Maunque llueva. Tradición oral del Atrato Medio Chcoano

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bañándose, se levantó la falda mostrándole su cocón y, en un acto a todas luces desesperado por llamar su atención, le gritó: - ¡Ijrraér Arcario Péreee, mirá tu cara! Dizque mirá “tu cara”, nada más que su cocón ¡no joda! Y a todo pulmón. El grito lo escucharon hasta del otro lado, como también el tiro que le hizo con la escopeta Israel Arcadio, casi al tiempo, por el medio de las piernas. - ¡Grandísima desocupara… a yo me repetá… a yo no soy molote re naire. Felicia cayó patas arriba, pero como cayó se levantó y desde ahí se le acabó el embeleco con Israel. Y no era para menos, después de semejante susto y vergüenza, porque a pesar de todo, la sintió. Más o menos seis meses después de ocurrido el incidente, a Israel Arcadio le dio un patatús mientras jugaba dominó en la tienda de su tío Agustín Palacios, hermano de su difunta madre. El hecho causó extrañeza, porque nunca Israel había sufrido enfermedad alguna y desde recién nacido lo habían preparado con los respectivos sahumerios para protegerlo de la lombriz y del mal de ojo, enfermedades que por esos tiempos y lugares eran muy populares, sobre todo en los niños, y que podían matar a la criatura o dejarle secuelas para toda la vida, de no contar con la adecuada atención de un yerbatero. Además, Israel Arcadio era sumamente sano y fuerte. Esa fue la primera maluquera, pero no la última. De ahí en adelante estos ataques se repetían con mayor frecuencia e intensidad, hasta un punto en el que Israel no pudo volver a pescar, porque imaginen si esto le llegaba a suceder en el agua. El hombre caía tieso, sin poder hablar, luego convulsionaba con tal intensidad que lo tenían qué agarrar y meterle un trapo en la boca para que no se fuera a partir la

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