)con diferencias sociales bien marcadas, al menos en los siglos IV y III a.C., que es cuando se fecha con seguridad el cementerio.

A unos 200 metros hacia el Norte de la puerta principal del castro y bien a la vista se encontraba la necrópolis (Fig. 5). Cabré excavó 1469 tumbas de incineración, de las que sólo 224 presentaron ajuares funerarios (Cabré, 1932). Los enterramientos estaban repartidos en cuatro zonas bien diferenciadas que parecen responder a líneas de descendencia de grupos de parentesco. Las urnas, conteniendo las cenizas, se depositaban con el ajuar en hoyos practicados a escasa profundidad, calzándolas y tapándolas con piedras o, incluso, con otras vasijas. Otras veces se empleaban estelas de piedra -todavía se conservan en el mismo lugar- para señalar una o varias tumbas. Los ajuares funerarios permiten distinguir en la necrópolis cinco rangos distintos (Castro, 1986): 1) élites ecuestres con elementos de prestigio: arreos de caballo, espadas y/o cuchillos, escudos y adornos con incrustaciones de plata; 2) guerreros, individuos con algunas armas (lanzas y cuchillos) y artesanos (especialmente con punzones); 3) gente con adornos de bronce como fíbulas, cuentas de collar y otros; 4) gente con fusayolas, urnas decoradas y algún anillo y 5) el resto de tumbas sin ajuar (casi un 85% del total), la masa de población campesina, entre los que podría

El castro de La Mesa de Miranda (Chamartín, Ávila). La Mesa de Miranda, donde se emplaza el poblado fortificado del mismo nombre, es un extenso cerro amesetado y escarpado, ubicado estratégicamente en la confluencia de los ríos Matapeces y Rihondo, a 1145 metros de altitud y 26 kms. al Oeste de Ávila. Domina desde lo alto un extenso territorio, que limita al Norte con las tierras llanas y agrícolas del valle del Duero, y al Sur con las primeras estribaciones de la sierra de Ávila, un paisaje caracterizado por la aparición de grandes canchales graníticos y tierras de pastos, lo que ha servido para resaltar el carácter ganadero de las poblaciones de la Edad del Hierro asentadas en la zona. 50


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Figura 6. Detalle de uno de los bastiones junto a la entrada del primer recinto del castro de La Mesa de Miranda (Chamartín, Ávila).

Es uno de los grandes oppida vettones de la Meseta occidental. Fue descubierto en 1930 y excavado por Juan Cabré, su hija Encarnación Cabré y Antonio Molinero entre 1932 y 1945. Los trabajos arqueológicos se centraron fundamentalmente en su famosa necrópolis, conocida como La Osera, y en parte de las murallas (Cabré et al., 1950). Mucho tiempo después, entre 1999 y el 2004, se han llevado a cabo puntuales investigaciones y trabajos de puesta en valor (Fabián, 2004, 2005). El yacimiento conserva una espectacular arquitectura defensiva (Álvarez-Sanchís, 2007). Queda protegido por una muralla de piedra de más de 2,8 kms., dividida en tres recintos yuxtapuestos con torres y bastiones que encierran una superficie cercana a las 30 hectáreas.

alrededor de la muralla. El recorrido hasta el extremo Norte del castro permite apreciar su estratégica situación, protegido por dos profundos valles y controlando el paso a la sierra desde las llanuras del Duero. Se ha especulado con la posibilidad de que amplios espacios de los otros recintos se destinaran a pastos y guardar ganado. No en vano, del interior y de los alrededores proceden varias esculturas de piedra que representan toros y cerdos. Se distinguen dos partes: la muralla propiamente dicha y una ante muralla (Fig. 7), es decir, una especie de escalón externo a menor altura que, unido al foso y al campo de piedras hincadas, componían los sistemas defensivos complementarios (Fabián, 2005: 47). Delante de todo este frente Sur se levantó un campo de piedras hincadas, de más de 100 metros de longitud, que en la zona de las puertas era mucho más profuso (Fig. 8). Estas lajas de piedra, a menudo puntiagudas y enterradas en el suelo, crean una superficie de difícil acceso y desenvolvimiento, tanto para la caballería como para la infantería. En La Mesa de Miranda los hubo también en la zona extramuros del segundo recinto, aunque sin duda el más imponente es el que queda por delante del primer recinto.

El primer recinto es el más antiguo, el más interior y el más protegido, y se halla al Norte del yacimiento. Tiene una superficie de 11,5 ha. y forma aproximadamente rectangular. Se trata de un lienzo básicamente rectilíneo, compuesto por un aparejo de piedras en seco colocadas a espejo formando hiladas (Fig. 6). Constituye una verdadera acrópolis, con viviendas de piedra de planta rectangular y un camino de ronda 51


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Figura 7. Vista general del foso, muralla y ante muralla del primer recinto del castro de La Mesa de Miranda.

Figura 8. Campo de piedras hincadas del castro de La Mesa de Miranda. Al fondo, muralla del primer recinto.

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El segundo recinto estuvo también totalmente rodeado de murallas, cerrando una superficie de algo más de siete hectáreas. Tuvo al menos dos entradas, una por el Suroeste y otra por el Sur, ésta última defendida por una gran torre de planta circular cuya construcción utiliza el mismo sistema de muralla y ante muralla que veíamos en el lienzo Sur del primer recinto. Sin embargo esta misma torre, en la cara interna, tiene un vistoso aparejo de sillares ciclópeos (Fabián, 2005: 42-43). Esta diferente factura en algunas zonas de la muralla, y la propia disposición del foso y las piedras hincadas del primer recinto, permite plantear un momento posterior en el tiempo.

das. El tercer recinto es, con toda seguridad, posterior a los dos primeros. Una prueba inequívoca, además de la distinta factura del aparejo como hemos visto, es el hecho de que parte de la necrópolis quedara dentro del tercer recinto. Los túmulos circulares de piedra que se aprecian inmediatos a la cara interior del flanco Sur, son claros indicadores de la invasión de la necrópolis por parte de la muralla (Fig. 9). La secuencia temporal del castro parece haber sido la misma que el orden de denominación: los dos primeros recintos se levantaron en el transcurso de los siglos IV y III a.C., que es cuando se fecha básicamente la necrópolis de incineración (Álvarez-Sanchís, 1999: 161). A éstos se adosaría un tercero, cuyas necesidades defensivas debieron ser proporcionales a la inestabilidad de la época, seguramente en los siglos II-I a.C., en el contexto de las guerras con Roma (Martín Valls, 1986-87: 81-82). El trazado rectilíneo de los paramentos, la tendencia a la planta quebrada y los referidos torreones, bien dispuestos para la defensa de la entrada principal, son rasgos característicos de la arquitectura militar durante la conquista romana de Hispania (Martín Valls y Esparza, 1992), y contrastan con el sistema constructivo de los dos primeros recintos, con lienzos continuos y aparejo de piedras más pequeñas como también se aprecia en el vecino castro de Las Cogotas. La ausencia de materiales romanos marcaría, en todo caso, el final de la ocupación del poblado en torno al siglo I a.C..

El tercer recinto tiene una superficie de 10,5 hectáreas y es rectangular. Su muralla, de 5 metros de ancho y de carácter ciclópeo, reforzada en algunos puntos con torres cuadradas, se pierde por el Norte al iniciarse la pendiente que cae abruptamente al arroyo de Rihondo. Tuvo tres puertas, cada una de ellas de distinta envergadura. La más importante es la puerta meridional. Se trata de un pasillo de casi 12 metros de largo por 4,70 metros de ancho, formado por la muralla y lo que Molinero y Cabré llamaron en su día “Cuerpo de Guardia” (Molinero, 1933: 430-433, Cabré et al., 1950: 29-32). El Cuerpo de Guardia es un lienzo rectilíneo exento, que remata en dos torres cuadrangulares en los extremos. Toda la estructura estaba compuesta en ambas caras por un zócalo de piedras ciclópeas de distinta factura y, con objeto de macizarlo, un relleno de piedras de corte irregular más menu-

Figura 9. Túmulos funerarios de la necrópolis de La Osera, junto a la cara interior de la muralla del tercer recinto del poblado.

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La necrópolis de La Osera, famosa por su extensión y sus ajuares metálicos -2230 sepulturas y más de 5000 piezas recuperadas- se localiza en una gran explanada al Sur de las puertas principales del asentamiento, a unos 350 metros al exterior de la línea que forman las murallas del primer recinto y a unos 100 metros del segundo. Es uno de los cementerios más grandes y mejor conocidos de la Segunda Edad del Hierro en la Península Ibérica. Fue excavado por Cabré en su totalidad, aunque sólo se publicó una parte (Cabré et al., 1950). Su trabajo permitió documentar algo más de 2.100 sepulturas en hoyo, muchas de ellas sin protección o protegidas por una pequeña laja de piedra, y 60 túmulos y encachados de piedra de distinto tamaño (2-6 metros de diámetro) y forma (oval, circular, cuadrangular), que encerraban varias urnas. En el interior de las vasijas, como en Las Cogotas, además de las cremaciones se depositaron pequeños objetos de adorno personal. En el caso de que estos objetos fueran armamento más complejo o grandes piezas, se colocaban entonces alrededor de la urna, a veces inutilizándolos con anterioridad al enterramiento. La erección de algunos túmulos encima de los restos incinerados, como una

especie de hito bien visible, sugiere, tal vez, que el muerto había sido un importante ancestro que debía ser recordado por las generaciones futuras. Algunos túmulos estaban vacíos, habiendo sido interpretados como cenotafios, es decir, ofrendas a personas muertas lejos de su tierra de origen, a cuya alma se le reserva y dedica un lugar entre los suyos. Los enterramientos de La Osera se distribuyen en seis zonas, claramente separadas entre sí por espacios estériles. Como en la necrópolis de Las Cogotas, este patrón no responde a distintos momentos cronológicos ni a diferencias de los ajuares, sino al tipo de organización familiar de los vettones (Álvarez-Sanchís, 2003: 81-ss.). Se ha debatido mucho su significado. Parece que las áreas funerarias están reflejando un sistema de descendencia lineal en los grupos familiares cuya economía se basaba en el control de diferentes medios de producción, que no podemos precisar, y que se enterraban separadamente para reforzar simbólicamente sus derechos. Es decir, es muy posible que cada una de las zonas en las que se dividía la necrópolis correspondiese a cada uno de los clanes o linajes que vivía en el poblado.

Figura 10. Necrópolis prerromanas del Oeste de la Meseta y tumbas excavadas a partir de los datos publicados (Álvarez-Sanchís, 2003).

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amplio con una panoplia más sencilla (Martín Valls, 1986-87: 78, Álvarez-Sanchís, 2003: 86-92).

La necrópolis fue utilizada con seguridad durante los siglos IV y III a.C.. Las cerámicas más antiguas se elaboraban a mano y se decoraban con incisiones o impresiones. En la fase final del cementerio aparecen las cerámicas pintadas fabricadas a torno. Los ajuares funerarios incluían también espadas de antenas, puñales, lanzas, escudos, broches de cinturón, recipientes de bronce, fíbulas, joyas y adornos, así como objetos ibéricos de importación, algunas espadas de La Tène, cerámicas griegas y de Campania. Reflejan, por tanto, una extensa red de relaciones comerciales con los pueblos de la Meseta y del Sur de la Península Ibérica, además de la prosperidad de la comunidad que residía en el castro, que se ha estimado en torno a 400-500 habitantes (Álvarez-Sanchís y Ruiz Zapatero, 2001: 65).

Los ajuares recuperados en los cementerios de Las Cogotas, La Osera y sus homólogos de El Raso (Candeleda) y Alcántara (Fernández Gómez, 1986, 1997, Esteban Ortega et al., 1988), han sido fundamentales para sistematizar el armamento de tipo celta y la panoplia guerrera en España (Fig. 10). Distintas combinaciones parecen reflejar grupos sociales dentro de la casta militar: desde sepulturas de guerrero extraordinariamente ricas con panoplias completas que incluyen espada, escudo, una pareja de lanzas y arreos de caballo (Fig. 11), hasta otras -la mayoríaque únicamente llevan armas de asta, es decir, el equipo básico del infante ligero. La sociedad vettona de la Segunda Edad del Hierro era una sociedad desigual, una sociedad liderada por una aristocracia poseedora de caballos y armas suntuarias que marcaba su posición frente a un grupo de guerreros más

Teniendo en cuenta las tumbas de estos equites y las tumbas de guerrero sin elementos de atalaje, la proporción teórica jinete/infante sería aproximadamente de 1/4 en Las Cogotas y 1/6 en La Osera, similar a la proporción que se daba entre otras poblaciones célticas y entre los propios celtíberos. Lo que está claro es el importante papel de esta clase aristocrática ecuestre, esencial para comprender el creciente desarrollo de los oppida hacia estructuras de tipo urbano (Fig. 12). Cierta gradación también parece factible en las tumbas que podríamos considerar femeninas, unas pocas con ricos elementos de adorno (brazaletes, collares, fíbulas, broches) y otras con ajuares más pobres. Es verdad que no tenemos buenos datos para representar con precisión las comunidades vettonas. Las necrópolis abulenses reflejan una fuerte jerarquización a partir de las disimetrías de los ajuares funerarios, pero nuestra información queda reducida a lo que sabemos de sus élites (Ruiz Zapatero, 2007). En cualquier caso, hay que tener en cuenta que la inmensa mayoría de las tumbas contenían muy pocos objetos o ninguno, y que sólo unas pocas contenían muchos. Hay pocos enterramientos que se puedan relacionar con hombres y mujeres dedicados al trabajo industrial (metalurgia, alfarería, curtido de pieles, trabajo de la piedra y la madera, etc,.), pero sin duda alguna existieron especialistas como evidencian las herramientas halladas en contextos domésticos de los oppida (Fig. 13). Muchos agricultores pueden haber sido artesanos a tiempo parcial, e incluso unos pocos en los meses de invierno podían embarcarse en pequeñas aventuras comerciales. A pesar de todo, una estimación razonable es que cuatro de cada cinco tumbas sólo contenían cenizas o la urna cineraria; éstas corresponderían a los individuos más humildes.

Figura 11. Ajuar de la sepultura de guerrero nº 270 de la zona VI de la necrópolis de La Osera (Fotografía, Mario Torquemada. Museo Arqueológico Regional de Madrid).

Figura 12. Iconografía del jinete a caballo en los castros vettones de Las Cogotas (1-2) y La Coraja, en Aldeacentenera (3) (Álvarez-Sanchís, 1999).

Cementerios y asentamientos: la sociedad vettona.

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también el trabajo en los talleres de los oppida y una cierta especialización. En la provincia de Ávila, los centros fortificados parecen ocupar la cumbre de un patrón de poblamiento jerarquizado que tenía por debajo pequeñas aldeas y granjas aisladas (ÁlvarezSanchís, 2003: 45-47). Generalmente estas últimas se asentaban cerca de los ríos, carecían de fortificaciones y sus habitantes debían pasar la mayor parte del tiempo produciendo comida. Desconocemos muchas cosas de estos pequeños sitios. Se trataría del tipo de asentamiento más numeroso y constituiría buena parte del tejido de la población rural, pero, como en muchos otros ámbitos, asentamientos de esta categoría apenas se han excavado y el esfuerzo e interés de los arqueólogos se ha dirigido a los sitios mayores al resultar más rentables en términos de investigación. En algunos casos, como en el valle del Amblés, sus diferencias con los oppida se han tenido en cuenta a partir de dos referentes. De una parte, los territorios de explotación, que en los sitios pequeños revelan una fuerte orientación agrícola pues se emplazan en el fondo del valle con ricos suelos aluviales. Los oppida presentan, por el contrario, una orientación ganadera si se atiende a la topografía y calidad de los suelos. De otra, las funciones de los oppida y los pequeños asentamientos. Los primeros se individualizan porque desarrollaron actividades industriales -bien documentado en el alfar de Las Cogotas-, estuvieron implicados en redes de intercambio -como evidencian las armas de las necrópolis y algunas importaciones- y estuvieron fuertemente fortificados.

Si los elementos de los ajuares parecen tener una carga simbólica y social evidente, la localización de las tumbas y su complejidad constructiva serían otro claro elemento de distinción social y de relaciones de poder. Por ejemplo, el levantamiento intencionado de algunos túmulos de La Osera para depositar nuevas tumbas en su interior da idea de la reutilización de estas estructuras, proporcionando un dato interesante no sólo de cronología relativa sino de posibles relaciones parentales. La transmisión hereditaria de los bienes pudo incluir también un espacio funerario reservado para los miembros de cada linaje. En relación a estas personas se relacionarían distintos niveles de riqueza, en los que cabe entrever una red de familias y tal vez clientes. Algunas estructuras del cementerio pudieron tener un significado astrológico. Investigaciones recientes han valorado la disposición in situ de varias estelas de piedra que fueron utilizadas por los pobladores para señalar cada una de las zonas en que se dividía el cementerio (Baquedano y Escorza, 1998). Parece que funcionaron como marcadores de los días más importantes del año (solsticios de verano e invierno y fiestas célticas). La distribución de las estelas parece estar asimismo aludiendo a la constelación de Orión en el cielo nocturno, en la época en que fue “diseñada” y usada la necrópolis, lo que refuerza la idea de un sacerdocio institucionalizado entre los vettones.

La configuración del poblamiento en la provincia de Salamanca y su secuencia cultural ofrece una visión bastante más compleja (id., 2003: 47-49). Los asentamientos inmediatos al valle del Tormes -Cerro de San Vicente en la misma capital, Ledesma, Las Paredejas, etc,.- no albergan ninguna duda sobre la continuidad del poblamiento, al menos desde el siglo VII a.C. en adelante. Sin embargo, en las penillanuras occidentales de la provincia las evidencias son todavía demasiado tenues para esas fechas. Hay que reconocer que faltan excavaciones y estratigrafías, y seguramente el desarrollo “urbano” de los castros pudo haber influido en el arrasamiento de estructuras más endebles de épocas precedentes, pero por ahora el fenómeno es demasiado general como para considerarlo producto de la casualidad. El apogeo de los poblados fortificados en esta parte de la provincia ha de llevarse a la Segunda Edad del Hierro (Fig. 14-15). Ahora es cuando se desarrollan Yecla la Vieja (Yecla

Figura 13. Azadón, azuela, pico, martillo y puntero procedentes de las viviendas del castro de Las Cogotas (Fotografía, Mario Torquemada. Museo Arqueológico Regional de Madrid).

La concentración de estos objetos en yacimientos específicos demuestra, por tanto, lugares de intercambio a nivel de élites y momentos de auge en la cultura material. La obtención de excedentes alimenticios para acceder con facilidad a las redes de intercambio habría conducido a una expansión del sector agropecuario. Estos excedentes favorecerían 56


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torres, piedras hincadas) y un significativo nivel de concentración que desentona del conjunto, faltando de manera general asentamientos de inferior categoría, como granjas y pequeñas aldeas.

de Yeltes), Las Merchanas (Lumbrales), Irueña (Fuenteguinaldo), La Plaza (Gallegos de Argañán), Saldeana, ... Los territorios de explotación ponen de relieve cómo los poblados están orientados hacia el aprovechamiento de recursos ganaderos. También existen importantes minas de hierro, cobre y estaño en los alrededores. Hasta qué punto la vitalización del poblamiento en este sector se relaciona con la explotación minera del territorio es algo que queda aún por dilucidar (Salinas, 1992-93), pero lo cierto es que representan una estrategia de ocupación muy particular, con núcleos pequeños -la mayoría por debajo de las 5 hectáreas- poderosamente amurallados (fosos,

Esta diversidad de formas de poblamiento en la Meseta occidental parece expresar, sin duda, diversidad de organizaciones sociales y económicas. Los territorios de explotación de los oppida, las pequeñas explotaciones rurales, los sitios especializados y sus presuntas actividades y funciones indican claramente que las diferencias entre las poblaciones de unos y otros debieron existir sin duda alguna.

Figura 14. Campo de piedras hincadas del castro de Saldeana (Salamanca).

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Figura 15. Muralla y piedras hincadas del castro de Yecla la Vieja (Yecla de Yeltes, Salamanca).

que permite plantear una función apotropaica, como defensoras del poblado y el ganado (Álvarez-Sanchís, 2003: 56-58). El reciente hallazgo en la base de la torre Norte de la puerta de San Vicente, en las murallas de Ávila, de un verraco de 1,70 metros de longitud tallado in situ en la misma piedra, sobre el substrato geológico de la ciudad, confirma lo dicho (Martínez Lillo y Murillo, 2003: 280-283). La talla ofrece los rasgos naturalistas propios de los grandes cerdos de piedra realizados a finales de la Edad del Hierro -mandíbulas en resalte, extremidades anteriores y posteriores bien representadas, pezuñas- de los que se conocen varios ejemplos en el interior de la ciudad y en los castros de alrededor. Esta escultura servía de cimiento de una primitiva torre romana que tenía su entrada por el mismo lugar que ahora tiene la puerta actual, aunque aquella era más ancha. Es casi seguro que la estatua estuviese a la vista en época romana, pero tampoco hay que descartar que flanqueara el acceso a lo que debió ser el primitivo castro prerromano del siglo I a.C., tal vez con la simbología característica del guardián protector de la ciudad (Álvarez-Sanchís, 2008: 169-170).

Los vettones y sus símbolos. Podemos también relacionar el desarrollo de los oppida con parcelaciones importantes en el paisaje que incluyen esas relaciones de poder. Voy a referirme, en primer lugar, a la ubicación de los famosos verracos, singulares efigies de granito que representan toros y cerdos. El área de dispersión de estas esculturas abarca las tierras occidentales de la Meseta, Extremadura y la región portuguesa de Trasos-Montes, es decir, coinciden en una gran parte con el territorio que las fuentes antiguas adjudican a los vettones históricos. Sabemos de la existencia de grupos de dos o más esculturas de mediano y gran tamaño, entre 1,50 y 2,50 metros de longitud, hallados en las inmediaciones de las puertas de los castros vettones de Ávila y Salamanca (Fig. 16). Unos pocos verracos de Las Cogotas, La Mesa de Miranda, Las Merchanas (Lumbrales), Irueña (Fuenteguinaldo), Gallegos de Argañán o la misma Salamanca -recuérdese el famoso toro del puente romano- tienen como denominador común su relación con accesos y recintos, dato 58


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Debieron existir más fórmulas de representación y disposición de las esculturas en relación a puertas, murallas y recintos, que simbolizarían mágica y socialmente a los grupos residentes, pero carecemos de la información arqueológica necesaria para completar este panorama. Sin embargo, apenas el 20% de las cuatrocientas esculturas conocidas se asocia realmente a un poblado o se halló en torno a él. La localización de estas figuras en el paisaje es importante a la hora de abordar su significado, y recientes investigaciones van en esa dirección (Álvarez-Sanchís, 1999: 281-294, 2003: 59-63, Ruiz Zapatero y Álvarez-Sanchís, 2008).

ras o áreas de actividad específica. Además estos sitios tienen unas visibilidades en su entorno muy altas, es decir, parece que se buscaron deliberadamente puntos en el paisaje que resultaran fácilmente identificables. La idea de considerar a los verracos como delimitadores de áreas de propiedad se corresponde muy bien con el tipo de sociedad jerarquizada que se observa en los cementerios excavados de La Mesa de Miranda y Las Cogotas, con una aristocracia que probablemente basaría parte de su riqueza en la posesión de cabezas de ganado mayor. La fuerte inversión de trabajo que supone la labra de estas esculturas, a menudo de gran tamaño y a par-

Figura 16. Escultura de verraco de Gallegos de Argañán (Salamanca). Se conserva en el Museo de Salamanca.

Sabemos que una parte muy importante de los verracos fueron esculpidos entre mediados del siglo IV a.C. y el siglo I a.C.. Existen indicios claros de que los mejores pastos de los valles y las fuentes de agua más próximas fueron referenciados en el paisaje de la época mediante la erección de estas esculturas, que se distribuyen en áreas próximas a los asentamientos pero sin asociaciones aparentes a estructu-

tir de bloques de granito de varias toneladas de peso, tendría más sentido desde este punto de vista. Este sería el caso del toro abulense de Villanueva del Campillo (Fig. 17), una de las esculturas más grandes conocidas en el Occidente de Europa, de dimensiones excepcionales (2,50 metros de longitud por 2,43 metros de altura) y estratégicamente ubicado en la entrada al valle del Amblés por el puerto de Villatoro, 59


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en una de las zonas más ricas en prados naturales, únicos disponibles en los períodos críticos del año.

nal con su posición de entrada y acceso al valle del Amblés. En otras palabras, un referente visual para los “extraños” que accedieran al valle, de la riqueza de las comunidades vettonas del Amblés. La creación de este monumento fue un episodio importante y sin duda jugó un papel activo dentro de un sistema social todavía más amplio. Es un símbolo del poder de quien lo erigió y garantiza la identificación de un grupo humano con el territorio que ocupa.

El conjunto escultórico de Villanueva del Campillo se sitúa en el extremo septentrional de una gran hoya muy rica en pastos y con abundantes manantiales (Álvarez-Sanchís y Ruiz Zapatero, 1999). La escultura ocupa el lugar más visible de la hoya según se accede desde el puerto, a una altitud en torno a los 1.400 metros. Ofrecen unas excelentes condiciones de visibilidad desde el Sur y el Este, es decir desde donde se accede más fácilmente a la hoya. Es más, en ejes visuales cada 30º se ha comprobado que la visibilidad del gran toro de piedra, que se reprodujo con una ligera estructura de madera recubierta de tela gris como el granito de la zona, era real a distancias que oscilaban entre los 1.800 y 2.000 metros. Distancias en las que

Uno no puede dejar de preguntarse si las ideas sobre la identidad de los pueblos prehistóricos que nos precedieron fueron una realidad o simplemente una creación de los historiadores romanos. Por eso cuando hablamos de identidad étnica, habría que reflexionar primero acerca de las muchas clases de identidad que existen. Para abordar la etnicidad vetto-

Figura 17. Escultura de toro de Villanueva del Campillo (Ávila), una vez restaurada. Se conserva en la plaza del pueblo de la citada localidad.

se puede ver a un grupo pequeño de vacas en movimiento. El gran tamaño de la escultura -el bloque de granito original superaría las 15 toneladas- absolutamente única en el conjunto de la estatuaria vettona, hace muy sugestivo relacionar este tamaño excepcio-

na desde una perspectiva arqueológica necesitamos dos cosas: primero, que surgiera una identidad de grupo en el pasado, básicamente un reconocimiento consciente de diferencia en oposición a otros, y segundo, que ese grupo utilizara símbolos para marcar 60


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los límites étnicos que puedan ser susceptibles de una identificación arqueológica (Álvarez-Sanchís, 2004). Una observación interesante que afecta a los cementerios y asentamientos de la Meseta española ha sido la búsqueda de patrones decorativos específicos en las cerámicas llamadas comúnmente “a peine”, así denominadas por la decoración incisa que se consigue mediante la presión de un peine sobre la pasta tierna de la cerámica.

cen como distintas, pero compartiendo la misma tradición cerámica y decorativa. Lo mismo podría decirse del ritual funerario. Coincide en los aspectos básicos de la cremación pero ofrece costumbres distintas, como lo demuestra el uso de estructuras tumulares y ajuares con abundantes ofrendas en La Mesa de Miranda, frente al cementerio vecino, con campos de estelas y una sola urna en cada tumba. De ser así, podemos encontrarnos con que por debajo de una agrupación étnica bien definida geográficamente, existen poblados con un poder de decisión que se empieza a revelar independiente.

Las cerámicas a peine se remontan al siglo VI a.C., en poblados asociados a la cultura del Soto de Medinilla en el centro y occidente de la cuenca del Duero (Delibes y Romero, 1992). Con posterioridad, entre el 400 y el 200 a.C., las cerámicas alcanzan su plenitud y máxima extensión geográfica, cubriendo la práctica totalidad del valle del Duero. Se han planteado distintos niveles de análisis según las técnicas, los motivos, las formas de los recipientes y el contexto de hallazgo. La coincidencia entre las producciones incisas del ámbito vettón y un gusto más acusado por las cerámicas impresas o inciso-impresas en las comunidades vacceas y celtibéricas tiene suficiente entidad para acreditar lo dicho. Si los artesanos de las comunidades vettonas, vacceas y arévacas desarrollaron esquemas decorativos distintos, ello podría ser un buen reflejo del deseo de estos especialistas, y de los grupos que representan, de demostrar su identidad y etnicidad a través de símbolos visuales (Ruiz Zapatero y Álvarez-Sanchís, 2002). Probablemente las decoraciones reproducen estampados de telas que se relacionarían con otros elementos accesorios del vestuario personal y del armamento, pero sin duda la identificación de estos motivos revela que existió alguna forma de separación intencional entre ciudades que habitaban un mismo territorio.

En resumen, de la lectura de estos últimos datos pueden extraerse algunas consideraciones relativas al problema que plantea la relación etnia-ciudad, y que debemos situar desde un punto de vista arqueológico con anterioridad a la llegada de Roma: (1) la existencia de una población de la Edad del Hierro en el Oeste de la Meseta, que se corresponde con el territorio histórico de los vettones que testimonian las fuentes romanas, (2) un segundo rango vertebrado en agrupaciones tribales menores que confluyen en valles y comarcas específicas, con un patrón de ocupación social y económico también específico, (3) una última categoría vinculada a los oppida como elementos jerarquizadores del territorio, que empiezan a ofrecer rasgos de comunidades que se diferencian y reconocen como distintas, pero compartiendo idéntica cultura material. Las comunidades vettonas que se articularon en torno a los oppida, reordenaron el paisaje y controlaron los campos de cultivo y los pastos de sus territorios circundantes. Las causas que pudieron incidir en la emergencia de estos sitios excepcionales fueron diversas: control político del territorio y de las rutas de comercio, proximidad a determinados recursos naturales, etc,.. En cualquier caso, los conflictos armados, conflictos que probablemente tengan mucho que ver con la formación de etnias y estados, estuvieron detrás de este acontecimiento. El nivel de desarrollo social y económico alcanzado favorecería situaciones conflictivas entre comunidades próximas. La proliferación de asentamientos fortificados y los campos de piedras hincadas -un fenómeno que exigió la inversión de importantes recursos naturales y humanos (Esparza, 2003, Ruiz Zapatero, 2003)- encaja bastante bien con el panorama descrito. Existe, como hemos visto, una amplia evidencia que testimonia en este momento la importancia del armamento, del guerrero individual y de su estatus en la sociedad. Los equipos militares de los cementerios vettones coinciden en

Las necrópolis de Las Cogotas y La Mesa de Miranda apenas distan entre sí 20 kms. en línea recta. Pero un exhaustivo análisis de las decoraciones de las cerámicas a peine depositadas en los ajuares, demuestra diferencias muy marcadas a nivel de asentamiento. Unos pocos motivos son compartidos en ambos asentamientos -como las típicas series incisas de bandas en zig-zag-, pero los más importantes -series de cestería y de sogueado- son casi exclusivos a nivel de sitio. El descubrimiento de motivos decorativos normalizados revela que existió alguna forma de separación intencional entre ciudades que ocupaban el mismo valle (Álvarez-Sanchís, 1999: 303305). En otras palabras, las identidades estilísticas cerámicas deben ser la expresión de identidades sociales, de comunidades que se diferencian y recono61


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trucción de torres, murallas, fosos y piedras hincadas.

lo básico con el registro conocido en los cementerios vacceos, celtibéricos y de otros pueblos del interior. Hasta cierto punto, esto sugiere que las distintas élites de la Meseta estaban en contacto y supone la existencia de una “ideología guerrera” compartida (Lorrio y Ruiz Zapatero, 2005). Un desarrollo social y económico de estas características favorecería una situación conflictiva y un fuerte nivel de competencia entre las poblaciones a nivel de sitio y de comarca. En este contexto es fácil entender entonces el énfasis en la búsqueda de emplazamientos defensivos y la cons-

Desconocemos qué criterios han llevado a escoger una u otra fórmula defensiva, pero el hecho más sobresaliente es que algunos poblados vettones están empezando a comportarse como importantes centros urbanos, y eso, de algún modo, implica un riesgo en la estructura tribal del territorio. A comienzos del siglo II a.C. el sistema socio-económico había alcanzado tal grado de complejidad, que la transformación parecía inevitable.

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Vetones y Vettonia: Etnicidad versus ordenatio romana* Eduardo Sánchez-Moreno Departamento de Historia Antigua de la Universidad Autónoma de Madrid

Resumen

los vetones con un extenso territorio a ambos lados del Sistema Central. Un espacio tradicionalmente circunscrito a las actuales provincias de Ávila y Salamanca -hasta la ribera zamorana del Duero y los valles del Águeda y el Côa en los confines de la Beira portuguesa-, el sector oriental de la provincia de Cáceres, el occidente toledano y los límites del Guadiana central. Según las fuentes los vetones comparten frontera con los vacceos al Norte, astures al Noreste, lusitanos al Oeste, célticos y túrdulos al Sur, oretanos al Sureste, carpetanos al Este y quizá con los arévacos hacia el Noreste (Roldán, 1968-69: 100-106, Sánchez-Moreno, 1994). Pero hay que tener en cuenta las imprecisiones y anacronismos en la proyección literaria de los territoria de la Hispania antigua, sujeta a las directrices del imperialismo romano, en cuyo discurso se inserta como instrumento de propaganda y alteridad (Plácido, 1987-88, Ciprés y Cruz Andreotti, 1998, en general Clarke, 1999). E igualmente deben reconocerse las dificultades en la definición política de esas unidades de población dentro de unas coordenadas espacio-temporales objetivables. Volveré sobre ambos aspectos más adelante (Fig. 1).

Las siguientes líneas proponen una reflexión sobre el grado de identidad cultural y cohesión étnica de las poblaciones que identificamos con el etnónimo vetones (ουεττωνεζ /vettones en la transmisión de las fuentes grecolatinas). En primer lugar atendiendo a su estadio prerromano o formativo de la Edad del Hierro, para seguidamente abordar la definición de la Vettonia, su demarcación territorial, como espacio etnopolítico del Occidente hispano. ¿Responden estas gentes y su región a un proceso de identidad y apropiación endógeno, a una realidad indígena, o son más bien el resultado de una construcción romana, de una particular ordenación del espacio conquistado?. Los vetones constituyen el ethnos más oriental comprendido en los límites de la Lusitania romana. El escrutinio de las fuentes (básicamente la enumeración de pueblos en vecindad geográfica, por parte de Estrabón y Plinio, y las ciudades de adscripción vetona que recoge Tolomeo a mediados del siglo II d.C.) y ciertos indicadores arqueológicos (distribución de verracos, castros, cerámicas peinadas y manufacturas metálicas, fundamentalmente) llevan a relacionar a

Figura 1. Delimitación aproximada del territorio vetón y localización de los principales asentamientos (según, J. Álvarez-Sanchís, 2001: 260). * Expreso mi agradecimiento a los organizadores de estas Jornadas de Arqueología, una oportuna iniciativa para acercarnos transfronterizamente al mundo de vetones y lusitanos. Ambas entidades poblaban 2.500 años atrás las tierras de Beira baixa, alto Alentejo y Cáceres, unidas en medioambiente y tradiciones culturales. En la Antigüedad no existían las fronteras estatales que hoy nos identifican y sitúan, por lo que es conjuntamente, a ambos lados de la raya, como debe abordarse la actualización científica de nuestros -también compartidos- pueblos prerromanos. Este trabajo se enmarca en el Proyecto de Investigación HAR2008-02612 financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación.

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En lo que a la etnogénesis de estas poblaciones se refiere, su punto de arranque suele establecerse, no sin dudas, en la cultura de Cogotas I del Bronce Medio-Final, a partir de ciertos indicios de continuidad poblacional y la filiación de elementos de cultura material, en particular de algunos repertorios cerámicos (Álvarez-Sanchís, 1999: 37-61). En cualquier caso su proceso formativo se afianza más claramente en el Hierro Antiguo con un poblamiento castreño paralelo al horizonte Soto de Medinilla del Duero central (Delibes et al., 1995: 59-88, Fernández-Posse, 1998: 46-55, 141-155), que, aun sujeto a matices, podemos definir como estadio protovetón (Álvarez-Sanchís, 2003a, Sánchez-Moreno, 2000a: 199-204). En estos “siglos oscuros” -VIII-V a.C.- se configura un sustrato cultural que al menos lingüísticamente cabe considerar indoeuropeo según constata el posterior registro onomástico de la región (García Alonso, 2001). Pero el Hierro Antiguo es momento en el que se reciben también importantes influencias orientalizantes a través del viejo camino de la Plata y los vados del Tajo (Martín Bravo, 1998), hasta el punto de constituir -lo que será luego la Vetonia- un hinterland septentrional de Tarteso (Sánchez-Moreno, 2000a: 193-199, Rodríguez Díaz y Enríquez, 2001: 137-189). A este respecto y en el contexto de las relaciones comerciales con los activos centros del Sur, conviene subrayar el papel suministrador de recursos naturales (metales, ganado, cosechas) y humanos de las regiones comprendidas entre el Guadiana y el Duero, y la aculturación resultante de lo mismo. Este sustrato orientalizante y otras estrategias culturales explican el sabor “iberizante” de algunas manifestaciones de la arqueología vetona: recipientes de bronce, producciones orfebres, cerámicas pintadas, grafitos en escritura meridional, etc. (Barril y Galán, 2007). A partir del siglo V a.C., con el desarrollo de las periferias tras el ocaso tartésico y la reorientación interregional que la continua, arraiga en el interfluvio Tajo-Duero un patrón de asentamiento cuyo hábitat más expresivo son los núcleos fortificados o castros (en general, Almagro Gorbea, 1994, 1995, Martín Bravo, 1999: 131-218, cfr. Berrocal y Moret, 2007). Éstos se emplazan en laderas, piedemontes y riberos, sobre posiciones preeminentes y con buenas condiciones para el control de territorios y caminos. Algunos son de nueva planta y otros, preexistentes desde el Bronce Final, se potencian con la llegada de nuevos grupos en procesos de concentración y presión territorial. Alrededor de los castros se disponen en ocasiones asentamientos menores y

dispersos (aldeas, caseríos) que señalan una jerarquización del poblamiento en respuesta a factores estratégico-defensivos y con vistas al aprovechamiento económico del medio. Y como es bien sabido, a finales de la Edad del Hierro, coincidiendo con el avance de púnicos y romanos por el interior peninsular, algunos castros se convierten en lugares centrales u oppida, esto es, en núcleos urbanos mayores dotados de sólidas defensas y con poblaciones que superarían el millar de personas. Los oppida abulenses de Ulaca (Solosancho), Mesa de Miranda (Chamartín de la Sierra) o El Raso (Candelada), con superficies comprendidas entre 20-60 ha., representan los mejores ejemplos (Álvarez-Sanchís, 1999: 111-168, González-Tablas, 2001) (Fig.2-3).

Figura 2. Cuadro-secuencia de la etnogénesis del territorio vetón (según, J. Álvarez-Sanchís, 1999: 331, fig. 145).

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Figura 3. Muralla y entrada meridional del oppidum vetón de El Raso (Candeleda, Ávila) (Fotografía, E. Sánchez-Moreno).

mentos plenos de la Edad del Hierro una parte importante de la información sobre la estructura social procede de las necrópolis de cremación (Ruiz Zapatero, 2007); de entre ellas las más célebres y mejor estudiadas son las abulenses de Las Cogotas (Cardeñosa), La Osera (Chamartín de la Sierra) y El Raso (Candelada), clásicas de la arqueología vetona (Álvarez-Sanchís, 1999: 169-172, 295-308, SánchezMoreno, 2000a: 87-106, Baquedano, 2007). Organizadas en sectores funerarios que obedecen a agrupamientos familiares amplios, en ellas el acceso al espacio funerario es selectivo; con otras palabras: no está enterrada toda la población, sólo los individuos de derecho y por ello privilegiados. La formación de estos cementerios en paralelo al afianzamiento de los poblados a los que se vinculan como espacio de sus muertos, y su uso temporal (desde fines del siglo V hasta fines del II a.C. grosso modo) señalan una adscripción al territorio, una definitiva sedentarización y por ende un nexo de identidad espacial y colectiva en estas poblaciones. Las elites tienen su refrendo en las tumbas de mayor riqueza, que incluyen panoplias militares, instrumental equi-

Las gentes vetonas conforman una sociedad que desde una clasificación cultural podemos definir como “guerrera y pastoril”, lo que en realidad no es una singularidad sino un lenguaje común de la Protohistoria (Ciprés, 1993: 135-159, Gracia, 2003: 4394). Pero, ciertamente, la riqueza ganadera y el cariz guerrero son rasgos definitorios de la identidad vetona, en especial de sus elites rectoras, pues la posesión de rebaños es fuente de poder y la ostentación de armas y sus implicaciones un indicador de estatus (Sánchez-Moreno, e.p.). Estas comunidades se organizan en territorios políticos de distinto tamaño articulados por un castro u oppidum, capital y sede de las instituciones civiles y religiosas. Como ponen de manifiesto las necrópolis de cremación para los siglos IV-II a.C., a la cabeza de las comunidades vetonas (compuestas por grupos familiares de distinto rango) se sitúan aristocracias guerreras que basan su poder en el control de los recursos económicos -sustancialmente ganaderos, como indican los célebres verracos-, en las relaciones establecidas con otras regiones y en estrategias de dominio ideológico y coercitivo sobre su grupo. En efecto, en mo67


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no y bienes de prestigio, y se señalan con estelas, empedrados y pequeños túmulos. Asimismo su porte guerrero es advertido por las fuentes literarias al significar el auxilio que los jefes vetones prestan a pueblos vecinos amenazados por el avance primero de cartagineses y luego de romanos, constituyendo una suerte de confederaciones militares (Liv. 35.7.8 y 22.8) o participando del lado de Viriato en las guerras lusitanas a mediados del siglo II a.C. (App., Iber. 56) (vide infra) (Fig. 4).

tenga constatación directa con una cultura arqueológica, como pensara V. Gordon Childe con su exitosa propuesta de los círculos culturales. Al contrario, la etnicidad es una construcción subjetiva que responde a determinadas percepciones, coyunturas y manipulaciones (Banks, 1996, Jenkins, 1997, Jones, 1997, Lucy, 2005). Y que además se puede verificar de distinta forma, por ejemplo internamente (por parte del grupo protagonista) o desde fuera (por parte de otro, foráneamente); de manera consciente (movido por alguna motivación) o inconscientemente (sin intencionalidad manifiesta); en el propio tiempo de los protagonistas o a posteriori, etc.. Supone, por tanto, un interesantísimo objeto de estudio en tanto fenómeno histórico (revisión del pasado) pero también historiográfico (revisión de las maneras en que se ha leído el pasado desde distintos presentes) (Graves-Brown et al., 1996, Hutchinson y Smith, 1996, Smith, 2004). Podemos definir la etnicidad como la identificación propia o externa de un grupo amplio de población sobre presunciones básicas como son, entre otras, un origen y descendencia común -ciertos o inventados-, un territorio familiar, una afinidad lingüística y una diferenciación cultural percibida o trazada por oposición a otros con los que se coexiste o pretende diferenciarse (Shennan, 1989: 14, Jones, 1997: XIII). Por tanto la etnicidad y sus formas de expresión son resultado de una interacción: una entidad existe sólo en contraste con otra hasta el punto de venir frecuentemente definida desde fuera, de ser la percepción de un “yo” frente a un “otro”. La conciencia de un grupo por marcar su identidad (y diferencia) frente a otros es algo que opera activamente en momentos de contacto cultural y stress sociopolítico, manifiestamente en la Edad del Hierro y durante la conquista romana (Jones, 1997: 129-135, Woolf, 1997, Cunliffe, 1998, Wells, 1998, 2001). Los miembros de una comunidad -en mi opinión, más concretamente, los grupos de poder- hacen expresión de su identidad de forma voluntaria o predeterminada a través de medios y comportamientos, lo que J. Hall siguiendo al antropólogo Horowitz denomina indicios y criterios (Hall, 1997: 20-26). Algunos de ellos serían ritos y creencias, formas de ocupación del espacio, tradiciones y leyes, usos onomásticos, atuendo personal, estilos decorativos, instituciones y emblemas, himnos y epopeyas…, que pueden preservarse o no en los registros informativos.

Figura 4. Modelo gráfico de la sociedad vetona a finales de la Edad del Hierro (según, G. Ruiz Zapatero, 2007: 71, fig. 3).

Los vetones antes de Roma: elementos de identidad en la Meseta occidental durante la Edad del Hierro. Es hora de preguntarnos por el grado de identidad de estas gentes. Por los rasgos que, en su caso, permitan deducir un auto-reconocimiento o “conciencia étnica”: la que lleva a los observadores griegos y romanos desplazados a la Península a singularizar y/ o diferenciar a los vettones de los restantes populi hispanos. Permítaseme en este punto un par de reflexiones sobre la etnicidad en el debate de las identidades de la Hispania prerromana, un tema de notable actualidad (Cruz Andreotti y Mora, 2004). Los conceptos “etnia” o “pueblo” no son categorías absolutas como hacen pensar las fuentes al alumbrar a las gentes paleohispanas como realidades fijas o atemporales (Gómez Fraile, 2001: 72), sino procesos dinámicos y situacionales en constante construcción. La antropología y la sociología demuestran hoy que la etnicidad es un complejo agente en movimiento que nada tiene que ver con un decálogo biológico ni mucho menos racial (por ello invariable o inmóvil), como se asumía en el siglo XIX. Ni siquiera algo que 68


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La cultura material y las formas de ocupación y demarcación del espacio verificables arqueológicamente, connotan una identidad en función de la relación cambiante que un individuo o grupo establece con los objetos que utiliza y con los ámbitos que ocupa, dotándolos de determinados sentidos que sólo el análisis del contexto en el que se insertan permite restituir. El punto de partida es considerar la cultura material como lenguaje de comunicación no verbal. O dicho de otra manera, el objeto (y determinados lugares) como expresiones de una interacción social. Por eso mismo los grupos humanos comunican su identidad a través de símbolos materiales a los que se otorga un sentido emblemático (Hall, 1997: 133-134, 1998: 267). En algunos casos, cuando se trata de protagonistas colectivos más o menos cohesionados, ciertos repertorios materiales pueden entenderse como una suerte de marcadores colectivos que rastrearían acaso una categoría étnica o identidad supralocal compartida. Lo que vendría dado no tanto en el objeto en sí como en el uso que se le da en el curso de una interacción social: la cerámica en la relación con el más allá al depositarse como ofrenda funeraria; las armas en las relaciones entre individuos como símbolos de autoridad; el verraco en la relación con el paisaje como hito protector y territorial…, entre otros ejemplos. O de interacciones sobre el espacio, como las que tienen lugar en santuarios fronterizos y de convergencia del ámbito vetón, como he propuesto para el lugar de Postoloboso en Candelada (Ávila) o la Sierra de San Vicente en las proximidades de Talavera de la Reina (Toledo) (Sánchez-Moreno, 2007: 132-143), o en la propia práctica trashumante a cuyo amparo se establecen nexos de hospitalidad, regulaciones e intercambios entre grupos interregionales que implican de una u otra forma procesos de identidad (Sánchez-Moreno, 2001a, Renfrew 2002). Se trata, por tanto, de acceder a los comportamientos de grupo a través del particular manejo que se haga de la cultura material y de la asignación de espacios históricos; mecanismos que, en un análisis contextual conjunto pueden llegar a maniobrar estrategias de identidad.

1) Estilos cerámicos. Las producciones cerámicas con decoración incisa “a peine” son altamente representativas del territorio vetón (Hernández, 1981, Álvarez-Sanchís, 1999: 198-202, Sánchez-Moreno, 2000a: 110-113), aunque no exclusivas pues desde el siglo VI a.C. se documentan en el valle central del Duero y regiones próximas: los posteriores territorios vacceo, astur, arévaco y carpetano, además del vetón (García-Soto y de la Rosa, 1990, Delibes et al., 1995: 112-113, Sanz, 1999). Trabajos recientes como los de J. Álvarez-Sanchís y G. Ruiz Zapatero para el ámbito vetón (Ruiz Zapatero y Álvarez-Sanchís, 2002: 265-270, Álvarez-Sanchís, 2003b: 95-97), o los de C. Sanz Mínguez para el vacceo (Sanz, 1998: 245-272), sugieren una diferenciación de estilos o variantes decorativas relacionables con grupos etno-regionales a partir del siglo IV a.C., momento de expansión de estas cerámicas. Así, los motivos exclusivamente incisos (particularmente con la representación de cesterías formadas por bandas de rombos) son predominantes en los yacimientos vetones, mientras que los de carácter mixto combinando incisión e impresión (con temas más sencillos en espiguilla y línea de puntos) tienen mayor representación en los ámbitos vacceo y arévaco. A escala intrarregional podrían observarse patrones locales con la preferencia de unos motivos (y variantes de peine) frente a otros: así, dentro del espacio vetón las cesterías son las predominantes en Las Cogotas, los almendrados en El Raso y los sogueados en La Osera (Ruiz Zapatero y ÁlvarezSanchís, 2002: 268-269). Se trataría en definitiva de diferencias estilísticas tanto a nivel comarcal como de asentamiento, que transferirían señas de identidad formal o externa por parte de individuos y grupos; esto es, “marcadores móviles” expresados en las relaciones individuales, familiares e interregionales -en las que operan las cerámicas- a través de la visualización de ornamentos y su simbología, teniendo en cuenta además que las decoraciones cerámicas podrían inspirarse en tejidos y otros elementos de la indumentaria personal (Fig. 5-7).

En este sentido y para el caso de los vetones pre-romanos podemos señalar algunos elementos o “marcadores” materiales que singularizarían a distinto nivel patrones de identidad en la Edad del Hierro. Me centraré en tres casos.

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Figura 6. Vaso con decoración “a peine” y motivos impresos procedente del castro de Las Cogotas (Cardeñosa, Ávila) (Fotografía, Museo Arqueológico Nacional).

Figura 5. Variantes en los estilos decorativos de las cerámicas “a peine” y distribución según asentamientos vetones de la provincia de Ávila (según, J. Álvarez-Sanchís, 1999: 305, fig. 135).

Figura 7. Urna con decoración “a peine” y rosetas estampadas procedente de la necrópolis de La Osera (Chamartín de la Sierra, Ávila): zona VI, sepultura 220 (Fotografía, Museo Arqueológico Nacional).

2) Manufacturas metálicas: Recipientes de bronce. Junto a los estilos decorativos, el predominio de determinadas manufacturas de elaboración a veces costosa y empleadas en contextos específicos, también anunciaría patrones de identidad en sus usuarios. Un ejemplo en este sentido es el de los recipientes de bronce, muy representativos de las necrópolis vetonas de Sanchorreja, La Osera y Pajares. En las tres abundan calderos y los objetos que solemos llamar “braserillos”, que también se han definido como pátenas, aguamaniles o calderillos con asas (Cuadrado, 1966, González-Tablas et al., 1991-92, Caldentey et al., 1996, Ruiz de Arbulo, 1996, Celestino, 1999: 78-79, 102-104). Estos recipientes se integran en los ajuares con una función ritual relacionada con la libación funeraria o, más pragmáticamente, con la realización de banquetes y prácticas hospitalarias de reafirmación social. Así, es posible que se emplearan para servir comidas más o menos elaboradas, para el lavado de manos en la recepción del huésped o como

dones diplomáticos o “símbolos de acercamiento” según he propuesto en otro lugar (Sánchez-Moreno, 1998: 434, 703-706). La asociación de los “braserillos” a asadores, parrillas y otros instrumentos relacionados con el fuego (manifiestamente en las necrópolis de Las Cogotas y La Osera; Kurtz, 1982) apoyaría una función comensal o de banquete. Al aparecer en tumbas ricas que incluyen panoplias guerreras, se trataría de objetos de rango o bienes de prestigio (los “braserillos” más antiguos son importados y de filiación orientalizante; Jiménez Ávila, 2002: 103-138) propios de las elites. Marcarían, así pues, una identidad funcional verificada en las ceremonias exclusivas de los grupos privilegiados, sean banquetes u otras, en las que se emplearon tales vajillas antes de su amortización funeraria. Y ello parece tener especial arraigo en las aristocracias vetonas de los siglos V-IV a.C., que 70


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fundamentan parte de su poder en las relaciones e intercambios mantenidos con el mundo ibérico (Sánchez-Moreno, 1998: 525-533, Barril y Galán, 2007), contexto en el cual cabe entender la recepción de recipientes de bronce de origen meridional.

3) Verracos. Una de las creaciones más representativa de los vetones, los populares verracos, condensan magníficamente el peso de la ganadería en sus creencias y formas de vida. Las toscas esculturas de toros y suidos deben entenderse como hitos protectores de territorios, poblaciones y cabañas domésticas (Álvarez-Sanchís, 1994, 1999: 215-294, 2007, SánchezMoreno, 2000a: 138-146), si bien con un simbolismo polivalente que impide interpretar unívocamente los más de cuatrocientos ejemplares conocidos entre el siglo IV a.C. y tiempos altoimperiales. Al igual que su morfología (tipo) y conceptualización (significado), la función de los zoomorfos se reelabora con el tiempo. Los ejemplares más antiguos sugieren, parece, un sentido territorial y apotropaico como marcadores de pastos, poblados y caminos sobre el paisaje cultural de la Edad del Hierro (Álvarez-Sanchís, 1998, 2007). Sin menoscabo de otras lecturas, los zoomorfos son un icono de identidad espacial o etnicidad (Ruiz Zapatero y Álvarez-Sanchís, 2002: 263-265): la que opera sobre comunidades extendidas sobre un territorio. Pero además los verracos representan una de las mejores expresiones del poder de las elites vetonas dueñas de pastos y rebaños, convirtiéndose en emblemas de los señores del ganado y la guerra (Ruiz-Gálvez, 2001: 216, Álvarez Sanchís, 2003b: 49-55, Sánchez-Moreno, 2006: 61-64). Acorde con lo idea que vengo defendiendo (la progresión de la identidad colectiva a partir del papel motriz de los jefes; Sánchez-Moreno, e.p.), los verracos traducirían inicialmente el poder individual de los jerarcas familiares (los propietarios de pastos y rebaños) para acabar convirtiéndose en un emblema de grupo (la comunidad o habitantes del castro que se identifica bajo este atributo zoomorfo, que es al tiempo sostén económico y expresión del poder de las elites). Esto último, el constituir una suerte de imagen heráldica protectora de la comunidad, de la propia ciudad y sus gentes, cabe aplicarse al verraco descubierto en la primavera de 1999 en el nivel inferior de la Puerta de San Vicente, en la muralla de Ávila (Gutiérrez Robledo, 1999, Martínez Lillo y Murillo, 2003). Un hallazgo excepcional al tratarse de un verraco tallado in situ, esculpido directamente en la roca natural e integrado en el primigenio recinto de la ciudad, marcando la entrada de una puerta o vano. Sin que pueda confirmarse todavía si Ávila es una fundación ex novo del siglo I a.C., con gentes desplazadas de los castros de alrededor, o un asentamiento indígena preexistente (Centeno y Quintana, 2003) (Fig. 9-11).

Un caso significado es el de la necrópolis de Pajares (Villanueva de la Vera, Cáceres) (Celestino, 1999). En ella se reconoce un particular tipo de urna de bronce batido, con chapas roblonadas muy finas y de forma troncocónica, el llamado “tipo Pajares” (Celestino, 1999: 72-78, 101-102). Sólo en el sector II de esta necrópolis se han encontrado hasta 10 ejemplares en tumbas por lo demás sencillas y con ajuares modestos. Se desprende de lo mismo un particular uso funerario de alcance familiar o gentilicio para los siglos V-IV a.C., momento en que se datan los enterramientos de este sector (Celestino, 1999: 85-91). Y por tanto una identidad funeraria, también funcional, expresada en la predilección por un contenedor cinerario que hacen dichos grupos familiares. Ello respondería a unas motivaciones concretas difíciles de desentrañar, cuando no irrecuperables, que en cualquier caso devendrían y transmitirían una conciencia compartida (Fig. 8).

Figura 8. Conjunto de urnas de bronce procedentes de la necrópolis II de Pajares (Villanueva de la Vera, Cáceres) (Fotografía, S. Celestino Pérez).

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Figura 9. Verraco del castro de Las Cogotas (Cardeñosa, Ávila), en la actualidad en una plaza de Ávila (Fotografía, E. Sánchez-Moreno).

Figura 10. Detalle de los Toros de Guisando (Ávila) (Fotografía, E. Sánchez-Moreno).

Figura 11. Verraco hallado in situ en la Puerta de San Vicente de la muralla de Ávila (Fotografía, S. Martínez Lillo y J.I. Murillo).

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En definitiva, de la observación de estos elementos cabe concluir que la relación entre repertorios materiales, sus usos funcionales y simbólicos y la construcción de identidades colectivas, es una interesante vía en la que hay que seguir profundizando.

reorganizar los espacios provinciales y asentar las bases ideológicas de la romanización en Occidente (MacMullen, 2000, Holland, 2004, Everitt, 2008). Por lo que, aun tratándose de un epíteto no constatado en los documentos antiguos, podemos considerar a Augusto como verdadero pater Hispaniarum (GómezPantoja, 2008). Y es precisamente en este horizonte de la pax augusta en el que hay que leer los datos de Estrabón (Salinas, 1998, Clarke, 1999: 281-328), nuestra principal fuente para el conocimiento de las etnias hispanas (Cruz Andreotti, 1999, García Quintela, 2007a, 2007b).

La Vettonia como espacio etno-político: ¿una construcción romana?. El nombre de ουεττωνεζ (en griego), vettones (en latín), es transmitido por primera vez en las fuentes a finales del siglo III a.C., con el alumbramiento de los pueblos de la Meseta a raíz de la expedición de Aníbal a tierras del Duero en el 220 a.C. (Sánchez-Moreno, 2000b, 2008). Tras la Segunda Guerra Púnica, de la mano del largo proceso de anexión y explotación de las tierras hispanas por parte de la República romana (Roldán y Wulff, 2001), se extenderá el empleo de éste y otros etnónimos del Occidente hispano al tiempo que los conquistadores van teniendo constancia de las diversas unidades de población indígena. Las primeras incursiones romanas en el territorio de los vetones se producen a inicios del siglo II a.C. con las expediciones de los gobernadores Fulvio Nobilior hasta el Tajo (193-192 a.C.) y Postumio Albino hasta el Duero (180-179 a.C.). Pero no es hasta el final de las guerras lusitanas cuando, con las campañas de Servilio Cepión (139 a.C.) y sobre todo Junio Bruto (138 a.C.), el primero en arribar al país galaico, las tierras ocupadas por los vetones se integran en los límites de la Hispania Ulterior (Sayas, 1993: 216-220, de Francisco, 1996: 70-75, Roldán, 1997: 212). Un dominio romano más teórico que real pues la pacificación plena del territorio no se logra, superada la inestabilidad del episodio sertoriano (8272 a.C.), hasta el gobierno de César. Primero como quaestor (69 a.C.) y más tarde como pretor de la Ulterior (61-60 a.C.), el brillante general y hábil político que es César desarrolla en Lusitania una labor que combina el sometimiento de últimas poblaciones levantiscas -obligadas a establecerse en el llanocon la promoción jurídica y la potenciación urbana.

Ahora bien, la visión que las fuentes clásicas dan de los pueblos hispanos responde a la observación externa, a la lectura sesgada, que los autores grecorromanos proyectan desde el prisma del choque cultural. Y en una situación además determinante como es la conquista romana de la Península Ibérica, con el progresivo avance de las legiones. Roma traerá consigo no sólo la reestructuración de la territorialidad indígena, sino la reelaboración por parte de los conquistadores de una imagen estereotipada de los conquistados. Los otros, los bárbaros. Bastará como ejemplo un gráfico pasaje estraboniano a propósito de los vetones, que dicho sea de paso parece estar tomado de las viñetas de Astérix, lo que avala por igual la genialidad de R. Gosciny y A. Uderzo y su buen conocimiento de las fuentes históricas (van Royen y van der Vegt, 1999):

“Y que los vetones, cuando al entrar por primera vez en un campamento romano, al ver a algunos de los oficiales yendo y viniendo por las calles paseándose, creyeron que era locura y los condujeron a las tiendas, como si tuvieran que o permanecer tranquilamente sentados o combatir” (Strab., 3.4.16). “¡Están locos estos romanos!” hubiera sido la respuesta de Obélix (Feuerhahn, 1996). Entre la anécdota costumbrista y la caracterización estereotipada del bárbaro (Sánchez-Moreno, 2000a: 38-39), la estampa de estos vetones que no saben sino dormir o guerrear es el resultado de la simplificación de conductas contrapuestas a los parámetros clásicos; sin embargo un ejercicio de decodificación nos permitiría recuperar algo del contexto originario en el que se crea y luego distorsiona esa imagen: el contexto de las jefaturas guerreras de la Edad del Hierro y, dentro del mismo, hábitos como el banquete aristocrático, la guerra o los retos personales como formas de afirmación social (Fig. 12-13).

Por su parte, el corónimo Vettonia, como territorio de adscripción de los vettones, es posterior y hasta cierto punto artificial, consignándose probablemente en los últimos años del siglo I a.C. en el contexto de la reorganización administrativa llevada a cabo por Augusto. Es bien sabido que éste último, princeps triunfante sobre cántabros y astures (29-19 a.C.), concluida en Hispania una conquista que se había prolongado por dos siglos, es el encargado de 73


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Figura 12. Imagen de Iberia y sus pueblos a partir de los datos de Estrabón (finales del siglo I a.C.) (según, P. Ciprés, 1993: fig. 2, basado en F. Lasserre, 1966).

Figura 13. Mapa del poblamiento prerromano (territorios étnicos y lingüisticos) hacia el 200 a.C. (según L. Fraga da Silva, Associação Campo Arqueológico de Tavira, Portugal: http://www.arkeotavira.com/Mapas/Iberia/Populi.pdf).

Así pues, historiográficamente hablando, accedemos al paisaje étnico de Hispania a través de los ojos de Roma. ¿La idea que los vetones tuvieron de sí mismos -si tuvieron conciencia de identidad como grupo- coincide con la que transmiten los historiadores antiguos? Muy probablemente no. El cuadro que los clásicos brindan de las agrestes gentes hispanas es subjetivo (la visión del otro), selectivo (no están todos los pueblos que son, o al menos no con igual consideración) y predominantemente tar-

dío. La mayor parte de las noticias son del tiempo de la conquista, cuando escribe Polibio (mediados del siglo II a.C.), y algo más tarde Estrabón y Diodoro de Sicilia (fines del siglo I a.C.) (Salinas, 1999); mientras que las relaciones geográficas de Plinio y Tolomeo corresponde ya a la organización administrativa altoimperial, por lo que conllevan una transformación del marco indígena (Guerra, 1995, Gómez Fraile, 1997, García Alonso, 2002). Desconocemos además los criterios últimos que emplearon los 74


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autores antiguos para enumerar pueblos y tierras, y, como veremos seguidamente, tampoco sabemos mucho sobre la génesis y transmisión de los etnónimos. Todo ello hace que un sector de la investigación actual considere que el mapa étnico que trazan las fuentes responda más a una constructio romana que a la realidad indígena (Gómez Fraile, 2001: 79-80, Plácido, 2004: 16). En este sentido, no se trataría de marcos étnicos sino de espacios caracterizados por ciertos rasgos geográficos o etnográficos (“las gentes que habitan junto a tal río”, “en torno al pueblo o lugar de tal nombre”), advertidos desde fuera, que Roma eleva ad hoc a la categoría de territorios históricos. Sin embargo, con matices pertinentes y asumiendo incluso que las etnias en su sentido nominal surjan del choque con Roma, parece lógico pensar que estamos ante procesos avanzados de configuración étnica y definición político-territorial susceptibles de reconocerse en una serie de indicadores a lo largo de la Edad del Hierro, en la línea de los analizados para el caso de los vetones. Siendo precisamente con la acción de Roma en Iberia cuando estas entidades se convierten en “sujetos históricos” al consignarse en la historiografía clásica. Hablamos entonces de vetones, lusitanos o vacceos como si de imágenes fijas se tratara… El mismo retrato estereotipado e infinito que los cómics de Astérix dibujan del galo, el germano, el griego o el egipcio como arquetipos etnográficos.

algunas derivaciones toponomásticas (nombres de ríos, montañas u otros parajes naturales de referencia). En no pocos casos los calificativos étnicos aludirían a las elites dirigentes, que son quienes en un primer momento lideran y maniobran los procesos de identidad colectiva. Así, presentándose como valedores de la comunidad, los jefes guerreros cohesionan, definiéndola desde su propia caracterización ideológica, la etnicidad de las gentes sobre las que se imponen, inspirando con frecuencia su propio nombre colectivo. A fin de cuentas el poder es identidad y la identidad cubre el poder. Para los vetones se han propuesto etimologías en este sentido, hipotéticas pero ilustrativas. Así por ejemplo, A.M. Canto plantea una relación con el griego étos y el latín vetus, por lo que los vetones serían algo así como “los viejos, los antiguos” (Canto, 1995: 155). Por su parte M. Salinas, a partir de los trabajos de M.L. Albertos (1966: 244), entiende el radical vect- con el significado de “lucha, hostilidad, guerra” en varias lenguas celtas, para proponer que los vetones serían “los luchadores, los hombres de la guerra” (Salinas, 2001: 38-39, cfr. Tovar, 1976: 202). En similar línea, J.L. García Alonso defiende una etimología céltica para vettones a partir de la raíz confluyente vect-/vict-, sugiriendo el contenido semántico de “los guerreros”, “los saqueadores” o incluso “los viajeros” (García Alonso, 2006: 93) (Fig. 14).

Volviendo al etnónimo vettones, poco sabemos de su etimología y origen. Parece derivar de un término paleohispánico indoeuropeo, acaso precelta o lusitano como sugiere J. Untermann (1992: 29-32, cfr. García Alonso, 2006: 91-93), reelaborado en su transcripción greco-latina. Significaría ello que estamos ante un elemento endógeno y por tanto con alguna connotación identitaria, que sin embargo desconocemos en su significado y aplicación originarias, alusivo a las gentes reconocidas luego como vettones. No hay que descartar sin embargo que esa denominación, aun en lenguaje indígena, podría venir dada desde fuera por un pueblo vecino a nuestros protagonistas en un contexto de enfrentamiento o enemistad, lo que incidiría en una calificación negativa o peyorativa de los vetones. Está comprobado que, frecuentemente, los etnónimos derivan de antropónimos (nombres de héroes fundadores o reyes epónimos, reales o míticos) o de denominaciones genéricas del tipo “los primeros”, “los antiguos”, “los valientes”, “los hombres”, “los libres”…, sin excluirse

Figura 14. Recreación de un jefe guerrero vetón y su armamento a partir del ajuar de una sepultura de la necrópolis de Las Cogotas (Cardeñosa, Ávila) (según, G. Ruiz Zapatero).

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global (Bonnaud, 2002). Como en el caso de Lusitania, Asturia o Callaecia, este último perfectamente estudiado por G. Pereira (1992), estaríamos ante un caso más de pars pro toto propio de la ordenatio territorial romana. Esto es, la denominación de un amplio territorio a partir de la extensión del nombre de una de las tribus que lo pueblan (los vettones), en un momento -la época augustea- en que los espacios indígenas se redefinen en el nuevo orden impulsado por el princeps. En particular la definitiva creación de la provincia Hispania Ulterior Lusitania, en la que se integran los vetones, probablemente no antes del 15 a.C. como sugiere el edicto de El Bierzo con la mención a la provincia transduriana (SánchezPalencia y Mangas, 2000, Grau y Hoyas, 2001, cfr. Pérez Vilatela, 2000). Tiempo después en Lusitania se reconocían dos distritos fiscales o subunidades territoriales, Lusitania et Vettonia, la segunda correspondiente a la zona oriental de la provincia, según deducen las inscripciones que mencionan a procuratores de tal adscripción (Roldán, 1968-69: 80, 98100, Bonnaud, 2001: 14-16). El mantenimiento de esos corónimos en la circunscripción administrativa del siglo III d.C., fecha de alguna de estas inscripciones, denota el arraigo de aquellas añejas demarcaciones prerromanas. Una idiosincrasia étnica que igualmente corrobora en época altoimperial el cuerpo auxiliar de caballería, operativo en Britania, integrado por contingente de origen vetón: el Ala Hispanorum Vettonum civium romanorum, atestiguado epigráficamente (Albertos, 1979, Le Roux, 1982: 9396).

Por otra parte, y esto es un aspecto relevante, la presión de púnicos y desde el siglo II a.C. en adelante de romanos, representa un factor de inestabilidad en las poblaciones de la Meseta occidental, que forzosamente reaccionan. La dinamización política se agudiza en momentos de stress como el provocado por el imperialismo romano, fenómeno que se superpone y matiza la etnogénesis final de las comunidades de la Edad del Hierro (Almagro Gorbea y Ruiz Zapatero, 1992). Así pues, en este contexto se maniobran conciencias o procesos de etnicidad verificables por ejemplo en la aparición de confederaciones de pueblos indígenas frente a Roma, en la emergencia de régulos al mando de ejércitos ciudadanos o en la expansión del mercenariado. Suficientemente ilustrativos, dos ejemplos bastarán para el caso de los vetones. En primer lugar la coalición militar de vetones, celtíberos y vacceos en ayuda de los habitantes de Toletum, ante el avance de las tropas de Marco Fulvio, pretor de la Ulterior, en dos campañas sucesivas, 193 y 192 a.C. (Liv. 35.7.8 y 35.22.8); una coalición que recuerda muy de cerca el frente panmeseteño de vacceos, carpetanos y olcades que una generación antes había plantado cara a Aníbal en un vado sobre el Tajo, al regreso de la campaña del cartaginés al país vacceo (Polib. 3.13.5-14; Liv. 21.5.117) (Sánchez-Moreno, 2001b, 2008). En segundo lugar, el auxilio prolongado que a lo largo del siglo II a.C. algunos jefes vetones prestan a los lusitanos, y particularmente a Viriato, en su lucha contra Roma (App. Iber., 56 y 58). En suma, es en este horizonte de atomización política e inestabilidad provocado por la conquista romana, en el que las fuentes alumbran el engranaje étnico de las comunidades prerromanas.

Sin embargo, la artificialidad de una Vettonia absoluta no invalida a mi juicio la existencia dentro de aquel espacio de comunidades políticas (castros, oppida, luego civitates) copartícipes de rasgos culturales y funcionales. Comunidades en las que, como señalan los verracos y otros indicadores, son reconocibles procesos y expresiones de identidad compartida a lo largo del I milenio a.C.. Obviamente según tiempos, circunstancias y agentes. Por ello mismo considero legítimo que los investigadores sigamos preguntándonos por “la identidad de los vetones”, bien entendiendo que se trata de una percepción globalizadora, plural, cambiante y en buena parte exógena.

Hacia un balance final. Llegados a este punto podemos concluir que la Vettonia histórica (el dilatado espacio que hoy ocupa parte de Castilla-León, Extremadura y la raya portuguesa), como sujeto territorial, correspondió más a una reorganización provincial altoimperial, una elaboración literaria y postrera como recientemente se ha sugerido (López Jiménez, 2004), que a los límites políticos de un estado unitario o entidad prerromana

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El Castro de La Sierra de La Estrella (Toledo). Las reconstrucciones 3D, una herramienta para la investigación arqueológica F.J. López Fraile, D. Urbina Martínez, J. Morín de Pablos, M. Escolà Martínez, C. Fernández Calvo, M. López Recio y C. Urquijo Álvarez de Toledo Departamento de Arqueología, Paleontología y Recursos Culturales. Auditores de Energía y Medioambiente, S.A.

dura hasta nuestros días, han entrado a formar parte del paisaje en épocas recientes otras actividades humanas más agresivas con el medio receptor, caso de la apertura de pistas y caminos forestales, la creación de carreteras, la proliferación de los tendidos eléctricos, el anegamiento de vastas superficies para la creación de embalses, la puesta en práctica agrícola de superficies con fines de regadío, etc.. Aún así, este territorio mantiene buena parte de su aspecto forestal gracias a la clara vocación ganadera de los pastizales de dehesa y los matorrales.

El paisaje de la Sierra de La Estrella. La zona de estudio se localiza al Sur de El Puente del Arzobispo, localidad a partir de la cual el río Tajo abandona su sinuoso discurrir por los terrenos de llanura y se encaja en una sucesión de fracturas que posibilitaron la creación de un rosario de presas y embalses y que ya no abandona hasta sobrepasar las tierras portuguesas, al Oeste. Dicha zona se incluye, pues, dentro del sector Noroccidental de la comarca toledana de La Jara. Es éste un territorio que marca la transición entre la amplia franja que representa la Fosa del Tajo, al Norte, y las bajas elevaciones que suponen en su conjunto todas las sierras y serretas (algunas de las más antiguas de todo el territorio peninsular) al Sur y al Oeste: los Montes de Toledo y Las Villuercas. De hecho, las cotas de Sierra Ancha y Sierra Aguda de La Estrella representan los primeros hitos fisiográficos de estos conjuntos montañosos continuos, según nos desplazamos hacia el Sur desde la depresión del río Tajo atravesando la penillanura precedente. Desde estos hitos del relieve toledano Occidental se vislumbra hacia el Norte, la vasta Serranía de Gredos, en el sector Occidental del Sistema Central, una vez superados la depresión del Tajo, la penillanura que supone la comarca natural de Los Llanos de Oropesa, y finalmente la comarca de La Vera, con el río Tiétar como eje principal.

La Segunda Edad del Hierro en el sector Suroeste de la provincia de Toledo. Los Vetones en las fuentes clásicas. El conocimiento de la Edad del Hierro en la región Occidental de la provincia toledana es todavía muy precario. Las intervenciones arqueológicas se reducen a unas campañas de excavación en Arroyo Manzanas sólo parcialmente publicadas (Moreno Arrastio, 1990: 275-308), esporádicas prospecciones como la del presente estudio o publicaciones de hallazgos casuales. Se deben a Jiménez de Gregorio la mayor parte de las noticias (Jiménez de Gregorio, 1992: 5-38), aunque sea necesario matizar la adscripción cultural de varias de ellas. Entre los hallazgos casuales siempre han tenido una especial predilección las esculturas zoomorfas o verracos.

Se trata de un territorio eminentemente forestal y ganadero que durante muchos siglos ha sufrido la actuación desordenada del hombre en forma de aprovechamientos agrícolas marginales, la utilización del recurso maderero y consiguiente degradación de los bosques naturales y potenciación de las masas continuas de matorral. En la actualidad, muchos de los espacios más interesantes de la comarca muestran un aspecto de formaciones seminaturales domesticadas en forma de dehesas de encinas.

Estos elementos han servido para delimitar las tierras asignadas a los pueblos vetones de las fuentes clásicas, especialmente para diferenciarlos de los carpetanos, situados más al Este (González-Conde, 1986: 87-93), postura que se avala en época romana con el establecimiento de los límites entre las provincias Lusitania y Tarraconense, que grosso modo corresponderían con la delimitación anterior.

Junto a estos usos productivistas ancestrales, generadores de una economía de subsistencia que per83


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Vectonisque et Celtiberis signis collatis dimicavit exercitum earum gentium fudit fugavitque regem Hilernum vivum cepit”. Estos ataques se enmarcan como operaciones menores dentro de una política todavía tímida de ampliación del territorio conquistado, en nuestro caso hasta el Sistema Central. Hay que notar que aunque es en el año 197 a.C. cuando Roma establece las dos provincias Citerior y Ulterior, Toledo aparece todavía de forma confusa situada en una u otra. Marco Fulvio llega desde el Oeste, tomando contacto con los vetones que aparecen ahora en los escenarios de guerra, y quizá por ello Livio ponga Toledo en la Ulterior. Todo parece indicar que se trata del primer contacto con tierras del interior, allende Sierra Morena, en donde los conocimientos geográficos y etnológicos de los romanos son escasos y poco fiables.

En la Segunda Edad del Hierro la zona fue habitada por el pueblo vetón. El hábitat se construye a cierta altura, formando los llamados “castros” amurallados, como en Arroyo Manzanas o el Cerro de La Mesa, situado en Alcolea de Tajo, junto a la presa de Azután (Almagro Gorbea, Cano Martín y Ortega Blanco, 1999, Ortega y Del Valle, 2004). Otras muestras de esta cultura son los “verracos”, esculturas de granito que representan cerdos o jabalíes, localizados cerca de cañadas ganaderas y en zonas de pastos de Aldeanueva de Barbarroya, Alcaudete de la Jara, Las Herencias y Alcolea de Tajo, al Norte del Tajo, algunos ejemplares conservados en la finca de El Bercial de San Rafael (Gómez Díaz y Santos Sánchez, 1998: 71-96). Aunque la mayoría de los autores inciden en la importancia fundamental de la ganadería no hay que olvidar tampoco la extraordinaria riqueza mineral de estas comarcas. Para otras zonas extremeñas se ha constatado una relación directa entre asentamientos amurallados y torres con vetas de hierro primero y menas de galenas argentíferas ya en tiempos de Sertorio y César (Ortiz y Rodríguez Díaz, 1998). Algunos de nosotros realizamos hace tiempo un acercamiento en este sentido (Urbina Martínez, 1994), poniendo de relieve la gran riqueza metalífera en minerales de hierro, cobre, plata y oro. Concretamente en la Sierra Ancha existen menas de hierro, cobre y plata. La existencia de unos moldes de fundición en Arroyo Manzanas con una cronología de inicios de la Edad del Hierro, los hallazgos casuales de jarros tartésicos o enterramientos principescos como la Tumba del Carpio (Fernández Miranda y Pereira, 1992: 57-94, Pereira Sieso y Álvaro Reguera, 1990), permiten bosquejar unos influjos orientalizantes que se suponen ligados a la explotación de esos recursos minerales.

Más importantes y sistemáticas parecen las campañas del año siguiente, iniciadas ahora por Fulvio desde el territorio de los oretanos. Fulvio marchó contra los oretanos y, después de conquistar dos potentes ciudades, Noliba y Cusibis, avanzó hasta el río Tajo. Allí está Toledo, pequeña ciudad, pero bien defendida por su emplazamiento. Durante el asedio de la ciudad llegó un gran contingente de vetones en ayuda de los sitiados. Fulvio luchó contra ellos con éxito en una batalla campal y, tras dispersar a los vetones, tomó Toledo con máquinas de asalto (Livio 35, 22, 8): “Toletum ibi parva urbs erat, sed loco munito eam cum oppugnaret, Vectonum magnus exercitus Toletatis subsidio venit cum iis signis collatis prospere pugnavit et fusis Vectonibus operibus Toletum cepit” (Roldán Hervás, 1968-1969: 77).

Los vetones están escasamente documentados en las fuentes antiguas. Las referencias geográficas de Estrabón o Plinio son de carácter general y los emplazan al Norte u Oeste de los carpetanos, junto al Tajo y al Norte del Sistema Central (Roldán Hervás, 1968-1969: 73-106). Una cita (Nepote, Hamilcar, 4, 2) los hace responsables de la muerte de Amílcar, confirmando la llegada de los púnicos al Tajo: “hic cum in Italiam bellum inferre mediatretur; nono anno postquam in Hispaniam venerat, in proelio pugnans adversus Vettones occisus est”.

En el 185 a.C. los ejércitos romanos operan de nuevo en el valle medio del Tajo. Ese mismo año los pretores en España, C. Calpurnio y L. Quinctio, habían dejado sus campamentos de invierno a principios de la primavera, uniendo sus tropas en Beturia para marchar a Carpetania. No lejos de las ciudades de Dipo y Toledo comenzó la lucha (Livio, 34, 30): “…cum primo vere ex hibernis copias eductas in Baeturia iunxisset, in Carpetaniam, ubi hostium castra erant, progressi suntcommuni animo consilioque parati rem gerere. Haud procul Dipone et Toleto urbibus inter pabulatores pugna orta est,…”. Aunque se han realizado intentos por ubicar esta Dipo al Occidente de Toledo, los textos permiten pocas precisiones geográficas.

Sea como fuere no vuelven a aparecer hasta las guerras de las legiones romanas contra Toledo, donde actúan en unión de carpetanos y celtíberos (Livio 35, 7, 8): “(M. Fulvius) apud Toletum oppidum cum Vacceis

A partir de este momento los vetones se diluyen en las fuentes y no volverán a aparecer hasta que, de manos de Apiano (Ibéricas, 10, 56), sepamos que se unen a las bandas de lusitanos capitaneados por Púni84


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co: “Por el mismo tiempo otro pueblo de los iberos independientes que se llamaban lusitanos, llevando a Púnico como caudillo, saquearon las tierras sometidas a los romanos y pusieron en fuga a un ejército…Después de atacarles, Púnico bajó hasta el Océano, incorporó a su ejército a los vettones…” (Roldán Hervás, 1968-1969: 77). Ya estaban presentes en las primeras luchas de Marco Atilio (Apiano, 10, 58) contra los lusitanos: “…Marco Atilio quien, cayendo sobre los lusitanos, mató a unos 700 de ellos y destruyó su mayor ciudad Oxtraca… y entre ellos estaban algunos de los vettones, pueblo vecino de los lusitanos” (Roldán Hervás, 1968-1969: 77), que se sucederán después con Galba y Lúculo, y serán a la postre el germen del levantamiento de Viriato.

propuso la elaboración de una reconstrucción del terreno en 3D y de los muros del yacimiento para poder ofrecer una visión general del conjunto y su relación con el paisaje. La posible interpretación de los restos como un castro vetón incidía en la importancia de la relación del potente cercado triple con su ubicación espacial en altura (Fig. 1). De esta manera, se puede evaluar, gracias a las diferentes vistas del modelado 3D, si encaja con las pautas de poblamiento de la época: dimensiones, visualización, sistema defensivo, captación de recursos básicos, etc.. El primer paso consiste en obtener curvas de nivel del terreno objeto de estudio. Estas curvas contienen información de coordenadas UTM, de tal manera que se puede precisar su ubicación exacta en tres dimensiones. Una vez recreado el curvado del terreno se puede crear una malla que sirva de base para insertar imágenes: ortofotografías, topográficos, colores por altimetría, etc.. El resultado es un modelo del terreno que se puede observar desde cualquier punto requerido y que sirve de base pasa la inserción de las reconstrucciones de elementos arqueológicos.

El célebre caudillo lusitano se moverá por tierras abruptas a propósito para su táctica de golpes de mano, en ciudades como Tríbola, Bécor y el famoso refugio del Monte de Venus: “Viriato penetró sin temor alguno en Carpetania, que era un país rico y se dedicó a devastarla hasta que Cayo Plaucio llegó de Roma con diez mil soldados de infantería y mil trescientos jinetes. Entonces Viriato de nuevo fingió que huía y Plaucio mandó en su persecución a unos 4.000 hombres, a los cuales Viriato, volviendo sobre sus pasos, dio muerte a excepción de unos pocos. Cruzó el río Tajo y acampó en un monte cubierto de olivos, llamado monte de Venus. (Ib. 64)”.

En este caso, al mallado del terreno, con una fuerte pendiente, se le ha añadido la reconstrucción de los muros de los tres cercados geminados documentados en prospección. La potencia de los muros de piedra oscila entre 1 y 2 metros de espesor según el cercado. Para la reconstrucción de los muros se estableció una medida única de 4 metros de altura. Se establece una altura estandarizada teniendo en cuenta las características de la estructura: una altura elevada si se interpreta como murallas vetonas o de menores dimensiones si se trata de un cercado de tipo ganadero etnográfico.

Reconstrucciones infográficas 3D aplicadas a la II Edad del Hierro. Una vez planteada la hipótesis que relaciona los restos arqueológicos existentes en el alto de la Sierra de La Estrella con la época de la II Edad del Hierro se

Figura 1. Vista general del yacimiento de la Sierra de la Estrella y detalle de los muros.

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Figura 2. Reconstrucción 3D del cercado geminado y adaptación al terreno.

Figura 3. Detalle modelo con ortofoto y curvado.

Los elementos arqueológicos recreados deben ser adaptados al curvado de base (Fig. 2-3). Este principio es muy importante, ya que las dimensiones de la planta, y en ocasiones de los alzados, no deben verse desvirtuadas por las inclinaciones del espacio. Los cercados del cerro de La Estrella se acomodan a las marcadas diferencias de cota.

El empleo de la Infografía a la hora de reconstruir elementos arqueológicos resulta una herramienta muy útil para la investigación científica. Los modelos de 3D permiten añadir datos e información valiosa para contrastar teorías, visualizando de manera virtual la representación de las hipótesis. La documentación gráfica tradicional, como el dibujo y la fotografía se ve enriquecida, 86


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hasta el punto de ofrecer en pocas imágenes la misma información plasmada en varias páginas escritas.

presentada por estructuras de habitación, pero no se pudo documentar la presencia de las murallas del recinto, que posiblemente existieron pero no nos quedan evidencias debido a la erosión y la acción antrópica.

Un caso que podría servir de ejemplo es el de la infografía realizada para la reconstrucción del yacimiento del Cerro de La Gavia (Villa de Vallecas, Madrid). Este yacimiento arqueológico se corresponde con un poblamiento en alto de la Edad del Hierro II excavado prácticamente en su totalidad. Igualmente, se decidió hacer una reconstrucción virtual del poblado, contando para ello con una completa planimetría de todas las estructuras murarias excavadas. La documentación realizada contaba con una gran cantidad de estructuras de vivienda estructuradas en torno a dos calles y adaptadas plenamente a la pequeña mesa del alto del Cerro de La Gavia. En este caso estaba bien constatada la existencia de un amplio poblamiento en el tiempo re-

El procedimiento de creación del modelo fue muy similar al de la sierra de La Estrella. Se creó una malla de terreno del Cerro de La Gavia y se adaptó la planta del yacimiento, con la reconstrucción de las estructuras habitacionales (Fig. 4). Éstas se reprodujeron de forma consecuente con los resultados de la excavación arqueológica. La documentación perfilaba una arquitectura bien definida y repetida: zócalos de piedra, recrecidos en adobe y techumbres de material perecedero (dispuestos al menos a 35º-45º de inclinación por problemas de perdurabilidad según estudios etnográficos).

Figura 4. Infografía del yacimiento arqueológico del Cerro de La Gavia.

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dibuja un poblamiento reducido de entre 30-40 familias, que contrasta por ejemplo con otras interpretaciones del mismo hábitat que nos muestran un poblamiento de más de 100 viviendas (Fig. 6), imprimiendo un carácter mucho más urbano que el que seguramente existió (y todas las connotaciones socioeconómicas que implica).

La infografía del Cerro de La Gavia tiene la ventaja, frente al dibujo tradicional (Fig. 5), de la representación de todas las vistas posibles: desde el cielo, desde el valle, desde una calle, etc,.. Por otro lado, permite dimensionar a escala cómo pudo ser el paisaje urbano de este poblamiento protohistórico. Este punto se demuestra fundamental para interpretar cuestiones básicas como entidad poblacional o ubicación estratégica entre otros. De esta manera, el modelo de 3D

Por último, cabría señalar la importancia de la representación en 3D como instrumento útil para la

Figura 5. Ejemplo dibujo tradicional. Cerro de La Gavia (Dibujo, Enrique Navarro).

Figura 6. Reconstrucción errónea del Cerro de La Gavia.

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investigación arqueológica en relación con la modelización de patrones microespaciales. Si bien hemos presentado ejemplos de yacimientos de la Edad del Hierro meseteños que se podrían enmarcar en un tipo de representación de espacios grandes o macroespaciales, creemos que puede resultar interesante el análisis infográfico de elementos arqueológicos de una menor escala espacial. Estos espacios pueden ser el interior de estructuras de vivienda, donde puede ser trascendente la propia ubicación de los restos arqueológicos documentados en la fase de excavación. Así, se pueden determinar de forma precisa las áreas de trabajo, de cocina o de descanso. Además, la propia arquitectura de las estructuras funcionales puede quedar definida por medio de la reconstrucción infográfica. En este sentido, el tipo de materiales empleados se definen por medio de la excavación y la analítica (piedra, maderas, revocos, estucos, techumbres, etc.) pero la disposición de las mismas tiene muchas posibilidades, pero sólo unas pocas funcionan arquitectónicamente. Las techumbres vegetales de la época, por ejemplo, deben llevar una inclinación bastante marcada, que afecta de manera decisiva a las dimensiones de las estructuras ígneas, la potencia de los muros o el tipo de materiales empleados.

llaverde Bajo, Madrid) y una vivienda de La Guirnalda (Quer, Guadalajara). El yacimiento de Las Camas, adscrito cronoculturalmente a la denominada Edad del Hierro I, destaca por la documentación de una gran cabaña de unos 30 metros de longitud en su parte conservada. La reconstrucción de la misma se llevó a cabo a partir de los agujeros de poste, los materiales arqueológicos y los resultados de las analíticas efectuadas. La planta de los agujeros de poste permitió definir el perímetro de la cabaña, destacando un frente principal de postes rectangulares, configurando una fachada de entrada. Entre los materiales arqueológicos destacan los restos de revocos de barro, con las improntas de un entramado vegetal que serviría de muro perimetral. Además, algunos de estos bloques de pared conservan vestigios del antiguo enlucido blanco que mostraba la cabaña. Por último, gracias a las analíticas se determinó la existencia de pino, empleado para los postes de madera, y de retama y tallo de cereal, empleados para la construcción de la techumbre. Una vez definidos la planta y los materiales, se determinó la disposición y las dimensiones de los elementos sustentantes y sustentados. La utilización de grandes postes centrales de 6 metros de altura quedaba precisada por la altura de la puerta, determinada en 1,8 metros (Fig. 7). El resultado se puede apreciar a

Las reconstrucciones de estructuras de hábitat de dos yacimientos de la Edad del Hierro pueden resultar de ejemplo: una gran cabaña de Las Camas (Vi-

Figura 7. Planta, fotografía aérea y reconstrucción 3D de una cabaña (Las Camas).

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primera vista en cualquier toma del 3D, con una edificación imponente con una fachada principal, que seguramente estaría decorada, aunque no se ha representado (Fig. 8).

conservados in situ. Un estudio microespacial puede resultar muy interesante para la interpretación del tipo de funcionalidad y distribución interna de la vivienda protohistórica de carácter rural.

Para concluir, presentamos la infografía de una vivienda de ámbito rural del yacimiento de La Guirnalda. Este emplazamiento de la II Edad del Hierro incluye una de las mejores muestras de estructuras de vivienda, con gran cantidad de elementos en su interior

En la infografía se reconstruyó, además de los muros de adobe sin zócalo y la techumbre vegetal, una serie de materiales que se documentaron durante la excavación (Fig. 9). Entre éstos destacan dos molinos de granito, dos hogares, doce pesas de telar,

Figura 8. Vistas oblicuas de Infografía de una cabaña (Las Camas).

Figura 9. Infografía vivienda de La Guirnalda: exterior e interior.

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ocho vasos cerámicos casi completos y un banco corrido construido en arcilla. Si atendemos a la disposición de todos estos elementos encontramos dos zonas bien diferenciadas. Por un lado, la zona derecha con un área de trabajo en torno a un hogar y delimitada por el banco dispuesto en “U”. En esta zona se ubicaría un telar y varios vasos cerámicos (Fig. 10). Por otro lado, la zona izquierda inmediatamente al

entrar por la puerta queda definida como un espacio de molienda, donde se sitúan los molinos y varios contenedores cerámicos con una función previsiblemente de almacenaje (Fig. 11). Además, en el fondo de este espacio se ha documentado otro hogar, aunque tal vez pudiera incluirse en un tercer espacio, de descanso, separado por algún tipo de barrera perecedera que no se ha conservado.

Figura 10. Detalle área de trabajo doméstico.

Figura 11. Detalle espacio de molienda.

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Reflexiones arqueológicas y etnológicas sobre “El Castro de La Estrella”.

No ha sido posible hallar ningún tipo de resto en superficie que permita asignar los restos de la sierra a un momento cronológico determinado. Por su parte, el examen de las evidencias constructivas, nos permitió descubrir una serie de construcciones ahuecadas en el grueso de los muros del primer recinto. Estas construcciones son de planta pseudocircular, con bóveda por aproximación de hiladas, y tan sólo la puerta baja y estrecha presenta unas piedras algo retocadas a modo de quicios y dintel.

El castro de la Sierra de La Estrella es citado como tal por primera vez por Jiménez de Gregorio (1989), quien en 1992 cita: “Nuestro lugar se llamó hasta finales del siglo XVIII El Estrella, que significa “el castillo”. Había que localizarle, y al fin le encontramos en la cúspide de la sierra hoy llamada de La Estrella, pero la cima sigue llamándose sólo Estrella. Aquí se ubica una grande cerca, de espesos y anchos muros y dentro de ella se ven unas construcciones circulares cubiertas por falsas bóvedas. Estamos ante uno de los castros más extensos y mejor conservados de la zona, con sus correspondientes citanias” (Jiménez de Gregorio: 15).

Una encuesta realizada entre los más viejos del vecino lugar de La Estrella, nos informó de que las habitaciones o huecos en los muros son conocidos allí como “chiveras”, o recintos en donde se encerraban las cabras pequeñas y recién nacidas para protegerlas del frío. Los habitantes de La Estrella nos confirmaron que el lugar de la sierra había sido utilizado hasta hace unos 50 años como encerradero de ganado, especialmente cabras, que aprovechaban la hierba en verano, y se habían ido construyendo refugios para los chivos y cercas para las cabras en función de las necesidades de cada momento. Preguntados sobre la antigüedad de los recintos, manifestaron desconocer su origen, aunque lo suponían muy antiguo, ya que sus padres y sus abuelos lo habían conocido en el mismo estado, y no había noticia de la época de su construcción que suponían de una antigüedad de varios siglos.

Anteriormente diversos autores identificaron el lugar con el despoblado musulmán de Vascos. El “castro de la Sierra de la Estrella” es incorporado a los planos de Álvarez-Sanchís en sus trabajos sobre los vettones (Álvarez-Sanchís, 1999), asignándole el rol de lugar secundario dependiente de otros enclaves centrales, que en este caso estaría situado en el solar de las antiguas Talaveras: Talavera de la Reina y Talavera la Vieja. Sin embargo, no existen datos que avalen la existencia de castros de la Edad del Hierro en ninguna de las dos Talaveras. Es dudoso para Talavera la Vieja y está comprobada la fundación ex novo en época romana de Talavera de la Reina (Urbina, 2000). A pesar de ello, las consideraciones sobre las características formales de sus tres recintos murados, nos llevaron a incluir el recinto de la Sierra de La Estrella como un enclave de la II Edad del Hierro en una publicación anterior (Morín et al., 2002, 2005).

Ante este cúmulo de informaciones de carácter etnológico y la ausencia de evidencias arqueológicas, parece lo más prudente dejar de considerar a los recintos de la Sierra de La Estrella como pertenecientes a un castro de la II Edad del Hierro, y entenderlo como encerraderos de ganado de varios siglos de antigüedad. La escasa variabilidad constructiva a lo largo del tiempo de unas paredes de piedra unidas a hueso, hace inviable una asignación cronológica concreta tan sólo sobre la base tipológica de las paredes. A pesar de todo, creemos que la modelización 3D no pierde nada de su interés, ya que tanto la tipología y los detalles de la construcción, como el emplazamiento y la planta de los recintos, se acercan a modelos conocidos para los castros vettones, como los de Cogotas, Sanchorreja o la Mesa de Miranda.

No obstante, ante la falta de evidencias tangibles sobre la adscripción cronológica del castro de la Sierra de la Estrella, y ante el temor de encontrarnos ante un “espejismo” similar al ocurrido en otros lugares como en el toledano cerro del Castillo de Mora, citado erróneamente en varias publicaciones por M. Almagro Gorbea como enclave de la II Edad del Hierro (Almagro Gorbea, 1976-78), y con motivo de la realización de una modelización 3D de los recintos murados de La Estrella, procedimos a realizar un estudio detallado de las evidencias.

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A Idade do Ferro no Alto Côa: os dados e as problemáticas

Marcos Osório Arqueólogo do Município do Sabugal

Resumo

to proto-histórico. Esta grande unidade geográfica termina apenas nos elevados relevos que fazem a separação entre as linhas de água da bacia hidrográfica do rio Côa e a bacia do rio Zêzere, dando lugar à depressão da Cova da Beira, sendo essa transição marcada por relevos bastante elevados e de íngremes vertentes, separados por vales encaixados.

Na região do vale superior do rio Côa conhecem-se testemunhos de intensa ocupação durante a Idade do Ferro. Aqui tem sido tradicionalmente assinalada a fronteira entre os Lusitanos e os Vetões. Analisando a tipologia de assentamento dos povoados, observam-se algumas diferenças entre os que ocupam os relevos periféricos da margem esquerda do rio Côa e os que se distribuem pela plataforma mesetenha, do lado contrário do rio. Esta disparidade reflecte-se na sua malha de povoamento e nas respectivas áreas de influência, observando-se zonas de maior densidade populacional intercaladas por áreas menos habitadas.

Em anteriores publicações tentámos reunir alguns contributos para o estudo do I milénio a.C. nesta região (Osório, 2005a, 2008a), caracterizando as suas populações e estabelecendo algumas conjecturas sobre os seus âmbitos territoriais. Importava agora aprofundar, com maior detalhe, as questões relativas aos limites culturais e territoriais destas comunidades da Idade do Ferro na bacia superior do rio Côa, propondo algumas hipóteses de trabalho, com o recurso a diversos métodos de análise espacial e aos dados proporcionados pelo espólio cerâmico recolhido em prospecção e escavação. Estamos cientes de que não possuímos informação suficiente para a resolução desta problemática, pois os dados não são abundantes, ainda são poucos os sítios escavados, são escassos os materiais com cronologias precisas e não possuímos quaisquer datações absolutas.

Ao nível da cultura material, em especial da cerâmica, parece haver também algumas diferenças entre assentamentos orientais e ocidentais, nomeadamente no tocante às influências culturais e às técnicas decorativas empregues. O que parece ser comum e talvez característico destas gentes proto-históricas do Alto Côa é a abundância de recipientes lisos e sem traços morfológicos e decorativos próprios.

I.

Da listagem de estações arqueológicas protohistóricas do Alto Côa, excluímos para esta nova abordagem todas aquelas que estão atestadas com cronologia recuada à Idade do Bronze Final e reduzimos o grupo a 19 núcleos populacionais, o que “não traduz, necessariamente, uma perda de importância das populações que aqui viveram nesse período” (Vilaça, 2008: 48), bem pelo contrário, demonstra uma ocupação cadenciada e homogénea do território.

A questão da fronteira entre Lusitanos e Vetões é uma das problemáticas de investigação mais aliciantes no território do actual Município do Sabugal, que integra praticamente todo o vale superior do rio Côa, na denominada região da “Beira Mesetenha” (Fig. 1), onde os investigadores situam a fronteira ocidental dos Vetões, que classificam como a mais difícil de traçar. Analisando a geomorfologia da região, verificamos que o Alto Côa se integra ainda na superfície da Meseta Peninsular, dadas as suas características planálticas, de paisagem suave e monótona, somente quebrada pelos vales do Côa e seus afluentes –o que terá condicionado obrigatoriamente o povoamen-

Presumindo que estamos numa zona de fronteira entre dois grandes grupos populacionais da Idade do Ferro, olhando para o mapa de distribuição destes povoados pelo vale superior do rio Côa (Fig. 2), verificamos que não é fácil assinalar qualquer lin95


Marcos Osório

ha que distinga aqueles que poderão ser lusitanos dos que seriam vetões.

veis. Mas, infelizmente, nas estações arqueológicas da Proto-história recente do Alto Côa, faltam mais testemunhos de inquestionável classificação vetona, empregues por alguns autores na definição do território dos Vetões (Álvarez-Sanchís, 2004: 301): como os verracos, as pedras fincadas, as gravuras no paramento das muralhas, a cerâmica a peine ou até as referências epigráficas a gentilidades. O achado de qualquer um destes testemunhos seria um interessante indicador cultural na resolução desta problemática.

Se recorrermos aos únicos elementos culturais conhecidos nesta região, que sejam facilmente integráveis em cada uma destas duas comunidades, constatamos que, no topo de um dos povoados ocidentais do Alto Côa, conhece-se um dos mais famosos testemunhos lusitanos -a inscrição rupestre do Cabeço das Fráguas (Fig. 8)- uma rara epígrafe votiva gravada com caracteres latinos, mas redigida numa língua indígena, convencionalmente designada por ‘lusitana’, descrevendo uma oferenda de vários animais a divindades indígenas, algures no século II d.C. –um tipo de sacrifício, com raízes indo-europeias, conhecido entre os romanos por suovetaurilia (Tovar, 1985, Curado, 1989).

Assim sendo, seria esse limite coincidente com o degrau topográfico que marca o fim da Meseta Peninsular, a poente, em cujas linhas de altura se situam alguns destes povoados da Idade do Ferro?. Ou seria o rio Côa a baliza entre lusitanos e vetões, como tem sido tradicionalmente apontado por vários autores (Roldán Hervas, 1968-69: 104, Salinas de Frias, 1986: 21, Álvarez-Sanchís: 1997: 36, Olivares Pedreño, 2001: 58, Bonnaud, 2002: 179)?.

Por outro lado, o mais próximo indicador de povoamento vetão fica apenas a 9 kms. da fronteira luso-espanhola e a 17 kms. para leste do povoado do Sabugal Velho –referimo-nos a Irueña (Fuenteguinaldo, Ciudad Rodrigo), um grande assentamento de 12 hectares, sobranceiro ao rio Águeda, onde foram encontrados dois verracos (Maluquer de Motes, 1956: 63). Mais a Norte, em Castelo Mendo (Almeida), aproximadamente a 13 kms. do nosso povoado mais setentrional, num esporão com boas condições naturais de defesa, na margem esquerda do rio Côa, conhecem-se também duas esculturas zoomorfas (Fig. 8), associadas a materiais datáveis desde o Bronze Final até à Época Romana (Bonnaud, 2002: 179 e 196, Perestrelo, 2004: 33), onde provavelmente habitou também uma comunidade vetona.

II. Comecemos esta reflexão por um dos elementos essenciais na caracterização dos núcleos populacionais que é a tipologia dos assentamentos. Verificamos que, na área nascente do território, os povoados ocupam os escassos relevos residuais existentes, pouco elevados e destacados da superfície planáltica, correspondendo geralmente a topos de maciços quartzíticos ou a esporões topográficos sobranceiros às principais linhas de água e, em casos pontuais, também se enumeram alguns povoados abertos, em pequenas colinas sem quaisquer defesas naturais. Estes assentamentos possuem reduzida visibilidade entre si, dada a escassa altimetria, estando alguns praticamente encaixados e dissimulados nos suaves vales dos afluentes do Côa (Fig. 2).

Com base nestas referências fixas, cremos que essa delimitação deverá ocorrer algures pelo centro desta região e, por isso, será descabido considerar a Serra da Estrela como o limite ocidental dos Vetões (Roldán Hervas, 1968-69: 88) ou, pelo contrário, pensar que o Alto Côa possa ser totalmente lusitano, coincidindo a estrema ocidental dos Vetões com o povoado de Irueña (Roldán Hervas, 1968-69: 105, Salinas de Frías, 1986: 21, Sayas Abengoechea e López Melero, 1991: 79) (Fig. 8).

Pelo contrário, na parte ocidental do território, os povoados ocupam os topos dos principais relevos que marcam as fronteiras naturais, tal como sucede em outras serranias da Beira Baixa (Vilaça, 2004: 47) ou do Alto Mondego (Pereira, 2003: 350). Todos estes sítios habitados caracterizam-se pela sua elevada altitude (entre 700 a 1000 metros), pelas abundantes defesas naturais, por um comando acentuado e por declives com valores superiores a 25%. São uma referência constante na paisagem, sendo avistados de qualquer ponto da região, estabelecendose como verdadeiros símbolos territoriais, omnipre-

Portanto, a questão que nos propusemos averiguar era saber se o território do Alto Côa estaria completamente integrado nos vetões ou se, pelo contrário, seria berço de gentes lusitanas, ou ainda, se a sua eventual fronteira cultural passaria pelo interior desta região. Acreditamos que esta será a hipótese mais provável, em função dos dados disponí96


A Idade do Ferro no Alto Côa: os dados e as problemáticas

sentes nas populações; e detêm uma forte intervisibilidade, que advinha um permanente contacto visual.

tância advém da sua destacada posição altimétrica – que são as viewshed ou bacias de visão, e apresentámos um exercício exemplificativo com o povoado do São Cornélio (a 960 metros de altitude), que aqui mostramos na figura 3, onde se assinalaram a verde as áreas que são visíveis desde o topo deste castro. Constatámos que daí se avistavam perfeitamente todos os restantes sítios habitados, em torno, excepto o Sabugal, e que os outros núcleos populacionais também tinham presente o próprio São Cornélio, que constitui, juntamente com as Fráguas, a referência visual mais importante para as populações do Alto Côa e da Cova da Beira.

Conhecendo esta disparidade na morfologia topográfica dos assentamentos proto-históricos do Alto Côa, julgámos oportuno analisar como se reflectem estas diferentes soluções de povoamento nas respectivas áreas de influência. Apesar de se conhecerem diversas propostas de análise de povoamento, considerámos interessante a aplicação dos métodos de formação de territórios teóricos desenvolvidos por Davidson & Bailey e também o exercício dos Polígonos de Thiessen.

Acreditamos que este contacto visual permanente entre os povoados evidencia a existência de laços de solidariedade, sobretudo em caso de ameaça e de defesa mútua, sendo um dos motivos que terá presidido a ocupação destes locais, intencionalmente colocados em campos de visão comuns, como meio de coesão e provando a sua afinidade étnica (Vilaça, 2004: 47).

No primeiro caso (Davidson e Bailey, 1984), a análise das áreas de influência de um povoado, definidas pela contabilização dos tempos de marcha desde o habitat para a periferia, é um exercício que possibilita a percepção da possível extensão máxima de território afecto a esse núcleo populacional, bem como do tipo de actividade empreendida e das áreas que se pretendiam explorar colocando-se naquele ponto. Este método permite ainda estabelecer conjecturas sobre a contemporaneidade entre dois povoados vizinhos.

Na altura, reparámos que o povoado do Sabugal, situado mais para nascente, achava-se relativamente distanciado deste conjunto de núcleos castrejos e era-lhes completamente invisível, parecendo não estar aí integrado, mas pertencendo a outra rede comunitária.

Nas I Jornadas de Património de Belmonte apresentámos a aplicação preliminar deste método, apenas nos assentamentos populacionais situados na transição da Meseta para a Cova da Beira, com vista à caracterização da rede de povoamento local (Osório, 2008a: 59 e 61). O gráfico resultante mostrou que não se verificavam quaisquer sobreposições das áreas de 30 minutos de marcha dos povoados, mas eram frequentes nas marchas de 1 hora, não respeitando as áreas máximas dos núcleos vizinhos. Constatou-se que os territórios dos povoados se encontravam bem encaixados com os adjacentes e raramente eram entremeados de extensões vazias.

Por isso, para esta apresentação, estendemos a aplicação destes exercícios a todo o Alto Côa, abrangendo agora os povoados orientais (Fig. 5), de forma a verificar se existem as mesmas interacções detectadas a poente ou se ocorrem diferenças óbvias de ocupação do espaço. A conclusão que tiramos da análise do novo mapa alargado dos tempos de marcha é que para nascente existem duas realidades ocupacionais distintas:

Os povoados demonstravam também uma notável equidistância, numa malha cerrada, parecendo dispor-se emparceirados, frente a frente, de oeste para leste –um posicionamento estratégico pensado para o controlo visual do território imediato, sobretudo dos corredores de penetração da planície para o planalto mesetenho, que se efectuam neste sentido, mutuamente acessíveis em 30 a 40 minutos de marcha.

a) Junto ao rio Côa, os povoados possuem amplos territórios de marcha e encontram-se relativamente distanciados entre si. O Sabugal é mesmo o mais isolado, constituindo uma ilha no meio das redes de povoamento detectáveis. Portanto, o mesmo afastamento que este manifestava em relação aos castros ocidentais ocorre também com os núcleos orientais. Os restantes três povoados desta faixa média do Alto Côa colidem tangencialmente nos seus limites de 1 hora de marcha, estando, mesmo assim, bastante autonomizados, com áreas de exploração suficientemente encaixadas e não sobrepostas.

Nesse trabalho, recorremos a outra operação bastante útil na análise do povoamento, especialmente daqueles núcleos populacionais cuja impor97


Marcos Osório

b) Depois, mais para nascente, observa-se uma nova rede de povoamento de organizada proximidade, onde os territórios também colidem e se sobrepõem nos 30 a 45 minutos de caminhada, não conseguindo ter 1 hora de marcha de território próprio, nem respeitando as áreas de influência máxima dos povoados vizinhos. Contudo, nota-se uma disposição espacial distinta da observada a ocidente, concentrando-se os assentamentos em cadeia, ao longo das duas principais ribeiras afluentes da margem direita do rio Côa, que correm no sentido Sul/Norte. Não existem espaços vazios entre os assentamentos, ao contrário do que sucede na área central onde se notam grandes áreas desabitadas.

Sabugal constitui um centro populacional intermédio entre duas importantes redes de organização étnica, merece particular atenção uma ara votiva dedicada à divindade indígena de Arentia Equotulaicense (Curado, 1984, 1988), que aqui foi descoberta, podendo este epíteto latinizado denunciar o primitivo nome do Sabugal –Equotule (Osório, 2006: 90), a partir da base *Ekwo-tullo, que foi apontado recentemente por Blanca Prósper (2002: 120-121) e por Pedro Carvalho, como estando “relacionado com o topónimo latino meditullium, com o significado de terra intermédia (ou zona interior ou central de um território)” (Carvalho, 2008: 79). Nesta análise espacial do povoamento do Alto Côa, recorremos também ao método dos Polígonos de Thiessen, fazendo passar alinhamentos rectilíneos pelos pontos intermédios entre os diversos povoados, resultando em territórios de contorno poligonal. Apesar deste exercício não produzir mais do que uma aproximação teórica à forma e tamanho dos territórios desses núcleos, sendo por isso muito criticado, observando o mapa resultante da sua aplicação nesta região, verificamos a disposição regular dos sítios e a relativa equidistância evidenciada pela maioria dos povoados, destacando-se apenas os polígonos assinalados na zona da Beira-Côa pela sua maior dimensão em relação aos das extremidades (Fig. 6).

Fizemos a mesma operação de viewshed ou bacia de visão para a área oriental do Alto Côa, colocando o ponto de observação num dos relevos mas destacados na paisagem –o Sabugal Velho, situado num bastião setentrional da serra de Aldeia Velha, a 1019 m de altitude. Uma saliência que é visualizada por todo o Alto Côa e que parece ser dos povoados mais importantes (como veremos adiante). No gráfico resultante (Fig. 4), constatamos que este castro tinha contacto visual com todos os povoados do lado nascente (até Caria Talaia), mas não avistava nenhum a ocidente (devido a um outeiro que lhe cobre a visão), excepto o elevadíssimo cabeço de São Cornélio. Por outro lado, confirma-se que o Sabugal Velho também não tinha contacto visual com a comunidade que habitava o Sabugal.

Por outro lado, atentando nas respectivas malhas geométricas percebemos que o tipo de atracção que terá condicionado a distribuição espacial das duas comunidades mais extremadas é um recurso linear (sobre o assunto ver Cerrillo Martín de Cáceres, 1990: 55-59). Na parte ocidental, a atracção comum aos assentamentos seriam as vias que atravessavam a região, pois nelas circulava especialmente o metal (Vilaça, 2000: 33), enquanto que na parte oriental, o recurso condutor seriam as linhas de água e as respectivas veigas para cultivo e para pastagem do gado. Estas distintas organizações e formas de exploração do território teriam obrigatoriamente implicações ao nível económico e sugerem que os povoados orientais estariam mais inclinados para a actividade agropecuária, em detrimento da componente mineira e comercial dos assentamentos ocidentais.

Ora, estes gráficos parecem demonstrar a existência de duas áreas de intensa proximidade humana, com sintomas de forte espírito comunitário, nas extremidades poente e nascente do Alto Côa –uma com inclinação para a depressão da Cova da Beira e a outra com ligações topográficas à Meseta: o que parece contradizer a ideia de que as terras dos Vetões eram caracterizadas por menor densidade de povoamento, ao contrário das áreas propriamente lusitanas (Martín, 1996: 59). O que falta, provavelmente, é detectar os povoados abertos de planície, que nesta região mesetenha seriam, seguramente, frequentes, embora mais difíceis de identificar em trabalhos de prospecção. Estas duas malhas de povoamento estão consideravelmente separadas entre si, estabelecendose no meio delas, talvez no limite das terras exploradas por ambas, alguns povoados mais isolados e periféricos, em especial o Sabugal.

Quanto à possível concordância entre esta marcação geométrica e os acidentes geográficos do Alto Côa, frequente em outras aplicações que fizemos deste exercício nesta mesma região (Osório, 2006: 93-94 e mapa III), nesta situação, ela é inexistente. Não se observa, por exemplo, nenhum limite

Reforçando esta ideia de que o povoado do 98


A Idade do Ferro no Alto Côa: os dados e as problemáticas

poligonal coincidente com o rio Côa, nem com os relevos que marcam a separação das bacias hidrográficas. Isto reforça a nossa opinião (Osório, 2008: 49-50) de que estamos a procurar, demasiadamente, fronteiras para os povos proto-históricos em balizas naturais que apenas fizeram sentido nas divisões provinciais e municipais da época romana e medieval. No Alto Côa, alguns povoados localizam-se exactamente em cima das linhas de fronteira natural apontadas para estas comunidades e não nos parece credível que as áreas de influência desses assentamentos proto-históricos estivessem restringidas a esses obstáculos fronteiriços.

2001, 2001, Alarcão, 2001). Todavia, é possível «acercarse a la etnicidad del pasado a través de la cultura material” e verificar como esta se comporta na definição dos grupos étnicos, procurando aqueles indicadores materiais que melhor possam caracterizar determinada comunidade (Álvarez-Sanchís, 2004: 301 e 313). Apesar de difícil e discutível, esta é uma abordagem que devia ser explorada mais aprofundadamente, pois a cultura material tem um papel activo na criação das solidariedades sociais (Alarcão, 2001: 294). A questão que se coloca é se existirão, ao nível da cerâmica, determinadas particularidades que possibilitem a distinção entre as duas comunidades confinantes na região.

Agora, por fim, confrontando directamente os polígonos com as áreas de influência de Davidson & Bailey (Fig. 7), chegamos à conclusão que nas zonas de povoamento apertado os limites dos polígonos coincidem com as manchas de 30 minutos de marcha, enquanto que na região intermédia os territórios teóricos obtidos pelo método de Thiessen superam grandemente o tempo de marcha máximo. Portanto, em áreas de povoamento espaçado, os tempos de marcha definem sempre territórios inferiores aos obtidos pelos polígonos de Thiessen, enquanto que no povoamento concentrado as áreas poligonais são sempre inferiores aos territórios máximos dos tempos de marcha.

No Alto Côa, entre os povoados da Proto-história recente, dos quais possuímos dados proporcionados por escavação, destaca-se o Sabugal. As três intervenções arqueológicas realizadas no centro histórico desta cidade –junto à cerca medieval, na área do actual Museu Lapidário e no interior do castelo, permitiram atestar uma presença humana do Calcolítico à Idade do Ferro, obtendo-se espólio e testemunhos de estruturas que comprovam a existência de um extenso núcleo de povoamento abrangendo o topo e a encosta nascente. Entre os resultados mais destacáveis, encontra-se o nível de ocupação descoberto na intervenção do Museu Lapidário, assinalado por uma estrutura de combustão, com uma base rectangular de barro cozido, sobre a qual era aceso o fogo, bem como os restos de um pavimento de barro e de um buraco de poste estruturado de um habitat da Idade do Ferro (Osório, 2005a: 41-42 e 55). Infelizmente, as movimentações de terra provocadas pela construção da muralha medieval, destruíram este nível de ocupação, sobretudo a estratigrafia de abandono, mas entre os níveis de entulhamento da vala fundacional desta construção militar apareceu espólio de boa qualidade, nomeadamente cerâmicas de fabrico manual, com motivos penteados e estampilhados (Fig. 10).

Concluindo, estas metodologias de análise territorial insinuam, conjuntamente, que uma eventual fronteira étnica e cultural entre as referidas comunidades pré-romanas deveria situar-se nas terras centrais da Beira-Côa. Porém, com base na análise deste mapa (Fig. 7), não é possível definir se o ponto exacto de passagem dessa eventual raia seria a poente ou a nascente do amplo território do povoado do Sabugal, nem a qual entidade estariam filiados os residentes de Equotule.

III. Vamos agora incidir a nossa reflexão nos materiais arqueológicos, em especial nas cerâmicas, intentando obter outros indicadores para a resolução desta problemática. A análise do espólio arqueológico tem sido esquecida nos estudos de caracterização dos Lusitanos e Vetões, especialmente na definição dos respectivos limites territoriais, em detrimento da exaustiva interpretação das fontes clássicas (ver Roldán Hervas, 1968-69 e Bonnaud, 2002) e das referências epigráficas (ver Olivares Pedreño, 2000-

Em posteriores escavações realizadas no interior do Castelo, obtivemos novos vestígios habitacionais da Idade do Ferro. Aí, sob estratos alto-medievais, identificou-se a parede de um edifício de planta quadrangular e um nível de circulação de terra pisada, onde havia outra base de barro rectangular de uma lareira, semelhante à identificada na encosta nascente. Esta estrutura doméstica estava associa99


Marcos Osório

da a uma mó circular e a um conjunto de cerâmicas de fabrico manual ou a torno, mas de formas simples e lisas, sem quaisquer elementos morfológicos ou decorativos característicos (Osório, 2005a: 42 e 55-56).

cular castreja, com cerca de 6 m de diâmetro e com um átrio da entrada (Osório, 2005a: 43 e 56-57). Concluiu-se que o urbanismo castrejo do Sabugal Velho era composto por dois tipos de edifícios: de planta circular e rectangular.

Tratando-se de simples sondagens de diagnóstico, as informações obtidas sobre as estruturas habitacionais e a organização do espaço deste povoado são pouco abrangentes. No entanto, ficámos a saber que persistem algumas técnicas e materiais de construção, já empregues anteriormente –as bases de lareira, os pavimentos de barro e as estruturas de apoio da cobertura com postes de madeira (Vilaça, 2008: 48).

Nestas sondagens e nos extensos entulhamentos detectados na zona da muralha recolheu-se abundante espólio, como os dois cadinhos de cerâmica, as contas de colar, o pendente de xisto, a fíbula de bronze de tipo Acebuchal (séculos VII-VI a.C.) e o escopro de bronze de secção quadrangular (Osório, 2005a: 65, 2008b: 60-62), semelhante a outros já descobertos nesta região (Vilaça, 1995: 85-86); para além da abundante cerâmica que caracteriza a cultura material do Sabugal Velho e lhe atribui o enquadramento cronológico (Osório, 2008b: 55-57).

Outro local bem conhecido, fruto de intensas escavações, é o Sabugal Velho. A intervenção concluiu que se tratava de uma aldeia medieval fortificada, dos séculos XII-XIII, com a malha urbana bem preservada, e que, sob este aglomerado leonês, perduravam ainda níveis de ocupação mais antigos, que recuavam à Idade do Ferro.

Apesar de tudo, estes resultados mostram que se quisermos recorrer ao espólio cerâmico para estabelecer uma distinção entre o povoamento vetão e o lusitano, teremos ainda inúmeras dificuldades. Primeiro, devido ao desequilíbrio patente entre a grande quantidade de informação proveniente da escavação de três estações arqueológicas, em contraponto aos escassos dados recolhidos em prospecção no resto da região. Segundo, porque não temos uma visão uniforme do território, pois existe maior volume informativo procedente da zona oriental do Alto Côa, enquanto escasseia o conhecimento dos materiais cerâmicos recolhidos nos núcleos de povoamento ocidental.

A insuficiente área escavada e a destruição provocada pela presença medieval, impedem-nos de conhecer melhor o urbanismo do povoado proto-histórico e de perceber a sua extensão máxima, contudo foi ainda possível estudar os restos da muralha castreja que circunda o espaço habitado. Era uma edificação de alvenaria sólida e maciça, com uma técnica construtiva análoga a muitas outras fortificações mesetenhas (Osório, 2005b: 89). As investigações permitiram concluir que havia uma entrada a poente (posteriormente entaipada na fase medieval), feita pela simples interrupção e discordância do traçado defensivo, formando uma entrada não directa, oblíqua e dissimulada, apetrechada ainda com um torreão e com socalcos defensivos (Osório, 2005b: 89 e 99, fig. 16). É também na Meseta espanhola que encontramos os principais paralelos arquitectónicos desta solução militar (Maluquer de Motes, 1958: 24).

Outro obstáculo do recurso à cerâmica para esta reflexão é que determinadas morfologias e decorações que mais facilmente permitiriam caracterizar as comunidades do Alto Côa e definir as suas afinidades culturais, são pouco representativas. Os únicos exemplares cerâmicos que exibem decoração, dos milhares de fragmentos recolhidos nas escavações do Sabugal Velho e do Sabugal, resumem-se a umas escassas peças com decoração maioritariamente estampilhada e penteada (Fig. 10), que já foram estudadas e publicadas anteriormente (Osório 2005a: 4049, 2008b: 55-56). Esta amostra atesta, porém, uma nítida proveniência mesetenha, fruto de contactos continuados com os centros populacionais vetões ou da existência de fortes laços de parentesco étnico e cultural.

Nas várias sondagens realizadas na estação arqueológica, só foi possível identificar restos de duas edificações da Idade do Ferro, associados a materiais de datação correspondente (Fig. 13). Detectouse a parede de um edifício de planta quadrangular encostado à face interna da muralha, solução que também se observa no mundo mesetenho; e nas escavações abertas no centro do povoado, sob as paredes de um grande edifício medieval, identificouse um alinhamento curvilíneo de uma típica casa cir-

Destacamos os exemplares decorados com estampilhas de semicírculos concêntricos, porque este é, até agora, o único motivo repetido nestes dois povoados, para além dos círculos concêntricos e dos 100


A Idade do Ferro no Alto Côa: os dados e as problemáticas

ornitomorfos recolhidos apenas no Sabugal (que estão presentes por exemplo em Soto de Medinilla, Padilla del Duero e Simancas) (Osório e Santos, 2003: 382). Sabendo que a ornamentação é feita sobre cerâmica manual, podemos dar-lhe um enquadramento mais antigo, com paralelos recuados à I Idade do Ferro (Osório e Santos, 2003: 382).

táveis impulsos criativos inovadores, designadamente nos fabricos cerâmicos, mas um certo conservadorismo, patente na sobrevivência de processos de fabrico e acabamento seculares (Carvalho, 2007: 5758). As peças mais emblemáticas do seu espólio cerâmico eram adquiridas por importação, vindas da Meseta ou da Beira Alta, provavelmente em troca do produto da mineração. Não eram, portanto, comunidades totalmente fechadas a outros mundos, mas os impulsos externos chegariam com pouca intensidade (Carvalho, 2007: 56). Pedro Carvalho alertou já, anteriormente, que essa ausência, juntamente com o arcaísmo e monotonia das formas e fabricos, poderiam ser a particularidade que os caracterizava (Carvalho, 2007: 58).

A outra decoração aqui presente -a cerâmica a peine, com paralelos em Cogotas II e Sanchorreja, comum desde o Ferro Antigo (Osório e Santos, 2003: 379) -tem sido considerada pelos investigadores da Proto-história da Meseta como um forte “marcador móvil de la etnicidad” (Álvarez-Sanchís, 2004: 312), que não ultrapassará os limites do território vetão. No entanto, ainda se desconhece com exactidão a extensão máxima da mancha de difusão das cerâmicas a peine para ocidente: Poderemos esperar a sua presença nos castros que ocupam a orla do rebordo da Meseta como a Serra d’Opa, o São Cornélio ou as Fráguas?. E não poderão chegar estas cerâmicas, de pouca expressividade, a áreas periféricas, por via das trocas comerciais, ampliando exageradamente a sua área de difusão?. Assim, talvez não possamos recorrer a esta cerâmica como uma verdadeira marca étnica.

Do ponto de vista tecnológico, a cerâmica manual não decorada identificada nesta região, em especial nas escavações do Sabugal e do Sabugal Velho (Fig. 11), caracteriza-se pelas pastas grosseiras, com abundante desengordurante, maioritariamente de cozedura redutora, com superfícies rugosas, sem qualquer tipo de acabamento cuidado, para além de algum alisamento ou de ligeiro cepilhado superficial. As tonalidades são escuras, variando entre os castanhos, avermelhados e acinzentados.

A inexistência de um conjunto cerâmico com traços morfológicos ou decorativos próprios e exclusivos é um dos factos mais destacáveis das comunidades do Alto Côa. Denota-se uma tendência, que poderá ser confirmada com o incremento das escavações na Beira Interior, para uma relativa pobreza decorativa da cerâmica durante a Idade do Ferro, em comparação com os períodos cronológicos anteriores. Os exemplares decorados correspondem a meros fenómenos residuais na totalidade do espólio recolhido. No caso do Sabugal Velho, verificamos que, dos 1635 fragmentos inventariados, relativos à ocupação do sítio durante o I milénio a.C., 78% são de fabrico manual e apenas 1% apresenta decoração – os fragmentos que aqui mostramos na figura 10, com nítida inspiração mesetenha. Esta ausência sugere a presumível inexistência de produções locais decoradas e o recurso à importação dos únicos exemplares decorados.

A morfologia é sempre bastante simples, sem quaisquer artifícios ornamentais. As formas mais frequentes são os recipientes globulares, mas também se registam potes cilíndricos, troncocónicos e bitroncocónicos, de perfil em “S”, com colos estrangulados ou convexos, ou mesmo colos pouco desenvolvidos. Os bordos são direitos, extrovertidos ou quebrados, sendo os lábios sempre arredondados, engrossados ou direitos, pontualmente com decoração incisa ou impressa. Alguns potes podem ter uma ou duas asas verticais, geralmente de secção oval ou de fita; e os fundos são sempre planos. No Sabugal Velho, a gritante escassez de motivos decorativos nas peças manuais, que permitiria caracterizar as produções cerâmicas, é recompensada com um bom lote de fragmentos cerâmicos de fabrico a torno, de cozedura oxidante, com pastas muito finas e depuradas, com superfícies externas bastante porosas, mas por vezes compactas e alisadas, de tonalidade esbranquiçada, creme, castanha clara ou alaranjada, maioritariamente lisas ou pontualmente pintadas (embora mal conservada). É um grupo que se destaca pela sua cor, pela reduzida espessura, por um bom acabamento e pelo som metálico característico.

Talvez a falta de preocupações decorativas na produção cerâmica das comunidades lusitanas possa constituir uma das características diferenciadoras entre estes dois povos. Julgamos que os Lusitanos não deveriam ter uma cultura material própria e distinta dos povos circundantes, pois não são detec101


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Este conjunto de peças cerâmicas é composto de alguns tipos comuns (Fig. 12). Por um lado, os cuencos ou taças de morfologia tulipiforme, com suave perfil em “S”, bordo extrovertido e lábio apontado. Uma destas taças de carena alta conserva ainda os restos de pintura em bandas horizontais de engobe de cor vínica. Por outro lado, enumeram-se grandes recipientes globulares, de colo pouco desenvolvido, moldurado ou não, com bordos em aba ou em forma de “cabeça de pato”: pelo lábio duplamente biselado e ressalto para encaixe de tampa. Também se enumeram grandes potes ovóides, sem colo, e com bordos bastante extrovertidos e lábio direito; ou potes com colos estreitos e bordos extrovertidos, praticamente em aba e lábios arredondados ou apontados; ou pequenos potes troncocónicos, sem colo e bordos em aba, com lábio arredondado ou apontado. Há ainda a enumerar, alguns pequenos vasos cilíndricos com bordos ligeiramente extrovertidos. Não podemos associar nenhum dos fundos obtidos a uma destas formas, mas verificamos que são planos (por vezes com pé alto) ou côncavos (com umbo central). Também identificámos o fragmento do pé de uma copa.

Sendo uma cerâmica com origem em áreas meridionais da península, cuja datação mais antiga recua ao final do séc. V a.C., só poderia ser canalizada por rotas comerciais, seguindo os eixos naturais de comunicação, vindos de sul, que entravam pelo sistema central e que, por sua vez, se difundiam e distribuíam em leque pela área de povoamento vetão. A facilidade de travessia do território mesetenho permitia a difusão destas influências culturais externas por toda a região, até às zonas periféricas. Esta cerâmica interessa para esta discussão porque, para além do Sabugal Velho, já apareceu, até agora, em outros 3 povoados orientais do Alto Côa –no Sabugal, em Vilar Maior1 e nos Castelos de Ozendo (aqui somente no decurso de trabalhos de prospecção). Infelizmente, não são conhecidas publicações para o território português que registem o achado deste tipo de cerâmica em outros locais da Beira Interior. Mas, julgamos que estes exemplares constituem, para já, o testemunho mais ocidental conhecido e agora publicado, pois os dados obtidos na bibliografia disponível provêm sobretudo de regiões mais orientais e meridionais, em relação ao vale do Côa.

No Sabugal Velho, este constitui o conjunto cerâmico mais homogéneo e melhor representado, ainda por cima, mais fácil de datar do que a cerâmica manual lisa ou as restantes formas de fabrico a torno. Foram inventariados 340 fragmentos deste tipo de produção, dos quais 62 exemplares proporcionam forma. Estatisticamente, esta cerâmica fina corresponde a cerca de 20% de toda a cerâmica protohistórica do povoado e foi principalmente recolhida nas sondagens onde foram descobertos os únicos testemunhos habitacionais e os restos da muralha castreja (Fig. 13).

Estas cerâmicas não foram, até agora, identificadas em núcleos de povoamento da fachada ocidental do Alto Côa, apesar destes não terem sido ainda devidamente escavados, e têm aparecido especialmente nos povoados da área oriental. Somente procedendo a escavações intensivas na franja ocidental desta região, que clarifiquem a sua presença ou não2, poderemos estipular a área máxima de difusão deste indicador material e empregá-lo como eventual elemento caracterizador das comunidades da Idade do Ferro da Meseta, em contraponto aos populi lusitanos.

Se tivéssemos que definir o melhor indicador material da comunidade da Idade do Ferro residente no Sabugal Velho, seria esta cerâmica fina torneada. Porque não é meramente residual, mas, pelo contrário, aparece em significativa quantidade e representatividade, denunciando o afluxo ao local de peças provenientes de contactos estreitos e frequentes com outras regiões exógenas.

De facto, se o panorama geral em todo o Alto Côa é a abundância de cerâmica manual sem decoração, a única distinção, a este nível, nesta região, é que os povoados orientais apresentam cerâmicas finas e torneadas, de proveniência meridional.

Os trabalhos arqueológicos que estão actualmente a desenrolar-se nesta povoação, possibilitaram a recolha de outro bom conjunto de cerâmicas deste tipo, apresentando alguns exemplares decoração pintada, ultrapassando já o número de fragmentos exumados no Sabugal Velho. 2 Aguardamos com entusiasmo a publicação dos resultados das várias campanhas de escavação realizadas no Cabeço das Fráguas, em especial das cerâmicas recolhidas, que poderão reforçar ou refutar algumas das nossas propostas apresentadas. 1

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Conclusão.

prováveis semelhanças ao nível linguístico e das estreitas relações existentes entre ambos, atestadas nas fontes clássicas (Álvarez-Sanchís, 2004: 308). Portanto, é possível que a fronteira ocidental dos Vetões com os Lusitanos fosse muito difusa e marcada por terras inabitadas.

Os métodos de análise territorial aplicados nesta região permitiram detectar uma dualidade de redes de povoamento, com áreas intermédias de carácter transitório e talvez fronteiriço. Mas, é através de algumas evidências construtivas e especialmente da cerâmica que parece adivinhar-se uma nítida diferenciação entre os povoados do rebordo da Meseta/ Cova da Beira e os núcleos de povoamento planáltico.

Contudo, havendo essa delimitação fronteiriça, ela tinha que passar algures, não pelos relevos que marcam o fim da bacia hidrográfica do Côa, nem pelo próprio rio Côa, mas por uma terra de ninguém que ficaria entre os territórios de marcha dos povoados junto ao Côa e os situados nos relevos da extrema ocidental.

Apesar de alguns autores renunciarem a ideia de fronteira entre estas duas “etnias”, a análise arqueológica demonstra que existem algumas diferenças entre elas, não obstante as influências recíprocas sentidas (Alarcão, 2001: 295). O exemplo mais flagrante é sem dúvida a cerâmica mesetenha e meridional que chega aos povoados orientais do Alto Côa e as soluções arquitectónicas defensivas que aí se propagam, por oposição a um vazio destes elementos e a um conservadorismo da cerâmica, despida de ornamentação e especificidades próprias, que impera nos cabeços inóspitos e naturalmente defendidos do rebordo da meseta.

Por isso, acreditamos que entre o limite da área de influência do Sabugal e os territórios de exploração dos povoados mais ocidentais, onde não se conhecem mais habitats proto-históricos, passaria algures, uma linha divisória convencional entre os Lusitanos e os Vetões (Fig. 8). É nesses terrenos, afastados dos núcleos de povoamento e provavelmente não explorados, que poderemos imaginar uma fronteira, não assinalada por marcos ou cruzes na pedra, mas bastante maleável. Os indivíduos saberiam perfeitamente que estavam em terras alheias quando saíam da sua área de influência e do âmbito visual da respectiva comunidade de povoados. Apenas isto seria suficiente para delimitar mutuamente gentes diferentes e vizinhas, pois tudo se resumia ao controlo imediato do território, não obstante a existência de algumas pontuais referências simbólicas na paisagem.

Teremos conseguido, nestas linhas, estabelecer alguns traços de distinção entre as comunidades afectas aos Lusitanos e aos Vetões?. Situar-se-ia então no Alto Côa a sua fronteira?. Cremos que sim. Todavia, apesar da tendência dos investigadores em apontar o Côa como esse limite, julgamos que este rio, que no seu curso até ao Sabugal não é mais do que uma pequena ribeira semelhante aos restantes afluentes do Alto Côa, nunca terá constituído qualquer tipo de fronteira para povos pré-romanos, em especial nesta bacia superior, ao contrário do Baixo Côa (ver Luís, no prelo). Ainda para mais, quando comprovamos que o assentamento vetão de Castelo Mendo, já referido anteriormente, fica situado do lado poente deste mesmo rio.

O São Cornélio, sendo o povoado que ficava imediatamente defronte do Sabugal, mas cujo território não colidia com este, pertenceria a uma comunidade diferente (Fig. 9). A sua ampla visibilidade e alcance visual desde a Cova da Beira seriam factores de adesão étnica ao populus dessa região. Este assentamento integrava-se numa cadeia de povoamento que se abria para poente, onde os territórios de marcha dos povoados colidem, possuem uma estupenda intervisibilidade e apresentam a mesma tipologia de assentamento (Osório, 2008a: 49), afastando-se nitidamente do mundo planáltico do vale do Côa e seus afluentes mesetenhos, onde imperam habitats com escassa intervisibilidade, sem vínculos paisagísticos, pouco elevados e com maior recurso a soluções defensivas complexas.

Por outro lado, verificamos que os povoados do Sabugal e de Caria Talaia ficam situados em cima da linha do Côa (Fig. 2), e, sendo o rio facilmente transposto a vau nesses locais, seria impensável que a sua influência ficasse confinada à berma ribeirinha e não se estendesse para as óptimas terras da outra margem do rio. Talvez as dificuldades que deparamos na hora de definir uma raia bem marcada entre estes dois povos se prendam com o facto de serem mais as semelhanças entre eles que as diferenças, fruto das

Tendo em consideração estes argumentos e, em especial, a análise arqueológica, então o Sabu103


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gal pertenceria a estas comunidades orientais e seria o estabelecimento fronteiriço com os lusitanos, no limite ocidental dos vetões, a 30 kms. do povoado de Irueña (Fig. 9), constituindo uma espécie de entreposto económico e cultural.

cem conceder-lhe alguma importância, já anunciada pelos materiais arqueológicos exumados nas escavações (Osório, 2005a: 42 e 46) e pela extensão da área de vestígios. São estes os dados e as problemáticas que norteiam a investigação proto-histórica no Alto Côa, que esperamos em breve ampliar com novos testemunhos que confirmem ou refutem estas considerações, através dos trabalhos arqueológicos previstos em outros povoados deste território.

E se assim fosse, confirmar-se-ia, também, a proposta de que nas zonas de fronteira se localizavam, frequentemente, povoados de grandes dimensões (Vilaça, 2004: 52). Pois, a grande extensão de território abarcada numa 1 hora de marcha, em parte devido à suavidade da topografia envolvente, pare-

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A Idade do Ferro no Alto Côa: os dados e as problemáticas

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Figura 1. Localização da região do Alto Côa no mapa de Portugal.

Figura 2. Mapa dos povoados do Alto Côa com provável ocupação durante a Idade do Ferro.

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A Idade do Ferro no Alto Côa: os dados e as problemáticas

Figura 3. Viewshed ou bacia de visão do povoado de São Cornélio.

Figura 4. Viewshed ou bacia de visão do povoado do Sabugal Velho.

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Figura 5. Mancha das áreas de influência dos povoados do Alto Côa.

Figura 6. Aplicação do método dos Polígonos de Thiessen nos povoados deste território.

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A Idade do Ferro no Alto Côa: os dados e as problemáticas

Figura 7. Confronto dos resultados obtidos pelos métodos de Davidson & Bailey e dos Polígonos de Thiessen.

Figura 8. Confronto dos limites naturais com as áreas de influência dos povoados, nesta região do Alto Côa.

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Marcos Osório

Figura 9. Proposta de delimitação entre Lusitanos e Vetões no território do Alto Côa, assinalada na carta de relevo com a marcação das áreas de influência dos povoados.

Figura 10. Representação dos escassos exemplares cerâmicos decorados, recolhidos nas escavações de dois povoados do Alto Côa.

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A Idade do Ferro no Alto Côa: os dados e as problemáticas

Figura 11. Principais formas dos recipientes cerâmicos lisos descobertos no povoado do Sabugal Velho.

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Figura 12. Representação de alguns exemplares cerâmicos do povoado do Sabugal Velho, de fabrico a torno, de pastas finas e claras, de importação meridional.

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A Idade do Ferro no Alto Côa: os dados e as problemáticas

Figura 13. Plantas do sector I e III do povoado do Sabugal Velho, com a identificação das sondagens de proveniência das cerâmicas finas meridionais, contabilizando a quantidade de fragmentos recolhidos.

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Nuevos resultados en la investigación de la Segunda Edad del Hierro en el Cerro de El Berrueco (Salamanca): el poblado y la necrópolis prerromana de “Los Tejares” Óscar López Jiménez Victoria Martínez Calvo Arqueólogos

Resumen

diversos elementos comprendidos dentro de la amplia extensión que forma la Zona Arqueológica.

El “Occidente vetón” es clave en el estudio de las dinámicas de formación cultural de los pueblos de la Segunda Edad del Hierro, principalmente por su situación de vía de comunicación vertical en esta parte de la Península Ibérica. En esta zona, el Macizo Central supone una barrera, pero también funciona como eje en el que ambas vertientes son mutuo espejo de los avatares históricos a los que se vieron sometidas, así como de su recíproca influencia. De esta forma, los particulares procesos desarrollados en Cáceres y la Beira Baixa se encuentran íntimamente ligados a un marco regional, más amplio, en el que se incluyen las áreas de Salamanca y la Beira Alta.

Este enclave, recurrente en la bibliografía arqueológica, se sitúa en la vertiente Norte del pie de Gredos, en el Alto Tormes Salmantino. La gran mole granítica que le da nombre se yergue a una altura de 1.540 metros sobre el entorno de una llanura de alrededor de 800 metros, en la cual es perfectamente visible desde kilómetros a la redonda. Especialmente desde la salida de los pasos naturales de las sierras, como desde lo alto del puerto de Villatoro, en Ávila; desde el cruce de Cuatro Calzadas, a pocos kilómetros de Salamanca capital; o a la salida del ramal de la cañada del Puerto del Pico. Desde su cumbre se dominan el Alto Tormes, el valle del Corneja, toda la comarca del piedemonte de Gredos y la salida oriental de la Sierra de Béjar (Fig.1).

En este contexto, el Cerro de El Berrueco es un punto de referencia ineludible que articula las comunicaciones en el eje Cáceres-Salamanca-Ávila y supone un ejemplo de los contactos sociales, culturales y tecnológicos de estos grupos a diferentes escalas. Por ello, entre los diversos yacimientos que componen la Zona Arqueológica, el sitio de “Los Tejares” ha tenido tanta significación. Los estudios realizados entre 2003 y 2006 han proporcionado gran cantidad de información, entre ella el descubrimiento, en 2005, de las primeras evidencias de una necrópolis asociada al poblado.

El Cerro de El Berrueco comenzó siendo considerado un solo yacimiento en los primeros trabajos, desde finales del siglo XIX hasta las intervenciones del Padre César Morán en los años veinte. Las primeras noticias sobre El Berrueco surgen por la aparición de las placas de bronce conocidas como las “diosas aladas” (Ballesteros, 1896: 56, Riaño, 1899: 124-126). La pormenorizada descripción de este hallazgo fue ampliamente conocida por la comunidad científica y El Berrueco pasó a encontrarse entre los lugares citados en la bibliografía científica de la época.

El propósito de éste trabajo es presentar los resultados de las investigaciones hasta ahora desarrolladas, ampliando el conocimiento general de la Edad del Hierro en la zona e incluir “Los Tejares” entre las escasas necrópolis de lo que se conoce como “mundo vetón”.

En este momento también se interesan por este lugar y sus materiales algunos de los más prominentes científicos de su tiempo, como es el caso de Fidel Fita (1920: 361) o García y Bellido (1923). Sin embargo, el primero en acercarse hasta el lugar a hacer una evaluación del que entonces se pensaba era un solo yacimiento es Manuel Gómez Moreno, durante la recopilación de datos realizada en 1905 para el Catálogo Monumental (Gómez Moreno, 1967).

Introducción. Desde el año 2003, bajo la denominación del Proyecto Berrueco, se vienen desarrollando una serie de trabajos de investigación y catalogación de los 117


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Figura 1. Mapa de situación.

La primera investigación de importancia en el cerro la desarrolla César Morán, profesor del colegio de los Agustinos, quien en 1918, durante una visita al lugar, recoge una importante cantidad de materiales que publica al año siguiente (Morán, 1919: 119), realizando entre 1919 y 1921 una serie de campañas de excavación en la zona.

cuentran en El Tejado y Puente del Congosto (Morán, 1921: 5). Uno de los más interesantes trabajos de Morán es la recopilación minuciosa de todas las noticias procedentes de hallazgos en el pueblo y la preocupación por contrastar su procedencia del cerro. Entre ellos destaca un aro de bronce con lo que Morán (1921: 14) describe como “caracteres alfabetiformes; de un lado la letra A repetida y yuxtapuesta de tal modo que resulta una M con dos travesaños; de otro la misma figura pero sin travesaño en la A de la derecha“. Esto ofrece una cierta consistencia a otros recientes hallazgos epigráficos realizados por el equipo del Proyecto Berrueco en la zona de Los Tejares.

Los trabajos de Morán son muy precisos en lo que se refiere a la descripción física del sitio, sus recursos naturales y la importancia de las comunicaciones (Morán, 1921: 11-13). Para él, todo el conjunto es una sola unidad que pertenecería a una gran ciudad, cuyo poblamiento comenzaría en los tiempos neolíticos hasta época romana, rodeada por “... una muralla [...] separándose de la montaña en unos puntos más y otros menos de 500 a 1000 metros” (Morán, 1921: 4) que englobaría todo el cerro.

Es especialmente interesante la colección de monedas que Morán presenta en este trabajo. Aunque no especifica su procedencia exacta sabemos que una “importante” cantidad de ellas han sido recuperadas por él mismo y otras provienen de gen-

Gracias a él tenemos también noticias de la ubicación original de los verracos que ahora se en118


Nuevos resultados en la investigación de la Segunda Edad del Hierro en el Cerro de El Berrueco (Salamanca)...

Figura 2. Tabla de monedas de Los Tejares de la colección Morán y dos nuevos hallazgos de monedas de Cástulo.

tes del pueblo que se las donó (Morán, 1921: 8) (Fig. 2).

dera unidad geopolítica” (Maluquer de Motes, 1958: 12).

La investigación da un gran paso adelante con los trabajos de Juan Maluquer de Motes, quien en 1950 se plantea una revisión de la Prehistoria salmantina y a raíz de esto se enfrenta a la evidencia recopilada por Morán, lo que despierta su interés por el Cerro del Berrueco. Es entonces, al estudiar las colecciones provenientes de la zona y, especialmente la colección Ibáñez, cuando por primera vez se plantea la posibilidad de encontrarse ante un conjunto de yacimientos.

Otra buena parte del trabajo se centra en la recopilación de colecciones de objetos y su estudio con gran profusión de detalles (Maluquer de Motes, 1958: 101-115), ampliando enormemente el catálogo de materiales hallados en el cerro. Aquí se dan a conocer importantes piezas de las colecciones Pérez Olleros, Ibáñez o parte de la colección Morán conservada en Salamanca. Con la publicación de este libro queda ya bien sentada la clara separación de los diferentes lugares de asentamiento alrededor del cerro. Los materiales apuntan a varios momentos claramente representados, como el Calcolítico pre-campaniforme, Bronce Final tipo Cogotas I, elementos de metalurgia claramente orientalizantes, influencias de tipo ibérico y una notable presencia de cerámicas que se denominarían más tarde Cogotas II. La concentración de estos elementos tampoco es aleatoria, sino que viene a marcar diferentes áreas de asentamiento para cada época.

Las excavaciones de Maluquer comienzan en 1953 y se prolongan en forma de cortas campañas hasta 1956. En la publicación de este trabajo (Maluquer de Motes, 1958) se aprecia la diferenciación ya de casi todos los grandes yacimientos actualmente conocidos: La Mariselva, El Cancho Enamorado, Los Tejares, La Dehesa y Santa Lucía (refiriéndose a Las Paredejas). Por primera vez se define el cerro como un conjunto: “En lo sucesivo el nombre de Berrueco deberá reservarse como sinónimo de región o zona arqueológica, no de un yacimiento. En realidad [...] el Cerro del Berrueco constituye un centro ideal de refugio y a la vez dispersión de poblaciones, de grandísimo interés; es decir, que constituye una verda-

Después de los trabajos de Maluquer, el cerro queda definitivamente marcado como un lugar de referencia en la arqueología de la zona occidental de la Península. Sin embargo, no se volverán a realizar trabajos en esta zona hasta los años 80. 119


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Entre tanto, los hallazgos siguen produciéndose y, a mediados de los años 70, Piñel (1976) publica una de las piezas más interesantes procedentes del cerro realizada en oro. Se trata de una arracada hallada en superficie correspondiente al sitio de Las Paredejas.

materiales se extienden por una zona muy amplia, calculándose la superficie real del asentamiento aproximadamente en 16 ha. El yacimiento no se sitúa en una zona prominente o elevada, ni con especial interés en la defensa o control del territorio, pese a la disponibilidad de lugares apropiados en el terreno. Apenas quedan tampoco evidencias de la muralla, probablemente destruida desde sus cimientos.

Otras piezas de cierta singularidad van volviendo a ser estudiadas en esta época, como la fíbula de arco de violín que publica Delibes de Castro (1981) y que, en este caso, se vincula a influencias centroeuropeas venidas a través de la Meseta Central.

Este sitio no había sido antes objeto de una intervención sistematizada, siendo tan sólo un punto de referencia para los hallazgos de monedas, figuritas de bronce o armas de los trabajos de Maluquer o Morán.

A principios de los años 80 Francisco Fabián realiza una campaña de excavación en uno de los puntos menos conocidos hasta ese momento como era el yacimiento de Paleolítico Superior de La Dehesa (Fabián, 1984-1985, 1985, 1986, 1997), en la ladera baja de la parte meridional del complejo granítico. Este lugar había sido ya señalado por el Padre Vicente Belda, profesor del Colegio de los Padres Reparadores de Alba de Tormes, en los años 70.

Hay que relacionar también este asentamiento con la presencia, igualmente, del “toro” situado originalmente en El Hontanar, una pequeña colina dominando el camino a la salida al Sur de Los Tejares. Este ejemplar, recuperado de las tapias de la finca denominada “prado del toro” hoy se encuentra en el pueblo de El Tejado.

La secuencia presente en la zona se extiende entonces desde el Paleolítico Superior hasta época moderna, siendo un conjunto arqueológico de los más completos y complejos que ofrece una oportunidad única para el estudio de la formación de los paisajes antiguos.

Escalas de análisis del yacimiento. La cantidad, extensión y diversidad de los yacimientos que, a priori, se esperaba encontrar en la ZAB motivó una primera fase de planificación de intervenciones que se ajustaran a las necesidades y características de cada sitio. Los Tejares es uno de los más accesibles, con mayor superficie y un registro material amplio y abundante. En este caso, no se habían realizado en la zona trabajos anteriores y no se conocían más que noticias de los hallazgos casuales o los expolios de los detectoristas que se han cebado en la zona. Por todo ello, se planteó una secuencia de intervenciones que supusieran mínima afección con la obtención de la máxima información.

Hoy, tras varios años realizando trabajos de prospección, sondeos, sistematizando información y colecciones de materiales, se han definido nueve yacimientos principales, seis de ocupación temporal en el entorno y diversos hallazgos aislados entre los que contamos verracos, tumbas antropomorfas o diverso material mueble, en un entorno que supera la propia extensión del cerro.

La II Edad del Hierro en el Cerro de El Berrueco. Los Tejares es el topónimo que denomina una zona al pie del cerro, en su vertiente meridional, situada en una vaguada protegida por farallones de roca granítica. Su orientación Sur, en las cercanías del Arroyo del Colmenar, indica su vocación de relación con la Sierra de Gredos y el Alto Tormes.

a) Topografía. Uno de los trabajos de documentación necesarios era tener la morfología del terreno, sobre la que ubicar los registros y analizar los datos de conformación y alteración en superficie. Esta es una base de trabajo útil y necesaria que refleja, por ejemplo, datos interesantes sobre algunas cuestiones importantes como la existencia de una pequeña muralla longitudinal que hoy se encuentra totalmente perdida. Otro dato apuntado por las primeras lecturas son las trazas de algunos posibles accesos al poblado, así

Los hallazgos recuperados en este lugar y sus alrededores remiten a momentos avanzados de la Edad del Hierro, con profusión de material cerámico, metálico y presencia de otros elementos como vidrios, ornamentos, etc,.. Las concentraciones de 120


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temática de material y de datos generales de superficie correspondientes a morfología, procesos erosivos visibles, visibilidad del terreno, disposición de los materiales, estado de los materiales, etc... El trabajo de prospección se plantea mediante el uso de las parcelas agrícolas actuales con una subdivisión en unidades de prospección de 30x30 metros, ajustadas en cada caso a las necesidades del terreno y documentadas así en su ficha individualizada. Dentro de cada una de estas unidades se utiliza un equipo de 3 prospectores por unidad de prospección hasta barrer el 100% de la superficie de cada una.

como las cotas de arroyadas y torrenteras que permiten el cálculo de los arrastres de material que serán clave a la hora de realizar otros trabajos. El levantamiento se realiza con tecnología GPS en modo RTK con precisión centimétrica utilizando dos receptores SR530 de Leica. b) Microprospección. La aplicación de esta técnica responde a una necesidad de concretar con la mayor certeza posible la naturaleza de este yacimiento, utilizando inicialmente sólo métodos de documentación off-site.

Una vez finalizada cada unidad se rellena las dos fichas correspondientes que recogen, por un lado, los datos morfológicos y, por otro, los de materiales. En estas fichas se recogen los aspectos que caracterizan a cada unidad y cada parcela y se resaltan los elementos más representativos de su aspecto formal, estado del terreno, procesos geológicos, alteraciones, características del material, acumulaciones reconocibles, o piezas más reseñables. El material es cuantificado y situado en el espacio separando los diferentes tipos reconocibles en los apartados diseñados en la ficha. Tras ello se trasladan los datos a un plano de dispersión (Fig. 3).

Como base de trabajo se ha tomado el mapa catastral de la diputación de Salamanca a Escala 1:3000 que sitúa las parcelas correspondientes a la zona donde se ubica el yacimiento. Estas parcelas son, en la actualidad, propiedad de vecinos de El Tejado, y corresponden en su totalidad al Polígono 1 del Inventario del Servicio Catastral de la Diputación de Salamanca en este término municipal. Tras analizar las evidencias recuperadas por anteriores trabajos y después de varias inspecciones al terreno se planteó un sistema de aplicación de módulos más o menos estables con recogida sis-

Figura 3. Mapa de resultados de micro-prospección.

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Vista la disposición del terreno, el asentamiento parece que ocupó una meseta más o menos llana, con pendiente que desciende en dirección N-NO a SSE y N-S; protegida por el Norte por la altura del cerro y la mayor elevación de la llanura situada en esta zona y por el Sur y Este por los afloramientos rocosos. La superficie así enmarcada ocuparía aproximadamente unas 17 ha.

turados y que se documentan en los amontonamientos de piedras, denotando una intensa y continuada actividad agrícola. En menor proporción, pero también relativamente abundantes fueron las torteras o fusayolas, distribuidas prácticamente en su totalidad por la zona Norte del área de concentración. Los tipos que aparecen son variados, aunque siempre dentro de una misma forma, sección cónica o bicónica con perforación vertical central y en ocasiones decorada en la parte inferior. Entre ellas destaca una con un grafito también en su superficie inferior.

El cómputo final de unidades de microprospección necesarias para delimitar y definir el tipo de yacimiento es de 37 parcelas, subdivididas a su vez en 183 unidades de prospección.

Haciendo referencia al epígrafe que porta el fragmento, conviene señalar algunos datos de interés. En primer lugar la aparición de una línea de pautado que se “incide”, y sobre la que luego se escribe. Por debajo de la línea de pautado aparecen algunos trazos que deben interpretarse como elementos epigráficos. En un primer lugar aparece el signo N seguido de una interpunción de las constituidas por un trazo continuo y, por último, un tercer signo que aparece incompleto tanto por la propia fractura de la pieza como por la erosión en los bordes. La reconstrucción que puede ofrecerse para este último signo es: u. Su lectura por tanto sería: “n / u”, . correspondiendo al signario paleohispánico. A pesar de que no existían hasta el momento inscripciones prerromanas en Salamanca no permite aventurar nada sobre la escritura entre estos grupos, ya que es una evidencia sobre un objeto “portable”. Por otra parte, es difícil cualquier adscripción cronológica cerrada, aunque el margen a manejar sería el de los siglos II a.C.-I d.C., muy coherente con el resto del registro (Fig. 4).

El análisis pormenorizado de los elementos que componen el registro de superficie ofrece, particularmente en este caso con una evidencia previa un tanto ambigua, un acercamiento a la determinación de la cronología, tamaño real del yacimiento, situación más concreta, dispersión de material, tipo de asociaciones de materiales, o ciertos procesos postdeposicionales. Esta fase de trabajo permitió redefinir las características del yacimiento, evaluar las posibilidades reales de posteriores intervenciones y crear un mapa orientativo basado en hallazgos de superficie. La enorme cantidad de materiales recuperados sólo en esta intervención superó los 15.000. Éstos son, en su mayoría restos cerámicos con bastantes alteraciones, rodados y fragmentados, sobre todo aquellos que aparecen en las zonas de mayor erosión. Entre las cerámicas abundan las formas indeterminadas, aunque se pudo reunir un importante repertorio de cerámicas tipo Cogotas II. La tendencia general del material es a un equilibrio entre fabricación a torno y a mano, levemente inclinada hacia esta última, con pastas groseras y cocciones reductoras sin decoración, fondos planos y todo tipo de recipientes y tamaños.

c) Barrido electromagnético. Los resultados de esta primera intervención decidieron al equipo a incluir un sistema de detección electromagnética que pudiera ofrecer alguna indicación de los puntos de mayor potencial arqueológico, estructuras conservadas, etc... De esta manera, y gracias a la colaboración de la universidad británica de Reading, se realizó un barrido de la zona nuclear del poblado, con un sistema electromagnético de alta velocidad que permitiera cubrir una superficie tan amplia en poco tiempo.

Junto a estos datos generales hay que remarcar las cerámicas a torno oxidante, en alguna ocasión con trazas de pintura en uno o varios colores. Estos materiales llevaron el grueso del yacimiento a contextos de siglo III-I a. C. (Álvarez-Sanchís, 1999, Sánchez Moreno, 2000) siguiendo paralelos en yacimientos conocidos, como la fase final de Las Cogotas, el Teso de las Catedrales de Salamanca, La Mesa de Miranda, etc...

En los resultados de estos estudios se pudieron observar algunas evidencias morfológicas que ofrecían nuevos indicios sobre la configuración del asentamiento.

Otro elemento que apareció en gran número eran los molinos circulares, en todos los casos frac122


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Figura 4. Gráficos de Los Tejares.

segundo tenía como objetivo comprobar otro género de anomalías que se habían establecido como “posiblemente antrópicas”. Para ello se marcaron varias zonas potenciales de las que se eligió el punto denominado S4 para abrir un área de 5x5 metros. Este punto se encuentra situado en la zona meridional del yacimiento, correspondiendo al lugar donde la geofísica marcara las secuencias de alteraciones leves pero con un patrón de continuidad.

Por una parte, las lecturas menos conductivas en algunos sectores, siguen ciertos patrones que parecían indicar la presencia de una posible traza de muralla, coincidiendo con algunos saltos en la topografía y la existencia sobre el terreno de un bancal de inusual grosor reaprovechando una base de piedra de grandes dimensiones. Por otra parte, el analista de las lecturas, indicó un patrón de pequeñas alteraciones de rango muy similar al entorno inmediato, pero con un patrón no natural en la zona suroriental del área. Éstas se encontrarían, si las hipótesis sobre el límite del yacimiento eran correctas, justamente a la salida de éste, en una zona donde la microprospección había arrojado registros de material muy altos.

La excavación de ambos sondeos fue positiva, localizando en S1 un grupo de canales soterrados de arroyada difusa y en S4 una serie de estructuras y materiales que indicaban la existencia de una necrópolis de finales de la Edad del Hierro así como evidencias de episodios relacionados con la historia del poblado.

Gracias a ello se planteó la siguiente fase de intervención que sería la de los sondeos diagnósticos (Fig. 5).

La Necrópolis de Los Tejares. El sondeo 4 se situó en la zona inferior del área de máxima concentración, dentro de la parcela 401 del Polígono 1, en las coordenadas centrales UTM 283978-4481210 (WGS84). Se seleccionó un espacio amplio, de 5x5 metros, ya que se trataba de situar una medida producida por las lecturas del sensor electromagnético, el cual puede acumular un cierto margen de error que en los peores casos puede ser de hasta medio metro.

d) Sondeos diagnósticos. Sobre los resultados de los trabajos previos y, principalmente guiados por la geofísica, se plantearon dos sondeos de control en la zona. El primero de ellos serviría para controlar la interferencia de las arroyadas subterráneas y su efecto de arrastre y destrucción, además de corroborar que las mediciones efectuadas correspondían a esta anomalía. El 123


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Figura 5. Mapa del subsuelo.

ceniciento, muy orgánico y de un color notablemente oscuro, con profusión de carbones, cuya potencia oscilaba entre los 20 y 35 centímetros. Se interpretó como un nivel de destrucción rápida y violenta.

Ya desde la retirada del nivel vegetal la cantidad de material comenzó a ser muy relevante. La secuencia estratigráfica, que a continuación será comentada con detalle, revelaría más de lo que cabía esperar en un primer momento.

Por debajo de esta primera fase, se pueden observan claros cambios sedimentarios, apareciendo a una cota más alta acumulaciones de piedras de tamaño mediano y grande cuya disposición, si bien no parecía formar parte de estructura alguna, si mostraba un origen antrópico.

Secuencia estratigráfica. El primer momento claramente representado en estratigrafía corresponde con un paquete estratigráfico de gran potencia que incluye elementos materiales de todo tipo. Destaca una gran representación de fíbulas, de torrecilla, de doble pie vuelto, anulares; apliques de bronce y de hierro; restos de cerámica procedentes de todos los ámbitos; restos animales; vidrio; elementos de adorno; fragmentos de armas; e incluso restos de algunas laminitas de oro; fusayolas y pesas de telar; restos de adobes quemados; así como diversos fragmentos de molinos circulares y manuales y piedras de diverso tamaño.

Al encontrar dentro de la preparación de esta pequeña cubierta tumular una urna situada de pie y restos de otros depósitos similares, el contexto comenzó a tomar forma como espacio funerario, correspondiente a los tipos documentados en otras necrópolis del momento, cuyo caso más cercano puede ser la del Raso de Candeleda (Fernández Gómez, 1997). La urna, recuperada casi entera, mostraba un contexto funerario típico, con algunas peculiaridades. Con un repertorio muy sencillo, compuesto tan sólo

Todo ello se encontraba alojado en un entorno 124


Nuevos resultados en la investigación de la Segunda Edad del Hierro en el Cerro de El Berrueco (Salamanca)...

Figura 6. Planta del Túmulo A de Los Tejares y conjunto de la Tumba 1.

por una punta de venablo situada dentro del recipiente junto a restos de madera y hueso quemados; lo más llamativo se encuentra en el contexto inmediato. Alrededor de ella se documenta una serie de improntas de tipo vegetal, realizadas sobre un recubrimiento arcilloso aplicado ex profeso y sobre el que debió de reposar la urna en algún tipo de esterilla. En este espacio, se recuperaron los restos de 30 astrágalos de ovicáprido, algunos expuestos al calor pero, en general bien conservados (Fig. 6).

comienzan a descubrirse una serie de preparados de arcilla muy rubefactada, excavados en la base de disgregación de los granitos y en cuya superficie aparecen algunos materiales selectos de especial valor. Se trata de, al menos, cuatro estructuras, predispuestas de forma alineada (Fig. 7-8). Sus medidas son variables, hasta donde se ha podido ver ya que casi todas están dentro de algún perfil por alguno de sus lados, pero atendiendo a las medidas de la que se ha podido ver y excavar por completo se trataría de unos lechos de aproximadamente 1,60 x 1,50 metros.

Como hemos indicado, este recipiente se situaba sobre otro, roto en el sitio al introducir este último y los restos de un tercero, lo que indica una continuidad y una intención, pero también una ritualidad particular.

Una vez levantado este estrato, se comenzó a documentar una distribución mucho más horizontal del material, que ya había reducido sustancialmente su cantidad al superar el nivel de destrucción.

La estructura es preparada excavando en el terreno natural, en el que se inscribe un cuadrado que se rellena de piedras de mediano tamaño. En este relleno de piedras se acondiciona un lugar para depositar una vasija de pie. Este hecho se constata en tres de las cuatro estructuras vistas. Esta vasija queda así semi-enterrada en la superficie que luego será expuesta al fuego, como demuestran las cenizas, la rubefacción y el estado de los materiales recuperados.

Infrapuestas y amortizadas por esta estructura

Estos materiales son variados y se pueden

Este túmulo con sus incineraciones se encuentra situado en la parte más meridional del sondeo, amortizando en gran parte todo un nivel inferior.

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Figura 7. Plano de estructuras de cremación.

Figura 8. Proceso de excavación de las estructuras de incineración.

en Sanchorreja (Álvarez-Sanchís, 1999: 76). En la misma zona se recuperaron otros diversos fragmentos de bronce, agujas, láminas y otros apliques sin más identificación posible.

encontrar restos de diversos usos consecutivos. De la estructura 440 proviene un vaso con decoración a peine de tipo Sanchorreja, con motivos solares en el fondo y de sogueado en la pared (Álvarez-Sanchís, 1999: 305) que remiten a elementos típicos de Las Cogotas.

Algo diferente es el material procedente de la estructura 412, situada en paralelo pero hacia el Oeste con respecto a las otras tres. En esta zona se recuperó una urna fragmentada, a torno, oxidante, de excelente factura y con decoración de semicírculos concéntricos. Debajo de ella, en la superficie del le-

De la estructura paralela, la 442, proviene un aplique de bronce que representa una cabeza de diosa Hator. La fábrica es de bastante buena calidad y encuentra sus paralelos más cercanos en la encontrada 126


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Figura 9. Secuencia completa del sondeo 4.

cho de incineración, se encontraba un elemento singular. Se trata de una cadena formada por pequeñas plaquitas de bronce ensambladas sobre ejes. Estos van enganchados a dos únicas terminaciones en ojal. Sobre la primera se encajan dos placas planas rectangulares de bronce con un pasador del mismo material, a estas otras tres, y así hasta un número de seis, donde vuelven a disminuir hasta dar origen al otro extremo con otro ojal para enganchar.

za breves, pero sus connotaciones a nivel de interpretación social y antropológica merecen ser desarrolladas más profusamente.

Aun por debajo de esta estructura 412 existe una evidencia de otro nivel inferior. Se trata de una pequeña fosa que queda en más de la mitad de su diámetro cubierta por ella. Como cobertura original se podía apreciar un molino completo montado en posición de molienda (meta y catilus uno sobre la otra) y una meta tapando un lateral (Fig.9).

Sin embargo, una sociedad como la que se refleja en el registro arqueológico, organizada, con una importante inversión en la producción y proceso de sus bases de subsistencia, controlaban un entorno mucho más amplio del que la topografía nos señala. Sus relaciones comerciales, la presencia de elementos materiales, tecnológicos y económicos exógenos, como las monedas, la escritura ibérica, los bronces, etc.., son una herencia secular consolidada desde, al menos, el Bronce Final.

El “castro” de Los Tejares se ha dibujado como un lugar completamente atípico en el panorama de la Edad del Hierro en su zona. En contra de toda norma se trata de un lugar en el llano, que además no tiene, desde donde se encuentra, dominio directo de su propio paisaje.

Conclusiones. Las investigaciones desarrolladas a lo largo de estos años en el entorno del Cerro de El Berrueco han producido algunos importantes avances en el conocimiento de la secuencia del poblamiento de esta zona.

Este asentamiento debió de ser muy activo en sus relaciones sociales y comerciales, pero éstas no llegan a desarrollarse más allá del siglo I a.C.. Curiosamente, todo el material de los conjuntos recuperados en las diferentes campañas de trabajo nos indica que este es el momento clave en el que termina

Los datos aquí presentados han de ser por fuer127


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la ocupación de este poblado. No existen materiales romanos de época imperial, tan sólo las evidencias de las monedas, todas anteriores a Augusto o la fíbula “legionaria” (de tipo Neuheim), de dotación para las tropas romanas a finales de la República.

ceptáculos cuadrados, excavados, rellenos con piedra y luego rematados con tierra arcillosa para crear una superficie. Su construcción es un trabajo cuidado y planificado en el que los espacios son importantes y tienen vocación de perdurabilidad.

Este hecho, sumado a la potencia evidente de un nivel de destrucción muy marcado en la estratigrafía, hace pensar en la posibilidad de una destrucción programada y sistemática, lo que explicaría la falta de evidencias del alzado del amurallamiento.

Los materiales demuestran que la exposición al calor directo se realizaba con los propios objetos de valor, que en parte quedaban allí, como suele ser habitual. Esto ha permitido establecer una secuencia de uso en la zona, ya que vemos mezclados materiales muy tardíos con elementos claramente arcaizantes. Estas estructuras debieron estar en funcionamiento desde el siglo IV o III hasta cerca del siglo I a.C..

De ser así, tan sólo un poder como el de Roma podría haber efectuado una destrucción de este tipo evitando además que se volviera a habitar el lugar después. Esta hipótesis puede cobrar fuerza al entender este momento del cambio de Era como el de una importante reubicación de poblaciones en la zona en relación directa a la Vía de la Plata.

Su posterior amortización sólo indica la necesidad de espacio organizado y, por lo tanto, el enorme potencial que todavía espera bajo estos campos. Hay que tener en cuenta que todo nuestro conocimiento sobre este contexto arqueológico proviene de un único sondeo de 5x5 metros. Pese a que existen numerosos datos generales sobre este yacimiento es imprescindible obtener visiones más amplias y mejor dibujadas de estos contextos. Hasta entonces, tan sólo podemos hacer un breve apunte, de tipo preliminar, en el que los resultados obtenidos generan muchas más preguntas que respuestas. Sólo el desarrollo de posteriores investigaciones puede permitir arrojar algo más de luz a este respecto.

En cuanto a la aparición de la necrópolis, parece cumplir con un patrón más propio del mundo abulense central, ya que, hasta la fecha, los castros del Occidente no tienen registro funerario ninguno documentado. Se trata de una ubicación a las afueras de la ciudad, de ritual de incineración en urna, del que tenemos pocas evidencias más por ahora. Sí es cierto que la aparición de estructuras que parecen indicar una extrema preparación de estos probables “ustrina” es algo inusual. Se trata de re-

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Intervenciones arqueológicas en el Cerro de la Mesa (Alcolea de Tajo, Toledo). Campañas 2005-2007 Cristina Charro Lobato Departamento de Prehistoria de la Universidad Complutense de Madrid Teresa Chapa Brunet Departamento de Prehistoria de la Universidad Complutense de Madrid Juan Pereira Sieso Facultad de Humanidades de Toledo de la Universidad de Castilla-La Mancha

central de bombeo impulsora de los riegos a orillas del pantano.

Resumen El Cerro de la Mesa es un poblado con ocupación vettona situado en la margen derecha del Tajo, al pie del embalse de Azután. Las últimas campañas de excavación se han centrado en la zona Sureste del recinto. Como resultado de las excavaciones se han documentado diversos espacios de actividad doméstica, y se ha recopilado información exhaustiva para una futura reconstrucción de las actividades y usos económicos, así como del aprovechamiento del entorno. En este trabajo se realiza una presentación de las aproximaciones metodológicas aplicadas en las intervenciones arqueológicas.

Las transformaciones que ha sufrido el yacimiento se pueden resumir en los puntos siguientes: - Los movimientos de tierra necesarios para la construcción de la presa afectaron a las estructuras de gran parte de la extensión original del poblado. - Gran parte del área extramuros ha quedado cubierta por las aguas. Sobre ésta se realizó una repoblación con pinos, por lo que en la actualidad la única superficie que puede considerarse conservada es la que se encuentra vallada, de aproximadamente 1,5 Ha.

Introducción. El Cerro de la Mesa se encuentra en el término municipal de Alcolea de Tajo, cercano a El Bercial, ambas localidades en el Oeste de la provincia de Toledo y muy próximas a la provincia de Cáceres. El yacimiento se encuentra situado en el margen derecho del río Tajo, junto al embalse de Azután, en la zona de confluencia de este río con uno de sus afluentes, el Huso (Chapa y Pereira, 2006, Chapa, Pereira et al., 2007).

- La elevación de la cota del curso de agua ha supuesto el enmascaramiento de la posición de dominio que el Cerro tenía sobre el inmediato vado del Tajo, denominado Puente Pinos, hoy en día desaparecido bajo las aguas del pantano. Actualmente la diferencia entre la cota del agua y la de la zona más alta del yacimiento es de escasos 25 metros, mientras que con anterioridad a la construcción del embalse superaría los 40 metros (Fig. 1).

La construcción del embalse de Azután en los años sesenta supuso una gran transformación tanto del yacimiento como de su entorno inmediato. Los cambios en el entorno fueron los derivados del movimiento de tierra y la construcción de estructuras para la presa e infraestructuras complementarias, tales como las carreteras de acceso y el tendido eléctrico. Con posterioridad se construyeron otras infraestructuras relacionadas con el plan de regadío de la zona de Alcolea, una pequeña presa en la Dehesa de Bercial de San Rafael, al Noreste del yacimiento, con sus correspondientes acequias que enlazan con una

En 1991, durante la realización de las obras relacionadas con el regadío, se descubrió parte del lienzo Sur de la muralla. A partir de entonces se realizaron los primeros sondeos y fue declarada como área arqueológica. En los trabajos arqueológicos realizados se halló un nivel de poblamiento anterior al de la Segunda Edad del Hierro, que contaba con una muralla con torres defensivas rectangulares y semicirculares de hasta 8 metros de espesor. En el área excavada correspondiente a la última fase de ocupación del yacimiento fueron documentadas una serie de construcciones relacionadas con diversas activi131


Cristina Charro Lobato, Teresa Chapa Brunet, Juan Pereira Sieso

Figura 1. Vista del Cerro de la Mesa y su entorno.

Figura 2. Vista aérea del área excavada hasta el año 2004.

dades económicas domésticas: telares, zona de almacenaje de grano, e incluso una posible forja (Ortega Blanco y del Valle Gutiérrez, 2004), así como un anillo de plata con iconografía de caballo (Almagro Gorbea, Cano Martín et al., 1999) (Fig. 2).

sus inmediaciones. Sus vados han sido de gran importancia para las comunicaciones, por lo que su control era un recurso estratégico indispensable. Prueba de ello es que los asentamientos humanos a lo largo de la historia se han situado junto a las zonas vadeables del río. Precisamente es en estos vados de los ríos del Tajo Medio donde se localizan los espacios que presentan una mayor continuidad de ocupación, desde finales del segundo milenio a.C. hasta la presencia romana, como se testimonia en los si-

Contexto. El río Tajo ha supuesto una línea divisoria natural para todas las poblaciones que han habitado en 132


Intervenciones arqueológicas en el Cerro de la Mesa (Alcolea de Tajo, Toledo). Campañas 2005-2007

tios de Calera de Fuentidueña (Azután), El Carpio (Belvís de la Jara) o Arroyo Manzanas (Las Herencias). Estos sitios presentan unas características comunes con respecto a su emplazamiento, que se sitúa en zonas elevadas y llanas del terreno, normalmente en tierras potencialmente cultivables.

ambos en el término municipal de Alcolea de Tajo (Álvarez-Sanchís, 1993: 160, 1999: 363-364, Gómez Díaz y Santos Sánchez, 1998: 73-75, Jiménez de Gregorio, 1989, 1992: 8, López Monteagudo, 1989: 101, Ramón y Fernández Oxea, 1959: 119-120). Relacionada probablemente con el vado, y en las inmediaciones del Cerro de la Mesa, se conserva parte de una calzada romana que comunicaría Augustobriga (Talavera La Vieja, bajo el Embalse de Valdecañas) con Toletum (Moreno Arrastio, 1990: 294).

Testimonio del poblamiento de la Edad del Hierro son los castros situados en la zona de la Sierra de San Vicente, como el de Castillo de Bayuela, que cuenta con restos de edificaciones en el interior del recinto murado (Rodríguez Almeida, 1955: 266-268, VVAA, 1998: 309). Otros presumibles asentamientos castreños de los que sólo se tienen referencias por prospección o materiales superficiales están en Aldeanueva de Barbarroya, Aldeanueva de San Bartolomé, El Almendral de la Cañada, Belvís de la Jara, Calera y Chozas, Cebolla, Estrella de la Jara, La Hinojosa de San Vicente, Mohedas de la Jara, Navalcán, Los Navalucillos, Oropesa, La Corchuela, El Robledo del Mazo y Talavera de la Reina (Castelo Ruano y Sánchez Moreno, 1995: 324, Sánchez Moreno, 2000: 74).

Intervenciones arqueológicas desarrolladas. El plan de trabajos arqueológicos tenía como objetivos prioritarios la documentación, restauración y estudio de los hallazgos producidos durante el proceso de excavación, así como el análisis de la situación de las zonas excavadas con vistas a la toma de medidas para su protección y conservación futuras, del que aquí se presenta un breve resumen.

Todos estos asentamientos se enmarcan cronológica y territorialmente en el ámbito vettón, si bien en el valle medio del Tajo el número de sitios propiamente vettones conocidos es aún escaso, reducidos a dos: Arroyo Manzanas en Las Herencias y El Cerro de la Mesa en Alcolea de Tajo. En el área inmediata a éste último se encuentran varias esculturas de verracos: el hipotético ejemplar de las Casas de El Rincón y el verraco doble de la finca de El Bercial de los Frailes,

Excavaciones. Durante la campaña de 2005 se realizaron una serie de sondeos estratigráficos con el objetivo de obtener información tanto del sector intramuros como extramuros. Estos sondeos son los referidos como Cortes 2, 3, 4 y 5 en la memoria de intervención (Fig. 3).

Figura 3. Plano del área de excavación.

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En la plataforma superior del Cerro se planteó una excavación en área denominada Corte 1 que ha sido objeto de un cuidadoso tratamiento de tipo microespacial. Las preguntas que se pretendían contestar estaban relacionadas con las características constructivas de las estructuras, sus usos y distribución de los espacios; así como su relación con los materiales y diferentes estructuras hallados en su interior, funcionalidades y tipos. Los trabajos de excavación se completaron con las tareas destinadas a cumplimentar los protocolos analíticos destinados a proporcionar una reconstrucción de la secuencia paleoambiental y de aprovechamiento económico del yacimiento.

Estas casas están compuestas por una estancia con un hogar en el centro, que presentan varias piedras de granito alrededor de forma casi circular, una de ellas orientada al Norte del hogar. El hogar, como ya se había documentado en otros sectores del poblado, está formado por un nivel de base de cantos de cuarcita que se recubren con una capa de arcilla endurecida por la acción del fuego. Los materiales que se han recogido están relacionados con todo el proceso doméstico de producción y elaboración de alimentos: desde hoces hasta grandes recipientes de almacenaje de semillas, así como molinos de vaivén. La cerámica es abundante, a mano y a torno, oxidante y reductora, tosca y de paredes finas. Se encuentran también materiales relacionados con el trabajo artesanal tales como tijeras, picos, clavos o pinzas; o con la elaboración de productos textiles como las pesas de telar, las fusayolas y las agujas de bronce (Fig. 4).

Elementos comunes. La construcción fue realizada mediante un zócalo de piedras de granito de gran tamaño bastante regulares y alzados de adobe; la cubierta y otros elementos estructurales (pies derechos, posibles entramados, etc.) estarían construidos con madera. Los restos de barro con improntas pertenecen a los manteados que recubren la cubierta vegetal. Los derrumbes de adobes corresponden a los alzados de la construcción formados por adobes trabados con barro, o bien por tapial. Sabemos que estos adobes tenían un grosor de entre 8 y 12 cms., siendo lo más común 10 cms., y algunos alcanzarían dimensiones de hasta 24 x 20 x 10 cms., y 33 x 17 x 11 cms.. Las divisiones internas de las estancias se realizarían con muros de tapial o bien con entramados de madera u otros elementos orgánicos que no han dejado restos, a excepción de la viga carbonizada que encontramos en el extremo de un muro de tapial. La aparición de algunos clavos de sección cuadrada puede estar relacionada con elementos de sujeción de estas estructuras perecederas. Todos los muros del interior de las casas están revestidos por una capa de barro decantado con un grosor variable entre 1 y 3 cms. aproximadamente, probablemente enlucidos con cal por los restos encontrados. En ambas hemos encontrado los muros que las delimitan al Este y al Oeste, pero aún no hemos encontrado el cierre de los mismos.

Figura 4. Pesa de telar.

En ambas casas se han recogido restos de fauna, algunos relacionados con los empedrados, que probablemente corresponderían a pequeños corrales para tener el ganado menor dentro de la casa. Queda pendiente un estudio arqueozoológico para determinar qué especies son las que se encuentran en los niveles documentados, y si están relacionadas con la vida doméstica y hábitos de consumo de los habitantes de las casas, para poder comprobar las hipótesis aquí planteadas.

Los suelos están formados por una capa de tierra arcillosa compactada por el constante apisonado, que se reforzaba cada cierto tiempo con nuevas capas de tierra, compuestas en algunos casos por alguna proporción de cal. 134


Intervenciones arqueológicas en el Cerro de la Mesa (Alcolea de Tajo, Toledo). Campañas 2005-2007

Aspectos diferentes.

El hallazgo de una serie de recipientes de gran capacidad, varios de ellos alineados, asociados a restos de cereales y legumbres parecía apoyar la hipótesis de que la estancia era usada como almacén de productos de la cosecha. Además se podía interpretar que cada uno de estos vasos estaba destinado a un contenido específico aunque únicamente en dos de ellos se habían podido relacionar directamente ambos.

La Casa 1 sufrió un incendio que causó la combustión y posterior caída de la cubierta, y el derrumbe de los muros perimetrales. Pertenece a la última fase de ocupación del yacimiento, donde la sucesión de niveles nos indicaba las etapas de la destrucción del inmueble: la combustión de los elementos de madera y otros elementos orgánicos (cestería, tejidos, etc.) sobre el suelo darían lugar al primer incendio y a la formación de un nivel de cenizas más finas situado directamente sobre el suelo de la estancia. La excavación nos ha podido confirmar cómo ese incendio se produjo cuando esta estancia estaba en pleno uso y de ello son testigos los restos de semillas carbonizadas relacionadas con los vasos cerámicos. Posteriormente al abandono de la casa se produjo el derrumbe de la totalidad de las estructuras, conservándose únicamente en su sitio los zócalos de piedra (Fig. 5).

A este hecho se añadía la ausencia casi total de restos óseos y de vajilla fina entre los hallazgos cerámicos, ya que la mayoría se trataba de cerámica de almacenaje acompañada de algunos restos de cerámica de cocina. Sobresalía entre otros el hallazgo de dos vasos fenestrados así como varios fragmentos de urnas de orejetas perforadas (Fig. 6).

Figura 5. Casa 1.

Figura 6. Vaso fenestrado.

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La estancia aportó algunos materiales atípicos dentro de un almacén, tales como dos vasos fenestrados más, un hacha de piedra pulimentada y una hoz de hierro con improntas de espigas de cereal, asociados más comúnmente a espacios de carácter cultual.

torno, algunos elementos metálicos, restos de fauna, y sólo hemos podido documentar tres conjuntos cerámicos, sólo uno de ellos completo. Se han encontrado varias pesas de telar y algunas fusayolas, así como un fragmento de aguja de bronce asociada a ellas.

Durante la campaña de 2007 se amplió el área de excavación hasta los 125 m², y se ha podido documentar que ese almacén corresponde en realidad a una estancia de una casa que ocupa unos 50 m², adosada a otra casa que presenta la misma estructura y dimensiones, pero que, a diferencia de la primera, no ardió. Probablemente sea esa la razón de la escasez de material encontrado (Fig. 7).

En resumen, nos encontramos ante dos casas semejantes en su estructura, pero diferentes en sus condiciones de abandono y destrucción, lo que provocó una diferente evidencia material arqueológica en cada una.

Se han documentado diferentes estructuras de adobe en crudo, sobre todo a nivel de suelo, como es el caso de un muro de ladrillos de adobe, uno de ellos endurecido, o un muro de tapial.

Se han llevado a cabo diversos trabajos de restauración, conservación y clasificación de material arqueológico de forma paralela a la excavación, así como de toma de muestras para diferentes análisis.

El suelo de esta casa estaría compuesto por varias capas, producto probablemente de constantes reformas para mejorar y aplanar la superficie del piso.

En primer lugar se ha llevado a cabo una limpieza superficial de todos los fragmentos cerámicos extraídos. Algunos conjuntos cerámicos han podido ser reconstruidos en su totalidad o en gran parte, ya que se han encontrado un gran número de fragmentos.

Otras intervenciones.

Los materiales, como se ha dicho, son escasos, reducidos a fragmentos de cerámica a mano y

Figura 7. Casa 2.

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ción de Vinavil azul NPC al 15%, que demostró un buen resultado de consolidación a corto plazo.

Para la extracción de objetos metálicos visiblemente deteriorados, se procedió a engasarlos previamente, para que no resultasen rotos durante su levantamiento. Tras ser levantados, se guardaron en tela porosa y permeable, de fibra sintética.

De forma paralela a la excavación se ha realizado la flotación del sedimento retirado con el objetivo de recoger muestras que sirviesen para análisis arqueobotánico (Fig. 8).

Se intervino asimismo en la consolidación de los revestimientos de las estructuras de adobe y tapial, debido a sus delicadas condiciones de conservación. Para ello, tras una limpieza superficial de la zona a tratar, retirando la tierra que se había dejado sin excavar alrededor como protección, se realizaron unas primeras inyecciones con alcohol para comprobar la porosidad del material tratado. Una vez comprobada, se procedió a la inyección de una disolu-

Uno de los agentes que más afectan a la conservación de las estructuras excavadas es la exposición al aire libre, por lo que suponen las condiciones atmosféricas y los agentes bióticos. El deterioro de las estructuras es cada vez más acusado. En ello inciden tanto las lluvias, que provocan derrumbes en los perfiles y muros, como las plantas y árboles que con sus raíces alteran estructuras (Fig. 9).

Figura 8. Máquina de flotación empleada.

Figura 9. Encina que introduce sus raíces en uno de los bastiones de la muralla.

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Otro agente de deterioro es el introducido por los animales, que excavan sus madrigueras en zonas en que la tierra es poco compacta, realizando túneles que provocan derrumbes. Asimismo, otro agente biótico de importancia son las hormigas, que con sus hormigueros alteran de manera muy importante las unidades estratigráficas objeto de excavación.

Es necesario plantear medidas de preservación de las estructuras excavadas de modo que se pueda frenar su deterioro sin dificultar las tareas arqueológicas. Como medida inmediata para conservar en el mejor estado posible las estructuras excavadas, al finalizar la excavación se ha procedido a tapar todos los cortes realizados. El sistema que se ha utilizado es la cubrición en varias capas, la primera con malla de geotextil, la segunda compuesta por sacos de arlita (bolitas de arcilla expandida). Sobre ésta, una segunda capa de geotextil, que se cubrió finalmente con tierra cribada procedente de la excavación. Por el momento resulta el sistema más eficaz de los que han sido probados.

A estos factores debemos unir la presencia de una zona techada que fue concebida como medida de protección de uno de los bastiones de la muralla. En la actualidad es insuficiente ya que por una parte cumple su cometido, pero por otra supone un vertido adicional de agua que con su caída provoca una fuerte erosión.

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Intervenciones arqueológicas en el Cerro de la Mesa (Alcolea de Tajo, Toledo). Campañas 2005-2007

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Un nuevo ejemplar de escultura zoomorfa en la zona vetona toledana: El verraco de Lagartera César Pacheco Jiménez Alberto Moraleda Olivares Arqueólogos

pero no así restos de hábitats que puedan relacionarse con la Edad del Hierro. Esta ausencia de poblados en la zona nos sugiere algunas conclusiones:

Introducción.1 Nos parece muy apropiado presentar a los colegas del mundo científico, en el seno de estas Jornadas de Arqueología sobre Lusitanos y Vetones, un nuevo ejemplar de escultura zoomorfa localizada dentro del área vetona toledana. El interés que suscita este tipo de representaciones, y la trascendencia para explicar procesos culturales en la zona nos lleva a incluir la difusión de la nueva pieza en este foro.

— Que determinados verracos o zoomorfos que se hallan aislados no tienen la misma finalidad que los encontrados in situ en zonas de acceso o en las entradas de poblados (castros u oppidum). En nuestro caso, estamos ante un monumento que cumple un valor testimonial y simbólico del control de pastos por parte de la población pastoril a la que se vincula. — Que estas comunidades no siempre tienen sus hábitats en las cercanías o proximidades del punto donde instalan o colocan las esculturas, y sí más bien supone un uso terminal de los mismos, como indicadores del territorio objeto de control, o dependientes del carácter caminero que las rutas de trasiego ganadero adquirían.

En las labores de prospección para elaborar la Carta Arqueológica de Lagartera hemos tenido la oportunidad de localizar un nuevo ejemplar inédito de verraco2; pieza escultórica zoomorfa que viene a engrosar el rico repertorio que se ha ido conformando en la provincia de Toledo, sobre todo en la parte occidental que estuvo bajo el influjo cultural de los vetones (Gómez y Santos, 1998).

— No es extraño, por tanto, constatar la falta de yacimientos arqueológicos del Hierro II o de los primeros tiempos de la ocupación romana con población indígena, en el entorno de ubicación original de los verracos. Si bien es cierto, que cabe la posibilidad, que la arqueología pueda ir demostrando presuntas ocupaciones de enclaves del Bronce durante la etapa prerromana, aspecto éste que tendría que demostrarse con el estudio sistemático de estos yacimientos.

El verraco estaba formando parte de un grupo de piedras de granito recogidas y agrupadas en un extremo de una finca cercana al arroyo de Fuente Empedrada, al Norte del casco urbano de Lagartera, dentro de la finca del Cortijo del Verdugo. Su ubicación lógicamente no era la original, como suele suceder con la mayoría de los verracos o toros catalogados. Gracias a la información que nos proporcionaron los dueños de la finca, pudimos saber que la escultura fue hallada en un pequeño cerro o loma situada a unos 1.100 metros al Suroeste de la casa de la finca, en la margen izquierda del Arroyo del Charco de la Tinaja. Un promontorio que reúne buenas características topográficas de visibilidad. En su entorno se ha detectado la presencia de asentamientos de la Edad del Bronce y de época tardoantigua,

A pesar de ello, teniendo en cuenta los antecedentes que tenemos de la cultura de los verracos en la comarca de Talavera (Gómez y Santos, 1998), y en el Campo Arañuelo, tanto toledano como cacereño (González Cordero, Alvarado y Barroso, 1988), la aparición de este nuevo verraco nos ofrece un panorama más completo del fenómeno en el Occidente toledano, y por tanto del extremeño oriental.

El verraco ha sido dado a conocer en otro trabajo anterior (Moraleda y Pacheco, 2006). La existencia de este verraco nos fue revelada por el arqueólogo de la Comunidad de Madrid, D. Fernando Velasco, a quien agradecemos su valiosa información.

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César Pacheco Jiménez, Alberto Moraleda Olivares

En cuanto a la tipología, el verraco de Lagartera se encuadra dentro del Tipo I y II (Álvarez-Sanchís, 1999) que se caracterizan por ser esculturas de grandes dimensiones (entre 1,50 y 2,15 metros) y medianas (entre 0,80 y 1,50 metros) y una talla cuidada de características naturalistas.

Descripción. Se trata de una escultura de cerdo3 de tipo naturalista en posición estática realizada sobre un bloque de granito. Mide 1,30 metros de largo desde el morro hasta el inicio de los cuartos traseros, 0,68 metros de altura máxima conservada (parte trasera) y 0,46 metros en la zona de cuello-cara.

Interpretación arqueológica.

Aún, a pesar de ser una pieza incompleta, algunos rasgos anatómicos están bien diferenciados: el labrado de las extremidades que se encuentran mutiladas, en particular las paletillas o jamones de los cuartos delanteros, dan sensación de volumen a la pieza.

Nos hallamos ante un ejemplo más del fenómeno de la tradicionalmente llamada “cultura de los verracos”, concepto que hemos de supeditar, en todo caso, a la producción escultórica del ámbito celta peninsular, y en lo que a nuestra zona se refiere, a la cultura vetona. Los ejemplares localizados en la Campana de Oropesa son abundantes y de diferentes tipologías:

Por lo que respecta a las extremidades traseras, sólo se aprecia el inicio de los jamones en la zona del lomo y vientre. El lomo presenta una superficie plana y alisada remarcándose la línea de las extremidades delanteras.

— Oropesa, casa de Valdepalacios, verraco con una letra V grabada (Gómez y Santos, 1998: nº 15, Álvarez-Sanchís, 1999: nº 275, Ramón y Fernández Oxea, 1959: 118, López Monteagudo, 1989: 103 y Jiménez de Gregorio, 1950).

En ambos lados del cuello presenta un grabado en forma de “T” de unos 10 cms. de largo y en posición lateral; asímismo, en el frontal del morro se localiza un pequeño orificio de 10 cms. de profundidad y 4 cms. de diámetro, cuyo significado podría estar relacionado con la reutilización de esta escultura en época posterior, para encajar algún objeto metálico.

— Calzada de Oropesa, en la finca El Ejido (Ramón y Fernández Oxea, 1959, López Monteagudo, 1989:101-102, Gómez y Santos, 1998: nº 7, ÁlvarezSanchís, 1999: nº 265).

El resto de los elementos anatómicos (cara, ojos, mandíbula, pezuñas, rabo, etc..) o bien, no se encuentran reflejados al ser una escultura incompleta, o bien no se aprecian en la misma. Tampoco posee la plataforma o peana de sustentación que normalmente estas esculturas suelen llevar.

— Torralba de Oropesa: uno en la Calle Santa Ana, actualmente dentro de una casa particular. Conocido desde antiguo, tiene una inscripción en su costado derecho cuya lectura a partir de G. Alföldy, reproduce López Monteagudo: “Caco Turi (filio)/ Tancinus, lib(ertus), pat(rono)/p(onendum) c(urauit)”, (Ceán Bermúdez, 1832: 119, López de Ayala, 1959: 355-356, López Monteagudo, 1989: 105, Gómez y Santos, 1998: nº 27, Álvarez-Sanchís, 1999: nº 286).

Además de los elementos anteriormente señalados, esta escultura tiene un gran interés por presentar restos de una inscripción en el costado derecho, entre los jamones de las extremidades traseras y delanteras. Se encuentra en muy mal estado de conservación, apreciándose con dificultad algunas letras de la misma. La inscripción, realizada con letra capital rústica, se dispone al menos en tres líneas, y como hipótesis de trabajo planteamos la siguiente propuesta:

El segundo, de gran tamaño, junto a la iglesia, y con numerosas cazoletas en su lomo (Ceán Bermúdez, 1832: 119, López de Ayala, 1959: 356, López Monteagudo, 1989: 104, Gómez y Santos, 1998: nº 28, Álvarez-Sanchís, 1999: nº 284). El tercero, en la plaza mayor, que sólo conserva la parte delantera (López de Ayala, 1959: 356, López Monteagudo, 1989: 104-105, Gómez y Santos, 1998: nº 29, Álvarez-Sanchís, 1999: nº 285).

1ª. [[I D I I]]AM. 2ª. I I [.] C S.

Álvarez-Sanchís menciona un cuarto verraco que procedía de Torralba y se llevó a la finca Valde-

3ª. [.]C I L.

3 No se descarta que pueda tratarse de una figura de toro a juzgar por la papada que se observa bajo la cabeza del animal, que le aproxima más a modelos similares.

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Un nuevo ejemplar de escultura zoomorfa en la zona vetona toledana: El verraco de Lagartera

palacios en el término de El Torrico, hoy desaparecido (Álvarez-Sanchís, 1999: nº 287).

Final como la de Ibahernando (Cáceres) que tiene una inscripción funeraria romana tapando algunos de los elementos de la panoplia guerrera5.

Este ejemplar de verraco, al igual que la inmensa mayoría de los localizados hasta el momento, se encuentra fuera de contexto arqueológico definido, lo que dificulta bastante su interpretación (Castelo y Sánchez, 1995: 325).

Pero no terminaría ahí su reiterado uso a juzgar por el orificio que hemos detectado en el hocico del animal. Cavidad que nos sugiere el uso de alguna barra o aplique de hierro, lo que implicaría que la pieza, probablemente ya seccionada en su parte trasera, hubiera sido colocada en posición enhiesta para la instalación de un hito o cruz. Proceso que indudablemente habría que adscribir a época moderna (s. XVII-XVIII). Paralelos de este tipo de usos sacros los encontramos en la comarca en un fuste de columna granítico que se asienta en los verracos geminados de la finca El Bercial de San Rafael (Alcolea de Tajo, Toledo), con la funcionalidad de una cruz o humilladero. Pasando, pues, de ser figuras representativas de las comunidades vetonas esencialmente ganaderas, a convertirse en componentes externos y expresivos de un monumento funerario de la población indígena bajo la inculturación romana; y finalmente, como recurso para sacralización del campo y de los caminos con el uso de la presunta cruz.

No entraremos aquí en el análisis de las diversas teorías que se han argumentado para explicar estas esculturas y su posible funcionalidad, que van desde el cometido de demarcación territorial, de vías ganaderas o pastos (Álvarez-Sanchís, 1990, 1993), las adscripciones mágico religiosas, de culto a estos animales (verracos o toros), de protección de la comunidad y su territorio, hasta el carácter funerario que algunas piezas tienen por su vinculación a tumbas, asumiendo funciones de cupae en necrópolis romanas (López Monteagudo, 1989, Álvarez-Sanchís, 1999: 274, citando a Maluquer)4. Sin ser este el momento de dar una finalidad al verraco que aquí presentamos, es obvio que nos encontramos ante un caso de un zoomorfo que ha podido tener un uso diferente a lo largo del tiempo. En primer lugar, como representación animal vinculada a las comunidades pastoriles vetonas que desde las estribaciones meridionales de la Sierra de Gredos (caso del castro de El Raso de Candeleda), podían controlar mediante la itinerancia ganadera los pastos de las llanuras y terrenos alomados del Campo Arañuelo convertidos en dehesas de encinar y alcornoque en la etapa histórica.

Desgraciadamente la muestra epigráfica que se encuentra en el verraco de Lagartera está en muy mal estado, característica muy común en estas esculturas como ya apuntó López Monteagudo, y tan sólo nos permite transcribir algunas de las letras de las varias líneas que parece presentar. Con estos indicios nos parece arriesgado proponer cualquier tipo de lectura coherente de esta inscripción. Confiamos que cuando el zoomorfo se deposite en un lugar definitivo del ámbito municipal de Lagartera6, podamos acometer el estudio pormenorizado de este interesante ejemplar. Asímismo, en la interpretación formal y disposición original de la pieza hemos de apuntar que la propuesta reflejada en el croquis, es sólo una hipótesis morfológica, dado que la posición y estado en el que se encuentra no nos permite tener mucha más información de la misma.

La pieza fue posteriormente utilizada para el mundo funerario en la etapa de romanización y de consolidación de rasgos culturales latinos, según deducimos de su inscripción. El proceso de reutilización que se observa en el mismo está en sintonía con otros muchos ejemplares (López Monteagudo, 1989: 123-ss), y en cierta manera con el proceso de apropiación posterior de determinados monumentos antiguos: caso de algunas estelas de guerrero del Bronce

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César Pacheco Jiménez, Alberto Moraleda Olivares

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Un nuevo ejemplar de escultura zoomorfa en la zona vetona toledana: El verraco de Lagartera

Figura 1. Mapa ubicaci贸n original del verraco.

Figura 2. Mapa ubicaci贸n original del verraco, en detalle.

Figura 3. Mapa dispersi贸n de verracos.

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Los castros de la cuenca extremeña del Tajo, bisagra entre lusitanos y vettones

Ana María Martín Bravo Departamento de Documentación del Museo Nacional del Prado

Introducción.

diendo a la ubicación y emplazamiento de cada uno de ellos, a su visibilidad o invisibilidad desde el entorno y, ante todo, a llamar la atención sobre la especial importancia que la orografía tiene en la delimitación de diferentes áreas culturales, como en este caso son la zona vettona y la de los castros extremeños del Tajo. Tengo que decir que los muchos años que he vivido en esta tierra me han facilitado enormemente esta observación y que los innumerables viajes desde la penillanura cacereña hasta otros puntos de la Meseta me ayudaron a trasladar esa realidad sobre el mapa.

Los castros de la Alta Extremadura, situados en torno a la encajonada cuenca del Tajo, se configuran culturalmente como un espacio bisagra, un área de tránsito entre las tierras al Sur y el Norte, al Este y el Oeste del Occidente de la Península durante el I milenio a.C., que delimita perfectamente por el Sur el territorio de los vettones. Sin embargo, en los últimos años, se viene considerando a los castros extremeños como parte integrada en el territorio vettón (Álvarez-Sanchís, 1999: 122), acuñándose para esta zona el término de “vettones meridionales”. Frente a esta tendencia de la investigación, queremos poner de manifiesto que, en torno a la cuenca extremeña del Tajo, vivieron unas gentes que nos dejaron un registro arqueológico diferente al de los pueblos estrictamente vettones, de igual forma que también se diferencian de otros pueblos tales como carpetanos o túrdulos. Eso es precisamente lo que vamos a tratar de poner de manifiesto en estas páginas, apoyándonos en el conjunto de manifestaciones culturales que muestran los yacimientos del área extremeña.

Desde que inicié mi investigación vengo insistiendo en que su demarcación en la cuenca extremeña del Tajo no es casual, sino que obedece a una delimitación que se amolda a las características de este área geográfica, ya que está bordeada al Norte por las estribaciones del Sistema Central, especialmente la Sierra de Gredos, las Villuercas por el Este y elevaciones menores por el Sur, como la Sierra de San Pedro (Martín Bravo, 1999: 25, 2001: 210). Estas barreras no fueron un obstáculo infranqueable, pero sí una dificultad importante para las comunicaciones Norte-Sur, que obligó a buscar las zonas de puertos para salvarla y en esas zonas será, precisamente, donde encontremos más elementos de contacto entre las gentes de un lado y de otro.

Para ello es fundamental mirar con especial atención al medio natural donde vivieron estas gentes y a los accidentes geográficos que les rodearon. Hoy día, los enormes logros que nuestra sociedad ha conseguido en los medios de transportes nos permiten movernos con tal facilidad, salvando las dificultades del terreno, que han dejado de ser una barrera real en nuestra vida y en nuestros desplazamientos, por lo que los accidentes geográficos pasan ante nuestros ojos casi sin llamar la atención. No debemos dejarnos caer en el error de aplicar ese mismo esquema a nuestra investigación sobre el pasado, obviando que antes no fue así. Por ello, este trabajo intenta hacer una lectura de los yacimientos desde el paisaje, aten-

Visto cuál es el marco espacial donde vamos a fijarnos, pasaremos a describir qué datos nos proporcionan los yacimientos, realizando una lectura desde el final del II milenio hasta la romanización. Destacaremos cuál fue la evolución del patrón de poblamiento hasta quedar definitivamente fijado en la aparición de los castros y las peculiaridades de su cultura material, cuáles los rasgos de evolución propia y cuáles los influjos que se fueron percibiendo en esta zona del interior peninsular a lo largo de todo el I milenio a.C., llegados 147


Ana María Martín Bravo

desde los diferentes ámbitos culturales, dependiendo de cada coyuntura histórica (Fig. 1).

en fosa. Pero el elemento que mejor caracteriza a estas gentes es el uso de una cerámica decorada con unos motivos incisos, excisos o de boquique que les diferencian de otros grupos culturales. Tan características y llamativas son estas decoraciones que se les ha prestado una atención demasiado grande en detrimento de otros rasgos que puedan caracterizar a la gente que los fabricaron, pero es cierto son unos elementos de enorme utilidad para delimitar la zona donde estuvieron presentes y donde no. En este sentido, el mapa de dispersión de las cerámicas de Cogotas I elaborado por Álvarez-Sanchís (1999: 47) para analizar el substrato del mundo vettón muestra claramente un vacío rotundo al Sur de Gredos, señalando este investigador que allí está el límite Sur Occidental de estas gentes. Interesa el dato porque volveremos a encontrarnos este mismo límite en otras manifestaciones posteriores, como las decoraciones a peine que son tan características de los vettones.

El Bronce Final y la transición a la Edad del Hierro. Ya desde finales del segundo milenio y principios del primero, se percibe de forma clara la diferenciación en el registro arqueológico entre las tierras a un lado y otro del Sistema Central. Al Norte de la Sierra de Gredos, el solar tradicionalmente atribuido a los vettones estuvo ocupado por las gentes que los investigadores denominamos con el nombre de “Cogotas I”. Se conocen un centenar de yacimientos habitados por ellos, que se caracterizan por ser pequeños poblados de cabañas en zonas montañosas o en llano, en los que ocasionalmente se practicaron enterramientos de inhumación

Figura 1. Influencias recibidas en la cuenca extremeña del Tajo durante el I milenio a. C.: 1) Bronce Final. Dispersión de las cerámicas de Cogotas I (·), cerámicas con decoración bruñida en el interior (o) y hachas de talón o de apéndices laterales; 2) Hierro Inicial. Distribución de los poblados orientalizantes (·), objetos orientalizantes (*) y enterramientos femeninos con elementos orientalizantes junto a poblados indígenas, observándose la graduación de las influencias desde el progresivo atenuamiento de las influencias desde el Guadiana Medio hacia el Norte; 3) Hierro Pleno. Cerámicas pintadas llegadas desde el Sureste en el siglo IV a. C. y armas celtibéricas llegadas a finales del siglo III y el siglo II a. C..

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Los castros de la cuenca extremeña del Tajo, bisagra entre lusitanos y vettones

Al Sur de Gredos, por el contrario, nos encontramos con unas gentes cuyo registro arqueológico difiere absolutamente del de Cogotas I. Los yacimientos de finales de la Edad del Bronce se caracterizan por estar situados en sierras o en los puntos más elevados del paisaje. Se ocuparon en este momento lugares de extraordinario carácter defensivo, con empinadas laderas como defensa natural, que tienen en común el destacar sobre el paisaje. De hecho, hemos observado que la elección de los emplazamientos estuvo más condicionada por la búsqueda de sitios que destacaran sobre su entorno que por la defensa. El ver y, sobre todo, el ser vistos desde lejos es la pauta que determinó dónde se construyeron el 53% de los poblados de este momento (Martín Bravo, 1999: 47). Hemos podido comprobar que no se habitaron algunas plataformas naturales de esas mismas serrezuelas, que ofrecían prácticamente la misma defensa natural y son más fáciles para habitar, pero que se camuflan en el perfil de las sierras, optando intencionadamente por instalar el poblado en el punto que más destaca. Buen ejemplo de ello son los poblados de la

Virgen de la Cabeza de Valencia de Alcántara o el de Cabeza del Buey de Santiago de Alcántara, sitios abruptos elevados sobre su entorno, El Risco de Sierra de Fuentes o el pico de La Montaña de Cáceres, cada uno en un extremo del crestón de la sierra, que se divisan desde la llanura cacereña. El Castillejo de Salvatierra de Santiago y San Cristóbal de Logrosán, montes islas de empinadas laderas. Pasto Común, sobre la Sierra de Santo Domingo de Navas del Madroño, es uno de los puntos más elevados de su entorno y desde él se domina el curso de la rivera de Araya y también sobre el mismo curso se levanta la Cabeza de Araya, sobre una serrezuela que domina los llanos de Brozas. El mismo modelo se observa en los poblados de Alegrios, Monte do Frade y Moreirinha en la Beira portuguesa (Vilaça, 1995) situados en los puntos más relevantes del perfil de la sierra, en los que se constata fácilmente lo que señalábamos más arriba, que se dejaron sin habitar algunas plataformas que reúnen la misma defensa natural y, en cambio, tendrían condiciones de habitabilidad más fáciles, al estar más resguardadas y ser menos abruptas (Fig. 2).

Figura. 2. Mapa de yacimientos ocupados durante el Bronce Final: 1. La cueva de Boquique (Plasencia); 2. Cueva de Maltravieso (Cáceres); 3. Cueva del Conejar (Cáceres); 4. Cueva del Escobar (Cabañas del Castillo); 5. Cueva de la Era (Montánchez); 6. San Cristóbal (Logrosán); 7. El Castillejo (Salvatierra de Santiago-Robledillo de Trujillo); 8. San Cristóbal (Valdemorales); 9. Sierra de Santa Cruz (Sta. Cruz de la Sierra); 10. Castillejos (Plasenzuela); 11. El Risco (Sierra de Fuentes); 12. La Montaña (Cáceres); 13. Hallazgo aislado en El Castillejo (Casar de Cáceres); 14. La Muralla del Aguijón de Pantoja (Trujillo); 15. El Castillejo (Santiago del Campo); 16. El Castillo (Cabeza Bellosa); 17. Canchal del Moro (Guijo de Sta. Bárbara); 18. Pasto Común (Navas del Madroño); 19. Cabeza de Araya (Navas del Madroño); 20. La Muralla (Alcántara); 21. Castillejo (Villa del Rey); 22. El Cofre (Valencia de Alcántara); 23. Virgen de la Cabeza (Valencia de Alcántara); 24. La Cabeza del Buey (Santiago de Alcántara); 25. Sâo Martinho (Castelo Branco); 26. Alegrios (Idanha-aNova); 27. Moreirinha (Idanha-a-Nova); 28. Monte do Frade (Penamacor).

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Ana María Martín Bravo

tugal y desde el Sur de la Península, que son asimilados por estas gentes y transformados en nuevos repertorios decorativos que se aprecian en toda esta zona de la cuenca extremeña del Tajo, consecuencia de la privilegiada situación que ocupa entre el Suroeste y el Centro de Portugal, dos zonas de evidente dinamismo cultural en este momento (Fig. 1,1).

Por tanto, la búsqueda de lugares adecuados para ubicar el poblado no está condicionada únicamente a la defensa natural, no fue ese el requisito imprescindible. Además de la defensa natural, todos coinciden en ocupar sitios que son referencias en el paisaje, un punto al que necesariamente se dirige la vista, tanto si están situados en orografías de sierra como en cerros aislados en la penillanura, donde la defensa natural no estaba garantizada.

A los poblados y las cerámicas hay que añadir los elementos metálicos, por ser los que mejor nos informan de cuáles fueron las zonas con las que se mantuvieron más contactos. El armamento y las hachas son los útiles que mejor conocemos, a los que hay que sumar un número cada vez más elevado de otros objetos relacionados con el trabajo del cuero, de la madera, la piedra o el metal. Las hachas nos proporcionan un interesante mapa de dispersión, porque muestran fuertes conexiones con el Centro y Norte de Portugal, mostrando la vinculación con esa zona y, desde allí, con la más lejana fachada atlántica, desde donde nos llegan ecos muy tenues a través del registro arqueológico, aunque a veces nos sorprende con hallazgos como el del ámbar del Báltico recuperado en el poblado de Moreirinha, en la Beira (Beck y Vilaça, 1995: 212). En cambio, esos tipos apenas aparecen al Norte de Gredos, marcando su metalurgia un panorama muy diferente, mucho más vinculado con el que se presenta en la Meseta Norte. Incluso la composición de los bronces nos aporta datos que redundan más en ese carácter de zona bisagra entre una zona y otra, ya que recuerda a la composición que presentan los bronces de la Ría de Huelva, pero las cantidades de estaño y plomo son superiores a las que aparecen allí y, por el contrario, son inferiores a las que se han detectado en las piezas analizadas hasta la fecha en la Meseta Norte o el área gallega (Martín y Galán, 1998: fig. 5). Hay que recordar que existen algunas piezas excepcionales, como la pátera de Berzocana, que nos están informando de que también están llegando productos de lujo desde el Mediterráneo (Almagro Gorbea, 2007: 39), a lo que hay que añadir los objetos de hierro que se van conociendo en poblados ocupados hacia el cambio de milenio. Todo eso nos pone de manifiesto de forma más evidente lo que ya veíamos al analizar las cerámicas, es decir, que se están recibiendo importantes influjos desde el Centro de Portugal y que, a medida que avance el I milenio, esos contactos irán rarificándose en favor de los que lleguen desde el Suroeste, pasando esta zona de ser el hinterland del área atlántica a serlo de la zona tartésica.

El patrón de poblamiento se completa con otros tipos de enclaves, situados cerca de los ríos e, incluso, algunas cuevas que han deparado interesantes materiales de este momento, como Valcorchero, la cueva del Conejar de Cáceres, la cueva del Escobar de Cabañas del Castillo o la de la Era de Montánchez, que representan en la actualidad el 17% de los lugares de hábitat documentados en este momento. El 20% restante está representado por poblados situados en promontorios junto a los ríos, con buenas defensas naturales pero poco destacados sobre el paisaje. Además de este registro de poblados conocidos, pensamos que debieron existir en este momento asentamientos en llano que son el contrapunto de los lugares en alto, difíciles de documentar pero que sí vamos conociendo en momentos un poco posteriores. Entre los objetos que se han podido recuperar en estos poblados vamos a destacar las cerámicas, que son el conjunto más numeroso de evidencias que han llegado hasta nosotros. Su análisis nos confirma lo que ya dijimos al recordar cómo eran las que aparecían en el solar de los futuros vettones. No aparecen las típicas cerámicas de Cogotas I y, en cambio, la tónica dominante es la ausencia de decoración. El porcentaje de fragmentos decorados oscila entre el 1 y el 5% en los poblados excavados en la Beira (Vilaça, 1995: 277), pero sí son muy numerosas las superficies bruñidas de los recipientes y las decoraciones “a cepillo”, incluso entre los materiales que hemos recuperado en prospección. Se documentan algunas incisiones o impresiones, aunque el repertorio de formas se limita a líneas rectas u oblicuas, aspas, espigas o zig-zags. En menor medida están presentes las decoraciones tipo “Lapa do Fumo”, que a veces se asocian a decoraciones interiores bruñidas características del mundo tartésico, que se han podido documentar en los yacimientos excavados por Vilaça en la Beira y que, a nuestro juicio, son un claro exponente de cómo se están recibiendo en este momento influjos externos desde el Centro de Por150


Los castros de la cuenca extremeña del Tajo, bisagra entre lusitanos y vettones

A todo este conjunto de manifestaciones se suman otras no menos significativas como las estelas de guerreros. Cabe destacar que, en torno a la cuenca extremeña del Tajo, aparecen las estelas que no llevan representado al individuo, lo cual da una coherencia geográfica a este grupo frente a las que aparecen en la zona del Guadiana o el Guadalquivir. Los objetos representados en ellas ponen de relieve la misma confluencia de manifestaciones culturales a las que hemos hecho alusión al analizar la cerámica o la metalurgia, lo cual nos permite volver a destacar que el cruce de influjos que se están recibiendo en esta zona es lo que le confiere personalidad, en buena manera vinculada a su situación geográfica. También se están percibiendo esas influencias en otras zonas colindantes, pero con una graduación diferente, ya que al Norte de Gredos las manifestaciones llegadas desde el Sur se reducen de forma importante, de la misma manera que su-

cede con los influjos atlánticos, que en la Meseta son muy tenues. Hierro Inicial. A partir del siglo VIII a.C. se observa que muchos de los poblados del Bronce Final se abandonan. Los poblados en sierras reducen su presencia hasta un 36% del total de los emplazamientos documentados en la Alta Extremadura durante nuestros trabajos de prospección. Aunque estos datos no pueden considerarse cifras exactas, sí son un claro indicio de cambio en el patrón de asentamiento. Es significativo que ahora se empiecen a ocupar de forma significativa los espigones fluviales, que representan un 25%; los cerros aislados, que suponen un 11% y que se constate, por primera vez, que casi un 29% de los asentamientos localizados correspondan a poblados en llano (Fig. 3).

Figura 3. Mapa de yacimientos habitados durante el Hierro Inicial: A) Yacimientos que ya estuvieron ocupados en el Bronce Final. B) Castros del Hierro Inicial. C) Yacimientos sin amurallar del Hierro Inicial: 1. Periñuelo (Ceclavín); 2. Peñas del Castillejo (Acehuche); 3. Castillón de Abajo (Alcántara); 4. La Muralla (Alcántara); 5. Los Manchones (Mata de Alcántara); 6. Cerro de Mariperales (Navas del Madroño); 7. Holguín (Brozas), 8. Lagarteras (Alcántara); 9. La Atalaya (Brozas); 10. El Espadañal (Alcántara); 11. El Castillón de Baños (Minas del Salor, Membrío); 12. Castillejo de la Natera (Membrío); 13. La Cabeza del Buey (Santiago de Alcántara); 14. Virgen de la Cabeza (Valencia de Alcántara); 15. El Aljibe (Aliseda); 16. El Risco (Sierra de Fuentes); 17. El Torrejón de Abajo (Sierra de Fuentes); 18. Pasto Común (Navas del Madroño); 19. Los Castillones de Araya (Garrovillas); 20. La Silleta (Cañaveral); 21. Cancho de la Porra (Mirabel); 22. Necrópolis de Pajares; 23. La Muralla (Valdehúncar); 24. Yacimiento del vado de Talavera la Vieja; 25. Almoroquí (Madroñera); 26. San Cristóbal (Logrosán); 27. Sierra de Santa Cruz (Sta. Cruz de la Sierra); 28. San Cristóbal (Valdemorales).

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Ana María Martín Bravo

portante conjunto de piezas procedentes de allí (Jiménez Ávila, 2006). En cambio, los elementos autóctonos aparecen en el cercano castro de La Muralla de Valdehúncar, castro que sí responde a la tradición local. Lo mismo puede decirse del sitio de El Torrejón de Abajo, frente al cual se levanta el castro de El Risco. En cualquier caso, sí nos demuestran que existió una graduación de los contactos de Sur hacia el Norte y que la línea del Tajo (Fig. 1,2) y después la Sierra de Gredos son barreras que provocan su atenuamiento (Almagro Gorbea, 2007: 40).

La sustitución de los poblados en alturas por los sitios junto al borde de los ríos es fundamental para entender los cambios que se están produciendo en la sociedad, porque lleva consigo un cambio importante en la relación del hombre con su entorno. Los sitios ocupados durante el Bronce Final se veían desde muchísima distancia a su alrededor al ocupar puntos que son hitos en el paisaje, mientras que los poblados que se ubican junto a los ríos pasan absolutamente desapercibidos. Esta paulatina transformación de los patrones de asentamiento coincidió con la aparición de los primeros recintos defensivos, aunque algunas de estas primeras murallas aparecieron en sitios que ya estuvieron ocupados durante el Bronce Final. Por tanto, hay que destacar que no existió discontinuidad ni cambios bruscos en la sociedad, sino una paulatina transformación, paralela a la llegada de nuevas influencias desde el mundo tartésico. Hallazgos tan significativos como el tesoro de Aliseda, identificado por Ruiz-Gálvez (1992) como el enterramiento de una mujer llegada desde el Suroeste para emparentar con la élite local, o la localización del enterramiento femenino de la Sierra de Santa Cruz (Martín Bravo, 1998), cuyos restos se depositaron junto a unas excepcionales urnas a chardon similares a las utilizadas también por mujeres en necrópolis tartésicas como Setefilla, confirman la suposición de Ruiz-Gálvez y nos testimonian el importante papel como zona de paso que está adquiriendo la zona del Tajo, entre la orientalizada zona del Guadiana y las tierras al Norte de Gredos. Si bien en torno al Guadiana se observa una profunda asimilación de su población a las tradiciones orientalizantes, no ocurrió lo mismo en torno a la cuenca del Tajo. De hecho, durante toda la primera mitad de este milenio, continuarán llegando objetos orientalizantes a poblados que no lo son, que mantienen su lento proceso de evolución interna en su patrón de asentamiento, en su cerámica o en sus producciones metalúrgicas con su propio tempo . Tan sólo asentamientos como el de Talavera la Vieja o El Torrejón de Abajo pueden ser considerados enclaves de carácter orientalizante en un territorio que no lo fue, controlando lugares de paso como es el vado del río. Nuestro examen del yacimiento de Talavera la Vieja nos reveló la existencia de una necrópolis similar a la de Medellín (Martín Bravo, 1999: 93), dato que acaba de confirmar la publicación de un im-

El Hierro Pleno. El patrón de asentamiento. Durante el siglo V a.C. siguieron manteniéndose los contactos con la zona del Guadiana, donde destacaba la pujanza de algunos centros como Cancho Roano y, a través de ella, con el Suroeste, pero ya a partir de esa fecha se observa una realidad arqueológica distinta que refleja un panorama social diferente. Si volvemos a mirar al patrón de asentamiento percibimos una consolidación del fenómeno castreño en emplazamientos situados sobre la encajonada cuenca de los ríos, que suponen ahora la mitad del total de los poblados documentados (Fig. 4). Por tanto, ahora el control visual sobre el entorno ha pasado a ser un aspecto secundario. No sólo no se divisa la penillanura desde la mayoría de los castros, sino que además estos sitios no son divisados hasta que prácticamente no se llega muy cerca de ellos, por lo que hemos utilizado en otras ocasiones la expresión de que están “camuflados en el paisaje” (Martín Bravo, 1999: 204). Para ofrecer un dato que nos sirva de referencia, destacaremos que desde los emplazamientos en sierras o cerros aislados nosotros podíamos ver una distancia de entre 20 a 30 kms., mientras que desde los poblados que están junto a los ríos generalmente no se superan los 2 kms. de dominio visual. En definitiva, se ha perdido dominio visual sobre el entorno y visibilidad en el paisaje. En cambio, se ha ganado en accesibilidad, porque aunque se sitúan en cerros o espigones sobre el río, protegidos por empinadas laderas en al menos tres de sus lados, es evidente que estos sitios tuvieron muchísima menor altura que los poblados en sierras de principios del milenio. El estudio de todas las pendientes que rodean a los yacimientos de esta eta152


Los castros de la cuenca extremeña del Tajo, bisagra entre lusitanos y vettones

pa (Martín Bravo, 1999: 203) revela que, en la mayoría de los castros sobre el río, la pendiente se sitúa en torno al 20%, descendiendo hasta el 10% en castros situados sobre cerros aislados en la llanura y aumentando hasta el 40% en aquellos situados en puntos a pie de sierra. En cualquier caso, el porcentaje está muy lejos del que caracterizaba a los inaccesibles sitios de períodos anteriores, desapareciendo ya definitivamente la tónica que dominó durante el Bronce Final y Hierro I de pendientes superiores al 20%.

Pensamos que el abandono de los puntos destacados del paisaje es un fenómeno íntimamente relacionado con el auge de esas importantísimas murallas que caracterizan al Hierro Pleno. Lo que se observa a lo largo de todo este milenio es que se consolida el fenómeno del asentamiento estable, proceso que se inicia durante el Hierro Inicial, momento en el que probablemente el poblado se convirtió en un elemento de delimitación territorial, por lo que se ocuparon los sitios más destacados del paisaje, con excepcional defensa natural, comenzando el proceso de amurallamiento. Con el discurrir de los siglos se han ido levantando murallas cada vez

De forma paralela, se observa un fuerte reforzamiento de los sistemas defensivos de los castros.

Figura 4. Mapa de yacimientos ocupados durante el Hierro Pleno: 1. Alto del Moro (Idanha-a-Velha); 2. Sâo Martinho (Castelo Branco); 3. Los Castelos (Herrera de Alcántara); 4. El Cofre (Valencia de Alcántara); 5. El Alburrel (Valencia de Alcántara); 6. El Jardinero (Valencia de Alcántara); 7. Castillejo de la Natera (Membrío); 8. El Castillejo de Gutiérrez (Alcántara); 9. El Castillón de Baños (Minas del Salor, Membrío); 10. Morros de la Novillada (Alcántara); 11. El Castillejo de la Orden (Alcántara); 12. El Castillejo (Villa del Rey); 13. El Periñuelo (Ceclavín); 14. El Zamarril (Portaje); 15. El Castillejo (Santa Cruz de Paniagua); 16. El Berrocalillo (Plasencia); 17. Villavieja (Casas del Castañar); 18. El Castilejo (Aldeanueva de la Vera); 19. El Camocho (Malpartida de Plasencia); 20. Castillejo de Valdecañas (Almaraz); 21. Castro desembocadura del Tiétar; 22. Cáceres Viejo (Sierra de Sta. Marina, Cañaveral); 23. Cerro del Castillo (La Torrecilla, Talaván); 24. Castillones de Araya (Garrovillas); 25. El Castillejo (Santiago del Campo); 26. El Castillejo (Casar de Cáceres); 27. La Muralla del Aguijón de Pantoja (Trujillo); 28. Castrejón, Santa Ana (Monroy); 29. Villasviejas del Azuquén de la Villeta (Trujillo); 30. La Burra (Torrejón El Rubio); 31. El Castejón del Pardal (Trujillo); 32. El Castillejo de La Coraja (Torrecilla-Aldeacentenera); 33. Castillejo de la Hoya (Aldeacentenera); 34. Cerro de la Torre (Retamosa); 35. La Dehesilla (Berzocana); 36. El Castillejo del Castañar (Castañar de Ibor); 37. Castillejo de la Navilla (Navatrasierra); 38. El Castrejón (Berzocana); 39. Valdeagudo (Garciaz); 40. El Castrejón (Alía); 41. Cerro de San Cristóbal (Logrosán); 42. Castillejo (Herguijuela); 43. Villasviejas del Tamuja (Botija); 44. Sierra de Santa Cruz; 45. Castillejo de Estena (Cáceres); 46. El Aljibe (Aliseda); 47. El Castillejo de Sansueña (Cáceres); 48. El Torrejón (Valencia de Alcántara); 49. Necrópolis de Alconétar (Garrovillas).

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Ana María Martín Bravo

Las murallas se erigieron sobre el terreno que había sido previamente allanado, preparando con tierra y piedra una superficie estable sobre la que levantar los muros, como se observa especialmente en laderas con fuertes pendientes, como el Castillejo de la Orden o cualquier otro de similar emplazamiento, para evitar su deslizamiento. En algunos casos en que la roca afloraba, se observa que se talló para obtener una superficie plana sobre la que construir el paramento y no se embutió directamente en el muro como sucedía en las primeras murallas de inicios del I milenio y aún durante el Hierro Inicial. Los paramentos se levantaron en la mayoría de los casos con la piedra que afloraba en el entorno, salvo algunos casos excepcionales, como son los bastiones monumentales de acceso a los castros de Villasviejas del Tamuja y El Castillejo del Casar de Cáceres, en el Jardinero y en algún paramento del castro de La Burra, que utilizan en parte de su sistema defensivo una piedra diferente a la que brinda el medio, aunque en el resto del trazado defensivo de estos dos sitios sí se empleó la piedra del lugar. Diferente es el caso del Castillejo de la Orden, donde se observa que se emplearon piedras de granito en el interior de la muralla de pizarra, no para ser vistos sino para dar solidez a los muros defensivos.

más consistentes, menos dependientes de la orografía del terreno gracias a un mayor dominio de las técnicas de construcción, que permitieron levantar paramentos de piedra de un trazado complejo. A partir del siglo V, el castro ya no necesita ser divisado desde lejos para ejercer de cabeza visible del poblamiento, pues la presencia de la muralla ya es el elemento diferenciador, al mismo tiempo que garantiza la seguridad de sus habitantes de una forma mucho más eficaz de lo que lo hacían en las etapas anteriores. En términos de porcentajes, se constata que el 54% de los castros documentados en esta región ocupan cerros junto a los cauces de los ríos, que le proporcionan también buena defensa natural, pero son mucho más accesibles, contrarrestando esa mayor accesibilidad con su fuerte sistema defensivo. La forma, el tamaño y la dispersión de estos castros es uno de los rasgos que los diferencia de forma notoria de aquellos otros que se levantaron al Norte de Gredos. Ahora sí estamos hablando ya de que el patrón de asentamiento que caracterizó a los vettones no es el mismo que existió en las tierras al Sur del Gredos. Frente al modelo de grandes oppida bien documentado en las tierras de Ávila y Salamanca (Álvarez-Sanchís, en este mismo volumen), en torno al Tajo y sus afluentes se desarrolló una red de pequeños poblados, de entre 1 y 2 hectáreas, que se distribuyeron el espacio de forma homogénea, siendo paradigmático el cauce del río Almonte, que nos muestra los castros separados por espacios regulares de aproximadamente 5 kilómetros. En cambio, existen amplios espacios de penillanura casi vacíos, donde únicamente se construyeron unos pocos castros ocupando esas zonas, de mayor tamaño que los del de ribero, posiblemente funcionando como cabezas visibles de ese territorio. Tan sólo en la zona Norte, próxima a los puntos de comunicación con el área vettona, se construyó un gran oppidum, de proporciones y ubicación similar a los vettones, como fue el de Villasviejas de Casas del Castañar, de unas 40 hectáreas, controlando el Valle del Jerte, precisamente poniendo de manifiesto esa asimilación típica de áreas de fronteras.

La técnica de construcción de los paramentos se caracteriza por utilizar grandes piedras en las caras externas, colocadas en forma de seudo soga y tizón, y piedras más pequeñas en el interior, también formando hileras, pero unidas con barro. Las diferencias entre unas murallas y otras vienen marcadas por el mayor o menor uso de la tierra o el barro en el interior de los paramentos. Es excepcional el caso del castro de El Pardal, en el que prácticamente todo el muro es de tierra. En otras murallas se recurrió al uso del barro con piedras de pequeño tamaño para rellenar el espacio interno entre los dos paramentos externos, pero lo habitual es que no se aprecien casi diferencias entre la parte de fuera y de dentro del muro. Un rasgo común a la inmensa mayoría de las murallas es el tener la cara exterior ataludada. De los 26 castros en los que se conservaba una altura suficiente para observar si eran rectos o en talud, sólo en 4 se constató que los muros fueran rectos y en otros 3, alternaban los paramentos rectos con otros en talud. Entre estos últimos merece la pena destacar el caso del castro de La Burra, que tiene la mayor parte del trazado de la muralla en talud, utilizando paramentos rectos en el recinto más externo, que quizá sea de cronología más reciente que el resto.

Sistemas defensivos. Los datos que hemos podido recoger de la observación directa de las murallas nos permiten unas cuantas reflexiones: 154


Los castros de la cuenca extremeña del Tajo, bisagra entre lusitanos y vettones

Las zonas de acceso presentan diferentes soluciones técnicas para ofrecer una mayor protección en estos puntos. Uno de los tipos más representados es el de un sencillo vano con los laterales engrosados para darles mayor consistencia, si bien es verdad que este tipo se fue relegando a las zonas más alejadas de la puerta principal, utilizándose en los accesos secundarios. Se han documentado también puertas en esviaje en 4 castros, puertas flanqueadas por bastiones circulares en otros 3, pero la solución por la que se optó en la mayoría de los casos fue la de proteger la puerta por fuertes bastiones de forma irregular, amoldándose a la topografía de cada sitio, llegando en algunos casos a alcanzar 13 metros de anchura. Los bastiones cuadrangulares son muy escasos en las zonas de acceso, ya que tan sólo se han documentado en la entrada al castro del Castillo de La Torrecilla y en la del Castillejo de la Orden.

gro Gorbea y Martín Bravo, 1994: 100), llegados desde el valle del Guadalquivir o la zona oretana, poniendo de manifiesto que el mayor auge del mundo ibérico a partir de este momento provoca que las relaciones se orienten hacia esa zona en detrimento de los contactos con el Suroeste peninsular (Fig. 1,3). Las cerámicas pintadas aparecen especialmente en los castros extremeños de la zona Este de la cuenca del Tajo, donde también había sido más notable la presencia del mundo orientalizante y allí representan un 20 y 25% sobre el total de la cerámica en los yacimientos excavados (Cabello, 1991-92), apareciendo incluso en el material de superficie recogido al prospectar el castro de La Burra o El Aguijón de Pantoja. Un ejemplo excepcional es el castro de Villasviejas y su necrópolis de El Mercadillo (Hernández y Galán, 1996). En cambio, prácticamente no aparecen los característicos motivos a peine del área vettona. Su presencia se reduce a una urna con motivos ondulados a peine en la necrópolis de La Coraja y una vasija con aspas realizadas clavando las púas de un peine en Villasviejas del Tamuja. Únicamente dos ejemplos dentro del amplio conjunto de cerámicas que han deparado los castros excavados o prospectados.

Mención aparte merece los torreones, que no son un engrosamiento de la muralla sino un cuerpo destacado de ella. Destacan por su monumentalidad el del Castillejo del Casar de Cáceres, el torreón exento del Aguijón de Pantoja o el del Castillejo de Valdecañas, todos ellos de planta circular. Aún más inusuales son los torreones cuadrangulares, que se han documentado en el castro de Villasviejas del Tamuja, en el del Pardal, en el de La Dehesilla, en Valdeagudo y en La Burra.

En esa misma dirección apunta la presencia de esculturas zoomorfas en la cuenca del Tajo, interesante manifestación cultural del pueblo vettón y cuya aparición en este territorio al Sur de Gredos contribuye a reforzar la visión de zona de transición entre la Meseta y los influjos llegados desde el mundo ibérico. Los ejemplos más característicos de verracos en la provincia de Cáceres aparecen en los corredores naturales de paso a través de Gredos o bien por el Este de la cuenca, en Talavera la Vieja, donde antes vimos que estuvo el yacimiento orientalizante que controlaba este vado. Algunos de los ejemplares que se citan habitualmente más alejados, como los de Cáceres, Alcántara o Arroyo de la Luz, no hemos podido confirmarlos a pesar del amplio trabajo de campo que hemos llevado a cabo en esa zona (Martín Bravo, 1999: 242). El fragmento de hocico del Museo de Marvâo (Portugal), se parece más a una escultura ibérica que a un verraco. Todo ello vuelve a poner de manifiesto que en torno a la cuenca extremeña del Tajo se conjugaron rasgos de diferente aportación, llegados desde las zonas con más pujanza en cada momento, pero la superposición de los mapas de dispersión de las cerámicas a peine y de los verracos muestra de forma evidente que la cuenca del Tajo no se integró en el área vettona.

Las defensas de los castros se complementaron abriendo fosos en las zonas de acceso, que se han documentado aproximadamente en una tercera parte de ellos. En cambio, no hemos visto en ninguno de los castros extremeños piedras hincadas, rasgo que los diferencia de los vettones.

Otras evidencias de cultura material: ausencia de cerámicas a peine y rarificación de la escultura zoomorfa. La cerámica es otro elemento significativo para conocer los contactos entre unas zonas y otras. La generalización del uso del torno se produjo ya desde el siglo V a.C., por influencia de los asentamientos orientalizantes de la cuenca del Guadiana, de hecho, buena parte del repertorio cerámico del siglo IV a.C. conocido en los castros tiene formas que recuerdan a las que aparecen en los niveles post-orientalizantes del poblado de Medellín. Mención especial merecen las decoraciones con motivos en rojo, que aparecen en Medellín a principios del siglo V a.C. (Alma155


Ana María Martín Bravo

Hacia el siglo III a.C. las aportaciones culturales del mundo ibérico se debilitan y, en su lugar, el registro arqueológico nos muestra elementos de claro raíz celtibérica. De allí proceden elementos tan significativos como las fíbulas de caballito, de las que se conocen 3 ejemplares en la provincia de Cáceres, los puñales biglobulares, la espada de La Tène de Villasviejas del Tamuja, los vasos de plata con epigrafía celtibérica de Castelo Branco o el 65% de la masa monetal publicada hasta la fecha. En este sentido, el análisis de las necrópolis de Villasviejas del Tamuja es rotundo, poniendo de manifiesto esa sustitución de los influjos llegados desde el mundo ibérico por otros procedentes de la Celtiberia (Hernández y Galán, 1996: 125), sin perder el sabor local de sus cerámicas, que en nada se asemejan a las que aparecen en los ajuares de la necrópolis vettonas. Ello y la aparición de monedas celtibéricas han llevado a Burillo a señalar que debió producirse una “emigración celtibérica al territorio extremeño” (2007: 381) que vincula con la explotación de los recursos mineros en la segunda mitad del siglo II a.C. en la zona extremeña. Tenemos que decir que ninguna evidencia apunta en ese sentido en el castro de Villasviejas, donde el estudio de las evidencias mineras señala claramente a la etapa romana y no a etapas prerromanas. En cambio, hay que recordar que precisamente en el 104 a.C. se firmó la deditio del castro del Castillejo de la Orden de Alcántara, lo que nos confirma que en esa época se vivía en pleno proceso de guerras contra Roma. De hecho, el análisis de conjunto del numerario recogido en los castros extremeños parece vinculado claramente a factores bélicos. Las monedas más antiguas llegan a estas tierras a fines del siglo III a.C., vinculadas al fenómeno del reclutamiento durante la II Guerra Púnica (Martín Bravo, 1995). Posteriormente, desciende el número de monedas documentadas en los castros, que vuelve a aumentar de forma notable hacia los años 120-100 a.C., años en los que se estaba produciendo la conquista de este territorio por las tropas romanas, y en la década de los 70, coincidiendo con las Guerras Sertorianas (Martín Bravo, 1999: 246), momento en el que se emitieron las monedas de Tamusia, contexto que explica mucho mejor la aparición de la masa monetal que el de la minería.

ción especial al paisaje, a los accidentes del terreno, nos muestra cómo es posible avanzar en la delimitación del mosaico de pueblos de finales de la Edad del Hierro, cuyos nombres a veces conocemos a través de los escritos grecorromanos. Con este trabajo queremos contribuir a dejar claro cómo, en el caso de los castros de la cuenca extremeña del Tajo, existe un importante factor geográfico, como son las estribaciones occidentales del Sistema Central, que no puede ser obviado al estudiar a las sociedades prehistóricas, porque ha ejercido de barrera natural desde entonces hasta ahora. Los contactos tuvieron que llevarse a cabo a través de las zonas de paso más favorables y ello explicará que sea en torno a esos puntos donde aparezcan elementos comunes de unas zonas y de otra. A finales de la Edad del Bronce, el registro arqueológico de la cuenca extremeña del Tajo pone de manifiesto que nada tiene que ver con la cultura de Cogotas I, que se extiende desde la cuenca del Duero hasta Gredos, ya que no se documentan en los yacimientos extremeños ninguno de sus elementos característicos. En cambio, las piezas metálicas aparecidas en la provincia de Cáceres tienen sus mejores paralelos en el Centro de Portugal, lo que nos deja entrever que hasta aquí sí llegaron los contactos con el área atlántica (Fig 1,1). Ya hemos señalado en otras ocasiones que esta zona se sitúa en el extremo de lo que Coffyn denominaba “grupo lusitano” de la metalurgia atlántica (1985: 228), siendo el área altoextremeña la zona más alejada a la que llegaron estas piezas. Ello no extraña si recordamos que también el patrón de asentamiento del Centro de Portugal, estudiado por Senna-Martínez (1996) se caracteriza por la existencia de una red de poblados situados en sierras desde donde se divisa un amplio territorio delimitado por accidentes naturales, que muestran una distribución del asentamiento semejante al que caracteriza a la cuenca extremeña del Tajo. En torno a la cuenca del Guadiana, en cambio, tanto el patrón de asentamiento como el registro material de finales de la Edad del Bronce presentan unas características diferencias respecto a la cuenca del Tajo, porque toda aquella zona se muestra claramente relacionada con el Suroeste. Aunque también en la zona del Guadiana destaquen los poblados en alto (Pavón, 1995), su patrón de asentamiento es mucho más diversificado que el de la cuenca del Tajo y los elementos metálicos que se han recuperado,

Conclusiones: Los castros extremeños, bisagra entre Lusitanos y Vettones. La lectura del registro arqueológico que hemos expuesto en las páginas anteriores, unida a una aten156


Los castros de la cuenca extremeña del Tajo, bisagra entre lusitanos y vettones

además de las cerámicas, nos revelan los fuertes contactos con el Bronce Final tartésico, que fueron debilitándose a medida que se avanza hacia el Norte.

blaciones de Cogotas I vamos a ver aparecer poblados de casas circulares de adobes de las gentes del Soto, pero que no se documentan en las tierras salmantinas ni abulenses. Precisamente allí, continuaron poblados situados en alto junto a otros que buscan sitios en llano, con diferente arquitectura doméstica y patrón de asentamiento a los del Soto, pero con una metalurgia y una cerámica decorada común, que no aparece en el Tajo, volviéndose a poner de manifiesto que las estribaciones del Sistema Central continúan ejerciendo de demarcador cultural.

Hacia el siglo IX-VIII a.C., en la cuenca del Tajo se percibe la disminución de objetos llegados desde el Atlántico en favor de la cada vez mayor presencia de elementos venidos desde el Suroeste. En el marco del fuerte auge que estaba viviendo el mundo tartésico, la cuenca del Guadiana quedará plenamente integrada en el ámbito orientalizante, debilitándose ese proceso a medida que se aleja de ella (Almagro Gorbea, 2007: 39). El único asentamiento conocido de carácter orientalizante es el de Talavera la Vieja, junto al vado del mismo nombre, la última zona de paso del Tajo antes de encajonarse a su paso por Extremadura, a lo que hay que añadir el aún poco conocido yacimiento del Torrejón de Abajo. El resto de las evidencias tartésicas localizadas en torno a la cuenca del Tajo han aparecido en yacimientos que no son orientalizantes, sino asentamientos en sitios altos, con buena defensa natural, que continúan el modelo de ocupación del espacio del Bronce Final, pero añadiendo un elemento nuevo: la muralla. Durante todo el Hierro Inicial asistiremos a un lento proceso de sustitución de los lugares relevantes del paisaje en favor de sitios menos destacados, pero amurallados, que culminará en la segunda mitad del milenio con la aparición de los castros. En todos estos cambios es determinante la llegada de esas influencias nuevas desde el Sur y que desde el Guadiana van a ir difundiéndose hacia la Meseta atravesando la cuenca del Tajo (Fig 1,2). De ahí la importancia fundamental de los puntos de puertos y vados, precisamente donde se concentran los hallazgos orientalizantes de diferente naturaleza, incluida la presencia de enterramientos femeninos de carácter tartésico en poblados que no lo son, pero que son puntos por donde aún hoy discurren los caminos por los que se pasa para desplazarse desde el Sur hacia la Meseta, como Aliseda o especialmente la Sierra de Santa Cruz. A través de ellos se canalizó el comercio tartésico, siguiendo rutas naturales que desde finales de la Edad del Bronce surcaron el área extremeña, atenuando su influencia hasta convertirse, al pasar las sierras del Sistema Central, en “ecos del Mediterráneo” (Barril y Galán, 2007).

Volviendo nuestra mirada hacia el Este, precisamente hacia el Centro de la cuenca del Tajo a su paso por las tierras toledanas, el panorama cambia, como también lo hace el paisaje. El Tajo, en el centro de su cuenca, discurre por unos terrenos terciarios de amplias vegas, donde no existen importantes barreras naturales. En la cuenca media del Tajo, los últimos trabajos sobre la Carpetania han puesto de manifiesto que durante el Hierro Inicial existieron “asentamientos en llano, sin preocupaciones defensivas, de pequeña superficie y que se disponen cerca de cursos de agua secundarios” (Urbina, 2007: 196). Estas tierras también recibieron la llegada de influjos tartésicos, como demuestra el enterramiento del Carpio de Tajo y posiblemente de las Fraguas, situados a unos 40 kms. hacia el Este del yacimiento orientalizante de Talavera la Vieja, pero los yacimientos como Arroyo Manzanas (Moreno, 1995) o El Royo, sin amurallar, muestran una realidad diferente a la que hemos descrito para el área extremeña. Peor conocemos la zona del Centro de Portugal y la Beira, donde sabemos que los poblados del Bronce Final se abandonan hacia finales del siglo IX a.C. (Vilaça, 1995: 375). Los mapas de dispersión de objetos orientalizantes muestran su ausencia aquí, concentrándose en el litoral atlántico, donde los datos nos indican que se difundió el comercio tartésico, quedando el interior al margen de esa dinámica. A mediados del siglo V a.C., se observa ya que el fenómeno castreño en la cuenca extremeña del Tajo cristaliza en un modelo de ocupación del territorio donde el castro sobre el río es el protagonista. La mayoría de los castros del Hierro Inicial, que aún estaban asentados en sitios prominentes del paisaje, dejan de estar habitados y se sustituyen por otros que surgen a orillas de los principales afluentes del Tajo, principalmente el Almonte y el Salor, mostrando un patrón homogéneo de distribución y de tama-

El panorama en las tierras de la actual Ávila y Salamanca durante el Hierro Inicial es diferente al que acabamos de ver en torno a la cuenca extremeña del Tajo. En lo que había sido el solar de las po157


Ana María Martín Bravo

con este factor y apoyar la zona de frontera en sentido inverso al que la geografía marca no puede ayudar a delimitar grupos culturales del pasado, al menos en zonas que efectivamente sí tuvieron elementos del paisaje tan relevantes como son las estribaciones del Sistema Central.

ño, en el que sólo algunos superan la media de 2 ha. Han perdido visibilidad sobre el entorno y no destacan en el paisaje, pero están rodeados de un fuerte sistema defensivo que les confiere carta de naturaleza. Lo que queremos resaltar en esta reflexión final es que este patrón es diferente al que muestran los castros típicamente vettones, por tamaño, por su sistema defensivo y, sobre todo, por la forma de implantarse en el territorio. A ello hay que añadir que el registro material también muestra diferencias notables, que son especialmente significativas si nos fijamos en los que son sus elementos más característicos, como son las cerámicas a peine y la escultura zoomorfa. Las decoraciones a peine del área vettona están ausentes en los castros extremeños, salvo algunas excepciones como los dos ejemplares de Villasviejas que, analizadas en el conjunto de la cerámica del yacimiento, muestran que son piezas diferenciadas y ajenas a las locales. La escultura zoomorfa de piedra aparece en torno a dos zonas claras: una, aquellas que facilitan el paso de la Sierra de Gredos a través del Jerte y, la otra, la zona de contacto entre la encajonada cuenca extremeña del Tajo y las tierras toledanas, por donde se accede a la Meseta bordeando la Sierra de Gredos. El otro punto donde se concentran estas esculturas es Villasviejas del Tamuja, cuyo registro arqueológico muestra unas relaciones con el mundo ibérico en el siglo IV a.C. y con el celtibérico ya en el II a.C. que la diferencia notablemente de la dinámica cultural de los castros vettones (ver Hernández, Martín y Galán en este mismo volumen). El resto de ejemplares próximos a la zona de Alcántara que se vienen citando en los últimos años son considerados ejemplares dudosos por Álvarez-Sanchís (1999: 223) y desde luego nosotros no hemos podido documentarlos en nuestro trabajo de campo (Martín Bravo, 1999: 242).

Es posible que en esas delimitaciones de etnias estén subyaciendo las informaciones que nos han trasmitido los escritores romanos, especialmente la lista de ciudades recogida por Ptolomeo, que terminaron utilizando lo étnico en aras de la administración romana. Para contrarrestar esa visión ya de época romana, en este trabajo hemos querido hacer una lectura del registro arqueológico a lo largo del todo el I milenio a.C., sin separar esos datos de la observación del medio. Todo ello apunta a que las barreras montañosas que bordean a la cuenca extremeña fueron un elemento que marcaron un límite a la expansión de los grupos de Cogotas I ya en el Bronce Final, un importante factor de atenuación de los contactos con el Suroeste durante el Hierro Inicial, una línea que apenas llegaron a rebasar las cerámicas a peines. No fueron barreras insalvables y los contactos existieron siempre, como ya hemos ido viendo que ponen de manifiesto diferentes hallazgos que jalonan las zonas de pasos naturales, siendo los propios verracos una prueba de coexistencia de manifestaciones culturales en las zonas de contacto. Por eso insistimos en que las barreras naturales debieron actuar en la antigüedad para separar a grupos humanos con diferente identidad étnica, como ya han puesto de manifiesto Sayas y Melero (1991: 79). A fines del siglo III y durante el siglo II a.C., aparecen en el registro arqueológico elementos de clara raíz celtibérica, especialmente algunas armas y las monedas. Estos hallazgos han inclinado las últimas teorías interpretativas a considerar que las gentes que se enterraron en las necrópolis del Romazal de Villasviejas eran celtíberos fruto de una “emigración celtibérica al territorio extremeño” (Burillo, 2007: 381). Volvemos a encontrar, por tanto, que la atención preferente que se presta a ciertos elementos de la cultura material, sean los verracos en un caso sean las monedas celtibéricas en otro, determina el considerar a estas gentes vinculadas a los vettones o a los celtíberos, perdiendo de vista el resto de manifestaciones que realmente define a los castros de la cuenca extremeña del Tajo.

La superposición del mapa de dispersión de los verracos y de las cerámicas a peine muestra cómo se distribuyen por las actuales provincias de Salamanca, Ávila, Zamora y parte de Toledo, encontrándose las esculturas cacereñas en el reborde de esa zona, precisamente apareciendo en las áreas de contacto entre ellas, añadiendo aquí rasgos propios de la escultura meridional. Estos mapas han sido sugerentemente utilizados para aunar arqueología y etnicidad y tratar de delimitar el territorio vettón (Ruiz Zapatero y Álvarez-Sanchís, 2002: 267), pero no han tenido suficientemente en cuenta ni las peculiaridades de los patrones de asentamiento ni las barreras naturales. Trazar el límite del área vettona sin contar

Puesto que en los trabajos que se reúnen en este volumen se va a tratar de delimitar dónde habitaron los lusitanos y dónde los vettones, no quere158


Los castros de la cuenca extremeña del Tajo, bisagra entre lusitanos y vettones

mos terminar sin referirnos a esta cuestión. Si nuestra lectura del registro arqueológico muestra una clara diferencia de los castros extremeños respecto a los grupos vettones, también frente a los poblados de la cuenca media del Tajo a su paso por las tierras toledanas y a las gentes de la cuenca del Guadiana, queda pendiente señalar quiénes fueron entonces los que vivieron en torno a la cuenca extremeña del Tajo. Partiendo de la idea ya generalmente admitida de que bajo los etnónimos que nos trasmiten los escritores grecorromanos subyacen grupos muy diferentes, nos parece apropiado recordar las palabras de Weels, en su libro The Barbarians Speak, señalando que la observación del registro arqueológico de finales de la Edad del Hierro pone de manifiesto que no

todos los pueblos prerromanos se pueden englobar en las tribus que nos mencionan las fuentes grecorromanas (1999: 33). Puesto que el análisis de esas fuentes ya ha sido acertadamente revisado por Pérez Vilatela, quién nos advertía de no caer en el error de considerar esos etnónimos como realidades geográficas inamovibles (2000: 19) nosotros no vamos a volver sobre él, pero sí finalizaremos poniendo de relieve que esta región, que los escritores romanos consideraron a caballo entre lusitanos y vettones, con evidentes elementos comunes a una y otra, por haber tenido procesos culturales semejantes, debió estar habitada por diferentes populi que el mismo Estrabón nos dice que no fueron “dignos de mención por su pequeñez y poca importancia” (Est. III, 3, 3).

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Ana María Martín Bravo

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El proyecto Villasviejas de Tamuja. Análisis global de un asentamiento prerromano Francisca Hernández Hernández Departamento de Prehistoria de la Universidad Complutense de Madrid Eduardo Galán Domingo Departamento de Prehistoria del Museo Arqueológico Nacional Ana María Martín Bravo Departamento de Documentación del Museo Nacional del Prado

Resumen

Arqueológicas del año 2001, que aún no han sido publicadas. Nuestra exposición se va a centrar en tres aspectos:

La larga secuencia de trabajos realizados en el castro de Villasviejas del Tamuja durante más de treinta años, sus tres necrópolis y su entorno inmediato, permite realizar una primera síntesis del origen, desarrollo y desaparición de un gran asentamiento prerromano en la Alta Extremadura.

1. El poblado, con el objeto de definir sus características generales y su relación con el entorno, aportando los resultados de las prospecciones arqueológicas que durante varias campañas se llevaron a cabo en el entorno del poblado.

Una visión completa del proceso evolutivo de Villasviejas permite replantear su enmarque tradicional dentro del ámbito vettón, proponiéndose un marco más flexible, en el que diferentes influencias en diferentes momentos dieron lugar a un desarrollo muy distinto al del mundo vettón al Norte de la Sierra de Gredos.

2. La necrópolis de El Mercadillo y El Romazal II, con el fin de conocer el ritual de enterramiento y el contexto cultural de los primeros habitantes de Villasviejas. 3. La necrópolis de El Romazal I, cuyos datos nos ofrecen el desarrollo y las transformaciones que la comunidad del poblado de Villasviejas ha experimentado a lo largo del tiempo, coincidiendo precisamente con el comienzo de la conquista romana del territorio comprendido entre las cuencas de los ríos Tajo y Guadiana y que supuso finalmente el abandono, de forma pacífica, por parte de sus habitantes de este poblado.

Introducción. En estos últimos años estamos constatando un gran interés por los vettones que se pone de manifiesto en la realización de varias exposiciones con sus correspondientes catálogos. También se han publicado diversos estudios generales o parciales sobre el tema. Interés que, por otra parte, no ha ido acompañado de un registro arqueológico sustancialmente nuevo, imprescindible a la hora de ampliar y profundizar en el conocimiento de cada una de estas comunidades incluidas tradicionalmente en el territorio vettón. Nos estamos refiriendo a que muchos de los datos que se están utilizando proceden de excavaciones antiguas que no han sido contrastadas con trabajos de campo recientes y con metodología actualizada.

El Castro de Villasviejas del Tamuja y su entorno. Villasviejas del Tamuja es el castro más emblemático de la cuenca extremeña del Tajo debido a que es el único del que se conoce el registro arqueológico del poblado y de las necrópolis. La larga trayectoria de estudios dedicados a él nos permiten contar con datos exhaustivos tanto de las viviendas (Hernández et al., 1989) como de sus enterramientos (Hernández y Galán, 1996). Este hecho, unido a que los materiales aparecidos en él son especialmente significativos, lo convierte en un punto de referencia

Pensamos que es muy oportuno que, dentro de estas Jornadas sobre Vettones y Lusitanos, presentemos los principales avances de nuestra investigación en el conjunto arqueológico de Villasviejas, algunos de los cuales ya apuntamos en las Jornadas 161


Francisca Hernández Hernández, Eduardo Galán Domingo, Ana María Martín Bravo

para interpretar las relaciones de los castros del área extremeña con otros pueblos, especialmente con los vettones.

interés mencionar que la técnica de construcción de las murallas no es la misma en todo su perímetro, porque este dato nos permite conocer la evolución de las estrategias defensivas y de monumentalidad de las murallas castreñas. Gran parte del trazado de la muralla y especialmente todos los tramos próximos al río, protegidos por la defensa que le brinda las laderas, cuentan con unos paramentos construidos con lajas de pizarra de gran tamaño, unidos con tierra en su interior, que no difiere de la técnica empleada en los otros castros de la región.

El recinto fortificado se sitúa en un promontorio rodeado en varios de sus lados por el río Tamuja y por otro pequeño arroyo, que han labrado una ladera abrupta que protege al poblado por sus flancos. Sin embargo, el emplazamiento no destaca sobre el paisaje de penillanura que lo rodea, siguiendo la tónica general de otros poblados contemporáneos del área extremeña, en los que es habitual no percibir el poblado amurallado hasta que prácticamente no se llega delante de él (Fig. 1).

Frente a este tipo de técnica constructiva destaca la que se utiliza para levantar los paramentos de la zona de acceso al castro y de algunos de sus bastiones. Se sustituye la pizarra por el granito y las lajas obtenidas de forma más o menos irregular en la pizarra por los bloques tallados de forma regular en el granito. Por tanto, se asiste no sólo a un cambio en las técnicas de construcción sino a la deliberada sustitución de la materia pétrea que brinda el entorno por otro material que hay que aca-

La muralla rodea dos plataformas amesetadas que se comunican por un estrecho pasillo, dando lugar a que existan dos recintos, llamados “A”, el más próximo al río y “B”, el recinto más externo, a lo que hay que añadir la presencia de fosos tallados en la roca en la zona de acceso. El trazado se amolda a la topografía, pero como suele ser habitual ya en esta época, predominan los tramos rectos. Resulta de sumo

Figura 1. Vista aérea del Castro de Villasviejas del Tamuja desde el Sur.

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El proyecto Villasviejas de Tamuja. Análisis global de un asentamiento prerromano

rrear desde más lejos y que hasta ese momento no se había empleado en el castro. Aunque no se conocen cuáles fueron las canteras de aprovisionamiento del granito, es fácil imaginar que se acudió al batolito de Plasenzuela, que comienza a aflorar a 1 km. del castro extendiéndose hasta varios kilómetros de distancia.

ralla es totalmente de pizarra. En el Sector NW salieron a la luz varias dependencias domésticas muy próximas a la muralla, pero que no estaban adosadas a ella. La excavación permite conocer que existieron tres fases de remodelación de estas casas, casi sin variar el trazado, pero superponiendo muros modernos sobre los más antiguos. La fase más antigua se asienta sobre la roca y se selló en el siglo III a.C., según indica la autora basándose en la presencia de cerámica Campaniense A en ese nivel. Por encima se colocó el suelo de otra vivienda que debió estar en uso en el siglo II a.C., puesto que en ella se recogieron Campanieses C o D. Por último, se evidencia que se remodelan nuevamente las casas entre finales del siglo II y principios del I a.C. y, para lo que a nosotros nos interesa, destaca el hecho de que en esa última fase las estancias domésticas apoyan encima del relleno de la muralla, utilizándola como plataforma para construir las casas. Este dato es de sumo interés porque, de ser cierta la fecha y esta lectura de la excavación, está indicando que a comienzos del siglo I a.C. la muralla se ha transformado, ha perdido su carácter defensivo y las construcciones se apoyan encima de ella.

Se han realizado varias campañas de excavación en diferentes puntos de la muralla que nos permiten hacer algunas constataciones sobre la cronología de los recintos defensivos (Fig. 2). F. Hernández excavó junto a la muralla del Recinto “B”, sacando a la luz un buen paramento de granito, aunque ningún material ayuda a fecharlo. Sí se documentó que, junto a la cara interna de la muralla, se adosaron viviendas de pizarra que lo dejaban oculto, cosa que no parece lógica, a menos que esas viviendas se adosaran en un momento posterior, cuando ya la muralla hubiera perdido su significado. En esas estancias aparecieron materiales de época romana que confirman esa impresión. También se intervino en otro de los puntos interesantes del sistema defensivo del castro, el torreón del Recinto “A”, pero los resultados obtenidos no permiten conocer su cronología. También se constató que se adosaron viviendas en las que aparecen ánforas romanas, por lo que también en esta zona parecen corresponder dichas estructuras adosadas con los momentos finales de la vida del castro. Otras excavaciones sobre la muralla fueron realizadas por Mª.I. Ongil. No se llegó a publicar la memoria de esta intervención y, por tanto, los datos se conocen muy parcialmente (1991: 247 y ss.), pero merece la pena extraer algunas conclusiones. Se excavó en dos puntos del Recinto “A”, donde la mu-

El otro punto excavado es el que se denominó Sector NE, en el que se intervino directamente sobre los paramentos de muralla, documentándose que a finales del siglo II o comienzos del I a.C., existían también en este punto estructuras que apoyaban sobre la muralla. Para ello se creó un nivel de relleno, conseguido con importantes aportaciones de tierra y material de otros puntos del castro, que contenía materiales del siglo IV a.C., y que transformaron la muralla en una plataforma para construir encima.

A

B

Figura 2. Paramentos de pizarra (A) y de granito (B) correspondientes a las diferentes fases de la muralla.

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Francisca Hernández Hernández, Eduardo Galán Domingo, Ana María Martín Bravo

En conjunto, los datos no nos indican cuándo se empezaron a construir las murallas pero sí cuál fue su evolución y su momento final. El examen del trazado de la muralla y de sus paramentos nos sugiere que aquellos que son de pizarra corresponden a los que debió tener el castro en sus fases iniciales y durante buena parte de su existencia. Sólo en algún momento, que aún no podemos precisar, se decidió reforzar la zona de acceso con unos paramentos marcadamente diferentes del resto, por materiales y por técnica, que de alguna manera monumentalizan la entrada al castro y le añaden algún elemento emblemático como el bastión cuadrangular. El fenómeno no es exclusivo de Villasviejas, sino que se observa algo similar en los otros grandes castros de la cuenca del Tajo, como El Castillejo del Casar de Cáceres, con un ingente bastión, también de paramento cuadrangular de granito, que destaca así mismo del resto de la muralla de pizarra. En ese mismo contexto, y para entender que se asistió a un fenómeno generalizado de reforzamiento de los accesos citaremos el impresionante castro de La Burra, en el que no se recurrió a un cambio de materia pétrea para reforzar sus murallas, pero sí se tapió la puerta de acceso y se abrió una nueva de mucha mayor envergadura y con bastiones a los lados. Sí se puede decir algo nuevo respecto al momento final de estos sistemas defensivos, ya que los datos de Villasviejas apuntan a que a comienzos del siglo I a.C. el castro asiste a un proceso de construcción de nuevas viviendas que amortizan las murallas. Lo más significativo del registro material de ese momento es la presencia de materiales romanos en las casas, sin que se haya perdido nada de la tradición local (Hernández, 1993).

dola con barro. En una de las estancias se pudieron documentar, en el centro, unas piedras colocadas en forma de círculo que debieron servir para sujetar una viga de madera en la que apoyaría la techumbre. Los hogares parecen situarse junto a alguno de los muros. La excavación puso al descubierto la superposición de muros a diferente profundidad, que, a la luz de los nuevos datos, podemos identificar con dos momentos diferentes dentro de la evolución del castro. Las casas del nivel inferior están cimentadas sobre la roca y se corresponden con los materiales más antiguos documentados. Sobre ellos se levantó otro nivel de viviendas, apoyadas sobre las más antiguas, aunque con un trazado ligeramente diferente. Posiblemente, se corresponden al nivel en el que aparecen las monedas íbero romanas, que señala una fecha del siglo II-I a.C.. Lo significativo es que la remodelación de las viviendas se hizo manteniendo en líneas generales el trazado de la fase anterior, por lo que muchos muros se superponen y que la cronología aportada por las monedas apunta hacia la misma época en la que se estaban remodelando también las casas que apoyaron sobre la muralla. Conocidas las peculiaridades internas del castro, se planteó continuar la línea de investigación más allá del recinto fortificado, dedicando varios años a excavar primero en la necrópolis del Mercadillo y posteriormente en la del Romazal I y II. Esto hizo que nuestra visión del conjunto arqueológico se proyectara hacia una zona que excede con mucho la del propio poblado. Ello nos llevó, de forma casi natural, a preguntarnos cómo estaba configurada esa zona que rodea al castro y cuál fue la relación directa del recinto fortificado con su entorno, ese mismo entorno en el que habíamos visto ir cambiando de ubicación las necrópolis. Para avanzar en esa dirección no sólo fue necesario ampliar el marco de análisis fuera del propio castro, sino cambiar el método de trabajo, introduciendo la prospección junto a la excavación.

Además de conocer las murallas, los primeros años de trabajos en el castro estuvieron dedicados a documentar sus viviendas y el urbanismo (Hernández et al., 1989: 77 y ss.). Se excavaron varias estructuras domésticas, que depararon un material poco significativo, pero los datos proporcionados posteriormente por el estudio de las diferentes necrópolis, nos han permitido la reinterpretación del poblado. El conjunto de habitaciones documentadas nos revela que existieron núcleos de viviendas adosadas, separados unos de otros por espacios vacíos, a modo de calles. La planta de las casas es de forma rectangular dividida en estancias por muros interiores de menor consistencia que los exteriores, variando de forma notable el tamaño de las estancias excavadas. Todas están realizadas utilizando la pizarra y unién-

La Prospección del Entorno del Castro y sus resultados. La localización de las necrópolis del Romazal I y II a una distancia de aproximadamente un kilómetro del castro nos llevó a considerar al territorio que lo envuelve como un elemento más del conjun164


El proyecto Villasviejas de Tamuja. Análisis global de un asentamiento prerromano

referencia permanente para el desarrollo de los trabajos de prospección.

to arqueológico, a familiarizarnos con el concepto de que estas gentes dejaron una profunda huella no sólo dentro del recinto amurallado, sino en ese espacio extramuros del que, hasta entonces, sólo conocíamos las necrópolis, pero que preveíamos fuertemente interrelacionado con Villasviejas. Los datos de excavación evidencian una secuencia de ocupación de cuatro siglos, en los que se aprecian cambios tanto en el registro material como en las prácticas funerarias, pero no alteraciones bruscas en el castro. Por tanto, faltaba por conocer si ese proceso de cambios podía documentarse también en el entorno. Además, pretendíamos ir más allá para buscar también testimonios de ocupación anteriores y posteriores al propio castro. En definitiva, se planteó un proyecto orientado a conocer las pautas del poblamiento en este espacio durante todo el I milenio a.C. y la época romana, con el fin de poder documentar cuál fue el tipo de asentamientos que existió en esa misma zona antes de levantarse Villasviejas, cuál fue el que existió mientras el castro estuvo ocupado y cuándo y cómo fue abandonado y sustituido por otros tipos de hábitat.

De esta forma, el trabajo de campo completo se llevó a cabo en 4 fases. La primera estuvo dedicada a inspeccionar el círculo de 1 km. de radio alrededor de Villasviejas del Tamuja, terminando la campaña antes de haber podido finalizarlo por completo. La segunda se dedicó a prospectar lo que faltaba de ese círculo y a iniciar por el Sur el siguiente anillo de 0,5 kms. La tercera y cuarta campaña tuvieron por objetivo completar la prospección del terreno situado en un radio de 1,5 kms. en torno a Villasviejas. Además, queremos señalar que, durante la última fase, se dedicó un tiempo a revisar todos y cada uno de los yacimientos localizados, para verificar su correcta ubicación. Para ello ha sido de gran ayuda la utilización de un G.P.S., que permite obtener una posición de los yacimientos sobre el mapa de gran fiabilidad. Los resultados obtenidos nos permiten, conocer la secuencia de ocupación de este espacio durante el I milenio a.C.. Las evidencias más antiguas localizadas son hábitats abiertos del Hierro Inicial, separados entre ellos por unos 700 metros de distancia. Están situados en un terreno prácticamente llano, justo en la línea que marca la ruptura entre la penillanura y la ladera hacia el curso del río Tamuja. Ambos sitios debieron ser de escasas proporciones, ya que sus restos aparecen dispersos por una superficie muy pequeña, puesto que ocupan una extensión de poco más o menos 25 metros de diámetro. Esto explica que, prácticamente, hubieran pasado desapercibidos para la investigación hasta fechas recientes. Las cerámicas recuperadas pertenecieron a grandes recipientes, con paredes rectas y rematadas en bordes simples, que presentaban las superficies exteriores bruñidas, otras veces espatuladas o alisadas y algunas con escobillados, destacando de entre todo el material un molde de arenisca para realizar una varilla metálica.

Era imprescindible realizar una prospección intensiva y de cobertura total que nos permitiera conocer el registro arqueológico con precisión, pero se nos planteaba proceder primero a delimitar qué área considerábamos como espacio en el que se podría leer la interrelación inmediata del castro con su entorno. Como ya hemos señalado en otros trabajos, la discusión sobre este punto es de vital importancia para el proyecto, puesto que de esa consideración van a derivar nuestros resultados. En nuestro caso, consideramos que, para analizar el marco espacial donde se decidió construir el castro y para conocer la influencia que él irradia de forma directa sobre el espacio que lo rodea, habría que trazar un círculo teórico de 1,5 kms., en el que Villasviejas ocuparía el centro. La metodología de prospección elegida ha sido la de cobertura total, puesto que es un espacio relativamente pequeño y del que se pretende conocer su registro arqueológico con el mayor grado de precisión posible. Se decidió llevar a cabo la prospección siguiendo el modelo teórico de áreas concéntricas a partir del poblado, constituyendo el castro el punto central. Dado que no existen fuertes pendientes en esta zona, no se ha considerado necesario plantear deformaciones isocrónicas sobre los círculos teóricos, los cuales se configuraron en una

A partir de mediados del milenio, el registro arqueológico se incrementa de forma notable, coincidiendo con la aparición del castro. Aparte del recinto fortificado y las tres necrópolis, la prospección ha revelado que existen 13 yacimientos más que fueron contemporáneos al castro, aunque la ocupación de cada uno de ellos sin duda fue mucho más corta de lo que lo fue la del castro, que es el elemento estable en la configuración del patrón de 165


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Algunos de estos poblados abiertos ofrecieron material de superficie lo suficientemente significativo como para poder precisar, grosso modo, su cronología. Se diferencian, de forma nítida, aquellos que han deparado cerámicas anaranjadas finas, en algunos casos con pie indicado o bordes en forma de pico de ánade, que apuntan hacia cronologías del siglo IV-III a.C., de aquellos otros en los que aparece como material característico cerámica común o de almacenamiento, cuya datación se enmarca ya del siglo III a.C. en adelante.

asentamiento durante el Hierro Pleno (Fig. 3). Todos ellos se caracterizan por ser pequeños enclaves abiertos, de pequeñas dimensiones, que en algunos casos se situaron en mesetas junto al cauce del río, repitiendo el modelo de emplazamiento del castro, aunque en otros casos se ocuparan suaves resaltes en el terreno de la penillanura. Hay que destacar que 11 de estos hábitats se sitúan a menos de 0,5 kms. del recinto fortificado y tan sólo 2 están ligeramente más separados, pero a menos de 1 km. (Fig. 4). Cuatro de esos yacimientos se sitúan al Sur del Tamuja, sobre la misma margen del río en la que se encuentra el castro, y el resto están sobre la margen contraria. En todos ellos se ha recogido, en superficie, material cerámico suficiente como para señalar que estos sitios parecen corresponder a lugares de hábitat, descartándose que fueran otras necrópolis.

En otros casos, el material cerámico se limita a cerámicas toscas, de tonos marrones o rojizos, pero aparecen otros indicadores interesantes, como el hallazgo de un fragmento de escoria en el yacimiento 36 y un machacador de piedra en el 35, puesto que quizás pudiera ser un indicio de la funcionalidad de estos enclaves, tal vez sitios dedicados a trabajar el metal.

Figura 3. Resultado de la prospección del entorno del castro: localizaciones del Hierro Pleno.

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El proyecto Villasviejas de Tamuja. Análisis global de un asentamiento prerromano

Figura 4. Resultado de la prospección del entorno del castro: hallazgos de todas las épocas.

Otra importante constatación que la prospección nos ha revelado es que se ocupó el enclave amesetado que está justo enfrente del castro, sobre la otra orilla del río Tamuja. Entre el material recogido en superficie destaca un pequeño recipiente con pie anular y bordes de recipientes en forma de pico de ánade, característicos de los momentos antiguos de Villasviejas y, por tanto, indica la ocupación simultánea del poblado fortificado y la meseta que está justo enfrente. Interesa el dato para nuestra recapitulación final sobre los orígenes del castro porque, tal vez, estemos asistiendo a un fenómeno de ocupación simultánea de emplazamientos de similares características en una misma zona. De este modo, sería uno de ellos el que finalmente se erigió en núcleo fortificado, ejerciendo de cabeza visible de un patrón de asentamiento en el que convivió con los pequeños asentamientos abiertos dispersos en su entorno.

les romanos. El total de asentamientos de época romana documentados asciende a 14, cuya cronología abarca desde el cambio de era hasta la época bajoimperial. La prospección nos ha permitido conocer que en este momento, además, aparece en esta área otro tipo de evidencias, como son los pozos de minas e ingentes acumulaciones de escorias con los restos del trabajo del mineral, que ponen de manifiesto que en esta zona se llevó a cabo una destacada actividad minera. Los pozos o bocas de minas están tallados en la pizarra a cielo abierto en su mayoría, aunque también existen algunas galerías en forma de pasillo en los que se benefició el mineral. Hemos de señalar que la identificación de los pozos a cielo abierto resulta difícil, porque suelen ser de pequeñas dimensiones que, con el paso del tiempo, han quedado sepultados o se encuentran camuflados para evitar accidentes. Por tanto, hemos optado por considerar yacimientos tan sólo aquellos que se pueden identificar sin ningún tipo

Hacia finales del siglo I a.C. se documenta ya un nuevo tipo de asentamiento que rompe con el patrón de la Edad del Hierro: los asentamientos rura167


Francisca Hernández Hernández, Eduardo Galán Domingo, Ana María Martín Bravo

de dudas, lo que nos ha deparado un total de una treintena. La datación de estas extracciones mineras es incuestionable, porque han aparecido numerosos fragmentos de tégulas en los alrededores de las minas, generalmente poco rodadas. Esto nos demuestra que no deben ser arrastres de los yacimientos próximos, que se encuentran separados entre ellos por pequeñas vaguadas que dificultan la dispersión del material de superficie. Parece, más bien, un indicio de que hubo pequeñas construcciones de época romana muy cerca de las bocas de extracción.

que este espacio comienza a ser utilizado como dehesa boyal del municipio de Botija.

La necrópolis de El Mercadillo y la primera fase de ocupación del castro de Villasviejas del Tamuja. A mediados de los años 80 del pasado siglo, las excavaciones centradas en el poblado dieron paso al estudio de los contextos funerarios ubicados en su entorno. El trabajo se centró, en primer lugar, en la necrópolis localizada en el lugar conocido por los habitantes del pueblo como “El Mercadillo”, una zona llana y alta, situada en línea recta a unas pocas centenas de metros de la entrada al castro. Si bien en este momento probablemente el castro estaba ocupado solo en su zona Norte o Recinto “A”.

El registro de la actividad minera se completa con la localización de las zonas donde se acumularon los residuos sobrantes del beneficio del metal. Hemos localizados 5 áreas donde se llevarían a cabo esas tareas, todas ellas situadas muy cerca del río Tamuja, precisamente en una de las zonas más llanas del cauce y que, por tanto, ofrecen una mejor accesibilidad al agua.

La necrópolis de El Mercadillo ya fue objeto de una memoria de excavación (Hernández y Galán, 1996), por lo que sólo subrayaremos aquí algunos de sus aspectos esenciales. Se trata de un yacimiento muy claro en cuanto a su lectura estratigráfica. Las tumbas se excavaron en el sustrato geológico de base, en su mayor parte en hoyos profundos y bien trabajados, en los que encajaba perfectamente la urna funeraria. En el centro del área funeraria se encontraron una serie de estructuras de piedra, concentradas en un espacio reducido, que indudablemente dotaban de visibilidad al conjunto (Fig. 5). Las tumbas localizadas alrededor de este foco central se encuentran más

El Dr. Salvador Rovira (MAN) está analizando muestras de las escorias recogidas durante la prospección, tanto las de época romana como las que aparecieron en los asentamientos extramuros de la Edad del Hierro. Dado que estos análisis están aún en curso, sólo podemos afirmar el dato de que el mineral explotado en época romana fue el plomo. A partir del Bajo imperio, las evidencias arqueológicas desaparecen de esta zona, no volviéndose a documentar la presencia humana hasta fines de la Edad Media o comienzos de la Moderna, momento en el

Figura 5. Estructuras tumulares de piedra de la necrópolis de El Mercadillo (Botija, Cáceres).

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y de los pequeños vasos carenados de barniz rojo. Es cierto, sin embargo, que junto a este material dominante coexisten otros elementos que denuncian una tradición propia de la región, como los vasos a mano y quemadores, ampliamente difundidos en el occidente peninsular y en especial en el Suroeste (vide. Berrocal, 1992, 1994).

dispersas, aunque a menudo se distinguen subgrupos, formados por la cercanía de unos pocos enterramientos. En total se localizaron 44 enterramientos, dos de ellos dobles y uno más que contenía los restos cremados de una mujer adulta y un individuo infantil de corta edad. El conjunto se ajusta a una lectura de ordenación concéntrica del espacio funerario, en el cual parece haberse producido la deposición de un único grupo humano. Por tanto, podemos hablar de una necrópolis mononuclear.

Otro aspecto llamativo del registro material de El Mercadillo es la limitada representación del armamento, estando constituidos los ajuares fundamentalmente por vasos de ofrendas y complementos tales como fíbulas anulares y fusayolas, junto a alguna cuenta de collar y un único arete amorcillado de oro.

Los enterramientos no se superponen en ningún caso, lo que parece mostrar un horizonte cronológico bastante homogéneo. Sólo en la zona Sureste del área excavada se localizan abundantes materiales revueltos de cronología tardía, incluyendo algunos de clara filiación romana, sin que guarden relación alguna con el espacio funerario, amortizado mucho tiempo antes.

Finalmente, es interesante hacer referencia al análisis antropológico de los restos hallados, porque en parte puede ayudar a explicar las características de esta necrópolis. Los estudios realizados por el Profesor Reverte (UCM) sobre los restos, relativamente abundantes en muchos de los casos, reflejan el neto predominio de individuos femeninos, junto a algunos infantiles y juveniles y muy pocos varones adultos. Las mujeres dominan el espacio central de la necrópolis con las estructuras pétreas, aunque justo en el centro, uno de los túmulos más pequeños alberga a un varón de edad madura. Otro individuo masculino, aunque joven, llevaba en su ajuar la única arma clara localizada

Lo sorprendente de la necrópolis de El Mercadillo viene dado por la composición de sus ajuares funerarios, que presentan un predominio abrumador de la cerámica a torno y además de tipología genéricamente “ibérica” (Fig. 6). No lo decimos sólo por la apariencia general del material, sino que además sus características específicas aproximan el material a contextos propiamente ibéricos, siendo algunos muy posiblemente importados, caso tal vez de los platos

Figura 6. Fotografía y dibujo de la urna y ajuar de la tumba 34 de la necrópolis de El Mercadillo (Botija, Cáceres). Siglo IV a.C..

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tes, si realmente tuvo lugar antes de la romanización, deberá analizarse desde un nuevo punto de vista (Martín Bravo, 1999 y en este mismo volumen).

en la necrópolis (Hernández y Galán, 1996: 92-96, Reverte, 1996: 135 y ss.). Una lectura sugerente de los datos es la posibilidad de ligar esta estructura del cementerio a un período formativo del castro, en el que la agregación a través de redes de parentesco forzadas por intercambio de mujeres podría tener sentido, dando lugar a procesos de agregación social y política (Hernández y Galán, 1996: 106-109).

La necrópolis de El Romazal II. La necrópolis de El Romazal II, la última descubierta y aún sólo muy parcialmente conocida, parece corresponder al momento inmediatamente posterior a la de El Mercadillo, y podría situarse grosso modo a lo largo del siglo III a.C.. Sus características presentan una mezcla de rasgos entre ésta y la posterior de El Romazal I. Por un lado, se mantienen los enterramientos en hoyos genéricamente bien hechos y profundos, en los que se encaja toda la urna y su ajuar. Igualmente detectamos una presencia importante de cerámicas pintadas y se sigue documentando el uso de cuencos como tapaderas (Fig. 7). De momento, no hemos descubierto ninguna estructura visible que haga pensar que se repite aquí el elemento tumular presente en El Mercadillo, aunque no es descartable por completo dado el estado incipiente de estudio de este yacimiento. Sin embargo, otras características nos hablan de una mayor aproximación al conjunto funerario de El Romazal I. En primer lugar, su propia localización, alejada del poblado y posiblemente invisible desde el mismo. Por otra parte, la aparición de formas abiertas entre las urnas y el menor tamaño genérico de éstas respecto a las de El Mercadillo, marcan también un punto de discrepancia con ésta.

La excavación de El Mercadillo nos indujo a volver a analizar los materiales procedentes del nivel inferior del castro, existiendo un evidente paralelismo a través del cual podemos establecer nuevas líneas de estudio. Como ya se ha dicho, las primeras viviendas del castro apoyan directamente en el sustrato. Entre sus restos y en el material de relleno de estructuras posteriores, como el torreón del Recinto “A”, se encontraron abundantes cerámicas pintadas y de barniz rojo, y también otras estampilladas y pintadas, así como algunos pequeños testimonios de la presencia de vasos áticos de figuras rojas. Naturalmente estos materiales corresponden a la cerámica más destacada en un contexto que presenta, igualmente, numerosos ejemplos de mantenimiento de tradiciones regionales anteriores, en un porcentaje bastante superior al de la necrópolis. La dispersión de los materiales característicos de esta primera fase en el castro y en El Mercadillo nos lleva a buscar sus paralelos formales y posibles influencias culturales en la Meseta Sur y la Alta Andalucía, es decir, en el ámbito oretano. Es ese el ámbito más próximo en el que menudean las cerámicas de barniz rojo ibéricas (Cuadrado 1969, 1991, Fernández, 1987), así como las cerámicas pintadas y características producciones estampilladas como las cerámicas tipo “Valdepeñas” (Esteban, 2000), que completan un panorama que ya se intuía desde hace años (Ruiz y Nocete, 1981, Rodríguez, 1989), y parece indudable que se trata del camino lógico para interpretar la presencia de cerámicas griegas en la Alta Extremadura (Jiménez y Ortega, 2004, Sanz y Galán, 2007: 29).

Finalmente, cabría hablar de las pervivencias de este componente meridional en la propia necrópolis de el Romazal I, donde elementos como los kalathos empleados como urnas en los enterramientos 135 y 231, o los restos de dos umbos de escudo de tipo La Tène hispano, cuya distribución geográfica, sin embargo, es en la Península Ibérica netamente meridional (Hernández et al., e.p.). Estos objetos reflejan el mantenimiento de unos contactos que son mucho más difícilmente perceptibles al Norte de Gredos (Barril y Galán, 2007), y que subrayan las diferencias con el mundo vettón “clásico” de las tierras de Ávila y Salamanca.

El impacto de estos materiales en la Alta Extremadura en este período, nos lleva a considerar que el proceso de etnogénesis de las poblaciones de la Segunda Edad del Hierro en la penillanura extremeña fue notablemente diferente al que tuvo lugar en el mundo vettón, tal y como se ha planteado hasta ahora (Álvarez-Sanchís, 1999), y que, por tanto, el proceso de “vettonización” de estas gen-

La Necrópolis de El Romazal I. La necrópolis de El Romazal I se encuentra situada al Este del poblado, concretamente en la vertiente oriental de una loma. Dista del poblado aproxi170


El proyecto Villasviejas de Tamuja. Análisis global de un asentamiento prerromano

Figura 7. Dibujo del ajuar del enterramiento 6 de la necrópolis de El Romazal II (Plasenzuela, Cáceres). Siglo III a.C..

El Romazal I representa la fase final de ocupación del castro considerándose, desde el punto de vista cronológico, la tercera necrópolis indígena (Hernández, 1991, Hernández y Galán, 1996). La existencia de varias necrópolis se ha documentado en otros yacimientos peninsulares, como en el caso de Uxama donde se han hallado varias necrópolis, dos de ellas indígenas, la de Viñas de Portuguí y Fuentelaraña, ubicadas en lugares diferentes que distan entre sí un kilómetro y medio (Campano y Sanz, 1990, García Merino, 2002, Fuentes, 2004).

madamente un kilómetro en línea recta, siendo difícil el acceso desde el mismo debido a la pronunciada pendiente del terreno y a la inexistencia de un camino que conduzca directamente al espacio funerario. Es fácil pensar que, durante el momento de uso de la necrópolis, hubiera un camino que se ha perdido con el tiempo. En la actualidad se llega con más facilidad desde el municipio de Plasenzuela a la zona de necrópolis ubicada en la vertiente más suave, desde donde se pierde la visión del poblado. La necrópolis presenta un estado de conservación bastante deficiente debido a diversos factores: la escasa potencia del terreno, su ubicación en pendiente y el hecho de que estas tierras estuvieran cultivadas, sufriendo la acción del arado (Fig. 8). Todos estos condicionantes han afectado a determinados contextos como lo demuestran la gran fragmentación que presentan algunas urnas o la presencia de elementos de ajuar fuera de contexto.

El Romazal I va a continuar con el mismo ritual de enterramiento, aunque se observan cambios que reflejan las transformaciones internas de la sociedad. Ahora la propia estructura de la tumba experimenta modificaciones puesto que las urnas se colocan en someros rebajes artificiales de la pizarra o incluso aprovechando oquedades naturales, quedando el recipiente bastante desprotegido, hecho que se intenta 171


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Figura 8. Vista general de la necrópolis de El Romazal I (Plasenzuela, Cáceres).

paliar colocando pequeñas piedras alrededor de la urna. Las urnas de gran tamaño de El Mercadillo se sustituyen por otras de menores dimensiones, careciendo de cubiertas salvo algunas excepciones, y los restos óseos de cremación son muy escasos. Este fenómeno es frecuente en otras necrópolis coetáneas del territorio vacceo observándose en ellas una disminución de los restos óseos o incluso una ausencia total de los mismos. Algunos autores lo explican como una evolución del propio ritual (Sanz et al., 1993).

to aislado. Pensamos que este hecho obedece a una planificación del espacio funerario. En cada una de estas áreas se destacan tumbas con elementos de prestigio, que son el punto de referencia a la hora de ir depositando los siguientes enterramientos y que mantienen entre sí relaciones de parentesco. En algunas zonas faltan las tumbas de prestigio y, en su lugar, el referente lo constituyen urnas sin ajuares, algunas de ellas de gran belleza tanto por su forma como por el tratamiento de la superficie mediante bruñido. Cada una de estas zonas debió funcionar simultáneamente y estaban reservadas a los miembros de un mismo linaje que deseaban perpetuar sus lazos después de la muerte.

Respecto a la colocación de los ajuares no existe una norma concreta, va a depender del tamaño y características de los elementos. Las piezas pequeñas, como vasitos, fusayolas, anillos o fíbulas, suelen aparecer en el interior de las urnas, mientras que las armas, unas veces se depositan a su lado, otras aparecen hincadas y no faltan los casos en que se colocan encima del propio contenedor.

Las Urnas. En esta necrópolis las urnas representan el elemento de identificación de cada una de las tumbas, a excepción del enterramiento 22 que carece de ella. A la hora de elaborar una tipología, tenemos que partir del hecho que, casi una cuarta parte de ellas, se han hallado muy fragmentadas y, en muchos casos, sólo

Desde las primeras campañas de excavación se comprobó la existencia de zonas en las que se apreciaba una gran concentración de tumbas frente a otras que estaban vacías o con algún enterramien172


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ha aparecido el tercio inferior, por lo que es difícil conocer su morfología. Sin embargo, un 75% han podido ser reconstruidas a pesar de su fragmentación. De hecho, se han diferenciado 8 tipos, siendo el más frecuente el de la urna de perfil en “S”, de pasta anaranjada, desgrasantes finos y cuya superficie externa conserva restos de engobe. Algunos ejemplares debieron tener decoración pintada, como se observa en determinadas piezas. El segundo tipo más representado lo constituye las ollas de cerámica común, cocidas a fuego reductor y, en consecuencia, son de tonalidades oscuras y superficies rugosas. Otros modelos identificados son los cuencos-altos, los de perfil acampanado, los de forma de botella, los que adoptan un perfil singular, los cuencos a mano y los de tipología romana. Los paralelos para algunos de estos tipos, sobre todo los de perfil en “S”, los cuencos-altos y los de perfil acampanado, se encuentran en necrópolis de la Meseta Norte como Ucero (García-Soto, 1990) y Fuentelaraña (Campano y Sanz, 1990), entre otros.

representativo, como una fíbula, una fusayola, etc., considerándose como tumbas pobres. Sin embargo, si por algo se conoce y se caracteriza El Romazal I, es por la presencia de ajuares de guerrero, aunque su presencia solamente se ha constatado en el 15,44% de las tumbas. Los elementos hallados consisten en armas ofensivas: espadas, puñales y puntas de lanza o piezas relacionadas con ellas como los tahalíes. Entre las armas defensivas prácticamente la única representación son los escudos con dos modelos diferentes. A ellos hay que añadir los arreos de caballo que aparecen asociados a tumbas que destacan por su riqueza o por su singularidad. Algunas de estas piezas, como las espadas, a pesar de considerarse armas de gran prestigio, no tienen una representación significativa ni están asociadas a tumbas ricas. Se han documentado tres ejemplares, uno de antenas atrofiadas y dos de La Tène. La primera procede de la tumba 43, es de pequeñas dimensiones puesto que apenas alcanza 32 cms. de longitud y, más bien, podría considerarse un puñal largo. Por sus características formales es difícil incluirla dentro de la tipología establecida para este tipo de armas, pudiéndose considerar como una pieza híbrida. Conserva restos de decoración damasquinada de plata, al igual que muchos ejemplares meseteños. Aparece asociada a dos puntas de lanza y un tahalí (Fig. 9).

Ajuares cerámicos. Algunas urnas contienen como ajuar un único vaso cerámico de pequeñas dimensiones, predominando los de perfil acampanado, aunque también se han documentado los vasitos bitroncocónicos de tipo ibérico, bien representados en El Mercadillo. Determinadas tumbas aparecen identificadas por un conjunto de vasos que se corresponden con los tipos de las urnas: cuencos-altos, ollas comunes, de perfil en “S”. Si, en un primer momento, nos resultó difícil su interpretación, pudimos comprobar que la presencia de estos conjuntos era frecuente en algunas necrópolis del territorio vacceo, como en Carralaceña (Sanz et al., 1993) y en Las Ruedas (Sanz, 1997), si bien en estos casos tienen un significado muy claro al estar asociados con restos faunísticos, formando parte del ritual funerario. En El Romazal no se ha encontrado ningún resto de fauna, por lo que su presencia puede explicarse como un tipo de ajuar que adopta un determinado grupo de personas que busca diferenciarse y que, además, excluye otros tipos de ajuares dado que nunca se encuentran asociados a elementos metálicos.

Los dos ejemplares de espadas de La Tène corresponden a un modelo tardío de hoja ancha. La de la tumba 36 mide 85,5 cms. de longitud y se ha hallado con dos puntas de lanza y un cuchillo, además de una urna de borde acampanado. La segunda corresponde al enterramiento 145, es de menores dimensiones que la anterior pues tiene una longitud de 69,5 cms. y su enmarque está rematado por un apéndice circular. Aparece acompañada por una fíbula. El puñal es el arma más frecuente en esta necrópolis y el que está asociado, generalmente, a aquellas tumbas que contienen un mayor número de elementos que podemos calificar como tumbas ricas. Se han diferenciado dos tipos. El más representado es el biglobular o dobleglobular. Es de hoja triangular y se caracteriza por tener una doble chapa metálica que recubre la parte superior de la hoja y la espiga central de la misma. En algunos ejemplares el pomo está decorado con láminas de bronce con decoración grabada. Las vainas de estos ejemplares

Otros ajuares. Aproximadamente algo más del 30% de los enterramientos contienen ajuares no cerámicos. De hecho, el 15,81% contienen un único elemento, poco 173


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Figura 9. Enterramiento 43 de la necrópolis de El Romazal I.

El armamento defensivo se reduce a la presencia de escudos. Predomina el umbo de perfil cónico con varias acanaladuras en el cuerpo, rematado en un botón. Completaría el escudo la pieza de material orgánico que no se ha conservado, la unión de ambas partes se realizaría a través de remaches de cabeza plana. Es significativo que este tipo de umbo aparece documentado en varias tumbas como tapadera de las urnas y como único elemento de ajuar. Este modelo corresponde al tipo circular o caetra, uno de los más frecuentes en el territorio peninsular. El segundo es el conocido como scutum, de forma oblonga y de tipo celta (Fig. 10). Es de doble valva y aparece documentado únicamente en las tumbas 126 y 134. En el primer caso, asociado a dos puntas de lanza y, en el segundo, a un puñal biglobular, que no corresponden a las tumbas más ricas de la necrópolis. Hemos encontrado escasos paralelos en la Península ibérica, todos ellos en territorio ibérico como Pozo Moro (Alcalá-Zamora, 2003), Villaricos (Almagro Gorbea, 1984) y El Cigarralejo (Quesada, 2005).

son de distinto tipo, pudiendo estar realizadas en bronce o hierro y, en algunos ejemplares, las de hierro llevan incorporadas placas de bronce. Respecto a los sistemas de suspensión se han diferenciado las que llevan argollas y las de asas. El segundo tipo es de hoja pistiliforme y espiga de sección cuadrangular, el pomo sería enteramente orgánico, razón por la que desconocemos su forma. En el Romazal I se conocen pocos ejemplares, aunque se han hallado paralelos en la necrópolis de Ucero (Soria) (García-Soto, 1990) y en el ejemplar procedente de la Dehesa del Rosarito (Cáceres), sin contexto conocido, y que actualmente se encuentra en el Museo Arqueológico Provincial de Badajoz (Enríquez, 1981). Las puntas de lanza son bastante abundantes y constituyen un elemento imprescindible en la panoplia del guerrero. Pueden aparecer junto a espadas o puñales o, en ocasiones, como arma principal asociada a tijeras, cuchillos, fíbulas o tahalíes. Suelen definirse según su tamaño y morfología, de forma que se han documentado diversos tipos incluyendo las piezas macizas o puntas de dardo, asociadas al armamento romano en la Península ibérica.

Dentro del conjunto de los ajuares destacan, por su singularidad, los que proceden de las tumbas 22 y 231. La primera de ellas es la que ha proporcionado el 174


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Figura 10. Umbo bivalvo de escudo, tipo La Tène “hispánico”, del enterramiento 126 de la necrópolis de El Romazal I.

ajuar más rico de toda la necrópolis, al contener un puñal biglobular y un arreo de caballo bastante completo con camas anulares, muserola, diversas piezas de atalaje -argollas, hebillas, pasadores, discos-, dos puntas de lanza, un cuchillo afalcatado, un regatón, una lezna y dos fíbulas. Además, es el único enterramiento que carece de urna y, en su lugar, el contenedor es un hoyo perfectamente realizado donde se han depositado los restos de cremación y todas las piezas de ajuar perfectamente encajadas en él.

conocen otros tres ejemplares, uno de ellos publicado por Siret (1908) procedente de Villaricos, pero en un contexto revuelto. El segundo pertenece a la colección Vives, publicado por García y Bellido (1993), quien le asigna una procedencia navarra y el tercero figura en la colección Saavedra y se desconoce su origen. Estos dos últimos ejemplares se encuentran en los fondos del Museo Arqueológico Nacional. El ajuar se completa con un juego de estrígilos en hierro con aro de unión en bronce, un cuchillo afalcatado y restos de cañas de vaina. La urna es de tipo kalathos, de pasta gris.

Por su parte, la 231 cuenta con pocos elementos, pero algunos de ellos tienen un carácter excepcional. Ha proporcionado un bocado de caballo con dos camas rectas y barra frontal, la embocadura está formada por discos en hierro y bronce y por dos elementos curvos de bronce destinados a recibir las riendas. Sin embargo, la pieza más singular es la frontalera de estilo itálico, realizada en bronce, que resulta de una gran belleza (Fig. 11).

Los estrígilos, al igual que la frontalera, constituyen un elemento novedoso en este yacimiento y son escasos los paralelos que encontramos en territorio peninsular. Se conoce un aro de este tipo procedente del yacimiento de Azaila (Beltrán, 1976: 170) en un contexto iberorromano que al autor clasificó como un posible torques. Más tarde, Ulbert publicó el conjunto procedente del campamento romano de Cáceres el Viejo (1984: 72 y 74), datado en el primer cuarto del siglo I a.C.. Un estudio reciente de José Ignacio de la

La importancia de este hallazgo reside en que es la única pieza de este tipo en España, que aparece documentada en un contexto conocido. Se 175


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Figura 11. Testera en bronce de tipo itálico, procedente del enterramiento 231 de la necrópolis de El Romazal I.

Torre y Ricardo Berzosa (2002: figs.7 y 9) ha identificado un aro de suspensión de estrígilos procedente de la necrópolis de Viñas de Portuguí, excavada por Morenas de Tejada durante los años 1915-1916. Dichos materiales se encuentran dispersos entre el Museo Arqueológico Nacional, Museo Arqueológico de Barcelona y el Museo del Ejército de Madrid. Es en este último museo precisamente donde se conserva el aro de estrígilos, que según los autores del estudio correspondería a la fase celtíbero-romana de dicha necrópolis. También se han documentado los estrígilos en contextos plenamente romanos, concretamente en la necrópolis de la calle Quart de Valencia, en la fase romano-republicana antigua, datada en el siglo II a.C. (Alapont et al., 1998: 37 y 39). La presencia de esta pieza de carácter helenizante según algunos au-

tores (García y Guérin, 2002), tiene un origen itálico, concretamente procede de las regiones de Etruria y Magna Grecia, puesto que son las que han gozado de una gran tradición helénica. Las características de la necrópolis de El Romazal I y la presencia de algunos elementos de ajuar evidencian las transformaciones que se están llevando a cabo en la sociedad y que se reflejan en cambios en el ritual funerario y en la sustitución progresiva de elementos de prestigio como las armas por otros, tal como se constata en la tumba 231. Se está iniciando el proceso de romanización de todo este territorio que en el poblado de Villasviejas quedó abortado como consecuencia de la política de organización territorial romana que optó por la creación de colonias en lugares próximos. 176


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Diferentes análisis realizados.

El poblado de Villasviejas, desde sus comienzos, ofrece un bagaje cultural cuyas referencias nos remiten al mundo ibérico, con una cultura perfectamente consolidada en el siglo V a.C.. Se confirma la existencia de influencias procedentes de la Alta Andalucía y de la Meseta Sur, concretamente de los territorios de los Carpetanos y Oretanos, que van a determinar la fase inicial del poblado y de la necrópolis de El Mercadillo. Estos contactos con el ámbito ibérico van a irse debilitando gradualmente, quedando algunos elementos testimoniales como se observa todavía en El Romazal I.

Para finalizar, conviene hacer referencia a una serie de análisis que son el resultado de la proyección interdisciplinar de este proyecto y que completan el estudio de este conjunto arqueológico. Destacamos los siguientes: a) Análisis faunísticos del poblado realizados por un equipo de la Facultad de Biológicas de la Universidad Complutense de Madrid. b) Análisis de las cremaciones llevadas a cabo por el Dr. Reverte de la Universidad Complutense de Madrid.

Son escasos los datos que tenemos de El Romazal II, pues su estudio nos proporcionaría una secuencia completa sobre la estructura social de esta comunidad. Esperamos contar con los recursos económicos necesarios para llevarlo a cabo. La necrópolis de El Romazal I nos ha brindado la oportunidad de conocer mejor la fase final del poblado de Villasviejas, incluso nos ha ayudado a reinterpretar algunas estructuras y la evolución del propio castro. Si El Mercadillo representa la estructura social de un grupo dominante, El Romazal I refleja la existencia de varios núcleos o grupos de linaje que se ha ido configurando, quizás como consecuencia de la coyuntura bélica.

c) Análisis palinológicos efectuados por el equipo del C.S.I.C, dirigidos por la Dra. Pilar López. d) Análisis de paleodieta dirigidos por el Dr. Gonzalo Trancho, de la Facultad de Biológicas, de la Universidad Complutense de Madrid. e) Análisis de restos de actividad minera, estudiados por el Dr. Salvador Rovira, conservador del Museo Arqueológico Nacional.

Conclusiones finales.

Se trata de una necrópolis indígena, con presencia de elementos romanos. El registro arqueológico y el propio ritual de enterramiento reflejan los cambios sociales que se están produciendo en el seno de esta comunidad como consecuencia de las guerras lusitanas. Ahora las relaciones se mantienen con los pueblos de la Meseta Norte, sobre todo con los celtíberos con quien les une un sentimiento común de lucha contra el invasor. Contactos que se observan en el diseño de las urnas, en la tipología de las armas, etc.. Igualmente existen paralelos para algunas piezas en el campamento de Cáceres el Viejo. El momento final del poblado y de El Romazal I hemos de situarlo en la primera mitad del siglo I a.C., coincidiendo con el proceso de reorganización del territorio llevado a cabo por los romanos. Es significativo que el río Tamuja pasase de ser el centro del territorio político de este grupo en la Edad del Hierro, a servir de línea divisoria entre los territorios de las ciudades romanas de Norba y Turgalium. Los habitantes de Villasviejas parecen haber abandonado pacíficamente este lugar para asentarse en otros próximos bajo el poder político de Roma.

Tradicionalmente se ha venido incluyendo al poblado de Villasviejas dentro del territorio vettón, si bien ya en un área marginal del mismo, teniendo como base la presencia de esculturas de verracos, principal fósil-guía a la hora de delimitar dicho territorio. Sin embargo, el registro arqueológico de Villasviejas viene a demostrar que son más los elementos que los diferencian que los que tienen en común. En efecto, el asentamiento de Villasviejas se crea “ex novo” en el siglo IV a.C.. La elección de este lugar supone una ruptura con el patrón de asentamiento anterior, que prefieren lugares altos con gran visibilidad, mientras que en este momento van a utilizar una nueva estrategia no tanto en función de una mayor o menor visibilidad, sino en el intento de asegurar su permanencia en el territorio, hecho que explica el reforzamiento de su sistema defensivo utilizando nuevas técnicas constructivas. Este modelo de emplazamiento es consecuencia de los cambios sociales que se producen en el siglo V a.C. coincidiendo con el momento final del período orientalizante y la configuración de los distintos pueblos dentro del territorio peninsular. 177


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de su entorno, con el fin de conocer la forma de vida de esta comunidad. Conseguir esta visión global es asegurar la única vía de futuro para que este patrimonio que hemos heredado sea rentable desde el punto de vista social, cultural y científico y, en consecuencia, podamos transmitirlo a las generaciones futuras.

Actualmente existe un interés por parte del municipio de Botija de poner en valor este conjunto para potenciar el turismo cultural en la zona. Sin embargo, la adecuada presentación al publico de un sitio arqueológico sólo es factible partiendo de una investigación amplia y rigurosa de todas sus estructuras arqueológicas: poblado y necrópolis, así como

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Lusitanos y Vettones en la Beira Interior portuguesa: La cuestión étnica en la encrucijada de la arqueología y los textos clásicos Maria João Santos Instituto Arqueológico Alemán de Madrid

Resumen

1988: 41, Tranoy, 1990: 18, Garcia, 1991: 116, Guerra, 1995: 109).

En el marco de las dificultades que siempre plantea la clasificación étnica de los pueblos prerromanos, se pretende analizar la pertinencia de las designaciones étnicas de Lusitanos y Vettones, a través de la confrontación del registro arqueológico con los textos clásicos, en lo que concierne al ámbito religioso, en particular.

Esto supone, desde luego, un problema: a pesar de la cada vez más evidente continuidad lingüística, teonímica y onomástica, la cultura material atestigua de forma muy clara una marcada diferencia entre dos realidades: por un lado, los Vettones, como una entidad étnica en apariencia bien individualizada en el plano material, manifiesta en el horizonte de Cogotas II, por sus cerámicas, sus ricos ajuares funerarios, sus núcleos habitacionales y su característica escultura zoomorfa (Álvarez-Sanchís, 1999), y por otro lado, una entidad casi abstracta e imposible de individualizar en lo que concierne a la cultura material, habitualmente designada como “Lusitanos”. Sin embargo, sí parece evidente la correspondencia de la mayor parte del territorio cacereño al ámbito vetón, falta todavía por aclarar a qué etnias correspondían los territorios inmediatamente al Occidente, tradicionalmente vinculados a un supuesto etnos Lusitano.

Se intenta sistematizar los datos disponibles que indican la singularidad del territorio formado por la Beira Interior portuguesa y el Occidente de la provincia de Cáceres, frente al contexto vetón, discutiendo la posibilidad de corresponder aquella región a un grupo menor individualizado del gran etnos Vetón.

*

La identificación de los grupos étnicos de la Hispania antigua y sus respectivos territorios, es, desde hace tiempo, una preocupación constante en la historiografía peninsular, enfrentada por numerosas dificultades. En ese marco se sitúa la cuestión de los Lusitanos y los Vettones.

Conocemos, asimismo, todavía muy poco sobre la realidad arqueológica de la Edad del Hierro en la Beira Interior portuguesa, por oposición al núcleo vetón, si bien algunos trabajos recientes han contribuido para aclarar ya varios aspectos. De lo que se conoce, la Edad del Hierro en la Beira Interior parece haber sido caracterizada, ante todo, por un poblamiento de altura, ubicado en sitios con condiciones naturales de defensa, aunque no siempre con murallas. En lo referente a las estructuras habitacionales, domina la planta circular o elíptica en oposición a la característica planta rectangular vetona, y los conjuntos cerámicos evidencian rasgos arcaizantes, en la tradición del Bronce Final, no obstante se reconocen ciertos paralelos formales respecto a las producciones meseteñas. Sin embargo, no se identifica nada parecido a los ricos ajuares funerarios Vettones, ni a los imponentes castros de piedras hincadas.

La conciencia del territorio formado por la Beira Interior portuguesa y el Occidente de la provincia de Cáceres como un “todo indiviso” en el ámbito religioso (Salinas de Frías, 2001: 151-152), refleja las coincidencias toponímicas, gentilicias y onomásticas aquí identificadas (Guerra, 1998: 805-808) y cuestiona seriamente los límites tradicionalmente aceptados entre territorio lusitano y vetón, en general, ubicados en torno a la actual frontera lusoespañola (Vasconcelos, 1910: 324, Cortez, 1953: 506, Almeida, 1956: 232, Hurtado de San Antonio, 1976: 614, Tovar, 1976: 253, Blanco Freijeiro, 1977: 36, Melena, 1985: 511, Vaz, 1976: 456, Alarcão, 181


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región entre el Duero y el Tajo y, en concreto, en torno a la Serra da Estrela, de donde habrían partido las operaciones de guerrilla descritas en los textos. No obstante, el carácter erróneo de esta hipótesis es perfectamente claro hoy en día, pues sería, desde luego, estratégicamente imposible conducir acciones guerrilleras en Córdoba, a partir del centro de Portugal (Guerra, 1998: 817-818).

Esta situación suele ser explicada por la ubicación marginal de estos territorios con relación a las nuevas redes comerciales que por entonces se imponen a partir del litoral, desde el Sur y el Occidente (Senna-Martinez, 1995: 72, Martín Bravo, 1999: 129). Tras la decadencia de las redes de intercambio del Bronce Final, parece que el inicio de la Edad del Hierro fue señalado por un desarrollo regionalista, según la tradición anterior de cada área y el distinto grado de asimilación de las nuevas influencias culturales (Martín Bravo, 1999: 130).

Resulta interesante recordar que Apiano reconoce, en el Occidente peninsular, además de los Lusitanos, únicamente los Cónios (Hisp., 57-58, 68) y los Vettones (Hisp., 58, 70), refiriéndose aún en el extremo NW, a los Galaicos (Hisp., 70); pero, en cambio, no refiere a los Célticos, desde hace mucho establecidos en la región donde ocurren varios de los episodios que él mismo relata. Esta omisión es generalmente justificada por la suposición de que los Célticos se quedaran, en realidad, incluidos en la designación genérica de Lusitanos (Pérez Vilatela, 1993: 422, 2000: 73, Guerra, 1998: 816).

Cierto es que este escenario ha conducido no sólo a fijar fronteras entre los presuntos étnicos lusitano y vetón, sino también ha llevado a algunos autores a considerar la inexistencia de una auténtica Edad del Hierro en la Beira Interior (Vilaça, 1995: 423), perspectiva que, no obstante, ya sea la Herdade da Cachouça, en Idanha-a-Nova (Vilaça y Basílio, 2000: 39-47), sean los hallazgos recientes del Sabugal Velho1 han matizado fuertemente, con la identificación de la típica cerámica peñada e impresa de tipo meseteño, además de la presencia de edificaciones rectangulares e incluso estructuras de muralla análogas a las fortificaciones vetonas, en Sabugal Velho, lo que vuelve a plantear la cuestión de los límites territoriales. También rompiendo este hiato, parece estar el Cabeço das Fráguas, donde hemos podido identificar una ocupación de la Edad del Hierro, actualmente en estudio.

Esta hipótesis es, sobre todo, notable al darnos cuenta de que los autores griegos pre-augústeos se refieren a una Lusitania más meridional que la descrita por Estrabón. Así ocurre en Polibio (34, 8, 1-4), lo cual incluye, entre los productos de la Lusitania, el atún y el vino y, por lo tanto, la extensión inequívocamente meridional de su territorio (Pérez Vilatela, 1993: 425). La presencia de Lusitanos al Sur del Tajo está, de todas formas, bien documentada en las fuentes clásicas3, siendo asimismo interesante señalar la existencia, en la Baja Andalucía, de registros epigráficos como Luso, Luxia, Lusia, Luximius y Luxania (Pérez Vilatela, 2000: 73-74).

Las dificultades manifiestas en el registro arqueológico en lo que concierne a la distinción entre Lusitanos y Vettones reflejan, por otro lado, la misma problemática en los textos clásicos.

Del mismo modo, puede haber ocurrido también la episódica asimilación de los Vettones en la designación genérica de Lusitanos por parte de los autores clásicos. Eventualmente revelador de esta situación, como ha indicado Bonnaud (2002: 186), podría ser el hecho de que, después de la conquista de Toletum por los Romanos, los Vettones no sean más mencionados en los textos hasta el inicio de las Guerras Lusitanas, cuando vuelven a ser referidos, para desaparecer una vez más, durante el episodio de Viriato.

La referencia más antigua al nombre Lusitania está registrada en Polibio (10, 7,4), en cuanto a la ubicación del ejército cartaginés2. Sin embargo, la gran mayoría de las ocurrencias literarias y epigráficas apenas hace referencia a la circunscripción administrativa romana creada en el 27 a.C.; en este sentido, lusitano es únicamente aquel que es de la provincia de la Lusitania (Guerra, 1998: 815). Una marcada línea de investigación defendió la ubicación del territorio lusitano y de Viriato en la

Vide Marcos Osório da Silva, en esta misma publicación. La Ora Marítima de Avieno refiere (196-8), por primera vez, a los Luci como etnónimo, que posteriormente vendría a ser interpretado como el origen de Lusi-tano. Es, sin embargo, más verosímil, como Berthelot (1934: 70) subraya, la forma de la edición princeps del topónimo Lucus y su derivación latina Lucenses. 3 Especialmente en Ptolomeo (Geo., II, 5, 9), Orósio (Hist. 4, 21, 10) y Apiano (Hisp., 57). 1 2

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antigas”. La formación de la Província Ulterior Lusitania representaría, pues, el desenlace de todo este proceso, en lo que sería conscientemente una designación artificial (Guerra, 1998: 821).

Esta situación puede ser interpretada según dos perspectivas: la efectiva suspensión de las hostilidades por parte de los Vettones durante ese período, sin embargo, algo que se supondría estar más claro en los textos, pues sería una muestra del triunfo de Roma en la pacificación de las comunidades indígenas que habría que celebrar; o, a cambio, la posibilidad de que los Vettones quedaran en realidad incluidos en la designación genérica de Lusitanos4, sobre todo en el marco de un contexto bélico, en el cual además se puede apreciar, a veces, la alianza de varios pueblos5.

La primera referencia a los Vettones está presente en el texto de Tito Livio (21, 5, 2), respecto a su ofensiva conjunta con los Vacceos y los Celtíberos contra el ejército romano liderado por el pretor M. Fluvio, después de lo que apenas aparecen en las “Guerras Lusitanas” de Apiano. La alusión al territorio Vetón, surge por otro lado, en los textos de Estrabón, Plinio y Ptolomeo, los cuales coinciden en su trazado general. Según Estrabón (Geo., 3, 1, 6; 3, 4, 12; 3, 3, 1-3), su territorio estaba delimitado al Norte por el Duero, era atravesado por el río Tajo y confinaba con el de los Lusitanos, los Carpetanos, los Vacceos y los Celtiberos. Plinio (3, 19; 4, 112; 4, 116) describe, por su parte, una región comprendida entre los ríos Duero y Tajo, que confrontaba con los Carpetanos, los Astures y los Lusitanos. La información de Ptolomeo (Geo., II, 5, 9) es, en cambio, la más detallada, incluyendo el nombre de las principales ciudades vetonas y sus coordenadas relativas: Lancia Oppidana, Cottaeobriga, Salmantica, Augustobriga, Ocelum, Capara, Manliana, Laconimurgi, Deobriga, Obila y Lama.

El hecho de que, en los textos, Lusitanos y Vettones aparezcan simultáneamente, no excluye esta posibilidad, siendo, desde luego, bien conocidas las dificultades de caracterización étnica de los autores clásicos. Al hablar de Vettones y Lusitanos, podrían en realidad, referirse, supongamos, a los Vettones en la cualidad del mayor grupo lusitano, conjugando en la designación Lusitanos, todos los demás grupos, en su opinión pertenecientes a este gran étnico, pero que resultarían particularmente difíciles de individualizar al observador externo. La presunta vinculación de los Vettones a los Lusitanos parece además manifiesta en la referencia a una provincia Lusitania et Vetonia6, contemporánea de la organización territorial de Augusto (Guerra, 1998: 802), la cual, según Roldán Hervás (1969: 98) y Pérez Vilatela (2000: 232-233), correspondería a dos distritos fiscales distintos.

Yuxtaponiendo los textos clásicos y los datos epigráficos y arqueológicos, el territorio vetón parecía corresponder, así, a las provincias de Salamanca, Ávila y a la mitad Oriental de Cáceres (Roldán Hervás, 1968-69: 100-106, Álvarez-Sanchís, 1999: 324327, Ruiz Zapatero y Álvarez-Sanchís, 2002: 259-260). Roldán Hervás (1968-69: 100-106), propone incluso fijar la frontera Occidental con los Lusitanos en el curso del río Côa, lo que vendría a influir fuertemente en la investigación posterior7.

Teniendo en cuenta los datos actualmente conocidos, parece que el concepto inicial de Lusitania, en si mismo muy abstracto, se hace cada vez más amplio, a la vez que avanza la conquista del territorio, con la asimilación de las regiones entre el Tajo y el Duero e incluso la Callaecia (Estrabão, Geo., 3, 3, 3). Es así que Décimo Junio Bruto, el Galaico, es nombrado por Estrabón como el “vencedor de los lusitanos” (Geo., 3, 3, 2-3). Como Guerra (1998: 820) subraya, “não subsistem dúvidas sobre a grande abrangência da designação étnica Lusitani nas fontes mais

Es así que (Álvarez-Sanchís, 1999: 324-327, Ruiz Zapatero y Alvarez-Sanchís, 2002: 259-260) garantiza que el registro arqueológico traduce de forma clara la frontera entre Vettones y Lusitanos, confinada a los ríos Côa y Águeda: sea los poblados fortificados

Lo que ha sido sugerido también por Salinas de Frías (2001a: 19). Los Vettones coaligados con los Vacceos y los Celtíberos entre el 193-192 a.C. (Livio, 35, 7,6; 22,5); las incursiones de Lusitanos y Vettones en la Beturia relatadas por Apiano (Iber., 56-57) o el hecho de que, no siendo posible atacar a los Lusitanos, Servilio Cepión decida atacar a los Vettones y Galaicos en el 139 a.C. (idem, Iber., 70), lo que parece sugerirlos como aliados de los Lusitanos. 6 CIL II 484, 485, 1178, 1267, CIL VI 31856. 7 A partir de una tradición que remonta al siglo XVI (Resende, 1593: 78-79, Leão, 1610: 38, Brito, 1690: 126-127) se suele suponer que el actual río Côa se nombraba como Cuda en la Antigüedad, por lo cual la referencia a transcudani, nombraría a los que están allá del Cuda. Así que, según la perspectiva, los Lancienses Transcudani o eran ubicados al Este del río Côa (Cortez, 1953:506, Almeida, 1956:232, Hurtado de San Antonio, 1976: 614, Melena, 1985: 511, Tranoy, 1990: 18) o al Occidente del mismo (Vasconcelos, 1910: 324, Tovar, 1976: 253, Blanco Freijeiro, 1977: 36, Vaz, 1986: 456, Alarcão, 1988b: 41, 1988c: 45, García, 1991: 116, Guerra, 1995: 109). 4 5

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Figura 1. Límites del territorio vetón, según la distribución de sus característicos rasgos culturales, propuestos por Álvarez-Sanchís (1999).

ran lusitano”. Esta frontera borrosa es, en realidad, algo que tener en cuenta, pues precisamente su carácter indefinido sugiere otra realidad.

que se distribuyen en el Occidente de la provincia de Salamanca desde Nuestra Señora del Castillo, Perena, hasta Irueña, Fuenteginaldo; sea la distribución de la característica “cerámica peñada” y de la escultura zoomórfica, parecen corresponder, grosso modo, a los límites referidos por los autores clásicos (Fig. 1). Incluso los verracos identificados en las regiones más occidentales de este territorio8, dice el mismo autor, no sobrepasan estos ríos, resultando también interesante que las inscripciones en lengua lusitana más orientales no sobrepasen Arroyo de la Luz (Ruiz Zapatero y Álvarez-Sanchís, 2002: 260).

De hecho, no sólo los dos verracos actualmente en la puerta de entrada de Castelo Mendo (Rodrigues, 1958: 394, Perestrelo, 2003: 206) y el verraco de Paredes da Beira (Bonnaud, 2002: 179) están ubicados en la orilla Occidental del río Côa, contrariamente a lo afirmado por Álvarez-Sanchís (1999: 324), al igual que los verracos de Valencia de Alcántara y de Marvão, sino también se atestiguan entidades gentilicas en genitivo del plural, típicas del territorio vetón, en Teixoso (Vasconcelos, 1934: 25-28)9 y Castelo Branco, algo muy importante en la medida en que refleja la identidad étnica (Guerra, 1998: 803). Pero más interesante aún es la existencia comprobada, en esta región, de los Lancienses Oppidani, formalmente relacionada con la designación Λαγκια a Οππιδανα, referida por Ptolomeo (Geo., II, 5, 9)

La frontera difusa con los Lusitanos, al Occidente, es explicada por Ruiz Zapatero y Álvarez-Sanchís (idem: 270), sin embargo, por el “carácter eminentemente ganadero de ambos pueblos y las fuertes relaciones entre ambos que encontramos en las fuentes clásicas, a lo que habría que sumar el hecho de que probablemente los propios Vettones habla-

8 9

Como son las piezas de Almofala y Castelo Mendo, en la Beira Alta o las de Barquilla y La Redonda, en Salamanca. Como sea Silo Angeiti Maguacum, hallada en territorio de los Lancienses.

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por su parte, no duda que la ciudad de Lancia Oppidana era limítrofe con los Igaeditani, aunque mantenga la tradicional frontera en el curso del actual río Côa (Fig. 2).

entre las ciudades vetonas, y que Roldán Hervás (1968-69: 100-106), al igual que Ruiz Zapatero y Álvarez-Sanchís (2002: 259) no dudan en situar en la Serra da Estrela. Salinas de Frías (2001a: 47),

Figura 2. Localización de todas las referencias conocidas a Lancienses y sus variantes: 1. Ponte de Navia, Ourense, LANCI(ocum) DOMO VACOECI (ILER 6340); 2. Lara de los Infantes, Burgos, OPIDANI F(ilio) (CIL II 2875); 3. Trício, Burgos, LANCIEN[SI] Soldado da Legião VII Gemini (CIL II 2889); 4. Isona, Barcelona, L(ucius) LICIN(ius) OPPIDANVS (CIL II 4462, AE, 1987: 732); 5. Zaragoza, C(aius) . V(etius) LANCIA(nus) (Albertos Firmat, 1966: 128); 6. Tarragona, LANCIEN(si) Convent(um) Asturum (CIL II 4223, ILER 1550); Tarragona OP[P]IDAN[O] (Alföldy, 1975: 317, nº. 631); 7. Caldas de Vizela, Guimarães, LANCIENSIS TRAQVDANVS (ILER 5354); 8. Torre de Almofala, Figueira de Castelo Rodrigo, LANCIENSES TRASCV/DANI (Brito, 1690: 126-127, 385, Jordão, 1859: 150, nº. 335); 9. Quinta de São Domingos, Guarda, VICANI OCEL]E]N]SE]S (FE, 69, 310.2); 10. Nuñomoral, Cáceres, LANCIENSIS OPPITANVS (Beltrán Lloris, 1973: 2022); 11. Conimbriga, Condeixa-a-Velha, DECVR(iones) TRANSCVDANI (CIL II 40); 12. Lameira, Vale Formoso, Belmonte, PATER/ PATRIE II L(ancia?) O(ppidana?), marco miliário (Belo, 1964: 132-135, HAE 2412, Beltrán Lloris, 1960: 41-44); 13. Idanha-a-Velha, LANCIENSIS (ILER 5351, HAE 1083); Idanha-a-Velha, LANCIE(n)SI OPPIDANO (ILER 5355, HAE 1081); Idanha-a-Velha, LANC(iensi) OPPIDANAE (ILER 5356, HAE 1088); Idanha-a-Velha, [LA]NCIENSI OPPIDAN[O] (Corte-Real y Encarnação, 1990, FE 153); 14. Plasencia, Cáceres, LANCIE(n)SIS (HEp, 1989: 180); 15. Lousa, Castelo Branco, LANCIVS (García, 1984: 113, nº. 33); 16. Montalvão, Nisa, LANCI (IRCP 699, HEp, 1989: 687); 17. Alcántara, Cáceres, LANCIENSES OPPIDANI (CIL II 760); Alcántara, Cáceres, LANCIENSES TRANSCVDANI (CIL II 760); Alcántara, Cáceres, LANCIA . IN . LVSIT(ania) . SUPRA TAGVM .ET . SARCINVM (Hurtado de San Antonio, 1976: 610-611, Jordão, 1859: 132, nº. 300); 18. Malamoneda, Toledo, LANCIOCVM (CIL II 3088; ILER 5479); 19. Cáceres, TAPORVS LANCIENSIS, de lectura dudosa (CIL II 950); 20. Trujillo, Cáceres, LANCI (AE, 1977: 396); 21. Madroñera, Cáceres, LANCIVS (AE, 1977: 419); 22. Alía, Cáceres, LANCIENS(I) (CPILC, 42); 23. Plasenzuela, Cáceres, LANCIVS (ILER 112, HAE 1393); 24. Puerto de Santa Cruz, Cáceres, LANCIVS (AE, 1977: 416); 25. Logrosán, Cáceres, LANCIENS(I) (ILER 5353); 26. Abertura, Cáceres, LANCIVS (Gamallo Barranco y Gimeno Pascual, 1990: 278); 27. Mérida, LANC(iensi) OPP(idana) (ILER 5512); Mérida, OPP(idana) (CIL II 585); Mérida, LANC(iensi) TRANSC(udano) (CIL II 5261, HEp, 1990: 36); Mérida, C(aius) LANCIVS IVLIANVS (CIL II 573, ILER 4244); 28. Salvador, Penamacor, terminus augustalis inter Lanc(ienses) Opp(idanos) et Igaeditanos (CIL II 460); 29. Peroviseu, Fundão, terminus augustalis inter Lancienses et Igaeditanos (Vaz, 1977:2729).

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Sin embargo, esta cuestión ha sido desde siempre, muy controvertida. La única referencia incuestionable al nombre Lancienses la encontramos en Plinio, respecto a los oppida stipendiaria de Lusitania. No obstante, en el mismo texto, Plinio (Nat. Hist., 4, 118) se refiere además a los Ocelenses Lancienses (Guerra, 1995: 86), lo que resulta algo polémico, sobre todo al confrontar la realidad epigráfica. Una nota adicional de complicación es la existencia de otra Lancia, referida por los autores clásicos en territorio astur y comprobada además por la epigrafía10.

No obstante, la casi totalidad de las referencias a los Lancienses, en cuanto entidad étnica y respecto a sus derivaciones en la formación de antropónimos con el mismo radical, prefigura una distribución geográfica espantosamente coherente, centrada en los territorios de la Beira Interior y la provincia de Cáceres, como se puede apreciar en el mapa de la figura 3 (Fig. 3). De hecho, están documentadas cinco referencias genéricas respecto a los Lancienses11; tres a los Lancienses Transcudani12; nueve a los Lancienses Oppidani, siete de las cuales seguras13; y tres

Figura 3. Mapa general de los territorios teóricos de Lancienses e Igaeditanos, frente a los de los Vettones, conforme los testimonios epigráficos.

10 LANCIEN(si) Convent(um) Asturum (CIL II 4223, ILER 1550), proveniente de Tarragona. Claro que tenemos de tener siempre en cuenta los desplazamientos de individuos, como es el caso del dedicante de una inscripción en la Panonia Superior que se identifica como hijo de Veninius y lanciense (CIL III 4227); sin embargo, las inscripciones que más seguramente se parecen relacionar con la Lancia astur son apenas un total de cuatro: las dos de Tarragona (CIL II 4223, Alföldy, 1975: 317), la de Malamoneda, en Toledo (CIL II 3088) y la de Ponte de Navia, en Orense (ILER 6340). 11 Con la excepción del Lancien[si], soldado de la Legión VII Gemini atestiguado en Trício, Burgos (CIL II 2889), muy posiblemente correspondiente a la Lancia Astur; tenemos Lanciensis en Idanha-a-Velha (Almeida, 1956: 160, HAE 1083); el terminus augustalis inter Lancienses et Igaeditanos, en Peroviseu, Fundão (Vaz, 1977: 27-29); en Plasencia, Cáceres, el de LANCIE(n)SIS (HEp, 1989: 180); en Logrosán, Cáceres: LANCIENS(I) (ILER 5353) y Alia, Cáceres: LANCIENS(I) (CPILC, 42). 12 Lanc(iensis) Transc(udani) en Mérida (CIL II 5621, HEp 2, 36), Lancienses Transcudani en el Puente de Alcántara (CIL II 760) y Lanciensis Transqudanus, de Caldas de Vizela, Guimarães (EE VIII 112). 13 Lancienses Oppidani en el Puente de Alcántara (CIL II 760), [La]nciensi Oppidan[o] (FE 153), Lanc(iensi) Oppidanae (Almeida, 1956: 165), Lancie<n>si Oppidano (Almeida, 1956: 159, AEp 1961: 360, AEp 1967: 147), las tres de Idanha-a-Velha; terminus augustalis inter Lanc(ienses) Opp(idanos) et Igaeditanos, de Salvador, Penamacor (CIL II 460); Lanciensi Oppitano de Cáceres (AEp 1977: 385); Lanc(iensis) Opp(idana) de Mérida (García Iglesias, 1973: 392-3); las dudosas restituciones Lanc(ia)[Opp(idana)?] de Villalba, Villamiel (AEp 1985: 541) y L(ancia) O(ppidana) de un marco miliario de Lameira, Belmonte (Belo, 1960: 41-44).

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que nombran a los Ocelenses14 (Guerra, 2007: 167).

y las estribaciones orientales de la Serra da Estrela (Curado, 1988-94: 216, 224, Silva, 2006: 96, Guerra, 2007: 173). García Alonso (2003: 119) señala que, muy posiblemente, Lancia Oppidana estuviera cerca de Monsanto, siendo de suponer Lancia Transcudana, más hacia el Norte, en el área de Sabugal. Más recientemente, Guerra (2007: 176-177), revisando todos los datos conocidos, ubica los Lancienses Transcudani en Póvoa do Mileu, Guarda y los Lancienses Oppidani en Belmonte (idem: 186-199). De todas formas, aún según Guerra (1998: 807), no existen, de hecho, “grandes dúvidas sobre o facto de os Lancienses e por inerência, os Vetões, ocuparem um território que se estende a Norte dos Igaeditani”18.

Resulta, pues, que los individuos tienden a identificar su origen añadiéndole siempre los calificativos de Oppidani o de Transcudani, pero, ojo, jamás lo de Ocelenses (Guerra, 2007: 168-169). Tenemos en Plinio la referencia a Lancienses y Ocelenses Lancienses y, en cambio, en los documentos epigráficos, las formas Lancienses Oppidani y Lancienses Transcudani. Teniendo en cuenta la comprobada equivalencia lingüística del indígena ocelum al latino oppidum (Guerra, 1998: 804, 2007: 167, Prósper, 2002: 110) y que los antiguos geógrafos no tendrían como saber que, en este finis terrarum, el indígena ocelum concernía al nombre latino oficial de oppidum (Guerra, 2007: 171), los Ocelenses Lancienses mencionados por Plinio corresponderían, por lo tanto, más bien a los Lancienses Oppidani de las fuentes epigráficas, posibilidad que gana en consistencia con la presencia, en su territorio teórico (Ferro, Covilhã), de los epítetos Ocelaecus/Ocelaeca, relativos al par de divinidades Arentius/ Arentia.

También en el plano lingüístico y religioso parece existir una marcada continuidad. Resulta muy interesante, en este ámbito, detenernos en la inscripción del Cabeço das Fráguas (Guarda), donde se reúnen, a la vez, un conjunto de divinidades que importa analizar. Situado a cerca de 15 kms. al Sur de la ciudad de Guarda, en la Quinta de São Domingos, el Cabeço das Fráguas es, con 1015 metros de altitud, un imponente promontorio granítico fuertemente destacado en el paisaje, con excelentes condiciones naturales de defensa. En la cumbre, se abre un amplio espacio aplanado y enteramente rodeado por afloramientos graníticos, entre los cuales se aprecia con facilidad una línea de muralla que encierra este espacio, donde se sitúa la inscripción.

No obstante las dificultades de ubicación que suponen las coordenadas ptolemaicas15, el registro epigráfico permite comprobar, así, la presencia, en la Beira Interior, de un populus nombrado como Lancienses Oppidani, formalmente coincidente con la presunta vettona Λαγκια Οππιδανα de Ptolomeo (Geo. II, 5, 9). En el mismo ámbito habrá, muy posiblemente, que considerar los Lancienses Transcudani, pues una partición de los Lancienses entre Vettones y Lusitanos sería más bien una consecuencia de la división administrativa romana, como se puede deducir además del texto mismo de Plinio que no menciona a los Lancienses Transcudani (Guerra, 1998: 805, Pérez Vilatela, 2000b: 226, Bonnaud, 2002: 17916). Es hoy en día generalmente aceptado que transcudani no se reporta al actual curso del río Côa17, sino al separador territorial que constituyen la Serra da Malcata

El texto está profundamente grabado en una roca aplanada y a ras del suelo, orientada al Naciente (Fig. 4), presentando su canto inferior derecho fracturado por la acción de un buscador de tesoros en la década de 1940, afectando el final de la l.719. El texto epigráfico, que podemos situar en algún momento del siglo I. a.C., presenta un ductus grosero e irregular, pero sin dificultades de lectura, excepto la tercera forma de la l.2, más erosionada20, la cual

14 Arant[i]a Ocella[e]ca et Arantio [O]celaeco de Ferro, Covilhã (García, 1991: 11); y eventualmente otro, respecto a los vicani Ocel[o]n[e]nses (FE, 69: 310.2, Fernandes et al., 2006: 185-191). 15 Revisadas desde una perspectiva muy interesante por Ocejo Herrero (1993: 58-81). 16 Bonnaud (2002: 179) señala igualmente que el Duero no parece haber constituido un verdadero obstáculo entre dos populi, como muestra la presencia de verracos en la orilla occidental. 17 De hecho, no puede documentarse una evolución cuda>côa y asimismo en los documentos más antiguos conocidos no hay nada que sugiera una relación entre el actual hidrónimo y cuda: un texto de 1145 indica et fluvium, qui vocatur Coam (apud Machado, 1993: 427); en el foral de Castelo Mendo, tenemos et quomodo intrat Vallongum in Coam (Portugalia Monumenta Historica: 568 apud Correia, 1992: 277); en 1182 se refiere la Foz de Cola (apud Machado, 1993: 427); y en el Foral de Vila do Touro se dice et de alia parte per rivolum de cola (Portugalia Monumenta Historica: 568 apud Correia, 1992: 292). 18 También Lomas (1988: 92) se basa en la referencia a los Lancienses Oppidani para sugerir la extensión del territorio vetón hasta la pendiente Oriental de la Serra da Estrela, al igual que Pérez Vilatela (2000b: 226) y Bonnaud (2002: 179). 19 Vide Patricio Curado (1989: 350). 20 Forma tradicionalmente interpretada como Laebo (Tovar, 1985: 232-25420, Curado, 1989: 350).

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Figura 4. Inscripción rupestre en hispánico occidental del Cabeço das Fráguas (Instituto Arqueológico Alemán, Madrid).

Untermann (1997: 757) corrigió como Labbo, que es lo que efectivamente está grabado.

te24, pareciendo reflejar a una liturgia intencionadamente expresada a través de la utilización de nominativos y dativos, y de su articulación mediante dos conjunciones copulativas indi, que definen varias etapas de consagración: 1. a Trebopala y a Laebo; 2. a Iccona [y?] Loiminna; 3. a Trebarune y Reve. Resulta interesante observar que, en el texto, las ofrendas adjetivadas son destinadas únicamente a Trebarune y Reve, las divinidades de mayor extensión cultual entre todas las nombradas, respectivamente, una oilam usseam y un taurom ifadem, lo que parece subrayar su distinción intencional respecto a las demás.

El hecho de presentarse el texto enteramente en hispánico occidental, comúnmente nombrado como lusitano, hace su interpretación desde luego difícil y controvertida, y, desde su primera publicación en 1943 (Almeida, 1943: 112), han sido muchas las traducciones ya propuestas (Santos, 2006: 42-48, 2007: 180-186). Seguramente, se refiere a cinco ofrendas animales destinadas a cinco o incluso seis divinidades: Trebopala recibe una oveja; Labbo un cerdo; Iccona (y?) Loiminna una comaiam (“una oveja preñada”?)21; Trebarune recibe una oveja calificada de usseam (“de calidad”)22; y, por último, Reve Tre[.] recibe un toro ifadem (“semental”?)23. El carácter ritual del texto parece eviden-

Poco podemos saber en concreto sobre el carácter de estas divinidades, pero su distribución geográfica, resulta, sin embargo, particularmente suge-

Prósper (2002: 53-55). Búa Carballo (1997: 324) y Untermann (2002: 69). 23 Tovar (1985: 244), Untermann (2002: 70) y Santos (2007: 186). 24 Es, de hecho, más verosímil considerar los tres primeros teónimos en nominativo. Si, por un lado, la aparente incompatibilidad sintáctica queda, así, inmediatamente solucionada, sin necesidad de conjeturar raros particularismos del dativo indígena (Tovar, 1985: 237-238) ni una evolución niveladora de los paradigmas de dativo en indoeuropeo occidental (Villar Liébana, 2001: 253-254), ni tampoco de buscar soluciones alternativas, intentando encuadrar la semántica textual en eventuales casos de ablativo (Búa Carballo, 1997: 326). Por otro lado, no sería tan extravagante que en un texto de marcado carácter ritual y no sujeto al formulario típico latino, las divinidades implicadas aparezcan, las primeras, en nominativo y las demás, enfáticamente en dativo, tal vez según un orden creciente de importancia (Santos, 2006: 42-48, 2007: 180-186). 21

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rente en cuanto a la problemática étnica que hemos venido tratando.

Esta situación, que creo poder ser nombrada más bien como identidad, es sobre todo clara en lo que respecta a la teonimia, siendo desde luego evidente que mientras divinidades como Reve, Nabiae y Ataecina están excluidas del territorio conformado por la Beira Interior y el Occidente de la provincia de Cáceres; Trebarune, el par Arantio/Arantia, Munidi y también Vortiaeco apenas están documentados aquí, según una distribución geográfica fuertemente coherente (Fig. 5-11).

Sayas y López Melero (1991: 110), señalan que “hay una clara diferenciación entre las tierras vetonas de las actuales provincias de Salamanca y Ávila, que proporcionan un mayor numero (…) y concentración (…) de unidades gentilicias y las tierras vetonas cacereñas, con sólo cuatro casos seguros y geográficamente dispersos. Por lo que hace al numero de teónimos, el panorama se invierte: las tierras cacereñas proporcionan más de 40 menciones de teónimos (…), mientras la provincia de Ávila apenas está representada y la de Salamanca lo hace sólo en seis casos”. Pero, esta específica realidad cacereña a la cual se refieren los autores, corresponde a la continuidad de un fenómeno idénticamente atestiguado en la Beira Interior. De hecho, como dice Salinas de Frías (2000: 139), “tanto desde el punto de vista del poblamiento, como de la sociedad y de la religión, La Beira portuguesa y la zona española contigua presentan, durante la Antigüedad, una gran continuidad y homogeneidad”.

Verificamos, así, la existencia de Trebarune en Coria (AE 1952, 42-43, AE 1958, 17, ILER 942) y en Cáparra, Oliva de Plasencia (AE 1967, 197, AE 1971, 157), bien como una forma lingüísticamente equivalente a Trebopala en la secuencia Munidi Eberobrigae Toudopalandaigae de la Ermita de San Gregorio, en Talaván (AE 1916, 8, HAE 1966-1969, 2393). Munidi está, por su parte, atestiguada por lo menos una vez con seguridad en Monsanto, Idanha-a-Nova (HAE, 1955-1956: 1065, AE 1967: 52, ILER 885). También Loiminna, presente en el Cabeço das Fráguas, surge en una de las inscripciones de Arroyo de la Luz (Mas-

Figura 5. Distribución de las dedicatorias a Reve.

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Figura 6. Conjunto de todas las dedicatorias conocidas a Nabiae y sus variantes.

Figura 7. Distribución geográfica de las inscripciones dedicadas a Ataecina, Ilurbeda Mentoviaeco y Tritiaeco: 1. Castillejo de Martín Viejo, Salamanca; 2. Tejeda, Salamanca; 3. Segoyela, Salamanca; 4. Góis, Coimbra; 5. Sintra, Lisboa; 6 y 7. Malpartida de Cáceres, Cáceres; 8 y 9. Salvatierra de Santiago, Cáceres; 10. Herguijuela, Cáceres; 11. El Gordo, Cáceres; 12. Caleruela, Toledo; 13. Talavera de la Reina, Toledo; 14. Saelices, Cuenca; 15-27. Alcuéscar, Cáceres; 28. La Garrida, Badajoz; 29-32. Mérida, Badajoz; 33. Medellín, Badajoz; 34. Salvatierra de los Barros, Badajoz; 35. Bienvenida, Badajoz; 36. Beja, Portugal; 37. Torrenga, Cáceres; 38. Villalcampo, Zamora.

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Figura 8. Ubicación de las inscripciones consagradas a Trebarune.

Figura 9. Mapa de las dedicatorias a Arantio/a.

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Figura 10. Distribución geográfica de las dedicatorias a Erbine, Munidi, Quangeio, Salama y Togae.

Figura 11. Distribución de las dedicatorias a Vortiacio: 1. Carrazeda de Anciães, Bragança; 2. Meda, Guarda; 3. Sortelha, Sabugal; 4. Salgueiro, Fundão; 5. Penamacor, Castelo Branco; 6. Barca de Montehermoso, Montehermoso, Cáceres; 7. Cáparra, Cáceres; 8. Malpartida de Plasencia, Cáceres.

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deu, 1800: 630-631), aunque no se pueda concretar su naturaleza teonímica en este caso específico. Al contrario, no tenemos, hasta el momento, referencias a Ataecina, a Reve -con la excepción del texto de Cabeço das Fráguas-; o a Nabiae, con tan sólo una dedicatoria en Sertã, Castelo Branco (CIL II 5623), de todas formas ya apartado del territorio considerado. Sin embargo, también Ilurbeda (Fig. 7), con una distribución algo coherente en el territorio vetón, queda excluida del área considerada.

de Ptolomeo. De todas formas, lo que los datos disponibles parecen apuntar, es un populus distinto, tal vez parte del gran étnico vetón, teniendo en cuenta la complejidad propia a las entidades étnicas. Si este populus sería o no lusitano es algo, sin embargo, imposible de decir. Según Guerra (1998: 825), el intento de identificación de una “etnia” lusitana queda clara en la frecuente alusión a unos “lusitanos propiamente dichos” en varios trabajos científicos, sin que se pueda todavía concretar esta alusión. De acuerdo con lo que sabemos hoy, la designación de Lusitani y su correspondiente toponímico, están, desde el punto de vista lingüístico, formados ya en época romana, por lo que tan incorrecto será hablar de una presunta “lengua lusitana” -documentada además en prácticamente todo el Occidente peninsular hasta la antigua Callaecia-, como de una etnia Lusitana. Es muy posible que, bajo la designación general de “lusitanos”, los autores clásicos hiciesen ocasionalmente también referencia a los Vettones, al igual que bajo la designación de “vettones”, los textos se refieran a otras realidades étnicas con ellos aparentados, posiblemente el caso de las comunidades del territorio conformado por la Beira Interior y el Occidente de la provincia de Cáceres.

¿De que forma podemos, entonces, interpretar este escenario?. Queda clara, a partir de los datos analizados, la individualidad del territorio conformado por la Beira Interior y el Occidente de la provincia de Cáceres, con rasgos familiares al mundo vetón, pero que en realidad, no puede ser verdaderamente incluido en su ámbito, conforme demuestra la cultura material. Tenemos, por otro lado, la referencia ptolemaica a la vettona Lancia Oppidana, ubicada por el registro epigráfico en esta misma región. Es posible que la aparente identidad entre el mundo vetón y este territorio, según la perspectiva del observador extranjero que se acerca a las realidades étnicas a través de todo un conjunto de informaciones de segunda mano, haya favorecido la inclusión de Lancia Oppidana en la lista de ciudades vettonas

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El siglo V a.C. en la Alta Extremadura

Sebastián Celestino Pérez Investigador Científico del CSIC. Instituto de Arqueología-Mérida José Ángel Salgado Carmona Rebeca Cazorla Martín Becarios predoctorales I3P del CSIC. Instituto de Arqueología-Mérida

Introducción.

la práctica totalidad de los hallazgos extremeños, salvo las fases más antiguas de Medellín y el Palomar de Oliva de Mérida, quedarían fuera de este periodo. Y si concebimos lo Orientalizante como la consecuencia de la transmisión cultural mediterránea en el ámbito indígena, parece que esta zona del interior sigue, sin apenas variaciones pero con su propia personalidad, las pautas que antes se desarrollaron en el suroeste peninsular, por ello, parece más lógico denominar a este periodo Orientalizante Tardío o Final para evitar la confusa definición de Post-Orientalizante, máxime cuando los objetos arqueológicos, los rituales funerarios, los edificios públicos o la arquitectura doméstica en nada difiere de los cánones conocidos con anterioridad al siglo VI a.C. en Tartessos.

Compartimentar la historia ha sido siempre uno de los problemas a los que nos enfrentamos los historiadores, aún más si, como es el caso de la Protohistoria del interior peninsular, carecemos de fechas o hechos concretos en los que situar los hitos cronológicos hasta la llegada de las legiones romanas. Sin embargo, el registro material documentado mediante la arqueología es capaz de mostrarnos procesos de cambio más o menos rápidos, así como periodos de continuidad y crisis. Una de las etapas que más personalidad arqueológica ha adquirido en los últimos tiempos es la denominada por primera vez por Almagro Gorbea (1977) como Periodo Orientalizante Tardío, periodo que comprende básicamente el siglo V a.C. en la zona extremeña. Posteriormente, la denominación ha caído en desuso, siendo sustituida por Periodo PostOrientalizante, acuñado también por Almagro Gorbea (Almagro Gorbea y Martín Bravo, 1994). Esta denominación ha sido ampliamente utilizada para definir situaciones o procesos que tuvieron lugar en el s. V a.C., y así se habla de poblamiento Post-Orientalizante (Jiménez Ávila y González Cordero, 1996), Toréutica Post-Orientalizante (Jiménez Ávila, 2002), contexto socio-económico Post-Orientalizante (Pavón, Rodríguez y Ortíz, 2000) o Época Post-Orientalizante (Jiménez Ávila, ed., 2008). Su uso está extendido tanto en la actual Extremadura como en la vecina Portugal1, pero no por ello faltan los críticos con un término que genera cierta incertidumbre, tanto cronológica como conceptual (Celestino, 2005). Si nos ceñimos a las fechas que históricamente cierran el Periodo Orientalizante, a mediados del siglo VI a.C.,

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La definición arqueológica de este término se empezó a llenar de contenido en la década de los 70 del pasado siglo, especialmente con el hallazgo de la necrópolis de Medellín, cuya Fase II corresponde con este momento, y del sitio de Cancho Roano. Yacimientos paradigmáticos en el estudio de la Protohistoria en la región. Posteriormente, la excavación del sitio de La Mata (Rodríguez Díaz. ed., 2004) y el estudio de otros túmulos similares (Jiménez Ávila, 1997, Rodríguez Díaz, ed., 1998) configuraron un panorama más rico y particular para el s. V a.C. en la Baja Extremadura. Por su parte, las excavaciones llevadas a cabo en la provincia de Cáceres, especialmente en el hallazgo de El Torrejón de Abajo y en la Cañada de Pajares, y los sondeos en El Risco y la Sierra del Aljibe durante la década de los 90, supusieron la diferenciación cada vez mayor con el panorama coetá-

Por citar solamente algunos títulos, siendo mayoría los autores que han utilizado y continúan usando esta terminología.

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La subfase IIIB apenas tiene constatación estratigráfica en las excavaciones, salvo en el Sector B, ubicado en uno de los accesos al poblado, donde se localiza un muro, ¿una muralla tal vez?, y bolsadas de material en las que han desaparecido prácticamente las reminiscencias cerámicas del Bronce Final, con material a torno de “perfiles evolucionados”, que permitirían atisbar una fase fechada a lo largo del siglo V a.C. (Enríquez, Rodríguez y Pavón, 2001: 93), en cuyos años finales el asentamiento se abandonaría. A esta fase corresponderían los materiales de la colección particular denominados como post-Orientalizantes (Jiménez Ávila y González Cordero, 1996). El único elemento que se ha fechado por sus características formales y técnicas en el Periodo Orientalizante, más concretamente en el s. VII a.C., es un soporte de bronce con forma de garra de felino que formaría parte de un thimiaterio (Jiménez Ávila y González Cordero, 1996: 182). El resto de materiales son también de bronce, habiéndose diferenciado diversas categorías funcionales. En primer lugar, estarían los elementos de vajilla, entre los que hay diferentes fragmentos de lo que pudieron ser, al menos, dos jarros, uno decorado con relieves de cabezas humanas. Son similares a los documentados en Cancho Roano, con base cónica, cuerpo globular, boca ancha, asa calada y dos orejetas semicirculares en el borde. Como elemento de vajilla también se ha incluido los fragmentos de un “braserillo” de tipo meridional, aunque más conveniente sería agruparlo, junto al thimiaterio, en los elementos rituales. Hay también restos de asadores, fechados en los siglos VI-V a.C.. Como piezas de adorno personal se ha destacado la presencia de tres fíbulas, dos anulares y un fragmento de doble resorte, y de un broche de cinturón fechado en el s. V a.C.. Finalmente, completan el conjunto fragmentos de arreos de caballo, unas campanillas de bronce y unos platillos de balanza. Hay otras piezas documentadas, sólo por medio de fotografías y dibujos que muestran, una serie de ponderales en bronce y plomo que se han supuesto, por analogías formales, del mismo patrón que los hallados en Cancho Roano (García-Bellido, 2003). Dentro de este conjunto también hay materiales no metálicos, en especial objetos de pasta vítrea, entre los que se ha identificado un ungüentario y varios fragmentos de cuentas de ensartar (Jiménez Ávila y González Cordero, 1996: 184). Por lo tanto, aunque no se halla documentado en la excavación una fase del Orientalizante Final, por los materiales de esta colección, en su mayoría fechados en el s. V a.C., se puede afirmar que El Risco estaría poblado en esta época.

neo en la Baja Extremadura. A pesar del tiempo transcurrido desde la publicación de los hallazgos no se han efectuado revisiones que analicen con cierto detalle el panorama arqueológico del s. V a.C. en la Alta Extremadura (Fig. 1).

El Risco (Sierra de Fuentes, Cáceres). El sitio arqueológico de El Risco se ubica en una de las cimas de la Sierra de la Mosca, en su sector meridional, con una altitud máxima de 664 m.s.n.m., aunque parece que la zona habitable se establece a unos 625 m.. Posee una superficie de unas 3,5 Ha.. Se encuentra definido por zonas amuralladas y desniveles muy acusados, que no necesitan de estructura defensiva alguna, como es la vertiente oriental. Sin embargo, en la vertiente occidental, menos pronunciada, se encuentran lienzos de muralla que alternan con escarpes rocosos. La muralla, de cronología no establecida, está realizada con pizarra en seco. En el interior de este perímetro se localizan zonas llanas que son las que se ocuparían por las estructuras de hábitat de forma dispersa. El sitio era conocido desde finales de los años 80 del siglo XX por proceder de él una colección de materiales metálicos expoliados, que estaba en poder de un particular, pero no se pudo excavar, con carácter de urgencia, hasta 1991 y 1993, intervenciones llevadas a cabo desde el Departamento de Prehistoria de la Universidad de Extremadura La excavación ha constatado la existencia de varios niveles de ocupación del asentamiento, principalmente de época calcolítica, la Fase I, del Bronce Final, Fase II y de época Orientalizante, Fase III (Enríquez, Rodríguez y Pavón, 2001: 99-105). La continuidad habitacional entre las tres fases no está constatada, ni siquiera entre las Fases II y III, aunque parece bastante probable que la población fuera ya prácticamente estable entre los siglos VIII y V a.C. (Enríquez, Rodríguez y Pavón, 2001: 103). La Fase III se ha subdivido en dos subfases: IIIA y IIIB. La subfase IIIA, fechada entre los siglos VII y VI a.C. (Enríquez, Rodríguez y Pavón, 2001: 92), es la que más entidad ocupacional tiene en el asentamiento, documentándose estructuras de habitación de planta redondeada a base de piedras hincadas con un apoyo central para el poste que sostendría la cubierta. 198


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Sierra del Aljibe (Aliseda, Cáceres).

gular con ripios, con una anchura en torno al metro y medio y sin cimentación alguna. En el Corte 1 el muro se encontraba reforzado en ambas caras, interior y exterior, por dos paramentos de técnica algo más cuidada. Esta reforma se ha interpretado como una refacción del muro tras su posible derrumbe parcial, supuestamente evidenciada por un derrumbe de piedras hallado hacia el exterior (Rodríguez y Pavón, 1999: 35). La interpretación de estos muros es dudosa, pudiendo ser tanto una muralla como un bancal de aterrazamiento (Rodríguez y Pavón, 1999: 71), aunque, como hemos dicho, la primera función no elimina la segunda. Respecto a los materiales hallados, aparte de algunos hallazgos líticos y de “escorias y fragmentos metálicos indefinidas” (Rodríguez y Pavón, 1999: 71), el material más abundante es la cerámica. Los porcentajes de cerámicas a mano y a torno varían respecto a la fase precedente, ya que la cerámica torneada alcanza el 33%, alcanzando en algunos sectores el 40% (Rodríguez y Pavón, 1999: 71).

El sitio arqueológico de la Sierra del Aljibe se sitúa sobre una destacada elevación que se integra en la Sierra de San Pedro, divisoria de aguas entre el Tajo y el Guadiana. El asentamiento se sitúa en la mitad oriental de la sierra, concentrándose los hallazgos de superficie por encima de la línea de los 580 m., en la parte más alta de la elevación (Rodríguez y Pavón, 1999: 21). La superficie habitada se ha estimado en unas cuatro Ha., localizado principalmente en la ladera Nordeste, aún a pesar de su acusada pendiente, atenuada por la presencia de escarpes artificiales, que pudieran ser recintos amurallados o terrazas (Rodríguez y Pavón, 1999: 22), si bien el primer caso puede actuar estructuralmente como el segundo. El entorno está caracterizado por abundantes recursos agropastoriles, cinegéticos y mineros, principalmente estaño y oro y, en menor medida, galenas argentíferas (Rodríguez y Pavón, 1999: 99). El asentamiento está estratégicamente situado, sobre varios puertos que comunican la penillanura con las vegas bajas del Guadiana, como son el Puertollano, los Terreros y los Acehuches (Rodríguez, Enríquez y Pavón, 1995: 44).

Dentro de la producción oxidante hay que destacar la presencia de ánforas de tipo Ibérico. Finalmente, hay que valorar la presencia de un fragmento de copa ática, del tipo “Cástulo”, y la posible atribución a esta fase de un fragmento de ungüentario de vidrio polícromo (Rodríguez y Pavón, 1999: 77).

Sólo se ha realizado una campaña de excavación en el año 1995 a cargo del Área de Prehistoria de la Universidad de Extremadura. Se realizaron varios cortes o sondeos sobre los dos escarpes artificiales con el fin de evaluar qué información se había perdido al trazar la pista de acceso a las antenas (Rodríguez y Pavón, 1999: 30).

Los análisis antracológicos realizados para esta fase demuestran un descenso del entorno de encinas y coscojas, así como la presencia por vez primera de olivo. Es la época analizada en que la dehesa presenta sus índices más bajos, lo que se ha relacionado con un mayor aumento de la ganadería y la agricultura, en la que el trigo y la cebada desnuda tuvieron especial importancia (Duque Espino, 2005: 546-547).

La secuencia documentada comprende cuatro fases, desde el Bronce Final, Aliseda I, hasta el Orientalizante Tardío, Aliseda III, la continuidad del hábitat parece segura, sin embargo, la última ocupación del sitio o Aliseda IV, de época romano-republicana, se realiza sobre un asentamiento abandonado hacía tiempo (Rodríguez y Pavón, 1999: 99-104).

Torrejón de Abajo (Cáceres). El sitio arqueológico del Torrejón de Abajo se sitúa en una pequeña loma, algo elevada respecto a la zona circundante en las proximidades del río Guadiloba (García-Hoz y Álvarez Rojas, 1991: 199).

La Fase III se identifica con el Orientalizante Tardío o, como los autores prefieren denominar, PostOrientalizante, a lo largo del s. V. a.C.. Se trata de una fase en la que a pesar de la “continuidad cultural respecto a la precedente” (Rodríguez y Pavón, 1999: 102), se observan sustanciales diferencias, entre ellas la constatación de elementos constructivos. Se trata de sendos muros transversales a la pendiente hallados en los dos cortes realizados. Se conservan solamente unas pocas hiladas realizadas con aparejo irre-

La zona en la que se asienta se caracteriza por su fuerte erosión debido a los cultivos y a la deforestación, aunque el paisaje típico de la zona cuando la cobertura vegetal no se ha eliminado es el de dehesa. Destaca en la zona la presencia de acuíferos y la formación de filones o bolsadas metalíferas (GarcíaHoz, 1991: 457), que aunque explotadas en el pasa199


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do no presencian evidencias de su laboreo en épocas protohistóricas. Así mismo, la zona es atravesada por un cordel ganadero, llamado “Camino de Vinateros”, que une los vados de Medellín, sobre el Guadiana, con el de Alconetar, que permitía vadear el Tajo (García-Hoz y Álvarez Rojas, 1991: 199).

El segundo espacio también es de planta rectangular. Se adosa al ámbito septentrional a través de un recrecimiento del muro Sur de éste, desde el acceso hasta la esquina Suroeste. No están alineados, sino que este segundo espacio se sitúa más hacia el Este. En su interior tiene un poyo corrido adosado a la pared Oeste, prolongándose ligeramente por los laterales. El lado Sur posee una interrupción que lo comunica con el siguiente espacio cuya funcionalidad se ha puesto en duda.

El hallazgo del sitio se produjo en Septiembre de 1988, cuando al realizar tareas agrícolas, los propietarios de la finca encontraron una serie de bronces que trasladaron al Museo de Cáceres. La importancia otorgada a los mismos determinó realizar una excavación de urgencia, realizada en febrero de 1989 y dirigida por Antonio Álvarez Rojas, director del museo. Una segunda campaña tuvo lugar en octubre de ese mismo año, esta vez dirigida por GarcíaHoz. Dos nuevas campañas sucesivas se realizaron en 1997 dirigidas por José Ortega, sin que por el momento se hayan publicado los resultados (Fig. 2).

Otro espacio se localiza al Sur de los anteriores. Sus dimensiones son de 4 por 2 metros. Se adosa al espacio anterior reaprovechando el muro de cierre Sur, por lo que el vano comunica las dos estancias. Tampoco es de la misma anchura, por lo que tampoco coinciden sus lados menores. Sí ocurre esto con las estancias restantes, adosadas con la misma técnica que la anterior. Se trata de dos estancias simétricas de 1 por 2 metros de las que sólo se ha publicado la situada en la zona oriental, quedando la occidental inédita.

Éstas excavaciones han demostrado la existencia de una serie de estructuras cuadrangulares adosadas entre sí, con una perfecta orientación cardinal, que sólo conservaban el zócalo de mampostería de pizarra y un único nivel de circulación, todo ello sobre una acumulación de tierra de unos 10 cms. sobre la roca madre (García-Hoz y Álvarez Rojas, 1991: 199).

Los materiales hallados en las dos primeras campañas de excavación son en su mayor parte cerámicos, pero no muy abundantes. Además no se distribuyen de forma homogénea por todas las estancias, sino que están casi ausentes en la estancia septentrional y se concentran en las restantes (García-Hoz y Álvarez Rojas, 1991: 199). Se han recuperado al menos cuarenta recipientes diferentes, la mayoría fabricados a torno lento, con pastas con desgrasantes gruesos, cocciones irregulares y acabados toscos, algunos con decoraciones incisas en el cuello y galbo. Son en su mayoría recipientes de almacenaje que se han paralelizado con los del horizonte Proto-Orientalizante de Medellín así como con los de Cancho Roano. Estos paralelos son, en nuestra opinión, más influenciados por una falta de estudio que por un paralelismo real, ya que el horizonte cronológico propuesto es excesivamente amplio y contrasta con la corta vida que se supone tuvo el sitio (García-Hoz y Álvarez Rojas, 1991: 203). Otras producciones localizadas son las de la cerámica gris orientalizante así como acabados en engobe rojo, especialmente sobre cuencos y platos.

Los espacios delimitados van decreciendo en tamaño de Norte a Sur. El mayor, situado al Norte, es un espacio cuadrangular que está precedido en su flanco oriental por un área enlosada en la que se abre una oquedad en la zona anexa a la fachada. Se ha definido como cuadrangular (García-Hoz y Álvarez Rojas, 1991: 199), pero si el dibujo publicado es correcto, podemos interpretar que la fosa posee forma de piel de bóvido extendida. El acceso a esta primera estructura se realizaría por su lado Sur, pero al adosarse la estructura meridional se redefine un acceso acodado, abierto al Este. En su interior se documentó una serie de piedras planas, que se han interpretado como apoyos de postes que sostendrían la cubierta (García-Hoz y Álvarez Rojas, 1991: 199), y junto al muro Este una zona de acumulación de piedras que delimitaban un espacio regular. Fue en esta zona donde se hallaron los bronces que supusieron el motivo de la excavación, en una zona en la que destacaban los restos de combustión. Así mismo, en la esquina Noroeste apareció una urna cerámica elaborada a mano y con ungulaciones en el cuello que contenía restos muy escasos de huesos calcinados (García Hoz y Álvarez Rojas, 1991: 203).

Así mismo, existen referencias a otros materiales (Rodríguez Díaz, 1994: 113, nota 3) fechados en el s. VI a.C., aunque documentados en la fase final del edificio: un aríbalos de Naucrátis, un alabastrón, un infundíbulum o un despothes theron. 200


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derrumbes constructivos y carbones, el sitio se reutilizó como túmulo funerario, momento en que se depositaría el lecho y la urna funeraria. La cronología del sitio se apoya exclusivamente en la fecha de los bronces, por lo que adquiere una relatividad evidente. Esta interpretación, como edificio sacro que actuaba como centro de intercambios comerciales, ha sido valorada por autores como Torres (2002: 314), quien destaca su función como santuario dinástico, lo que lo asimilaría al santuario de la Alcudia de Elche. Así mismo, Almagro Gorbea (2007) propone que el edificio en cuestión se tratara de un Heroon, un edificio de culto a los antepasados divinizados.

No obstante, el material más destacado del sitio corresponde a los bronces. Se trata de nueve piezas distintas que tienen en común su formación a partir de un grueso tubo hueco con diferentes remates que permite entenderlos como apliques. Hay hasta cinco tipos diferentes (Jiménez Ávila, 1998: 74), pero entre ellos destacan aquellos con remates zoomorfos y antropomorfos. La unión de tres de los tipos, uno liso, uno zoomorfo y otro antropomorfo, formaría una esquina de un lecho o cama realizado en materiales perecederos. Del conjunto destaca las marcas realizadas para el montaje de las diferentes piezas y los remates en forma de león y de esfinge (Jiménez Ávila, 1998: 82), aunque anteriormente se había identificado como Astarté (García-Hoz: 1991: 460). Tampoco hay unanimidad al considerar tanto el origen como la cronología de estas piezas. GarcíaHoz cree que los bronces son productos de un taller peninsular indígena influido por las corrientes orientales, y fecha el conjunto a finales del s. VI a.C. (García-Hoz, 1991: 460). Por su parte, Jiménez Ávila, fecha el conjunto, mediante paralelos, en el siglo VII a.C., considerando su factura realizada por talleres coloniales fenicios (Jiménez Ávila, 1998: 92). Por el contexto arqueológico, especialmente por haberse hallado junto a la urna con restos cremados, se ha interpretado que todos los bronces formarían parte de un lecho funerario, aunque aparecieron junto a otros elementos metálicos como pequeños fragmentos de bronce y dos objetos de hierro en forma de regatones de gran tamaño (Jiménez-Ávila: 1998: 67).

Por otra parte, Rodríguez Díaz (1994: 113), basándose en las estructuras no publicadas, consideradas de habitación, cree que el conjunto formaría parte de un pequeño hábitat estructurado en torno a un edificio de mayores proporciones con contenidos religiosos y económicos. Por lo tanto, considera que la actividad primordial era la de hábitat, sin que el aspecto religioso o funerario fueran los más importantes. Sin embargo, considera que debido al pobre entorno en el que se asienta y al tamaño del hábitat, la existencia del sitio estaría condicionada por su cercanía a las vías de comunicación, que lo convertían en un enclave comercial que se relacionaría con núcleos de las cercanías, como el asentamiento de El Risco. Por último, Jiménez Ávila propone otra hipótesis para el conjunto del Torrejón de Abajo (1998: 6970). Parte de la dificultad que encuentra para articular un sistema coherente de techado de las estructuras, especialmente de la habitación mayor. Así mismo, destaca la escasa “organicidad” de las estructuras, con los adosamientos de unas estructuras con otras que plantean la duda de si se puede entender el conjunto como un verdadero edificio. Otro punto de discordia es la escasa cantidad de materiales hallados, que, a su juicio, no prueba que se trate de un espacio de hábitat. Para terminar, el carácter funerario del conjunto en su último momento de uso, así como los paralelos que otorgan algunas necrópolis del Bajo Alentejo portugués y de la zona del Guadiana, como El Jardal, le llevan a proponer el carácter exclusivamente funerario del sitio. El que éste se encuentre en el área de influencia de un asentamiento como El Risco también le invita a pensar en esa función, ya que la gran mayoría de sitios cercanos a asentamientos son necrópolis, si bien olvida que también pueden ser santuarios y que el edificio en sí no es una necrópolis, sino en todo caso una tumba singular completamente aislada.

Así pues, y teniendo en cuenta que para sus primeros excavadores los bronces eran de finales del s. VI, debemos entender que la vida del edificio estaría entre esta fecha y finales del s. V a.C.. La interpretación general del sitio arqueológico tampoco está exenta de debate. La primera interpretación dada sobre el conjunto es la de un recinto de culto, centrado en la habitación septentrional, con zonas de almacén. Esta hipótesis se basa en sus “peculiares características” constructivas y en la presencia del hoyo del enlosado, interpretado como una favissa. La construcción estaría justificada por su ubicación en una zona metalífera, aun a pesar de que no hay ni una sola evidencia de su explotación, y por su proximidad a una vía de comunicación importante, por lo que el santuario funcionaría como lugar de mercado o intercambio. Posteriormente, tras una corta vida y sufrir una destrucción violenta, evidenciada según sus excavadores por la presencia de 201


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Tesoro de Serradilla (Serradilla, Cáceres).

cronología se ha establecido a finales del VI o a lo largo del V a.C.. El lugar de hábitat contemporáneo más cercano lo encontramos a tres kms. al Noroeste, el llamado Cancho de la Porra en Mirabel (Martín Bravo, 1999: 96, 108).

Serradilla se localiza en las cercanías del Tajo, junto al Parque Natural de Monfragüe, lugar donde el río se encajona y serpentea para atravesar las estribaciones de la Sierra de las Villuercas. Por el Norte, la localidad está rodeada de sierras que son atravesadas por arroyos, que han fracturado el paisaje formando hondas gargantas. Hacia el Sureste corre el río Tajo, que corta la sierra por el Portillo de Peñafalcón, una imponente roca cuarcítica de paredes verticales. Hacia el Sur el paisaje se torna casi llano hasta llegar de nuevo al cauce del Tajo. Esta zona está dominada por la dehesa. El río hoy se muestra estancado y a una cota más alta de la original debido a la construcción de embalses aguas abajo, pero antes de que éstos se construyeran, una vez superado el Portillo de Peñafalcón, se ensanchaba y remansaba formando una amplia vega con arenales y la isla de la Taheña. No obstante, la dificultad de paso obligaba al uso de barcas, muy frecuentes en esta zona.

El conjunto presenta una filiación indígena innegable, pues a pesar de la incorporación de técnicas de origen mediterráneo, ninguno de los típicos temas orientales aparece representado en las piezas. Presenta además todas las características de la denominada Unidad de Producción de Estilo Suroccidental, como los hilos sogueados para dar sensación de espigados, los triángulos de granulado, los hilos enrollados en solenoide, las grapas para asegurar las placas, los colgantes de doble jaulilla, etc.; es decir, una serie de características que definen por sí solas el peculiar estilo indígena. La circunstancia de su hallazgo, así como el deficiente estado de conservación que ofrecía, fueron el argumento que Almagro utilizó para considerarlas como un ocultamiento de fundidor, pero nada más lejos de esa hipótesis, fundamentalmente por el escaso peso del conjunto. Parece más bien una ocultación practicada tras la amortización de un conjunto de valor ritual, lo que justificaría el esmero en conservar el tema central de su iconografía a pesar del recorte a que fue sometida la pieza principal (Celestino y Blanco, 2006: 148).

El tesoro fue descubierto en 1965 por Julián Cardador Gómez, barquero de la localidad, en un olivar de su propiedad llamado “del Chorlito”, un paraje de gran pendiente con canchales cercano al pueblo, aunque este punto se ha puesto en duda (Celestino y Blanco, 1999: 134). Las noticias del hallazgo relatan que se encontró escondido en una vasija de barro que se rompió, sin que se pudiera recuperar ningún fragmento. El tesoro se conservó un tiempo en la casa del propietario de la finca, hasta que en su intento de venderlas en una joyería de Plasencia alertó a la policía. El tesoro pasó entonces a depósito del Museo de Cáceres, donde actualmente se exhibe.

Cañada de Pajares (Villanueva de la Vera, Cáceres). La finca de Pajares se sitúa al Sureste de Villanueva de la Vera, con una extensión de unas 200 Ha.. Las prospecciones realizadas han evidenciado la existencia de al menos cinco necrópolis individualizadas y otros tres lugares de hábitat bien diferenciados. Las primeras se localizan en la parte baja de la finca, junto a diferentes cursos de agua, mientras que los asentamientos ocupan zonas de media altura, controlando ampliamente el valle (Celestino y Martín, 1999: 357, Celestino, 2008). En estas zonas, más aptas para el cultivo, se ha documentado abundante registro material. Su distribución es bastante amplia, llegando a proponerse la hipótesis de que se tratara de un hábitat disperso formado por pequeñas granjas (González Cordero y otros, 1990: 133).

El hallazgo está formado por veinticuatro piezas de oro de 103 gramos de peso que se encontraban muy fragmentadas, lo que ha propiciado la hipótesis de que se tratara de una ocultación para su posterior fundido (Almagro Gorbea, 1977: 222). Está formado por dos arracadas circulares; dos con creciente y apéndice triangular de glóbulos formando racimo; dos con creciente más ancho y apéndice similar a las anteriores; dos cadenas; un fragmento decorado con cordoncillos; un fragmento de oro retorcido; un cilindro de oro y siete placas trapezoidales fragmentadas, una de ellas decorada con una cabeza de perfil sobre un doble prótomo de ave (Fig. 3), las otras con motivos circulares y en forma de bellota (Almagro Gorbea, 1977: 222-226, Perea, 1990: 202, Celestino y Blanco, 2006: 146-149). Su

Las primeras noticias que se tienen del sitio arqueológico proceden del hallazgo de una de las necrópolis, denominada como Pajares I (González 202


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La última zona de hábitat, o Zona 3 se excavó en paralelo a la necrópolis II y tenía como objetivo tratar de documentar el contexto en el que habían aparecido los materiales áureos (González Cordero, Alvarado y Blanco, 1993, Blanco y Celestino, 1998). Se sitúa más al Sur que las anteriores, en una zona más baja y algo alejada. En uno de los cortes se documentó una cabaña de planta oval semiexcavada en la roca natural con un pavimento de tierra apisonada. En el centro apareció un hogar circular y un contenedor cerámico semienterrado en el suelo. Del sistema constructivo no se conoce más que el tapial que rellenaba la estructura, aunque se ha supuesto que existiría un zócalo de piedra. Otra cata deparó el hallazgo parcial de una estructura similar a la anterior. Sin embargo, posterior a su derrumbe se documentó un potente nivel de incendio. A pesar del hallazgo de las placas de oro junto a este lugar de hábitat, destaca la escasez de otros materiales donde apenas se localizaron fragmentos cerámicos, por lo que se deduce que el incendio se produjo tras su total abandono (Fig. 4).

Cordero, 1999). En 1987 unas lluvias torrenciales dejaron al descubierto el borde de varias vasijas que fueron extraídas por el propietario de las tierras, D. Manuel Andrés González, quien se puso en contacto con el arqueólogo A. González Cordero y entregó las piezas al Museo de Cáceres. Fruto de este hallazgo es la primera publicación relacionada con la finca (González Cordero y otros, 1990). Posteriormente, los continuados trabajos agrícolas y la riqueza arqueológica de la finca llevaron al hallazgo de otros objetos, como una serie de piezas de orfebrería áurea, bronces, hierros, cerámica o adornos de pasta vítrea (González Cordero, Alvarado y Blanco, 1993: 250), que sirvieron como reclamo para el inicio de una serie de actuaciones arqueológicas en la finca (Celestino, ed., 1999), bien sistemáticas o de urgencia, ya que el uso del detector de metales por parte de los expoliadores obligó a realizar una serie de excavaciones para tratar de dilucidar el contexto de lo expoliado. Se conocen cuatro zonas de hábitat que han sido excavas por diferentes motivos. La primera de ellas o Zona 1 era una excavación de urgencia tras el expolio de un recipiente ritual y una escudilla de bronce (Celestino y Martín, 1999: 360). Se documentaron dos fases de ocupación separadas por un nivel de abandono en las que predominaban los agujeros de poste, encanchados de piedra recubiertos de arcilla y restos de hogueras. Apenas apareció material arqueológico, excepto el extraído por los furtivos, que se pudo documentar que estaba en un agujero, tal vez a modo de ocultación. La interpretación del lugar es compleja, ya que a pesar de que con seguridad se trata de una zona de hábitat, no es seguro que los restos documentados se correspondan con una vivienda. La Zona 2 se sitúa al Noreste de la primera, y, al igual que ella, fue objeto de intervención tras haber sido expoliados cinco “braserillos” de bronce. La excavación evidenció la existencia de agujeros, con variados tamaños y sin un orden aparente, que cortaban al menos a tres estratos. Las fosas poseían diferentes funciones, bien como basureros, bien como apoyos de poste o de otros elementos constructivos en madera. Así mismo, uno de los agujeros, realizado en el estrato más moderno, sirvió para apilar y ocultar los “braserillos”. La inexistencia de niveles de uso o pavimentos ha llevado a plantear la existencia en esta zona de una estructura en altura, separada del suelo, tal vez con función de almacenaje a modo de hórreo (Celestino y Martín, 1999: 362).

Por último, en las campañas de 2000 y 2001, se excavó en área una superficie de 1000 metros cuadrados en la zona de donde procedía un caldero de bronce recuperado años antes y donde se halló in situ una escudilla también de bronce. Se pudieron individualizar hasta tres fases de la I Edad del Hierro (Celestino, 2008). La Fase I estaba constituida por seis unidades estratigráficas relacionadas con la construcción de una cabaña ovalada situada en la zona meridional del área excavada. En el espacio interior se documentaron tres agujeros de poste con los restos de las maderas carbonizados en su interior y las piedras que los calzarían. La Fase II es la mejor documentada por la complejidad de las construcciones que la conforma; destaca especialmente una construcción de 11 x 5 metros a la que se asocian hasta 51 unidades estratigráficas relacionadas tanto con las actividades constructivas del complejo como con sus diferentes momentos de uso. En la pared Norte de la construcción se practicó un vano de 1,20 metros por donde se accede al interior del edificio, puerta que estaba flanqueada por dos pequeñas estructuras rectangulares para reforzarla. Uno de los elementos más significativos es el hogar rectangular que se levantó en el centro del espacio, construido con bastante esmero sobre un zócalo de piedras de granito sobre el que se aplicaron varias capas de arcilla roja muy endurecidas por la continua combustión de la estructura (Fig. 5). 203


Sebastián Celestino Pérez, José Ángel Salgado Carmona, Rebeca Cazorla Martín

1999) se sitúa al pie de una colina, en tierras no aptas para el cultivo. Se documentaron diez enterramientos de cremación en urna que, en tres casos, eran de bronce roblonado. Las urnas se acompañaban del ajuar funerario, entre el que podemos encontrar los elementos típicos de Cogotas II, aunque destaca especialmente la aparición de treinta cuentas de collares, brazaletes y pendientes de pasta vítrea azulada (González Cordero, 1999: 30).

El hogar, de 1,20 x 0,80 m., estaba rodeado por una serie de agujeros de poste muy profundos y rellenos con grandes piedras de granito, lo que parece abogar por la existencia de una cubierta pesada a base de vigas transversales. A pesar de la inexistencia de pavimentos, la dispersión por buena parte del espacio de un gran número de bellotas carbonizadas, permitió homogeneizar un suelo de uso realizado con tierra apisonada. Es muy posible que el hogar, dadas las anteriores circunstancias, tuviera como función principal el torrefactado de estos frutos, mientras que el resto del espacio parece claro que estuvo dedicado a labores manufactureras, así al menos parece avalarlo el gran número de molederas y los molinos barquiforme hallados o la cerámica de almacén documentada. Tan sólo se pudo recuperar un fragmento de vaso decorado “a peine” y una pulsera de bronce en el interior de uno de los agujeros de poste, tal vez relacionada con algún rito de fundación del complejo. La importancia de la bellota en esta época está muy bien atestiguada en otros yacimientos (Pereira y García Gómez, 2002), pero sorprende la ingente cantidad recuperada en torno al hogar, máxime cuando parece que todo este espacio fue abandonado sistemáticamente, lo que justificaría la ausencia de materiales más significativos.

La necrópolis II se excavó en dos fases, una de urgencia y otra sistemática (Celestino, Martín y Blanco, 1999). Se asienta sobre una elevación natural de granito sobre una pequeña planicie enmarcada por dos arroyos, lo que lo asemeja a un túmulo artificial. A esto ayuda el hecho de que estuviera rebajado y regularizado por todas sus vertientes más abruptas. Así mismo, parece que el conjunto de la necrópolis se encontraba delimitada por piedras en los bordes de la elevación. La mayoría de enterramientos se localizaban en la cima, que había sido despojada de la cobertura vegetal, aprovechando los huecos de la roca y cubiertos por un estrato de tierra. Es probable que al exterior contaran con una estela de piedra como señalización. Se han documentado 27 depósitos de enterramientos de cremación en urna, que, al igual que en la anterior necrópolis, estaba realizada en algunos casos por medio de finas placas de bronce roblonadas. Así mismo, también se constató la presencia de “braserillos” o aguamaniles, como el que se encontraba utilizado a modo de tapadera en el llamado “conjunto previo 1” (Celestino, Martín y Blanco, 1999: 40, 78.). Al igual que la anterior necrópolis, la mayoría de la cerámica estaba realizada a mano con las decoraciones típicas del mundo de Cogotas II, complejo al que también se adscribe la composición de los ajuares, pero como también ocurre en El Raso, destaca la presencia de cuentas de pasta vítrea. En una ofrenda aparecieron medio centenar de cuentas pequeñas de color azul que debieron de pertenecer a algún collar.

Todas las zonas de hábitat excavadas son abiertas, de pequeño tamaño y carentes de defensas. Por otra parte, la existencia de diversas fases de ocupación de sendas zonas se puede interpretar por la existencia de abandonos temporales y su correspondiente reutilización periódica, tal vez en determinadas épocas del año (Celestino y Martín, 1999: 363). El material arqueológico es similar en todas las zonas, con cerámica bruñida de pastas oscuras y decoración geométrica a peine. También se han hallado algunos materiales importados, como cerámica ibérica pintada o cuentas de pasta vítrea. Finalmente, hay que destacar que los materiales metálicos, tales como los recipientes rituales de bronce o las piezas de orfebrería áurea, estaban ocultos cerca o en las zonas de hábitat, por lo que se trataría de piezas relacionadas con la vida de las gentes del poblado, probablemente ocultaciones, y no con sus necrópolis.

La denominada Necrópolis III (Celestino y Martín, 1999b), se localizó a tan sólo un centenar de metros de la Necrópolis II. No se ha excavado, por lo que se conoce por los hallazgos de superficie. Se ubica sobre una elevación de similares características a la anterior, pero de dimensiones aún mayores. Los enterramientos son de la misma cronología y rasgos materiales, pero destaca la aparición de una clepsidra muy parecida a la hallada en el enterramiento de Belvis de la Jara (Pereira, 2006).

Las necrópolis documentadas en la finca de Pajares son tres, aunque se conocen de forma desigual y no todas han aportado la misma cantidad de información (Celestino, ed., 1999). La Necrópolis I (González Cordero y otros, 1990, González Cordero, 204


El siglo V a.C. en la Alta Extremadura

Por último, apuntar la gran homogeneidad que presentan estas necrópolis en cuanto a sus respectivos ajuares. Destacan especialmente la relativa abundancia de urnas de bronce que, por las armas que acompañan a algunas de ellas, parecen corresponderse con personajes masculinos. Así mismo, existe cierta sincronía en los enterramientos, depositados en un lapso de tiempo relativamente corto, desde mediados del s. V a inicios del s. IV a.C..

Especial mención merece la gran cantidad de piezas de pasta vítrea recogidas tanto en las excavaciones como en superficie. Hay por lo menos 10 ungüentarios distintos, pero existen 20 fragmentos que pudieran corresponder a otros tantos recipientes. Sería el segundo lugar de la península, después de Ampurias, donde más ejemplares se habrían localizado (Jiménez Ávila, 1999: 142). Así mismo, hay más de trescientas cuentas de collar, de variados tipos: anulares de color azul, bitroncocónicas, oculadas, gallonadas o con incrustaciones tridimensionales. También sobresale el hallazgo de un colgante testiforme, que sería el noveno hallado en la península, lo que evidencia su escasa circulación. Por último, destacar la presencia de copas griegas tipo Cástulo aparecidas en el entorno de las necrópolis, aunque fuera de contexto arqueológico (Sánchez Moreno, 1999); el dato más relevante es sin duda la relativa precisión cronológica que otorga al yacimiento en su conjunto, entre mediados del V y principios del IV a.C..

En cuanto a los materiales arqueológicos, y amén de los exhumados en los asentamientos y las necrópolis detectadas, existe una gran cantidad de material recogido en superficie a lo largo de toda la finca. Entre éstos hay que valorar por su importancia un conjunto de piezas aparecidas en la zona excavada, donde se halló el conjunto áureo, que podría avalar la hipótesis de la existencia de un taller de orfebre en esta zona (González Cordero, Alvarado y Blanco, 1993: 259). Se recogieron dos toberas de arcilla que formarían parte de un horno, varios punzones y agujas especialmente diseñadas para el trabajo de grabado repujado sobre planchas de metal, un plato de una balanza, un carrete de trefilar fabricado en bes y un parahuso cilíndrico de arenisca con una escotadura sobre la que se enrollaban los hilos de metal para fabricar cadenetas.

Conclusiones. Con los datos expuestos, aunque parcos para esta zona del valle del Tajo en su tramo extremeño, podemos concluir que hay dos tipos de asentamientos: aquellos que perviven desde etapas precedentes (El Risco, Sierra del Aljibe), que además son los que evidencian una mayor estabilidad en el poblamiento, y los fundados a fines del s. VI o en el s. V a.C.: El Torrejón de Abajo y los poblados de la Cañada de Pajares. Así mismo hay que destacar la orfebrería característica de este momento, representada por el hallazgo de Serradilla y el conjunto de Pajares.

El conjunto áureo de Pajares es uno de los últimos hallazgos de orfebrería orientalizante. La primera placa fue publicada en 1993, mientras que la segunda fue divulgada en 1998 (González Cordero, Alvarado y Blanco, 1993, Blanco y Celestino, 1998, Celestino y Blanco, 1999, de la Bandera, 1999). El conjunto se compone de dos placas idénticas, un elemento de diadema, una chapita con rostro humano y disco y una placa con decoración zoomorfa. Las placas desarrollan una decoración en la que destacan los motivos en forma de piel de toro extendida, la crestería de palmetas y flores y los prótomos con una cara humana repujada (Blanco y Celestino, 1998: 63, Celestino y Blanco 2006: 140-145). Esta decoración, que invita a pensar en un carácter sacro para estas piezas, parece estar reflejando un ciclo astral relacionado con una cosmogonía indígena. La pieza de diadema es casi idéntica a la documentada en la tumba 78 del Sector B de Las Guijas, en Candeleda (Fernández Gómez, 1996), mientras que la chapa con decoración de rostro humano y disco parece que formaba parte de algún colgante. Finalmente, la placa con decoración zoomorfa pudo formar parte de un cinturón de similares características al de Aliseda.

Se ha querido ver en el s. V a.C. un “declive de poblaciones ancladas en estrategias territoriales y principios socioeconómicos que, aunque con signos evidentes de crisis y agotamiento, sólo muy puntualmente autogeneran soluciones alternativas dentro de un ambiente de continuidad cultural” (Rodríguez y Enríquez, 2001: 199). Sin embargo, este “declive” es más una apreciación basada en la posterioridad que en un análisis de la situación durante el siglo V; es decir, la sociedad entró en declive a finales de la centuria, al igual que en otras zonas de la Baja Extremadura, pero nadie calificaría de “declive” las sociedades que realizaron la escultura ibérica o, en el ámbito geográfico más cercano, las que levantaron Cancho Roano o La Mata. Por lo tanto, la comparación 205


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con contextos ajenos a la cuenca del Tajo y no con los cronológicamente anteriores es lo que lleva a tan pesimista calificación.

ungüentario, y otro tipo de producciones locales relacionadas con las técnicas y motivos orientalizantes. Así mismo, destaca el hallazgo en el entorno de un pequeño aplique de bronce procedente de Etruria que representa a una mujer reclinada fechada a finales del s. VI o comienzos del V a.C. (Molinero, 1958, Fernández Gómez, 1972: 274-275, 1986: 479, 1990). Por otra parte, en la penillanura también encontramos restos que nos indican la llegada de objetos de lujo a larga distancia, como los objetos de pasta vítrea o las importaciones ibéricas de La Sierra del Aljibe o los fragmentos de cerámica griega del siglo V a.C. encontrados en la necrópolis de El Castillejo de la Orden, donde hay varios fragmentos de copas griegas fechadas en el siglo V (Jiménez y Ortega, 2004), interpretadas como pervivencias, pero que sirven para constatar la llegada de productos de exportación desde el Mediterráneo hasta esta zona, evidentemente, a través del Guadiana.

Si entramos a valorar los datos arqueológicos disponibles, podemos comprobar una serie de circunstancias que nos llevarán a defender el siglo V a.C. como una época en la que se afianzaron las bases demográficas, el hábitat, la tecnología y las relaciones a larga distancia: — La construcción de murallas en esta época, atestiguada en la Sierra del Aljibe y señalada como probable en El Risco, indica una mayor sedentarización y preocupación por el asentamiento. Así mismo, el refuerzo detectado puede relacionarse con la necesidad de mantener la obra. Es probable, y dada la existencia de sitios en llanos sin defensas, que la construcción de la muralla se entienda como un referente simbólico colectivo de la comunidad. No obstante, no es claro que todas las murallas detectadas en asentamientos del Hierro Antiguo de la región correspondan a este momento (Martín Bravo, 1999).

— La mayor presencia de cerámica a torno en los asentamientos es otra de las características de este periodo. Habría que destacar la presencia de un mayor porcentaje de cerámica a torno en algunos sitios, como es el caso de Talavera la Vieja. Sin embargo, sus peculiares características impiden una mayor comparación con otros sitios, ya que los hallazgos se suceden sin un contexto claro. Hay que reseñar que junto con el famoso tesoro se encontraron algunos platos de cerámica gris que son mayoritariamente frecuentes en la Fase II de la necrópolis de Medellín (Salgado, 2006).

— La creación ex-novo de asentamientos como El Torrejón de Abajo y los que se organizan en la Cañada de Pajares, puede indicar tanto un aumento de población como una mayor preocupación por las actividades agropecuarias, algo que también demuestran las analíticas realizadas en la Sierra del Aljibe, hecho que también se constata en todo el Suroeste peninsular en esta misma época. — La intensificación de los intercambios, evidenciada por los objetos de pasta vítrea o las cerámicas importadas ibéricas y griegas, puede ser una consecuencia de una mayor productividad agraria, que lleva aparejada el intercambio de los excedentes. Es de especial interés la concentración de productos importados en la zona del valle del Tiétar, donde no sólo encontramos un gran número de importaciones en la Cañada de Pajares, pues, en territorio abulense hay una gran concentración de importaciones exóticas en torno al sitio arqueológico de El Raso. En la necrópolis de Las Guijas (Fernández Gómez, 1997a y b) se han encontrado numerosos restos de cuentas de collar de pasta vítrea, un

— En el plano de la iconografía, el siglo V se nos presenta como un periodo en el que la cosmogonía de las poblaciones indígenas de la Alta Extremadura se plasma en placas y joyas de oro, lo que supone una pervivencia de las técnicas orientalizantes pero con una nueva y rica visión iconográfica. Por tanto, identificar el s.V a.C. con una época de crisis o de declive en la Alta Extremadura está en contra de las evidencias arqueológicas, que nos muestran una población que evoluciona y se adapta a los cambios generales de todo el Suroeste peninsular tras la “crisis” de Tartessos.

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El siglo V a.C. en la Alta Extremadura

Figura 1. Mapa con los sitios arqueológicos citados en el texto.

Figura 2. Planta del edificio de El Torrejón de Abajo (Origen, García-Hoz Rosales, Mª.C. y Álvarez Rojas, A., 1992).

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Figura 3. Iconografía del Tesoro de Serradilla. (Foto, V. Novillo).

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Figura 4. Caba帽a circular de la Finca de Pajares.

Figura 5. Planta del espacio de habitaci贸n cuadrangular de la Finca de Pajares.

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“Per petras et per signos”. A arte rupestre do Vale do Côa enquanto construtora do espaço na Proto-história* Luís Luís Parque Arqueológico do Vale do Côa

Resumo

Petrae.

Para lá da arte paleolítica, o Vale do Côa apresenta um conjunto notável de cronologia proto-histórica, ainda mal conhecido. Num texto anterior procurámos fazer um ponto da situação e apresentar pistas para a interpretação desta arte, a partir da temática de fronteira (Luís, no prelo).

A arte do Vale do Côa e Douro. Em 1991 foram identificadas as primeiras gravuras rupestres do Vale do Côa no sítio da Canada do Inferno. Esse achado foi divulgado publicamente apenas em Novembro de 1995, dando início a uma conhecida e exemplar polémica em torno da sua preservação, face à construção de uma estrutura de aproveitamento hidroeléctrico, já em curso.

Neste texto procuramos desenvolver este caminho interpretativo. Partindo da íntima relação entre esta arte e o espaço geográfico em que foi inscrita e de uma perspectiva de construção social desse mesmo espaço, atrevemo-nos a apresentar indícios para a interpretação da sua iconografia, confrontando-a com outros exemplos de iconografia peninsular, as fontes clássicas e elementos da mitologia de raiz céltica.

A importância destes vestígios, aliada a uma forte mobilização social e a uma conjuntura política favorável, possibilitou a sua preservação e posterior classificação como Monumento Nacional, em 1997, e Património da Humanidade, logo no ano seguinte. No centro do debate estavam os extraordinários motivos paleolíticos identificados nestas rochas, que operaram uma verdadeira “revolução coperniciana” no mundo da arte paleolítica (Zilhão, 1998: 29).

Se não desejo o confronto Posso defender o meu território Com apenas um traço

Foi pois neste contexto que se verificou o início do estudo da arte rupestre do Vale do Côa, que se voltou quase exclusivamente para a arte paleolítica. Lentamente, foi-se contudo percebendo que para além da arte paleolítica, o curso final do rio Côa apresenta um conjunto de vestígios, que, tendo a sua origem e momento mais importante no Paleolítico Superior, chegam até ao século XX. A longa tradição artística de representação nos painéis de xisto da região tem passagens relevantes na Pré-história Recente, Idade do Ferro e depois nos séculos XVII a aos anos 60 do século XX.

Desenhado à sua volta.

Sun Tzu (séc. IV a.C.)

A obra de Alberto Carneiro1 suscita uma reflexão particular sobre a condição da arte enquanto criação de uma evidência da natureza na construção da relação humana com o mundo. Fernandes, 2001

* O presente texto é a versão reformulada e desenvolvida de um outro, a publicar nas actas VII Congresso Internacional da Associação Portuguesa de Estudos Clássicos. 1 Artista plástico português (1937-) promotor de uma arte ecológica.

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Luís Luís

de forma não sistemática. Este serviço, antes e depois da sua extinção e integração no Parque Arqueológico do Vale do Côa, tem vindo a realizar um importante trabalho de prospecção (Baptista e Reis, 2008 e no prelo) e levantamento de algumas rochas e motivos sidéricos, ainda não publicado.

É curioso notar que, enquanto as equipas de investigação se ocupavam com o estudo dos núcleos mais importantes de arte paleolítica (Canada do Inferno, Ribeira de Piscos, Penascosa e Quinta da Barca), onde os motivos do Ferro são residuais, alguns curiosos como José Pilério, se dedicavam à prospecção por sua conta, identificando alguns dos mais relevantes sítios de arte rupestre sidérica da região (por ex. Vermelhosa e Vale de Cabrões). Estas descobertas de “homens, animais e símbolos, de linhas angulosas, com elevado grau de estilização” são noticiadas logo em 1995 e atribuídas à Idade do Ferro (Rebanda, 1995: 14).

A sua publicação tem sido realizada de forma não sistemática e encontramo-la um pouco dispersa (Baptista, 1998, 1999, Baptista e Gomes, 1998, Baptista e Reis, 2008 e no prelo). Os motivos da Idade do Ferro constituem já hoje o segundo mais importante momento artístico do vale, figurando em cerca de 300 rochas ao longo do vale (Mário Reis, comunicação pessoal).

Podemos mesmo dizer que estes achados eram previsíveis, face à descoberta em 1982 do primeiro conjunto de arte rupestre da região: o Vale da Casa ou da Cerva. Identificado igualmente no contexto da construção da barragem do Pocinho, este núcleo situava-se na margem esquerda do Douro, poucos quilómetros a jusante da foz do Côa. Tratava-se de um conjunto de 23 rochas localizadas num terraço fluvial, com um importante conjunto de motivos pré e proto-históricos, gravados em superfícies horizontais sobranceiras ao rio (Baptista, 1983, 1983-84, 1986). Associado a estes vestígios identificou-se um conjunto de mamoas, cuja escavação sumária permitiu a identificação de uma cista (Baptista, 1983: 67, fig. 17), entretanto datada de entre 2.880 e 2.500 a.C. (Cruz, 1998: 160 e 162).

Já noutro local analisámos a distribuição da arte sidérica do Côa e as suas características gerais (Luís, no prelo), que aqui resumimos. A unidade geográfica que denominamos por Vale do Côa, mas que mais correctamente se chamará Baixo Côa, situa-se no limite ocidental da grande unidade geomorfológica que é a Meseta ibérica (Ferreira, 1978: 8). Esta grande superfície de aplanamento cede lugar aos planaltos centrais e à faixa litoral nas imediações do Côa e da falha Longroiva/ Vilariça. Se a Norte, a Meseta continua um pouco mais para Ocidente até ao Sabor, a Sul do Douro, o rio Côa, fortemente encaixado a jusante de Cidadelhe, funciona como uma fronteira natural, com escassos pontos de passagem (Cordeiro e Rebelo, 1996: 13). Este rio funcionou mesmo como fronteira histórica entre os reinos de Portugal e de Leão e Castela até 1498.

Depois de sumariamente estudado, este conjunto foi então submergido pela barragem do Pocinho. Nos anos 90, já no contexto da descoberta da arte paleolítica do Vale do Côa, voltaram-se a identificar motivos sidéricos na região. Mas, apesar da sua importância ela continua maioritariamente desconhecida. Por razões várias, algumas delas compreensíveis (Luís, 2005), as equipas do Centro Nacional de Arte Rupestre e do Parque Arqueológico do Vale do Côa têm dirigido os seus esforços sobretudo para os horizontes pré-históricos, mantendo-se este importante conjunto artístico e o seu contexto arqueológico em grande medida desconhecido.

Consideramos pois que o curso final do rio Côa funciona como uma fronteira natural, dividindo duas grandes unidades geomorfológicas. A presença de arte rupestre neste ponto não será por isso alheia a esse facto (Fig. 1). Ampliando a área de análise, vamos verificar que as cerca de 300 rochas conhecidas se agrupam em mais de duas dezenas de núcleos ao longo dos últimos 10 quilómetros do rio Côa, mas sobretudo na zona da confluência deste com o Douro (Fig. 2). Aqui se localizam os mais importantes núcleos, como sejam: Foz do Côa, Vale de José Esteves, Vermelhosa, Vale de Cabrões e Vale da Casa. Para termos ideia da densidade desta arte, a prospecção sistemática da Foz do Côa permitiu recentemente a identificação de 66 novas rochas gravadas com motivos sidéricos, face a 83 com motivos paleolíticos, que se

Em 1996 desenvolveu-se o projecto “Etched in Time” que visava o estudo do núcleo da Vermelhosa, um dos mais importantes conjuntos da Idade do Ferro, mas os resultados conhecidos limitam-se à publicação de forma insuficiente de duas rochas (Fossatti, 1996, Abreu et al., 2000). O Centro Nacional de Arte Rupestre, entidade responsável pelo estúdio da arte rupestre nacional, tem publicado alguns motivos, mas 214


“Per petras et per signos”. A arte rupestre do Vale do Côa enquanto construtora do espaço na Proto-história

Figura 1. Localização do Vale do Côa na Península Ibérica (No mapa surgem indicados os sítios referidos ao longo do texto).

Figura 2. Distribuição da arte rupestre sidérica do Vale do Côa (No mapa surgem indicados os sítios referidos ao longo do texto).

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patinadas, quando comparadas com as linhas da gravação paleolítica, cuja cor se confunde hoje com o resto da rocha.

mantêm assim mais numerosos (Baptista e Reis, 2008: 68). Se a distribuição geral desta arte se relaciona com os rios Côa e Douro e a confluência das águas de ambos, esta vinculação reforça-se ao nível da implantação topográfica, que se expressa segundo quatro tipos distintos: 1) nas encostas de grande pendente, voltadas para os rios Côa e Douro, desde o planalto (c. 350 m) até ao nível actual do rio (c. 120 m) (ex.: Foz do Côa); 2) nos cursos de água temporários que levam as águas desde o planalto até aos rios, localmente chamados de canadas ou canados, mais (Vale de Cabrões) ou menos cavados (Vermelhosa); 3) na zona ribeirinha dos rios. Deste último tipo, hoje apenas temos conhecimento do terraço fluvial Vale da Casa, identificado ainda antes da construção da barragem do Pocinho, que submergiu o Douro e o Côa até à foz de Piscos. Todos os restantes núcleos foram identificados posteriormente, pelo que não podemos hoje estabelecer uma relação directa com o leito do rio. No entanto, nos restantes núcleos, especialmente naqueles onde a arte paleolítica é maioritária, verifica-se a tendência geral para a arte mais antiga se localizar junto do rio, enquanto a sidérica se distribui por zonas mais periféricas e a cotas mais elevadas.

Apesar do domínio esmagador desta técnica, notamos algumas variações. Por exemplo, na cena das aves da rocha 3 da Vermelhosa, que adiante trataremos, verificamos uma incisão reiterada e mais profunda que o habitual. A falcata da rocha 6 do Vale da Casa foi definida através de uma abrasão, com perfil em V, sendo um dos lados perpendicular à superfície da rocha, enquanto o outro forma com ela um ângulo agudo (Baptista, 1983: 59). As rochas 6, 11 e 23 do Vale de Casa apresentam picotagens, mas, na primeira configuram um antropomorfo semiesquemático, na segunda um conjunto de corniformes e na terceira dois podomorfos, motivos que deverão anteceder a restante iconografia que aqui analisamos (Baptista, 1983: 60, 63 e 67). Queremos analisar aqui esta arte a partir da noção de construção social do espaço.

O Homem no Espaço. Para a Ciência, o espaço é uma das quantidades fundamentais do Universo. O problema surge quanto procuramos defini-lo. Para lá das perspectivas da Física e da Filosofia, nas ciências sociais podemos optar por dois pontos de vista distintos.

A arte rupestre do Vale do Côa tem pois uma estreita vinculação com a água. Por um lado, ela localiza-se junto ao curso de dois rios e sobretudo na sua confluência. Por outro, ao nível da implantação topográfica, ela situa-se, em terraços fluviais periodicamente inundados ou nas encostas dos rios, especialmente ao longo das canadas, por onde correm as águas das chuvas desde os planaltos até aos rios.

Numa perspectiva naturalista, definida pela Nova Geografia e seguida pela Nova Arqueologia, o espaço é uma dimensão abstracta, um contentor para a actividade humana (Tilley, 1994: 9), o cenário de uma peça teatral (Mangado, 2006: 82), externo e neutral (Ingold, 2000: 189).

Ao nível do suporte, com a excepção do Vale da Casa, todas as gravuras do Vale do Côa se inscrevem nos típicos painéis verticais regionais, formados pelas diáclases do xisto, sobretudo da formação de Desejosa, mas também de Pinhão, inseridas no Super Grupo Douro-Beiras. No Vale da Casa, o substrato é idêntico, mas, como estamos perante um terraço fluvial, aqui os painéis são horizontais, formados pela acção erosiva das águas.

A perspectiva culturalista ou fenomenológica vem rejeitar esta visão, dizendo-nos que o espaço é um meio ou um veículo e não um contentor da acção, não podendo dela ser separado. Neste sentido, o espaço não existe sem actividade humana dentro. Ele é assim socialmente produzido (Tilley, 1994: 10). Os sentidos do espaço envolvem uma dimensão subjectiva e não podem ser compreendidos estando desligados das vidas e sentidos que lhe são atribuídos pelos actores sociais. Esta experiência de espaço envolve o conceito de temporalidade, uma vez que os espaços são sempre criados, reproduzidos e transformados em relação a espaços previamente construídos, fornecidos e estabelecidos no passado (Tilley, 1994: 11).

A técnica de gravação dos motivos sidéricos do Vale do Côa e do Douro consiste quase exclusivamente na incisão fina. Os motivos foram gravados com o recurso a uma ponta fina, descrevendo assim uma incisão de tipo filiforme, pouco profunda. Na sua maioria, estas linhas encontram-se ainda pouco 216


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Seguindo outros autores (Alarcão, 1996), julgamos que, uma vez mais, estas diferentes perspectivas do espaço, mais do que se oporem, se complementam, permitindo diferentes níveis de análise de uma mesma realidade.

A Arte na Paisagem. Sendo a paisagem uma forma pictórica de representar, estruturar ou simbolizar o espaço, ela pode ser materializada. Materializa-se em tinta numa tela, escrita no papel em terra, pedra, água ou vegetação no solo (Daniels e Cosgrove, 1988: 1).

Consideramos aqui útil a distinção que Javier Mangado (2006) fez entre três níveis de conceitos espaciais: espaço geográfico, território e paisagem. Os espaços geográficos são definidos pelas suas características estritamente naturais, enquanto que no conceito de território entra já em campo a variável antrópica. Os territórios são assim espaços de interacção social, que vão evoluindo de acordo com a sociedade que os explora, em função das suas capacidades e necessidades (Mangado, 2006: 81-82). A estas duas definições, que consideraríamos naturalistas, junta o autor a de paisagem. Define-a como a percepção do espaço geográfico e dos territórios, uma construção mental, individual ou colectiva (Mangado, 2006: 82). Assim, a paisagem é uma imagem cultural (Daniels e Cosgrove, 1988: 1).

Nas sociedades históricas, uma das formas de percebermos as diferentes concepções sobre o espaço será a partir da escrita. O texto é um dos meios para a compreensão do sentido conferido ao espaço pelos diferentes grupos humanos. Por definição, quando tratamos de sociedades proto-históricas teremos de recorrer à escrita dos outros. O I milénio a.C. na Península Ibérica tem sido visto como o resultado da confluência de duas tradições distintas: uma mediterrânica e outra continental. Sem descodificar a escrita ibérica pré-latina, ficamos, por um lado com os registos clássicos contemporâneos, não apenas dos geógrafos, mas também da literatura, expressão de uma mentalidade comum. Do outro lado, temos os textos de origem céltica, que, sendo medievais, se considera terem cristalizado uma tradição mitológica anterior.

Esta definição de paisagem vai, até certo ponto, de encontro à definição de espaço de Tilley e de paisagem de Ingold, que é entendida como um ordenamento cognitivo ou simbólico do espaço (Ingold, 2000:188).

Mas, como sempre, a escrita é só até certo ponto esclarecedora, devendo ser confrontada com os vestígios materiais. De entre esses documentos, salientam-se os vestígios fósseis na paisagem e as estruturas de povoamento.

Onde as diferenças parecem ser insanáveis é no facto dos fenomenologistas rejeitarem esta perspectiva dual, que distingue sujeito e objecto, sentido e substância. Para eles, a Natureza não é um substrato estranho e informe, à espera da imposição da ordem humana (Ingold, 2000: 191).

A arquitectura é a forma, por excelência, da intervenção humana no espaço. Mas, se na arquitectura os símbolos podem não ser evidentes, eles consistem na essência da arte gráfica. A representação iconográfica pode ser uma das principais portas de acesso para o conhecimento das concepções das diferentes sociedades sobre o espaço.

Para além disso, estas definições discordam no facto de uns considerarem que a realidade da paisagem é geralmente intangível arqueologicamente (Mangado, 2006: 82), enquanto que para outros “a paisagem conta -ou melhor é- a história” (Ingold, 2000: 189)2. Na perspectiva “dwelling” (habitar) de Ingold, a paisagem é um testemunho das vidas e trabalhos de gerações passadas, que a habitaram, deixando aí qualquer coisa delas: “O sentido está lá para ser descoberto na paisagem, se soubermos como lhe chegar. Cada característica é uma pista, uma chave para o sentido, mais do que um veículo que o transporta” (Ingold, 2000: 208, itálico no original).

Não tratamos aqui necessariamente de uma representação artística da paisagem, mas antes uma paisagem definida pela arte. É exactamente esta a diferença entre a arte paisagística (Landscape art) e a Land art, ou arte ecológica. A primeira é uma representação da paisagem, geralmente de natureza conservadora, como as expressas na Ceifa (1565) de Pieter Bruegel, o Velho (Ingold, 2000), ou em Robert Andrews e a sua esposa Frances (1750), de Thomas Gainsborough (Daniels e Cosgrove, 1988: 6).

Mas então como se percebe arqueologicamente a paisagem?.

A esta diferença de opiniões não estará alheio o facto de Javier Mangado ser especialista em arqueopetrologia em contextos paleolíticos e Tim Ingold um antropólogo social.

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teiras podem-se definir “per petras et per signos”, na notável expressão de um documento de 1214 de uma doação de D. Afonso II à Ordem dos Templários, utilizado num outro texto sobre limites do território dos Lusitanos (Alarcão, 2001: 299).

Já o movimento artístico do século XX denominado por Land art consiste numa intervenção na paisagem. Obra de arte e paisagem são uma e a mesma coisa. Como na obra de Alberto Carneiro, reinventam-se “os sentidos possíveis de uma apropriação e transformação do natural pelo humano” (Fernandes, 2001). Assistimos à domesticação da natureza pela arte. O espaço físico não é o contentor da obra de arte. Aquele é definido por esta. O espaço é o meio da criação.

Noutro texto apresentámos uma perspectiva da arte sidérica do Vale do Côa a partir da noção de fronteira (Luís, no prelo). Aí definimos três níveis de uma fronteira polissémica, que aqui resumimos: territórios de povoados, territórios de populi e etnias e territórios de vivos e mortos.

A arte rupestre relaciona-se com esta perspectiva e tem assim um valor único para a compreensão das concepções do espaço das diferentes populações. Pela sua própria natureza, ela expressa a intervenção directa de uma sociedade sobre o natural, humanizando-o e ordenando-o, conferindo-lhe sentido pela iconografia que apresenta.

Dos três níveis, o pior definido, sobretudo por desconhecimento do contexto arqueológico local, é o da interpretação desta arte como definidora do território do povoado. A arte rupestre podia aqui comparar-se às estátuas de guerreiros galaicos no Noroeste (Lemos e Cruz, 2008: 16-17), ou às gravuras da muralha de Yecla de Yeltes (Álvarez-Sanchís, 2003: 90), aqui bem próximas. As representações de guerreiros, armas, cavalos, que adiante detalharemos, defenderiam simbolicamente o povoado e o seu território, conferindo-lhe prestígio. Ao contrário dos exemplos atlânticos e mesetenhos, aqui o limite não seria o povoado em si, mas o seu território. O facto de se verificar a inexistência de arte rupestre dentro das áreas dos territórios de exploração de uma hora dos povoados de altura conhecidos em volta do Baixo Côa -Sra. do Castelo (Urros, Torre de Moncorvo) e Caliabria (Almendra, V. N. de Foz Côa)3-, parece apontar para esse facto. Surgiram recentemente duas placas de arte móvel sidérica no Olival dos Telhões (Almendra), no sopé do Monte Calabre, antiga Caliabria (Cosme, 2008), e no Paço (inédito), nas imediações do castelo medieval de Vila Nova de Foz Côa, um sítio com ocupação romana, mas cuja ocupação primitiva se desconhece. Estes achados, e sobretudo a sua distinta natureza em termos de suporte, trazem novos elementos de reflexão.

Ao associar directamente a iconografia com o espaço físico, apresenta a vantagem perante outras intervenções sobre a paisagem, como a erecção monumentos iconográficos (por ex. estelas), de, ainda hoje, se conservar a relação original entre a expressão humana e o espaço físico. Tal como na actual arte ecológica, a relação inextricável entre o símbolo e o suporte confere à arte rupestre um papel inigualável na compreensão do espaço, nomeadamente numa perspectiva de fronteira. Quando falamos de espaço, teremos necessariamente de falar dos seus limites. Se a existência de limites do Universo é matéria de aceso debate entre os cientistas, é-nos difícil conceber espaços geográficos, territórios e paisagens sem limites. A fronteira corresponde ao limite entre o eu e o outro, entre o eu e o desconhecido. Se o limes é uma delimitação fundiária, expressando o confim entre dois campos, a frontaria é o território in fronte, ou seja as margens, que, tal como termo germânico mark, designa a região periférica (Coelho, 2004: nota 2). A fronteira tem pois este duplo sentido de confim e de frente. As margens e as fronteiras separam, mas são também ponto de encontro com o outro e o desconhecido.

O segundo nível de fronteira situar-se-ia ao nível de populi e etnias. Para isso, baseamo-nos sobretudo na implantação desta arte rupestre numa região entendida como uma fronteira natural, com materialização histórica. O Côa, profundamente encaixado no seu curso final, situa-se junto do fim da Meseta Ibérica, que a Norte do Douro avança um pouco para Ocidente. Ele parece corresponder a um

Devido ao facto da arte rupestre expressar uma relação íntima entre acção humana e espaço, as fron-

Os restantes povoados fortificados de altura da região, denunciados pela sua toponímia -Langobriga (Longroiva, Meda) (Guerra, 1998: 176)-, vestígios materiais -Castelo dos Mouros (Cidadelhe, Pinhel) e Castelão (Escalhão, Figueira de Castelo Rodrigo)- ou ambos -Monte Meão/Coniumbriga (Curado, 1988-94)- estão ainda mais distantes dos núcleos gravados. Desconhecem-se outro tipo de vestígios de povoamento na região, nomeadamente junto aos núcleos de arte. 3

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trifinium entre populi conhecidos epigráficamente: Cobelci a oriente do Côa, Meidubrigenses, ou menos provavlemente Aravi, a Ocidente, e Banienses a Norte do Douro. Por outro lado, o Côa coincide com o limite de marcadores étnicos dos Vetões, como a distribuição dos berrões, de forma mais evidente, e das cerâmicas “a peine” e “Cogotas I”, de forma mais difusa. Os Lusitanos seriam bons candidatos para a entidade a ocidente deste limite, embora estudos recentes os coloquem mais a Sul (Alarcão, 2001). A Norte do Douro, poderiam confinar os territórios de Astures e Calaicos.

Douro, conhecemos o desenho de apenas oito rochas completas e um conjunto de desenhos e fotografias de motivos soltos de sete outras rochas. Do Vale da Casa conhecemos os levantamentos das rochas 7 (Baptista, 1983: 59, fig. 4), 10 (Baptista, 1999: 175), 15 (Baptista, 1983: 62, fig. 11, 198384: est. III. 4) e 23 (Baptista, 1999: 181)4. Para além destes desenhos, foi também publicado um outro conjunto de motivos dispersos, como, por exemplo, fotografias de um conjunto de cavalos, um deles aparentemente montado (Baptista, 1983: 63, fig. 12, 1999: 178-179), uma falcata embainhada (Baptista, 1983: 64, fig. 14, 1999: 179) da rocha 6, pormenores de antropomorfos (Baptista, 1983: figs. 7 e 8), cavalos (Baptista, 1983: figs. 9 e 10) e uma falcata (Baptista, 1983: fig. 15) da rocha 10 e um pormenor da rocha 23 (Baptista, 1983: 63, fig. 13).

A arte rupestre do Côa seria assim o traço que se desenha em volta do território para o defender, quando não se deseja o conflito, nas palavras de Sun Tzu. Ela materializaria a ordem estabelecida, marcando um território neutro, inter-étnico, que, para além de separar, pode também unir, como parece acontecer em santuários rupestres da região de Zamora e Salamanca (Álvarez-Sanchís, 2004).

Conhecemos ainda o levantamento integral da rocha 3 da Vermelhosa (Abreu et al., 2000: fig. 1)5,

Essa união poderia estar relacionada com o terceiro nível de fronteira. Nesse trabalho que vimos citando defendemos que a arte rupestre do Côa poderia materializar uma fronteira entre vivos e mortos. Com o presente trabalho procuramos aprofundar esta ideia, baseando-nos na iconografia conhecida, buscando também as implicações sociais desta construção do espaço.

Signi. A iconografia. A iconografia é o estudo teórico e histórico da imagética simbólica (Daniels e Cosgrove, 1988: 1). O estudo iconográfico procura o sentido de uma obra de arte, colocando-a no seu contexto histórico e analisando as ideias implicadas nas suas imagens. As imagens são assim vistas como textos codificados que podem ser decifrados no contexto cultural que o produziu: “Todas as culturas tecem o seu mundo a partir de imagens e de símbolos” (Daniels e Cosgrove, 1988: 8). Das cerca de 300 rochas já identificadas com arte rupestre de cronologia sidérica no Vale do Côa e

Figura 3. Cavaleiro da rocha 1 da Vermelhosa [20x22 cms.].

4 É conhecido ainda o levantamento da rocha 11 do Vale da Casa, mas os seus motivos, um conjunto de corniformes esquemáticos, não se integram na iconografia sidérica (Baptista, 1983: 67, fig. 16, 1999: 164-5). 5 Os autores atribuíram a esta rocha o número 4. Neste texto seguimos a numeração atribuída pelo Centro Nacional de Arte Rupestre, publicada anteriormente em Baptista, 1999: 167.

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mas este levantamento não se nos afigura totalmente fidedigno, sobretudo quando confrontado com o levantamento da cena da monomaquia da mesma rocha levado a cabo pelo Centro Nacional de Arte Rupestre (Baptista, 1999: 167). Os próprios autores reconhecem as limitações dos métodos de levantamento empregues (Campos, 1996, Kolber, 1997). Para além do desenho da rocha e da cena da monomaquia, conhecemos ainda pormenores de duas cenas, uma delas com um conjunto de antropomorfos (Abreu et al., 2000: fig. 5) e outra com uma cena de duas aves de rapina ou necrófagas, debicando um peixe (Abreu et al., 2000: fig. 8).

No âmbito da publicação dos principais núcleos da arte paleolítica do Côa, foram publicadas três rochas que contêm motivos possivelmente sidéricos. Se o cervídeo da rocha 14 da Penascosa é um exemplar notável, inquestionavelmente integrado no conjunto em análise, já os restantes motivos se apresentam mais duvidosos. Na Canada do Inferno, a rocha 10B apresenta com única gravura um símbolo estelar raiado que foi integrado na Idade do Ferro (Baptista e Gomes, 1998: 224 e 274). A mesma cronologia é indicada com reservas para um pentalfa e um triângulo inscritos na rocha 2 da Ribeira de Piscos (Baptista e Gomes, 1998: 309 e 320).

O mais conhecido motivo do Ferro é o cavaleiro da rocha 1 da Vermelhosa (Fig. 3). Este motivo foi inicialmente publicado como prova da antiguidade da arte paleolítica do Côa, uma vez que as suas linhas pouco patinadas se sobrepõem a um cervídeo paleolítico (Carvalho, Zilhão e Aubry, 1996: 27, Zilhão et al., 1997: 20, fig. 9, Zilhão, 1998: 33, Baptista, 1999: 146-147). Apesar de não conhecermos o levantamento integral do painel, conhecemos ainda outro cavaleiro armado de lança (Baptista, 1999: 168-169), a que se associa um outro com escudo e um quadrúpede (Abreu et al. , 2000: fig. 7).

Finalmente, conhecemos ainda uma fotografia de um canídeo deitado, olhando para trás, proveniente do Vale de José Esteves (Silva, 1995: 38). O que conhecemos da arte sidérica do Vale do Côa é assim muito pouco e eventualmente pouco representativo. Encontramo-nos ainda numa fase précientífica do estudo desta arte, pelo que se torna difícil analisá-la. Ainda assim, movidos pela curiosidade científica e pela busca de respostas às questões que se nos levantam, propomo-nos apresentar aqui algumas ideias. Partimos da rocha 10 do Vale da Casa, como exemplo paradigmático. Esta rocha apresenta uma profusão de gravuras sobrepostas que desafiam a sua visibilidade e interpretação, mas que resumem a temática sidérica do Côa e Douro: figuras humanas, armas e animais. Estes três temas podem surgir isolados ou associados em cenas. As sobreposições são frequentes, mas as figuras individuais são geralmente perceptíveis no seu interior.

Do núcleo de Meijapão (Orgal), conhece-se um outro cavaleiro armado de lança, ao qual se associa um segundo guerreiro igualmente armado de lança (Rebanda, 1995: fig. 11, Carvalho, Zilhão e Aubry, 1996: 31). Do núcleo de Vale de Cabrões conhecemos apenas dois motivos: um magnífico cavalo na rocha 6 (Baptista, 1999: 170-171) e uma curiosa cena de coito posterior entre duas figuras ornitocéfalas na rocha 3 (Baptista, 1999: 172-173).

a) Os humanos. Um dos motivos fundamentais desta arte é a figura humana, sobretudo a figura do guerreiro. Estes podem surgir a pé ou a cavalo, sendo estes últimos relativamente comuns. Um determinado número destas figuras são definidas por um ornitocefalismo (Vermelhosa, 1 e 3) (Fig. 4). Esta característica, que surge também em figuras não guerreiras (Vale de Cabrões, 3), apresenta relevantes paralelos com os diademas de Mones (Piloña, Astúrias) (Marco Simón, 1994).

Igualmente de cariz sexual, conhecemos uma cena de quatro canídeos na rocha 1 do Alto da Bulha6 (Baptista, 1999: 176-7). Tratam-se de dois pares de cães que se encontram na fase terminal do coito, apresentando-se colados devido à erecção do bulbus glandis dos pénis dos machos. Trata-se de uma característica típica do acasalamento entre cães e lobos, que, desta forma, evitam a perda de sémen e se asseguram da fertilização pelo macho dominante no seio da matilha.

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Os diademas de Mones consistem em sete fragmentos de, pelo menos, dois diademas em ouro,

Esta rocha foi entretanto inserida no conjunto do Vale de José Esteves (Baptista e Reis, no prelo).

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Figura 4. Pormenor da cabeça do grande guerreiro da rocha 3 da Vermelhosa (linhas da figura realçadas a branco).

Esta característica ornitocefálica surge também num vaso de Numância, onde uma figura com estas características segura os arreios de um cavalo, apresentando um pequeno bastão na outra mão, numa cena que poderemos interpretar como ilustrando a doma de um cavalo (Quesada Sanz, 1997: 960, fig. 64). Também em El Monastil, nos surge um cavaleiro com estas características, segurando uma lança (Poveda Navarro e Uroz Rodríguez, 2007: 127, fig. 4). Estas duas figuras apresentam um olho de grandes dimensões que podemos relacionar com a grande figura da rocha 3 da Vermelhosa, armada de escudo e lança (Abreu et al., 2000: fig. 1). Finalmente, um vaso de San Miguel de Llíria apresenta-nos uma complexa cena aquática, com figuras igualmente com estas características (Quesada Sanz, 1997: 944, fig. 2).

descobertos em Mones no final do século XIX e que se encontram hoje distribuídos por vários museus espanhóis e franceses. Estes diademas, técnica e iconograficamente semelhantes, que presumivelmente fariam parte do mesmo espólio funerário, apresentam um notável conjunto de figuras gravado, que se afigura como a expressão simbólica das crenças sobre o acesso ao Além, que se levaria a cabo através do elemento aquático. Trata-se de um dos conjuntos mais significativos da iconografia indígena peninsular de cariz indo-europeu (Marco Simón, 1994: 319). Como veremos, a temática destes diademas aproxima-se em grande medida da arte rupestre do Vale do Côa e Douro. Também aqui as figuras humanas, cavaleiros, infantes e outros, são representadas com cabeça de ave. Esta sua característica foi interpretada a partir de ideias de metamorfose na mitologia céltica, que nos conta que os guerreiros mortos se transformavam em pássaros no Além (Marco Simón, 1994: 340). Os pássaros cantores são elementos distintivos do Além, localizado em duas ilhas, visitado em vida pelo herói céltico Cúchulainn (Marco Simón, 1994: nota 112).

Igualmente ornitocefálicos, os guerreiros do singular duelo representado na rocha 3 da Vermelhosa são bastante elucidativos relativamente à panóplia registada nas rochas do Côa. Aqui podemos observar dois duelistas, armados de caetra e brandindo uma lança com dupla ponta, provida de nervura central, que corresponderão à lâmina propriamente dita e ao conto da lança. Cada um deles já arremes221


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Figura 5. Monomaquia da rocha 3 da Vermelhosa [43x27 cms.], comparada com outros motivos peninsulares (contém elementos de Baptista, 1999: 167, Sopeña 2005: 375, Marco Simón, 2005: 327, Álvarez-Sanchís, 2004: 310 e Sanmartí i Grego, 2008: fig. 10).

Os dois guerreiros apresentam-se nus da cintura para baixo, exibindo os seus respectivos falos por baixo de um saiote que lhes chega um pouco abaixo da cintura. A glande do falo do guerreiro maior surge com a forma de uma cabeça de cobra, com língua bífida. Este apresenta-se ainda ligado a um cavalo pelos arreios, que se prendem à sua couraça ou cinturão.

sou uma primeira lança e prepara-se para lançar a seguinte (Fig. 5). O guerreiro maior apresenta também à cintura um objecto em forma de T, com a ponta triangular, cuja posição poderá remeter para um punhal ou espada. É no entanto interessante comparar este motivo com um outro conjunto, identificado em Numância, nomeadamente num monumento funerário datado do século I a.C., bem como algumas cerâmicas onde este grafema surge pintado ou gravado. A sua interpretação é discutida, mas Gabriel Sopeña interpretou-o como uma representação do martelo do deus céltico Sucellus, o que golpeia bem, deus infernal, que empunhava um martelo, e cujo emblema seria uma pele de lobo, a quem, segundo Jose María Blázquez, aludirá também a estela de Zurita (Cantabria). Esta interpretação não é contudo unânime ou pacífica (Alfayé Villa, 2003: 89, nota 90).

Trata-se de uma cena de grande riqueza informativa, tanto a nível material como simbólico. Poderemos confrontar o armamento aí representado com vestígios arqueológicos do armamento ibérico préromano, com a vantagem de termos aqui representados elementos formados por materiais perecíveis, que geralmente não se preservam arqueologicamente, como a caetra, cnémides e couraça. Já confrontámos esta cena com a passagem de Estrabão (Geografia, III, 3, 6) relativa ao armamento dos lusitanos (Luís, no prelo). Trata-se de uma descrição quase literal desta representação, com referências aos vários dardos ou lanças de cada guerreiro, ao pequeno escudo circular, à couraça de linho e às protecções para as pernas. Apenas as referências ao punhal e aos capacetes ficam sob dúvida.

Ambos os guerreiros apresentam um penacho formado por oito linhas na zona da nuca, bem como um largo motivo reticulado na zona do abdómen e cintura, que interpretamos como cinturão ou couraça. O maior dos dois apresenta ainda umas linhas em ziguezague na zona dos gémeos, representando cnémides de couro. 222


“Per petras et per signos”. A arte rupestre do Vale do Côa enquanto construtora do espaço na Proto-história

A representação junto à cintura do guerreiro maior afasta-se um pouco do que conhecemos dos punhais. Já a identificação da cabeça em forma de bico de pássaro com um capacete, elmo ou mesmo máscara (Baptista, 1999: 146, 167 e 173) nos parece forçada. Como atrás vimos, julgamos estar perante uma transformação física do guerreiro, que toma esta forma. O penacho poderia ser relacionado com outra passagem de Estrabão (Geografia, III, 3, 6) que nos relata que os povos montanheses da Península, nomeadamente os lusitanos, deixariam cair o seu cabelo em grandes madeixas à maneira das mulheres, prendendo-o sobre a testa antes da batalha. As figuras humanas dos diademas de Mones, para lá do bico de pássaro, apresentam três hastes de veado que foram relacionadas com Cernunnos, a divindade céltica do mundo inferior, também presente no caldeirão de Gundestrup (Dinamarca), na arte rupestre de Valcamonica (Itália) e num vaso numantino (Marco Simón, 1994: 333, Alfayé Villa, 2003: 77 e segs.). Apesar disto, julgamos que, formalmente, o penacho dos duelistas do Côa não se poderá relacionar directamente com nenhum dos paralelos mencionados.

terra provedora de dons, colocando-se no meio, assim como Menelau dilecto de Ares, para combaterem por Helena e por tudo o que lhe pertence. e aquele dos dois que vencer e mostrar ser o melhor, que esse leve para casa todas as riquezas e a mulher. Pela nossa parte, juraremos amizade com leais sacrifícios.” Ilíada, III, 86-94 (trad. Frederico Lourenço) Esta tentativa de resolução de conflitos através de duelo surge também relatada nas guerras peninsulares. Apiano (História de Roma, 6, 53) relatanos que durante o cerco de Intercatia, em 151 a.C., um bárbaro de esplêndida armadura se dedicou a dirigir-se aos sitiantes, insultando-os e desafiandoos para o combate. Públio Cornélio Cipião Emiliano terá respondido ao desafio e, apesar da sua desvantagem em termos de porte, resolveu assim o cerco. A natureza da prática do duelo é esclarecida no relato de Tito Lívio dos funerais do pai e tio do pai adoptivo daquele, Públio Cornélio Cipião, o Africano (Ab Urbe Condita, 28, 21). Por essa ocasião, foram organizados em Cartago Nova combates em honra dos mortos. Neles participaram homens livres, de forma gratuita, entre os quais estavam representantes dos príncipes aliados, guerreiros para honrar os seus generais mortos, outros por desejo de vitória e outros ainda para resolver conflitos que não conseguiam resolver de outra forma.

Ao relacionarmos esta cena com as passagens de Estrabão relativas aos lusitanos não queremos atribuir directamente esta representação a uma etnia específica, uma vez que esta temática surge repetidamente na iconografia dos povos peninsulares préromanos. Exemplo disso são as cenas de duelo presentes num vaso de Numância (Sopeña, 2005: 375), no cabo de punhal de Las Ruedas (Marco Simón, 2005: 327) e no fecho de cinturão de La Osera (ÁlvarezSanchís, 2004: 310) ou na estela de Tona (Osona) (Sanmartí i Grego, 2008: fig. 10).

Os funerais de Públio e Cneu Cornélio Cipião foram assim palco de combates que explicitam este duplo sentido do duelo, por um dado, a resolução de conflitos e, por outo, a homenagem ao chefe guerreiro morto, sempre entre homens livres e de prestígio, na dependência desse chefe.

A temática da monomaquia tem larga tradição literária. Ela pode ser entendida de duas formas distintas. Em primeiro lugar, o duelo é uma forma de evitar o combate generalizado entre dois exércitos. Recordemos a tentativa frustrada de evitar a guerra de Tróia, resolvendo-se a disputa por Helena através de um combate singular entre Páris (Alexandre) e Menalau, por intermediação de Aquiles.

Também o funeral de Viriato foi marcado por combates. Conta-nos uma vez mais Apiano (Historia de Roma, 6, 75) que, enquanto incineravam o seu corpo esplendidamente vestido numa alta pira funerária, tropas de cavalaria e infantaria marchava em sua volta, cantando-lhe louvores. No final das exéquias, a sua memória foi honrada através de combates de gladiadores junto do seu túmulo.

“Ouvi de mim, Troianos e Aqueus de belas cnémides, a palavra de Alexandre, por causa de quem surgiu o conflito. Pois ele pede aos demais Troianos e a todos os Aqueus que deponham as armas na

A prática de combates durante as exéquias fúnebres está aliás na origem dos espectáculos roma223


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das, de que é bom exemplo a rocha 10 do Vale da Casa (Fig. 6B).

nos de gladiadores. Este espectáculo será a cristalização do costume de origem etrusca, de obrigar prisioneiros e escravos a verter o seu sangue em honra dos mortos (Lafaye, 1896). Isto parece ser distinto do costume peninsular, onde, a julgar pelos relatos de Apiano e Tito Lívio, os combates seriam exclusivo da aristocracia.

Em termos de armamento ofensivo, já aqui deixámos escrito que a lança ou dardo domina. Tomando esta rocha 10 como exemplo, identificamos 17 lanças. Delas, apenas duas apresentam conto e apenas uma não apresenta nervura central. A predominância desta arma e as suas características coincidem com o que conhecemos do registo arqueológico. A lança seria a arma por excelência dos povos pré-romanos, sendo difícil precisar a sua cronologia dentro da II Idade do Ferro (Quesada Sanz, 1997).

Esta prática ilustra a aceitação da morte pelo guerreiro, a mais profunda e exigente das responsabilidades humanas (Olmos, 1996: 174). Os guerreiros combatem olhando-se e oferecem a sua morte. Este acto enobrece-os. Trata-se de uma acto típico dos aristoi. Os melhores trocam a prolongação de uma vida confortável, mas efémera, pela fama duradoura na memória dos mortais. Por outro lado, ela afirma que a fidelidade do guerreiro face ao chefe ultrapassa as fronteiras entre a vida e a morte (Olmos, 1996: 174).

Nesta rocha, as lanças encontram-se todas isoladas, com a excepção de um conjunto de três. Este facto recorda-nos as estelas de Baixo Aragão e as suas representações de múltiplas lanças alinhadas. Algumas destas estelas apresentam iconografia com alguns paralelos com o Côa, como adiante veremos.

A relação entre monomaquia e morte entre os bárbaros peninsulares tem um comprovativo arqueológico, se tivermos em conta que, dos quatro paralelos iconográficos que acima apresentámos, dois deles fazem parte de espólio funerário (Las Ruedas e La Osera). Não sendo originalmente proveniente de um contexto funerário, o vaso numantino também pode ser relacionado com este mundo, se tivermos em conta a temática desta cerâmica, a que à frente voltaremos.

Aristóteles informa-nos que, entre os Iberos, se elevavam tantos “obeliscos” (obesliscoi), em torno da campa de um guerreiro, quantos inimigos este tivesse aniquilado em batalha (Política VII, 2, 11; 1324b). Fernando Quesada Sanz (1997: 424-426) relaciona esta referência com os vestígios arqueológicos e a iconografia das referidas estelas, concluindo que o filósofo aludiria a uma prática antiga de fincar as lanças ou suas pontas nas sepulturas, depois de queimadas na pira, sendo hoje difícil provar que o seu número fosse de facto idêntico ao número de inimigos vencidos.

Esta conotação da cena da rocha 3 da Vermelhosa com a morte reforça-se ainda pelo facto de ambos os combatentes se apresentarem despidos. Este facto, que ocorre igualmente nos diademas de Mones, foi relacionado com a nudez ritual com que os guerreiros celtas se apresentariam na batalha, garantindo-lhes uma protecção sobrenatural. Eles mostrariam assim a sua falta de medo perante a morte, que era entendida apenas como o meio caminho de uma longa vida. Tal facto está ainda relacionado com as lendas irlandesas e escocesas que nos contam que o herói Cúchulainn, que conheceu em vida o mundo dos mortos, terá chegado nu a combate, carregando apenas as suas armas (Marco Simón, 1994: 331 e nota 46).

Algumas destas lanças do Côa apresentam a haste ligeiramente dobrada, julgamos que por inabilidade do gravador. Caso diferente será o da rocha 163 da Foz do Côa, onde o ângulo criado poderá de facto remeter para esta conhecida prática de inutilização das armas dos guerreiros após a sua morte (Baptista e Reis, 2008: 80). A rocha 10 apresenta ainda quatro falcatas com empunhadura rectangular e se afastam dos tipos em forma de cabeça de ave e de cavalo. Para além destes exemplares, conhece-se uma outra falcata, aparentemente embainhada na rocha 6 do mesmo núcleo e provavelmente mais algumas na Foz do Côa (Baptista e Reis, 2008: 78-79). A falcata é uma arma tipicamente ibérica, de lâmina curva, com provável origem mediterrânica, que surge na região da costa deste mar entre finais do século V, inícios do IV a.C., e que terá chegado ao interior da península mais tardiamente, perdurando até às guerras sertorianas

Voltando ao armamento de que a cena do duelo é exemplar em termos panóplia e sua utilização, notamos que cavaleiros e infantes apresentam geralmente o mesmo equipamento básico: caetra e lança ou dardo. Contudo, a tipologia das armas é variada, surgindo elas muitas vezes também isola224


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Figura 6. Rocha 10 do Vale da Casa: A) Levantamento integral [65x110 cms.] (Baptista, 1999: 175); B) Individualização das armas; C) Individualização das figuras humanas; D) Individualização das figuras animais; E) Pormenor de antropomorfo sobreposto por linhas horizontais; F) Pormenor de zoomorfo ligado a antropomorfo.

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(Quesada Sanz, 1997: 80-83). Para além de símbolo de riqueza e poder associada ao guerreiro, a falcata surge também como ex-voto em El Cigarrelejo e outros santuários, com conotações sacrificiais (Quesada Sanz, 1997: 167 e segs.).

Ainda na rocha 10 do Vale da Casa observamse duas figuras que apresentam na cabeça aquilo que já foi interpretado como uma espécie de turbante (Baptista, 1983: 60). Colocamos a hipótese de poder tratar-se de uma representação de capacete em perspectiva frontal, correspondendo o semicírculo que encima as figuras a um qualquer tipo de crista ou penacho que os ornamentaria (Fig. 6C). O caçador da rocha 23 do Vale da Casa apresenta uma cabeça circular que é atravessada por uma linha que ultrapassa a zona da testa, sugerindo uma pala7.

A rocha 10 do Vale da Casa apresenta ainda a gravura de uma espada, a única de que temos conhecimento, eventualmente inserível nas versões locais das espadas de folha recta de La Téne (Quesada Sanz, 1997). Surgem ainda figurados quatro punhais biglobulares em duas rochas da Foz do Côa, datados de entre o século III e I a.C. (Baptista e Reis, 2008: 78). Tanto a espada como os punhais parecem enquadrar-se em tipos comuns na Meseta.

Sob a cena do duelo surge uma representação de uma figura com cabeça de pássaro que apresenta aquilo a que à primeira vista poderia ser interpretado como um capacete de cornos (Abreu et al., 2000: fig. 2) (Fig. 7). Contudo, a observação de uma segunda figura, um pouco acima neste mesmo painel, leva-nos a recusar esta interpretação. Esta segunda figura, que curiosamente não surge representada no único levantamento integral desta rocha publicado (Abreu et al., 2000: fig. 1), existe de facto e apresenta os braços levantados segurando as linhas em S que lhe saem da cabeça. A posição dos braços esclarece-nos que não estamos perante uma personagem com chifres, mas antes uma personagem que transporta um vaso ou caldeiro à cabeça.

Em termos de armamento defensivo, já aqui falámos da caetra, o pequeno escudo circular, geralmente em madeira, com a excepção do umbo metálico. Estes escudos surgem geralmente de perfil, como algumas representações da cerâmica ibérica, mostrando a sua concavidade e umbo, não devendo ser confundidos com arcos (Quesada Sanz, 1997: 466467). Conhecem-se alguns exemplares apresentados em perspectiva frontal, nomeadamente na rocha 10 que vimos analisando, embora neste caso, por falta de associação evidente com um guerreiro, possa ser tomado por um qualquer símbolo circular (Fig. 6A). Desconhecem-se representações de escudos ovais.

Não julgamos, contudo, que por este facto se trate de uma figura feminina, uma vez que pelo menos uma delas apresenta características idênticas aos duelistas, notoriamente masculinos. Julgamos antes estar perante uma alusão ao “caldeirão da ressurreição”, tal como surge representado no diadema de Mones, aí de maiores dimensões e transportado pela mão de personagens igualmente ornitocéfalas, tal como foram interpretados por Francisco Marco Simón (1994). Estes objectos aludirão a uma associação à abundância e a à vida. Certas divindades irlandesas possuíam recipientes deste tipo para preparar a cerveja dos “Imortais”. O mais famoso exemplar deste tipo de objectos é o caldeirão de Gundestrup. Estes “caldeiros de ressurreição” são assim contentores através dos quais se alcança a imortalidade e faz reviver os guerreiros mortos em combate, como o exemplifica a mitologia galesa do Mabinogion (Marco Simón, 1994: 338-339).

Também já aqui referimos as cnémides. Interpretámos as linhas em ziguezague na perna inferior de um dos lutadores de rocha 3 da Vermelhosa como representações destas protecções. A rocha 10 do Vale da Casa apresenta três figuras humanas desarmadas com linhas paralelas na zona dos tornozelos e joelhos. Em dois casos, uma linha diagonal liga as extremidades opostas das linhas dos tornozelos, que podem ser interpretadas como protecções para as pernas (Fig. 6C). Na Península, trata-se de um equipamento mais conhecido a partir da iconografia, sobretudo a vascular ibérica, do que pelo registo material, uma vez que seriam comummente produzidas matérias perecíveis, como o couro. O mesmo se pode dizer das couraças e dos capacetes. Neste último caso, é por vezes difícil distinguir se as representações remetem para capacetes ou penteados (Quesada Sanz, 1997: 568). A esse respeito já nos referimos aos penachos que surgem em algumas figuras ornitocefálicas.

Para além destas duas, surgem algumas outras figuras humanas que não poderemos classificar di-

Se se tratar de um capacete, algo que não será pacífico visto estarmos perante uma cena de caça e não de combate, esta representação poder-se-ia comparar com os capacetes de tipo «Montefortino», sem o respectivo pináculo.

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(Abreu et al., 2000: fig. 5) e na Foz do Côa (rochas 42 e 104), com as mãos levantadas para o alto (Baptista e Reis, 2008: 81-82).

rectamente como guerreiros. Entre estas poderíamos incluir a figuras humanas da rocha 10 do Vale da Casa, que não apresentam armas nas mãos. No entanto, se concordarmos com a interpretação acima de considerar os seus “turbantes” como capacetes de crista em perspectiva frontal e as linhas junto aos gémeos como cnémides, poderemos incluí-los também neste grupo. Para além disso, estas figuras encontram-se associadas a um impressionante conjunto de armas que figura neste mesmo painel, geralmente representadas a uma escala maior.

Até ao momento, desconhecemos a existência de qualquer figura claramente feminina, com a eventual excepção da figura envolvida numa cena de coito posterior na rocha 3 de Vale de Cabrões. Aqui, uma figura ornitocefálica, exibindo o seu falo erecto, penetra uma outra figura com cabeça idêntica, braços abertos sugerindo asas, mas apresentando uma perna, cuja posição curvada, mas na sequência do tronco, lhe confere características antropomórficas. Poderemos estar aqui perante a única figura feminina conhecida até ao presente, mas a falta de outros

Claramente não guerreiros serão as figuras identificadas como orantes, que surgem nomeadamente na zona esquerda da rocha 3 da Vermelhosa

Figura 7. Figura com cabeça de pássaro transportando vaso na cabeça na rocha 3 da Vermelhosa (linhas da figura realçadas a branco) [escala em cms.].

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Figura 8. Cena de coito posterior na rocha 3 de Vale de Cabrões [8,5x9 cms.] (Baptista, 1999: 173).

Para além disto, parecem ser animais de baixo porte, naturalmente ainda próximos dos seus antepassados selvagens, de que o Przewalski é o único exemplo actual, não tendo ainda sofrido a selecção, realizada com fins militares, que conduziu aos cavalos esguios e com as longas patas actuais.

atributos físicos ou culturais reconhecidos a este género, não impossibilita a interpretação de se tratar de uma personagem masculina (Fig. 8).

b) Os animais.

As montadas não apresentam sela ou estribos, reduzindo-se o seu equipamento aos arreios, representados por uma dupla linha ou linha em ziguezague, que liga as mãos do cavaleiro à boca da sua montada (Fig. 3).

As figuras zoomórficas parecem dominar em termos de motivos, nomeadamente na Foz do Côa (Baptista e Reis, 2008: 80). No entanto, o bestiário é reduzido, sendo o cavalo a figura dominante, seguida pelos canídeos e cervídeos. É contudo por vezes difícil distinguir estas espécies, uma vez que as figuras não demonstram grande elaboração artística, revelando-se padronizadas e algo esquemáticas. Tratam-se geralmente de figuras de animais com grandes orelhas, corpo comprido e patas pouco desenvolvidas. O que nos permite identificar a espécie é por vezes a sua associação com outras figuras, nomeadamente as humanas.

Os cavalos surgem montados, associados a guerreiros, isolados, como é exemplo o belo cavalo da rocha 6 de Vale de Cabrões, ou em grupo (rocha 10 do Vale de Casa). Pelo seu contexto, o cavalo surge aqui associado não apenas às técnicas da guerra, mas também como um elemento de prestígio. Recentemente domesticado, a sua relação com a guerra é um atributo de classe de quem o possui. Exemplo maior disso é o facto do guerreiro maior da cena de combate da rocha 3 da Vermelhosa ter amarrado a si um cavalo. Num combate real, esta circunstância traria apenas

Os cavalos apresentam geralmente as caudas compridas, grandes orelhas, que lhes dão por vezes um aspecto asinino (rocha 10 do Vale da Casa), e muitas vezes não apresentam crina8 (Fig. 6D).

A montada do cavaleiro ornitocéfalo da rocha 1 da Vermelhosa e um cavalo da rocha 139 da Foz do Côa (Baptista e Reis, 2008, fig. 10) são disto excepção.

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prejuízo para o combatente, que veria assim os seus movimentos limitados. Desta forma, apenas se pode interpretar esta associação como evidenciadora do estatuto do combatente, que curiosamente apresenta um maior tamanho que o seu adversário, o que concorre para essa evidência, podendo também ser interpretado como um efeito de perspectiva.

ros heroificados continuam até ao século I a.C. por toda a Península, desde a pintura e escultura ibéricas, às estelas de Baixo Aragão e Catalunha até ao diadema de Mones. Os cervídeos são o segundo conjunto de animais representados (Fig. 9). Tirando os machos e as suas evidentes hastes, são figuras por vezes difíceis de distinguir das restantes espécies, uma vez que seguem a mesma tipologia gráfica. Exemplo disso são os cervídeos da rocha 10 do Vale da Casa que seguem exactamente o mesmo modelo dos cavalos, com as patas traseiras representadas em forma de ferradura, distinguindo-se apenas pela cauda comprida destes últimos (Fig. 6D). Assim, a cauda curta será um identificador das corças, como é exemplo a bela corça da rocha 14 da Penascosa.

Existe uma relação directa entre a representação de cavaleiros armados e a heroificação de guerreiros mortos, aludindo à última viagem destes. Essa relação deverá ter origem pelo menos na I Idade do Ferro, como o mostra a estela de Benaciate (Silves), uma das raras inscrições em escrita do Sudoeste que apresenta uma figura em relevo, neste caso um cavaleiro, segurando as rédeas e apresentando uma curiosa cabeça, que recorda o bico de um pássaro (Gomes, 1990: 83-85)9. Estes exemplos de cavalei-

Figura 9. Cena de caça acompanhada de inscrição pré-latina na rocha 23 do Vale da Casa [103x150 cms.] (Baptista, 1999: 181). A outra única representação humana inscrita em estelas com epigrafia do Sudoeste, o guerreiro da estela I da Abóbada (Almodôvar), remete igualmente para a temática da heroificação dos guerreiros, que, nestes casos, é reforçada pelo seu claro contexto funerário. Este guerreiro, que surge vestido com saiote, cinturão largo, armado com dois dardos, caetra e uma falcata, com gémeos pronunciados (Gomes, 1990: 83-5), tem fortes paralelos com algumas gravuras do Côa. 9

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O veado surge relacionado com a actividade aristocrática da caça, mas também como símbolo do mundo inferior, nomeadamente com o deus céltico Cernunnos, que surge representado com armações de veado. Voltaremos a este animal ao analisarmos a cena de caça da rocha 23 do Vale da Casa.

cão é um símbolo de prestígio do nobre. Guarda a sua casa e acompanha-o em actividades exclusivas à sua condição, que o preparam para a guerra, como a caça, como nos ilustra Xenofonte no Cynegeticus. Lembremo-nos da fidelidade de Argos, enquanto esperava o regresso do seu dono a Ítaca, sendo o primeiro a identificá-lo. Mas este animal tem também uma conotação com a morte nomeadamente na tradição clássica, como é o caso de Cérbero, guardião do outro mundo. Exemplos há em que os cães acompanhavam mesmo os seus donos na morte, onde os continuavam a servir, como a incineração de Pátroclo e dos seus cães (Ilíada, 23, 173-174) (Gomes, 1990: 80). A mitologia céltica confere também a este animal um papel especial. O herói Cúchulainn, que visitou o outro mundo em vida, deve o seu nome, que significa o cão de Culainn, ao facto de ter morto o cão de guarda daquele em legítima defesa, dispondo-se depois por isso a guardar a sua casa (Marco Simón, 1994: nota 81). Estas duas esferas, a caça e a morte ligam-se, como adiante veremos.

Em termos de representações zoomórficas seguem-se os canídeos. Uma vez mais a questão da identificação se levanta. Se a sua associação à cena de caça atrás referida, os distingue claramente, noutros casos isso já não acontece. Por outro lado, mesmo identificando-os como canídeos, fica por vezes a dúvida se se tratam de animais domésticos ou selvagens. Em casos como o da cena de caça da rocha 23 do Vale da Casa, é evidente o seu carácter doméstico, reforçado aqui pelo facto de um dos animais apresentar algo que se assemelha com uma arreio. Noutros casos, a ausência de humanos nas cenas e as semelhanças entre os hábitos de ambos os estados de canídeos impossibilita uma certeza. São disso exemplo a cena de duplo acasalamento da rocha 1 do Alto da Bulha, ou a cena de matilha da rocha 88 da Foz do Côa (Baptista e Reis, 2008: 80).

Há depois um conjunto vasto de quadrúpedes, que, por falta de elementos identificadores ou de contexto elucidativo, são difíceis de interpretar.

Esta questão da identificação dos canídeos como domésticos ou selvagens não é despicienda, uma vez que os animais têm conotações distintas. Como vimos acima, o lobo pode ser relacionado com o deus infernal céltico Sucellus, representado por exemplo com a estela de Zurita. Este animal transporta o devorado nas suas entranhas até ao Outro Mundo, onde irá renascer (Olmos, 1996: 172). Já o

Facilmente identificáveis são os animais representados na pequena cena já citada da rocha 3 da Vermelhosa, sob a monomaquia (Fig. 10). Aí, duas aves, que podemos classificar como necrófagas pela sua silhueta, debicam um peixe, representado de forma esquemática.

Figura 10. Cena das aves e peixe na rocha 3 da Vermelhosa [c. 20x11 cms.], comparada com outros motivos peninsulares (contém elementos de Abreu et al., 2000: fig. 1, Lorrio, 1997, Marco Simón, 2005, Quesada Sanz, 1997).

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Uma vez mais esta cena apresenta grandes semelhanças com algumas figuras dos diademas de Mones. Aí, por entre os cavaleiros, infantes e transportadores de caldeirões, surgem grandes peixes, interpretados como salmões e pequenas aves aquáticas com pequenos peixes no bico. Francisco Marco Simón (1994: 335) interpreta as aves aquáticas com o peixe no bico como símbolos ascensionais. O peixe é visto como um símbolo primordial, sendo-lhe por vezes atribuído uma significação psicopompa análoga ao golfinho no mundo greco-romano. Entre os povos indo-europeus, o peixe é um símbolo da água, da fecundidade e da sabedoria. Atravessando os rios, distribui a chuva e controla a fecundidade. Já os prováveis salmões, tal como o javali, são depositários da sabedoria no Além. Eles são uma das formas em que se metamorfoseavam os deuses, expressando o espírito dos cursos de água (Marco Simón, 1994: 341).

O peitoral de prata do Chão de Lamas (Coimbra), hoje no Museo Arqueológico de Madrid, apresenta também duas aves com as garras estendidas, ladeando duas cabeças barbadas inseridas em medalhões, associadas a três javalis e a uma possível figura humana sem membros, junto a uma caetra (Marco Simón, 2006: 329-331). Esta lunula encontra-se ainda decorada por um conjunto linhas onduladas que se nos afiguram representar o elemento aquático termina com a forma de duas cabeças de serpente. Toda esta simbologia remete para o conceito de heroificação guerreira e a passagem para o Outro Mundo (Marco Simón, 2005: 330-331, Sopeña, 2005: 381). Finalmente, também a estela de Zurita apresenta este tipo de representação. No registo superior vemos dois guerreiros a pé armados com escudo e lança, possivelmente vestindo peles de lobo, e um cavalo não montado. No registo inferior, sob os pés dos guerreiros, vemos uma outra figura humana e uma ave.

No entanto, as aves da rocha 3 da Vermelhosa não se assemelham a aves aquáticas mas a necrófagas, como o abutre ou o grifo. Elas apresentam uma semelhança formal com as aves da estela de El Palao (Alcañiz, Teruel). Nesta estela, para além da representação de uma mão, podemos observar uma cena, enquadrada entre duas molduras verticais onduladas, onde, junto a um cavaleiro brandindo lança e caetra, jaz uma figura humana, cercada por três aves semelhantes às que analisamos, e um canídeo deitado10 (Sopeña, 2005: 383). Esta cena sugere aliás uma outra muito semelhante representada na rocha 153 da Foz do Côa, onde igualmente a um cavaleiro, aqui com cabeça de forma de pássaro, armado de lança, se associa uma segunda figura deitada e desarmada (Baptista e Reis, 2008: 83).

Para além das estelas, podemos relacionar este tema com a pintura vascular. Exemplo disso são também dois vasos numantinos idênticos, onde figura uma ave debicando sobre um guerreiro deitado (Quesada Sanz, 1997: 960, n.º 65 e 66, Sopeña, 2005: 381). Finalmente, como que completando o ciclo, o abutre, desta feita claramente identificado pelo seu bico, surge representado entre dois duelistas num vaso de Puntal dels Llops (Valência), associando-se assim a monomaquia a este animal relacionado com a morte (Quesada Sanz, 1997: 95, fig. 29, Aranegui Gascó, 2007: fig. 13)11.

Apesar de fragmentada, a estela de Binéfar (Huesca), ou Vispesa, apresenta uma iconografia semelhante. Uma inscrição pré-latina divide o suporte em dois registos, emoldurando-os. No registo inferior percebe-se a imagem de um cavaleiro com escudo circular, brandindo a sua lança. No superior, figuram partes de corpos mutilados, junto de uma ave e duas mãos direitas, semelhantes à de El Palao (Sanmartí i Grego, 2007: 246-247). A interpretação desta estela dentro do conceito da heroicização não é contudo pacífica, tendo sido recentemente contestada (Alfayé Villa, 2004).

Apesar de não ser consensual (Alfayé Villa, 2004), tem-se relacionado a representação destas aves com três passagens clássicas. Sílio Itálico (Punica, 13, 470-471) diz-nos que entre os iberos, os corpos eram devorados por um abutre sinistro. No mesmo sentido é interpretada a passagem de Cláudio Eliano (De Natura Animalium, 10, 22), que precisa que este costume se destinava, entre os Vaceus, aos guerreiros valorosos que morriam em combate, sendo os abutres uma ave sagrada. Num sentido idêntico, Pausânias (10, 22, 3) relata-nos que em 279

A rocha 7 e 18 do Vale de José Esteves apresentam igualmente canídeos deitados, semelhantes aos de El Palao e Tona, com a excepção de terem a cabeça voltada para trás. 11 De referir ainda também que, na estela de Tona, sob uma semelhante cena de duelo figura, desta feita, um canídeo deitado (Sanmartí i Grego, 2007: fig. 10). 10

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a.C., aquando da sua incursão sobre Delfos, os gauleses fizeram o mesmo com os seus mortos, abandonando-os no campo de batalha às aves necrófagas. A exposição dos corpos dos caídos em combate parece pois ter sido uma prática entre os povos celtas (Sopeña Genzor, 2004).

punhal de Las Ruedas, está aparentemente ausente dos painéis de xisto do Côa e Douro. Figuras como a esfinge ou os hipocampos, furto de uma mitologia mais erudita, de raiz mediterrânica, estão também ausentes. Como ausentes estão os motivos vegetalistas, como árvores, flores de lótus e outras metáforas florais, muito significativas na iconografia ibérica (Olmos, 1996: 168).

No caso do Côa, julgamos poder interpretar a cena das aves e do peixe neste sentido. Tratando-se aparentemente de uma cena irracional, duas aves necrófagas que se alimentam de um peixe, ela faz a ligação entre o peixe como habitante dos rios e conhecedor do Além, com os abutres que transportam os corpos até lá. Ela parece ligar as figuras de Mones com as restantes representações de necrofagia comuns na Península Ibérica, num sobrecarregar a cena de indícios de um sentido funerário, que procuram explicitá-la, como observamos aliás nas monomaquias de Puntal dels Llops e da estela de Tona, que são acompanhadas, num registo inferior, por um abutre e por um canídeo, respectivamente.

Para além símbolos geométricos das rochas 2 da Ribeira de Piscos e 10B da Canada do Inferno, referidos acima, registem-se dois símbolos rectangulares preenchidos com linhas da rocha 10 do Vale da Casa e vários outros na Foz do Côa, nomeadamente um em forma de trono na rocha 93 e outro na rocha 5 dos Moinhos de Cima (Baptista e Reis, 2008: 77, 83-84). Finalmente, é digna de nota a provável inscrição pré-latina da rocha 23 do Vale da Casa (Fig. 9). Levantada em condições precárias, durante o dia e recorrendo ao método bicromático, quando a subida da barragem do Pocinho ameaçava os trabalhos, este conjunto de linhas que muito se assemelham a uma inscrição, não foi até ao momento estudado de forma detalhada.

Num grupo à parte surgem os motivos serpentiformes, identificados em número de treze em dez rochas da Foz do Côa (Baptista e Reis, 2008: 76). Será discutível se se tratam de meras figuras geométricas ou representações de ofídios. Essas dúvidas dissipam-se em dois casos. Na rocha 93 surge um exemplar com a boca aberta, enquanto na 139 surge outro exemplar com típica cabeça de serpente e aquilo que foram interpretadas como duas “orelhas” ou a duplicação do “corno” da víbora-cornuda. A serpente cornuda está precisamente relacionada com o deus Cernunnos e surge representada com ele no caldeirão de Gundestrup, juntamente com a árvore (Marco Simón, 1994: 339). A estes exemplares haverá a acrescentar o falo do duelista da rocha 3 da Vermelhosa atrás referido e que apresenta uma glande em forma de cabeça de serpente em cuja ponta figuram duas linhas que sugerem uma língua bífida ou os cornos (Fig. 5).

c) Interacção homem-animal. Um dos temas fundamentais da temática da Idade do Ferro do Vale do Côa reside na relação entre Homem e Animal e na relação de dependência deste em relação àquele. Este é aliás um dos temas base da iconografia vascular ibérica, onde o guerreiro surge como herói divinizado, como “domador-civilizador” (Poveda Navarro e Uroz Rodríguez, 2007: 136). Essa relação é explicitada sobretudo no tema cavaleiro-cavalo. Na arte do Côa, esse tema expressa-se pois fundamentalmente na imagem do cavaleiro armado, como aliás na restante iconografia ibérica, que se repete exaustivamente.

No estado actual do conhecimento, nota-se no Vale do Côa a ausência do touro, muitas vezes representado na cerâmica ibérica e na estatuária. Temos conhecimento de apenas de dois duvidosos exemplares nas rochas 23 e 177 da Foz do Côa. Tal como o touro, o javali é uma figura muito relevante no território limítrofe dos Vetões. Este animal, que apresenta também uma simbologia relacionada com a morte, enquanto detentor da sabedoria do Além (Marco Simón, 1994: 341), e que surge representado, por exemplo, junto da monomaquia do cabo de

Refira-se contudo uma eventual cena de doma de um cavalo, que julgamos identificar na rocha 10 do Vale da Casa. Por entre as várias sobreposições, verifica-se que um dos quadrúpedes com cauda comprida, possivelmente um cavalo, apresenta o seu focinho atado por cinco voltas por uma linha que se liga ao braço de uma figura humana mal definida (Fig. 6F). Julgamos que esta cena se poderá frustemente comparar com outras pintadas na cerâmica 232


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ibérica, como em Monastil (Poveda Navarro e Uroz Rodríguez, 2007: 126-128, figs. 1 e 2) ou em Llíria (Aranegui Gascó, 2007: fig. 33).

A iconologia. Erwin Panofsky, o principal teorizador do método iconográfico, distinguiu dois níveis da análise iconográfica. A análise iconográfica, num sentido estrito, procura a identificação de símbolos convencionais, conscientemente inscritos. Já a um nível mais profundo, a iconologia busca o “sentido intrínseco” das imagens, os princípios que lhes estão subjacentes e que definem uma determinada sociedade ou grupo (Daniels e Cosgrove, 1988: 2).

O cavalo surge ainda como elemento fundamental na caça. Na rocha 23 do Vale da Casa, um cavaleiro armado de lança persegue um grupo de cervídeos, dominado por um macho de hastes exuberantes (Fig. 9). Xenofonte discorre sobre esta actividade aristocrática no Cynegeticus (9). Diz-nos que para caçar veados são necessários cães indianos. Fortes, possantes e com espírito. Descreve-nos depois a forma de caçar enhos, espreitando-os no seu descanso e depois perseguindo-os com os cães. No caso dos veados adultos, recorre-se ao uso de laços (podostrabai)12 e aos cães. Mas, mesmo quando o animal se encontra preso e acossado aconselha cuidado, sobretudo com os coices e armações dos machos, devendo-se ter o cuidado de o matar à distância, com dardos.

Todas as sociedades tecem o sentido do seu mundo através de imagens e signos. (Daniels e Cosgrove, 1988: 4). A arte sidérica do Vale do Côa é a expressão das crenças dos seus autores. Uma vez descodificada, ela permitir-nos-á entrever as concepções do espaço e do Mundo que estas sociedades desenvolveram. Apesar do carácter fragmentário e diminuto do nosso conhecimento da arte rupestre sidérica do Vale do Côa, atrevemo-nos a apresentar um primeiro ensaio de interpretação iconológica. Para isso, conjugaremos aqui os seus motivos conhecidos, o seu suporte e o escasso e indirecto conhecimento que temos da sociedade que a produziu.

Esta descrição difere da cena da rocha 23 do Vale da Casa. Contudo, a actividade da caça é “um sinal de fertilidade, de viagem e de combate, substituindo, em termos estratégicos e psicológicos, a principal ocupação das élites (sic) militares, a guerra, conferindo-lhes estatuto e prestígio social” (Gomes, 1990: 80).

Dos motivos atrás analisados e da sua comparação iconográfica com um vasto e heterogéneo conjunto da iconografia sidérica peninsular -sobretudo os diademas de Mones na sua interpretação por Francisco Marco Simón, bem como alguns motivos da pintura vascular ibérica e numantina e das estelas do Baixo Aragão-, julgamos perceber uma mensagem.

Mas a actividade cinegética tem também uma conotação funerária (Gomes, 1990: 79), nomeadamente a caça ao veado, pela sua relação com Cernunnos, o deus com hastes de cervídeo. Recordemos aqui uma passagem da mitologia galesa do Mabinogion, que nos relata o encontro entre Pwyll e Arawn, o rei de Annwn. Inadvertidamente, aquele terá reclamado um veado que teria sido abatido pelos cães do rei do Outro Mundo. Como compensação pela afronta, Pwyll foi obrigado a trocar identidade com Arawn, tornando-se rei de Annwn, durante um ano (Parker, 2003).

A mensagem fala-nos de um caminho, de uma viagem: a catábase. A catábase é a descida do herói aos infernos, como Héracles no seu décimo segundo trabalho, Orfeu em busca de Eurídice, Ulisses para consultar Tirésias sobre o caminho para casa ou Eneias para pedir conselho a seu pai. No caso da iconografia do Côa, como noutras, as imagens assinalam o ponto de separação e o espaço de encontro entre mortos e vivos. Estamos no espaço limítrofe do Além. As imagens fixam a despedida e o caminho. O cavaleiro estará sempre a cavalo. “A pedra constitui a supra-realidade de um tempo ritual parado, detido na representação” (Olmos, 1996: 171). “A estela, o monumento, o documento icono-

Esta cena apresenta-nos a participação de outro animal que tem uma relação de dependência com o homem, o cão. Neste caso, um dos animais apresenta uma espécie de açaime ou coleira, reforçando esta relação de dependência. Já atrás mencionamos a relação entre os canídeos o poder e a morte.

Note-se que junto a esta cena surgem figurados dois podomorfos picotados, tidos por mais antigos. Estas representações, cuja cronologia se discute, surgem também na epigrafia do Sudoeste, apresentando aí uma conotação funerária (Correia, 1996: 28). 12

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Plínio (História Natural, II, 220) assinala que, de acordo com Aristóteles, entre os bárbaros, nenhum animal ou ser humano morria verdadeiramente se não fosse levado pela maré baixa do Oceano Gálico. Esta parece ser a materialização do mitema da partida dos guerreiros mortos para o Outro Mundo, com o seu cavalo e panóplia. Este tema do fluxo e refluxo relacionado com a morte, ganha novo sentido, se interpretarmos os peixes dos diademas de Mones e da rocha 3 da Vermelhosa como salmões. Este animal nasce no rio, viaja até ao mar, regressando novamente ao seu local de nascimento para desovar e morrer, servindo de alimento para os seus filhos (Marco Simón, 1994: 342 e nota 112).

gráfico, representam portanto, com múltiplas variantes, o encontro de dois reinos” (Olmos, 1996: 171). São lugares de metáfora, e ambiguidade. A sepultura é um lugar excepcional, onde se substituem ou encontram os territórios. Espaços de fronteira e encontro entre dois mundos. Nesta última viagem, mas da qual alguns têm conhecimento prévio, os guerreiros transformam-se em pássaros. O caminho de acesso é através das águas. Neste sentido, o contexto imediato da arte do Baixo Côa e Douro não podia ser mais esclarecedor. Aqui, a água apresenta-se sob duas formas. Aos cursos de água perene -Côa e Douro- afluem periodicamente as águas das canadas, descendo as encostas deste a plataforma da extremidade ocidental da Meseta até aos rios, após as chuvas. É em volta desses cursos de água perene e sazonal que se distribuem os painéis gravados (Fig. 11).

Importa assinalar que, para além de descida ao mundo dos mortos, a catábase pode significar também a descida até à costa. O rio conduz assim, não apenas até à costa, mas até ao Outro Mundo, o que nos recorda a sugestiva geografia infernal da Odisseia:

Figura 11. Vista da zona final do Vale de José Esteves após chuvada, com a água correndo pela canada até ao Douro.

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“E quando atravessares a corrente do Oceano, Onde há uma praia baixa e os bosques de Perséfone, Grandes álamos e choupos que perdem seu fruto, aí deixa a nau junto do Oceano de redemoinhos profundos, e vai tu próprio para a mansão bolorenta de Hades. Aí para o Aqueronte fluem o Puriflegetonte e o Cocito, que é afluente da Água Estígia; aí há uma rocha, onde confluem os rios retumbantes.” Canto IX, 508-515 (trad. Frederico Lourenço) Num contexto mais próximo, citemos o fim da expedição conjunta entre Túrdulos e Célticos, que também perderam o seu chefe, após a travessia do rio Limes, também chamado Letes (Estrabão, Geografia, 3, 3, 5). O primeiro romano a atravessá-lo foi Décimo Júnio Bruto (Apiano, 6, 72), que teve grandes dificuldades em convencer as suas tropas na travessia do rio do Olvido (Tito Lívio, Ab Urbe Condita, 55).

Nesse caminho, ele é auxiliado por um conjunto de animais, os psicopompos. Desde logo o cavalo, mas também as aves, que juntamente com o lobo transportam o morto nas suas entranhas (Olmos, 1996: 172). Em ambientes costeiros, o golfinho, amigo do homem, acompanha-o na última viagem marinha, no interior, o peixe, nomeadamente o salmão, que sazonalmente sobe os rios, parece ocupar um lugar idêntico. Em zonas mais mediterrânicas, a esfinge, ameaça e protege, mas também transporta arrebatadoramente o defunto (Olmos, 1996: 172).

É um facto que, para além do contexto desta arte, a iconografia do Côa e Douro não parece remeter directamente para o meio aquático. Excepção feita ao peixe consumido pelas aves necrófagas. Para além desse motivo, um outro sugere-nos esta representação da água. Na rocha 10 do Vale da Casa, por entre as sobreposições, uma das figuras humanas surge coberta por um conjunto de linhas paralelas (Fig. 6E). Representarão elas a água?. O facto desta, bem como as restantes figuras humanas deste painel -que não surgem associadas a este tipo de linhas-, apresentar os braços ondulados e desproporcionais em relação ao corpo, poderia sugerir a representação de uma figura distorcida pela refracção da água.

Muito mais do que aceder ao mundo dos mortos, o objectivo último desta viagem é a heroificação, a glorificação das elites guerreiras, e com ela a manutenção da ordem social para além da morte do indivíduo. A uma determinada base económica e política corresponde uma super-estrutura ideológica expressa por símbolos. Para John Berger, a ideologia da representação da paisagem inglesa no século XVIII serviu para naturalizar, e assim mistificar, as relações de propriedade (apud Daniels e Cosgrove, 1988: 7). Existe pois uma “política da paisagem”, que pode ser expressa na sua representação e construção. A propósito do livro XI da Odisseia, Jung diznos que “a Nekyia não é uma queda no abismo destrutiva puramente destrutiva e sem objectivo, mas uma significativa katabasis eis antron, uma descida até à gruta da iniciação e do conhecimento secreto” (1966: 213).

Apesar do barco nos surgir numa cena de uma vaso de San Miguel de Llíria com figuras estilisticamente semelhantes às do Côa (Quesada Sanz, 1997: 944, n.º 2), os veículos que o aristocrata usa para aceder ao Outro Mundo são sobretudo o cavalo e o carro. Tratam-se de veículos que ao mesmo tempo transportam e heroificam (Olmos, 1996: 172). O trono alado será outro veículo, como exemplifica a Dama de Baza (Olmos, 1996: 171). O cavalo encontra-se profusamente exemplificado na arte do Côa e, como vimos acima, o trono também poderá estar figurado.

Só o príncipe tem o privilégio de antever a sua própria morte, e de, como memória, a relatar aos demais. Só os heróis puderam contemplar em vida o espaço e os caminhos da morte (Olmos, 1996: 169170), tomando caminhos que exigem conhecimento prévio e privando com os deuses.

O caminho heroificador levado a cabo pelo cavaleiro implica um esforço, uma vontade, o controlo do homem sobre o seu destino (Olmos, 1996: 173).

Experiencia-se assim uma “percepção antecipada da morte” (Olmos, 1996: 169). Esta iconografia surge por vezes em “contextos de vivos”, servin235


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do como transmissora da ideologia da morte, dirigida exactamente para esses, e não para os mortos. Noutros casos a associação à morte é mais directa, fazendo parte do espólio funerário.

Conclusão. Estamos ainda numa fase muito incipiente da compreensão da arte rupestre da Idade do Ferro do Vale do Côa, por insuficiente documentação e reflexão. No entanto, a sua indiscutível riqueza parece desde já apontar caminhos para uma interpretação.

No caso do Côa, ao inscrever-se na pedra, buscando a eternidade, este sentido é atribuído ao natural. Ele é conferido à paisagem e passa a constituir a ordem natural das coisas. Interpretamos assim a arte rupestre sidérica do Vale do Côa como um mecanismo de reprodução social. Ele não se inscreve apenas no espaço, mas define-o e confere-lhe sentido.

O que aqui quisemos trazer foi o esboço de um desses caminhos, a partir da noção de construção social do espaço. Para esta interpretação concorrem o contexto físico da arte e o sentido da sua mensagem. Consideramos estar perante um território de fronteira (Fig. 13). Essa definição paisagística surge materializada através da arte rupestre, enquanto espaço socialmente construído, que ganha sentido através da sua relação com o espaço físico onde se insere.

Esta construção da paisagem serviu pois para definir e manter uma determinada ordem social, uma determinada ideologia aristocrática de poder. É nesse sentido que interpretamos as duas representações de natureza sexual do Vale do Côa. O entumecimento do bulbus glandis dos canídeos da rocha 1 do Alto da Bulha impede a inseminação por outro membro da matilha que não o macho alfa (Fig. 12). De igual modo, a cena de coito posterior da rocha 3 do Vale de Cabrões, entre duas figuras com bico de pássaro, sugere a endogamia entre estes seres, sejam eles de género distinto, ou, até mais esclarecedoramente, se forem do mesmo.

Procurámos justificar aqui porque consideramos que a arte rupestre do Vale do Côa e Douro poderá materializar uma fronteira entre vivos e mortos. Essa julgamos ser a mensagem que nos é hoje dada a perceber pela iconografia. Como aqui expusemos, esta iconografia remete para a temática da heroificação das chefias guerreiras, através da na-

Figura 12. Cena pós-coital canina da rocha 1 do Alto da Bulha [13x10 cms.] (Baptista, 1999: 177).

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Figura 13. Proposta interpretativa para a arte sidérica do Côa enquanto território de fronteira.

damente a lunula de Chão de Lamas, os diademas de Mones (Marco Simón, 2006: 329 e 332), a cerâmica de Monastil (Poveda Navarro e Uroz Rodríguez, 2007: 126), e Llíria (Aranegui Gascó, 2007: 173) e as estelas do Baixo Aragão e Catalunha (Sanmartí i Grego, 2007).

turalização de uma ideologia de poder, que se impõe para além da morte com o objectivo da reprodução social. Uma das questões em aberto continua a ser a cronologia da sociedade que assim construiu o seu espaço. Se podemos radicar a temática da heroicização guerreira nas estelas do Bronze final, ela encontra-se igualmente comprovada durante a I Idade do Ferro, nomeadamente através das duas estelas alentejanas referidas acima (Benaciate e Abóbada I) (Gomes, 1990: 67-85). No entanto, a cronologia apontada para alguns dos paralelos aqui trazidos indica já momentos mais tardios, entre os séculos III-II e I a.C., ou até mesmo d.C., nomea-

Até ao momento, apenas conseguimos ter um vislumbre de uma ideologia, de uma ordem social, mas, ao não conseguirmos encontrar arqueologicamente os subordinados dessa ordem, aqueles cuja voz não ficou registada nas rochas do Vale do Côa, estamos a contribuir para a sua manutenção e perpetuação. Interessa pois sair da paisagem e aceder ao território e a todos os seus actores.

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240


Estrategias de asentamiento ante la romanización en la cuenca baja del Tajo

Guillermo-Sven Reher Díez Estructura Social y Territorio-Arqueología del Paisaje (CCHS, CSIC)

Resumen

Este estudio abarcará dos perspectivas con metodología y área de estudio distinta. La primera será el estudio de los patrones de asentamiento a nivel macroespacial. Estudiaremos la distribución y cronología de los lugares de población en todo el ámbito de estudio, y su relación con vectores de romanización, vías de comunicación y necesidades administrativas.

Que la época romana “bajó a los indígenas al valle” es cosa bien sabida. Sin embargo, rara vez se ha enfocado este fenómeno desde un punto de vista técnico y cuantitativo. En esta presentación se propone una metodología y exponen los resultados con el fin de medir este fenómeno. En primer lugar, la desaparición o pervivencia de asentamientos a través de la romanización puede alumbrar nuevos aspectos sobre la estrategia de poblamiento en el mundo lusitano-vetón, su relación con los vectores de romanización y vías de comunicación. Distintas formas de poblamiento muestran una estrategia de macro-ocupación del territorio cambiante e influenciada por factores no siempre tenidos en cuenta. Por otro lado, el estudio de la morfología y naturaleza del área de captación de los asentamientos podría permitirnos cuantificar la intensidad de cambio en cuanto a estrategia de emplazamiento. Si es cierto que se “baja al valle”, cómo y hasta qué punto se puede hablar de nueva estrategia, y no continuidad. Este artículo presenta un estudio falible, pero que puede ayudar a comprender mejor un fenómeno que sabemos está allí, pero no hemos acabado de aprehender.

La segunda perspectiva será un estudio de ámbito más reducido, ya que me limitaré a estudiar los asentamientos de la cuenca del río Alagón y la esquina Noroeste de la provincia de Cáceres. Dentro de esa zona, los núcleos de población serán estudiados microespacialmente, con el fin de caracterizar la estrategia de emplazamiento en cuanto a potencialidad defensiva y agrícola.

Ubicación de los asentamientos. El problema principal en esta clase de estudios es la existencia de grandes lagunas geográficas y cronológicas que impiden abordar la problemática planteada desde un punto de vista que podamos considerar completo. Otro problema es la falta de fiabilidad en muchas de las dataciones de ocupación de los asentamientos. Ya sea por la carencia de investigación arqueológica, o por la inexactitud a la hora de datar el registro encontrado, nos encontramos ante otra dificultad a la hora de llevar a cabo el estudio planteado (Fig. 1).

Introducción. Esta investigación1 tiene como objetivo comprender la estrategia de emplazamiento utilizada en los asentamientos de la cuenca baja del Tajo durante la segunda Edad del Hierro y la época altoimperial (ss. IV a.C.-I d.C.).

Realizada como Trabajo de Investigación con el fin de obtener el Diploma de Estudios Avanzados en el Departamento de Historia Antigua de la Universidad Complutense de Madrid. Se ampara en el disfrute de una beca FPI concedida por el Ministerio de Ciencia y Tecnología (BES-2002-1650), dentro del proyecto “La formación de los paisajes antiguos en el occidente peninsular: estructuras sociales y territorio” (BHA2001-1680-C02), dirigido por Domingo Plácido Suárez y Francisco Javier Sánchez-Palencia Ramos, miembros del grupo de investigación Estructura Social y Territorio-Arqueología del Paisaje sito en el Instituto de Historia del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. 1

241


Guillermo-Sven Reher Díez

Figura 1. Área de trabajo y asentamientos estudiados.

Hierro II.

Hierro Final/Romanización.

Los núcleos de población durante la segunda Edad del Hierro (aproximadamente ss. V-III a.C.) presentan dos tipos básicos de emplazamiento. El primero y más abundante es el “encajonamiento” dentro de un valle, con el asentamiento sobre un espolón ribereño bien defendido por todos los lados salvo por uno, el de acceso, defendido más fuertemente. El segundo es de tipo más antiguo, coronando un cerro.

La época más fascinante en el estudio de los asentamientos es la época que combina el Hierro Final y la romanización inicial. El Hierro Final, Hierro III para algunos y simplemente el Hierro II tardío para otros, se caracteriza ante todo por los cambios que se producen en el tipo de asentamiento habitado y en la aparición de influencia romana, además de la existencia de obras históricas clásicas tratando este periodo. Polibio es el autor más antiguo en mencionar a los lusitanos3. El marco geográfico de este pueblo es muy diverso en los distintos autores, todo el debate en su entorno puede estudiarse de manera completa y con detenimiento en la obra de Pérez Vilatela (2000). Sobre los vetones Plinio y Estrabón posteriormente los situaron en torno al Tajo (NH III, 19 y IV, 113; Geog. III, 3, 1 y III, 3, 3), llegando por el Norte hasta el Duero (NH IV, 112; Geog. III, 3, 2 y 4, 12).

La preponderancia de estos modelos es muy notable2. Sin embargo, sí hay excepciones. Destacan por su carácter bastante diferente Olisippo y Scallabis, dos ciudades con un marcado carácter comercial con fuertes influencias púnicas. Además, carecen de un registro arqueológico prerromano debidamente constatado, a pesar de ser núcleos documentalmente atestiguados para época prerromana. Por estas razones, y dado que son asentamientos funcional y morfológicamente distintos del resto de núcleos de la Edad del Hierro, han tenido que ser descartados del conjunto (Fig. 2).

2 3

El fenómeno principal asociable a esta época es el desarrollo de grandes oppida, castros de gran

El 52% de los castros cacereños coronan cerros, y el 44% son de tipo “ribereño” (Martín Bravo, 1999: 202-203). La cita más antigua es del 210 a.C. (X, 7, 4-5).

242


Estrategias de asentamiento ante la romanizaci贸n en la cuenca baja del Tajo

Figura 2. Hierro II.

Figura 3. Hierro Final.

243


Guillermo-Sven Reher Díez

Figura 4. Romanización.

extensión, cuya jerarquía en tamaño ha sido a veces interpretada como jerarquía político-administrativa (ver Collis, 1984, Woolf, 1993, Almagro Gorbea, 1994, concretamente en Extremadura Martín Bravo, 1999: 265-270 y VVAA, 2000: 59-61). Sin embargo, esta hipótesis no ha sido probada arqueológicamente4 y carecemos de otras fuentes que apunten en esta dirección (Fig. 3).

zá en parte seguían patrones étnicos preexistentes, eran en parte fundaciones siguiendo directrices romanas. Así, Cayo Julio César, propretor de la provincia Ulterior, armó una expedición contra los habitantes de las montañas con el fin de cumplir la orden de bajar a poblar la llanura (Cass. Dio XXXVII, 52-53; Plut. Caes. 12). Es a partir de este momento, el 61 a.C., en que empezamos a ver a Roma realmente ponerse a transformar el paisaje de Lusitania. César fundó las colonias y municipios de Scallabis, Norba Caesarina, y Olisippo en un proyecto de romanizar la administración, proceso continuado por sus sucesores, y por este estudio en la siguiente sección.

Los oppida, sin embargo, surgen en un periodo de romanización que hace difícilmente discernible su creación/ocupación en época prerromana o romana ya. Es por ello que el fin de la Edad del Hierro es indistinguible de la romanización. Para intentar clarificar este panorama se utilizó como criterio la presencia de material romano en la cerámica. De esta manera se puede intentar distinguir aquellos asentamientos que llegaron a la romanización pero que no presentan muestras definitivas de haber culminado ese proceso (Fig. 4).

Época altoimperial. A la hora de estudiar los asentamientos romanos, el modelo de poblamiento, hemos procurado no tener en cuenta un ámbito fundamental de éste: la explotación de los recursos. Hubo muchos núcleos poblados y fortalecidos porque obedecían a necesidades de explotación minera o industrial.

El principal efecto de la romanización en cuanto a estrategias de poblamiento es la creación de civitates para articular el territorio. Éstas, que qui-

4

Raros son los oppida que han sido excavados, y con escasos resultados, al contrario que otros castros mucho menores.

244


Estrategias de asentamiento ante la romanización en la cuenca baja del Tajo

Figura 5. Época romana.

Hemos considerado que incluir estos asentamientos dentro de este estudio podía corromper los resultados. Por decirlo de otra manera, el poblamiento que obedecía a necesidades especiales queda fuera del ámbito de nuestro estudio por tener unos patrones diferentes no homologables a épocas anteriores.

Era su fin. Es en estos momentos cuando las vías de comunicación pasan a articular el territorio, siendo ejes fundamentales en la vertebración de las civitates. El resultado es un poblamiento más regular en su distribución, y comunicado mediante calzadas (Fig. 6).

Otros núcleos que han tenido que ser tratados con más delicadeza, o directamente descartados, son las fundaciones militares y las mansiones. Las primeras, por estar sometidos a la misma problemática ya mencionada. Las segundas sólo han sido incluidas cuando tienen un poblamiento constatado y una localización suficientemente precisa (Fig. 5).

El modelo de poblamiento: visión diacrónica. La Edad del Hierro presentó un poblamiento en núcleos pequeños y de distribución regionalmente irregular. En ciertas zonas está arqueológicamente atestiguado un poblamiento denso en cuanto a número de asentamientos, que contrasta con amplias zonas de “hinterland” despoblado. Con el tiempo, y con el contacto con el imperialismo romano, se empezaron a desarrollar núcleos de población de mayor tamaño, y más visibles desde el entorno.

En época romana, con la llegada del Imperio, se da una “segunda romanización” en la que se produce una oleada de abandonos de asentamientos durante la segunda mitad del s. I a.C. y la primera mitad del I d.C.. Este fenómeno puede encajar dentro del proceso de cristalización de la administración provincial, y lo que ello suponía para los modos de poblamiento tradicionales. Así, muchos núcleos de larga duración encuentran en el cambio de

Esta tendencia parece encajar perfectamente con el efecto que la romanización tuvo en el poblamiento. Los asentamientos empezaron a ser abandonados en beneficio de otros nuevos. Finalmente, 245


Guillermo-Sven Reher Díez

Figura 6. La Segunda romanización y fundaciones altoimperiales.

sobre el cambio de Era, fueron definitivamente abandonados los viejos castros y cristalizó el nuevo sistema administrativo romano de las civitates. El resultado final es un poblamiento más regular, con un mayor interés en el control territorial marcado por la falta de continuidad de patrones tradicionales.

teamos una región que consideramos representativa del área de estudio con el fin de lograr unos resultados más óptimos (Fig. 7). El estudio de emplazamiento se hace midiendo tres factores: • Visibilidad: tanto desde el asentamiento como de él. La visibilidad confiere el control de un territorio, y simboliza el deseo de ejercer ese control.

Emplazamiento en la región del Alagón. El emplazamiento como objeto de estudio: metodología.

• Perfil: del lugar del asentamiento dentro del campo donde es visible. Es de suponer que el perfil cobra importancia simbólica y defensiva desde aquellos lugares donde un asentamiento es ya visible.

Con el fin de realizar un estudio sobre la estrategia de emplazamiento de los asentamientos, hemos optado por reducir el área de estudio en extensión, con el fin de evitar zonas con poblamiento “anormal”. Con este adjetivo nos referimos a aquellas regiones con una densidad de núcleos fuera de la media5. También se han evitado zonas con presencia de asentamientos problemáticos6. De esta manera plan-

• Recursos: potencialidad, tanto cuantitativamente como su tipo, de las tierras dentro de su entorno, explotables por la población del asentamiento.

Por ejemplo, Portalegre con demasiados pocos asentamientos, o la parte centro-sur de Cáceres, con demasiados asentamientos ribereños. Consideramos que la región del Alagón reúne tanto una gran variedad de asentamientos, y una densidad coherente con el área de estudio. 6 Como ya se ha dicho antes, mansiones, asentamientos militares, comerciales, mineros e industriales. 5

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Estrategias de asentamiento ante la romanización en la cuenca baja del Tajo

Figura 7. Región del Alagón.

• Pendiente: “buena” si predominan en las zonas más inmediatas al asentamiento las pendientes óptimas para el cultivo.

Primero se analizan los factores físicos (visibilidad y perfil), después su potencial de suelos, en la siguiente sección, teniendo en cuenta pendiente y calidad de suelos con el fin de conocer el potencial agrícola del lugar. Finalmente, utilizando las cronologías de poblamiento de los asentamientos, podremos desarrollar una comparativa diacrónica, en la última sección.

• “Defensa”: juzgado por el perfil y defensabilidad del emplazamiento (Fig. 8). Esta ficha, utilizando la metodología propuesta, da como resultado la siguiente valoración:

Los factores físicos han sido medidos y presentados usando el Mapa Militar Digital de España (1997). Con ello se han desarrollado unas fichas de asentamiento que son utilizadas para sacar conclusiones valoradas utilizando los criterios enumerados a continuación. • Visibilidad: “buena” será aquella que cubra más de dos tercios de los dos kilómetros a la redonda, “regular” entre uno y dos, y “mala” solo uno.

Visibilidad

Buena

Pendiente

Mala

Defensa

Buena

Potencialidad de los suelos. La calidad de los suelos se deriva de los estudios edafológicos de la región7, y de las conclusiones

Para Cáceres sólo tenemos el Mapa de suelos de la provincia de Cáceres. Estudio agrobiológico. CSIC, 1970. En cambio, para Salamanca tenemos varias fuentes, como Los suelos de la provincia de Salamanca. Diputación Provincial de Salamanca. Salamanca, 1964; Mapa de suelos de Castilla y León. Junta de Castilla y León; Mapas provinciales de suelos: Salamanca. 7

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Guillermo-Sven Reher Díez

y recomendaciones en ellos contenidos. Naturalmente, se ha tenido que simplificar la valoración para hacer la medida homologable. Consideraremos que la calidad del suelo es “buena” si predominan (2/3 o más del radio de 2 kms.) los suelos buenos (Fig. 9).

“bueno/a”, se elabora la siguiente tabla. La columna de “potencialidad” se realiza con una escala de 0-2 puntos y sumando los factores de pendiente y suelos, en primer término, y después la potencialidad sumando, además, la visibilidad y la defensa. Así logramos una valoración en cuanto a potencialidad agrícola, por un lado, y potencialidad colectiva, por otro.

Resultados. Teniendo en cuenta todos los factores medidos, y siendo valorados como “malo/a”, “regular” y

Figura 8. Ficha del asentamiento de Cáceres Viejo (Cañaveral, Cáceres). En la parte superior se muestra la topografía, pendiente y visibilidad. En la parte inferior se ven los perfiles y un modelo en tres dimensiones del emplazamiento.

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Estrategias de asentamiento ante la romanizaci贸n en la cuenca baja del Tajo

Figura 9. Suelos.

Asentamiento

Visibilidad Pendiente

Suelos

Potencialidad

Defensa

Ad Lippos

Buena

Regular

Buenos

3-5

Mala

C谩ceres Viejo

Buena

Mala

Regulares

1-5

Buena

Caelionicco

Buena

Buena

Buenos

4-6

Mala

Capara

Buena

Buena

Regulares

3-6

Regular

Castillo de las Moreras

Buena

Buena

Regulares

3-6

Regular

Caurium

Buena

Regular

Buenos

3-6

Regular

El Berrocalillo

Regular

Regular

Buenos

3-5

Regular

El Castillejo

Buena

Mala

Regulares

1-5

Buena

El Zamarril

Regular

Mala

Regulares

1-4

Buena

La Muralla de Salvale贸n

Buena

Buena

Regulares

3-6

Regular

Lama

Buena

Buena

Buenos

4-7

Regular

Morros de la Novillada

Regular

Regular

Regulares

2-4

Regular

Portezuelo

Buena

Regular

Regulares

2-4

Mala

Rusticiana

Mala

Buena

Regulares

3-3

Mala

Villavieja

Regular

Mala

Buenos

2-5

Buena

249


Guillermo-Sven Reher Díez

Figura 10. Cronología de los asentamientos.

En cuanto a las cronologías de los asentamientos, véase la tabla anterior y la figura 10. Recordemos que, siguiendo los criterios establecidos en la primera parte, las etapas de romanización y república coinciden, únicamente distinguidas por si se tratan de fundaciones ex-novo o pervivencias anteriores.

Hay una caída espectacular en el nivel de defensas naturales exigidas en la localización de asentamientos. Así mismo hay un aumento en potencialidad agrícola del entorno inmediato de los mismos. Observando con más detalle, vemos que el fenómeno de “oppidización” supuso un aumento tanto en la importancia de las defensas naturales como en la de una proporción de suelos favorables para su explotación agrícola.

Conclusión.

Como última observación, la importancia continuada de la visibilidad en todas las épocas. Dicho fenómeno constituye en sí mismo un tema muy interesante de estudio, ya que este factor parece significar casi una condición sine qua non, el único con este rango, a la hora de elegir emplazamiento.

La separación que hemos efectuado con anterioridad entre aquellos asentamientos romanizados y las fundaciones republicanas cobra particular interés ya que ilustra ese cambio en las estrategias de emplazamiento (Fig. 11).

Figura 11. Comparativa.

250


Estrategias de asentamiento ante la romanización en la cuenca baja del Tajo

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TÍTULOS ANTERIORES DE ESTA COLECCIÓN

1.

Maltravieso, el santuario extremeño de las manos. Por Sergio Ripoll López, Eduardo Ripoll Perelló e Hipólito Collado Giraldo. 1999 (Agotado)

2.

Pinturas y grabados rupestres esquemáticos del Monumento Natural de los Barruecos. Malpartida de Cáceres. Por Mª Isabel Sauceda Pizarro. 2001 (Agotado)

3.

Epigrafía romana y cristiana del Museo de Cáceres. Por Julio Esteban Ortega y José Salas Martín. 2003

4.

La colección de estampas del Museo de Cáceres. Por Juan Carrete Parrondo. 2005

5.

El conjunto orientalizante de Talavera la Vieja (Cáceres). Por Javier Jiménez Ávila (Editor). 2006

6.

Los primeros campesinos de la Raya. Aportaciones recientes al conocimiento del Neolítico y Calcolítico en Extremadura y Alentejo. Por Enrique Cerrillo Cuenca y Juan M. Valadés Sierra (Editores). 2007

7.

Arqueología urbana en Cáceres. Investigaciones e intervenciones recientes en la ciudad de Cáceres y su entorno. Por Primitivo Javier Sanabria Marcos (Editor). 2008

8.

Actas del Congreso El Mensaje de Maltravieso 50 años después (1956-2006). Por Primitivo Javier Sanabria Marcos (Editor). 2008

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