Revista Cosmocápsula No. 0

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Cápsulas literarias 14 este hecho en la comunidad. La última tarde fui a reparar en el tríptico, en el estudio de Anastasia. Su casa lucía desordenada sin haber entrado. Me recibió en el umbral un fuerte olor a trementina que enrojeció mis ojos. El estudio, por el contrario, despedía amoniaco. No supe la procedencia del olor, ciertamente era insoportable, por un momento pensé que no tardaría en asfixiarme. Mareado, con un dolor agudo en las comisuras de los ojos, crucé unas cuantas palabras y me pareció ver mi tríptico… no noté mayor cosa. Mientras mi cuerpo estaba a punto de tambalear y regarse por el suelo, ella hablaba y caminaba y aun reía como si el aire no estuviera enrarecido. Regresé a mi oficina con una neuralgia insoportable. El aroma estaba muy lejos de ser una simple manía del artista. Pensé que podría ser una enfermedad, cacosmia. El malestar que sufrí ese día comenzó a crecer de un modo incontenible. Ni el analgésico más fuerte sirvió. Quería desprender y desanudar la capa interna de mis vías respiratorias, sufría asfixia por el aroma intenso y profundo; me ardía el cuerpo. Sentía que el aire arrojaba anzuelos en las paredes blandas de mis pulmones. Ya inconsciente, los asesores no dejaron ir a la deriva el proyecto. Mis notas registraban de forma pormenorizada y exhaustiva las indicaciones para colgar las obras y arreglar los vestíbulos y los salones del edificio. La enfermedad me atrapó cuando faltaban sólo unos cuantos detalles. Me recluyeron en el hospital, me practicaron varios exámenes. El aroma y el dolor fueron cediendo hasta desaparecer. Me ordenaron reposo varios días. Ni siquiera por eso faltaría a la inauguración. Mis fuerzas no se restablecieron tan rápido como los galenos o yo hubiéramos esperado. Aparqué cerca de la glorieta y a lo lejos se levantaba la imponente construcción. Era incapaz de imaginar las paredes, las galerías, los corredores, sólo sabía que mis registros obraron como una directriz infaltable y ojalá infalible. Cuadro por cuadro como Hitchcock lo hiciera, yo tampoco necesitaba mirar a través de la cámara para dirigir. Llegué al edificio con la respiración agitada, las piernas me temblaron un poco. De un vistazo recorrí la entrada y advertí un par de errores, que seguramente nadie notaría. Quería recorrer sala por sala, galería por galería, quedarme un rato mirando las obras del ala oriental y pasar por último a detallar el vestíbulo donde estaba el tríptico. Por un momento pensé que no estaba en la inauguración, cerca de mí no había nadie. Todos estaban perplejos frente a El Árbol del Jaguar. No di crédito a lo que vi. Las tres figuras resultaban enormes, por la mirada de los jaguares se leía una expresión de soberbia y al tiempo de sufrimiento y rencor. Sí, rencor. Ninguno tenía los ojos entornados, ninguno tenía las patas recogidas, ninguno parecía himplar. En el lomo se erguían estacas que empalaban figuras traslúcidas de jade, una detrás de otra. Los tres animales estaban enzarzados por puntas de lanzas de piedra pulida. Algunas salían verticalmente encima de los colmillos, como si fuera la punta de la espada que atraviesa los corceles de Picasso. Las garras estaban aferradas a un trípode de piedra, este sí idéntico a la roca sobre la que descansa el original. Mis asesores se las arreglaron para desplazar al público a las otras salas. Yo no sentía rabia ni incomodidad, la obra despertaba un sentimiento casi opuesto, contaba con una maestría inusual, Cosmocápsula Número 0. Agosto de 2009


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