Tren al pasado. Relato de unas vacaciones

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De palabra fácil y halagadora sostenía, sin permitir que su ánimo decayera, una corte de admiradoras entre las muchachas bien, las del pueblo y las del barrio. Lo cierto es que tenía el mismo éxito en todos los sectores de la sociedad y al parecer sus amoríos no le ocasionaban ningún problema, era el invitado obligado a todo tipo de fiestas. Los martes era natural verlo conversando con la tía Ema, los dos recostados al almendro en sendos taburetes de cuero, como es costumbre en los pueblos de tierra caliente; la amistad con ella le abrió las puertas al círculo de tertulias de los más cultos, como ingenieros de las compañías americanas, médicos, gerentes de los bancos, autoridades civiles y militares. En vacaciones de mitad y final de año se le perdía por completo a sus asiduos de El Puerto y solo tenía ojos para las turistas que llegaban de Medellín y de la costa a hospedarse en el hotel Magdalena; de la pensión donde vivía en la avenida frente al río se trasladaba bien fuera al hotel a las nueve de la noche, hora en que empezaba la fiesta, a los lugares acostumbrados como heladerías y kioscos o a donde la novia de turno, si la tenía. No se le volvía a ver hasta que la última de las turistas salía del hotel y para entonces, con su natural simpatía, tenía lista una disculpa. Todos estaban de acuerdo en que era un joven muy simpático y culto, siempre se había leído el libro de moda, sabía los últimos chistes y escuchaba, sin opinar, los chismes que según él no le interesaban pues con su vida era suficiente. Esa noche, en el kiosco, mi tía no quiso escuchar más; estaba nerviosa y molesta, se despidió de sus amigas y nos fuimos a casa. Yo no pude dormir esa noche; al día siguiente iría a visitar a la única 30


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