El Heraldo de Coatzacoalcos 27 de Septiembre de 2013

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GENERAL

6A VIERNES 27 DE SEPTIEMBRE DE 2013

Revelaciones

O·P·I·N·I·Ó·N

El grupo al que perteneces Margarito Escudero Luis

E

l sector empresarial de esta sociedad está en acuerdo con que los manifestantes que han tomado las calles, bloqueado accesos a la ciudad y demás acciones para llamar la atención, sean desalojados con la fuerza del gobierno. Es el sector mejor acomodado, socialmente hablando, pero tiene tras de sí a otro numeroso grupo de ciudadanos que ya se cansaron de las manifestaciones constantes de profesores, campesinos y vecinos molestos. Sin embargo, la mayoría de la ciudadanía está de acuerdo en que se debe cambiar la forma como se conduce al país, muchos en contra del gobierno, por lo menos de dientes pa’ fuera, pero esperan que ese cambio sea terso, sin modificaciones a su habitual forma de vivir, para no salir de la zona de confort donde se encuentran. Dif ícilmente se entiende para lograr un cambio, se deben hacer esfuerzos extraordinarios y cada cambio debe, por fuerza,

modificar de alguna manera el estatus de cada quien. ¿Entonces, qué clase de cambio quieren? Y es que pareciera que la gente responde sólo al llamado de la televisión y de las grandes campañas publicitarias. Si no sale en la tele, no existe, si no lo dice el comentarista de moda, no tiene validez. Así podemos ver que durante todo el tiempo nos quejamos de la carestía, de la falta de empleo, criticamos al gobierno por no resolver esos problemas, lamentamos haber votado por el partido que ostenta el cargo. Pero luego, cuando llegan las campañas políticas, el IFE arranca con su publicidad, a cada rato, todos los días, luego los partidos, el que más propaganda hace es el que gana la elección. Así ha sido en los últimos años, lo hemos visto y nos seguimos quejando, pero permitimos que las cosas sigan igual.

GRAN MOVILIZACIÓN Ahora que el profesorado ha

logrado una movilización de grandes proporciones, las opiniones ciudadanas están divididas; cada uno plegándose hacia lo que consideran su razón, algunas fundamentadas, otras no, pues son meras opiniones, sin más propósito que atacar al hombre y no a los argumentos. Unos defendiendo su pertenencia social a la clase con la cual se identifican o forman parte desde su origen; otros vociferando en favor del gobierno, exigiendo clases como si fueran los nuevos patrones en esta sociedad. Los líderes sindicales, como siempre, muestran su verdadera filia, amenazan a sus agremiados demostrando así que están del lado del patrón, de quien dicen defender a los trabajadores. La gente se queja, pero prefiere estar del lado de quien les provoca las quejas, no hay trabajo, no alcanza el dinero, los salarios son muy bajos, la escuela que debería ser gratuita resulta muy cara, no hay una

Todos lo sabemos, pero cuando vemos a un grupo de trabajadores que levanta la voz contra todo lo que nos aqueja, nos ponemos en contra. ¿Entonces?

atención médica de calidad, no hay medicinas en los hospitales, no alcanzan las aulas para estudiantes universitarios, los servicios son malos, la delincuencia se empodera y los casos de corrupción de funcionarios cada vez son más evidentes y descaradas. Todos lo sabemos, pero cuando vemos a un grupo de trabajadores que levanta la voz contra todo lo que nos aqueja, nos ponemos en contra. ¿Entonces?

DEFINIR UNA POSTURA Cada ciudadano debería definir en qué bando está, a qué grupo pertenece, definir con claridad y conscientemente quiénes son los dueños del estado y los medios de producción y quiénes deben alquilarse por un salario, para que esos medios de producción puedan funcionar y el estado pueda sobrevivir. Si el ciudadano decide que pertenece al grupo dominante y no le alcanza su salario para que sus hijos tengan una educación de calidad, seguramente está

equivocado. Es que a nadie le gusta decir o aceptar que está en el bando de los dominados, prefieren soñar que son los patrones y que viven el mundo de telenovela que impone la televisión. Si logramos reconocer quiénes están en la clase dominante, entonces pudiéramos entender que si ese grupo dominante impone su voz y directriz, luego de que el grito de los maestros sea acallado y la movilización aplastada, empezaremos a ver oleadas de profesores despedidos, petroleros sin trabajo, campesinos sin tierra, estudiantes sin escuela, egresados desempleados, mucho más de los que hoy existen. Por eso resulta necesario definirse en esta arena social: pelear a vida o muerte, reconocer al grupo social al que pertenecemos y actuar en consecuencia. No permitir a nadie se le quite su trabajo, para que cuando quieran quitarme el mío, haya alguien que pueda defenderme.

Opinión

“Me llamo Álvaro Mutis y bailo muy bien el tango” Juan José Rodríguez

M

i primer recuerdo de don Álvaro Mutis fue verlo en la televisión, diciendo en voz alta un poema en medio de un viñedo. Si esa es la palabra: no declamando, no recitando, no actuando. El señor decía un poema con magnífica dicción y prestancia y, aparte, el poema era suyo. Era un comercial de un llamado Consejo Nacional de la Uva, que impulsaba a consumir uva mexicana, el cual existió muchos años antes que un Consejo Nacional para la Cultura y las Artes nos impulsara a consumir poesía. El slogan musical y verbal era “Bueno es, lo que la uva es”. ¿Año? 1983 u 84. Yo estaba en la secundaria y algunas bengalas poéticas trataban de posarse en mi pluma y las noches de insomnio, por lo que ese comercial encendió mi atención y

tensión. Así que de repente teníamos a un poeta llamado Álvaro Mutis, compartiendo ese poema con voz clara, esa misma voz irreconocible del narrador de Los intocables. “Vengo a cantar a la uva de México, canto a vid, su hoja de cinco puntas que copia la mano del hombre…” Y así seguía, caminando entre los viñedos como estampa bíblica, añadiendo versos armoniosos que, oh sorpresa, no necesitaban rima para darnos la sensación de musicalidad y certeza poética. “Compañera de platón, hermana de Omar Khayyam, señora de los jardines de Córdoba donde los Omeyas exaltaron el álgebra y la vida”. Acostumbrados al histrionismo de Juan José Arreola o a la calmada cadencia de Octavio Paz, era un contraste ver a ese hombre sereno, con un som-

brero de palma y quizás una báculo, soltando versos al aire como palabras mágicas. El comercial se transmitía por las noches, en horario estelar antes del noticiero, por lo que fue visto por multitudes que, a esa hora pre-Internet, se congregaban ante el altar de la televisión. He buscado ese comercial en esa biblioteca de Babel que es el YouTube, pero mi esfuerzo ha sido infructuoso. Hace unos años, había por ahí una versión bastante neblinosa; ahora, con motivo de su fallecimiento, no he dado con ninguna en algún archivo videográfico. ¿Habrá sido creación de Eulalio Ferrer? Así que antes conocer al Álvaro Mutis aventurero, conocí al poeta deslumbrante del viñedo. Al final de su comparecencia audiovisual, Mutis anunciaba con voz de trueno: “Proclamo para la vid, la fervorosa

simpatía de los hombres, que le deben el canto las batallas, la oración y la lenta agonía el saber. Así sea”. Ese “Así sea”, que es usado en la Ese “Así sea”, Biblia al final de ciertos salmos, que es usado algunos lo entendíamos como en la Biblia al final de ciertos “Así se habla”. Recuerdo la dissalmos, algunos cusión entre mis compañeros lo entendíamos de la secundaria sobre cuál era como “Así la versión correcta. se habla”. Recuerdo He vivido en un puerto y, así la discusión como uno reconoce en Alejo entre mis compañeros de Carpentier o Conrad ciertos la secundaria guiños que son parte de la vida sobre cuál diaria nuestra y son exóticos era la versión para el hombre de tierra adencorrecta tro, en Álvaro Mutis se le ve la sabiduría del sabor salobre de la vida, ante la brisa y la ocre persistencia del óxido, así como esa visión de la vida real que vas más allá del mar. Me encanta su poema “Canción del Este”, donde comparte esa verdad de la vida que afirma que, a veces, uno puede buscar

afanoso la felicidad sin encontrarla, cuando en realidad está a sólo unos cuantos pasos de nosotros: “A la vuelta de la esquina/ te seguirá esperando vanamente/ ése que no fuiste, ése que murió/ de tanto ser tú mismo lo que eres./ Ni la más leve sospecha,/ ni la más leve sombra/ te indica lo que pudiera haber sido/ ese encuentro. Y, sin embargo,/ allí estaba la clave/ de tu breve dicha sobre la tierra”. Mi amiga, la escritora Ana García Bergua, cuenta que cuando sus papás hacían fiestas dominicales, una vez llegó a su casa un señor de traje azul muy elegante, con un ramo de rosas como detalle de cortesía para su mamá, y que ella y su hermana Alicia le abrieron la puerta. Ahí se presentó con esta frase inolvidable: “Buenas tardes, me llamo Álvaro Mutis y bailo muy bien el tango”.

Opinión

Un personaje en busca de autor Nicolás Alvarado

F

ui en la prepa un alumno de literatura lo suficientemente atento y diligente (era la única materia que me gustaba y para la que medio servia), y he sido después un lector de crítica lo bastante frecuente y (creo) sagaz, como para saber que un texto –literario pero también cinematográfico, musical, visual o de cualquier índole– no es cosa que deba uno analizar desde la identificación íntima con tal o cual personaje, situación o tono –lo cual viciaría la lectura, reduciría el arte al estatuto de espejo– sino a partir de consideraciones éticas y estéticas puntuales (y acaso superiores), desde un contexto histórico y filosófico susceptible de contribuir a la construcción de una visión más rica.

La asepsia del aparato crítico es entelequia tan ideal —no en el sentido de idónea, que no me lo parece, sino en el sentido de abstracta— como la presunta objetividad periodística

Sé jugar ese juego –me formé como escritor publicando reseñas en revistas y suplementos, como todos–, y desempolvo sus reglas para observarlas cada que entrego un texto de crítica pura y dura (cosa que a estas alturas me da cada vez más flojera y por tanto hago con frecuencia cada vez menor), pero he de decir también que, en la intimidad de mis cavilaciones intimísimas (en mi cabezota, pues), en el diván del psicoanalista (en mi cabezota otra vez, a fin de cuentas) o en las conversaciones que sostengo con mis más allegados (de cabezota a cabezotas), jamás funciono así. Porque la asepsia del aparato crítico es entelequia tan ideal —no en el sentido de idónea, que no me lo parece, sino en el sentido de abstracta— como la

presunta objetividad periodística. Pero sobre todo porque, para un ser humano común —y mucho me temo que eso somos todos, más allá de a qué nos dediquemos y qué y cuánto hayamos leído—, los productos culturales, aun los más herméticos, son también herramientas para pensarnos. La idea me vino a la mente (a la cabezota) hace poco que hablaba con una amiga de cierta situación que en algún momento parecía salida de una novela de Kazuo Ishiguro (tan triste, tan hermosa, tan contenida, tan noble) y cuyo tono viró de súbito al de un vodevil de Georges Feydeau (un solo escenario, unos cuantos personajes, tantas puertas como personajes, entradas y salidas con timing perfecta-

mente imperfecto, enredos en apariencia frívolos que en su enmascaramiento de sentimientos profundos coquetean con el absurdo; no en vano se tiene ahora al ligero y comercialísimo amo de la comedia de bulevar por una suerte de precursor de Ionesco). Ahora que termine de escribir esto me lanzaré a una de mis dos sesiones hebdomadarias con Herr Doktor (y vuelta la burra al trigo: soy —¿lo he dicho ya?— cabezota) y anticipo que los nombres de ambos autores saldrán a relucir en ella. Como han figurado de manera importante a lo largo de ya más de cuatro años de análisis ciertos libros, películas y obras de arte, al punto que hube de leer Marcas de nacimiento, de Nancy Huston,

digamos, por prescripción (gran novela, por cierto: todavía no me repongo de ella), al grado que hace poco me descubrí no sólo pagando mil 200 pesos por hablar una hora entera de la Vértigo hitchcockiana sino explorando el parecido de mi neurosis con la de su Scottie Ferguson (ése es James Stewart, para los menos clavados). Hay una expresión trasnochada, heredada de mi madre, que quiero rescatar aquí: no soy de Boligoma. Procuro pensar pero, qué remedio, siento. Veo el Viajero frente a un mar de nubes, de Caspar David Friedrich y lo que veo primero es a mí, hoy: me imagino, pues, obra de su autoría. Será que ando busca de creador. (Ay, Dios.)


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