Historia de roma

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Pero, además de éstos, que, si bien sometidos a un trato de privilegio, eran, sin embargo, dioses prisioneros, había los novensiles, es decir, aquellos que muchos extranjeros, por iniciativa propia cuando se trasladaban a Roma y ponían casa en ella se traían consigo para sentirse menos exiliados y desplazados. Los alojaban en templos construidos con fondos privados. Y los romanos no sólo no negaron jamás a nadie ese derecho, sino que hasta se mostraron extraordinariamente hospitalarios con ellos. El Estado y sus sacerdotes les consideraban en cierto sentido como policías que colaborarían a mantener el orden entre sus fíeles sin reclamar siquiera un estipendio. Y a muchos de ellos les asignaron un puesto en el Olimpo oficial. En 496 antes de Jesucristo fueron incluidos en el «organismo» Démeter y Dionisio, como colegas y colaboradores de Ceres y de Libero. Pocos años después. Castor y Pólux, también recién consagrados, se molestaron en bajar del cielo para ayudar a los romanos a resistir en la batalla del lago Regilo. Hacia 300, Esculapio fue trasladado por decreto de Epidauro a Roma para enseñar medicina. Y, poco a poco, esos recién llegados, de huéspedes que eran se convirtieron en dueños de la casa, especialmente los griegos, más afables y cordiales, menos fríos, formulistas y remotos que los dioses romanos. Fue por influjo helénico que poco a poco se formó una jerarquía entre ellos, al frente de la cual se reconoció a Júpiter con los mismos atributos que en Atenas tenía Zeus. Este fue el primer paso hacia las religiones monoteístas, que primero con el estoicismo y luego con el judaismo triunfaron al fin con el cristianismo. Este proceso, empero, se desarrolló mucho más tarde. Los romanos del período republicano convivieron con una multitud de dioses, de los que Petronio decía que en algunas ciudades eran más numerosos que los habitantes y que Varrón evaluó en cerca de treinta mil. Sus actividades e interferencias hacían difícil la vida a los fieles que no sabían cómo manejarse en sus luchas y rivalidades. Por todas partes se podía tropezar con algún objeto consagrado a uno u otro. Ofendidos, los dioses aparecían en forma de brujas que volaban de noche, comían serpientes, matabas chicos y robaban cadáveres. En Horacio y en Tibulo, en Virgilio y en Lucano se les encuentra a cada paso. Eran tanto más peligrosos cuanto que, a diferencia


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