NAYAGUA 28

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Con la seriedad y la lentitud del liberto inexperiente se miran demorados y celebran la fragilidad de las flores que se deshacen con la brisa de un soplo, que nadie profane la debilidad de lo que somos, los mecanismos quebradizos y sacros de la emoción de la caricia. Nada cargan con ellos, no poseen más que lo que son, la pupila que te ilumina, el tacto que te nombra. Amarrados por las manos y las venas se enseñan unos a otros desnudos, cimarrones, cimarrones, su único rostro, su férrea musculatura hecha de barro fértil, y entierran despacio a todos sus muertos y los lloran para siempre. (De La lentitud del liberto, 2018)

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las campanas; con un corazón que les late en la garganta cantan más fuerte que los pájaros, ya están teniendo hijos. Ahora se besan, han aprendido, pueblo salvaje, a calentarse en el fuego, recorren con sedientas lenguas las dos orillas de cicatrices de cuerpo maltrecho, ojos y oídos, que anuncian que ya no hay herida.


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