Historia de roma

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no comprendía nada de arte, se obstinaba puntillosamente sobre problemas filosóficos secundarios perdiendo de vista los principales y se complacía con citaciones y virtuosismos estetizantes. Era fatal que confundiese la Iglesia con sus malos pastores y que mezclase éstos a aquélla en una misma antipatía. Sea como fuere, no honra a su inteligencia política la idea que se le atribuyó, y que tal vez cultivó de veras, de un retorno al paganismo como religión de Estado. Pues todo retorno, en política, es ya un error. La famosa apostasía de Juliano fue, sobre todo, un acusado agnosticismo. Se desinteresaba de las herejías que seguían lacerando a la Iglesia y es probable que las viese con simpatía. Pero concedió la libertad de culto a los hebreos y les permitió reconstruir el templo de Salomón, cuyos andamiajes, empero, quedaron destruidos por un terremoto, lo que algunos escritores cristianos interpretaron como un castigo del Cielo. Se ha dicho, aunque no ha sido probado, que subrepticiamente había alentado la restauración de los antiguos cultos paganos. Sea como fuere, no debió sacar de ello muchas satisfacciones, pues la gente no se adhirió más que a desgana y sin entusiasmo. En Alejandría fue asesinado por los paganos el obispo Jorge y en Antioquía fue incendiado por los cristianos el templo de Apolo: ni en un caso ni en otro Juliano ordenó represalias. Quería mostrarse imparciaL Dios sabe cómo y adónde habría ido a parar esa su anacrónica política religiosa, si Sapor no le hubiese obligado a empuñar otra vez las armas. Preparó aquella difícil y peligrosa expedición con su cuidado habitual, adiestrando un ejército enorme y una flota de mil naves con las que descender por el Tigris. Los primeros encuentros le fueron favorables, pero la ciudad de Ctesifonte le resistió con sus formidables fortificaciones, obligándole, al final, a retirarse. Pero, ¿quién hubiera podido hacer remontar la corriente a las naves? Juliano dio la orden de quemarlas. No podía obrar de otro modo, pero la decisión desmoralizó a los soldados y los llenó de furor. La región era pobre, pedregosa, calcinada por el sol, hostil. La caballería persa estorbaba la marcha, infligiendo graves pérdidas con sus dardos. Uno de ellos alcanzó a Juliano clavándosele en el hígado. El emperador trató de extraerlo con sus manos, ensanchó la herida y provocó una hemorragia mortal. Dándose cuenta de que se


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