HACHEPOSITIVO 56

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Y DICIEMBRE LLEGÓ… SANDRA LÁZARO PÉREZ

Educadora Social. Especialista en Violencia de Género y en Orientación Sociolaboral. Mediadora Familiar, Civil y Mercantil.

Diciembre ya. Y había para quienes parecía que no llegaría. Pero no es un diciembre más, no es un diciembre cualquiera, no es como otros diciembres que se llena de luces y canciones navideñas, de postales familiares con bonitos deseos, de felicidad impostada, de buenas palabras, de esos ‘pero si parece que ayer estábamos en enero…’ No, es diciembre de 2020, este año que nos ha dado una gran sacudida. Y, supongo que llegado este punto, toca hacer balance. La mitología griega considera el tiempo desde diferentes perspectivas y dimensiones. Por un lado, está el tiempo cronológico, el lineal, ese tiempo que suma segundos, minutos, horas a nuestra vida, el tiempo de los planes, los trescientos sesenta y seis días del año 2020. Pero también está la dimensión del tiempo kairós, un tiempo de oportunidad, casi el más importante. Es el tiempo del instante preciso, ese tiempo que no tiene un antes ni un después, ese tiempo que no tiene un pasado, que no tiene un presente, que no tiene un plan, ese que ocurre de manera casi inesperada. Es un evento que cae de golpe y ocurre en nuestra vida, que al principio no entendemos pero después vamos entrando en el proceso de su reflexión. Es un tiempo que nos hace salir de la zona de confort, nos hace reinventarnos, redescubrirnos, reflexionar… Y, quizá, desde esta perspectiva debamos valorar este año 2020. El año 2020 parecía prometedor, hasta que en marzo todo empezó a torcerse. O quizá fue antes, pero no fuimos conscientes, o no quisimos serlo. Y, es que, si generalizo, al final, cuando las cosas pasan, pero no nos pilla de cerca, no vemos la realidad. Llegó marzo, una pandemia, aplausos a las 20 horas, confinamiento domiciliario, lavado de manos, geles hidroalcohólicos, vídeo-llamadas, retos a través de grupos de WhatsApp, deporte en casa, postres y recetas de cocina, el que sonase una y otra vez la canción Resistiré, de arcoíris, de ventanas y terrazas decoradas, de teletrabajo (en el mejor de los casos), de miedo,

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de tristeza, de cualquier mecanismo para sentirnos cerca, para no sentir soledad. De distancia física, de seguridad o como se le quiera llamar, pero no distancia social, de promesas de que saldríamos mejor de todo aquello, y... No fue así. Quienes ya eran buenas personas, lo siguieron siendo. Quienes no, lo mismo. Pero no olvidemos, todo aquello implicó una gran sacudida, se estaba llevando a gente, entre otras muchas cosas. Que sí, que la muerte forma parte de la vida, pero... ¿Tenía que ser así? Personas con vidas, con historias, familias de las que no se pudieron despedir. Pérdidas, demasiadas pérdidas en estas circunstancias, con todo lo que ello implica para llevar un duelo sano. Más tarde nos fuimos enterando de las víctimas colaterales de la pandemia. Esas que no salían en las estadísticas, pero que estaban. En la provincia de Burgos las historias de Sonia Sainz-Maza, Lidia Bayona, Lidia González, María Cristóbal y Carlos Martínez, empezaban a anotarse en una lista que esperemos que en algún momento termine. Ellas y él han sido alguno de esos nombres. De esas vidas truncadas. De esas familias rotas de dolor.


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