EL Heraldo de Coatzacoalcos 26 de Diciembre de 2013

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DE COATZACOALCOS

JUEVES 26 DE DICIEMBRE DE 2013

El Jimmy Jaime Benjamín Cárdenas Pardo

Leed: Este asesino serial boliviano entró al mundo de las drogas y el alcohol cuando era un preadolescente, mató por primera vez a los 17 años y durante toda su vida, según confesó, acabó con más de 30 personas: generalmente asesinaba para robar, algunas veces porque violaba y no quería ser delatado, y otras por misiones como sicario

PRIMERA PARTE

E

ste asesino serial boliviano entró al mundo de las drogas y el alcohol cuando era un preadolescente. Mató por primera vez a los 17 años y durante toda su vida, según confesó, acabó con más de 30 personas: generalmente asesinaba para robar, algunas veces porque violaba y no quería ser delatado, y otras por misiones como sicario. “Tengo nueve hermanos, yo soy la oveja negra.”: con estas palabras se describe a sí mismo Jaime Benjamín Cárdenas Pardo “el Jimmy” o “el asesino de Sucre”, uno de los dos mayores asesinos seriales en la historia de Bolivia, que violó y mató a pedradas a dos jóvenes universitarias y, según sus propias confesiones, acabó con más de treinta personas. Clasificado como un asesino desorganizado, hedonista, sádico y psicópata, este individuo ha cometido una gama tan amplia de crímenes que puede ser calificado de ladrón, violador y sicario, aunque no siempre mató bajo la modalidad del sicario. En general, Jaime solía asaltar a transeúntes, a conductores de coches, motos y otros vehículos, y a tiendas; también se inmiscuía frecuentemente en peleas callejeras,

terminando algunas veces en el homicidio. ALCOHOL Y DROGAS El 9 de abril de 1987, Jaime Benjamín Cárdenas Pardo nació en la ciudad boliviana de Santa Cruz, dentro de una familia grande y desestructurada. Tenía nueve hermanos y sus padres eran divorciados, siendo así que creció en un entorno donde recibía poca atención y se sentía propenso a hacer cosas indebidas para llamar la atención y satisfacer sus necesidades. Por otro lado, Jaime discutía frecuentemente con su madrastra y a veces se iba de casa por largos periodos de tiempo, en los cuales se juntaba con pandilleros y menores que delinquían, y que lo fueron induciendo al vicio y al crimen. Al igual que las otras declaraciones del asesino, estas palabras fueron tomadas de una entrevista que dio tras su primera captura: “Mi niñez ha sido tranquila, nunca he vivido violencia. No puedo culpar a mis padres, aunque son divorciados. He empezado a delinquir para llamar la atención de mi familia y por tener amigos. Estuve en un colegio nocturno, la mayoría eran pandilleros y les gustaba beber, así he empezado a robar celulares

y billeteras (…). Empecé a beber a mis 11 años, a escondidas de mi familia, bebía vino y champán. A mis 13 años conocí el alcohol y la mariguana en mi colegio. A mis 14 consumí cocaína y pastillas como el flumentrezepan. Me drogaba porque mi papá casi no estaba con nosotros, él trabajaba y yo peleaba mucho con mi madrastra.” SU DEBUT CRIMINAL Ya de adulto, Jaime admitiría que se volvió más impulsivo desde que empezó a consumir cocaína, cosa que sucede en muchos consumidores debido a que la cocaína es conocida como la “droga de la amoralidad” en tanto que ocasiona un proceso de “neandertalización” a causa de los daños que produce en el lóbulo frontal, que es un área del cerebro asociada al juicio moral, el control de los impulsos y la regulación de la agresividad. Así, vinculado a ese consumo de cocaína, se produjo el primer asalto de Jaime en noviembre del 2001, cuando tenía catorce años y le quitó el celular a un borracho, a fin de venderlo y obtener dinero para alcohol y cocaína. Posteriormente, el robo ya no sería una mera forma de conseguir dinero para los vi-

cios: se convertiría en un modo de vida, y Jaime asaltaría a transeúntes y a conductores, además de que sacaría, sobre todo de coches parqueados sin conductor, determinadas partes (radio, faros, ruegas, espejos, etcétera) que después vendería a precios demasiado buenos. Ya con 17 años, Jaime cometería su primer asesinato en La Paz, capital de Bolivia. Mató porque la víctima al ser asaltada presentó cierta resistencia. Después del crimen, la policía consiguió detenerlo, identificarlo y acusarlo de homicidio, pero Jaime no tenía documentos de identidad y pudo mentir sobre su edad, gracias a lo cual, junto a la falta de pruebas, fue liberado por dictamen de los irresponsables jueces. Había allí, al igual que en otros puntos de la vida criminal de Jaime, la manifestación de un sistema judicial y policial corrompido, que en este caso, pese a que el acusado había admitido matar con cuchillo a la víctima, dio más importancia a la falta de pruebas que a la evidente verdad, sencilla y llanamente porque al aparato estatal se le hace más fácil liberar al menor que pagar el costo de su rehabilitación y de la neutralización, a través del mantenimiento de la detención, de la amenaza que éste representa para la seguridad social. (CONTINÚA EL SÁBADO)


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